16

Mientras Richard abría la puerta un palmo, Kahlan saltó de la cama, se limpió las legañas y empuñó el cuchillo. Bill, jadeando, se introdujo dentro y cerró la puerta empujando con la espalda. Tenía la frente perlada de sudor.

—¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? —preguntó Richard.

—Todo estaba bastante tranquilo. —Bill tragó saliva y trató de recuperar el aliento—. Pero, entonces, hace un rato, se presentaron dos tipos. Salieron de la nada. Eran hombres grandotes con el cuello muy grueso y rubios, apuestos y armados hasta los dientes. El tipo de hombres a los que uno evita mirar a los ojos. —El tabernero respiró hondo varias veces.

Richard lanzó una rápida mirada a los ojos de Kahlan. En ellos se leía la certeza de quiénes eran. Al parecer, el «problemilla» con el que se había topado la cuadrilla, gracias al mago, no había sido suficiente.

—¿Dos? ¿Estás seguro de que no eran más? —quiso saber Richard.

—Yo sólo vi entrar a dos, pero eran suficiente. —Los grandes ojos de Bill lo miraron bajo sus crespas cejas—. Uno estaba malherido; llevaba un brazo en cabestrillo y tenía grandes zarpazos en el otro brazo. Sin embargo no parecía importarle. Sea como sea, empezaron a preguntar sobre una mujer cuya descripción coincidía con la de la señora, excepto que ella no lleva un vestido blanco. Ya se encaminaban hacia las escaleras cuando estalló una riña sobre quién iba a hacer qué con ella. Tu amigo, el pelirrojo, se abalanzó sobre el del brazo en cabestrillo y le rebanó el gaznate. El otro desconocido despachó a un grupo de mis clientes en un abrir y cerrar de ojos. Nunca había visto nada igual. Entonces, desapareció de repente. Se desvaneció en la nada. Hay sangre por todas partes.

»Ahora, el resto está ahí abajo, discutiendo sobre quién será el primero en... —Lanzó una mirada a Kahlan y no completó la frase. Acto seguido se enjugó la frente con el dorso de la manga—. Randy, lleva los caballos a la parte de atrás. Tenéis que marcharos enseguida. Dirigíos a casa de Adie. El sol saldrá dentro de una hora y los canes corazón están a dos horas de distancia, por lo que estaréis seguros. Pero debéis daros prisa.

Richard cogió a Chase por las piernas y Bill lo hizo por los hombros. Entonces dijo a Kahlan que abriera la puerta y que recogiera sus cosas. Ambos hombres bajaron las escaleras de atrás, cargando con el peso del guardián. Fuera estaba oscuro y llovía. La luz de las lámparas que se filtraba por las ventanas centelleaba en los charcos, arrancando reflejos amarillos a las formas húmedas y negras de los caballos. Randy esperaba, sujetando los caballos con aire de preocupación. Después de dejar a Chase en una de las literas, subieron corriendo las escaleras lo más silenciosamente posible. Bill cogió a Zedd en brazos, mientras Richard y Kahlan se ponían las capas y cargaban con sus pertenencias. Los tres bajaron apresuradamente y corrieron hacia la puerta.

Al salir en tromba a punto estuvieron de pisar a Randy, que yacía despatarrado en el suelo. Richard alzó la vista justo a tiempo de ver al hombre de pelo bermejo que lo atacaba. El joven saltó hacia atrás, evitando por muy poco el cuchillo largo del camorrista. Éste cayó al barro. Con una rapidez sorprendente, se arrodilló, encolerizado, y entonces se quedó rígido, con la punta de la espada a un milímetro de la nariz. En el aire vibraba el sonido del acero. El pelirrojo levantó sus crueles ojos negros. Agua y barro le chorreaban por el pelo y caían al suelo. Richard hizo girar la espada en la mano y le asestó un fuerte golpe en la cabeza. El pendenciero se derrumbó.

Bill depositó a Zedd en la parihuela, mientras Kahlan daba la vuelta a Randy. El muchacho tenía un ojo a la funerala. La lluvia le caía en la cara. Entonces gimió, abrió el ojo sano y vio a Kahlan. Al verla sonrió bonachón. Aliviada porque no estuviera herido de gravedad, la mujer lo abrazó y lo ayudó a ponerse de pie.

—Me atacó —dijo en tono de disculpa—. Perdóname.

—Eres un joven muy valiente. No hay nada que perdonar. Gracias por ayudarnos. Y a ti también —añadió, mirando a Bill.

El tabernero sonrió y aceptó las gracias con una inclinación de cabeza. Rápidamente cubrieron a Zedd y a Chase con mantas y aseguraron las bolsas. Bill les dijo que ya había cargado el paquete para Adie sobre el caballo de Chase. Richard y Kahlan montaron. La mujer lanzó una moneda de plata a Randy.

—El pago, como prometí —le dijo. El chico cazó la moneda al vuelo y sonrió.

Richard se inclinó, estrechó la mano de Randy y, muy serio, le dio las gracias. Entonces señaló a Bill, enojado.

—¡En, tú! Quiero que incluyas todo esto en tu libro de cuentas. Incluye todos los desperfectos, tu tiempo y los problemas que te hemos causado, incluso las lápidas. Y quiero que añadas un suplemento por salvarnos la vida. Si el consejo se niega a pagar, diles que salvaste la vida del hermano del Primer Consejero y que Richard Cypher dijo que, si no pagan, me cobraré personalmente la cabeza del responsable y la clavaré en una pica delante de la casa de mi hermano.

Bill asintió y soltó una carcajada tan sonora que ahogó el sonido de la lluvia. Richard tiró de las riendas para frenar el caballo. El animal se movía nervioso, impaciente por partir. El joven señaló entonces al hombre inconsciente en el barro. Se sentía furioso.

—La única razón por la que no lo he matado es porque él mató a un hombre todavía peor que él, y es posible que, involuntariamente, salvara la vida de Kahlan. Pero es culpable de asesinato, de intento de asesinato y de intento de violación. Sugiero que lo colguéis antes de que despierte.

—Eso está hecho —le aseguró Bill con una mirada acerada.

—No olvides lo que te dije sobre el Límite. Se aproximan tiempos difíciles. Cuídate.

—¡No lo olvidaré! —El tabernero sostuvo la mirada de Richard, al tiempo que pasaba un velludo brazo sobre los hombros de su hijo. Una ligera sonrisa le levantó las comisuras de los labios. —Larga vida al Buscador.

Richard bajó la vista hacia él, sorprendido, y después sonrió. Esa sonrisa sofocó en parte el fuego de su cólera.

—La primera vez que te vi pensé que no eras una persona artera —dijo Richard—. Ahora veo que me equivoqué.

Richard y Kahlan se calaron las capuchas, espolearon los caballos y partieron hacia la casa de la mujer de los huesos en medio de la oscuridad y la lluvia.

La lluvia cubrió rápidamente las luces de Puerto Sur, por lo que los viajeros tuvieron que encontrar el camino en la oscuridad. Los caballos que Chase les había proporcionado avanzaban cuidadosamente por la senda; los guardianes los habían entrenado para aquel tipo de contingencias y no les importaban las condiciones adversas. El alba libró una interminable lucha para traer luz al nuevo día. Richard sabía que el sol ya había salido, pero el mundo seguía sumido en la penumbra que se instala entre la noche y el día. Era una mañana fantasmal. La lluvia había contribuido a aplacar la rabia que sentía.

Richard y Kahlan sabían que el último miembro de la cuadrilla andaba suelto por ahí, por lo que consideraban cualquier movimiento como una posible amenaza. No se les escapaba que, más pronto o más tarde, los atacaría. No saber cuándo les impedía concentrarse. Lo que Bill había dicho, que Zedd y Chase no durarían mucho, atormentaba a Richard. Si esa mujer, Adie, no podía ayudarlos, no sabía qué más podían hacer. Si ella no los curaba, sus dos amigos morirían. Richard no podía imaginarse el mundo sin Zedd. Un mundo sin sus bromas y sus palabras de consuelo sería un mundo muerto. El joven notó que se le hacía un nudo en la garganta con sólo pensarlo. Zedd le diría que no se preocupara de un futuro hipotético, sino del presente.

Pero el presente era casi igual de malo. Su padre había sido asesinado; Rahl el Oscuro estaba a punto de conseguir todas las cajas; sus dos mejores amigos se hallaban a las puertas de la muerte; y viajaba con una mujer a la que amaba, pero a quien no debía amar. Kahlan aún le escondía sus secretos.

El joven se daba cuenta de que en la mente de Kahlan se libraba una batalla constante. A veces, cuando sentía que se estaba acercando a ella, veía dolor y miedo en sus ojos. Pronto estarían en la Tierra Central, donde la gente la conocía. Pero Richard quería que fuese ella misma quien se lo dijera; no quería enterarse por boca de otra persona. Si no se lo decía pronto, tendría que preguntárselo. Aunque no le gustara tendría que preguntárselo.

Tan absorto estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que llevaban más de cuatro horas avanzando por el sendero. La lluvia había empapado el bosque y los árboles eran una masa oscura en la niebla. El musgo crecía exuberante y lozano en los troncos, sobresalía de la corteza de los árboles y formaba montículos redondos, verdes y esponjosos en el suelo. El liquen que crecía sobre las rocas brillaba con una intensa coloración amarilla y rojiza en medio de tanta humedad. En algunos lugares el agua corría por el sendero, formando un arroyo. Las varas de la parihuela en la que viajaba Zedd salpicaban agua y se arrastraban sobre piedras y raíces. La cabeza del pobre hombre se balanceaba de un lado al otro en los tramos más escabrosos, y sus pies se mantenían a muy pocos centímetros del agua cuando cruzaban los arroyos formados por la lluvia.

Richard percibió el agradable olor de humo de madera, concretamente de abedul. El joven se dio cuenta de que la zona en la que habían entrado era distinta. Externamente no se apreciaban cambios, pero era distinta. La lluvia caía en un reverente silencio hacia el bosque. De algún modo el lugar parecía sagrado. Richard se sentía como un intruso que perturbara una paz eterna. Quería decir algo a Kahlan pero pensó que hablar sería un sacrilegio. Entonces comprendió por qué los hombres de la taberna no se atrevían a ir allí; su presencia sería una violación.

Llegaron a una casa situada junto al sendero que armonizaba tan bien con el entorno que era casi invisible. Una rizada voluta de humo salía de la chimenea y se elevaba en el brumoso aire. Los troncos que formaban las paredes se veían desgastados por la acción de los elementos y también viejos, a juego con el color de los árboles de alrededor. La casa parecía haber brotado del mismo suelo del bosque, con altos árboles alrededor que la protegían. El tejado estaba cubierto de helechos. Otro tejado, más pequeño e inclinado, cubría una puerta y un porche en el que sólo cabrían dos o tres personas de pie. En la parte de delante se abría una ventana de cuatro cristales, y otra a un lado de la casa. Ninguna de ellas tenía cortinas.

Enfrente de la vieja casa los helechos se inclinaban y asentían cuando el agua que goteaba de los árboles les caía encima. Gracias a la humedad su característico color verde pálido y polvoriento se había tornado brillante. Un estrecho sendero se abría paso entre ellos.

En el centro de los helechos y del sendero había una mujer más alta que Kahlan, pero más baja que Richard. Llevaba una sencilla túnica marrón de basto tejido con símbolos y adornos rojos y amarillos en el cuello. Tenía un hermoso cabello negro y gris, liso, con raya en medio y cortado a la altura de su pronunciada mandíbula. Pese a la edad, su curtido semblante aún era bello. La mujer se apoyaba en una muleta; sólo tenía un pie. Richard detuvo lentamente los caballos frente a ella.

Los ojos de la mujer eran completamente blancos.

—Yo soy Adie. ¿Quiénes sois? —Richard se estremeció al oír esa voz dura, ronca y áspera.

—Cuatro amigos —contestó el joven en tono respetuoso. La suave lluvia caía con un tamborileo callado y suave. Richard esperó.

El rostro de la anciana estaba surcado por finas arrugas. Retiró la muleta del sobaco y cruzó sus delgadas manos encima de ella, apoyándose. Los finos labios de la mujer esbozaron una ligera sonrisa.

—Un amigo —dijo con su voz rasposa—. Tres personas peligrosas. Yo decido si son amigos. —Adie asintió para sí misma.

Richard y Kahlan intercambiaron una furtiva mirada. El joven se puso en guardia. Se sentía incómodo montado en el caballo, como si hablar a Adie desde una posición más elevada sugiriera una falta de respeto hacia ella. Así pues desmontó y Kahlan lo imitó. Con las riendas del caballo en la mano, Richard se colocó frente al animal, con Kahlan a su lado.

—Me llamo Richard Cypher, y ésta es mi amiga, Kahlan Amnell.

La anciana escrutó la faz del joven con sus blancos ojos. Richard no tenía ni idea de si podía ver, aunque no le parecía posible. Entonces Adie se volvió hacia Kahlan. La áspera voz de la anciana dijo unas palabras en un lenguaje que Richard no pudo entender. Kahlan sostuvo la mirada de Adie y le dirigió una ligera inclinación de cabeza.

Había sido un saludo. Un saludo deferente. Richard no había reconocido las palabrasKahlanoAmnell.Los pelillos de la nuca del joven se le erizaron.

La anciana se había dirigido a Kahlan por su título.

Richard había pasado el suficiente tiempo con Kahlan para darse cuenta de que, por su porte —con la espalda muy recta y la cabeza erguida demostrando seguridad en sí misma—, estaba en guardia. La cosa iba en serio. Si fuese una gata tendría el lomo arqueado y el pelo erizado. Las mujeres se encararon; de momento ambas olvidaron la edad. Cada una tomaba la medida a la otra por cualidades que Richard no podía ver. Adie podía hacerles daño y él sabía que la espada no iba a protegerlos.

—Di qué necesitas, Richard Cypher —le dijo Adie.

—Necesitamos tu ayuda.

—Cierto —replicó la anciana, inclinando repetidamente la cabeza.

—Nuestros amigos están heridos. Uno, Dell Marcafierro, me dijo que era amigo tuyo.

—Cierto —repitió Adie con su áspera voz.

—Otro hombre, en Puerto Sur, nos dijo que quizá tú podrías ayudarlos. A cambio te hemos traído provisiones. Pensamos que lo justo sería ofrecerte algo.

—¡Mentira! —Adie se inclinó hacia adelante y golpeó una vez la muleta contra el suelo. Tanto Richard como Kahlan se echaron hacia atrás. Richard no sabía qué decir. Adie esperaba.

—Es verdad. Las provisiones están justo aquí. —Se dio media vuelta y señaló el caballo de Chase—. Pensamos que lo justo...

—¡Mentira! —La anciana golpeó de nuevo el suelo con la muleta.

Richard cruzó los brazos en el pecho; empezaba a perder los estribos. Sus amigos se estaban muriendo mientras él perdía el tiempo con esa mujer.

—¿Qué es mentira? —preguntó.

—No «pensamos». —Nuevo golpe de muleta—. Tú piensas en traerme provisiones. Tú decides hacerlo. No tú y Kahlan. «Pensamos» mentira, «pensé» verdad.

—¿Y qué importancia tiene? —Richard descruzó los brazos y los colocó a ambos costados del cuerpo—. «Yo», «nosotros», ¿qué más da?

—«Yo» verdad y «nosotros» mentira —replicó Adie, mirándolo fijamente—. ¿Puede haber mayor diferencia?

—Supongo que Chase pasaría un mal rato contándote sus aventuras —comentó el joven, volviendo a cruzar los brazos y frunciendo el entrecejo.

—Cierto. —Adie asintió y sus labios esbozaron de nuevo una débil sonrisa. Entonces se inclinó más hacia él y, con un gesto de la mano, le dijo—: Lleva a tus amigos adentro.

La anciana dio media vuelta, se volvió a encajar la muleta en el sobaco y se encaminó dificultosamente hacia la casa. Después de intercambiar una mirada, Richard y Kahlan fueron a por Chase. Retiraron las mantas, Kahlan lo cogió por los pies y el joven cargó con la parte más pesada. Tan pronto como cruzaron el dintel, arrastrando al guardián, Richard descubrió por qué a Adie la llamaban la mujer de los huesos.

Huesos de todo tipo destacaban en las paredes oscuras. Todas las paredes estaban cubiertas con ellos. En una había estantes que aguantaban cráneos. Eran cráneos de animales que Richard no reconoció. Muchos tenían colmillos largos y curvados y ofrecían un aspecto aterrador. «Al menos ninguno es humano», pensó. Algunos huesos componían collares. Otros estaban decorados con plumas y cuentas de colores y rodeados por círculos trazados con tiza en la pared. En una esquina había una pila de huesos, que por estar amontonados parecían carecer de importancia. Por el contrario, los otros eran exhibidos en las paredes con mimo, dejando espacio entre ellos como para resaltar su importancia. Sobre la repisa de la chimenea se veía una costilla tan gruesa como uno de los brazos de Richard, con símbolos que el joven no reconoció grabados en líneas oscuras de un extremo al otro. Eran tantos los huesos blanqueados que veía a su alrededor que el joven se sentía como si hubiera entrado en el estómago de una bestia muerta.

Dejaron a Chase en el suelo con mucho cuidado. Richard volvió la cabeza, mirando a todas partes. Kahlan, Chase y él mismo chorreaban agua, pero Adie, que descollaba encima de él, estaba tan seca como los huesos que la rodeaban. Pese a haber estado fuera, bajo la lluvia, no se había mojado. Richard se preguntó si, después de todo, había sido prudente acudir a ella. Si Chase no le hubiese dicho que Adie era amiga suya se marcharía de inmediato.

—Voy a buscar a Zedd —dijo a Kahlan en un tono que era más una pregunta que una afirmación.

—Yo te ayudaré a traer las provisiones —se ofreció ella, lanzando una mirada a Adie.

Richard depositó suavemente a Zedd a los pies de la mujer de los huesos. Juntos, él y Kahlan, apilaron las provisiones encima de la mesa. Una vez hecho esto regresaron junto a sus amigos, colocándose frente a Adie. Ambos observaban los huesos, y, por su parte, Adie los observaba a ellos.

—¿Quién es éste? —preguntó la anciana, señalando a Zedd.

—Zeddicus Zu’l Zorander. Mi amigo —repuso Richard.

—¡Mago! —exclamó bruscamente Adie.

—¡Mi amigo! —chilló Richard furioso.

Adie lo miró tranquilamente con sus ojos blancos, y Richard le sostuvo la mirada. Zedd moriría si nadie lo ayudaba y él no iba a permitir que tal cosa ocurriera. Entonces la mujer de los huesos se echó hacia adelante y le colocó una arrugada palma en el estómago. Un tanto sorprendido, el joven no se movió mientras ella trazaba lentamente un círculo con la mano como si tratara de percibir algo. Adie retiró la mano y, cuidadosamente, la cruzó encima de la otra sobre la muleta. Sus delgados labios apenas sonrieron y alzó la vista hacia el joven.

—La justa ira de un verdadero Buscador. Bien. No tienes nada que temer de él, muchacha —añadió, dirigiéndose a Kahlan—. Es la ira de la verdad. La ira de los dientes. Los buenos no tienen por qué temerla. —Ayudándose con la muleta avanzó unos pasos hacia Kahlan, le puso una mano sobre el estómago y repitió el proceso. Al acabar, colocó la mano sobre la muleta y asintió. Entonces miró a Richard.

—Ella tiene el fuego. La ira también arde en ella. Pero es la ira de la lengua. Témela. Todos deben temerla. Si alguna vez la libera, peligrosa.

—No me gustan los acertijos. —Richard miró a la anciana de los huesos con recelo—. Se prestan a confusión. Si quieres decirme algo, dímelo directamente.

—Dímelo, dímelo —se burló la anciana. Entrecerró los ojos—. ¿Qué puede más, dientes o lengua?

—Obviamente los dientes —respondió Richard, después de hacer una profunda inspiración—. Así pues, elijo la lengua.

—A veces tu lengua se mueve cuando no debería. Cállate —ordenó secamente.

Sintiéndose un poco avergonzado el joven se calló.

—¿Ves? —Adie sonrió y asintió.

—No —replicó Richard, ceñudo.

—La ira de los dientes es fuerza por contacto. Violencia por tacto. Combate. La magia de laEspada de la Verdades magia de la ira de los dientes. Corta. Desgarra. La ira de la lengua no necesita tocar, pero es asimismo una fuerza. Corta igual de rápido.

—No estoy seguro de entenderte.

Adie alargó una mano y con uno de sus largos dedos le rozó el hombro. De pronto la mente del joven conjuró una visión; el recuerdo de la noche anterior. Vio a los hombres en la taberna. Él estaba frente a ellos, con Kahlan a su lado, y los hombres se disponían a atacar. Él hizo ademán de sacar laEspada de la Verdad,preparado para ejercer la violencia necesaria para detenerlos, consciente de que sólo lo conseguiría con derramamiento de sangre. Entonces vio a Kahlan junto a él, hablando a la chusma, deteniéndolos, frenándolos con sus palabras y, finalmente, pasándose la lengua por el labio, diciendo mucho sin hablar. Kahlan estaba apagando el fuego de los hombres, desarmaba a aquellos depravados sin necesidad de tocarlos; hacía algo que la espada no podía hacer. Richard empezó a comprender qué quería decir Adie.

De pronto, Kahlan agarró bruscamente a Adie por la muñeca y la alejó del hombro de Richard. En los ojos de la mujer había una mirada peligrosa que no pasó desapercibida a la anciana.

—He jurado defender la vida del Buscador. No sé qué le estás haciendo. Perdóname si reacciono de manera exagerada; no es mi intención faltarte al respeto, pero si no cumpliera mi misión no podría perdonármelo. Hay demasiadas cosas en juego.

Adie miró la mano que le sujetaba la muñeca.

—Lo entiendo, muchacha. Perdón por haberte alarmado de forma tan irreflexiva.

Kahlan siguió sujetando la muñeca un momento más para dejar las cosas bien claras y luego la soltó. Adie puso esa mano encima de la otra, sobre la muleta y volvió los ojos hacia Richard.

—Dientes y lengua trabajan juntos. Lo mismo ocurre con la magia. Tú cuentas con la magia de la espada, la magia de los dientes. Pero eso también te da la magia de la lengua. La magia de la lengua funciona porque la apoyas con la espada. —Lentamente volvió la cabeza hacia Kahlan—. Tú posees ambas, muchacha: dientes y lengua. Tú las usas conjuntamente de modo que ambas se respaldan.

—¿Y qué es la magia de un mago? —inquirió Richard.

La mujer de los huesos consideró la pregunta.

—Hay muchos tipos de magia —contestó Adie, mirando al joven—. Dientes y lengua son sólo dos. Los magos las conocen todas, excepto las del inframundo. Y usan la mayoría de las que conocen. Éste es un hombre muy peligroso —agregó, mirando a Zedd.

—Conmigo siempre ha sido amable y comprensivo. Es un buen hombre.

—Cierto. Pero también es peligroso —repitió Adie.

Richard cambió de tema.

—¿Y Rahl el Oscuro? ¿Qué sabes de él? ¿Qué tipos de magia puede usar?

—Oh, sí —siseó Adie, y entornó los ojos—. Lo conozco. Puede usar toda la magia de mago, y más. Rahl el Oscuro puede usar la magia del inframundo.

A Richard se le puso la carne de gallina en los brazos y se estremeció. Quería preguntar a Adie qué tipo de magia tenía ella pero lo pensó mejor. La anciana se volvió una vez más hacia Kahlan.

—Cuidado, muchacha, tú posees el verdadero poder de la lengua. Nunca lo has visto, pero es algo terrible si alguna vez lo liberas.

—No sé de qué me estás hablando —le espetó Kahlan, frunciendo el entrecejo.

—Cierto. —Adie asintió—. Cierto. —Alargó una mano y la posó delicadamente sobre un hombro de Kahlan, atrayéndola hacia sí—. Tu madre muere antes de que te conviertas en mujer, antes de alcanzar la edad en la que te lo enseña.

Kahlan tragó con fuerza.

—¿Qué puedes enseñarme tú?

—Nada. Lo siento, pero yo no entiendo cómo funciona. Es algo que sólo tu madre te puede enseñar cuando te haces mujer. Pero ella no puede hacerlo, por lo que sus enseñanzas se pierden. Sin embargo, el poder sigue ahí. Ten cuidado. El hecho de que no te enseñen a usarlo no significa que no puedas liberarlo.

—¿Conociste a mi madre? —preguntó Kahlan en un susurro preñado de dolor.

El rostro de la mujer de los huesos se suavizó al mirar a Kahlan. Entonces asintió lentamente.

—Recuerdo tu nombre de familia. Y recuerdo sus ojos verdes; no son fáciles de olvidar. Tú tienes sus mismos ojos. La conozco cuando te lleva en su seno.

—Mi madre solía llevar un colgante con un pequeño hueso —dijo Kahlan con el mismo susurro lleno de dolor. Una lágrima le rodó por la mejilla—. Ella me lo dio cuando yo era una niña. Lo llevé siempre hasta que... hasta que Dennee, a quien yo llamaba mi hermana,... murió. La enterré con él. A ella siempre le había gustado mucho. Tú regalaste ese colgante a mi madre, ¿verdad?

—Sí. —Adie cerró los ojos y asintió—. Se lo regalo para proteger a la niña que lleva en sus entrañas, para que el bebé está a salvo y crece y se hace fuerte, como su madre. Ya veo que ha sido así.

—Gracias, Adie —le dijo Kahlan con lágrimas en los ojos y la abrazó—, gracias por ayudar a mi madre. —Adie sujetaba la muleta con una mano, y con la otra frotaba la espalda a Kahlan con auténtica simpatía. Pocos momentos después Kahlan se separó de la anciana y se secó las lágrimas.

Richard vio su oportunidad y decidió aprovecharla.

—Adie —dijo en tono suave—, tú ayudaste a Kahlan antes de que naciera. Ayúdala ahora. Su vida así como la vida de muchas otras personas, están en peligro. Rahl el Oscuro la persigue y a mí también. Necesitamos que estos dos hombres nos ayuden. Por favor, ayúdalos. Ayuda a Kahlan.

Adie le lanzó su leve sonrisa y asintió, un poco para ella misma.

—El mago elige bien a sus Buscadores. Desgraciadamente para ti, la paciencia no es un requisito imprescindible para el puesto. Tranquilo; si no pienso ayudarlos no te digo que los entres.

—Bueno, tal vez no puedas ver pero Zedd, especialmente, está muy mal —insistió Richard—. Apenas respira.

—Dime una cosa. —Los ojos blancos de la anciana lo miraron con forzada tolerancia—. ¿Conoces el secreto de Kahlan? ¿Lo que te está ocultando?

Richard no respondió y trató de no demostrar ninguna emoción. Adie se volvió hacia Kahlan.

—Dime, muchacha. ¿Conoces el secreto que te oculta él? —Kahlan tampoco respondió. Entonces Adie miró de nuevo a Richard—. ¿Conoce el mago el secreto que le ocultáis? No. ¿Conocéis vosotros el secreto que él os oculta? No. Sois tres ciegos. Mmmm. Digo que veo mejor que cualquiera de vosotros.

Richard se preguntó qué le estaría ocultando Zedd. Enarcó una ceja y preguntó a Adie:

—¿Y cuál de estos secretos conoces tú, Adie?

—Sólo el suyo —contestó la anciana señalando a Kahlan.

Richard se sintió aliviado pero trató de que su rostro permaneciera impasible. Había estado al borde del pánico.

—Todo el mundo tiene secretos, amiga mía, y tiene derecho a guardarlos cuando es necesario.

—Muy cierto, Richard Cypher. —La sonrisa de Adie se hizo más amplia.

—Y ahora, ¿qué hay de esos dos?

—¿Sabes tú cómo curarlos? —preguntó ella.

—No. Si lo supiera ya lo habría hecho.

—Tu impaciencia es perdonable; haces bien en temer por la vida de tus amigos. No te guardo rencor por preocuparte por ellos. Pero tranquilízate, los ayudo desde el momento que entran en esta casa.

—¿De veras? —Richard parecía confuso. Adie asintió.

—Los atacan por bestias del inframundo. Cuesta despertarse. Días. Cuántos, no puedo decirlo. Pero están secos. Si no tienen agua suficiente mueren, por lo que es preciso despertarlos de vez en cuando para que beban, o mueren. El mago respira lentamente no porque esté peor que Chase, sino porque así es como los magos conservan fuerzas en los momentos difíciles; se sumen en un profundo sueño. Tengo que despertarlos a los dos para que beban. Vosotros no podréis hablar con ellos, y ellos no os reconocerán. De modo que no os asustéis. Ve a esa esquina y tráeme el cubo con agua.

Richard trajo el agua y ayudó a Adie a sentarse, con las piernas cruzadas, entre las cabezas de Zedd y Chase. Entonces tiró de Kahlan para que se sentara junto a ella y pidió a Richard que le trajeradela repisa un instrumento hecho con huesos.

En parte se asemejaba mucho a un fémur humano. Estaba cubierto por una pátina marrón oscuro y parecía muy antiguo. A lo largo de la caña había grabados símbolos que Richard no reconoció. En un extremo se veían las partes superiores de dos cráneos, una a cada lado de la cabeza del hueso. Habían sido cortadas limpiamente en semiesferas y cubiertas con algún tipo de piel seca. En el centro de ambos trozos de piel se distinguía un nudo semejante a un ombligo. Alrededor de ambas pieles, en el borde del cráneo, se habían dispuesto mechones de grueso y áspero pelo negro, con cuentas entrelazadas semejantes a las que adornaban el cuello de la túnica de Adie. Dentro de los cráneos humanos había algo que hacía ruido.

—¿Qué produce ese sonido? —preguntó Richard, al tiempo que se lo tendía respetuosamente a Adie.

—Ojos secos —repuso la mujer de los huesos, sin mirarlo.

Adie agitó suavemente el hueso a modo de sonajero sobre las cabezas de Zedd y Chase, mientras musitaba un canto en el extraño lenguaje con el que se había dirigido a Kahlan. El sonajero emitía un sonido hueco, como de madera. Kahlan, sentada al lado de Adie con las piernas cruzadas, mantenía la cabeza gacha. Richard se apartó y observó.

Transcurridos diez o quince minutos, Adie le indicó con un gesto que se acercara. De pronto Zedd se irguió y abrió los ojos. El joven se dio cuenta de que la mujer de los huesos quería que le diese de beber. La anciana continuó cantando mientras Richard sumergía el cucharón en el cubo y lo acercaba a la boca de Zedd. El mago bebió ávidamente. A Richard le emocionó verlo erguido y con los ojos abiertos, aunque no pudiera hablar y no supiera dónde se encontraba. Zedd se bebió medio cubo. Cuando tuvo suficiente volvió a tumbarse y cerró los ojos. Entonces fue el turno de Chase, que se bebió la otra mitad del cubo.

Adie le alargó el sonajero de hueso y le indicó que volviera a colocarlo en el estante. Acto seguido, le pidió que le llevara la pila de huesos que había amontonados en una esquina y que los repartiera entre el cuerpo de Zedd y de Chase, indicándole cómo debía colocar cada hueso, alineándolos de una manera que sólo tenía lógica para Adie. Finalmente a Richard le tocó amontonar costillas para formar un dibujo parecido a una rueda de carro, con el centro situado exactamente sobre el pecho de cada hombre. Al acabar la anciana le dijo que había hecho un estupendo trabajo, pero el joven no se sintió halagado, pues se había limitado a seguir instrucciones. Entonces la mujer alzó hacia él sus ojos blancos y preguntó:

—¿Sabes guisar?

Richard recordó cuando Kahlan le dijo que la sopa picante que él hacía era tan buena como la suya y que sus dos tierras se parecían en muchas cosas. Adie era de la Tierra Central; tal vez le gustara comer algo de allí. El joven le sonrió.

—Me sentiría muy honrado de prepararte una sopa picante.

—Sería maravilloso. —Adie juntó ambas manos, extasiada—. Hace años que no pruebo una sopa como es debido.

Richard se dirigió a la esquina opuesta de la sala y se sentó a la mesa, donde cortó verduras y mezcló especias. El joven trabajó durante más de una hora contemplando a las dos mujeres que, sentadas en el suelo, hablaban en su extraño lenguaje. «Dos mujeres poniéndose al día de las noticias de su tierra natal», pensó satisfecho. Richard estaba de buen humor; finalmente alguien hacía algo para ayudar a Zedd y a Chase. Alguien que sabía qué les pasaba. Cuando la sopa ya se calentaba en el fuego, el joven no quiso molestarlas —parecía que pasaban un buen rato—, por lo que se ofreció para cortar leña. Adie pareció complacida.

Así pues, salió fuera, se quitó el colgante con el colmillo, se lo metió en un bolsillo y dejó la camisa en el porche para que no se mojara. Acto seguido se dirigió a la parte de atrás de la casa, con la espada, donde Adie le había dicho que encontraría la pila de leña. Fue colocando troncos sobre el caballete de serrar y los fue cortando. En su mayoría era madera de abedul, que una mujer podía cortar más fácilmente, aunque también había de arce. Richard eligió esta última, que era excelente para el fuego pero muy dura. El bosque que rodeaba la casa era oscuro y espeso pero no parecía amenazador. Más bien transmitía una sensación de seguridad y bienestar, como si protegiera la casa. No obstante, aún quedaba un último componente de la cuadrilla que perseguía a Kahlan.

Richard pensó en Michael y confió en que estuviera a salvo. Michael no sabía qué estaba haciendo él y probablemente se estaría preguntando dónde se había metido. Seguramente estaba preocupado. En principio Richard había planeado visitar a su hermano después de abandonar la casa de Zedd, pero no habían tenido tiempo. Rahl había estado a punto de atraparlos. El joven deseó haber podido advertir a Michael; cuando el Límite cayera el Primer Consejero correría grave peligro.

Cuando se cansó de serrar, empezó a cortar con el hacha. Era agradable volver a utilizar los músculos, sudar por el esfuerzo, hacer algo que no le exigiera pensar. La fría lluvia le facilitaba la tarea, pues refrescaba su acalorado cuerpo. Para no aburrirse se imaginó que los troncos que cortaba eran Rahl el Oscuro. De vez en cuando cambiaba y pensaba que eran un gar. Cuando se encontraba con un tronco especialmente duro se imaginaba que era la cabeza del hombre pelirrojo.

Kahlan salió de la casa y le preguntó si quería cenar. Richard ni siquiera se había dado cuenta de que estaba oscureciendo. Cuando la mujer volvió a entrar, el joven se dirigió al pozo y se echó encima un cubo de agua fría para limpiarse el sudor. Kahlan y Adie estaban sentadas a la mesa y, puesto que únicamente había dos sillas, Richard fue a por un tronco en el que sentarse. Kahlan le colocó delante un cuenco con sopa y le tendió una cuchara.

—Me has hecho un regalo maravilloso, Richard —dijo Adie.

—¿Qué regalo? —Richard sopló sobre la cucharada de sopa para no quemarse.

—Me has dado tiempo para poder hablar con Kahlan en mi lengua materna —repuso la anciana de los huesos, mirándolo con sus ojos blancos—. No puedes imaginarte qué alegría he sentido. Hacía tanto tiempo que no pasaba... Eres un hombre realmente astuto; un verdadero Buscador.

—Tú también me has dado algo muy valioso: las vidas de mis amigos. Gracias, Adie. —Richard le dirigió una radiante sonrisa.

—Y tu sopa picante es magnífica —añadió con cierta sorpresa.

—Sí. —Kahlan le guiñó un ojo—. Es casi tan buena como la que yo preparo.

—Kahlan me ha contado qué se propone Rahl el Oscuro y que el Límite está cayendo. Eso explica muchas cosas. También me ha dicho que conocéis la existencia del paso y que queréis cruzar a la Tierra Central. Ahora debéis decidir qué queréis hacer. —Dicho esto la anciana se llevó a la boca una cucharada de sopa.

—¿A qué te refieres?

—Es preciso que tus amigos se despierten cada día para beber y comer gachas. Duermen aún bastantes días, cinco o quizá diez. Tú, como Buscador, decides si los esperáis o seguís adelante. Nosotras no podemos ayudarte; la decisión es tuya.

—Sería mucho trabajo para ti sola.

—Sí. Pero no tanto como ir tras las cajas y parar los pies a Rahl el Oscuro. —La mujer de los huesos siguió tomando sopa mientras observaba al joven.

Richard removió distraído la sopa con la cuchara. Hubo un largo silencio. Entonces miró a Kahlan, pero el semblante de la mujer no revelaba nada. Richard sabía que Kahlan no quería interferir. El joven volvió a fijar la mirada en su cuenco de sopa.

—Cada día que pasa Rahl está más cerca de la última caja —dijo al fin, en voz baja—. Zedd me dijo que tenía un plan, aunque quién sabe si era un buen plan. Y es posible que, cuando despierte, ya no quede tiempo para ponerlo en práctica. Podríamos perder antes incluso de empezar. —Richard posó la vista en los ojos verdes de Kahlan—. No podemos esperar. No podemos arriesgarnos; hay demasiado en juego. Tenemos que partir sin ellos. —Kahlan le lanzó una sonrisa tranquilizadora—. De todos modos no hubiera dejado que Chase nos acompañara. Tengo un trabajo más importante para él.

Adie alargó una mano y la colocó sobre la del joven. Pese a estar muy estropeada, la mano de la anciana era suave y cálida al tacto.

—No es una decisión fácil —dijo—. No es fácil ser el Buscador. En el futuro debes enfrentarte a dificultades que superar tus peores temores.

—Al menos aún tengo a mi guía —replicó Richard con una sonrisa forzada.

Los tres guardaron silencio, reflexionando sobre lo que había que hacer.

—Ambos necesitáis dormir bien esta noche —les dijo Adie—. Lo necesitáis. Después de la cena os digo lo que debéis saber para cruzar el paso. Y os cuento cómo perdí un pie —añadió con voz aún más rasposa si cabe, mirando alternativamente a uno y a otro.

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