28

—Inténtalo una vez más—dijo el Hombre Pájaro—.Y deja de pensar en el pájaro que quieres con esto.—El hombre le dio golpecitos en la cabeza con los nudillos—.¡Piensa con esto!—añadió, clavándole un dedo en el abdomen.

Richard asintió al escuchar la traducción de Kahlan y se llevó el silbato a los labios. Sus mejillas se hincharon al soplar. Como de costumbre no se oyó ningún sonido. El Hombre Pájaro, Richard y Kahlan otearon la llanura. Los cazadores que los habían escoltado hasta allí, y que se apoyaban en las lanzas clavadas en la hierba, volvieron nerviosos la cabeza.

Salidos como de la nada miles de estorninos, gorriones y pequeñas aves de campo descendieron sobre la pequeña compañía. Los cazadores se morían de risa, como lo habían hecho todo el día. El aire se llenó de pequeñas aves que revoloteaban frenéticamente, cubriendo el cielo por completo. Los cazadores se tiraron al suelo, se cubrieron la cabeza y rieron histéricamente. Richard se quedó estupefacto. Kahlan tuvo que volver la cara para que no la viera reír. El Hombre Pájaro se apresuró a llevarse su propio silbato a los labios y sopló una y otra vez. El cabello plateado le ondeaba mientras trataba desesperadamente de ahuyentar a tanto pájaro. Finalmente, éstos escucharon sus llamadas y se desvanecieron. La llanura recuperó la calma, exceptuando claro está a los cazadores, que aún se retorcían de risa en el suelo.

El Hombre Pájaro hizo una profunda inspiración y puso los brazos en jarras.

—Me rindo. Lo he intentado todo el día y no has mejorado nada. Richard, el del genio pronto, nunca he visto a nadie con menos talento para usar un reclamo de pájaros. Un niño podría aprender en tres intentos, pero me temo que tú te quedarías sin aliento y no lo lograrías, ni aunque lo siguieras intentando el resto de tu vida. Es inútil. Lo único que dice tu silbato es: «Venid, aquí hay comida».

—Pero yo pensaba en un halcón, de veras. He pensado con todas mis fuerzas en todos los pájaros que me has dicho.

Cuando Kahlan tradujo las risas de los cazadores aumentaron. Richard los contempló ceñudo, pero ellos siguieron riendo. El Hombre Pájaro se cruzó de brazos con un suspiro.

—Es inútil. Pronto anochecerá y esta noche tenemos la reunión. De todos modos, quédate con el silbato. Es un regalo.—El hombre pasó un brazo alrededor de los hombros del frustrado Buscador—.Aunque nunca te sirva de ayuda te recordará que, aunque eres mejor que la mayoría en algunas cosas, en esto incluso un niño lo haría mejor que tú.

Los cazadores prorrumpieron en carcajadas. Richard suspiró y dirigió al Hombre Pájaro un gesto de asentimiento. Todos recogieron sus cosas y emprendieron el camino de regreso a la aldea.

—Lo he hecho lo mejor que he podido, Kahlan —dijo Richard inclinándose hacia la mujer—. De verdad. No lo entiendo.

—No te preocupes —replicó ella, sonriendo de oreja a oreja y cogiéndole de la mano.

Aunque la luz se iba apagando, aquel día encapotado había sido el más brillante que Kahlan podía recordar en mucho tiempo, y eso la había animado. Pero lo que más la había animado era cómo la había tratado Richard; le había dejado tiempo para que se recuperara de lo ocurrido la noche anterior, sin preguntarle nada. Simplemente la había abrazado y la había dejado en paz.

Pese a que nada más había pasado ahora se sentía más unida a él que nunca, pero al mismo tiempo sabía que eso no era bueno, pues únicamente agravaba su dilema. La noche anterior había estado a punto de cometer un gran error, el peor error de su vida. Por suerte, él se lo había impedido en el último segundo. Pero una parte de ella deseaba que no lo hubiera hecho.

Al despertarse por la mañana no sabía qué sentiría Richard hacia ella, si estaría dolido, enfadado o si la odiaría. Pese a haber dormido toda la noche con los pechos desnudos contra él, había sentido vergüenza y le había dado la espalda para abrocharse la camisa. Mientras se la abotonaba, le dijo que nadie podía tener un amigo tan paciente como él, y que sólo esperaba que un día pudiera demostrarle que ella también era una buena amiga.

—Ya lo has hecho. Confías en mí y además has puesto tu vida en mis manos. Has jurado dar la vida por defenderme. ¿Qué otra prueba necesito?

Kahlan se dio media vuelta y, resistiendo un incontrolable deseo de besarlo, le dio las gracias por ser tan comprensivo.

—No obstante, debo admitir que nunca podré mirar una manzana de la misma manera —dijo sonriente, haciéndola reír en parte por el bochorno, y ambos se rieron juntos un buen rato. Después Kahlan se sintió mejor; las risas se llevaron lo que podría haber sido una espina clavada entre ellos.

De pronto, Richard se detuvo de golpe. Ella lo imitó, pero los demás siguieron adelante.

—Richard, ¿qué pasa?

—El sol. —El joven estaba pálido—. Por un momento he notado en la cara un rayo de sol.

—Yo sólo veo nubes —dijo ella mirando hacia el oeste.

—Estaba allí, una pequeña abertura pero ahora yo tampoco la veo.

—¿Crees que significa algo?

—No lo sé. —Richard sacudió la cabeza—. Pero es la primera vez que veo una pequeña abertura entre las nubes desde que Zedd las puso ahí. Tal vez no sea nada.

Reemprendieron la marcha por los pastos azotados por el viento. Hasta ellos llegaban los misteriosos sonidos de las boldas. Cuando llegaron a la aldea ya había anochecido. El banquete continuaba, desde la noche anterior y también duraría ésta, hasta que la reunión acabara. Nadie había perdido fuerzas excepto los niños, muchos de los cuales deambulaban en un soñoliento estupor o dormían satisfechos en los rincones.

Los seis ancianos ocupaban su lugar en la plataforma, pero sin esposas. Los seis comían una comida servida por mujeres especiales; las únicas cocineras a las que se permitía preparar el festín para la reunión. Kahlan miró cómo servían una bebida a cada uno de los ancianos. Era un líquido rojo distinto de las otras bebidas del banquete. Los seis tenían una mirada vidriosa y lejana, como si vieran cosas que los demás no veían. Kahlan se estremeció.

Los espíritus de sus antepasados estaban con ellos.

El Hombre Pájaro les dirigió la palabra. Cuando pareció satisfecho de lo que fuera que le dijeran, asintió. Los ancianos se levantaron y se dirigieron en fila a la casa de los espíritus. El sonido de los tambores y las boldas cambió, y a Kahlan se le puso la carne de gallina. El Hombre Pájaro regresó junto a Richard y Kahlan y fijó en ellos una mirada tan intensa y penetrante como siempre.

—Es la hora. Richard y yo debemos irnos.

—¿Cómo que Richard y tú? Yo también voy.

—No puedes.

—¿Por qué?

—Porque es una reunión sólo para hombres.

—Yo soy la guía del Buscador. Debo estar allí para traducir.

El Hombre Pájaro parecía incómodo e incapaz de fijar la mirada.

—Es una reunión sólo para hombres—repitió, incapaz de encontrar una excusa mejor.

—Bueno, pues a esta reunión asistirá una mujer. —Kahlan cruzó los brazos.

La mirada de Richard fue del rostro de Kahlan al del Hombre Pájaro para volver a posarse en el de la mujer. Por el tono de su voz sabía que algo pasaba, pero prefirió no interferir. El Hombre Pájaro se inclinó un poco hacia ella y bajó la voz.

—Cuando recibimos a los espíritus debemos estar como ellos.

—¿Me estás diciendo que hay que ir desnudo?—preguntó, entrecerrando los ojos.

El hombre inspiró profundamente y asintió.

—Y debes pintarte con barro.

—De acuerdo—dijo Kahlan con la cabeza alta—.No tengo ninguna objeción.

—¿Y qué me dices del Buscador?—El Hombre Pájaro se inclinó más hacia ella—.Quizá quieras preguntarle su opinión.

Kahlan le sostuvo la mirada largo rato, tras lo cual se volvió hacia Richard.

—Tengo que explicarte algo. Cuando una persona convoca una reunión a veces los espíritus le hacen preguntas, a través de los ancianos, para asegurarse de que la mueve un propósito noble. Si das una respuesta que el espíritu de un antepasado encuentra deshonrosa o falsa... podrían matarte. Los ancianos no, los espíritus.

—Tengo la espada —le recordó.

—No, no la tendrás. Tendrás que hacer lo mismo que los ancianos y enfrentarte a los espíritus tal como eres, sin espada y sin ropa, y tendrás que pintarte con barro. —Kahlan hizo una inspiración y se retiró el pelo de la cara—. Si yo no estoy allí para traducir podrían matarte solamente porque no entiendes una pregunta y no puedes responder. Entonces Rahl ganaría. Debo estar allí para hacerte de intérprete. Pero para estar tendré que ir desnuda. El Hombre Pájaro se siente muy inquieto y quiere saber qué te parece a ti. Él espera que me lo prohíbas.

Richard se cruzó de brazos y la miró de hito en hito.

—Creo que te agarrarías a cualquier excusa para quitarte la ropa en la casa de los espíritus.

Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba y sus ojos chispearon. Kahlan tuvo que morderse el labio inferior para no reír. El Hombre Pájaro los miró confundido.

—¡Richard! —dijo en tono de advertencia—. Esto es muy serio. Y no te hagas demasiadas ilusiones, estará oscuro. —No obstante, apenas se podía contener las ganas de reír.

Richard recuperó la compostura y dijo al Hombre Pájaro:

—Convoco la reunión y necesito a Kahlan a mi lado.

La mujer vio que el hombre casi se estremecía al oír la traducción de aquellas palabras.

—Desde el momento que llegasteis os habéis saltado las normas. ¿Por qué debería ser distinto ahora?—se preguntó con un suspiro—.De acuerdo, vamos.

Kahlan y Richard anduvieron uno al lado del otro siguiendo la silueta del Hombre Pájaro, que los conducía por las oscuras callejas de la aldea, doblando a la derecha varias veces y después a la izquierda. Richard le cogió la mano. Kahlan se sentía mucho más nerviosa por sentarse desnuda entre ocho hombres, asimismo desnudos, de lo que estaba dispuesta a admitir. Pero no era el momento de echarse atrás; se habían esforzado demasiado y apenas les quedaba tiempo.

Así pues, puso su cara de Confesora.

Antes de llegar a la casa de los espíritus, el Hombre Pájaro los condujo, a través de un estrecho portal, a una pequeña habitación de un edificio próximo. Los otros ancianos ya estaban allí, sentados en el suelo con las piernas cruzadas y la mirada perdida. Kahlan dirigió una sonrisa a Savidlin, pero éste no se la devolvió. El Hombre Pájaro cogió un pequeño banco y dos botes llenos de arcilla.

—Cuando os llame por el nombre, salid. Hasta entonces esperad.

Mientras el Hombre Pájaro cogía el banco y sus botes y cruzaba la puerta de costado, Kahlan tradujo a Richard sus instrucciones. Al rato llamó a Caldus y después a cada uno de los ancianos. Savidlin fue el último. El hombre no les habló ni pareció darse cuenta de su presencia. Los espíritus estaban en sus ojos.

Kahlan y Richard esperaron sentados en silencio en la habitación oscura y vacía. Kahlan jugueteaba con el talón de una de sus botas, tratando de no pensar en lo que se había comprometido a hacer, pero sin podérselo quitar de la cabeza.

Richard estaría desarmado sin su espada, sin protección. Pero ella conservaría su poder. Ella sería su protección. Aunque no lo había dicho, ésa era la otra razón por la que ella tenía que asistir a la reunión; si algo iba mal sería ella quien muriera y no él, seguro. Ya se encargaría ella de eso. Kahlan se armó de valor y se sumergió en su interior. Entonces oyó al Hombre Pájaro llamar a Richard, y éste se levantó.

—Esperemos que esto funcione. Si no, tendremos muchos problemas. Me alegro de que tú también vayas a estar. —Era una advertencia para que estuviera alerta.

—Recuerda, Richard, ahora ésa también es nuestra gente y nosotros somos parte de ellos. Su intención es ayudar, y lo harán lo mejor que puedan.

Kahlan se quedó sentada abrazándose las rodillas hasta que oyó su nombre. Entonces salió afuera, a la fría y negra noche. El Hombre Pájaro estaba sentado en el pequeño banco contra el muro de la casa de los espíritus. En la oscuridad Kahlan vio que iba desnudo, con símbolos de líneas quebradas, bandas y espirales pintados por todo el cuerpo. El cabello plateado le caía sobre los hombros. Los pollos, posados sobre un murete próximo, los vigilaban. A los pies de un cazador, situado de pie junto al Hombre Pájaro, se veían pieles de coyote, ropas y la espada de Richard.

—Quítate la ropa—le ordenó el Hombre Pájaro.

—¿Y él?—inquirió Kahlan, señalando al cazador.

—Está aquí para coger la ropa y llevarla a la plataforma de los ancianos, para que la gente vea que estamos en una reunión. Antes del alba las devolverá, para que todos sepan que la reunión ha acabado.

—Dile que se dé la vuelta.

El Hombre Pájaro impartió la orden y el cazador obedeció. Kahlan cogió la punta del cinturón y tiró para soltar la hebilla. Hizo una pausa y miró al Hombre Pájaro.

—Muchacha—dijo éste suavemente—,esta noche no eres ni hombre ni mujer. Eres una persona barro. Esta noche, yo tampoco soy ni hombre ni mujer. Soy el guía de los espíritus.

Kahlan asintió, se quitó la ropa y se quedó de pie ante él, sintiendo el frío aire nocturno en la piel desnuda. El Hombre Pájaro cogió un poco de barro blanco de uno de los botes. Sus manos se detuvieron ante ella. Kahlan esperaba. Pese a lo que había dicho, era evidente que no las tenía todas consigo. Ver era una cosa, pero tocar era muy distinto.

Kahlan le cogió la mano y tiró de ella con firmeza hacia su barriga, notando el frío barro en su piel.

—Hazlo—ordenó.

Al acabar abrieron la puerta de la casa de los espíritus y entraron. El Hombre Pájaro fue a ocupar su sitio en el círculo de los ancianos pintados, mientras que ella se sentaba frente a él, al lado de Richard. Líneas negras y blancas surcaban diagonalmente el rostro del joven en un impresionante dibujo; era la máscara que todos llevaban para los espíritus. Los cráneos, normalmente colocados encima de las repisas, ocupaban el centro del círculo. Un pequeño fuego ardía bajo en la chimenea, a espaldas de la mujer, desprendiendo un extraño y acre olor. Los ancianos tenían la vista fija enfrente mientras salmodiaban palabras que Kahlan no entendía. El Hombre Pájaro alzó su distante mirada y la puerta se cerró sola.

—Desde ahora y hasta que acabemos, poco antes del alba, nadie podrá salir y nadie podrá entrar. Los espíritus han bloqueado la puerta.

Kahlan recorrió la habitación con la mirada, pero no vio nada. Un escalofrío le recorrió la columna. El Hombre Pájaro cogió una cesta de junco situada a su lado, metió la mano dentro y sacó un pequeño sapo. A continuación pasó la cesta al siguiente anciano. Todos sacaron un sapo y empezaron a frotar la espalda del animal contra su pecho. Cuando le llegó a ella, la sostuvo con ambas manos y miró al Hombre Pájaro.

—¿Por qué hacemos esto?

—Son sapos espíritu rojos, muy raros de encontrar. Su espalda secreta una sustancia que nos hace olvidar este mundo y nos permite ver los espíritus.

—Honorable anciano, es posible que ahora sea una mujer barro, pero también soy una Confesora y debo controlar en todo momento mi poder. Si olvido este mundo es posible que no sea capaz de hacerlo.

—Es demasiado tarde para echarse atrás. Los espíritus están con nosotros. Te han visto, han visto los símbolos pintados que abren sus ojos. Ahora no puedes marcharte. Si entre nosotros hay alguien a quien no pueden ver lo matarán y robarán su espíritu. Comprendo tu problema pero no puedo ayudarte. Tendrás que esforzarte al máximo para contener el poder. Si no eres capaz de hacerlo, uno de nosotros estará perdido. Es el precio que tendremos que pagar. Si quieres morir deja el sapo dentro de la cesta. Pero si quieres detener a Rahl el Oscuro cógelo.

Kahlan miró con ojos desorbitados la sombría cara del hombre y metió la mano en la cesta. El sapo se retorció y se debatió en su mano, mientras ella pasaba la cesta a Richard y le decía qué debía hacer. Entonces tragó saliva y frotó la fría y viscosa espalda del sapo contra su piel, entre sus pechos —donde no había símbolos pintados—, se lo restregó por todas partes en círculos, siguiendo el ejemplo de los ancianos. Cuando la sustancia viscosa entraba en contacto con su piel, sentía un hormigueo y una sensación de tirantez. La sensación se fue extendiendo por todo su cuerpo. El sonido de los tambores y las boldas se fue haciendo cada vez más fuerte en sus orejas, hasta que tuvo la impresión de que no había nada más en el mundo. Su cuerpo vibraba con el ritmo. En su mente aferró el poder, agarrándolo con fuerza, y se concentró en la tarea de controlarlo. Luego, esperando que eso bastara, se dejó ir.

Todo el mundo cogió la mano de la persona que tenía al lado. Kahlan veía borrosas las paredes de la habitación. Su conciencia tremolaba como ondas en un estanque, flotaba, cabeceaba, daba bandazos. Sentía que empezaba a girar en círculo con los demás, una y otra vez, alrededor de los cráneos. Todos fueron absorbidos en un suave vacío de nada. Rayos de luz que brotaban del centro giraban con ellos.

Unas formas los rodearon y empezaron a cercarlos. Aterrorizada, Kahlan las reconoció: eran sombras.

La mujer trató de gritar pero apenas podía respirar, por lo que apretó la mano de Richard. Tenía que protegerlo. Entonces intentó levantarse y cubrirlo con su cuerpo, para que las sombras no pudieran tocarlo. Pero no podía moverse. Horrorizada, se dio cuenta de que era porque unas manos, manos de las sombras, se lo impedían. Kahlan luchó y luchó para ponerse en pie y proteger a Richard. El pánico la embargó. ¿Ya la habían matado? ¿Estaba muerta? ¿No era más que un espíritu? ¿Incapaz de moverse?

Las sombras la miraban fijamente. Las sombras no tenían rostro, pero éstas sí; eran rostros de gente barro.

Con indecible alivio se dio cuenta de que no eran sombras, sino los espíritus de los antepasados. Contuvo la respiración, pugnó por controlar el pánico y se relajó.

—¿Quién convoca esta reunión?

Los espíritus hablaban. Todos a la vez. Juntos. Era un sonido hueco, monótono, muerto, que casi la dejó sin respiración. Pero era la boca del Hombre Pájaro la que se movía.

—¿Quién convoca esta reunión?—repitieron.

—Este hombre—contestó Kahlan—,el hombre sentado a mi lado. Richard, el del genio pronto.

Los espíritus flotaron entre los ancianos y se reunieron en el centro del círculo.

—Soltad sus manos.

Kahlan y Savidlin soltaron las manos de Richard. Los espíritus giraron en el centro del círculo y, de pronto, atravesaron uno a uno el cuerpo del joven.

Éste hizo una profunda inspiración, echó la cabeza hacia atrás y lanzó un agónico grito mientras los espíritus pasaban a través de él.

Kahlan dio un brinco. Todos los espíritus se cernían sobre Richard. Los ancianos cerraron los ojos.

—¡Richard!

El joven volvió a inclinar la cabeza hacia adelante.

—Tranquila, estoy bien —logró decir con voz ronca, pero era evidente que aún sufría.

Los espíritus se movieron alrededor del círculo, por detrás de los ancianos, tras lo cual tomaron posesión de sus cuerpos. Espíritu y hombre ocupaban el mismo espacio y el mismo tiempo. Ahora el contorno de los ancianos se suavizaba y desdibujaba. Todos abrieron los ojos.

—¿Por qué nos has llamado?—preguntó el Hombre Pájaro en sus voces huecas y armoniosas.

La mujer se inclinó ligeramente hacia Richard sin apartar los ojos del Hombre Pájaro.

—Quieren saber por qué has convocado esta reunión.

Richard respiró hondo varias veces, recuperándose de lo que le habían hecho.

—He convocado esta reunión porque debo encontrar un objeto mágico antes de que Rahl el Oscuro dé con él. Antes de que pueda usarlo.

Kahlan tradujo mientras los espíritus hablaban a Richard por boca de los ancianos.

—¿A cuántos hombres has matado?—inquirió Savidlin con las voces de los espíritus.

—A dos —contestó Richard sin vacilar.

—¿Por qué?—preguntó Hanjalet con voces inquietantes.

—Porque querían matarme.

—¿Ambos?

—Al primero lo maté en defensa propia —respondió el joven tras un instante de reflexión—. Y al segundo para defender a una amiga.

—¿Crees que defender a una amiga te da el derecho de matar?—Esta vez fue la boca de Arbrin la que se movió.

—Sí.

—¿Y si él iba a matar a tu amiga sólo para defender la vida de un amigo suyo?

Richard respiró hondo.

—No comprendo a qué viene esa pregunta.

—Según tú mismo has dicho, crees que está justificado matar en defensa de un amigo. Así pues, si él iba a matar para defender a su amigo también estaba en su derecho. Su acto estaba justificado. Y puesto que estaba justificado, tu derecho quedaría invalidado, ¿verdad?

—No todas las preguntas tienen una respuesta.

—Tal vez no todas las preguntas tienen una respuesta que te gusta.

—Tal vez.

Por su tono de voz Kahlan se dio cuenta de que Richard se estaba enojando. Todos los ojos de los ancianos, de los espíritus, se posaban en él.

—¿Disfrutaste matando a ese hombre?

—¿A cuál de ellos?

—Al primero.

—No.

—¿Y al segundo?

Richard contrajo los músculos de la mandíbula y preguntó a su vez:

—¿Por qué me hacéis estas preguntas?

—Todas las preguntas tienen una razón de ser distinta.

—Y a veces las razones no tienen nada que ver con la pregunta.

—Contesta.

—Sólo si primero me dices por qué preguntas.

—Estás aquí para preguntarnos. ¿Quieres que te preguntemos por qué?

—Creo que ya lo estáis haciendo.

—Responde a nuestra pregunta o nosotros no responderemos a las tuyas.

—¿Y si respondo prometéis contestar las mías?

—No estamos aquí para regatear. Estamos aquí porque nos has llamado. Responde o daremos por finalizada la reunión.

Richard inspiró hondo y fue soltando lentamente el aire, alzando la vista a la nada.

—Sí, debido a la magia de laEspada de la Verdaddisfruté matándolo. Así es como funciona. Si lo hubiera matado de otro modo, sin la espada, no habría disfrutado.

—No viene al caso.

—¿Qué?

—«Si» no viene al caso; «disfruté», sí. Así pues, has dado dos razones para matar al segundo hombre: para defender a una amiga y para disfrutar. ¿Cuál es la verdadera?

—Ambas. Maté para proteger la vida de mi amiga y, debido a la espada, disfruté haciéndolo.

—¿Y si no hubiera sido necesario matar para proteger a esa amiga?¿Y si te equivocaste al evaluar la situación?¿Y si la vida de tu amiga no estaba en peligro?

Kahlan se puso tensa y vaciló un momento antes de traducir.

—Para mí, lo que hago no es tan importante como la intención que me mueve. Creí realmente que la vida de mi amiga estaba en peligro, por lo que me sentí justificado para matar. Tuve que tomar una decisión en un instante. Pensé que si dudaba, ella moriría.

»Si los espíritus creen que hice mal al matar, o que la persona a quien maté estaba en su derecho a obrar de aquel modo y eso invalida mi derecho, estamos en desacuerdo. Algunos problemas no tienen una solución clara. A veces no hay tiempo para detenerse a analizarlos. Tuve que actuar dejándome guiar por el corazón. Como un hombre sabio me dijo una vez, todos los asesinos creen que tienen una justificación para matar. Yo mataría para salvar mi vida, la de un amigo o la de un inocente. Si creéis que esto está mal, decídmelo para poner fin a estas dolorosas preguntas y empezaré a buscar en otro sitio las respuestas que necesito.

—Tal como ya hemos dicho, no regateamos. Has dicho que, para ti, lo que haces no es tan importante como la intención que te mueve. ¿Has tratado de matar a alguien sin lograrlo?

El sonido de las voces era doloroso; Kahlan tenía la impresión de que le quemaba en la piel.

—Habéis malinterpretado mis palabras. Lo que he dicho es que maté porque creí que debía hacerlo, porque creía que aquel hombre tuviera la intención de matar, por lo que tenía que actuar o mi amiga moriría. La intención no es igual a los actos. Probablemente hay una larga lista de personas que, en un momento u otro, he deseado matar.

—¿Si lo deseabas, por qué no lo hiciste?

—Por muchas razones. En algunos casos no estaba realmente justificado; no era más que una fantasía, algo que imaginaba para sacarme el aguijón de una injusticia. No era necesario que matara. Y otras, bueno, finalmente no lo hice, eso es todo.

—¿Cómo a los cinco ancianos?

—Sí —contestó Richard con un suspiro.

—Pero tenías la intención de matar.

Richard no respondió.

—¿En ese caso la intención fue igual a los actos?

Richard tragó con fuerza.

—En mi corazón, sí. El hecho de intentarlo me hiere casi tanto como si lo hubiera hecho.

—Así pues, parece que no hemos malinterpretado tus palabras.

Kahlan pudo ver lágrimas en los ojos de Richard.

—¿Por qué me preguntáis todo eso? —exclamó el joven.

—¿Por qué quieres el objeto mágico?

—¡Para detener a Rahl el Oscuro!

—¿Y cómo te ayudará ese objeto a conseguirlo?

Richard se recostó un poco hacia atrás y abrió mucho los ojos. Había comprendido. Una lágrima le corrió por la mejilla.

—Porque si me hago con ese objeto e impido que él lo consiga —susurró—, Rahl morirá. De ese modo lo mataré.

—Entonces, lo que realmente nos pides es que te ayudemos a matar a otra persona.—Kahlan oyó voces a su alrededor en la oscuridad.

Richard se limitó a asentir.

—Por eso te hacemos estas preguntas. Tú nos pides que te ayudemos a matar. ¿No crees que es justo que sepamos a qué tipo de persona vamos a respaldar en ese acto?

—Supongo que sí —replicó Richard, con el sudor que le caía por la cara y los ojos cerrados.

—¿Por qué quieres matar a ese hombre?

—Tengo muchas razones.

—¿Por qué quieres matar a ese hombre?

—Porque torturó y mató a mi padre. Porque ha torturado y matado a muchas personas más. Porque torturará y matará a muchas otras si yo no lo mato. Es el único modo de detenerlo. Es imposible razonar con él. No tengo otra opción que matarlo.

—Reflexiona cuidadosamente sobre la siguiente pregunta y responde la verdad, o esta reunión habrá acabado.

Richard asintió.

—¿Cuál es la principal razón, por encima de todas las demás, por la que quieres matar a ese hombre?

Richard bajó la vista y volvió a cerrar los ojos.

—Porque —susurró al fin, con lágrimas corriéndole por las mejillas—, porque si no lo mato, él matará a Kahlan.

Kahlan sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago y tuvo que hacer un gran esfuerzo para traducir aquellas palabras. Hubo un largo silencio. Richard se había quedado desnudo y no sólo físicamente. Kahlan estaba enfadada con los espíritus por haberle hecho algo así y también consternada por lo que ella le estaba haciendo. Shar había tenido razón.

—Si Kahlan no fuera un factor, ¿aún tratarías de matar a ese hombre?

—Definitivamente sí. Me habéis preguntado la principal razón y os la he dicho.

—¿Cuál es el objeto mágico que buscas?—preguntaron inopinadamente.

—¿Significa eso que aprobáis mis razones para matar?

—No. Significa que, por nuestras propias razones, hemos decidido responder a tu pregunta. Si es que podemos. ¿Cuál es el objeto mágico que buscas?

—Una de las tres cajas del Destino.

Cuando Kahlan tradujo los espíritus se echaron a aullar, como si algo les doliera.

—No se nos permite responder a eso. Las cajas del Destino están en juego. La reunión ha terminado.

Los ancianos cerraban los ojos. Richard se levantó y les espetó:

—¿Dejaréis que Rahl el Oscuro mate a toda esa gente cuando tenéis el poder para impedirlo?

—Sí.

—¿Dejaréis que mate a vuestros descendientes? A vuestra propia carne y sangre? ¡Vosotros no sois los espíritus antepasados de nuestra gente, sino espíritus traidores!

—Mentira.

—¡Pues decídmelo!

—No está permitido.

—¡Por favor! No nos neguéis vuestra ayuda. Dejadme hacer otra pregunta.

—No nos está permitido revelar el emplazamiento de las cajas del Destino. Está prohibido. Piensa otra pregunta.

Richard se sentó y se llevó las rodillas al pecho. Con las yemas de los dedos se frotó los ojos. Los símbolos pintados por todo su cuerpo le daban la apariencia de una criatura salvaje. Puso el rostro entre las manos, pensativo, pero de pronto irguió la cabeza.

—No podéis decirme dónde están las cajas del Destino. ¿Hay alguna otra limitación?

—Sí.

—¿Cuántas cajas tiene ya Rahl?

—Dos.

—Me acabáis de revelar dónde están dos de las cajas —dijo mirando parsimoniosamente a los ancianos—. Habíais dicho que estaba prohibido —les recordó—. ¿O lo que cuenta es sólo la intención?

Silencio.

—Esa información te la podemos dar. ¿Cuál es tu pregunta?

Richard se inclinó hacia adelante, como el perro que husmea un rastro.

—¿Podéis decirme quién sabe dónde está la última caja?

Kahlan sospechaba que Richard ya conocía la respuesta a esa pregunta. Reconocía su manera de plantear una misma cosa desde dos ángulos distintos.

—Conocemos el nombre de quien tiene la caja y los de varias otras personas que están cerca, pero no podemos decírtelos, pues eso equivaldría a decirte dónde está la caja. Está prohibido.

—Entonces, ¿podéis decirme el nombre de alguien, que no sea Rahl, que no posea la última caja, que no esté cerca de ella, pero que sepa dónde se encuentra?

—Podemos darte un nombre. Ella sabe dónde está la caja. Si te decimos su nombre no te estaremos conduciendo a la caja, sino sólo a ella. Eso está permitido. Después dependerá de ti, no de nosotros, conseguir la información que necesites.

—Pues ahí va mi pregunta: ¿quién es?, ¿cómo se llama?

Cuando pronunciaron el nombre Kahlan se quedó helada de golpe y no tradujo. Los ancianos temblaron tras pronunciar ese nombre en voz alta.

—¿Quién es? ¿Cómo se llama? —le preguntó Richard.

Kahlan lo miró.

—Podemos darnos por muertos —susurró.

—¿Por qué? ¿Quién es?

Kahlan se hundió en sí misma y contestó:

—Es Shota, la bruja.

—¿Y sabes dónde encontrarla?

Kahlan asintió con un frunce de terror en la frente.

—En las Fuentes del Agaden. —Kahlan respondió en susurros, como si las palabras en sí fueran venenosas—. Ni siquiera un mago se aventuraría allí.

Richard estudió el gesto de temor de Kahlan así como a los ancianos, que temblaban.

—Pues tendremos que ir a las Fuentes del Agaden a visitar a la bruja Shota.

—Que los hados os sean favorables—dijeron los espíritus a través del Hombre Pájaro—.Las vidas de nuestros descendientes dependen de vosotros.

—Gracias por vuestra ayuda, honorables antepasados —dijo Richard—. Haré todo lo que esté en mi mano para detener a Rahl y ayudar a nuestra gente.

—Usa la cabeza, tal como hace Rahl el Oscuro. Si te enfrentas a él en su terreno, perderás. No será nada fácil. Tendrás que sufrir, como nuestra gente y otras personas, antes de tener una pequeña posibilidad de triunfo. E, incluso así, es muy probable que fracases. Oye nuestra advertencia, Richard, el del genio pronto.

—Recordaré vuestras palabras. Juro hacerlo lo mejor que pueda.

—Entonces pondremos a prueba tu juramento. Hay algo que queremos decirte. —Hicieron una breve pausa y prosiguieron—:Rahl el Oscuro está aquí y te busca.

Kahlan tradujo a toda prisa, al tiempo que se levantaba de un salto. Richard la imitó.

—¿Qué? ¿Está aquí ahora? ¿Dónde? ¿Qué está haciendo?

—Está en el centro de la aldea matando gente.

El miedo embargó a Kahlan. Richard dio un paso adelante.

—Tengo que salir. Tengo que coger la espada. ¡Debo detenerlo!

—Como quieras, pero antes escúchanos. Siéntate—le ordenaron.

Richard y Kahlan volvieron a sentarse, mirándose con ojos muy abiertos y apretándose fuerte las manos. Kahlan sentía ganas de llorar.

—Deprisa —pidió Richard.

—Rahl el Oscuro te quiere a ti. Tu espada no puede matarlo. Esta noche la balanza del poder se decanta de su lado. Si sales ahí afuera te matará. No tienes ninguna oportunidad. Ni la más mínima. Para triunfar debes invertir la balanza del poder, pero esta noche no puedes hacerlo. La gente que mate esta noche morirá tanto si sales a luchar contra él como si no. Si sales, al final morirán más. Muchos más. Para triunfar deberás mostrar el valor de permitir que esta noche mueran muchas personas. Salva tu vida para luchar en otra ocasión. Debes sufrir este dolor. Si quieres tener una oportunidad de ganar, haz caso a tu cabeza y no a tu espada.

—¡Pero tendré que salir más pronto o más tarde!

—Rahl el Oscuro ha desatado muchos terrores oscuros. Debe equilibrar muchas cosas, incluido su tiempo. No podrá esperar toda la noche. Él confía, y con razón, que puede vencerte cuando le plazca. No tiene ninguna razón para esperar. Pronto se marchará para atender otros asuntos y volverá a por ti otro día.

»Los símbolos que llevas pintados nos abren los ojos para que te podamos ver. Pero a él se los cierran; él no podrá verte a no ser que desenvaines la espada. Entonces te atraparía. Mientras lleves estos símbolos y la magia de la espada permanezca dentro de su funda, no podrá encontrarte en el territorio de la gente barro.

—¡Pero no puedo quedarme aquí!

—Si quieres detenerlo, debes quedarte aquí. Cuando abandones nuestro territorio el poder de los símbolos desaparecerá y él podrá verte.

A Richard le temblaban los puños. Por la expresión de su rostro Kahlan supo que no se sentía muy inclinado a hacer caso de la advertencia, que estaba a punto de salir afuera a luchar.

—Tú eliges—prosiguieron los espíritus—.Puedes esperar aquí dentro mientras mata a algunos de los nuestros y, cuando se marche, ir a por la caja y matarlo. O salir ahora para nada.

Richard cerró los ojos y los apretó. Respiraba dificultosamente.

—Esperaré —dijo al fin con voz apenas audible.

Kahlan le echó los brazos al cuello, apoyó la cabeza en él y lloraron. El círculo de ancianos empezó de nuevo a girar a su alrededor.

Fue lo último que recordó antes de que el Hombre Pájaro los zarandeara para despertarlos. Al recordar lo que habían dicho los espíritus sobre la gente barro que debía morir y que si querían encontrar la caja tendrían que ir a ver a Shota en las Fuentes del Agaden, Kahlan se sentía como si acabara de salir de una pesadilla. La idea de la bruja la hacía estremecer. Los demás ancianos estaban de pie a su lado y los ayudaban a levantarse. Todos tenían un gesto sombrío. Las lágrimas pugnaban de nuevo por brotar de sus ojos, pero la mujer las contuvo.

El Hombre Pájaro empujó la puerta para salir al frío aire de la noche y al cielo despejado iluminado por las estrellas.

Las nubes habían desaparecido, incluso la de forma de serpiente.

Amanecería en menos de una hora y hacia el este ya se adivinaba una pizca de color en el cielo. Un cazador de cara solemne les entregó las ropas y a Richard también la espada. Sin decir palabra todos se vistieron y se marcharon.

Una falange de cazadores y arqueros rodeaba la casa de los espíritus en un cerco de protección. Muchos estaban cubiertos de sangre. Richard se abrió paso hasta situarse por delante del Hombre Pájaro.

—Decidme qué ha ocurrido —ordenó en voz baja.

Un hombre armado con una lanza se adelantó. Kahlan se acercó a Richard para traducir. El guerrero tenía los ojos inflamados de rabia.

—Del cielo vino un demonio rojo, con un hombre montado en él. Te buscaba a ti.—Con fuego en los ojos empujó la punta de la lanza contra el pecho de Richard. El Hombre Pájaro, con rostro pétreo, colocó una mano sobre la lanza y la apartó del joven—.Al no encontrar más que tus ropas empezó a matar a gente. ¡A niños!—El hombre respiraba agitadamente por la rabia—.Nuestras flechas no llegaban a él. Nuestras manos tampoco. Muchos de los que lo intentaron acabaron muertos por el fuego mágico. Entonces, al ver que usábamos fuego, se enfureció y los apagó todos. Luego volvió a subirse a la espalda del demonio rojo y nos dijo que si volvíamos a usar fuego regresaría y mataría a todos los niños de la aldea. Con ayuda de la magia elevó a Siddin en el aire y lo cogió bajo el brazo. «Un regalo para un amigo», dijo. Después se marchó volando. ¡¿Y dónde estabas tú y tu espada?!

Los ojos de Savidlin se anegaron de lágrimas. Kahlan se llevó una mano al corazón para aliviar el desgarrador dolor que sentía. Sabía para quién era el regalo.

El hombre con la lanza escupió a Richard. Savidlin fue a por él, pero Richard levantó una mano para detenerlo.

—Yo oí las voces de los espíritus de nuestros antepasados—dijo Savidlin—.¡Sé que si no salió no fue por culpa suya!

Kahlan abrazó a Savidlin y lo consoló.

—Sé fuerte. Lo salvamos una vez cuando parecía estar perdido y lo salvaremos de nuevo.

Savidlin asintió valientemente y Kahlan se apartó. Richard le preguntó qué le había dicho.

—Una mentira para aliviar su dolor.

Richard hizo un gesto de aquiescencia y se volvió hacia el hombre de la lanza.

—Muéstrame a los que mató —dijo con voz impasible.

—¿Por qué?

—Para no olvidar nunca por qué voy a matar al que lo hizo.

El hombre lanzó a los ancianos una mirada airada y los condujo a todos al centro de la aldea. Kahlan puso cara inexpresiva para resguardarse de lo que sabía que iba a ver. Lo había visto demasiadas veces en otras aldeas, en otros lugares. Tal como esperaba esta vez era igual a las otras. Junto a un muro yacían alineados caóticamente los cuerpos desgarrados y destripados de niños, los cuerpos quemados de hombres y mujeres muertas, algunas sin brazos o sin mandíbula. Entre ellas estaba la sobrina del Hombre Pájaro. Richard caminó impasible entre el caos de gente que chillaba y gemía; pasaba por delante de los muertos y los miraba. Era la calma en el ojo del huracán.

—Esto es lo que nos has traído—le espetó el cazador con voz sibilante—.¡Es culpa tuya!

Richard vio que otros asentían. Entonces se volvió hacia quien había hablado y le dijo en tono amable:

—Si pensarlo alivia tu dolor, entonces cúlpame a mí. Yo prefiero culpar a quien tiene manchadas las manos con la sangre de esta gente. Hasta que esto termine no uséis fuego —dijo dirigiéndose al Hombre Pájaro y a los ancianos—. Sólo causaría más muertes. Juro que detendré a Rahl el Oscuro o moriré en el intento. Gracias por ayudarme, amigos.

El joven posó en Kahlan una mirada intensa, que reflejaba la rabia por lo que acababa de ver. Los dientes le rechinaban.

—Vamos en busca de la bruja —dijo.

No tenían elección, pero ella conocía a Shota. Iban a morir. Sería lo mismo que si preguntaran a Rahl dónde encontrar la caja.

Kahlan se acercó al Hombre Pájaro e, inesperadamente, lo rodeó con sus brazos.

—No me olvides—le susurró.

Cuando se separaron el Hombre Pájaro miró a quienes lo rodeaban. Tenía la cara demacrada.

—Kahlan y Richard necesitan a algunos hombres que los protejan hasta llegar a la frontera de nuestras tierras.

Savidlin se adelantó al punto. Sin dudarlo, un grupo de diez de sus mejores cazadores lo imitaron.

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