31

Era su madre.

Richard se sintió como si lo hubiera alcanzado un rayo. Todo el cuerpo se le puso rígido, su cólera flaqueó y, finalmente, desapareció. Al joven le era imposible reconciliar en un mismo pensamiento el impulso de matar y la imagen de su madre.

—Richard. —Su madre le dirigió una triste sonrisa en la que le decía lo mucho que lo quería y cuánto lo había echado de menos.

Las ideas se agolpaban en la cabeza del joven, que trataba de asimilar lo que estaba ocurriendo, incapaz de encajar lo que veía con lo que sabía. Era imposible. Era del todo imposible.

—¿Madre? —preguntó en un susurro.

Unos brazos que conocía y recordaba lo rodearon, dándole consuelo. Los ojos se le llenaron de lágrimas y apenas podía respirar.

—Oh, Richard —dijo la mujer en tono tranquilizador—, cuánto te he echado de menos. Cuánto te he echado de menos —repitió, acariciándole el pelo con los dedos.

Aún atolondrado, Richard pugnó por recuperar el control de sus emociones y centrar sus pensamientos en Kahlan. No podía fallarle otra vez, no podía permitir que volvieran a engañarlo. Si Kahlan se encontraba en aquella situación era porque él se había dejado engañar. Aquella mujer no era su madre, sino Shota, la bruja. Pero ¿y si se equivocaba?

—Richard, ¿por qué has venido a mí?

El joven puso las manos sobre los estrechos hombros de la mujer y la empujó ligeramente hacia atrás. Las manos de ella se deslizaron hasta la cintura de Richard y la ciñeron cariñosamente. El joven se obligó a recordar que aquélla no era su madre, sino una bruja, una bruja que conocía el paradero de la última caja del Destino. Pero ¿qué sacaba ella fingiendo? ¿Y si se equivocaba? ¿Y si era realmente su madre?

Con un dedo buscó la pequeña cicatriz que su madre tenía encima de la ceja izquierda, donde un día se dio un buen golpe. Había sido culpa suya. Él y Michael estaban luchando con sus espadas de madera, cuando Richard saltó de la cama y trazó un imprudente y brusco arco con la espada hacia su hermano mayor. Justo entonces su madre apareció en la puerta. La espada de Richard le dio en la frente, y el grito de la mujer lo dejó aterrorizado.

La azotaina que le dio su padre no le dolió tanto como saber que había hecho daño a su madre. Su padre lo mandó a la cama sin cenar, y aquella noche, cuando ya era oscuro y él lloraba, su madre fue a sentarse en su lecho y lo consoló, acariciándole el pelo. Entonces él se incorporó y le preguntó si le dolía mucho. Ella le sonrió y…

—No tanto como a ti —susurró la mujer que tenía enfrente.

Richard abrió mucho los ojos, y en los brazos se le puso carne de gallina.

—¿Cómo…

—Richard, aléjate de ella —le advirtió a su espalda una voz serena. El joven dio otro respingo; era la voz de Zedd.

Haciendo caso omiso de la mano que su madre le había colocado en la mejilla, Richard se volvió para mirar el camino y la cumbre de la elevación. Era Zedd, o, al menos, eso le pareció a él. Era como el mago, aunque la mujer que tenía delante también era como su madre. Zedd lo contemplaba con una mirada que a Richard le era familiar; una fría mirada de advertencia.

—Richard, haz lo que te digo —habló de nuevo Zedd—. Aléjate de ella enseguida.

—Richard, por favor —susurró su madre—. No me dejes. ¿Es que no me reconoces?

—Sí —contestó el joven, clavando la vista en la dulce faz de la mujer—. Tú eres Shota.

Richard la cogió por las muñecas, apartó las manos de su cintura y retrocedió para alejarse de ella. Ella miró cómo se alejaba, próxima al llanto.

De pronto, se volvió hacia el mago y alzó las manos. Con un crujido ensordecedor, de sus dedos partió un rayo azul en dirección a Zedd. Instantáneamente, el mago levantó un reluciente escudo semejante al cristal. El rayo de Shota impactó en el escudo con estrépito de trueno y rebotó contra un enorme roble, cuyo tronco partió, levantando una lluvia de astillas. El árbol se desplomó con estruendo y el suelo tembló.

Zedd ya había levantado de nuevo las manos, y de sus dedos curvados brotó fuego mágico. El fuego hendió el aire con un alarido de furia.

—¡No! —gritó Richard.

La bola de fuego líquido bañó con una intensa luz azul y amarilla el área en penumbra.

¡Richard no podía permitirlo! ¡Shota era la única que podía decirles dónde hallar la caja! ¡Ella era su única oportunidad para detener a Rahl!

El fuego ululaba a medida que se expandía, avanzando directamente hacia Shota. Pero ésta permanecía inmóvil.

—¡No! —Richard desenvainó con gesto brusco la espada y se puso de un salto delante de la bruja. El joven sostuvo la espada horizontalmente, con una mano aferrando la empuñadura, y la otra la punta. Así, con la espada en alto y los brazos entrelazados, sujetaba la espada frente a él como si fuera un escudo.

La magia corría por todo su ser. La ira lo invadió. El fuego se le venía encima; su rugido resonaba en sus oídos. Richard volvió la cabeza, cerró los ojos, contuvo la respiración y apretó los dientes. Sabía que podía morir, pero no tenía elección. La bruja era su única oportunidad. No podía permitir que muriera.

El impacto lo hizo retroceder un paso, tambaleándose. El joven sintió el calor. Incluso con los ojos firmemente cerrados podía ver la luz. El fuego del mago aullaba, furioso, cuando chocó contra la espada y explotó alrededor de Richard.

Y, entonces, silencio. El Buscador abrió los ojos. El fuego mágico había desaparecido. Zedd no perdió el tiempo; ya estaba lanzando un puñado de polvo mágico, que centelleaba en el aire. Richard vio algo que se acercaba por su espalda; era polvo mágico que había lanzado la bruja. El polvo titilaba como cristales de hielo, apagó el centelleo del polvo de Zedd y envolvió al mago.

Zedd se quedó paralizado, inmóvil, con una mano levantada.

—¡Zedd!

No hubo respuesta. Richard giró sobre sus talones para encararse con la bruja. Ahora ya no era su madre. Shota llevaba un vaporoso y holgado vestido de gasa con multitud de tonos grises, cuyos pliegues ondeaban en la suave brisa. Tenía una abundante melena ondulada color caoba y un cutis perfecto. Sus ojos almendrados se iluminaron al posarse en el joven. Shota era tan hermosa como su palacio y el valle en el que se encontraban. Era tan atractiva que, de no ser por la cólera que sentía, Richard se hubiera quedado sin aliento.

—Mi héroe —dijo Shota con una voz que ya no era la de su madre, sino sedosa, clara y natural. Sus labios carnosos esbozaron una astuta sonrisa—. Era completamente innecesario, pero lo que importa es la intención. Estoy impresionada.

—¿Quién se supone que eres ahora? ¿Otra alucinación mía? ¿O eres la Shota real? —preguntó Richard, enfurecido. Era perfectamente consciente de la furia de la espada, pero decidió no envainarla.

—¿Es éste tu aspecto real? —remedó ella—. ¿O es algo que llevas temporalmente, con un propósito determinado?

—¿Cuál es el propósito de quien eres ahora?

Shota alzó las cejas.

—Pues complacerte, Richard. Nada más.

—¡Con una ilusión!

—No. —La bruja suavizó la voz—. Lo que ves no es ninguna ilusión, sino cómo me muestro a mí misma, al menos, casi siempre. Esto es real.

Haciendo caso omiso de su respuesta, Richard señaló con la espada hacia la elevación en el camino.

—¿Qué le has hecho a Zedd?

La bruja se encogió de hombros y apartó la vista, a la vez que sonreía con recato.

—Simplemente he impedido que me hiciera daño. Está perfectamente, de momento, al menos. —Cuando lo miró, sus ojos almendrados chispearon—. Lo mataré más tarde, cuando tú y yo hayamos hablado.

—¿Y Kahlan? —Richard aferró la espada con más fuerza.

La mirada de Shota se posó entonces en Kahlan, la cual permanecía quieta, lívida y con la boca temblando, sin perder de vista los movimientos de la bruja. Richard sabía que Kahlan temía a Shota mucho más que a las serpientes. La bruja frunció el entrecejo, pero cuando volvió a mirar a Richard ya sonreía de nuevo, coqueta.

—Es una mujer muy peligrosa. —En los ojos de la bruja centelleaba un conocimiento que nadie con los años que ella aparentaba podía tener—. Es más peligrosa incluso de lo que ella cree. Tengo que protegerme de ella. —Shota se encogió de hombros otra vez y, hábilmente, cogió el borde de uno de los vaporosos pliegues del vestido. Al hacerlo, el resto del vestido se quedó quieto, como si ya no soplara ni pizca de brisa—. Por eso tuve que inmovilizarla. Si se mueve, las serpientes la morderán. Pero, si se está quieta, no le harán nada. También a ella la mataré después —declaró la bruja tras un momento de reflexión. Su voz sonaba demasiado suave y amable para haber pronunciado aquellas palabras.

Richard sopesó la posibilidad de usar la espada para cortar la cabeza a la bruja. La cólera que sentía lo impulsaba a hacerlo. El joven imaginó la acción en su mente, esperando que Shota también la percibiera. Entonces, aplacó un poco su ira, aunque sin bajar la guardia.

—¿Y yo? ¿A mí no me temes?

—¿A un Buscador? —Shota lanzó una breve carcajada. Acto seguido se llevó los dedos a la boca, como para ocultar una sonrisa—. No, creo que no.

—Tal vez deberías —replicó Richard, conteniéndose a duras penas.

—Tal vez. Tal vez en una época normal. Pero ésta no es una época normal. ¿Por qué, si no, estarías tú aquí? ¿Para matarme? Acabas de salvarme. —Shota le dirigió una mirada que le decía que debería avergonzarse de haber dicho algo tan estúpido, tras lo cual dio una vuelta completa a su alrededor. Richard giró con ella, manteniendo la espada entre ambos, aunque a ella no parecía inquietarla—. Ésta es una época que exige extrañas alianzas, Richard. Sólo los fuertes son suficientemente sabios para darse cuenta. —La mujer se detuvo, se cruzó de brazos y lo examinó con una reflexiva sonrisa—. Mi héroe. Vaya, ni siquiera recuerdo la última vez que alguien quiso salvarme la vida. Ha sido un acto muy galante. De veras que sí. —Mientras hablaba, Shota se inclinó hacia él y le pasó un brazo alrededor de la cintura. Richard quería detenerla, pero, por alguna razón, no pudo.

—No te emociones demasiado. Tenía mis motivos. —Richard encontraba la espontánea manera de ser de la bruja irritante y, al mismo tiempo, irresistiblemente atractiva. Sabía que no tenía ninguna razón para sentirse atraído por ella. Shota acababa de declarar que iba a matar a dos de sus mejores amigos y, por el modo de comportarse de Kahlan, sabía que no era una simple fanfarronada. Y lo peor de todo era que tenía desenvainada la espada, es decir, que la cólera de la espada estaba desatada. El joven se dio cuenta de que la bruja había hechizado incluso la magia de la Espada de la Verdad. Se sentía como si se estuviera ahogando y, para su sorpresa, encontraba la experiencia placentera.

La sonrisa de la bruja se hizo más amplia y sus ojos almendrados chispearon.

—Como ya he dicho, sólo los fuertes son suficientemente sabios para darse cuenta. El mago no lo fue y trató de matarme. Ella tampoco es sabia, pues también lo intentaría. Solamente tú eres suficientemente sabio para ver que esta época exige una alianza como la nuestra.

Richard tuvo que esforzarse para mantener su indignación.

—Yo no formo ninguna alianza con aquellos que quieren matar a mis amigos.

—¿Aunque ellos traten de matarme primero? ¿No tengo derecho a defenderme? ¿Tengo que dejarme matar sólo porque sean tus amigos? Richard —añadió, sacudiendo la cabeza, ceñuda aunque con una sonrisa en los labios—, piensa en lo que dices. Míralo con mis ojos.

El joven pensó en ello, pero no dijo nada. La hechicera le ciñó cariñosamente la cintura.

—Pero has sido muy galante. Tú, mi héroe, has hecho algo verdaderamente excepcional: has arriesgado tu vida por mí, por una hechicera. Eso merece una recompensa. Te has ganado un deseo. Di lo que deseas, cualquier cosa, y te será concedido. —Shota agitó elegantemente en el aire la mano que tenía libre—. Cualquier cosa. Te doy mi palabra.

Richard fue a hablar, pero la bruja le puso suavemente un dedo sobre los labios. Su cálido cuerpo, que se sentía firme bajo el delgado vestido, se apretaba contra el del joven.

—No estropees la buena opinión que tengo de ti contestando demasiado rápido. Puedes tener lo que quieras. No malgastes el deseo. Reflexiona cuidadosamente antes de pedir. Es un deseo importante, que te concedo por una razón y, tal vez sea el más importante que tengas en toda tu vida. Si te precipitas, significaría la muerte.

Pese a la extraña atracción que sentía hacia Shota, Richard estaba furioso.

—No necesito reflexionar. Mi deseo es que no mates a mis amigos. Déjalos marchar sin hacerles ningún daño.

Shota suspiró.

—Me temo que eso complicaría las cosas.

—Oh. ¿Así que tu palabra no significa nada?

—Mi palabra lo significa todo —replicó ella con un punto de dureza, a la vez que le lanzaba una fría mirada de reproche—. Lo único que quiero es que sepas que, si te concedo ese deseo, las cosas se complicarán. Has venido aquí buscando la respuesta a una importante pregunta. Ahora puedes pedir un deseo. Pídeme que te dé esa respuesta y lo haré.

»¿Realmente quieres la vida de tus amigos? Pregúntate a ti mismo qué es más importante, cuántos más morirán si no cumples con tu obligación. —Shota volvió a oprimirle la cintura, y en su rostro se dibujó de nuevo su hermosa sonrisa—. Richard, la espada te está confundiendo. La magia interfiere en tu buen juicio. Guárdala y reflexiona de nuevo. Si eres sabio, harás caso a mi advertencia. No lo digo porque sí.

Richard, enojado, volvió a meter la Espada de la Verdad en su vaina para demostrar que ni así cambiaría de opinión. Entonces volvió la mirada hacia Zedd, que se encontraba paralizado; y luego a Kahlan, sobre la cual se retorcían las serpientes. Cuando sus miradas se encontraron, al joven le dio un vuelco el corazón. En los ojos de la mujer leyó lo que Kahlan quería que hiciera: quería que usara el deseo para hallar la caja. Richard le dio la espalda, incapaz de contemplar su tormento ni un minuto más, y, lleno de determinación, clavó los ojos en Shota.

—Ya he guardado la espada, Shota, y sigo pensando lo mismo. De todos modos, vas a contestar a mi pregunta. De que yo averigüe la respuesta también depende tu vida. Tú misma lo has admitido. No estoy malgastando mi deseo. Si lo usara para obtener una respuesta que de todos modos vas a darme, entonces malgastaría las vidas de mis amigos. ¡Te exijo que cumplas mi deseo!

Shota lo miró con unos ojos milenarios.

—Querido Richard —le dijo suavemente—, un Buscador necesita la ira, pero no dejes que ésta te impida pensar con prudencia. No juzgues precipitadamente unas acciones que no comprendes del todo. No todos los actos son lo que parecen; algunos pretenden salvarte.

La bruja volvió a posar una mano en un lado del rostro de Richard, en un gesto que al joven le recordó otra vez a su madre. La dulzura de Shota lo serenó y, de algún modo, también lo entristeció. En ese instante desapareció el temor que ella le inspiraba.

—Por favor, Shota —susurró Richard—. Ya he formulado mi deseo. Concédemelo.

—Te lo concedo, querido Richard —repuso la bruja en un triste susurro.

El joven se volvió hacia Kahlan y vio que seguía cubierta de serpientes.

—Shota, hiciste una promesa.

—Prometí que no la mataría y que podría marcharse. Cuando tú te vayas, ella será libre para marcharse contigo. Yo no pienso matarla. No obstante, sigue siendo una amenaza. Si permanece inmóvil, las serpientes no le harán ningún daño.

—Has dicho que Kahlan habría intentado matarte. No es cierto; ella me guiaba hacia ti para pedirte tu ayuda, lo mismo que yo. Aunque ella no te quisiera ningún mal, tú la matarías. ¡Y ahora le haces esto!

—Richard, tú has venido a mí pensando que soy malvada, ¿verdad? —dijo Shota, llevándose reflexivamente un dedo al mentón—. Tú no sabías nada de mí, pero viniste dispuesto a hacerme daño basándote en lo que te habías imaginado. Crees lo que has oído a otros. —La voz de la hechicera no reflejaba ninguna maldad—. Las personas celosas o que tienen miedo suelen hablar mal de los demás. También dicen que usar fuego está mal y que los que lo usan son malvados. ¿Es cierto porque ellas lo digan? Algunos dicen que el viejo mago es malvado y que, por su culpa, está muriendo gente. ¿Es acaso cierto? Alguna gente barro dice que tú llevaste la muerte a su aldea. ¿Es cierto porque algunos idiotas lo digan?

—¿Qué tipo de persona fingiría ser mi madre muerta? —preguntó Richard amargamente.

—¿Es que no querías a tu madre? —preguntó a su vez Shota. La bruja parecía realmente dolida.

—Claro que sí.

—¿Qué mejor regalo podrías recibir que devolverte a alguien querido que ha muerto? ¿No te alegró ver de nuevo a tu madre? ¿Te pedí algo a cambio? ¿Te exigí que me pagaras? Yo te di algo hermoso y puro, un recuerdo vivo del amor hacia tu madre, por lo cual he tenido que pagar un precio que ni te imaginas, ¿y tú crees que ha sido algo perverso? ¿Y en pago, querrías cortarme la cabeza con tu espada?

Richard tragó con fuerza, pero no respondió. De pronto, le sobrevino una inesperada sensación de vergüenza que le hizo apartar la mirada.

—¿Tan envenenada está tu mente con las palabras de otros, con sus miedos? Todo lo que pido es que se me juzgue por mis actos, que se me vea como lo que soy, no por lo que otros digan de mí. Richard, no seas un soldado de ese silencioso ejército de necios.

Richard se quedó sin habla al oír cómo Shota le decía lo que él mismo pensaba.

—Mira a tu alrededor —continuó la hechicera, abarcando el entorno con un gesto de la mano—. ¿Es éste un lugar de fealdad? ¿De maldad?

—Es lo más bonito que he visto en mi vida —admitió Richard en voz baja—. Pero esto no demuestra nada. ¿Y qué me dices de aquel lugar? —preguntó, señalando con el mentón el tenebroso bosque que dominaba el valle.

—Es algo así como mi foso —respondió Shota con una sonrisa de orgullo, tras echar una fugaz mirada en la dirección que señalaba Richard—. Mantiene alejados a los necios que tratarían de hacerme daño.

El joven se reservó la pregunta más difícil para el final.

—¿Y qué hay de él? —inquirió, a la vez que miraba hacia las sombras, donde Samuel observaba, sentado, con sus relucientes ojos amarillos.

La bruja sostuvo la mirada de Richard mientras llamaba a Compañero con una voz preñada de pesar:

—Samuel, ven aquí.

La asquerosa criatura se apresuró a salvar la distancia que la separaba de su ama, corriendo por la hierba. Al llegar junto a Shota, se pegó a ella, emitiendo un extraño gorgoteo gutural. Los ojos de Samuel se clavaron en la Espada de la Verdad y ya no se movieron. Shota bajó una mano y acarició cariñosamente la cabeza gris de Samuel, a la vez que lanzaba a Richard una cálida y valiente sonrisa.

—Supongo que se impone una presentación en toda regla. Richard, te presento a Samuel, tu predecesor, el antiguo Buscador.

Richard se quedó mirando a Compañero con unos ojos como platos, incapaz de pronunciar palabra.

—¡Mi espada! ¡Dame! —Samuel extendió los brazos, pero Shota pronunció su nombre en tono admonitorio, sin apartar la mirada de Richard. Instantáneamente, la pequeña criatura retrajo los brazos y se volvió a acurrucar contra la cadera de la hechicera—. Mi espada —protestó quedamente.

—¿Por qué tiene ese aspecto? —preguntó Richard cautelosamente, asustado de la respuesta.

—Realmente no lo sabes, ¿verdad? —Shota enarcó una ceja mientras estudiaba la faz del joven. Su triste sonrisa regresó—. La magia. ¿Es que el mago no te avisó?

Richard negó con la cabeza, incapaz de proferir palabra. Sentía la lengua pegada al paladar.

—Bueno, pues te sugiero que tengas una pequeña charla con él.

—¿Quieres decir que la magia va a hacerme eso? —preguntó el joven, apenas capaz de hablar.

—Lo siento, Richard. No puedo responderte. —Shota lanzó un profundo suspiro—. Una de mis habilidades es la capacidad de ver el fluir del tiempo, cómo los hechos fluyen hacia el futuro. Pero no puedo ver la magia de un mago; soy ciega ante ese tipo de magia. No puedo ver cómo evolucionará.

»Samuel fue el último Buscador. Vino aquí hace muchos años, buscando desesperadamente ayuda. Pero yo no pude hacer nada por él, aparte de apiadarme de él. Un día, el mago se presentó de repente para llevarse la espada. —La hechicera alzó una ceja—. Fue una experiencia muy desagradable, para ambos. Me temo que no siento ninguna simpatía hacia el viejo mago. —La hechicera suavizó el gesto para añadir—: Samuel sigue creyendo que la Espada de la Verdad es suya. Pero yo sé que no es cierto. Los magos han sido los custodios de la espada a lo largo de los tiempos, y en eso reside su magia. Los Buscadores únicamente son sus usufructuarios durante un tiempo.

Richard recordó que Zedd le había contado que el Buscador precedente se había enredado con una bruja, por lo que había tenido que quitarle la espada. Aquél era el Buscador y aquélla la bruja. Kahlan se equivocaba. Había al menos un mago que osaba ir a las Fuentes del Agaden.

—Quizás ocurrió porque no era un verdadero Buscador. —Richard trataba de tranquilizarse a sí mismo. Aún notaba la lengua pegada al paladar.

—Es posible —concedió Shota, aunque su expresión era cautelosa—. Pero en verdad no lo sé.

—Tiene que ser eso —susurró el joven—. Tiene que serlo. Si no, Zedd me hubiera avisado. Es amigo mío.

—Richard, hay cosas más importantes en juego que la amistad —lo corrigió la hechicera con gesto grave—. Zedd lo sabe, y tú también. Después de todo, tú mismo pusiste esas cosas por delante de su vida cuando tuviste que elegir.

Richard alzó la mirada hacia Zedd. Cómo ansiaba poder hablar con él. Lo necesitaba tanto… ¿Era cierto que había antepuesto la caja a la vida de Zedd tan fácilmente, sin pensárselo dos veces?

—Shota, me lo prometiste.

La bruja escrutó su rostro por un instante.

—Lo siento, Richard. —Con estas palabras agitó una mano en el aire en dirección a Zedd, y el mago se desvaneció—. No era más que una pequeña ilusión. Una prueba. No era realmente el viejo mago.

Richard pensó que debería sentirse enfadado, pero no era así. Solamente se sentía un poco dolido por el engaño y al mismo tiempo triste porque Zedd no estuviera allí, con él. Entonces, una oleada de gélido temor recorrió su cuerpo, poniéndole de nuevo la carne de gallina.

—¿Es ésa realmente Kahlan? ¿O ya la has matado y ahora me ofreces sólo una imagen, otro truco? ¿Es otra prueba?

El pecho de Shota se hinchó al inspirar profundamente y volvió a descender cuando lanzó un suspiro.

—Me temo que es muy real. Ése es el problema.

La hechicera se colgó del brazo de Richard y lo condujo frente a Kahlan. Samuel los siguió y se detuvo junto a ellos. Tenía unos brazos tan largos que, de pie como estaba, se entretenía dibujando líneas y círculos con los dedos en la tierra del camino. Sus ojos amarillos se posaban alternativamente en Shota y en Richard.

La bruja se quedó mirando a Kahlan un momento, al parecer ensimismada en sus pensamientos, como si se encontrara ante un dilema. Richard sólo quería que le quitara las serpientes de encima. Pese a las palabras de ayuda y amistad que había pronunciado la hechicera, Kahlan seguía aterrorizada, y no precisamente por las serpientes. Era a Shota a quien seguían sus ojos, tal como la mirada de un animal en una trampa seguiría al cazador.

—Richard, ¿serías capaz de matarla si fuera necesario? —preguntó Shota, sosteniendo la mirada de Kahlan—. ¿Tendrías el coraje de matarla si amenazara el éxito de tu misión? ¿Si pusiera en peligro las vidas de todos los demás? Dime la verdad.

A pesar del tono empleado por Shota, un tono que desarmaba, sus palabras se clavaron en Richard como una daga de hielo. El joven miró primero los ojos desorbitados de Kahlan y luego a la mujer que tenía al lado.

—Kahlan es mi guía. La necesito —dijo, tratando de no mostrar ninguna emoción.

Entonces sintió la penetrante mirada de esos ojos almendrados.

—No es eso lo que te he preguntado, Buscador.

Richard guardó silencio, a la vez que procuraba mantener una cara impasible.

—Ya me lo imaginaba —comentó Shota con una sonrisa de pesar—. Por eso has cometido un error al formular tu deseo.

—No he cometido ningún error —protestó Richard—. ¡Si no lo hubiera usado de ese modo, la habrías matado!

—Sí —confesó Shota gravemente—. Lo hubiera hecho. La imagen de Zedd era una prueba. Pasaste la prueba y, como recompensa, te concedí un deseo. No fue para darte algo sino para ahorrarte un acto oneroso, porque te falta el coraje necesario para hacerlo tú mismo. Ésa era la segunda prueba, que no has superado. No obstante, te di mi palabra y debo concederte tu deseo, aunque sea un error. Debiste haberme pedido que matara a la mujer por ti.

—¡Estás loca! ¡Primero tratas de convencerme de que no eres malvada y que debo juzgarte por tus acciones, y ahora te revelas como eres en realidad al decirme que he cometido un error al no permitirte que mataras a Kahlan! ¡Y para qué! ¿Por qué intuyes una amenaza? Ella no ha hecho nada para amenazarte y nunca lo haría. Lo único que quiere Kahlan es detener a Rahl el Oscuro. ¡Lo mismo que tú!

Shota escuchó pacientemente todo lo que Richard tenía que decir. Nuevamente asomó a sus ojos aquella mirada intemporal.

—¿Me estabas escuchando cuando he dicho que no todos los actos son lo que parecen? ¿Que algunos pretenden salvarte? Una vez más te precipitas en tus juicios, pues no conoces todos los hechos.

—Kahlan es amiga mía. Éste es el único hecho que importa.

Shota respiró hondo como si tratara de armarse de paciencia para enseñar algo a un niño. Su expresión hizo a Richard sentirse estúpido.

—Richard, escúchame. Rahl el Oscuro ha puesto en juego las cajas del Destino. Si tiene éxito, no habrá nadie con el poder suficiente para plantarle cara. Jamás. Muchas personas morirán. Tú, y también yo. Me conviene ayudarte porque tú eres el único que puede detenerlo. Cómo o por qué, no lo sé, pero veo cómo fluye en ti el poder. Tú eres el único capaz de conseguirlo.

»Pero eso no significa que vayas a vencer, sino solamente que tienes una oportunidad. No importa lo pequeña que sea; está en tu interior. También debes saber que existen fuerzas que podrían vencerte antes de que pudieras culminar tu intento. El viejo mago no posee el poder para detener a Rahl, pero yo puedo ayudarte. Eso es todo lo que quiero hacer porque, ayudándote a ti, me ayudo a mí misma. No quiero morir. Si Rahl gana, estoy perdida.

—Todo eso ya lo sé. Por eso dije que no necesitaba usar el deseo para que me contestaras a la pregunta.

—Pero yo sé otras cosas que tú no sabes, Richard.

La hermosa cara de la hechicera lo estudió con una tristeza que dolía en el alma. Sus ojos poseían el mismo fuego que los de Kahlan: el fuego de la inteligencia. Richard se dio cuenta de que, en su interior, Shota sentía la necesidad de ayudarlo y, de pronto, temió lo que la bruja pudiera saber porque era consciente de que, dijese lo que dijera, sus palabras no estarían dictadas por el deseo de hacerle daño. Serían la verdad. Richard vio que Samuel contemplaba la espada y cayó en la cuenta de que él mismo apoyaba la mano izquierda en la empuñadura, aferrándola con tanta fuerza que sentía cómo las letras de la palabra Verdad se le clavaban en la palma.

—Shota, ¿qué es lo que sabes?

—Empecemos por lo más fácil. —La bruja suspiró—. ¿Recuerdas cómo detuviste el fuego mágico con la espada? Pues debes practicar el movimiento. Te puse esa prueba por una razón; Zedd usará el fuego mágico contra ti. Pero, la próxima vez, irá en serio. El fluir del tiempo no dice quién vencerá, sólo que tienes una oportunidad de ganarlo.

Richard abrió mucho los ojos.

—Eso no puede ser verdad…

—Tan verdad como un colmillo entregado por un padre para demostrar algo al custodio del libro, para demostrarle cómo fue conseguido —replicó la hechicera.

Richard se estremeció hasta el tuétano de los huesos.

—Y no, no sé quién es el custodio. —La mirada de la bruja se grabó a fuego en los ojos del joven—. Tendrás que averiguarlo tú mismo.

Richard apenas podía respirar y tuvo que forzarse a hacer la siguiente pregunta.

—Si ésa era la parte fácil, ¿cuál es la difícil?

Una cascada de cabello caoba cayó sobre un hombro de la mujer cuando apartó la mirada del joven para fijarla en Kahlan, aún inmóvil mientras las serpientes reptaban encima de su cuerpo.

—Sé quién es y por qué representa una amenaza para mí. —Shota enmudeció y se volvió hacia él—. Es evidente que tú no sabes qué es ella, o no estarías con ella. Kahlan posee un poder, un poder mágico.

—Eso ya lo sé —repuso Richard cautamente.

—Richard —dijo Shota, tratando de encontrar las palabras para explicarle algo que le costaba—. Yo soy una bruja y, como ya he dicho, uno de mis poderes es la capacidad de ver cosas que pasarán. Ésta es una de las razones por la que los necios me temen. —La hechicera acercó su rostro al de Richard, turbándolo. Su aliento olía a rosas—. Por favor, Richard, no seas tú uno de esos necios; no me temas por cosas sobre las que no tengo ningún control. Soy capaz de ver lo que pasará, pero yo no hago que suceda. El hecho de que vea esas cosas no significa que me gusten. Únicamente podemos cambiar el futuro mediante acciones en el presente. Demuestra que eres sabio y usa la verdad a tu favor; no clames contra ella.

—¿Y qué verdad ves, Shota? —susurró el joven.

Los ojos de la bruja lo miraron con una intensidad que lo dejaron sin aliento. La voz sonó tan cortante como una daga.

—Kahlan posee un poder y, si no muere, lo usará contra ti. —La hechicera examinaba atentamente los ojos de Richard mientras hablaba—. No hay ninguna duda. La Espada de la Verdad puede protegerte del fuego mágico, pero no de ella.

Las palabras de Shota se hundieron en el corazón del joven como un puñal.

—¡No! —musitó Kahlan. Ambos la miraron. El rostro de Kahlan se veía contraído por el dolor que le habían causado esas palabras—. ¡Yo nunca lo haría! Te lo juro, Shota, yo nunca le haría daño.

Las lágrimas le corrían por las mejillas. La hechicera dio un paso hacia ella y metió una mano entre las serpientes para acariciarle la cara y consolarla.

—Si no mueres, muchacha, me temo que lo harás. —Con el pulgar secó una lágrima de Kahlan—. Ya estuviste muy cerca, una vez —añadió, con voz sorprendentemente compasiva—. Te faltó muy poco. Estoy en lo cierto, ¿verdad? Díselo. Dile que digo la verdad.

Los ojos de Kahlan buscaron instantáneamente a Richard. Éste se sumergió en las profundidades de aquellos ojos verdes y recordó las tres veces que lo había tocado cuando él sostenía la espada, y cómo, debido al contacto, la magia de la espada le había lanzado un aviso. La última vez, en la aldea de la gente barro, cuando las sombras habían atacado, la reacción de la magia había sido tan fuerte que estuvo a punto de atravesar a Kahlan antes de darse cuenta de quién era. Kahlan arrugó la frente y achinó los ojos para eludir su mirada. Entonces se mordió el labio inferior y se le escapó un leve gemido.

—¿Es cierto? —preguntó Richard en un susurro, con el corazón en un puño—. ¿Has estado a punto de usar tu poder contra mí como afirma Shota?

Kahlan palideció y lanzó un fuerte lamento. Entonces cerró los ojos y suplicó a la bruja entre sollozos:

—Por favor, mátame, Debes hacerlo. He jurado proteger a Richard y ayudarlo a detener a Rahl. Por favor. Es la única manera. Debes matarme.

—No puedo —susurró Shota—. Le he concedido un deseo, un deseo estúpido.

Richard apenas podía soportar el dolor de ver a Kahlan, suplicando que la mataran. Sentía una opresión tal en la garganta que apenas podía respirar.

De pronto, Kahlan lanzó un grito y alzó bruscamente los brazos para que las serpientes la mordieran. Richard se abalanzó sobre ellas, pero éstas habían desaparecido. Kahlan tenía los brazos extendidos y buscaba las serpientes.

—Lo siento, Kahlan. Si dejara que te mordieran, incumpliría mi promesa.

Kahlan cayó de rodillas y, hundiendo los dedos en la tierra, lloró con el rostro pegado al suelo.

—Perdóname, Richard —sollozó. Con los puños agarró matas de hierba y luego los pantalones del joven—. Por favor, Richard, he jurado protegerte. Ya han muerto tantos… Coge la espada y mátame. Te lo suplico, Richard, mátame.

—Kahlan… yo nunca podría… —El Buscador no pudo decir más.

—Richard —intervino entonces Shota, también ella al borde de las lágrimas—, si Kahlan no muere antes de que Rahl abra las cajas, usará su poder contra ti. No hay ninguna duda. Ninguna. Si vive, nada cambiará eso. Te he concedido un deseo y no puedo matarla. Así pues, debes hacerlo tú.

—¡No! —gritó él.

Kahlan volvió a lanzar gemidos de angustia y sacó su cuchillo. Ya iba a clavárselo cuando Richard le aferró la muñeca.

—Por favor, Richard —suplicó Kahlan, cayendo contra él—, no lo entiendes. Tengo que hacerlo. Si no muero, seré la responsable de lo que haga Rahl. Seré responsable de todo lo que ocurra.

Richard tiró de ella de la muñeca para que se levantara y la sostuvo con un brazo, mientras ella lloraba en su hombro. El joven mantenía el brazo de Kahlan a su espalda, para que no pudiera hacerse daño con el cuchillo. Entonces fulminó con la mirada a Shota, la cual contemplaba la escena sin intervenir. ¿Había algo de verdad en las palabras de la bruja? ¿Era posible? El joven deseó haber hecho caso a Kahlan cuando trató de disuadirlo de que fueran a las Fuentes del Agaden.

Al darse cuenta, por el modo como lloraba Kahlan, de que le estaba haciendo daño, Richard aflojó la presión sobre el brazo de la mujer. Le cruzó por la mente la pregunta de si debería permitir que se matara. La mano del Buscador empezó a temblar.

—Por favor, Richard —dijo Shota con lágrimas en los ojos—, ódiame si quieres por lo que soy, pero no me odies por decirte la verdad.

—¡La verdad tal como tú la ves, Shota! Pero quizás ésta no sea la verdad que será. No pienso matar a Kahlan porque tú lo digas.

La hechicera asintió tristemente y lo miró con ojos llorosos.

—La reina Milena tiene la última caja del Destino —musitó—. Pero escucha mi aviso: no la conservará por mucho tiempo. Ésta es la verdad que yo veo; créela si quieres. Samuel —dijo, dirigiéndose amablemente a su compañero—, guíalos fuera de las Fuentes del Agaden. No les quites nada que no te pertenezca. Me enfadaría mucho si lo hicieras. Y eso incluye la Espada de la Verdad.

Richard vio una lágrima que rodaba por la mejilla de la hechicera cuando ésta se volvió, sin mirarlo, y empezó a alejarse por el camino. Entonces se detuvo y permaneció inmóvil un momento. Su hermoso cabello caoba le caía por los hombros hasta media espalda. La bruja alzó la cabeza y dijo, sin darse la vuelta, y con voz preñada de emoción:

—Cuando todo esto acabe, y si tienes éxito…, no regreses nunca aquí. Si lo haces…, te mataré.

Con estas palabras se alejó en dirección a su palacio.

—Shota —repuso él con un susurro—, lo siento.

Ella no se detuvo ni se volvió, continuó caminando.

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