A la mañana siguiente, en vez de entrenar fueron a dar un paseo. El amo Rahl había dicho que vería a Richard después de las plegarias de la tarde. Tras los rezos, cuando ya se disponían a marcharse, Constance se acercó a ellos.
—Tienes un aspecto sorprendentemente saludable, hermana Denna.
Denna la miró sin ninguna emoción. Richard estaba furioso con Constance por haberla delatado ante el amo Rahl y haber hecho que la castigaran, por lo que tuvo que concentrarse en la trenza de Denna.
—Bueno. He oído que hoy te han concedido audiencia con el amo Rahl —dijo Constance a Richard—. Si después de eso sigues vivo, me verás más a menudo. A solas. Cuando el amo Rahl acabe contigo, quiero una porción de ti, por así decirlo.
Richard replicó sin pensar.
—El año en que os eligieron, ama Constance, debió de ser un año especialmente malo, pues de otro modo alguien con una inteligencia tan limitada nunca habría sido escogida para ser mord-sith. Sólo los más ignorantes anteponen sus mezquinas ambiciones a la amistad, especialmente tratándose de una amiga que ha sacrificado tanto por vos. No sois digna ni de besar el agiel del ama Denna. —Richard sonrió tranquilamente y lleno de confianza a la perpleja mord-sith—. Rezad para que el amo Rahl me mate, ama Constance, porque si no la próxima vez que os vea os mataré por lo que hicisteis al ama Denna.
Constance lo miraba como en estado de trance, pero de pronto lo atacó con el agiel. Denna intervino, hundiendo su propio agiel en la garganta de Constance y repeliendo así su ataque. A Constance casi se le salen los ojos de las órbitas por la sorpresa. Tosió, expulsando sangre, y cayó de rodillas mientras se llevaba las manos al cuello.
Denna se quedó mirándola unos momentos antes de marcharse, sin decir palabra. Richard, encadenado a ella, tuvo que darse prisa para seguirla.
—Intenta adivinar cuántas horas de castigo va a costarte eso —le dijo Denna, con los ojos al frente y sin mostrar ninguna emoción.
—Ama Denna, si existe una mord-sith capaz de hacer gritar a un muerto, ésa sois vos —contestó Richard con una sonrisa.
—¿Y si el amo Rahl no te mata, cuántas horas?
—Ama Denna, ni toda una vida de castigo podría empañar el placer que siento por lo que he hecho.
Denna esbozó una leve sonrisa, pero evitó mirarlo.
—Me alegro de que, para ti, mereciera la pena. Todavía no te entiendo —prosiguió, lanzándole una mirada de soslayo—. Como tú mismo dijiste, sólo podemos ser lo que somos, nada más y nada menos. Por mi parte, yo lamento ser quien soy y temo que tú tampoco puedes dejar de ser quien eres. Los dos somos soldados que luchan en bandos contrarios en esta guerra. Me encantaría que fueses mi compañero de por vida y poder verte morir de viejo.
—Haré lo posible para tener una larga vida por vos, ama Denna —respondió Richard, sintiéndose reconfortado por el amable tono de la mujer.
Fueron recorriendo pasillos, atravesando patios de oración y pasando por delante de estatuas y de gente. La mujer lo hizo subir una escalera y lo guió por vastas estancias exquisitamente decoradas. Finalmente, se detuvo ante unas puertas talladas con escenas de suaves lomas y bosques, todo ello revestido de oro.
—¿Estás preparado para morir hoy, amor mío? —le preguntó Denna.
—El día aún no ha acabado, ama Denna.
La mord-sith le rodeó el cuello con los brazos y lo besó con ternura. Acto seguido se separó solamente unos centímetros de él y le acarició la nuca, mientras le decía:
—Siento hacerte esto, Richard, pero he sido entrenada para ello y no sé hacer otra cosa; el único propósito de mi vida es causarte dolor. No es una elección voluntaria, me han entrenado para ello. Sólo puedo ser lo que soy: una mord-sith. Si tienes que morir hoy, amor mío, procura morir bien para que me sienta orgullosa de ti.
«Soy el compañero de una loca —pensó Richard tristemente—. De alguien a quien han vuelto loca».
La mujer empujó los batientes de la puerta y entraron en un magnífico jardín. Si su mente no hubiera estado ocupada en otros asuntos, Richard se hubiera sentido muy impresionado. Juntos recorrieron un sendero que serpenteaba entre macizos de flores y arbustos, pasaron junto a muretes de piedra cubiertos por enredaderas y dejaron atrás arbolillos, hasta llegar a un prado. Un techo de cristal dejaba pasar la luz que las plantas necesitaban para florecer y estar sanas.
En la distancia vieron a dos hombres de gran talla. Tenían los brazos cruzados, con bandas de metal equipadas con afiladas protuberancias justo por encima de los codos. Richard imaginó que serían soldados. Junto a ellos había otro hombre asimismo alto y robusto. Tenía un pecho liso en el que destacaban unos imponentes músculos y cabello rubio cortado a cepillo con un único mechón negro.
Muy cerca del centro del prado, donde los cálidos rayos del sol de la última hora de la tarde incidían sobre un círculo de arena blanca, un hombre les daba la espalda. A la luz del sol, la túnica blanca que llevaba y la melena rubia, que le llegaba hasta los hombros, brillaban. Al cinto llevaba un cinturón dorado y una daga curva que relucían.
Cuando Denna y Richard se aproximaron, Denna se hincó de rodillas e inclinó la frente hasta tocar el suelo. Richard había sido instruido e hizo lo mismo, apartándose la espada para que no le estorbara. Juntos pronunciaron la plegaria de rigor: «Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas».
La pronunciaron sólo una vez, tras lo cual esperaron. Richard temblaba ligeramente. Alguien, no recordaba quién, le había insistido en que no debía acercarse al amo Rahl, que debía mantenerse alejado de él. El joven tenía que concentrarse en la trenza de Denna para controlar la ira que sentía hacia el amo Rahl por haber hecho daño a Denna.
—Levantaos, hijos míos.
Richard se puso de pie, casi pegado a Denna, mientras unos penetrantes ojos azules lo estudiaban. El hecho de que la faz del amo reflejara amabilidad, inteligencia y simpatía no aplacó los temores de Richard, ni tampoco calmó los pensamientos que hervían en su mente. Los ojos azules se posaron entonces en Denna.
—Tienes un aspecto sorprendentemente bueno esta mañana, querida.
—El ama Denna es tan buena recibiendo dolor como produciéndolo, amo Rahl —se oyó decir a sí mismo Richard.
Los ojos azules del amo volvieron a mirarlo. La calma y la paz que veía en el rostro del hombre le causaron escalofríos.
—Mi querida Denna me ha dicho que eres un problema. Me alegra comprobar que no ha mentido, aunque lamento que tuviera razón. —Rahl entrelazó las manos con un gesto relajado—. Bueno, no importa. Me alegro de conocerte al fin, Richard Cypher.
Denna le hundió el agiel con fuerza en la espalda para recordarle qué debía responder.
—Es un honor estar aquí, amo Rahl. Vivo sólo para serviros. Vuestra sabiduría me hace humilde.
—Sí, estoy seguro de eso —respondió Rahl con una leve sonrisa. Entonces escrutó el rostro de Richard durante un instante que a éste se le hizo eterno—. Tengo algunas preguntas y tú vas a darme las respuestas.
El joven se dio cuenta de que temblaba un poco.
—Sí, amo Rahl —respondió.
—Arrodíllate —le ordenó el amo sin alzar la voz.
Richard cayó de rodillas con la ayuda del agiel aplicado en un hombro. Denna se colocó tras él, con una bota a cada lado. Entonces, apretó los muslos contra los hombros del joven, apoyándose en ellos para no perder el equilibrio, y lo agarró por el pelo. A continuación, le tiró la cabeza hacia atrás, para que Richard mirara los azules ojos del amo. El joven estaba aterrorizado.
—¿Has visto alguna vez el Libro de las Sombras Contadas? —le preguntó Rahl el Oscuro, mirándolo impasible.
Algo poderoso en un rincón de su mente le advirtió que no respondiera. En vista de que guardaba silencio, Denna le tiró del pelo con más fuerza y le aplicó el agiel en la base del cráneo.
En la cabeza del joven se produjo una explosión de dolor. Lo único que impedía que se desplomara era Denna, que lo tenía agarrado por el pelo. Era como si hubiera recibido todo el dolor de una sesión de entrenamiento comprimido en aquella descarga del agiel. Richard no podía moverse, ni respirar, ni gritar. Estaba más allá del dolor; el impacto se lo había arrebatado todo, dejando únicamente un tormento de fuego y hielo que lo consumía por entero. Denna apartó el agiel. Richard ya no sabía ni dónde estaba, ni quién era, ni quién lo tenía agarrado por el pelo; sólo sabía que sentía un dolor superior al que nunca hubiera sentido y que frente a él tenía a un hombre con una túnica blanca.
Los ojos azules de Rahl se posaron de nuevo en él y repitió la pregunta.
—¿Has visto alguna vez el Libro de las Sombras Contadas?
—Sí —contestó Richard a su pesar.
—¿Dónde está ahora?
Richard vaciló. No sabía qué contestar, no sabía qué le preguntaba aquella voz. Nuevamente el dolor explotó dentro de su cabeza. Al disiparse, notó que las lágrimas le corrían por las mejillas.
—¿Dónde está ahora? —repitió la voz.
—Por favor, no me hagáis más daño —suplicó Richard—. No entiendo la pregunta.
—¿Qué es lo que no entiendes? Dime simplemente dónde está ahora el libro.
—¿El libro o el contenido del libro? —preguntó el joven, temeroso.
—El libro. —El hombre de ojos azules frunció el entrecejo.
—Fue quemado. Hace años.
Richard tenía la impresión de que esos ojos iban a hacerlo pedazos.
—¿Y dónde está el contenido?
Richard dudó demasiado. Cuando fue de nuevo consciente, Denna le tiraba de la cabeza, obligándolo a mirar los ojos azules. Richard nunca se había sentido tan solo, tan indefenso, ni tan aterrorizado.
—¿Dónde está el contenido del libro?
—En mi cabeza. Antes de quemarlo, me lo aprendí de memoria.
El hombre se quedó mirándolo fijamente, inmóvil. Richard sollozó en voz baja.
—Recítalo.
Richard deseaba evitar a toda costa una nueva descarga del agiel en la nuca. Temblaba con la posibilidad de sentir de nuevo ese dolor, por lo que se apresuró a obedecer.
—La verificación de la autenticidad de las palabras del Libro de las Sombras Contadas en caso de no ser leídas por quien controla las cajas, sino pronunciadas por otra persona, sólo podrá ser realizada con garantías mediante el uso de una Confesora…
Confesora. Kahlan.
El nombre de Kahlan le atravesó la mente como un relámpago. El poder se inflamó de pronto en su interior, disipando la bruma que reinaba en ella con el ardiente y candente resplandor de sus recuerdos. La puerta que conducía a la habitación cerrada de su mente se abrió de golpe y el poder que crecía en él le devolvió la memoria. Frente a la posibilidad de que Rahl el Oscuro capturara a Kahlan y le hiciera daño, Richard se fusionó con el poder.
Rahl el Oscuro se volvió hacia los demás hombres. El del mechón oscuro se adelantó.
—¿Lo ves, amigo mío? Tengo la suerte de lado. La Confesora ya se dirige hacia aquí acompañada por el Anciano. Búscala. Lleva contigo dos cuadrillas y tráemela. La quiero viva, ¿entendido? —El hombre asintió—. Tú y tus hombres estaréis protegidos por mi encantamiento. El Anciano va con ella, pero no podrá hacer nada contra un encantamiento del inframundo; eso si para entonces sigue con vida. —La voz de Rahl se hizo más dura para añadir—: Demmin, no me importa lo que tus hombres hagan a la Confesora, pero será mejor que llegue viva y sea capaz de usar sus poderes.
—Lo entiendo —respondió Demmin, algo pálido—. Se hará como deseáis, lord Rahl. —El hombre hizo una profunda reverencia. Entonces giró sobre sus talones, miró a Richard con una sonrisa irónica y se marchó.
—Prosigue —ordenó Rahl el Oscuro a Richard.
Pero Richard ya había dicho todo lo que tenía que decir. Ahora lo recordaba todo.
Había llegado el momento de morir.
—No. No podrás obligarme a decir nada más. Estoy preparado para sufrir y morir.
Antes de que el agiel pudiera entrar en acción, Rahl miró a Denna. Richard sintió que la mujer le soltaba el pelo. Uno de los soldados se adelantó, cogió a la mord-sith por la garganta con una de sus manazas y apretó. Richard percibió los sonidos que Denna emitía tratando de respirar.
—Me dijiste que estaba quebrado —espetó un airado Rahl a la mord-sith.
—Lo estaba, amo Rahl —repuso Denna haciendo un gran esfuerzo, pues el soldado la estaba ahogando—. Lo juro.
—Me has decepcionado profundamente, Denna.
Cuando el guardián alzó a la mujer en vilo, Richard oyó sus sonidos de dolor. Nuevamente el poder se inflamó en su interior. Denna sufría. Antes de que nadie supiera qué pasaba, Richard se había levantado. El poder de la magia ardía en su interior.
El joven rodeó con un brazo el grueso cuello del soldado hasta tocar el hombro del lado opuesto. Entonces le agarró la cabeza con el otro brazo y se la retorció. El cuello se rompió y el guardián se desplomó.
Richard se dio media vuelta. El otro guardián había entrado en acción y estaba a punto de agarrarlo con una mano. Richard lo cogió por la muñeca y se sirvió del impulso que llevaba su adversario para tirar de él hacia el cuchillo. El joven asió el arma con fuerza y se la clavó a su oponente, abriéndole un tajo ascendente hasta el corazón. Los ojos azules del hombre se abrieron mucho por la sorpresa. Sus entrañas se derramaron en el suelo.
Richard jadeaba, aún invadido por el poder. Veía blanco todo lo que quedaba dentro de su visión periférica. Era un blanco provocado por el calor de la magia. Denna se agarraba la dolorida garganta con ambas manos.
Rahl el Oscuro contemplaba tranquilamente a Richard, lamiéndose las yemas de los dedos.
Denna logró invocar el suficiente dolor de la magia para obligar a Richard a arrodillarse. El joven se agarraba el abdomen.
—Amo Rahl —dijo Denna entrecortadamente—, dejad que me haga cargo de él esta noche. Os juro que mañana por la mañana responderá a cualquier cosa que le preguntéis. Si es que sigue vivo. Permitidme que me redima.
—No. —Rahl, sumido en sus pensamientos, hizo un leve ademán negativo—. Lo siento, querida. No es culpa tuya. No tenía ni idea de a qué nos enfrentábamos. Quítale el dolor.
Cuando se recuperó, Richard se puso en pie. Ahora tenía la mente clara. Se sentía como si acabara de salir de un sueño y se diera cuenta de que se encontraba en una pesadilla. El resto de él había abandonado su pequeño refugio mental y no pensaba regresar allí. Moriría con su mente completa, con dignidad, intacto. Pese a que mantenía la ira bajo control, el fuego brillaba en sus ojos y también en su corazón.
—¿Te lo enseñó el Anciano? —preguntó Rahl con curiosidad.
—¿Enseñarme qué?
—A dividir la mente en compartimentos. Eso ha sido lo que ha impedido que te quebraran.
—No sé de qué me hablas.
—Dividiste tu mente para proteger el núcleo, a la vez que sacrificabas el resto para hacer lo que debías. Una mord-sith no puede quebrar una mente dividida. Puede castigarte, pero no quebrarte. Una vez más, lo siento, querida —dijo, dirigiéndose a Denna—. Creí que me habías fallado, pero no es así. Solamente alguien con tu talento habría podido hacer tanto con él. Lo has hecho muy bien, pero esto cambia las cosas por completo.
Rahl el Oscuro sonrió, se lamió las yemas de los dedos y se alisó con ellas las cejas.
—Ahora Richard y yo vamos a tener una pequeña charla en privado. Mientras esté aquí, conmigo, quiero que lo dejes hablar sin el dolor de la magia, pues interferiría con lo que es posible que deba hacer. Mientras esté aquí, no estará bajo tu control. Ahora puedes regresar a tus aposentos. Cuando acabe con él, si sigue con vida, te lo mandaré de vuelta como te prometí.
—Vivo para serviros, amo Rahl —respondió Denna con una profunda reverencia. Al volverse hacia Richard, el joven vio que estaba colorada. La mujer le puso un dedo bajo la barbilla y se la alzó ligeramente—. No me decepciones, amor mío.
—Eso nunca, ama Denna —dijo el Buscador, con una sonrisa en los labios.
El joven dio rienda suelta a la cólera, solamente para sentirla una vez más, mientras miraba cómo la mujer se alejaba. La cólera iba dirigida contra ella y contra lo que le habían hecho para convertirla en lo que era. «No pienses en el problema, sino en la solución», se dijo a sí mismo. Con este pensamiento, se volvió para encararse con Rahl el Oscuro. El rostro de Rahl se mostraba sereno e impasible. Richard lo imitó.
—Ya sabes que quiero averiguar qué dice el resto del libro.
—Mátame.
—¿Tan ansioso estás por morir? —inquirió Rahl con una sonrisa.
—Sí. Mátame, como mataste a mi padre.
Rahl el Oscuro frunció el entrecejo, pero sin dejar de sonreír.
—¿A tu padre? Yo no maté a tu padre, Richard.
—¡George Cypher! ¡Tú le mataste! ¡No trates de negarlo! ¡Lo mataste con ese cuchillo que llevas al cinto!
Rahl le mostró las palmas de las manos en actitud de fingida inocencia.
—No niego haber matado a George Cypher. Pero no he matado a tu padre.
Estas palabras cogieron a Richard por sorpresa.
—¿De qué estás hablando?
Rahl el Oscuro se paseó a su alrededor, los ojos prendidos en los de Richard, que lo seguía girando la cabeza.
—Es buena, sí señor, muy buena. De hecho, es la mejor que he visto nunca. Tejida por el gran mago en persona.
—¿Qué?
Rahl el Oscuro se lamió los dedos y se detuvo frente a Richard.
—La red mágica que te rodea. Nunca había visto nada igual. Es como si estuvieras encerrado dentro de un capullo. Hace ya tiempo que la llevas. Es una red bastante intrincada; creo que ni siquiera yo podría deshacerla.
—Si tratas de convencerme de que George Cypher no era mi padre, no lo has conseguido. Pero, si tratas de convencerme de que estás loco, no tienes por qué molestarte. Eso ya lo sé.
—Mi querido muchacho. —Rahl se echó a reír—. Me importa un pimiento quién creas que es tu padre. Sin embargo, hay una red mágica que te impide ver la verdad.
—¿De veras? Voy a seguirte la corriente. Si George Cypher no era mi padre, ¿quién lo era?
—No lo sé. —Rahl se encogió de hombros—. La red lo oculta. Pero, por lo que he visto, tengo mis sospechas. ¿Qué dice el Libro de las Sombras Contadas? —preguntó, súbitamente serio.
Richard se encogió de hombros.
—¿Ésa es tu pregunta? Me decepcionas.
—¿Por qué?
—Bueno, después de lo que le ocurrió al bastardo de tu padre creí que querrías saber el nombre del gran mago.
Rahl el Oscuro le lanzó una mirada desafiante, mientras se lamía lentamente las yemas de los dedos.
—¿Cómo se llama el mago?
Ahora fue el turno de Richard de sonreír.
—Ábreme en canal y lo sabrás —dijo, extendiendo ambos brazos—. Está escrito en mis entrañas. Si quieres saberlo, busca allí.
Richard mantuvo una sonrisa de suficiencia en los labios. Era consciente de que se encontraba indefenso y esperaba impulsar a Rahl a que lo matara. Si él moría, el libro moriría con él. Sin libro, no había caja. Rahl moriría y Kahlan estaría a salvo. Eso era lo único importante.
—Dentro de una semana será el primer día de invierno y averiguaré el nombre del mago. Entonces tendré el poder para capturarlo, dondequiera que se esconda, y despellejarlo vivo.
—Dentro de una semana estarás muerto. Sólo tienes dos cajas.
Rahl el Oscuro se volvió a chupar la punta de los dedos y a pasárselas por los labios.
—Ya tengo dos y la tercera viene de camino.
Richard hizo esfuerzos por no creerlo y para que su cara no revelara nada.
—No puede negarse que eres un fanfarrón valiente, pero también eres un mentiroso. Dentro de una semana morirás.
—Digo la verdad. Has sido traicionado. La misma persona que te vendió a mí también me ha vendido la caja. La tendré dentro de muy pocos días.
—No te creo —afirmó Richard, terminante.
Rahl el Oscuro se lamió las yemas y dio media vuelta. Entonces empezó a andar alrededor del círculo de arena blanca.
—¿Ah no? Permíteme que te muestre algo.
Richard lo siguió hasta una cuña de piedra blanca sobre la que descansaba una losa de granito sostenida por dos columnas cortas y acanaladas. En el centro había dos cajas del Destino. Una estaba adornada con profusión de joyas, como la que había visto, mientras que la otra era tan negra como la piedra noche. La superficie de la segunda caja era como un vacío dentro de la luminosidad del jardín interior. La cubierta que la protegía había sido retirada.
—Dos de las cajas del Destino —anunció Rahl, señalándolas con una mano—. ¿Para qué quiero el libro? No me serviría de nada sin la tercera caja. Tú la tenías. Quien te traicionó me lo dijo. Si la tercera caja no estuviera de camino, ¿para qué necesitaría el libro? Lo que haría sería abrirte el vientre para averiguar dónde está.
—¿Quién nos traicionó a mí y a la caja? —inquirió Richard, temblando de rabia—. Dímelo.
—¿O qué? ¿O me abrirás en canal y lo averiguarás leyéndome las entrañas? No pienso traicionar a la persona que me ha ayudado. Tú no eres el único que tiene honor.
Richard no sabía qué creer. Rahl tenía razón en una cosa: si no tuviera las tres cajas, no necesitaría el libro para nada. Alguien lo había traicionado. Por imposible que pareciera tenía que ser cierto.
—Mátame —dijo Richard con un hilo de voz, apartando la vista—. No voy a decirte nada. Tendrás que matarme para averiguarlo.
—Primero debes convencerme de que dices la verdad. Podrías engañarme, haciéndome creer que realmente conoces todo el libro. Es posible que hayas leído solamente la primera página y quemado el resto, o que simplemente te lo estés inventando.
Richard se cruzó de brazos y lo miró por encima del hombro.
—¿Y qué razón podría tener para engañarte?
—Me parece que te interesa esa Confesora, Kahlan. Si no logras convencerme de que dices la verdad, tendré que abrirle el vientre para echar un vistazo a sus entrañas y ver si dicen algo sobre esto.
—Si lo hicieras cometerías un grave error —replicó Richard, lanzándole una mirada de desafío—. Necesitas confirmar la veracidad del libro. Si le haces algún daño, destruirás tu única oportunidad.
Rahl se encogió de hombros.
—Eso es lo que tú dices. Pero ¿cómo sé yo que conoces realmente el contenido de todo el libro? Es posible que matarla a ella sea la manera de confirmarlo.
Richard no dijo nada. En su mente se agolpaban miles de pensamientos. «Piensa en la solución, no en el problema», se repetía mentalmente.
—¿Cómo has logrado retirar la cubierta de la caja sin tener el libro?
—El Libro de las Sombras Contadas no es la única fuente de información acerca de las cajas. Me costó todo un día retirar la cubierta y tuve que poner todos mis sentidos en ello —dijo, bajando la mirada hacia la oscura caja. Entonces volvió a alzar los ojos hacia Richard y enarcó una ceja—. Estaba adherida con magia, ¿sabes? Pero lo logré y también lo lograré con las otras dos.
Resultaba descorazonador que Rahl hubiera logrado retirar la cubierta. Para abrir una caja, antes tenía que retirarse la cubierta. Richard había esperado que, sin el libro, Rahl no tendría modo de saber cómo hacerlo y, por tanto, no podría abrir las cajas. Pero ahora esa esperanza se había desvanecido.
El joven clavó una vacua mirada en la caja adornada.
—Página doce del Libro de las Sombras Contadas —empezó a recitar—. Bajo el título «Cómo retirar las cubiertas» dice: «Las cubiertas de las cajas podrán ser retiradas por cualquiera que posea los conocimientos necesarios, y no solamente por quien haya puesto las cajas en juego». —Richard alargó una mano y levantó de la losa de granito la caja adornada con joyas—. Página diecisiete, tercer párrafo hacia el final: «La cubierta de la segunda caja podrá ser retirada no en las horas de oscuridad sino en las horas de sol. Para ello, sostén la caja bajo el sol y mira hacia el norte. Si está nublado, sostén la caja donde el sol le daría, si brillara, pero mira al oeste». —Richard sostuvo la caja hacia la luz del atardecer—. «Gira la caja de modo que la gema azul esté orientada al cuadrante del sol. La piedra amarilla debe mirar hacia arriba». —Richard fue siguiendo las instrucciones mientras las iba desgranando—. «Posa el dedo índice de la mano derecha sobre la piedra amarilla situada en el centro de la tapa, coloca el pulgar de la mano derecha sobre la piedra transparente situada en una esquina del fondo de la caja». —Richard cogió la caja siguiendo las indicaciones—. «Coloca el dedo índice de la mano izquierda sobre la piedra azul del costado que mira al frente, pon el pulgar de la mano izquierda sobre el rubí del lado más próximo a ti. Deja la mente en blanco y piensa solamente en un cuadrado negro en el centro de una mancha blanca. Separa ambas manos y retira la cubierta».
Bajo la mirada de Rahl, Richard se lo imaginó todo blanco con un cuadrado negro en el centro, y estiró. La cubierta se desprendió con un chasquido. Sosteniendo la caja un poco por encima de la losa de granito, el joven retiró la cubierta como si pusiera un huevo en una sartén. Ahora había dos cajas iguales una junto a la otra, tan negras que parecía que iban a absorber la luz de la sala.
—Extraordinario —comentó Rahl en voz baja—. ¿Y dices que te sabes todo el libro de memoria?
—Sí, todo. Pero lo que acabo de recitar no te servirá para retirar la cubierta de la tercera caja —le advirtió Richard con una airada mirada—. El procedimiento varía con cada una.
—No importa. —Rahl desestimó el inconveniente con un leve ademán—. Ya lo conseguiré. —Apoyando el codo en una mano, se frotó el mentón con un dedo de la otra mano, enfrascado en sus pensamientos—. Puedes irte.
—¿Cómo que puedo irme? ¿No vas a tratar de sacarme el contenido del libro a la fuerza? ¿No vas a matarme?
—No me serviría de nada. Con los modos que tengo para sacarte información te dañaría el cerebro. No obtendría más que una información deshilvanada. En cualquier otro caso podría unir las piezas e imaginarme lo que falta, pero ya veo que el Libro de las Sombras Contadas es demasiado específico. Lo único que conseguiría es alterar la información y no me serviría para nada. Así pues, tú tampoco me sirves para nada, por lo que puedes marcharte.
Richard se inquietó. Eso no podía ser todo.
—¿Así de simple? —inquirió—. ¿Puedo marcharme sin más? Supongo que ya sabes que trataré de detenerte.
Rahl se lamió las puntas de los dedos y lo miró.
—No me preocupa nada de lo que puedas hacer. Pero, si realmente te importa lo que le pase a todo el mundo, tendrás que estar de vuelta dentro de una semana, cuando abra las cajas.
—¿Qué quieres decir con si me importa lo que le pase a todo el mundo? —preguntó un receloso Richard.
—Dentro de una semana, en el primer día de invierno, abriré una de las cajas. Por otras fuentes que no son el Libro de las Sombras Contadas, las mismas que me dijeron cómo retirar las cubiertas, he aprendido a distinguir cuál es la caja que podría matarme. Pero tendré que elegir al azar entre las otras dos. Si acierto, me convertiré en el amo supremo. Pero, si me equivoco, el mundo se destruirá.
—¿Vas a correr ese riesgo?
Rahl enarcó las cejas al tiempo que se inclinaba hacia Richard.
—El mundo será mío o no existirá.
—No te creo. No sabes cuál es la caja que puede destruirte.
—Aunque estuviera mintiendo, mis posibilidades de vencer serían de dos contra una. Pero tú sólo tienes una oportunidad entre tres de salirte con la tuya. Las cosas pintan mal para ti. Pero no miento. El mundo se destruirá o yo lo gobernaré. Tú decides qué prefieres. Si no me ayudas y abro la caja equivocada, no sólo moriré yo sino todos los demás, incluyendo tus seres queridos. Si no me ayudas y abro la caja correcta, entregaré a Kahlan a Constance para que la entrene. Será un entrenamiento largo y duro. Después, Kahlan me dará un heredero, un hijo Confesor.
Un dolor peor que cualquiera que le hubiera infligido Denna dejó a Richard helado.
—¿Me estás haciendo algún tipo de oferta?
—Si regresas a tiempo y me ayudas, permitiré que sigas con vida; te dejaré en paz.
—¿Y Kahlan?
—Vivirá aquí, en el Palacio del Pueblo, y será tratada como una reina. Tendrá todas las comodidades que una mujer puede desear; el tipo de vida a la que una Confesora está acostumbrada. Tendrá lo que tú nunca le podrías dar. Vivirá en paz y seguridad, y me dará el hijo Confesor que deseo. De un modo u otro, Kahlan me dará un hijo. Ésta es mi decisión. La tuya es cómo quieres que viva Kahlan: como la mascota de Constance o como una reina. ¿Lo ves? Creo que regresarás. Y, si me equivoco… —Rahl se encogió de hombros—. El mundo será mío o no existirá.
Richard apenas podía respirar.
—No me creo que sepas cuál es la caja que te destruiría.
—Tendrás que decidir qué crees. Yo no necesito convencerte. —Rahl el Oscuro torció el gesto y prosiguió—: Elige sabiamente, mi joven amigo. Es posible que no te gusten las opciones que te doy, pero aún te gustaría menos lo que ocurrirá si no me ayudas. En la vida, a veces debemos elegir entre opciones que no nos gustan, y tú no tienes elección. A veces tenemos que elegir lo que es mejor para quienes amamos y no para nosotros mismos.
—Repito que no creo que sepas cuál es la caja que te mataría —susurró Richard.
—Piensa lo que quieras, pero pregúntate si estás dispuesto a apostar el futuro de Kahlan con Constance basándote en lo que crees. Aunque estuvieras en lo cierto, tus opciones siguen siendo de una entre tres.
Richard se sintió vacío y deshecho.
—¿Puedo irme ya? —preguntó.
—Bueno, hay otras cosillas que tal vez te gustaría saber.
Richard se sintió de pronto paralizado como si unas manos invisibles lo sujetaran con fuerza. Era incapaz de mover un solo músculo. Rahl el Oscuro le metió la mano en el bolsillo y sacó la bolsa de piel que contenía la piedra noche. Richard se debatió en vano contra la fuerza que lo paralizaba. Rahl dejó caer la piedra en la palma de la mano y la sostuvo allí, sonriendo. Las sombras empezaron a materializarse y a congregarse en torno a Rahl. Cada vez eran más numerosas. Richard quiso retroceder, pero no podía moverse.
—Es hora de volver a casa, amigas mías.
Las sombras empezaron a girar en torno a Rahl, cada vez más y más rápidamente hasta que se convirtieron en una borrosa mancha gris. Se oyó un aullido cuando la piedra noche las absorbió en un torbellino de sombras y formas. Después, silencio. Habían desaparecido. La piedra noche se convirtió en cenizas en la palma de Rahl. Éste sopló y la ceniza se esparció al viento.
—El Anciano ha estado averiguando tu paradero a través de la piedra noche. La próxima vez que te busque le espera una sorpresa muy desagradable; se encontrará en el inframundo.
Richard estaba furioso con Rahl el Oscuro por lo que iba a hacerle a Zedd, y también lo estaba consigo mismo por ser incapaz de moverse y tener que contemplar lo que pasaba sin poder hacer nada.
Entonces, trató de calmarse, dejó de esforzarse por tratar de moverse y, en vez de eso, se tranquilizó. Richard vació su mente de todo pensamiento y relajó por completo el cuerpo. La fuerza que lo tenía paralizado se esfumó. El joven, ya libre de la fuerza que lo retenía, dio un paso al frente.
—Muy bien, muchacho —lo felicitó Rahl—. Sabes cómo romper una red de mago, al menos una débil. Pero muy bien, de todos modos. El Anciano elige bien a sus Buscadores. Pero tú eres más que un Buscador, tú posees el don. Estoy deseando que llegue el día en el que estemos en el mismo bando. Me encantará tenerte cerca. Normalmente tengo que tratar con gente muy limitada. Después de la unión de las tres tierras te enseñaré más, si así lo deseas.
—Tú y yo nunca estaremos en el mismo bando. Jamás.
—Estás en tu derecho de negarte, Richard. No te guardo rencor por ello. Pero espero que seamos amigos. —Rahl escrutó la faz de Richard—. Hay una cosa más. Puedes quedarte en el Palacio del Pueblo o marcharte, como prefieras. Mis guardias se adaptarán a lo que decidas. No obstante, tendrás alrededor una red de mago. A diferencia de la que has roto, la red no te afectará a ti sino a quienes te vean, por lo que no podrás romperla. Es una llamada red hostil. Todos los que te miren verán en ti a su enemigo. Esto significa que tus aliados, cuando te miren, verán al enemigo. Quienes me honran te verán como quien eres, pues, por el momento, tú ya eres mi enemigo y también el suyo. Al menos, por ahora. Pero tus amigos te verán como la persona a quien más temen, como a su peor enemigo. Quiero que te des cuenta de cómo me tratan algunos, que veas el mundo a través de mis ojos y comprendas la injusticia que se comete conmigo.
Richard no tuvo que esforzarse por reprimir la ira, pues solamente sentía una extraña paz.
—¿Puedo marcharme ya?
—Pues claro, muchacho.
—¿Y qué pasa con el ama Denna?
—Cuando salgas de aquí volverás a estar bajo su poder. Denna sigue controlando la magia de tu espada. Cuando una mord-sith te arrebata la magia, la conserva para siempre. Yo no puedo quitársela para devolvértela. Deberás recuperarla tú solo.
—Entonces no soy libre para marcharme.
—La solución es evidente. Si quieres irte, tendrás que matarla.
¡Matarla! Richard se quedó atónito.
—¿No crees que, de haber podido, no la habría matado ya? ¿Crees que habría soportado todo lo que me ha hecho de haber podido matarla?
Rahl el Oscuro esbozó una débil sonrisa.
—Siempre has podido matarla.
—Pero ¿cómo?
—Todas las cosas tienen dos caras. Incluso una hoja de papel, por delgada que sea, tiene dos caras. La magia no es unidimensional. Hasta ahora sólo has mirado una cara de la magia, como hace la mayoría. Mírala en su totalidad. —Rahl señaló los cuerpos sin vida de los guardias—. Denna controla tu magia y, sin embargo, pudiste matarlos.
—Pero esto es distinto; contra ella no funcionará.
—Sí que funcionará. Pero para ello debes dominar la magia por completo. En esto no valen medias tintas. Denna te controla con una dimensión de tu magia, el lado que le ofreciste. Debes usar la otra dimensión. Es algo de lo que todos los Buscadores han sido capaces, pero que ninguno ha logrado. Tal vez tú seas el primero.
—¿Y si no? ¿Y si yo tampoco lo logro? —A Richard le inquietaba que Rahl el Oscuro le estuviera enseñando como Zedd: guiándolo para que pensara por él mismo, para que encontrara las respuestas a su manera, con su propia mente.
—En ese caso, mi joven amigo, te espera una semana muy dura. Denna está disgustada porque la has puesto en evidencia. Transcurrida una semana, te conducirá ante mí y entonces me comunicarás qué has decidido: si me ayudas o si dejas que tus amigos sufran y mueran.
—Dime cómo puedo usar la magia de la espada para dominarla.
—Pues claro, después de que tú me digas que dice el Libro de las Sombras Contadas. -Rahl sonrió—. ¿No? Ya me lo parecía. Buenas noches, Richard. No lo olvides, una semana.
El sol se estaba poniendo ya cuando Richard se alejó del jardín y de Rahl el Oscuro. En la cabeza no dejaban de darle vueltas todas las cosas que había averiguado. No había contado con que Rahl el Oscuro supiera qué caja lo mataría, aunque también era posible que estuviera usando con él la Primera Norma de un mago. Más difícil de aceptar era que uno de los suyos lo hubiera traicionado. Shota le había advertido que Kahlan y Zedd usarían sus respectivos poderes contra él. Así pues, el traidor tenía que ser o uno u otro. Pero, por mucho que lo intentara y reflexionara, Richard no conseguía hacer encajar las piezas. Él los amaba a ambos más que a su propia vida. Zedd le había dicho que tenía que estar preparado para matar a cualquiera de ellos si ponían en peligro el éxito de la misión, incluso si se trataba de una simple sospecha. Richard apartó este pensamiento de su mente.
Ahora tenía que pensar en el modo de alejarse de Denna. Lo principal era liberarse del control de la mord-sith, pues de otro modo nada podría hacer él. No servía de nada que tratara de hallar la solución a sus otros problemas si no conseguía escapar. Si no hallaba pronto el modo de hacerlo, Denna iba a causarle tanto dolor que no podría pensar. Cuando lo torturaba, era incapaz de pensar y olvidaba cosas. Primero tenía que concentrarse en ese problema y ya se preocuparía por los demás más tarde.
«La espada —pensó—. Denna controla su magia». Pero él no necesitaba la espada. Tal vez, si podía deshacerse del arma, también se liberaría de la magia que ella controlaba. El joven quiso echar mano a la espada, pero el dolor de la magia se lo impidió antes de que pudiera siquiera tocar el pomo.
Richard fue recorriendo pasillos y más pasillos hacia las habitaciones de Denna. Aún se encontraba a una buena distancia. Tal vez la solución era tan sencilla como ir en otra dirección, abandonar el Palacio del Pueblo. Rahl el Oscuro le había asegurado que los soldados no se lo impedirían. En la siguiente intersección de pasillos, Richard tomó el que no tocaba. El dolor lo hizo caer de rodillas. Con gran esfuerzo logró regresar al pasillo que se suponía que debía tomar. Tenía que pararse y descansar, pues el dolor lo había dejado sin aliento.
La campana que llamaba a las oraciones de la noche sonó un poco más adelante. Asistiría a las plegarias. Eso le daría el tiempo que necesitaba para pensar. Así pues, se arrodilló y comprobó con gran alivio que el dolor de la magia no lo atacaba. Se encontraba en uno de los patios con agua, que eran los que a él más le gustaban, pues le transmitían una sensación de paz. Muy cerca de la orilla del agua, rodeado por otras personas, Richard inclinó la cabeza hasta el suelo embaldosado y empezó a cantar. El joven dejó la mente en blanco y se vació de todo pensamiento. La continua salmodia lo ayudó a olvidarse de sus preocupaciones y tribulaciones, así como de sus temores. Richard se olvidó de todos sus problemas, dejó que su mente buscara la paz y dio vía libre a sus pensamientos. Las plegarias se le hicieron muy cortas. Al acabar, se puso en pie como nuevo y se encaminó a las habitaciones de Denna.
Los pasillos, las estancias y las escalinatas eran de una impresionante belleza, y Richard no pudo por menos de admirarlos otra vez. Era increíble que alguien tan malvado como Rahl el Oscuro supiera rodearse de tal belleza.
Nada era unidimensional. La magia también tenía dos caras.
Richard recordó las ocasiones en que el extraño poder había aflorado en él: cuando había sentido lástima por la princesa Violeta, cuando un guardia de la reina Milena había atacado a Denna, cuando había sentido dolor por lo que habían hecho a Denna, cuando se imaginaba a Rahl haciendo daño a Kahlan y cuando los guardias de Rahl habían tratado de matar a Denna. En cada una de esas ocasiones parte de su visión se había vuelto blanca.
Richard sabía que en cada ocasión había sido obra de la magia de la espada. Pero, en el pasado, la magia de la espada le había transmitido una sensación de furia. Éste era otro tipo de furia. El joven recordó qué sentía al desenvainar la espada cuando estaba furioso; la ira, la rabia, el deseo de matar. El odio.
El Buscador se detuvo bruscamente en medio del silencioso pasillo. Ya era tarde y no se veía ni un alma. Estaba solo. Richard sintió una fría oleada que lo invadía y le causaba hormigueo en la piel.
Dos caras. Ahora lo entendía.
Que los espíritus lo ayudaran; ahora lo entendía.
El joven invocó ese poder y dejó que todo quedara envuelto en un brillo blanquecino.
Mecido en la blanca bruma de la magia, atontado y casi en estado de trance, Richard entró en las habitaciones de Denna y cerró tras de sí la puerta. El poder lo invadía, lo rodeaba con su blanco manto, y él sentía su gozo y su dolor. La silenciosa alcoba aparecía bañada en el cálido y titilante resplandor de una única lámpara, la situada en la mesilla de noche. El aire se notaba suavemente perfumado. Denna estaba tendida en la cama, desnuda, con las piernas cruzadas y las manos en el regazo. Se había deshecho la trenza y cepillado el pelo. Llevaba el agiel alrededor del cuello, entre los pechos, colgado de una cadena de oro. La mujer lo observó con ojos grandes y nostálgicos.
—¿Has venido a matarme, amor mío? —susurró.
—Sí, ama —contestó Richard, contemplándola.
—Ésta es la primera vez que me llamas simplemente «ama» —comentó Denna con un amago de sonrisa—. Antes siempre me llamabas ama Denna. ¿Significa algo?
—Sí. Lo significa todo, compañera mía. Significa que te perdono por todo lo que me has hecho.
—Estoy lista.
—¿Por qué te has desnudado?
La luz de la lámpara se reflejó en los húmedos ojos de la mujer.
—Porque todo lo que tengo es de mord-sith. No deseo morir llevando las ropas de mi oficio. Deseo morir tal como nací, siendo Denna, nada más.
—Te comprendo —musitó Richard—. ¿Cómo sabías que vendría a matarte?
—Cuando el amo Rahl me eligió para que te entrenara, me dijo que no era una orden sino que debía hacerlo voluntariamente. Me advirtió que las profecías anunciaban el advenimiento de un Buscador que sería capaz de dominar la magia de la espada, la magia blanca. Se trata de la magia que vuelve blanca la hoja de la espada. El amo Rahl me dijo que, si eras el Buscador del que hablaban las profecías, podrías matarme si lo deseabas. Pero yo pedí que me enviaran a capturarte, pedí ser tu mord-sith. Te he hecho cosas que no había hecho a ningún otro, con la esperanza de que fueses el Buscador de las profecías y me mataras. Cuando atacaste a la princesa, sospeché. Y, hoy, cuando mataste a esos dos guardias, tuve la certeza. No deberías haber sido capaz de hacerlo, pues en ambas ocasiones yo controlaba la magia de la espada.
Todo era blanco alrededor de la inocente belleza del rostro de Denna.
—Lo lamento mucho, Denna —susurró él.
—¿Me recordarás?
—Tendré pesadillas el resto de mi vida.
—Me alegro —repuso Denna con una amplia sonrisa. Parecía sentirse muy orgullosa de ello—. ¿Amas a esa mujer, a Kahlan?
—¿Cómo sabes eso? —inquirió Richard, perplejo.
—A veces, durante la tortura los hombres hablan sin saber qué dicen y llaman a sus madres o a sus esposas. Tú llamabas a gritos a alguien llamado Kahlan. ¿Te casarás con ella?
—No puedo —contestó Richard, tragándose el nudo que se le había formado en la garganta—. Kahlan es una Confesora. Su poder me destruiría.
—Lo siento. ¿Te duele mucho?
—Sí. Más que cualquier cosa que me hayas podido hacer tú.
—Bien. —Denna sonrió tristemente—. Me alegro que la mujer a la que amas sea capaz de causarte más dolor que yo.
Richard sabía que, a su retorcida manera, Denna lo decía para consolarlo. Para ella, alegrarse de que otra mujer le hiciera más daño que ella era una prueba de su amor. Richard sabía que, a veces, Denna le había causado dolor para demostrarle que lo quería. A sus ojos, el que Kahlan le hiciera tanto daño era una demostración de amor.
Al joven se le escapó una lágrima. ¿Qué le habían hecho a aquella pobre niña?
—Es un tipo de dolor distinto. Físicamente, nadie podrá hacerme sufrir más que tú.
—Gracias, amor mío —susurró Denna. Una lágrima de orgullo le rodó por la mejilla. La mujer cogió el agiel que le pendía del cuello y lo alzó en actitud esperanzada—. ¿Lo llevarás para acordarte de mí? Si lo llevas colgado o lo coges por la cadena, no te dolerá; sólo te dolerá si lo coges con la mano.
Richard sostuvo la cara de Denna en el resplandor blanco.
—Será un honor, compañera mía. —Entonces se inclinó para que la mujer le colgara el agiel y después dejó que le estampara un beso en la mejilla.
—¿Cómo vas a hacerlo? —le preguntó Denna.
Richard sabía a qué se refería y notó un nudo en la garganta. Su mano se dirigió con facilidad a la empuñadura de la Espada de la Verdad. Lentamente la desenvainó. Ésta vez, el arma no emitió ningún sonido metálico.
En vez de eso siseaba. Era el siseo del metal al rojo vivo.
Richard no tenía necesidad de mirar para saber que la hoja de la espada se había puesto incandescente. Sus ojos no se apartaban de los húmedos ojos de la mujer. El poder fluía por él. Se sentía en paz; toda la ira, el odio y la maldad habían desaparecido. En vez de eso, ahora la espada le transmitía únicamente amor hacia Denna, hacia aquella niña en la que otros habían vertido dolor, hacia aquel receptáculo de crueldad, hacia aquella alma inocente y torturada a la que habían entrenado para que hiciera lo que más aborrecía: causar dolor a los demás. Richard se sentía tan compenetrado con ella que notaba cómo el corazón se le rompía por la pena y el amor hacia Denna.
—Denna —susurró—, déjame marchar. No es preciso hacer esto. Te lo ruego, déjame ir. No me obligues a matarte.
La mujer alzó la barbilla con orgullo.
—Si tratas de huir, te detendré con el dolor de la magia y haré que te arrepientas de haberme causado tantos problemas. Soy una mord-sith. Soy tu ama. No puedo ser más que quien soy, y tú no puedes ser menos que mi compañero.
Richard asintió tristemente y apoyó la punta de la espada entre los pechos de Denna. Las lágrimas y el resplandor blanco le nublaban la vista. Suavemente, Denna cogió la punta de la espada y la movió unos pocos centímetros.
—El corazón está aquí, amor mío.
Sin apartar la espada, Richard se inclinó y le rodeó cariñosamente sus tersos hombros con el brazo izquierdo. Mientras la besaba en la mejilla, retenía el poder con todas sus fuerzas.
—Richard, nunca había tenido un compañero como tú —musitó Denna—. Y me alegro de no tener otro nunca más. Eres una persona excepcional. Desde que fui elegida, solamente tú te has preocupado de que no sufriera y has hecho algo para paliar ese dolor. Te doy las gracias por anoche, por haberme enseñado lo que podía ser.
Ahora Richard ya no contenía las lágrimas.
—Perdóname, amor mío —musitó, abrazándola muy fuerte.
—Te lo perdono todo —respondió ella, y sonrió—. Gracias por llamarme «amor mío». Me alegra habértelo oído decir con sinceridad al menos una vez antes de morir. Retuerce la espada para asegurarte. Richard, por favor, ¿querrás compartir conmigo mi último aliento? ¿Tal como te he enseñado? Deseo que te lleves mi último aliento de vida.
Aturdido, Richard posó sus labios sobre la boca de Denna y la besó. Ni siquiera notó que su mano derecha se movía. No hubo ninguna resistencia. La espada atravesó a la mujer como si fuera gasa. El joven notó cómo su mano retorcía la espada y se llevó el último aliento de vida de la mujer.
Después, la recostó sobre la cama, se tendió junto a ella y lloró incontrolablemente, mientras acariciaba su rostro ceniciento.
En aquellos momentos deseó con todas sus fuerzas poder volver atrás.