36

Kahlan se volvió expectante cuando Richard apartó bruscamente una rama para entrar en el interior del pino. Una vez dentro, se dejó caer delante del fuego, atrajo hacia sí su mochila y empezó a meter sus cosas en ella sin ningún cuidado.

—¿Y bien?

—He encontrado sus huellas, hacia el oeste, por donde vino —contestó Richard, lanzando a la mujer una mirada de enojo—. Van a dar al sendero, a unos pocos cientos de metros de aquí. Hace horas que se ha marchado. Salió por ahí —añadió, señalando el suelo de la parte posterior del pino—. He rastreado a hombres que no querían ser hallados y sus rastros eran más claros. La niña anda por encima de raíces, rocas y, además, es tan ligera que no deja huellas donde otros lo harían. ¿Te fijaste en sus brazos?

—Tenía magulladuras causadas por una vara.

—No, yo me refería a los arañazos.

—No vi ninguno.

—Exactamente. Tenía abrojos enganchados en el vestido, lo que indica que había atravesado zarzales, pero no presentaba arañazos en los brazos. Tiene la piel tan delicada que procura evitar rozar cosas. Un adulto se limitaría a abrirse paso y dejaría tras de sí un rastro de ramitas dobladas o rotas. Pero ella casi nunca toca nada. Deberías ver el rastro que he dejado yo siguiendo el suyo a través de los matorrales; incluso un ciego podría seguirlo. Pero ella se mueve por la maleza como una ráfaga de aire. Incluso en el sendero me costó mucho localizar sus huellas. Al ir descalza, evita pisar agua o barro, porque le da frío en los pies, de modo que pisa donde está seco, o sea, donde no deja huellas.

—Debería haberla visto irse.

Richard se dio cuenta de que Kahlan creía que él le echaba la culpa y lanzó un suspiro de exasperación.

—No es culpa tuya, Kahlan —le dijo—. Aunque hubiese sido yo quien montaba guardia, tampoco la habría visto marcharse. No quería que la viéramos. Es una niña muy lista.

—Pero podrás seguir el rastro, ¿verdad? —replicó la mujer, a quien las palabras de su compañero no consolaban en absoluto.

—Sí —contestó éste, mirándola de soslayo—. He encontrado esto en el bolsillo de mi camisa, junto al corazón. —El joven se llevó una mano al pecho y sacó el mechón de cabellos de Rachel atados con el tallo de planta—. Me lo ha dejado como recuerdo —comentó, retorciendo el mechón entre los dedos.

—Es culpa mía —declaró Kahlan, con rostro ceniciento. Con estas palabras salió del pino. Richard trató de detenerla, agarrándola del brazo, pero ella se desasió.

Richard dejó la mochila a un lado y la siguió. Kahlan estaba fuera, con los brazos cruzados bajo los pechos y dándole la espalda. Tenía la mirada fija en el bosque.

—Kahlan, no es culpa tuya.

—Sí lo es. Ha sido mi pelo. ¿No viste el miedo en sus ojos cuando lo miraba? He visto ese mismo miedo miles de veces. ¿Tienes idea de lo que es asustar a la gente, incluso a los niños, siempre? —Richard no contestó—. Richard, córtame el pelo.

—¿Qué?

—Por favor, córtame el pelo —repitió Kahlan, mirándolo con expresión suplicante.

El joven percibió el dolor que reflejaban sus ojos.

—¿Por qué no te lo cortas tú misma?

—Porque no puedo —respondió Kahlan, dándole de nuevo la espalda—. La magia impide a una Confesora que se corte ella misma el pelo. Cuando lo intenta, siente un dolor tan intenso que no puede continuar.

—¿Cómo es posible?

—¿Recuerdas el dolor que te causó la magia de la espada cuando mataste con ella por primera vez? Es el mismo tipo de dolor. Me haría perder el sentido antes de poder cortarme el pelo. Lo he intentado sólo una vez. Todas las Confesoras lo intentan una vez. Pero sólo una. Cuando el pelo crece demasiado, otra persona tiene que cortárnoslo un poco, pero nadie osaría cortarlo por completo. ¿Lo harás por mí? —le preguntó, mirándolo a los ojos—. ¿Me cortarás el pelo?

Richard esquivó la mirada de la mujer para posar los ojos en el cielo azul grisáceo, que empezaba a iluminarse. Trataba de comprender qué sentía él y qué debía de estar sintiendo ella. Había tantas cosas que aún desconocía de Kahlan. Su vida, su mundo, eran un misterio para él. En el pasado lo había querido saber todo de ella, pero ahora era consciente de que eso era imposible; entre ellos se abría un abismo de magia. De magia que parecía hecha adrede para mantenerlos alejados.

—No —contestó al fin, volviéndose hacia ella.

—¿Puedo saber por qué?

—Porque te respeto por lo que eres. La Kahlan que conozco no querría engañar a los demás tratando de fingir que es menos de lo que es. Podrías engañar a unas cuantas personas, pero nada cambiaría. Tú eres quien eres: la Madre Confesora. Sólo podemos ser quienes somos, ni más ni menos. —Aquí sonrió—. Así me lo dijo una vez una mujer muy sabia, una amiga mía.

—Cualquier hombre estaría encantado de cortar el pelo a una Confesora.

—Pues yo no. Yo soy tu amigo.

Kahlan hizo un gesto de asentimiento. Todavía tenía los brazos cruzados sobre el estómago.

—Debe de tener frío —comentó—. Ni siquiera se ha llevado una manta.

—Ni comida, aparte del pan que, por alguna razón, prefiere no tocar aunque se esté muriendo de hambre.

—Comió más que tú y yo juntos —dijo ella, sonriendo al fin—. Al menos, tiene la barriga llena. Richard, cuando llegue al Molino de Horner…

—No se dirige al Molino de Horner.

—Pero allí es donde vive su abuela.

El joven negó con la cabeza.

—No tiene ninguna abuela. Cuando dijo que su abuela vivía en el Molino de Horner, y yo le dije que no podía ir allí, ni siquiera parpadeó. Simplemente dijo que iría a otro lugar. No le dio ninguna importancia, no preguntó sobre su abuela ni protestó. Está huyendo de algo.

—¿Huyendo? Tal vez de quien le ha hecho esas magulladuras en los brazos.

—Y también en la espalda. Cada vez que con la mano le rozaba una, se estremecía, pero no decía nada. Deseaba tanto que alguien la abrazara… —Kahlan frunció la frente, preocupada—. Yo diría que está huyendo de quien le cortó el pelo a trasquilones.

—¿El pelo?

—Sí. Era como una especie de marca, tal vez de propiedad. Quien corta el pelo a otra persona de ese modo pretende enviar un mensaje. Especialmente en la Tierra Central, donde todo el mundo presta mucha atención a la longitud del cabello. Era deliberado, un mensaje de que alguien ejercía poder sobre ella. Por eso se lo arreglé, para librarla de esa marca.

Kahlan se quedó con la mirada perdida.

—Por eso se alegró tanto de que se lo cortaras igualado —musitó.

—Pero presiento que hay algo más; no está huyendo simplemente. Rachel miente con más naturalidad que un fullero, con la naturalidad de alguien que tiene un motivo muy poderoso.

—¿Por ejemplo? —Los ojos de Kahlan volvieron a posarse en el joven.

—No lo sé. —Richard suspiró—. Pero tiene algo que ver con ese pan.

—¿El pan? ¿Lo crees de verdad?

—No tenía zapatos, ni capa, nada, excepto la muñeca. La muñeca es su posesión más preciada y, no obstante, nos dejó tocarla. Pero no permitió que nos acercáramos al pan. Yo no sé mucho acerca de la magia en la Tierra Central, pero allí de donde vengo una niña no valora más un pan que una muñeca, y no creo que aquí las cosas sean muy distintas. ¿Te fijaste en la expresión de sus ojos cuando trataste de coger el pan y ella te lo impidió? Si hubiese tenido un cuchillo, y tú no hubieras cedido, lo habría usado contra ti.

—Richard, no creerás eso realmente de una niña —lo reprendió la mujer—. Es imposible que dé tanta importancia a un pan.

—¿No? Tú misma has dicho que comió tanto como nosotros dos juntos. Incluso se me ocurrió la idea de que estuviera emparentada con Zedd. Explícame por qué, si estaba medio muerta de hambre, ni siquiera habría mordisqueado el pan. No —prosiguió, meneando la cabeza—, aquí pasa algo, y ese pan es la clave.

—¿La seguimos o no? —inquirió Kahlan, dando un paso hacia él.

Richard sintió el peso del colmillo contra el pecho. Entonces inspiró profundamente y soltó el aire muy poco a poco.

—No. Tal como Zedd suele decir, no hay nada sencillo. No podemos permitirnos ir tras una chiquilla para solucionar el enigma de un pan, mientras Rahl persigue la caja.

Kahlan tomó una mano del joven entre las suyas y la miró, diciéndole:

—Odio lo que Rahl el Oscuro nos está haciendo, cómo nos hace más duros. Esa niña se ganó nuestro cariño muy rápidamente —añadió, apretándole la mano.

Richard la abrazó con un solo brazo.

—Es cierto. Es una niña muy especial. Espero que encuentre lo que busca y que no le pase nada. —Dicho esto, soltó a Kahlan y se encaminó al pino hueco para recoger sus cosas—. Vámonos ya.

Ni uno ni el otro querían pensar en cómo se sentían por abandonar a Rachel a su suerte, condenándola a enfrentarse en solitario a peligros de los que la pequeña nada sabía y contra los que nada podía. Así pues, ambos se propusieron recorrer la mayor distancia en el menor tiempo posible. La luz del día les fue mostrando una extensión, en apariencia interminable, de escarpado bosque. Con el esfuerzo no notaban el frío.

Richard se alegraba cada vez que veía una telaraña que cruzaba la trocha; ahora las arañas eran para él como sus guardianas. En sus días de guía, siempre le había molestado mucho sentir su cosquilleo en el rostro, pero ahora, cada vez que se topaban con una, le daba las gracias mentalmente.

Cerca del mediodía hicieron un alto sobre las rocas de un gélido arroyo, bañadas por los rayos del sol. Richard se echó agua helada a la cara, tratando de recuperar un poco de energía. Ya estaba cansado. El almuerzo fue frío y lo comieron a toda prisa. Aún masticaban los últimos bocados cuando ya se limpiaban las manos, frotándolas contra los pantalones, y abandonaban de un brinco la roca plana y de color rosa.

Por mucho que tratara de quitarse de la mente a Rachel, Richard no podía evitar fruncir el entrecejo de inquietud. El joven se fijó que Kahlan también lo hacía de vez en cuando, cuando se volvía y escrutaba los lados de la trocha. Una vez Richard le preguntó si habían tomado la decisión correcta. No tuvo necesidad de decirle a qué decisión se refería. Ella le preguntó a su vez cuánto tiempo les hubiera llevado alcanzar a la niña. «Aproximadamente dos días —contestó Richard—, si todo hubiera ido bien: al menos uno para alcanzarla y otro para volver». Kahlan le dijo que dos días eran más de lo que podían permitirse perder. Richard se sintió más tranquilo al oírselo decir.

Al caer de la tarde, el sol desapareció detrás de un lejano pico de una de las montañas Rang’Shada. Los colores del bosque se apagaron y suavizaron, el viento se calmó y la quietud se apoderó del paisaje. Por fin Richard pudo apartar de sus pensamientos a Rachel y concentrarse en qué harían cuando llegaran a Tamarang.

—Kahlan, Zedd nos dijo que debíamos mantenernos alejados de Rahl el Oscuro, que no tenemos poder contra él y que no podríamos defendernos.

—Sí, eso dijo —convino la mujer, lanzándole una breve mirada por encima del hombro.

—Bueno —prosiguió Richard con el ceño fruncido—. Shota nos dijo que la reina no conservaría la caja por mucho tiempo.

—Tal vez quiso decir que nosotros la conseguiríamos pronto.

—No, quería avisarnos de que debemos darnos prisa. ¿Y si Rahl el Oscuro ya está allí?

Kahlan redujo el paso y se puso a andar a su lado.

—¿Y qué si está? No hay otro modo. Nada va a impedirme ir a Tamarang. ¿Prefieres quedarte atrás y esperarme?

—¡Claro que no! Lo único que digo es que debemos ser muy conscientes de qué podemos encontrar allí; quizás a Rahl el Oscuro.

—Créeme, Richard, he dado muchas vueltas a esa posibilidad.

Richard caminó al lado de la mujer en silencio durante un minuto. Finalmente, preguntó:

—¿Y a qué conclusión has llegado? ¿Qué haremos si se nos ha adelantado?

—Si Rahl el Oscuro está en Tamarang y nosotros vamos allí, lo más probable es que nos mate. —Kahlan habló con la vista fija al frente.

Richard perdió el paso. Kahlan no lo esperó, sino que siguió caminando.

A medida que el bosque oscurecía, las pocas nubes que empañaban el cielo se tiñeron de rojo, como moribundos rescoldos de la hoguera del día. La trocha seguía ahora el río Callisidrin, acercándose a veces tanto a la orilla, que ambos viajeros podían ver sus aguas lodosas. Y, cuando no, las oían. Richard no había visto ni un solo pino hueco durante toda la tarde. Y ahora, por mucho que se fijara en las copas de los árboles, no vislumbraba ninguno. A medida que fue anocheciendo fue perdiendo la esperanza de hallar uno antes de que cayera la noche, por lo que empezó a buscar otro refugio. A cierta distancia de la trocha divisó una hendidura en la roca, en la base de una elevación. Estaba rodeada por árboles que la resguardaban, y, pese a la ausencia de techumbre, a Richard le pareció un buen lugar para pasar la noche.

La luna ya iluminaba el cielo cuando Kahlan empezó a preparar un estofado. En un golpe de suerte que le sorprendió a él mismo, Richard cazó dos conejos antes de lo que esperaba y pudo agregarlos a la cazuela.

—Creo que tenemos suficiente para saciar el hambre de Zedd.

Como conjurado por la mención de su nombre, el anciano penetró en el círculo de luz y se detuvo al otro lado del fuego, con las manos en jarras. Tenía el pelo blanco alborotado y las ropas casi hechas jirones.

—¡Me muero de hambre! —dijo a modo de saludo—. ¿Comemos ya?

Richard y Kahlan parpadearon, abriendo mucho los ojos, y se pusieron de pie. El anciano también parpadeó cuando Richard desenvainó la espada. Un segundo más tarde la punta del acero apuntaba las costillas de Zedd.

—¿A qué viene esto? —preguntó el mago.

—Atrás —ordenó el joven. Ambos, separados por la espada, retrocedieron hacia los árboles. Richard lo escrutó atentamente.

—¿Te importa que te pregunte qué cuernos estás haciendo, hijo?

—Una vez ya me llamaste y otra vez te vi, pero ninguna de esas veces eras tú. A la tercera va la vencida: ya no me engañas. —Entonces vio lo que buscaba—. Anda hacia allí, entre esos dos árboles —ordenó, señalando con el mentón en la dirección adecuada.

—¡Ni hablar! —protestó el anciano—. ¡Guarda la espada, hijo!

—Haz lo que te digo o te ensarto con la espada —lo amenazó Richard, apretando los dientes.

El anciano alzó los codos por la sorpresa y, acto seguido, se arremangó la túnica para avanzar por la maleza. Iba mascullando para sí mientras Richard lo pinchaba con la espada. Únicamente miró una vez hacia atrás y, muy brevemente, hasta ponerse entre los árboles. El joven observó cómo la telaraña se rompía. Sus labios esbozaron una amplia sonrisa.

—¡Zedd! ¿Eres tú de verdad?

—El mismo que viste y calza, hijo —repuso el anciano con las manos en jarras y mirando al joven con un solo ojo.

Richard envainó el arma y dio tal abrazo a su viejo amigo que casi lo aplasta.

—¡Oh, Zedd! ¡Me alegro tanto de verte!

Zedd agitó los brazos, tratando de respirar. Richard lo soltó, lo miró a los ojos con una gran sonrisa y volvió a abrazarlo con fuerza.

—No quiero ni pensar en lo que habría ocurrido si te alegraras más de verme.

Richard lo condujo hacia la hoguera, pasándole el brazo por encima de los hombros.

—Perdóname, pero tenía que estar seguro. ¡No puedo creer que estés aquí! ¡Estoy tan contento! Me alegro de que estés bien. Tenemos mucho de que hablar.

—Sí, sí, pero lo primero es la cena.

Kahlan se acercó al mago y también lo abrazó, a la vez que le decía:

—Hemos estado muy preocupados por ti.

Zedd le devolvió el abrazo, mirando con anhelo la cazuela por encima del hombro de la mujer.

—Ya, ya. ¿Qué tal si lo hablamos con el estómago lleno?

—Todavía no esta listo.

—¿Todavía no? —Zedd pareció muy decepcionado—. ¿Estás segura? Tal vez deberíamos comprobarlo.

—Estoy segura del todo. Acabo de poner la cazuela al fuego.

—¿Aún falta? —dijo Zedd para sí, cogiéndose un codo con una mano y frotándose el mentón con la otra—. Bueno, eso está por ver. Apartaos, los dos.

El mago se subió las mangas mientras contemplaba el fuego como si fuese un niño que acabara de hacer una travesura. Extendió sus enjutos brazos, con los dedos estirados. Una luz azul cada vez más intensa chisporroteó alrededor de sus huesudas manos. Entonces, con un silbido, salió disparada en forma de rayo que impactó en la cazuela y la hizo saltar. El fuego azul se arremolinó en torno al recipiente, girando a su alrededor, acariciándolo. El estofado borbollaba con luz azul, agitándose ruidosamente. El mago bajó los brazos, y el fuego azul se extinguió.

—Ya está listo —anunció Zedd con una sonrisa—. ¡Vamos a cenar!

Kahlan se arrodilló, probó el estofado con una cuchara de madera y confirmó las palabras de Zedd:

—Tiene razón. Ya está listo.

—Bueno, no te quedes ahí mirando como un pasmarote, Richard. ¡Trae platos!

Richard sacudió la cabeza e hizo lo que le decía. Kahlan sirvió al mago un plato lleno de estofado y añadió a un lado unas galletas secas. Richard se lo tendió a su destinatario. El anciano no se sentó, sino que se quedó de pie junto a ellos, al lado del fuego, engullendo a toda prisa. Cuando Kahlan acabó de servir dos platos más, Zedd ya le tendía el suyo para repetir.

Con el segundo plato Zedd se tomó el tiempo suficiente para sentarse. Richard se acomodó sobre un pequeño afloramiento de una cornisa, con Kahlan a su lado, sentada con las piernas cruzadas. Zedd, en el suelo, los miraba a ambos.

Richard esperó hasta que Zedd hubo tragado la mitad del plato para preguntar:

—Bueno, ¿qué tal te ha ido con Adie? ¿Te ha cuidado bien?

Zedd alzó la vista hacia él y parpadeó. Incluso a la luz del fuego, Richard hubiera jurado que Zedd se había ruborizado.

—¿Adie? Bueno, nosotros… digamos que… —El mago posó la mirada en la perpleja Kahlan—… hemos hecho buenas migas. Pero ¿qué tipo de pregunta es ésa? —El mago miró ceñudo a Richard.

Richard y Kahlan intercambiaron una mirada.

—Es un pregunta muy simple —se excusó el joven—. Es sólo que no pude dejar de notar que Adie es una mujer muy hermosa, e interesante también. Quiero decir, que pensé que tú la encontrarías interesante. —Richard esbozó una leve sonrisa para sí.

Zedd volvió a clavar los ojos en el plato.

—Es una gran mujer. ¿Qué es esto? —inquirió, haciendo rodar algo en el plato con la punta del tenedor—. He comido tres y aún no sé qué es.

—Raíz de tava —contestó Kahlan—. ¿No te gusta?

—No he dicho que no me gustara —refunfuñó Zedd—. Sólo quería saber qué era, nada más. Adie me dijo que te dio una piedra noche. Así es como te he encontrado; por la piedra —dijo, mirando a Richard. Y añadió, agitando el tenedor hacia el joven—: Espero que tengas cuidado con esa cosa. No la uses a no ser que sea un caso de extrema necesidad. Las piedras noche son muy peligrosas. Adie debió advertirte. Le eché una buena regañina por no hacerlo. Lo mejor que podrías hacer es deshacerte de ella —concluyó, pinchando un trozo de raíz de tava.

—Lo sabemos —repuso Richard, jugueteando con un pedazo de carne.

En la mente del joven bullían miles de preguntas, pero no sabía por dónde empezar. Zedd se le adelantó e inquirió:

—¿Habéis hecho lo que os dije? ¿Habéis conseguido no meteros en líos? ¿Qué habéis estado haciendo?

—Bueno —Richard inspiró profundamente—, hemos pasado bastante tiempo con la gente barro.

—¿La gente barro? —Zedd reflexionó sobre ello y, finalmente, proclamó, sosteniendo en el aire el tenedor, con un pedazo de carne pinchado en él—. Bien hecho. Uno no puede meterse en muchos líos estando con ellos. —El mago se metió la carne en la boca y bajó de nuevo el cubierto para coger más estofado y un poco de galleta seca. Hablaba y masticaba al mismo tiempo—. ¿Tuvisteis una estancia agradable con la gente barro? —Al ver que ninguno decía nada, sus ojos los miraron alternativamente—. Uno no puede meterse en muchos líos con la gente barro —afirmó en tono autoritario.

Richard miró fugazmente a Kahlan. La mujer mojó un trozo de galleta en el estofado.

—Maté a uno de los ancianos —dijo la mujer. Entonces se llevó la galleta a la boca, sin alzar la vista.

—¡¿Qué?! —A Zedd se le cayó el tenedor, pero lo atrapó en el aire antes de que llegara al suelo.

—Fue en defensa propia —protestó Richard—. Trataba de matarte.

—¿Qué? —repitió Zedd. El mago se puso de pie con el plato, pero inmediatamente volvió a sentarse—. ¡Diantre! ¿Por qué un anciano de la gente barro osaría tratar de matar a una… —Zedd se interrumpió de golpe y echó un vistazo a Richard.

—¿Confesora? —El joven acabó la frase por él. Su buen humor había desaparecido.

Zedd miró a Kahlan y a Richard, ambos con la cabeza gacha.

—Bueno. Por fin se lo has dicho.

—Sí. Hace unos días.

—Sólo hace unos días —refunfuñó el mago, que siguió comiendo en silencio, lanzándoles miradas de recelo de vez en cuando—. ¿Por qué un anciano de la gente barro osaría tratar de matar a una Confesora?

—Bueno, eso fue cuando descubrimos qué puede hacer una piedra noche —explicó Richard—. Justo antes, nos acababan de nombrar gente barro.

—¿Os nombraron gente barro? ¿Por qué? —Los ojos de Zedd se desorbitaron al preguntar—: ¡Tomaste esposa!

—Pues… no exactamente. —Richard se sacó la cinta de piel de debajo de la camisa y mostró a Zedd el silbato del Hombre Pájaro—. En vez de darme una esposa, me dieron esto.

Zedd examinó el silbato superficialmente.

—¿Cómo los convenciste de que no…? ¿Y por qué os nombraron hombre barro?

—Porque se lo pedimos. Tuvimos que hacerlo. Era el único modo de que convocaran una reunión para nosotros.

—¡Qué! ¿Convocaron una reunión para vosotros?

—Sí. Eso fue antes de que Rahl el Oscuro llegara.

—¿Qué? —gritó de nuevo Zedd, levantándose de un brinco—. ¡Rahl el Oscuro se presentó allí! ¡Te dije que te mantuvieras alejado de él!

—No lo invitamos, precisamente —replicó Richard.

—Mató a mucha gente barro —intervino Kahlan en voz baja, con los ojos aún clavados en el plato y masticando lentamente.

Zedd posó la mirada en la coronilla de la mujer y volvió a sentarse, lentamente.

—Lo siento. ¿Qué os dijeron los espíritus de los antepasados?

El joven se encogió de hombros.

—Nos dijeron que fuésemos a ver a una bruja.

—¡Una bruja! —Zedd entornó los ojos—. ¿Qué bruja? ¿Dónde?

—Shota. En las Fuentes del Agaden.

—¡Shota! —Zedd se estremeció y a punto estuvo de dejar caer el plato. Con los dientes apretados inspiró aire de golpe, emitiendo un curioso sonido. Entonces miró alrededor para comprobar que nadie escuchaba, bajó la voz y dirigió un duro susurro a Kahlan, inclinándose hacia ella—. ¡Diantre! ¡Pero cómo se te ocurre llevarlo a las Fuentes del Agaden! ¡Has jurado protegerlo!

—Créeme, yo no quería hacerlo —se disculpó Kahlan, mirando al mago a los ojos.

—Teníamos que ir. —Richard salió en defensa de la mujer.

—¿Por qué? —quiso saber Zedd, mirándolo ahora a él.

—Para averiguar dónde está la caja. Y lo logramos. Shota nos lo dijo.

—Así que Shota os lo dijo —se mofó Zedd, ceñudo—. ¿Y qué más te dijo? Shota nunca dice nada que quieras saber sin decirte algo que no quieres saber.

Kahlan lanzó a Richard una mirada de soslayo, pero el joven no se la devolvió.

—Nada. No nos dijo nada más. —Richard sostuvo la mirada a Zedd—. Nos dijo que la última caja del Destino se encuentra en manos de la reina Milena, en Tamarang. Nos lo dijo porque su vida también está amenazada.

Zedd clavaba en él una mirada iracunda, pero Richard no desvió la suya. Dudaba que su viejo amigo lo creyera, pero no quería confesarle lo que había dicho Shota. ¿Cómo decirle que uno o dos de ellos acabarían siendo unos traidores? ¿Que Zedd usaría el fuego mágico contra él y que Kahlan lo tocaría con su poder? Richard temía que pudiesen ser acciones justificadas; después de todo, él era quien se sabía el libro, no ellos.

—Zedd —dijo suavemente—, me dijiste que debía hallar el modo de llegar a la Tierra Central y que, una vez allí, tenías un plan. Pero cuando una bestia del inframundo te atacó y te dejó inconsciente, no sabíamos si volverías a despertar ni cuándo. No conocía tu plan, y el invierno está cerca. Tenemos que detener a Rahl el Oscuro.

»Lo he hecho lo mejor que he podido sin ti —prosiguió en tono más duro—. He perdido la cuenta de todas las veces que han estado a punto de matarnos. Todo lo que sabía era que debía localizar la caja. Kahlan me ha ayudado, y juntos descubrimos dónde está. Hemos pagado un alto precio por ello. Si no te gusta lo que hemos hecho, llévate la maldita Espada de la Verdad. ¡Ya empiezo a estar harto! ¡De todo!

El joven arrojó su plato al suelo y dio unos cuantos pasos hacia la oscuridad. Mientras daba la espalda a Zedd y a Kahlan, Richard notaba un nudo en la garganta. La imagen de la masa oscura de árboles ante él se hizo borrosa. Le sorprendió cómo la ira había crecido y se había adueñado de él. Había deseado mucho volver a ver a Zedd pero, ahora que estaba allí, se sentía enojado con él. Richard dio rienda suelta a la ira, esperando que muriera por sí misma.

Zedd y Kahlan intercambiaron una mirada.

—Sí —le dijo el mago a la mujer en voz baja—. Ya veo que se lo has dicho. —Entonces dejó el plato en el suelo y le dio una cariñosa palmadita en la espalda—. Lo siento mucho, querida.

Richard no se movió al notar la mano de Zedd sobre el hombro.

—Lo siento, hijo. Supongo que lo has pasado bastante mal.

Richard hizo un gesto de asentimiento, con la mirada fija en la negrura.

—Maté a un hombre con la espada. Con la magia de la espada.

—Bueno, te conozco —dijo Zedd tras unos instantes de silencio—. Estoy seguro de que era necesario.

—No —lo contradijo Richard con un doloroso susurro—. No era necesario. Yo creí que estaba protegiendo a Kahlan, salvándole la vida. No sabía que era una Confesora y que no necesitaba mi protección. Pero yo quería matar a ese hombre y disfruté haciéndolo.

—Sólo te lo pareció. Fue cosa de la magia.

—Yo no estoy tan seguro. No sé en qué me estoy convirtiendo.

—Richard, perdóname si te he dado la impresión de que estaba enfadado contigo. En realidad, estoy enfadado conmigo mismo. Tú lo has hecho muy bien; soy yo quien ha fallado.

—¿A qué te refieres?

—Ven y siéntate. —Zedd le dio unas cariñosas palmadas—. Os contaré lo que ha pasado.

Ambos regresaron junto al fuego bajo la atenta mirada de Kahlan, que parecía muy sola. Richard volvió a sentarse junto a ella y le dirigió una leve sonrisa, que la mujer le devolvió.

Zedd recogió su plato, lo miró con dureza y volvió a dejarlo en el suelo.

—Me temo que estamos en un buen lío —les dijo en voz baja.

Reprimiendo la réplica sarcástica que tenía en la punta de la lengua, Richard preguntó:

—¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué hay de tu plan?

—Mi plan —repitió el mago, torciendo el gesto. Entonces dobló las rodillas hacia el pecho y se cubrió las piernas con la túnica, formando una pequeña tienda—. Mi plan era detener a Rahl sin tener que enfrentarme con él y sin que vosotros dos tuvierais que poneros en peligro. Mi plan era que vosotros dos estuvierais a salvo mientras yo me ocupaba de todo. Pero parece que ahora vuestros planes son lo único que nos queda. No os he dicho todo lo que sé acerca de las cajas del Destino porque prefería que no supierais ciertas cosas. No era vuestro problema, sino el mío. —Zedd los miró y en sus ojos brilló una fugaz ira—. Pero supongo que ahora ya no importa.

—¿Qué es lo que no querías que supiéramos? —inquirió Kahlan, asimismo un poco enojada. Al parecer, le gustaba tan poco como a Richard enterarse de que estaban en peligro sin saberlo.

—Como ya os dije, cada una de las tres cajas tiene un propósito determinado, pero es preciso saber cuál abrir —explicó Zedd, primero con cierta renuencia—. Ésa es la parte que conozco. Todo consta en un libro llamado el Libro de las Sombras Contadas. Se trata de un libro de instrucciones para abrir las cajas, y yo soy el encargado de custodiarlo.

Richard se puso rígido y tuvo la impresión de que el colmillo que llevaba al cuello iba a darle un brinco en el pecho. Era incapaz de mover un solo músculo y apenas podía respirar.

—¿Sabes qué caja es cada cual? —preguntó Kahlan—. ¿Sabes cuál debe abrirse?

—No. Yo soy únicamente el custodio del libro. Toda esa información figura en su interior, pero yo nunca lo he leído. No sé qué caja es cada cuál, ni siquiera sé cómo averiguarlo. No podía abrir el libro y arriesgarme a que su contenido se propagara. Hubiese sido demasiado peligroso. Así pues, nunca lo hice. El Libro de las Sombras Contadas no era más que uno de los libros que guardo, pero uno muy importante.

Richard se dio cuenta de que tenía los ojos muy abiertos y parpadeó varias veces para recuperarse. Durante casi toda su vida había esperado el día en el que hallaría al custodio del libro y durante todo ese tiempo había sido Zedd. La impresión fue tal que lo tenía paralizado.

—¿Dónde estaba? —quiso saber Kahlan—. ¿Qué ha ocurrido?

—Estaba en mi alcázar, en el Alcázar del Hechicero, en Aydindril.

—¿Fuiste a Aydindril? —preguntó Kahlan, ansiosa—. ¿Cómo está Aydindril? ¿Se encuentra a salvo?

Zedd desvió la mirada.

—Aydindril ha caído.

Kahlan se llevó una mano a la boca. Los ojos se le anegaron de lágrimas mientras repetía «no».

—Me temo que es muy cierto. —El mago se quitó imaginarios hilillos de la túnica—. No les fue muy bien, pero, al menos, di a los invasores algo en qué pensar —añadió entre dientes.

—¿Y el capitán Riffkin? ¿Y los tenientes Delis y Miller? ¿Y la milicia?

Con la mirada fija en el suelo, Zedd fue meneando la cabeza negativamente mientras Kahlan pronunciaba los nombres. La mujer se llevó las manos al pecho mientras respiraba hondo y se mordía el labio. Fuesen quienes fuesen esos hombres, parecía muy afectada por las malas noticias.

—¿Qué es ese Alcázar del Hechicero? —preguntó Richard, pensando que debía decir algo para disimular la impresión sufrida.

—Es un refugio, un lugar en el que los magos conservan importantes objetos mágicos, por ejemplo libros de profecías y otros escritos aún más importantes, libros sobre magia y de instrucciones, como el Libro de las Sombras Contadas. Algunos libros se utilizan para enseñar a aprendices de magos, otros son obras de consulta y otros más son armas. También se guardan otros objetos mágicos además de libros, como la Espada de la Verdad en los intervalos entre un Buscador y otro. El alcázar está mágicamente sellado y sólo los magos pueden entrar en él. Al menos, así debía ser. Pero un intruso logró entrar. No puedo entender cómo lo logró sin que las salvaguardas mágicas lo mataran. Debió de ser Rahl el Oscuro. Él debe de tener el libro.

—Tal vez no fue Rahl el Oscuro —logró decir Richard, más tieso que un palo de escoba.

Zedd entrecerró los ojos.

—Si no fue Rahl el Oscuro, entonces fue un ladrón. Un ladrón muy listo, pero ladrón al fin y al cabo.

—Zedd… —dijo Richard, tragando saliva—, yo… ¿Crees que ese libro, el Libro de las Sombras Contadas, podría decirnos cómo detener a Rahl? ¿Cómo impedirle que use las cajas?

—Como ya he dicho, yo nunca lo abrí —respondió el enjuto mago, encogiéndose de hombros—. Pero, por lo que sé de otros libros de instrucciones, sólo es útil a la persona que tiene las cajas. No sirve para impedir que otro las abra. Muy probablemente no nos hubiera servido de nada. Mi plan consistía, simplemente, en coger el libro y destruirlo para evitar que Rahl el Oscuro se hiciera con la información que contiene. Pero ahora que hemos perdido el libro, no nos queda más remedio que encontrar la última caja.

—Pero, sin el libro, Rahl no puede abrir las cajas, ¿verdad? —preguntó Kahlan.

—Con todo lo que sabe estoy seguro de que sí. Pero no sabrá cuál es cuál.

—Entonces, con o sin el libro, va a abrir una caja —intervino Richard—. Tiene que hacerlo, o morirá. No tiene nada que perder. Aun en el caso de que hubieras recuperado el libro, Rahl abriría una caja. Después de todo, es posible que elija correctamente.

—Bueno, si tiene el libro, sabrá qué caja abrir. Yo tenía la esperanza de que aunque no hallásemos la última caja, al menos podría destruir el libro para que no cayera en manos de Rahl, lo que nos hubiera dado una oportunidad: la oportunidad de que eligiera correctamente… o sea, mal. —El rostro de Zedd se ensombreció—. Daría cualquier cosa por destruir ese libro.

Kahlan puso una mano en el brazo de Richard y éste se sobresaltó.

—Entonces Richard ha hecho lo que se esperaba del Buscador: ha averiguado dónde se encuentra la última caja. La tiene la reina Milena. —Kahlan dirigió a Richard una sonrisa tranquilizadora y prosiguió—: El Buscador ha hecho muy bien su trabajo.

A Richard la cabeza le daba tantas vueltas que no logró devolverle la sonrisa.

—¿Y cómo sugieres que le quitemos la caja? —inquirió Zedd, frotándose ambos costados del mentón con los dedos índice y pulgar—. Una cosa es saber dónde está y otra muy distinta, conseguirla.

—La reina Milena es para quien trabaja esa serpiente de túnica plateada —terció Kahlan, sonriendo con toda tranquilidad—. Ese traidor va a tener un encuentro muy desagradable con la Madre Confesora.

—¿Giller? ¿Giller vendió sus servicios a la reina Milena? —Las arrugas en la frente del mago se hicieron más profundas—. Apuesto a que se quedará de piedra cuando me vea.

—Tú déjamelo a mí —repuso Kahlan, ceñuda—. Él era mi mago. Yo me ocupo de él.

Richard miraba alternativamente a uno y a otro. De pronto, se sintió fuera de lugar. El gran mago y la Madre Confesora discutían sobre quién haría entrar en vereda a un mago arribista, como si se tratara de acabar con las malas hierbas del jardín. El joven recordó entonces a su padre y en lo que le había dicho: que se había llevado el libro para impedir que cayera en manos codiciosas; en las de Rahl el Oscuro.

—Quizá tenía una buena razón para hacer lo que hizo —dijo sin pensar.

Ambos se volvieron para mirarlo como si, de pronto, recordaran que seguía allí.

—¿Una buena razón? —espetó Kahlan—. La codicia fue su única razón. Me abandonó, dejándome a la merced de las cuadrillas.

—A veces, la gente hace cosas por razones que no son lo que parecen —se defendió Richard—. Tal vez creyó que la caja era más importante.

Kahlan estaba demasiado sorprendida para hablar. Por su parte, Zedd torció el gesto. Su cabello blanco se veía muy revuelto a la luz del fuego.

—Quizá tienes razón —dijo el mago—. Es posible que Giller supiera que la reina tenía la caja y quisiera protegerla. Desde luego, él conocía la importancia de las cajas. —Zedd dirigió a Richard una irónica sonrisa—. Tal vez el Buscador nos ha dado una nueva perspectiva. Tal vez tenemos un aliado en Tamarang.

—Y tal vez no —apostilló Kahlan.

—Pronto lo averiguaremos —suspiró Zedd.

—Zedd, ayer estuvimos en un lugar llamado el Molino de Horner —dijo Richard, cambiando de tema.

—Lo vi. Y no es un caso aislado, ni mucho menos.

—No fueron soldados de la Tierra Occidental, ¿verdad? —inquirió Richard ansiosamente—. Envié un mensaje a Michael para que reuniera el ejército y se aprestara a proteger la Tierra Occidental. Pero no le dije que atacara a nadie. No pueden haber sido soldados de la Tierra Occidental; ellos jamás harían algo así.

—No, no fue nadie de la Tierra Occidental. No he sabido ni oído nada de Michael.

—Entonces, ¿quién?

—Fueron los propios hombres de Rahl, por orden suya.

—Eso es absurdo —objetó Kahlan—. La ciudad era leal a D’Hara. Las fuerzas del Ejército Pacificador del Pueblo estacionadas allí fueron aniquiladas.

—Por eso lo hizo.

Richard y Kahlan lo miraron, desconcertados.

—Es absurdo —repitió Kahlan.

—Primera Norma.

—¿Qué? —inquirió un ceñudo Richard.

—La Primera Norma de cualquier mago dice: la gente es estúpida. —Richard y Kahlan torcieron el gesto—. La gente es estúpida. Con la debida motivación casi todo el mundo está dispuesto a creer casi cualquier cosa. Como la gente es estúpida, se cree las mentiras porque quiere creer que son verdades, o porque teme que puedan ser verdad. Las personas tienen la cabeza llena de conocimientos, datos y creencias, y la mayor parte de todo eso es falso, aunque ellas crean lo contrario. La gente es estúpida; sólo raramente es capaz de distinguir la verdad de la mentira, pero está convencida de que puede hacerlo. Por esa razón es mucho más sencillo engañarla.

»Precisamente por la Primera Norma, los antiguos hechiceros crearon a las Confesoras y a los Buscadores; para que ayudaran a averiguar la verdad, cuando ésta es suficientemente importante. Rahl conoce las normas por las que se rigen los magos y está usando la primera. La gente necesita un enemigo para tener un objetivo. Es fácil guiar a los demás cuando éstos tienen un objetivo. Tener un objetivo es muchísimo más importante que la verdad. De hecho, en este caso la verdad es irrelevante. Rahl el Oscuro proporciona a la gente un enemigo, que no es él, o sea, un objetivo. Y, como la gente es estúpida y quiere creer, Rahl lo tiene fácil.

—Pero mató a su propia gente —protestó Kahlan—. Mató a sus seguidores.

—Fíjate en que no todo el mundo murió; algunas personas fueron violadas y torturadas, pero salvaron la vida y huyeron para propagar las noticias. Fíjate también en que no quedó ningún soldado vivo para cuestionar la versión de lo ocurrido. No importa que no sea verdad, porque quienes oigan esa versión creerán que es cierta, pues les proporciona un objetivo, un enemigo contra el que unirse. Por boca de los supervivientes las noticias se extenderán como un reguero de pólvora. Aunque ha tenido que destruir un puñado de ciudades que le eran fieles, y algunos soldados, Rahl el Oscuro ha ganado muchas otras ciudades, muchas más. Ahora el número de sus seguidores se multiplicará, porque él les dirá que quiere protegerlos de su enemigo. Es difícil vender la verdad, pues no proporciona ningún objetivo. No es más que la simple verdad.

—Pero no es la verdad —replicó Richard, un tanto perplejo—. ¿Cómo puede Rahl salirse con la suya? ¿Cómo es posible que todo el mundo lo crea?

Zedd le dirigió una severa mirada y respondió:

—Tú sabías que no habían sido soldados de la Tierra Occidental los responsables de la carnicería, pero llegaste a dudar. Temías que fuese cierto. Temer que algo sea cierto equivale a aceptar la posibilidad y aceptar la posibilidad es el primer paso que lleva a creer. Al menos, tú eres listo y has preguntado. Piensa en lo fácil que les resulta creer a quienes no sólo no preguntan, sino que ni siquiera saben cómo hacerlo. Para la mayoría de las personas, lo que importa no es la verdad, sino la causa. Rahl es muy inteligente y les ha dado una causa. —Los ojos del mago centellearon—. Es la Primera Norma de un mago porque es la más importante. No la olvides.

—Pero los responsables de las muertes lo sabían. ¿Cómo pudieron asesinar a esas personas?

Zedd se encogió de hombros.

—Tenían un objetivo, supongo. Lo hicieron por la causa.

—Pero eso va contra la naturaleza. El asesinato es algo contra natura.

Zedd sonrió.

—El asesinato es algo muy natural, algo inherente a todos los seres vivos.

Richard sabía qué intentaba hacer Zedd: provocarlo con una afirmación escandalosa, pero al joven le hervía la sangre y no pudo evitar entrar en la controversia.

—No todos los seres vivos matan. Sólo los depredadores y lo hacen para sobrevivir. Mira esos árboles; ellos no saben nada sobre el asesinato.

—Todos los seres vivos matan. El asesinato es algo natural —repitió Zedd—. Todos los seres vivos son asesinos.

Richard miró a Kahlan en busca de apoyo.

—A mí no me mires —dijo la mujer—. Ya hace mucho tiempo que aprendí a no discutir con un mago.

Richard alzó la vista hacia el hermoso pino de gran tamaño que desplegaba sus ramas por encima de ellos, y que la luz de las llamas iluminaba. El joven se imaginó que las ramas se extendían con intenciones asesinas, luchando durante años para alcanzar la luz del sol y eliminar a los árboles vecinos, dejándolos a la sombra. Si tenía éxito, dispondría de espacio para sus vástagos, muchos de los cuales no podrían sobrevivir a la sombra de su progenitor. Varios de los vecinos más próximos del gran pino ya se veían atrofiados y débiles; eran víctimas. Zedd tenía razón: en la naturaleza había que matar para sobrevivir.

El mago escrutaba los ojos de Richard. Era una lección más; así le había enseñado desde que Richard era un mocoso.

—¿Has aprendido algo, hijo? —le preguntó.

—Sí. Sólo los más fuertes sobreviven. No hay compasión para las víctimas, sólo admiración por la fuerza del vencedor.

—Pero los seres humanos no pensamos así —protestó Kahlan, incapaz de contenerse.

—¿Ah no? —inquirió Zedd con una sonrisa zorruna y señaló un arbolito casi marchito que crecía muy cerca de donde ellos estaban—. Mira ese árbol, querida, y después a ese otro. —El mago señaló al gran pino—. Dime a cuál admiras más.

—Al grande —contestó la mujer—. Es un árbol realmente hermoso.

—¿Lo ves? Los seres humanos pensamos del mismo modo. Un árbol hermoso, has dicho. Has elegido al árbol asesino y no a la víctima. —Zedd esbozó una sonrisa triunfante—. Así funciona la naturaleza.

—Debería haber mantenido la boca cerrada —refunfuñó Kahlan.

—Puedes mantener la boca cerrada si quieres, pero no cierres tu mente. Si queremos vencer a Rahl el Oscuro, debemos comprenderlo para poder destruirlo.

—Así es como está ganando tanto territorio —dijo Richard, tamborileando con los dedos sobre el pomo de la espada—. Está dejando que otros lo hagan por él. Él les da una causa y sólo tiene que preocuparse por las cajas. Nadie se cruza en su camino.

—Muy cierto —convino con él Zedd—. Rahl usa la Primera Norma para que otros le hagan casi todo el trabajo. Por eso nuestra empresa es tan difícil. La gente lo apoya y lo obedece no porque le importe la verdad, sino porque cree lo que quiere creer y está dispuesta a luchar hasta la muerte por lo que cree, aunque sea falso.

Richard se puso en pie lentamente, con la mirada perdida en la noche.

—Durante todo este tiempo creí que luchábamos contra el mal, el mal desatado y que causaba estragos. Pero ahora resulta que de eso nada, que luchamos contra una plaga: la estupidez.

—Lo has entendido perfectamente, hijo. La estupidez.

—Dirigida por Rahl el Oscuro —apostilló Kahlan.

Zedd le lanzó una fugaz mirada.

—Si alguien hace un agujero que después se llena con agua de lluvia, ¿de quién es la culpa? ¿De la lluvia o de la persona que ha hecho el agujero? ¿Es culpa de Rahl o de las personas que hacen el agujero y permiten así que el agua de la lluvia lo llene?

—Tal vez de ambos —repuso Kahlan—. Lo cual nos deja con un montón de enemigos.

—Enemigos muy peligrosos. Los estúpidos que son incapaces de ver la verdad son mortales. Tú, como Confesora, quizá ya has aprendido la lección, ¿no? —Kahlan asintió—. Ese tipo de estúpidos no siempre hacen lo que uno espera de ellos, o lo que deberían hacer, y pueden cogerte con la guardia baja. Justamente las personas que crees que no van a causarte problemas pueden matarte en un abrir y cerrar de ojos.

—Eso no cambia nada —dijo Kahlan—. Si Rahl consigue todas las cajas y abre la correcta, él es quien nos matará a todos. Rahl sigue siendo la cabeza de la serpiente, la cabeza que debemos cortar.

El mago se encogió de hombros.

—Tienes razón. Debemos seguir con vida para tener la oportunidad de matar a esa serpiente, aunque hay muchísimas serpientes pequeñas que pueden matarnos antes a nosotros.

—Esa lección ya la hemos aprendido —intervino Richard—. Pero, como dice Kahlan, eso no cambia nada. Todavía tenemos que hacernos con la caja si queremos matar a Rahl. —Dicho esto, el joven volvió a sentarse junto a la mujer.

—Recuerda una cosa: Rahl el Oscuro puede matarte —le dijo Zedd, poniéndose muy serio y señalándolo con un huesudo dedo—, y a ti también —añadió señalando a Kahlan—, y a mí —agregó, señalándose él mismo—, muy fácilmente.

—Y, entonces, ¿por qué no lo ha hecho aún? —preguntó Richard, recostándose ligeramente.

—¿Es que tú recorres una habitación para matar todas las moscas que hay dentro? —replicó Zedd, enarcando una ceja—. No. No les haces ni caso porque no merecen tu atención. Hasta que te pican. Entonces las aplastas. —El mago se inclinó hacia ellos dos y agregó—: Nosotros vamos a picarlo.

Richard y Kahlan se miraron de soslayo.

—La Primera Norma de un mago. —Richard notó que una gota de sudor le corría por la espalda—. No la olvidaré.

—Y no debes repetirla ante nadie —le advirtió el mago—. Únicamente los magos deben conocer sus normas. Es posible que a ti te parezcan normas cínicas o triviales, pero son poderosas armas si sabes cómo usarlas, porque son verdaderas. La verdad es poder. A vosotros dos os la he dicho porque soy el mago principal y creo que es importante que la entendáis. Debéis saber qué está haciendo Rahl, puesto que somos nosotros quienes debemos detenerlo.

Tanto Richard como Kahlan asintieron, en signo juramento.

—Es tarde. —Zedd bostezó—. He viajado mucho tiempo para alcanzaros. Seguiremos hablando más tarde.

—Yo haré la primera guardia —propuso Richard. Tenía algo que hacer y quería hacerlo antes de que sucediera nada más—. Usa mis mantas, Zedd.

—Muy bien. Yo haré la segunda guardia. —La segunda guardia de tres era la más pesada, pues partía el sueño en dos. Kahlan quiso protestar, pero el mago la atajo diciéndole—: Yo lo he dicho antes, querida.

Richard señaló hacia el afloramiento rocoso en el que pensaba apostarse, tras lo cual exploró la zona y se encaminó hacia allí. En su cabeza giraban miles de pensamientos, entre los cuales destacaba uno claramente. La noche era silenciosa y fría, aunque sin llegar a ser desagradable. El joven avanzaba entre los árboles con la capa abierta, con toda su atención centrada en la meta hacia la que se dirigía. Los animales nocturnos se lanzaban llamadas unos a otros, pero el joven apenas oía nada. En un momento dado, trepó a lo alto de una peña y miró detenidamente hacia atrás, a través de los huecos entre los árboles, y contempló el fuego hasta que vio que sus amigos se envolvían en las mantas. Entonces, se bajó de la peña y continuó caminando hacia el rumor del agua.

Al llegar a la orilla, miró a su alrededor hasta que localizó una rama del tamaño adecuado. Richard recordó que Zedd le había dicho que debía tener la valentía de hacer todo lo necesario para lograr su propósito y que debía estar preparado para matar incluso a uno de ellos para conseguirlo. El joven conocía a Zedd y sabía que el mago no hablaba por hablar, sino que iba muy en serio. También sabía que Zedd era perfectamente capaz de matarlo a él o, aún más importante, a Kahlan.

Richard se sacó el colmillo de debajo de la camisa y se quitó el cordel de cuero por la cabeza. Acto seguido, sostuvo en la mano el colmillo de forma triangular, notando su peso y observándolo a la luz de la luna, mientras pensaba en su padre. El colmillo era la única prueba que Richard tenía para demostrar a Zedd que su padre había sido un héroe, que había dado su vida para detener a Rahl el Oscuro y que había muerto como un héroe para protegerlos a todos. Richard deseaba que su padre fuera recordado por lo que había hecho. Deseaba contarle a Zedd lo que había hecho.

Pero no podía.

El mago quería destruir el Libro de las Sombras Contadas. Pero Richard era ahora el libro. Shota le había advertido que Zedd usaría su fuego de mago contra él, pero que tenía una oportunidad de derrotarlo. Quizás ése era el modo. Para destruir el libro, Zedd tendría que matarlo. Lo que preocupaba a Richard no era su propia vida —ya no le quedaba ninguna razón para vivir y le era indiferente morir—, sino la vida de Kahlan. Si Zedd averiguaba que Richard tenía dentro de sí el libro, lo obligaría a decirle lo que sabía y así se enteraría de que, para asegurarse de que el libro era auténtico, Rahl necesitaba una Confesora. Sólo quedaba una Confesora viva: Kahlan. Si Zedd lo averiguaba, mataría a Kahlan para impedir que Rahl consiguiera la información del libro.

Richard no podía correr el riesgo de que Zedd se enterara y de que matara a Kahlan.

Richard enrolló el cordel de cuero alrededor del pedazo de rama y embutió el colmillo en una hendidura, de modo que quedara bien incrustada en la madera. El joven quería alejarse del colmillo lo más posible.

—Perdóname, padre —susurró.

Entonces lanzó la rama con el colmillo con todas sus fuerzas. La rama describió un arco en el aire y se sumergió en las negras aguas apenas haciendo ruido. A la luz de la luna el joven la vio aflorar a la superficie. Richard contempló con un nudo en la garganta cómo la corriente se la llevaba. El joven se sentía desnudo sin el colmillo.

Cuando ya no pudo verla, regresó al campamento. Lo embargaba una sensación de aturdimiento y vacío. Richard se sentó en el afloramiento rocoso, donde había dicho a sus amigos que montaría guardia, y bajó la mirada hacia el campamento.

Odiaba lo que había hecho, odiaba tener que mentir a Zedd, sentir que no podía confiar en él. ¿En qué tipo de persona se estaba convirtiendo que ya no podía confiar en su más viejo amigo? Era Rahl quien le hacía eso, quien lo obligaba a hacer cosas que él no quería.

Cuando todo acabara, y Kahlan estuviera a salvo, y si él sobrevivía, regresaría a su casa.

Mediada ya la guardia, se dio cuenta de pronto de la presencia de algo. No podía ver los ojos de esa criatura que los perseguía, pero sentía su mirada. Se encontraba en la colina situada al otro lado del campamento y vigilaba. Un escalofrío recorrió a Richard al sentirse observado.

Un sonido en la lejanía lo sobresaltó. Fue un gruñido animal seguido por un aullido. Luego, silencio de nuevo. Algo acababa de morir. Richard abrió mucho los ojos, tratando de ver algo, pero la oscuridad era absoluta. La cosa que los seguía había matado algo, o algo la había matado a ella. Curiosamente, el joven se sintió inquieto por la suerte de su perseguidor. Durante todo el tiempo que los llevaba siguiendo, nunca había intentado hacerles daño. Claro que eso no quería decir nada. Era posible que, simplemente, estuviera esperando su oportunidad, aunque, por alguna razón, Richard no creía que les quisiera ningún mal.

El joven sintió de nuevo que unos ojos se posaban en él y sonrió; su perseguidor seguía vivo. En un impulso pensó en ir tras él para averiguar qué tipo de criatura era, pero desechó la idea. No era el momento oportuno. Fuera lo que fuese, era una criatura nocturna, por lo que sería mejor enfrentársele durante el día.

Antes de que finalizara su guardia, oyó nuevamente la muerte de algo. Esta vez más cerca.

Zedd apareció para el relevo sin que Richard tuviera que despertarlo. El anciano mago tenía un aspecto descansado y fresco, y comía un pedazo de carne seca. Al sentarse junto al joven, le ofreció un poco, pero Richard rehusó.

—Zedd, ¿qué me dices de Chase? ¿Se encuentra bien?

—Muy bien. Por lo que sé, regresó a la Tierra Occidental para seguir tus instrucciones.

—Perfecto. Me alegro de que esté bien. —Richard se bajó de un brinco de la peña, deseoso de dormir un poco.

—Richard, ¿qué te dijo Shota?

El joven escrutó la faz de su amigo a la tenue luz de la luna.

—Lo que Shota me dijo es privado. A nadie más le interesa. Y privado seguirá siendo. —A él mismo le sorprendió su tono cortante.

Zedd dio un mordisco a la carne mientras estudiaba a Richard.

—La espada ha acumulado mucha ira en este asunto. Veo que te cuesta controlarla.

—Muy bien, muy bien, te diré una cosa que Shota me dijo. ¡Me dijo que debería tener una pequeña charla contigo sobre Samuel!

—¿Samuel?

Richard apretó los dientes y se inclinó hacia el mago.

—¡Mi predecesor!

—Oh, ese Samuel.

—Sí, ese Samuel. ¿Me lo podrías explicar, por favor? ¿No deberías decirme que yo acabaré como él? ¿O tenías previsto ocultármelo hasta que acabara mi misión y tú tuvieras que entregar la espada a otro idiota? —Zedd lo miraba con calma. Richard se excitaba por momentos. Finalmente, agarró a Zedd por la túnica y lo atrajo hacia sí—. ¡La Primera Norma de un mago! ¿Es así como los magos conseguís hallar a quien empuñe la espada? ¿Buscáis a alguien tan estúpido que se lo cree todo? ¡Un nuevo Buscador! ¿Te has olvidado de decirme alguna cosilla más? ¿Hay algún otro detalle desagradable que debería saber?

Richard soltó al mago dándole un empellón. Tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no desenvainar la espada. El pecho le subía y bajaba por la furia que sentía. Zedd lo observaba serenamente.

—Lo siento de verdad, hijo —susurró—. Siento que Shota te haya hecho tanto daño.

Richard le devolvió la mirada. De pronto, revivió en su mente todo lo ocurrido y la furia que lo invadía se extinguió. No parecía quedar ninguna esperanza. El joven prorrumpió en lágrimas y se abrazó a Zedd. Sollozaba inconsolablemente, incapaz de controlarse.

—Zedd, yo sólo quiero volver a casa.

—Lo sé, Richard, lo sé —replicó el mago con dulzura a la vez que le daba cariñosas palmaditas en la espalda.

—Ojalá te hubiese escuchado. No puedo evitarlo. Por mucho que lo intente, no puedo evitar sentirme como me siento. Es como si me estuviera ahogando y no pudiera respirar. Quiero que esta pesadilla se acabe. Odio la Tierra Central, odio la magia. Lo único que quiero es volver a casa, Zedd. Quiero desembarazarme de esta espada y de su magia. No quiero volver a oír hablar de magia nunca más.

Zedd lo abrazó, dejando que se desahogara.

—Nada es sencillo.

—Quizá no sería tan duro si Kahlan me odiara, pero sé que yo también le importo. Es la magia lo que nos separa.

—Créeme, Richard, te entiendo.

El joven se dejó caer al suelo y se apoyó en la roca, aún llorando. Zedd se sentó a su lado.

—¿Qué va a ser de mí?

—Seguirás adelante. No puedes hacer nada más.

—Yo no quiero seguir adelante. ¿Y qué me dices de Samuel? ¿Estoy condenado a acabar como él?

Zedd meneó la cabeza.

—Lo siento, Richard, no lo sé. Tuve que entregarte a ti la espada porque no podía hacer otra cosa, por el bien de todos los demás. La magia de la Espada de la Verdad acaba por alienar al Buscador. Según las profecías, solamente se librará de ese destino el Buscador que realmente controle la magia de la espada, lo que se demostrará porque la hoja se vuelve blanca. Pero lo que no dicen las profecías es cómo se consigue eso. Ni siquiera sé qué significa que la hoja se vuelva blanca. No tenía valor para decírtelo. Lo siento. Mátame si quieres, pero debes prometerme que seguirás adelante y pararás los pies a Rahl el Oscuro.

Richard rió amargamente, sin dejar de llorar.

—¿Matarte? Debes de estar bromeando. Tú eres todo lo que tengo, al único a quien se me permite querer. ¿Cómo quieres que te mate? Es a mí mismo a quien debería matar.

—Eso ni lo digas —susurró Zedd—. Richard, sé cuáles son tus sentimientos respecto a la magia. Yo también huí de ella. A veces ocurren cosas a las que uno debe enfrentarse. Tú eres lo único que me queda. Fui a recuperar el libro porque no quería ponerte en peligro. Haría cualquier cosa para evitar que te hicieran daño, pero no puedo ahorrarte esto. Debemos detener a Rahl el Oscuro, no sólo por nosotros sino por todos los demás, que no pueden hacerlo.

—Lo sé —contestó Richard, frotándose los ojos—. Seguiré adelante hasta completar el trabajo, lo prometo. Después, quizá pueda devolverte la espada antes de que sea demasiado tarde para mí.

—Ve y trata de dormir un poco. Cada día que pase será un poco mejor para ti. Si te sirve de consuelo, aunque no sé por qué los Buscadores acaban como Samuel, no creo que a ti vaya a ocurrirte. Pero, si te ocurre, aún estarás a salvo durante un tiempo, lo que te permitirá detener a Rahl el Oscuro, y toda la gente de las tres tierras estará a salvo. Si llega a ocurrirte lo mismo que a Samuel, puedes estar seguro de que yo siempre me ocuparé de ti. Si conseguimos detener a Rahl, quizá pueda ayudarte a descubrir el secreto para volver la hoja blanca.

Con un gesto de asentimiento, Richard se puso de pie y se envolvió en la capa.

—Gracias, amigo. Perdona que haya sido tan duro contigo esta noche. No sé qué mosca me habrá picado. Tal vez los buenos espíritus me han abandonado. Siento no poder revelarte lo que Shota me dijo.

»Ah, Zedd, mantén los ojos bien abiertos. Hay algo ahí fuera. Nos lleva siguiendo muchos días. No sé qué es; no he tenido tiempo para volver sobre mis pasos dando un rodeo. No creo que desee hacernos daño, al menos, hasta ahora no lo ha hecho, pero en la Tierra Central uno nunca sabe.

—Tendré cuidado.

Richard se alejaba cuando Zedd lo llamó. El joven se detuvo y se volvió.

—Alégrate de que le importes tanto. Si no fuese así, es posible que ya te hubiera tocado.

Richard miró al mago largamente, tras lo cual confesó:

—Me temo que ya me ha tocado; el corazón.

Kahlan fue avanzando en la oscuridad esquivando rocas y árboles, hasta hallar a Zedd sentado sobre una roca, con las piernas cruzadas, observándola llegar.

—Ya te hubiera avisado cuando llegara tu turno —dijo el mago a modo de saludo.

La mujer se sentó a su lado y se cubrió completamente con la capa.

—Lo sé, pero no podía dormir. Así que decidí venir y hacerte compañía.

—¿Has traído algo de comer?

La mujer se metió la mano dentro de la capa y sacó un pequeño bulto.

—Toma —le ofreció, sonriendo—. Hay un poco de conejo y algunas galletas.

Mientras Zedd se frotaba las manos y empezaba a comer, Kahlan dejó que su mirada se perdiera en la noche, tratando de hallar la mejor manera de formular la pregunta que había ido a plantearle. Zedd se acabó el refrigerio en un abrir y cerrar de ojos.

—Buenísimo, querida, estaba buenísimo. ¿No has traído nada más?

Kahlan se echó a reír.

—También he traído unas bayas —respondió, sacando un puñado de frutos envueltos en una tela—. Me pareció que te apetecería algo dulce. ¿Quieres algunas?

El mago la repasó de arriba abajo.

—Supongo que eres bastante menuda y no podrías comer tantas.

Kahlan rió de nuevo y cogió un puñado de frutos del hatillo, que sostenía abierto entre las manos.

—Ahora entiendo por qué a Richard se le da tan bien encontrar comida. Tuvo que espabilarse creciendo cerca de ti, o se hubiera muerto de hambre.

—Yo nunca lo hubiera dejado morir de hambre —protestó Zedd.

—Lo sé. Yo tampoco.

—Me gustaría darte las gracias por cumplir con tu palabra —dijo el mago después de comer algunas bayas.

—¿Mi palabra?

Zedd alzó la vista hacia la mujer mientras, inclinado sobre el hatillo, iba comiendo bayas.

—Me diste tu palabra de que no lo tocarías, de que no usarías tu poder con él.

—Oh. —Kahlan eludió los ojos del anciano mago, tratando de hacer acopio de coraje—. Zedd, aparte de Giller, tú eres el único mago que queda. Yo soy la última Confesora. Tú has vivido en la Tierra Central, en Aydindril, y eres el único que sabe qué significa ser Confesora. Traté de explicárselo a Richard, pero es algo que cuesta toda una vida entenderlo. Además, supongo que solamente otra Confesora, o un mago, pueden entenderlo.

—Es posible que tengas razón —admitió Zedd, dándole palmaditas en el brazo.

—No tengo a nadie, ni puedo tenerlo. No te imaginas qué es eso. Por favor, Zedd —suplicó Kahlan con un frunce de inquietud—, por favor, ¿puedes usar tu magia para librarme de esto? ¿Puedes librarme de mi magia de Confesora y convertirme en una mujer normal?

Kahlan se sintió como si estuviera suspendida de una delgada cuerda al borde de un negro abismo sin fondo. Mientras aguardaba una respuesta, con el corazón en un puño, escrutaba los ojos del mago.

—Sólo hay una forma de separarte de tu magia —dijo el mago con la cabeza gacha, sin atreverse a encontrarse con la mirada de la mujer.

—¿Cómo? —susurró Kahlan ansiosamente.

Zedd la miró con ojos llenos de dolor.

—Tendría que matarte.

Kahlan sintió que la cuerda de esperanza se rompía y centró todos sus esfuerzos en poner su cara de Confesora para que su rostro no revelara nada, aunque, en verdad, sentía cómo se hundía en el abismo de negrura.

—Gracias, mago Zorander, por escuchar mi petición. Ya me imaginaba que es imposible, pero tenía que preguntártelo. Gracias por tu sinceridad. Ahora es mejor que vayas a dormir.

—De acuerdo, pero antes quiero saber qué dijo Shota.

—Pregunta al Buscador —replicó la mujer con expresión impasible—. La bruja le habló a él; yo estaba cubierta de serpientes.

—Serpientes. —Zedd enarcó una ceja—. Entonces es que le caíste bien. Shota puede ser mucho más cruel.

—Lo comprobé en mis propias carnes —contestó Kahlan, sosteniéndole la mirada.

—Ya le pregunté a Richard, pero se negó a decírmelo. Debes hacerlo tú.

—¿Quieres que me interponga entre dos amigos? ¿Me pides que traicione su confianza? No, gracias.

—Richard es inteligente, quizá sea el Buscador más inteligente que he conocido, pero apenas sabe nada de la Tierra Central. Sólo ha visto una parte ínfima de ella. En algunos aspectos, ésa es su mejor defensa y su baza más fuerte. No dudó en acudir a Shota para averiguar el paradero de la última caja. Ningún Buscador de la Tierra Central hubiera osado hacer algo así. Tú has pasado toda tu vida aquí y conoces casi todos sus peligros. Existen criaturas que usarían la magia de la Espada de la Verdad contra él, y otras que lo matarían después de absorberle la magia. Hay peligros de todo tipo. No tenemos tiempo para enseñarle todo lo que debe saber, por lo que es nuestra obligación protegerlo para que pueda cumplir su misión. Tengo que saber qué le dijo Shota para juzgar si es importante; sólo así podremos protegerlo.

—Zedd, por favor, Richard es mi único amigo. No me pidas que traicione su confianza.

—Kahlan, querida, Richard no es tu único amigo. Yo también soy amigo tuyo. Ayúdame a protegerlo. No le diré que me lo has contado.

Kahlan le lanzó una elocuente mirada.

—No sé cómo lo consigue, pero siempre acaba sabiendo lo que quiere saber.

Zedd le dirigió una sonrisa cómplice, pero inmediatamente endureció el gesto.

—Madre Confesora, no te lo pido, te lo ordeno, y espero que obedezcas.

Kahlan se cruzó de brazos, ofendida, y giró un poco el cuerpo para alejarse del mago. No podía creer lo que Zedd le estaba haciendo. Ella ya no tenía voz ni voto.

—Shota dijo que Richard es el único que puede detener a Rahl el Oscuro. No sabe cómo ni por qué, pero sólo él tiene una oportunidad.

—Prosigue —ordenó Zedd, en vista de que la mujer guardaba silencio.

Kahlan apretó los dientes.

—También dijo que tú tratarías de matarlo, que usarías el fuego mágico contra él y que tenía una oportunidad de derrotarte. Hay una posibilidad de que falles.

El silencio se instaló de nuevo entre ambos. Zedd lo rompió.

—Madre Confesora…

—También dijo que yo usaría mi poder con él, y que a esto no podría resistirse. Si sigo viva, yo no fallaré.

Zedd respiró hondo.

—Ahora comprendo por qué se negó a decírmelo. —El mago reflexionó en silencio unos minutos—. ¿Por qué no te mató Shota?

—Ésa era su idea inicial —contestó Kahlan, deseosa de que el mago dejara de hacerle preguntas—. Tú también estabas allí —añadió, volviéndose ligeramente hacia el anciano—. Bueno, no eras realmente tú, no era más que una ilusión, pero Richard y yo creíamos que eras tú realmente. Tú, quiero decir tu imagen, trató de matar a Shota. Pero Richard sabía que sólo ella podía ayudarnos a encontrar la caja, por lo que… bueno, la protegió. Richard… te devolvió el fuego mágico, dando así la oportunidad a Shota para… que te atacara.

—No me digas… —comentó Zedd, enarcando una ceja.

Kahlan hizo un gesto de asentimiento.

—A cambio de «salvarla», Shota le concedió un deseo. Richard lo usó para salvarnos, para que no nos matara. A Shota no le hizo ni pizca de gracia, pero Richard se mantuvo en sus trece. La bruja lo amenazó con matarlo si algún día se le ocurría volver a las Fuentes del Agaden.

—Ese muchacho nunca deja de sorprenderme. ¿Realmente escogió la información antes que mi vida?

La sonrisa de Zedd desconcertó un tanto a Kahlan.

—Sí. No dudó en cruzarse en la trayectoria del fuego mágico y usó la espada para que rebotara contra ella.

—Maravilloso —sentenció Zedd, frotándose la barbilla—. Hizo lo que debía. Siempre he temido que fuera incapaz de hacerlo, si se daba el caso. Supongo que ya no debo temer más. ¿Y luego qué pasó?

—Yo pedí a Shota que me matara —siguió contando Kahlan, clavando la vista en sus manos—. Pero ella se negó porque le había concedido a Richard su deseo. Zedd, yo… yo no podía soportar la idea de que usaría mi poder con él, por lo que le supliqué que me quitara la vida. No quería seguir viviendo para cumplir la profecía y hacerle daño.

La mujer enmudeció. Por un instante el silencio flotó entre ellos.

—Como Richard se negó, intenté suicidarme. Lo intenté durante días. Richard me quitó el cuchillo, me ataba por la noche y no me quitaba ojo de encima durante el día. Me sentía como si hubiera enloquecido. Tal vez enloquecí, por un tiempo. Finalmente me convenció de que no podíamos saber qué significa esa profecía, ni si no será él quien se acabe volviendo contra nosotros y debamos matarlo para poder vencer a Rahl. Richard me hizo comprender que no podemos actuar guiándonos por una profecía que ni siquiera entendemos.

—Siento mucho haberte obligado a contármelo, querida, y también siento que hayas tenido que pasar por todo eso. Richard tiene razón. Es peligroso tomarse las profecías al pie de la letra.

—Pero las profecías de una bruja siempre se cumplen, ¿verdad?

—Sí. —Zedd se encogió de hombros y añadió suavemente—: Pero no siempre se cumplen como tú crees. A veces, las profecías acarrean su propio cumplimiento.

—¿Cómo es eso? —inquirió Kahlan, perpleja.

—Imagina, por ejemplo, que yo tratara de matarte para impedir que la profecía se cumpliera y proteger así a Richard. Él se da cuenta, luchamos y uno de los dos vence, por ejemplo él. Como esa parte de la profecía se ha cumplido, teme que la otra parte también se hará realidad, por lo que piensa que debe matarte. Para impedir que te mate, tú lo tocas para protegerte. Y ya está: profecía cumplida.

»El problema es que es una profecía que acarrea su propio cumplimiento. Sin ella, ninguna de estas cosas habría ocurrido. La única influencia externa es la predicción en sí. Las profecías siempre se cumplen, pero raras veces sabemos cómo. —Con la mirada preguntó a la mujer si lo entendía.

—Yo siempre creí que uno debía tomárselas muy en serio.

—Y así es, pero solamente quienes entienden de tales cosas, pues son peligrosas. Como sabes, los magos custodian libros proféticos. Cuando estaba en mi alcázar solía releer algunos, pero la mayor parte de ellos me resultaba incomprensible. En el pasado existían magos que no hacían otra cosa que estudiar los libros proféticos. He leído algunas predicciones que te pondrían los pelos de punta, como mínimo, si las conocieras. A veces, incluso yo me despierto bañado en sudor. Hay algunas cosas que creo que pueden referirse a Richard y que me asustan, y hay otras cosas que sé con seguridad que se refieren a él, pero que no sé qué significado adquirirán, por lo que no me atrevo a actuar basándome en su conocimiento. No siempre podemos saber qué significan las profecías y por esa razón deben permanecer en secreto. Algunas podrían causar mucha inquietud si se conocieran.

Kahlan lo escuchaba con ojos muy abiertos.

—¿Richard aparece en los libros proféticos? Jamás he conocido a nadie que se mencionara en esos libros.

—Tú también apareces —añadió Zedd, muy sereno.

—¡Yo! ¿Mi nombre se menciona en las profecías?

—Bueno, sí y no. No es así como funciona. Uno no puede estar seguro casi nunca, pero, en este caso, lo estoy. Las profecías hablan de «la última Madre Confesora», y no hay duda de quién es la última Madre Confesora: tú, Kahlan. Tampoco hay duda de quién es «el Buscador que gobierna los vientos contra el heredero de D’Hara». Es Richard, y el heredero de D’Hara es Rahl.

—¿Qué significa «que gobierna los vientos»?

—No tengo ni idea.

Kahlan frunció el entrecejo y bajó los ojos, mientras rascaba la roca.

—Zedd, ¿qué se dice de mí en los libros proféticos? —La mujer alzó la mirada y descubrió los ojos de Zedd observándola.

—Lo siento, querida, eso no puedo decírtelo. Te asustarías tanto que no podrías volver a pegar ojo.

—Ya entiendo. Ahora me siento muy estúpida por haber intentado matarme a causa de la profecía de Shota. Para evitar que llegara a cumplirse, quiero decir. Tú también debes de creer que soy estúpida.

—Kahlan, hasta que llegue el momento no sabremos qué significa. Pero no debes sentirte estúpida. Es posible que sea cierto; que Richard sea el único que tiene una oportunidad, que tú nos traiciones, que lo tomes y des así la victoria a Rahl. Hay una oportunidad de que lo hagas para salvarnos a todos.

—Tus palabras no me hacen sentir mejor.

—También entra dentro de lo posible que Richard, de un modo u otro, se convierta en un traidor y que tú nos salves a todos.

—No sé qué es peor —comentó ella, dirigiéndole una hosca mirada.

—Las profecías no pretenden mostrar el camino. En realidad, pueden causar muchos más problemas de los que te imaginas, incluso han llegado a desatar guerras. Yo no comprendo la mayoría de ellas. Si aún quedara algún mago de esos del pasado, expertos en profecías, tal vez podría ayudarnos. Pero, sin un experto en predicciones que nos guíe, es mejor que no demos demasiadas vueltas a las palabras de Shota. La primera página de uno de los libros proféticos dice, escrito en letras doradas: «Lee estas profecías con los ojos de la mente y no del corazón». Imagínate lo importante que es esa frase que no hay nada más escrito en la página. Y eso que el libro mide la mitad de una mesa.

—Pero la profecía de Shota no es exactamente igual que las de los libros, ¿verdad?

—No. Cuando alguien profetiza algo a otra persona directamente, lo hace para ayudarla. Shota trataba de ayudar a Richard, aunque es posible que ni ella misma supiera cómo. Shota fue únicamente el canal. Algún día, tal vez signifique algo para Richard y le sea de ayuda. Pero no hay manera de saberlo. Mi esperanza era llegar a entenderla y así ayudarlo. Ya sabes que a Richard no le gustan los acertijos. Por desgracia, es una profecía del tipo que se da en llamar bifurcada, y con este tipo yo no puedo ayudar.

—¿Quieres decir que va en dos direcciones?

—Sí. Podría significar lo que dice o justo lo contrario. Las profecías bifurcadas casi siempre son inútiles; apenas son mejores que un acertijo. Richard hizo bien en no dejarse guiar por ella. Me gustaría pensar que fue porque le he enseñado bien, pero también podría ser su instinto. Richard posee los instintos de un Buscador.

—Zedd, ¿por qué no le dices a él todas estas cosas como haces conmigo? ¿No crees que tiene derecho a saberlas?

El mago se quedó largo rato con la mirada fija en la noche. Finalmente dijo:

—Es difícil de explicar. ¿Sabes?, Richard posee una intuición especial. —El mago frunció el entrecejo, tratando de encontrar las palabras justas—. ¿Has disparado alguna vez una flecha?

Kahlan sonrió, dobló las rodillas hacia el pecho, puso encima las manos y apoyó el mentón sobre ellas.

—Como se supone que eso no es cosa de chicas, de jovencita me aficioné mucho. Eso fue antes de empezar a oír confesiones.

Zedd soltó una breve carcajada.

—¿Lograste sentir alguna vez el blanco? ¿Lograste alguna vez acallar todos los sonidos en tu mente, oír el silencio y saber adónde iría a parar la flecha?

—Sí —contestó ella, sin alzar la cabeza—. Sólo me pasó un par de veces, pero sé a qué te refieres.

—Bien, pues Richard es capaz de sentir el blanco casi a voluntad. A veces, pienso que podría incluso hacer diana con los ojos cerrados. Cuando le pregunto cómo lo hace, él se limita a encogerse de hombros y responde que no puede explicarlo. Dice que siente adónde va a dirigirse la flecha. Podría hacerlo durante todo un día sin parar. Pero si empiezo a proporcionarle datos, por ejemplo, la velocidad del viento, a cuántos metros se encuentra el blanco o que el arco ha estado toda la noche fuera, con tiempo húmedo, y que esto puede afectar la tensión de la cuerda, es incapaz de dar a nada. El pensamiento interfiere con la sensación.

»Le ocurre lo mismo con las personas. Es implacable en la búsqueda de una respuesta. Va tras la última caja directo como una flecha. Richard nunca había estado antes en la Tierra Central, pero fue capaz de hallar el modo de pasar al otro lado del Límite y también ha hallado las respuestas que necesitaba para seguir adelante, para seguir hacia el blanco. Así es como actúa un verdadero Buscador. El problema es que, si le doy demasiada información, empieza a hacer lo que cree que yo espero de él en vez de hacer lo que le dicta su intuición. Tengo que ponerlo en la dirección correcta, hacia el blanco, y después dejarlo ir. Dejar que lo encuentre por sí mismo.

—Eso suena bastante cínico. Richard es un ser humano, no una flecha. Solamente hace eso porque te tiene en gran estima y haría lo que fuera para complacerte. Tú eres su ídolo. Te adora.

—No podría estar más orgulloso de él de lo que lo estoy, ni amarlo más de lo que lo amo —replicó el mago, lanzando a la mujer una sombría mirada—, pero si no detiene a Rahl el Oscuro, pasaré a ser un ídolo muerto. A veces, los hechiceros deben utilizar a los demás para alcanzar un objetivo necesario.

—Creo que sé cómo te sientes al tener que ocultarle cosas.

—Siento mucho que vosotros dos lo hayáis pasado tan mal —dijo el mago, levantándose—. Quizás ahora, conmigo aquí, será más fácil. Buenas noches, querida. —Con estas palabras echó a andar en la oscuridad.

—Zedd —lo llamó Kahlan. El mago se detuvo y la miró; una figura oscura contra el bosque iluminado por la luna—. Tú tenías una esposa, ¿verdad?.

—Sí.

La mujer se aclaró la garganta y preguntó:

—¿Cómo era? ¿Qué se siente cuando amas a alguien más que a tu propia vida, y se te permite estar con esa persona y que ella también te ame?

Zedd se quedó quieto y en silencio largo rato, mirándola fijamente en la oscuridad. Kahlan esperó, deseando ser capaz de ver el rostro del mago. Cuando se convenció de que no iba a obtener respuesta, alzó el mentón y le dijo:

—Mago Zorander, no te lo pido, te lo ordeno. Responde a mi pregunta. —Dicho esto, esperó.

Zedd respondió en voz baja.

—Fue como encontrar la otra mitad de mí mismo y estar completo, ser un todo por primera vez en mi vida.

—Gracias, Zedd. —Kahlan se alegró de que el mago no pudiera ver sus lágrimas, mientras pugnaba por no estallar en sollozos—. No era más que una pregunta.

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