37

Richard se despertó cuando Kahlan arrojó unas ramas al fuego. El sol justo empezaba a asomar por los picos de las lejanas montañas, que aparecían bañadas en un suave resplandor rosa, mientras que las negras nubes que se perfilaban por detrás resaltaban aún más los picos coronados de nieve. Zedd estaba tumbado de espaldas, con los ojos abiertos y roncando. Richard se frotó los ojos para despabilarse y bostezó.

—¿Te apetecen gachas de tava? —susurró a Kahlan para no despertar a Zedd.

—Buena idea —susurró la mujer a su vez.

Richard sacó de su mochila las raíces de tava y empezó a pelarlas con el cuchillo, mientras Kahlan sacaba una cacerola y vertía en ella agua de un odre. Cuando acabó de cortar las raíces, el joven las añadió al agua.

—Ya no quedan más. Esta noche tendremos que empezar a buscar más, pero dudo que encontremos tava. En este suelo tan pedregoso será imposible.

—Yo he recogido unas bayas.

Juntos se calentaron las manos acercándolas al fuego. «Es más que una reina», pensaba Richard y trataba de imaginarse a una reina con su corona y sus mejores galas recogiendo bayas.

—¿Viste algo durante la guardia?

Kahlan negó con la cabeza, pero entonces pareció recordar algo y alzó el rostro.

—Bueno, una vez me pareció oír algo. Sonaba por aquí abajo, cerca del campamento. Fue como un gruñido y luego un aullido. Estuve a punto de venir y despertarte, pero, de repente, cesó y no lo volví a oír.

—¿Por aquí abajo, dices? —Richard miró por encima de un hombro y luego del otro—. Supongo que estaba tan cansado que ni me enteré.

Una vez cocidas las raíces, Richard las aplastó y agregó un poco de azúcar. Kahlan sirvió las gachas y añadió un buen puñado de bayas en cada plato.

—¿Por qué no lo despiertas? —preguntó a Richard.

—Mira esto —contestó el joven, risueño.

Con la cuchara dio varios golpecitos al plato de hojalata. Zedd lanzó un breve ronquido y se incorporó de golpe. Entonces, parpadeó dos veces y preguntó:

—¿Desayuno?

Richard y Kahlan, de espaldas a él, se rieron.

—Estás de buen humor esta mañana —comentó la mujer, mirándolo.

—Zedd está de nuevo entre nosotros —fue la respuesta del joven.

Richard se acercó a Zedd y le ofreció un cuenco lleno de gachas, tras lo cual fue a sentarse en el saliente para comer su desayuno. Kahlan se acomodó en el suelo y se cubrió las piernas con una manta, mientras sostenía el plato en equilibrio con una sola mano. Zedd ni siquiera se molestó en retirar la manta para comer. El joven esperó pacientemente, saboreando el desayuno, mientras Zedd engullía sus gachas.

—¡Muy bueno! —alabó el mago, y se levantó para servirse otro cuenco.

Richard esperó a que su viejo amigo se sirviera de la cacerola para decir:

—Kahlan me ha contado lo que pasó; que la obligaste a contarte lo que predijo Shota.

Kahlan se quedó paralizada, como si le hubiera caído un rayo encima.

Zedd se enderezó bruscamente y le espetó:

—¿Por qué se lo has contado? Creí que no querías que él supiera que…

—Zedd… yo nunca…

La faz del mago se contrajo en una mueca y se volvió lentamente hacia Richard, que, inclinado sobre su cuenco, se dedicaba a llevarse metódicamente a la boca cucharadas de gachas.

—Kahlan no me ha dicho nada —dijo el joven, sin alzar la mirada—. Pero tú acabas de hacerlo.

Después de tragar la última cucharada de gachas, el joven rebañó la cuchara y la dejó caer en el cuenco de hojalata, provocando un tintineo. Acto seguido, miró con expresión calmada y triunfante a Zedd, que bizqueaba.

—La Primera Norma de un mago —anunció el joven con un amago de sonrisa—. Para creer algo, lo primero es querer creer que es verdad… o temer que lo sea.

—Ya te lo dije —espetó Kahlan a Zedd, echando chispas—. Te dije que lo acabaría sabiendo.

Pero Zedd, los ojos clavados en Richard, no le prestaba atención.

—Anoche le estuve dando vueltas y decidí que tenías razón, que debías saber lo que me dijo Shota —explicó Richard, dejando el cuenco sobre la roca—. Después de todo, tú eres mago, y es posible que las palabras de Shota contengan algo que nos ayude a detener a Rahl el Oscuro. Sabía que no descansarías hasta averiguar qué había pasado. Decidí contártelo hoy, pero entonces comprendí que se lo sacarías antes a Kahlan, de un modo u otro.

Kahlan se dejó caer en la manta, riendo.

Zedd enderezó la espalda y se llevó los puños a las caderas.

—¡Cáspita, Richard! ¿Tienes idea de lo que acabas de hacer?

—Magia —contestó Richard, sonriendo—. Un truco, si se ejecuta como es debido, es magia. Bueno, eso es lo que me han dicho —agregó, encogiéndose de hombros.

—Tienes mucha razón —contestó Zedd, asintiendo con la cabeza. El anciano apuntó al cielo con un enjuto dedo y sus penetrantes ojos color avellana recuperaron la chispa—. Has engañado a un mago con una de sus propias normas. Ninguno de mis magos lo logró nunca. —Zedd se aproximó a Richard con una radiante sonrisa en la cara—. ¡Cáspita, Richard! ¡Lo tienes! ¡Tienes el don, hijo! Puedes ser un mago de Primera Orden, como yo.

—Yo no quiero ser mago —replicó el joven, frunciendo el ceño.

—Has pasado la primera prueba —declaró Zedd, haciendo caso omiso de la negativa de Richard.

—Acabas de decir que ninguno de los demás magos logró hacerlo nunca. ¿Cómo es posible, entonces, que fuesen magos si no pasaron la prueba?

—Eran magos de Tercera Orden —contestó Zedd, sonriendo con un solo lado de la boca—. Uno de ellos, Giller, es de Segunda Orden. Ninguno consiguió pasar las pruebas para convertirse en mago de Primera Orden. No poseían el don; sólo la vocación.

—No fue más que un truco —objetó Richard con una sonrisita—. No hagas una montaña de un grano de arena.

—Fue un truco muy especial. —El anciano entrecerró los ojos de nuevo—. Estoy impresionado y también me siento muy orgulloso de ti.

—Si ésta es la primera prueba, ¿cuántas hay?

—Oh, pues no lo sé. Un centenar, o más. Pero tú tienes el don, Richard. —Una sombra de preocupación cruzó por los ojos del mago como si no hubiese esperado que Richard lo poseyera—. Debes aprender a controlarlo o… Pero yo te enseñaré. Puedes llegar a ser un mago de Primera Orden —afirmó, de nuevo con ojos brillantes.

Richard se dio cuenta de que la idea empezaba a atraerlo un poco, por lo que meneó la cabeza, tratando de aclarársela.

—Ya te lo he dicho; no quiero ser mago. Cuando todo esto acabe —añadió en voz baja—, no quiero tener nada que ver con la magia, nunca más. —Al percatarse de que Kahlan lo observaba con atención, miró alternativamente a la asombrada faz de sus dos amigos—. No ha sido más que un estúpido truco. Nada más que eso.

—Si se lo hubieras hecho a otro, habría sido un estúpido truco. Pero, si se lo haces a un mago, no tiene nada de estúpido.

—Vaya par… —comentó Richard, entornando los ojos.

—¿Puedes gobernar los vientos? —lo interrumpió Zedd, inclinándose ansiosamente hacia adelante.

—Pues claro que sí —declaró el joven, siguiéndole la corriente. Alzó ambos brazos hacia el cielo con aire dramático y ordenó—: ¡Ven a mí, hermano viento! ¡Reúne tus fuerzas y desata un vendaval!

Kahlan se arrebujó en la capa, expectante. Zedd miró alrededor. Nada ocurrió. Los dos se mostraron algo decepcionados.

—¿Pero qué os pasa a vosotros dos? —los reprendió Richard—. ¿Habéis comido bayas venenosas o qué?

—Ya aprenderá —comentó Zedd a Kahlan.

Tras considerar las palabras del mago, Kahlan alzó la vista hacia el joven y le dijo:

—Richard… convertirse en mago no es una oferta que se haga a todo el mundo.

—¡Caramba! —exclamó Zedd, frotándose las manos—. Ojalá tuviera aquí mis libros. Me apuesto un colmillo de dragón a que dicen algo sobre esto. Claro que también está la cuestión del dolor… y… —El rostro del mago se ensombreció.

Richard rebulló, incómodo.

—Además, ¿qué tipo de mago eres tú? —soltó a su amigo—. ¡Si ni siquiera tienes barba!

—¿Qué? —El comentario de Richard arrancó a Zedd de sus cavilaciones.

—Una barba. ¿Dónde está tu barba? Me lo he estado preguntando desde que me enteré de que eres un mago. Los magos siempre llevan barba.

—¿De dónde has sacado eso?

—Pues… no sé. Todo el mundo lo dice. De todos es sabido que los magos llevan barba. Me sorprende que tú no lo sepas.

Zedd puso la misma cara que si hubiera chupado un limón.

—Yo odio las barbas. Pican una barbaridad.

Richard se encogió de hombros.

—Si ignorabas que los magos siempre llevan barba, es que quizá no sabes tanto como crees sobre ser mago.

Zedd cruzó los brazos.

—¿Barba, dices? —El anciano volvió a descruzarlos y empezó a acariciarse el mentón con los dedos de una mano. Poco a poco le fueron naciendo pelos, que crecían más y más cuanto más se acariciaba. Richard contemplaba atónito la escena. Finalmente, el mago pudo exhibir una barba blanca que le llegaba a la mitad del pecho.

Zedd ladeó la cabeza y lanzó a Richard una penetrante mirada.

—¿Crees que servirá, hijo?

Richard se dio cuenta de que tenía la boca abierta y la cerró. Era incapaz de pronunciar palabra, por lo que se limitó a asentir con la cabeza.

—Perfecto. —Zedd se rascó la barbilla y el cuello—. Ahora dame tu cuchillo para poder afeitarme. Tanto pelo pica una barbaridad.

—¿Mi cuchillo? ¿Para qué necesitas un cuchillo? ¿Por qué no la haces desaparecer?

Kahlan lanzó una breve carcajada, pero inmediatamente se puso seria bajo la mirada del joven.

—No es así como funciona. Todo el mundo sabe que no es así como funciona —se mofó Zedd—. ¿Acaso no es de todos sabido? —preguntó a Kahlan—. Vamos, explícaselo.

—La magia únicamente puede hacer cosas sirviéndose de lo que ya existe. No puede deshacer cosas que han ocurrido.

—No te entiendo.

Zedd le lanzó una mirada de águila.

—Tú primera lección, por si algún día decides convertirte en mago. Nosotros tres tenemos magia. Siempre se trata de Magia de Suma, o sea, la magia que coge lo que ya existe y lo usa, o añade algo. La magia de Kahlan usa la chispa del amor que posee una persona, por mínima que sea, y va añadiendo hasta que la transforma en otra cosa. La magia de la Espada de la Verdad usa tu furia y la multiplica; extrae poder de ella hasta que se transforma en otra cosa.

»Yo hago lo mismo. Soy capaz de usar cualquier cosa existente para producir cambios. Puedo transformar un bicho en una flor, a un hada en un monstruo, puedo soldar un hueso roto, absorber el calor del aire que nos rodea y aumentarlo hasta convertirlo en fuego mágico. Puedo hacer que la barba me crezca, pero no que desaparezca. —Una piedra tan grande como su puño empezó a elevarse en el aire—. Puedo levantar cualquier cosa y puedo cambiarla. —La piedra se convirtió en polvo.

—¿Entonces puedes hacer cualquier cosa? —susurró Richard.

—No. Puedo levantar, mover o triturar la piedra, pero no puedo hacer que desaparezca. ¿Adónde iría? Para deshacer lo ya existente se precisa Magia de Resta. Mi magia, la de Kahlan, la de la Espada de la Verdad, son magias de este mundo. Toda la magia de este mundo es Magia de Suma. La Magia de Resta pertenece al inframundo. Rahl el Oscuro es capaz de hacer todo lo que yo hago —añadió, ensombreciendo el gesto—. Y, además, usar también la Magia de Resta. Yo no.

—¿Es tan poderosa como la Magia de Suma?

—Son dos opuestas, como la noche y el día, pero parte de la misma cosa. La Magia del Destino es la suma de ambas: la de Suma y la de Resta. Puede añadir cosas al mundo y también puede transformarlo en la nada. Para abrir las cajas es preciso dominar ambos tipos de magia. Nadie creyó que pudiera llegar a suceder, pues nunca nadie ha sido capaz de controlar la magia del inframundo. Pero Rahl el Oscuro la domina tan fácilmente como yo domino la magia de este mundo.

—¿Cómo supones que lo ha logrado? —quiso saber Richard.

—No tengo ni idea, pero me inquieta enormemente.

Richard inspiró hondo.

—Bueno, sigo creyendo que haces una montaña de un grano de arena. Yo sólo puse en práctica un pequeño truco.

—Te lo repito —replicó Zedd, mirándolo muy seriamente—: con una persona normal habría sido como dices, pero yo soy un mago. Yo conozco las normas de un mago. La única manera de poder engañarme es usando tu propia magia. Yo he entrenado a muchos magos; he tenido que enseñarles a hacer lo que tú has hecho con total naturalidad. Ellos tuvieron que aprenderlo antes. Muy raramente nace alguien con el don. Yo nací así. Richard, tú también posees el don. Más pronto o más tarde tendrás que aprender a controlarlo. Vamos —dijo, extendiendo la mano—, dame el cuchillo para poder desembarazarme de esta ridícula barba.

Richard entregó el cuchillo al mago.

—No está afilado. Lo he usado para desenterrar raíces. Dudo que puedas afeitarte con él.

—¿De veras? —Zedd cogió el borde del cuchillo entre los dedos índice y pulgar, y fue recorriendo la hoja. Entonces le dio la vuelta y lo sostuvo con cuidado entre el pulgar y dos dedos. Richard hizo una mueca al ver que se disponía a afeitarse en seco. Un delicado movimiento del cuchillo, y parte de la barba cayó al suelo.

—¡Acabas de usar Magia de Resta! Has eliminado parte del filo para que cortara más.

Zedd enarcó las cejas.

—No. He usado lo que ya existía para transformar el filo, haciendo que cortara de nuevo.

Richard meneó la cabeza y se dedicó a recoger sus cosas con la ayuda de Kahlan, mientras Zedd acababa de afeitarse.

—¿Sabes una cosa, Zedd? —comentó el joven, a la vez que recogía los cuencos—. Me parece que te estás volviendo demasiado obstinado. Cuando esto acabe, creo que te convendría tener a alguien que cuidara de ti y te ayudara a no perder la perspectiva de las cosas. Necesitas a alguien que te ilumine la imaginación. En definitiva: una esposa.

—¿Una esposa?

—Pues claro. Es justo lo que necesitas. Tal vez deberías hacer una visita a Adie.

—¿Adie?

—Sí, Adie. ¿La recuerdas? La mujer con un solo pie.

—Oh, la recuerdo bastante bien. Pero Adie tiene dos pies, no uno —dijo, mirando a Richard con aire de inocencia.

Kahlan y Richard se pusieron inmediatamente de pie con exclamaciones de sorpresa.

—Sí. —Zedd sonrió y les dio la espalda—. Al parecer, volvió a crecerle. —El mago se inclinó y sacó una manzana de la mochila de Richard—. Quién lo hubiera imaginado.

Richard cogió a Zedd por la manga y lo obligó a darse la vuelta.

—Zedd… tú…

—¿Estás completamente seguro de que no quieres ser mago? —inquirió Zedd con una sonrisa, e hincó el diente a la manzana, complacido por la expresión de asombro de Richard. Entonces, le devolvió el cuchillo, más afilado que nunca.

Richard sacudió la cabeza y siguió recogiendo.

—Yo sólo quiero volver a casa y seguir siendo un guía. Nada más. —El joven se quedó un momento pensativo y preguntó—: Zedd, te conozco desde que era niño y durante todo ese tiempo eras mago, pero nunca usaste la magia. ¿Cómo pudiste contenerte? ¿Y por qué?

—Ah, bueno, es que usar la magia entraña peligros y también causa dolor.

—¿Peligros? ¿Qué clase de peligros?

Zedd lo contempló brevemente antes de responder:

—Dímelo tú. Tú mismo has usado magia con la espada.

—Pero en mi caso es la espada la que tiene magia; es distinto. ¿Qué peligros corre un mago? ¿Qué dolor siente?

—Justo hemos acabado con la primera lección y ya estás ansioso por continuar —comentó Zedd con una leve sonrisa ladina.

—No importa —replicó Richard, irguiéndose, y se echó la mochila al hombro—. Todo lo que quiero ser es un guía de bosque.

—Eso ya lo has dicho —repuso Zedd, el cual, dando un buen mordisco a la manzana, empezó a caminar—. Ahora quiero que me contéis todo lo que os ha ocurrido desde que me quedé inconsciente. No os saltéis nada, por trivial que os parezca.

Richard y Kahlan intercambiaron una mirada de azoramiento.

—Si tú no se lo cuentas, yo tampoco lo haré —le susurró Richard.

—Juro no decir ni media palabra sobre lo que ocurrió en la casa de los espíritus —declaró Kahlan, poniéndole una mano en un brazo para detenerlo.

Por el modo de mirarlo, el joven se dio cuenta de que Kahlan cumpliría el juramento.

Durante el resto del día, mientras avanzaban sin descanso evitando los caminos principales, contaron a Zedd todo lo que les había acontecido desde que fueran atacados al lado del Límite. En los puntos más insospechados de la historia, el mago les hacía retroceder hacia sucesos anteriores. Saltándose algunas cosas, Richard y Kahlan contaron lo ocurrido durante su estancia con la gente barro, sin mencionar nada de lo que pasó entre ellos en la casa de los espíritus.

A medida que se acercaban a Tamarang, su camino se cruzaba con otros y empezaron a ver refugiados que huían acarreando sus pertenencias o viajando en pequeños carros. Richard procuraba que el trío no permaneciera demasiado tiempo a la vista de la gente, y se colocaba entre ellos y Kahlan siempre que podía. Su intención era evitar que alguien reconociera a la Madre Confesora. Se sentía aliviado cada vez que la senda se internaba de nuevo en el bosque. Allí se sentía en su elemento, aunque ya había comprobado que también era peligroso.

A última hora de la tarde tuvieron que coger la carretera principal para cruzar el río Callisidrin. Como era demasiado grande y la corriente demasiado rápida para arriesgarse a vadearlo, decidieron cruzarlo por un puente de madera. Zedd y Richard se colocaron uno a cada lado de Kahlan para protegerla, mientras cruzaban el puente con mucha otra gente. La mujer mantenía la capucha de la capa echada para ocultar su largo cabello. La mayoría de los caminantes se dirigía a Tamarang en busca de refugio, huyendo de las tropas —supuestamente de la Tierra Occidental— que asolaban la región. Kahlan les dijo que llegarían a Tamarang al mediodía del día siguiente y que a partir de allí tendrían que viajar casi siempre por el camino principal. Richard sabía que aquella noche tendrían que alejarse bastante del camino para evitar encontrarse con la gente, por lo que empezó a vigilar el sol. De este modo sabría cuándo era el momento de dejar el camino e internarse en el bosque antes de que la noche los sorprendiera.

—¿Estás bien así?

Rachel se imaginó que Sara le decía que sí y colocó un poco más de hierba alrededor de la muñeca para estar doblemente segura de que no pasara frío. A continuación, dejó el pan, envuelto en el hatillo, junto a Sara.

—Así estarás calentita. Voy a buscar un poco de leña antes de que anochezca y encenderé un fuego. Así no pasaremos frío.

La niña dejó a la muñeca y el pan dentro del pino hueco y salió afuera. El sol ya se había puesto, aunque todavía quedaba luz suficiente para ver. Las nubes tenían un hermoso color rosa. La niña les echaba un vistazo de vez en cuando, mientras iba recogiendo ramas, que sostenía contra el cuerpo con el otro brazo. Entonces se aseguró de que la cerilla mágica seguía en el bolsillo. La noche anterior casi se la había olvidado y ahora tenía miedo de perderla.

Una vez más alzó la vista hacia las hermosas nubes. Justo entonces, una cosa grande y oscura bajó en picado hacia los árboles, un poco colina arriba. La niña pensó que debía de tratarse de un pájaro muy grande, un cuervo, por ejemplo. «Sí —se dijo—, tiene que ser uno de esos bulliciosos cuervos». Después de recoger un poco más de leña, vio un grupo de arándanos que crecían en un claro. Las hojas ya eran de un encendido color rojo. Al verlos, la niña tiró al suelo las ramas.

Tenía tanta hambre que se sentó allí mismo y empezó a comer lo más aprisa que pudo. Como la estación estaba ya bastante avanzada, los arándanos estaban resecos y arrugados, pero aún eran buenos. De hecho, eran muy sabrosos. La niña empezó a meterse uno en el bolsillo por cada uno que comía, arrastrándose sobre manos y pies. Anochecía rápidamente. De cuando en cuando alzaba la vista hacia las hermosas nubes, que ahora aparecían más oscuras, de color púrpura.

Cuando tuvo el estómago lleno, así como los bolsillos, Rachel recogió la leña y regresó al pino hueco. Una vez dentro, deshizo el hatillo del pan y puso dentro los arándanos que había recogido. Entonces, se sentó y se fue comiendo los frutos mientras charlaba con Sara, a quien ofrecía. Sara no comió muchos. Rachel deseó tener un espejo para ver cómo le había quedado el pelo. Aquel mismo día se había mirado en una oscura poza. Ahora lo tenía muy bonito, tan recto. Richard había sido muy amable al cortárselo.

La niña echaba de menos a Richard. Cómo deseaba que estuviera allí, a su lado, que huyera con ella, que la abrazara. Richard daba los mejores abrazos de todo el mundo. Si Kahlan no fuera tan mala, también la abrazaría a ella, y así descubriría lo maravillosos que eran esos abrazos. Por alguna razón, Rachel también echaba de menos a la mujer; sus cuentos, sus canciones y el modo como le acariciaba la frente. ¿Por qué tenía que ser tan mala y decir que pensaba hacer daño a Giller? Giller era uno de los hombres más amables del mundo. Giller le había regalado a Sara.

La niña partió las ramas lo mejor que pudo para que cupieran dentro del círculo que había formado con piedras. Después de apilarlas cuidadosamente, sacó la cerilla mágica.

—Luz para mí.

Rachel dejó la cerilla en el hatillo, junto a los arándanos, y se calentó las manos. Después comió unos frutos más mientras contaba a Sara sus problemas, cómo deseaba que Richard estuviera allí para abrazarla, cuánto le gustaría que Kahlan no fuera mala, que esperaba que no hiciera daño a Giller y cómo deseaba tener algo más para comer, aparte de los arándanos.

Un bicho le picó en el cuello. La niña lanzó un pequeño grito y lo aplastó. Cuando se miró la mano vio que tenía un poco de sangre. Y una mosca.

—Mira, Sara. Esta estúpida mosca me ha picado y me ha hecho sangre —le dijo a la muñeca.

Sara pareció compadecerla. Rachel siguió comiendo arándanos. Otra mosca la picó en el cuello. Esta vez la niña la aplastó, pero no gritó. En la mano vio otra mancha de sangre.

—¡Eso ha dolido! —dijo a Sara. La niña frunció el entrecejo y arrojó la mosca despachurrada al fuego.

Rachel dio un salto cuando la tercera mosca la picó, esta vez en el brazo. La niña la aplastó, pero otra le picaba ya en el cuello. Rachel agitó los brazos alrededor de la cara para ahuyentarlas. Dos más le picaron en el cuello, haciéndole sangre antes de que pudiera aplastarlas. Las picaduras le dolían tanto que los ojos se le llenaron de lágrimas.

—¡Fuera de aquí! —gritaba, agitando furiosamente las manos.

Algunas moscas se le metieron por dentro del vestido y se cebaron en su pecho y espalda, mientras otras le picaban el cuello.

Rachel se echó a gritar, sacudiendo los brazos y tratando de quitarse los insectos de encima. Las lágrimas le corrían por las mejillas. Una mosca le picó en el interior de la oreja, lo que aumentó la intensidad de sus chillidos. La niña se llevó un dedo a la oreja, gritando y llorando, intentando quitarse de dentro la mosca. Mientras chillaba, no dejaba de dar manotazos.

Lanzando agudos gritos, la niña salió a trompicones del pino, apartando moscas de delante de los ojos. Rachel corría agitando los brazos como aspas de molino, tratando de ahuyentar a las moscas. Pero éstas la seguían.

Entonces vio algo frente a ella que la dejó paralizada. Su mirada atónita fue recorriendo de abajo arriba el peludo cuerpo de la bestia. El monstruo tenía el abdomen rosa, sobre el que se habían posado algunas moscas.

La bestia desplegó lentamente unas enormes alas contra un cielo de colores pastel. No eran unas alas cubiertas de plumas, sino de piel. Rachel distinguió en ellas grandes venas en las que latía la sangre.

Haciendo acopio de todo su coraje, se metió la mano en el bolsillo para coger la cerilla mágica. Pero no estaba allí. Las piernas no le respondían y ni siquiera sentía los picotazos de las moscas. Entonces oyó un sonido semejante al ronroneo de un gato, aunque mucho más fuerte. Alzó más la mirada y se encontró con unos refulgentes ojos verdes que la taladraban. Aquel ronroneo fuerte no era otra cosa que un grave gruñido.

La bestia abrió sus fauces en un gruñido más fuerte, retrayendo los labios y dejando al descubierto unos colmillos largos y curvos.

Rachel no podía correr, ni moverse, ni siquiera gritar. Todo su cuerpo temblaba mientras contemplaba fijamente esos perversos y relucientes ojos verdes. La niña había olvidado cómo mover los pies.

Una gran zarpa fue a por ella, y Rachel sintió algo caliente que le bajaba por las piernas.

Загрузка...