21

Richard examinó cansinamente el suelo donde empezaba de nuevo la senda, al final de la pendiente. Sus esperanzas se desvanecieron. Nubes negras se deslizaban a baja altura soltando ocasionalmente unas gotas de lluvia gruesas y heladas que le caían en la parte posterior de la cabeza, que el joven mantenía inclinada, buscando. Se le había ocurrido que quizá Kahlan había cruzado el Embudo, que, al separarse, ella había continuado. Después de todo, llevaba el hueso que Adie le había dado y que se suponía que debía protegerla. Debería haberlo conseguido. Pero, por otra parte, él llevaba el colmillo y aunque Adie le había dicho que las sombras no podrían verlo, éstas lo habían atacado. Era extraño; las sombras no se habían movido hasta que hubo anochecido, al llegar a la roca partida. ¿Por qué habían esperado?

No había ninguna huella. Nada había pasado por el Embudo en mucho tiempo. La fatiga y la desesperación se adueñaron de él, mientras ráfagas de viento helado hacían revolotear a su alrededor la capa como si quisiera empujarlo hacia adelante, lejos del Embudo. Ya sin esperanzas se volvió una vez más hacia el sendero que conducía a la Tierra Central.

Apenas había avanzado unos pasos cuando se detuvo presa de una súbita inspiración.

Si Kahlan se había separado de él, si había creído que el inframundo se había llevado a Richard, si creía que lo había perdido y estaba sola, ¿hubiera continuado hacia la Tierra Central? ¿Sola?

No.

Richard dio media vuelta hacia el Embudo. No. Hubiera regresado, para buscar al mago.

De nada le serviría regresar a la Tierra Central sola. Si había ido a la Tierra Occidental había sido precisamente para buscar ayuda. Con el Buscador fuera de juego el único que podía ayudarla era Zedd.

Richard se resistía a poner demasiada fe en la idea pero no estaba lejos de donde había luchado con las sombras y la había perdido. No podía seguir adelante sin comprobarlo antes. Olvidando la fatiga, se sumergió de nuevo en el Embudo.

La luz verde le dio la bienvenida. Richard siguió su propio rastro hasta el lugar donde había combatido con las sombras. El barro estaba pisoteado y sus huellas explicaban la batalla que allí se había librado. Al joven le sorprendió haber cubierto tanto terreno durante la lucha; no recordaba haber dado tantas vueltas, ni haber ido tantas veces adelante y atrás. Pero, en realidad, apenas recordaba nada de la lucha, excepto la última parte.

El corazón le dio un vuelco al encontrar lo que buscaba; las huellas de ambos, primero juntos y después sólo las de ella. Richard las siguió con el corazón palpitante, rezando fervientemente para que no lo condujeran al muro. Se puso de cuclillas para examinarlas y las tocó. Parecía que Kahlan había caminado de aquí para allá, como confundida, y después se había detenido y dado la vuelta. Unas huellas se dirigían en la dirección contraria de la que habían llegado ellos. Eran huellas de Kahlan.

Richard se puso bruscamente de pie; respiraba rápidamente y tenía el pulso acelerado. La luz verde que brillaba a su alrededor lo irritaba. El joven se preguntó si Kahlan estaría ya muy lejos. Les había costado casi toda una noche cruzar el Embudo, y eso a trancas y barrancas, aunque también era cierto que no sabían dónde estaba el sendero. Pero ahora las huellas en el barro indicaban el camino.

Tendría que darse prisa; no podía seguirla a paso de tortuga. Entonces recordó algo que Zedd le había dicho al hacerle entrega de la espada: «La fuerza de la furia te proporciona la voluntad de imponerte a cualquier precio».

Un nítido sonido metálico vibró en la oscura mañana cuando el Buscador desenvainó su espada. La cólera fluyó por él. Sin pararse a reflexionar ni un segundo el joven se echó a correr siguiendo las huellas. La presión del muro lo sacudía mientras él trotaba en la fría neblina. Cuando las huellas giraban, torciendo a un lado y luego al otro, Richard no aminoraba el paso, sino que apoyaba los pies a un lado u otro para cambiar de dirección.

Así, sosteniendo un ritmo vivo y constante, logró cruzar el Embudo antes de media mañana. En dos ocasiones halló sendas sombras flotando en su camino, aunque no se movían ni parecían advertir su presencia. Richard se lanzó contra ellas con la espada horizontal frente a él. Incluso sin rostro lanzaron aullidos de sorpresa al desvanecerse.

Atravesó la roca partida sin detenerse y apartó a una lapa chupasangre de un puntapié. Al llegar al otro lado se paró para recuperar el aliento. Se sentía profundamente aliviado, porque las huellas de Kahlan llegaban hasta allí. Ahora, en el bosque, sería más difícil ver el rastro pero no importaba; sabía adónde se dirigía y sabía que había cruzado sana y salva el Embudo. El saber que Kahlan estaba viva le daba ganas de gritar de júbilo.

Richard sabía que ya no podía estar muy lejos, pues la neblina aún no había tenido tiempo de difuminar los marcados bordes de las huellas, a diferencia de las primeras que había encontrado. Cuando amaneció debió de haber seguido el rastro del día anterior en vez de guiarse por los muros o si no ya la habría alcanzado. «Chica lista», pensó Richard. Sabía usar la cabeza; aún lograría convertirla en una buena mujer del bosque.

Con la espada desenvainada y la cólera a flor de piel, Richard corrió por el sendero. No perdió tiempo deteniéndose para buscar huellas, pero cada vez que encontraba suelo embarrado o blando aminoraba la marcha y lo examinaba. Después de correr un trecho sobre musgo descubrió una pequeña parcela de tierra en la que se veían marcas. Le echó un simple vistazo al pasar, pero algo que vio lo hizo detenerse tan bruscamente que a punto estuvo de caer. De cuatro patas estudió las huellas. Sus ojos se abrieron mucho por la sorpresa.

La huella de Kahlan se veía en parte tapada por la huella de una bota de hombre, casi tres veces más larga que la de la mujer. Richard no tuvo ninguna duda de a quién pertenecía: al último miembro de la cuadrilla.

La furia hizo que se levantara y echara a correr como alma que lleva el diablo. Las ramas y las rocas no eran más que una mancha borrosa que desfilaba a ambos lados. Sólo le preocupaba no salirse de la vereda, no porque temiera por él mismo sino porque sabía que si acababa en el Límite no podría ayudar a Kahlan. Parecía que los pulmones le iban a estallar por falta de aire y jadeaba por el esfuerzo. Pero la cólera de la magia le hacía olvidarse del agotamiento así como de la falta de sueño.

Después de trepar a un pequeño saliente rocoso la vio al fondo del otro lado. Por un instante se quedó paralizado. Kahlan estaba a su izquierda, medio en cuclillas, con la espalda contra una pared de roca y el último hombre de la cuadrilla frente a ella, a la derecha de Richard. El pánico pudo más que la furia. El uniforme de cuero del hombre refulgía en medio de tanta humedad y se cubría la blonda cabeza con la capucha de la cota de malla. Alzó la espada sosteniéndola con sus enormes puños, con lo que los músculos de los brazos se le marcaron. Acto seguido lanzó un grito de batalla.

Iba a matarla.

La furia estalló en la cabeza de Richard. Gritó: «¡No!», presa de cólera y de instinto asesino al tiempo que saltaba de la roca. Aún en el aire levantólaEspada de la Verdadconambas manos. Cuando sus pies tocaron el suelo, retrocedió y trazó un amplio y rapidísimo arco con la espada desde atrás. El acero silbó. El hombre, que se había dado la vuelta cuando Richard tocó el suelo, alzó al punto su propia arma en actitud defensiva tan rápidamente que los tendones de muñecas y manos chascaron.

Richard contempló como en un sueño cómo la espada que empuñaba completaba el arco. Con todas sus fuerzas trataba de imprimir más velocidad al arma, para que hiciera honor a su nombre deEspada de la Verdady fuera más letal. La magia rugía con la vehemencia del joven. Richard desvió la mirada del acero del hombre a sus acerados ojos azules. La espada del Buscador siguió la misma trayectoria. El joven se oyó a sí mismo gritar. El hombre alzó la espada en vertical presto a desviar el golpe.

Richard no veía nada más que el adversario que tenía delante. Su cólera y la magia se habían desatado como nunca. Ningún poder sobre la tierra podía impedirle que derramara la sangre de aquel hombre. Richard estaba más allá de la razón, más allá de cualquier otra causa para vivir. Era la muerte encarnada.

Toda su fuerza vital se concentraba en el odio mortífero que impulsaba la espada.

Con el corazón latiéndole con tanta fuerza que lo sentía en la tensión excesiva de los músculos del cuello, Richard contempló lleno de un júbilo expectante por el rabillo del ojo, aunque sin apartar la vista de los ojos azules del hombre, cómo, finalmente, su espada cubría en un elegante arco y con lo que a él se le antojó lentitud exasperante, la distancia que le faltaba para chocar con la espada alzada de su adversario. El joven vio como en cámara lenta cómo el acero del otro se hacía pedazos en un estallido de ardientes fragmentos. La mayor parte de la hoja cercenada salió despedida hacia lo alto, girando sobre sí misma. Su superficie bruñida relució bajo la luz con un destello en cada uno de los tres giros que dio antes de que la espada del Buscador alcanzara la cabeza del hombre con todo el poder de su cólera y de la magia, cortando la cota de malla. La cabeza se desvió casi imperceptiblemente antes de que laEspada de la Verdadexplotara a través de los eslabones de acero de la malla, y después del cráneo a la altura de los ojos, provocando una lluvia de piezas y eslabones de acero.

La neblina matinal explotó y se convirtió en una roja niebla que transmitió a Richard una sensación de euforia mientras contemplaba fragmentos de hueso, con cerebro y pelo adherido, salir volando. La hoja continuaba trazando un arco en el aire carmesí, fracturando los últimos fragmentos del cráneo del enemigo y completando el arco. El cuerpo del hombre, con nada reconocible por encima del cuello y la mandíbula, se desplomó como si todos los huesos se hubieran desvanecido y no hubieran dejado nada para sostener la carne. Finalmente la espada tocó el suelo con una fuerte sacudida. Largos chorros de sangre salieron disparados hacia arriba, hasta formar un arco, y cayeron al suelo y sobre Richard, el vencedor, que probó el cálido y satisfactorio sabor de la sangre de su enemigo con un grito de furia. El resto formó charcos en la tierra al mismo tiempo que llovían fragmentos de acero de la cota de malla y de la espada, además de más trocitos de hueso, cerebro y sangre que aún quedaba en el aire, tiñéndolo todo de rojo.

El brazo de la muerte se alzaba victorioso por encima del objeto de su odio y su furia, empapado en sangre y disfrutando de la mayor orgía de gozo que hubiera podido imaginar. El pecho le subía y bajaba, extasiado. Llevó de nuevo la espada al frente dispuesto a hacer frente a la próxima amenaza, pero no había ninguna.

Y entonces el mundo implosionó sobre él.

De pronto volvió a percibir todo lo que lo rodeaba. Vio la mirada de asombro y horror en la faz de Kahlan antes de que el dolor le hiciera caer de rodillas, le recorriera todo el cuerpo y lo obligase a doblarse sobre sí mismo.

LaEspada de la Verdadse le cayó de las manos.

La súbita conciencia de lo que había hecho lo atravesó como una cuchillada: había matado a un hombre y lo que era peor, había querido hacerlo. No importaba que estuviera protegiendo la vida de otra persona; había deseado matar; había disfrutado. No hubiera permitido que nada lo impidiera matar.

No podía apartar de su mente la visión de su espada explotando a través de la cabeza del hombre. No podía detenerla.

Un insoportable dolor punzante le hizo cruzar los brazos sobre el abdomen. Abrió la boca pero de ella no surgió ningún grito. Richard trató de perder la conciencia para detener ese dolor, pero no pudo. Sólo existía ese dolor, del mismo modo que antes, en su deseo de matar, sólo había existido ese hombre.

El dolor le enturbió la vista. Estaba ciego. El fuego ardía en todos y cada uno de los músculos, huesos y órganos de su cuerpo, consumiéndolo, dejándolo sin respiración, asfixiándolo en una convulsa agonía. Richard se dejó caer de costado, dobló las rodillas hasta tocar el pecho y, por fin, pudo gritar de dolor, como antes había gritado de rabia. El joven sentía que la vida se le escapaba. En medio de tanta angustia y dolor sabía que no sería capaz de conservar la razón ni la vida si el dolor no remitía. El poder de la magia lo estaba aplastando. Nunca hubiera podido imaginarse que era posible llegar a tales cotas de dolor y ahora le parecía imposible que fuera a librarse de él. Sentía que le arrancaban la razón. Mentalmente rogó morir. Si algo no cambiaba, y rápidamente, él mismo lo haría de un modo u otro.

En la niebla de la agonía, de pronto reconoció algo: el dolor. Era lo mismo que la cólera. Fluía por él del mismo modo que la cólera fluía de la espada. Era una sensación ya conocida por él; era la magia. Una vez se hubo dado cuenta de lo que era, trató inmediatamente de controlarlo tal como había aprendido a controlar la cólera. Esta vez sabía que, si no lo conseguía, moriría. Richard razonó consigo mismo, tratando de comprender la necesidad de lo que había hecho por horrible que fuera. Aquel hombre se había sentenciado a sí mismo por haber intentado matar.

Por fin fue capaz de sobreponerse al dolor, como había aprendido a hacer con la furia. Una sensación de profundo alivio lo invadió; había ganado ambas batallas. El dolor abandonó su cuerpo.

Tendido de espaldas, jadeando, sintió que recuperaba la percepción normal del mundo. Kahlan estaba arrodillada a su lado, limpiándole la cara con un trapo frío y húmedo. La mujer tenía el entrecejo fruncido y lloraba. La sangre del hombre también la había salpicado a ella en el rostro.

Richard se arrodilló y le cogió el trapo de las manos para limpiarle los largos churretes de sangre, como si quisiera borrar de su mente la escena que había presenciado. Pero antes de que pudiera hacerlo, Kahlan le echó los brazos al cuello y lo abrazó con más fuerza de lo que Richard hubiera podido imaginar. El joven le devolvió el abrazo, al tiempo que sus dedos subían hacia la nuca de la mujer y se hundían en su cabello, sujetándole la cabeza mientras ella lloraba. Haberla recuperado lo llenaba de una felicidad absoluta. No quería dejarla ir nunca más.

—Lo siento mucho, Richard —se disculpó Kahlan entre sollozos.

—¿El qué?

—Que tuvieras que matar a un hombre por mi causa.

—No te preocupes —la tranquilizó el joven, acunándola suavemente y acariciándole el pelo.

Pero Kahlan sacudió la cabeza contra su cuello.

—Yo sabía cuánto iba a dolerte la magia. Por eso no quise que lucharas contra los hombres de la taberna.

—Zedd me dijo que la furia me protegería del dolor, Kahlan. No lo entiendo. Es del todo imposible que hubiera estado más furioso.

La mujer se separó de él, con las manos sobre sus brazos, apretando como si quisiera convencerse de que Richard era real.

—Zedd me dijo que velara por ti si usabas la espada para matar a un hombre. Me dijo que era cierto que la furia te protegería, pero que la primera vez era distinto, que la magia comprobaba con dolor de qué madera estaba hecho el Buscador, y que nada podría protegerte de ella. Él no podía decírtelo, porque si lo sabías te reprimirías, te lo pensarías mucho antes de usar la espada y eso podría ser desastroso. Me dijo que la magia tenía que unirse al Buscador la primera vez que éste derramara sangre con ella, para determinar la voluntad del Buscador de matar. —Le apretó de nuevo los brazos y añadió—: Dijo que la magia podría hacerte cosas terribles. Te pone a prueba con el dolor para ver quién será el amo, quién mandará.

Richard se sentó sobre los talones, sobresaltado. Adie había dicho que el mago le ocultaba un secreto y debía de ser aquél. Zedd debía de sentirse muy preocupado y también temeroso por él. El joven sintió compasión por su viejo amigo.

Por primera vez entendía de verdad qué implicaba ser el Buscador de un modo que nadie, excepto un Buscador, podía entender. Era el brazo de la muerte; ahora lo comprendía. Comprendía la magia, cómo él la usaba a ella y ella lo usaba a él, cómo estaban unidos. Para bien o para mal ya nunca volvería a ser el mismo. Había experimentado el cumplimiento de su más oscuro deseo. Ya estaba hecho. No había marcha atrás; ya no podía ser el Richard de antes.

El joven acercó el trapo al rostro de Kahlan y le limpió la sangre.

—Lo comprendo. Ahora sé a qué se refería. Hiciste bien en no decírmelo. —Le acarició la mejilla y añadió dulcemente—: Tenía tanto miedo de que te hubieran matado...

—Te creí muerto —dijo ella, poniendo su mano sobre la de él—. Un momento te tenía cogido de la mano y al momento siguiente ya no estabas a mi lado. —Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas—. No pude encontrarte. No sabía qué hacer. Lo único que se me ocurrió fue regresar con Zedd, esperar a que se despertara y me ayudara. Creí que te había perdido en el inframundo.

—Lo mismo pensé que te había ocurrido a ti. Estuve a punto de seguir solo. —Sonrió de oreja a oreja y prosiguió—: Parece que mi destino es volver a buscarte.

Kahlan sonrió por primera vez desde que se habían reencontrado y lo abrazó de nuevo. Pero rápidamente se retiró.

—Richard, tenemos que marcharnos. Las bestias acechan y el cadáver las atraerá. No podemos estar aquí cuando lleguen.

Richard asintió, se volvió, recogió la espada y se puso de pie. Entonces le tendió una mano para ayudarla a levantarse. Kahlan tomó su mano.

La magia se inflamó en un arrebato de cólera, advirtiendo a su amo.

Sorprendido, Richard la miró fijamente, muy impresionado. Como la vez anterior, cuando Kahlan le había tocado la mano que sostenía la espada, la magia había cobrado vida, sólo que esta vez era una sensación más intensa. Ella seguía sonriendo, en apariencia ajena a lo que ocurría. Con un gran esfuerzo Richard se sobrepuso a la furia.

Kahlan lo abrazó una vez más; fue un breve abrazo con el brazo que tenía libre.

—Todavía no me puedo creer que estés vivo. Estaba tan segura de que te había perdido...

—¿Cómo lograste alejarte de las sombras?

—No lo sé —contestó, sacudiendo la cabeza—. Nos seguían y cuando nos separamos y yo volví atrás, habían desaparecido. ¿Viste tú alguna?

—Sí. —El joven asintió solemnemente—. Las vi y vi de nuevo a mi padre. Me atacaron y trataron de empujarme hacia el Límite.

—¿Por qué sólo tú? —El rostro de Kahlan reflejaba preocupación—. ¿Por qué no los dos?

—No lo sé. Supongo que anoche, en la hendidura, y más tarde, cuando empezaron a seguirnos, me seguían a mí y no a ti. El hueso te protegía.

—La última vez que nos aproximamos al Límite nos atacaron a todos menos a ti. ¿Qué era distinto esta vez?

—No lo sé —repuso Richard tras pensarlo unos momentos—, pero tenemos que cruzar el paso. Estamos demasiado cansados para pasarnos la noche luchando de nuevo contra las sombras. Tenemos que llegar a la Tierra Central antes de que anochezca. Y esta vez te prometo que no te soltaré la mano.

—Ni yo tampoco. —Kahlan le sonrió y le apretó la mano.

—Al volver crucé el Embudo corriendo, para ganar tiempo. ¿Te ves con fuerzas para hacerlo?

Kahlan asintió. Ambos echaron a correr a un ritmo suave que al joven le pareció que ella aguantaría. Al igual que la última vez, las sombras no los siguieron, aunque varias flotaban sobre la senda y, al igual que la última vez, Richard las atravesó con la espada sin esperar a ver qué hacían. Kahlan se encogió al oír los aullidos que lanzaban. Richard corría siguiendo sus huellas, tirando de la mujer cada vez que debían girar y vigilando que no se saliera del camino.

Tras descender la pendiente, una vez en el sendero del bosque al otro lado del Embudo, frenaron y caminaron a buen ritmo, tratando de recuperar el aliento. Tenían el rostro y el cabello húmedos por la llovizna. La felicidad que sentía Richard por haber encontrado a Kahlan con vida mitigó la inquietud que lo embargaba por las dificultades que los aguardaban. Compartieron pan y fruta sin dejar de caminar. Aunque las tripas le hacían ruido por el hambre, el joven no quería detenerse para preparar algo más sustancioso.

Todavía se sentía confuso por cómo había reaccionado la magia cuando Kahlan le había tomado de la mano. ¿Era algo que la magia percibía en ella o reaccionaba ante algo que había en su propia mente? ¿Era porque tenía miedo de lo que le ocultaba? ¿O era algo más, algo que la misma magia percibía en ella? Richard deseó que Zedd estuviera allí para poder preguntarle su opinión. Pero Zedd había estado allí la última vez que pasó y él no le había preguntado. ¿Acaso tenía miedo de lo que pudiera decirle?

Después de comer un poco, cuando era ya tarde avanzada, oyeron gruñidos en el bosque. Kahlan dijo que eran las bestias, por lo que decidieron echar de nuevo a correr para salir del paso lo antes posible. Richard estaba tan agotado que ni siquiera sentía ya el cansancio; notaba todo el cuerpo como entumecido. Corrieron por el denso bosque, bajo una ligera lluvia que ahogaba el sonido de sus pasos.

Aún no había anochecido cuando llegaron al borde de una larga cresta. Abajo, el sendero descendía con curvas muy pronunciadas. De pie en lo alto de la cresta, rodeados por bosque, contemplaron como desde la boca de una cueva una extensión de pastos, sin apenas árboles y bañados por la lluvia.

—Conozco este lugar —susurró Kahlan.

—¿Cómo se llama?

—Tierra Salvaje. Estamos en la Tierra Central. —Se volvió hacia él—. He vuelto a casa.

—A mí esta tierra no me parece tan salvaje —objetó Richard, enarcando una ceja.

—El adjetivo no se refiere a la tierra, sino a los que viven en ella.

Tras descender la escarpada cresta, Richard halló un pequeño lugar protegido debajo de una roca, pero no era lo suficientemente profundo para resguardarse del todo del agua de lluvia. Así pues, cortó ramas de pino y las apoyó contra el saliente rocoso, construyendo así un refugio para pasar la noche. Kahlan se arrastró al interior, seguida de Richard, que selló la entrada con ramas para que la lluvia, al menos la mayor parte, no penetrara. Ambos se dejaron caer al suelo, mojados y exhaustos.

—Nunca he visto el cielo tanto tiempo encapotado ni que lloviera tanto —comentó Kahlan, quitándose la capa y sacudiéndose el agua—. Ya ni siquiera me acuerdo de cómo es el sol. Ya empiezo a hartarme de este tiempo.

—Pues yo no —replicó él en voz baja. Ante el gesto inquisidor de la mujer, explicó—: ¿Recuerdas la nube con forma de serpiente que me seguía, la que Rahl envió para localizarme? —Kahlan asintió—. Pues Zedd tejió una red mágica para que otras nubes la ocultaran. Mientras siga nublado y no podamos ver la nube serpiente, tampoco podrá Rahl. Prefiero la lluvia a Rahl el Oscuro.

—A partir de ahora —dijo Kahlan, tras ponderar las palabras del joven—, ya no me quejaré tanto de las nubes. Pero la próxima vez, ¿por qué no pides a Zedd que conjure nubes con menos lluvia? —Richard asintió risueño—. ¿Quieres comer algo?

—Estoy demasiado cansado —confesó Richard, al tiempo que negaba con la cabeza—. Lo único que quiero es dormir. ¿Estamos seguros aquí?

—Sí. Nadie vive cerca del Límite en la Tierra Salvaje. Adie dijo que estamos protegidos de las bestias, así que los canes corazón no deberían molestarnos.

A Richard el monótono ruido de la lluvia al caer todavía le daba más sueño. Ambos se envolvieron en las mantas, pues la noche era fría. En la penumbra Richard apenas distinguía el rostro de Kahlan, apoyada contra la pared de roca. No había espacio para encender fuego y, aunque lo hubiera, todo estaba demasiado mojado. El joven se metió la mano en el bolsillo y palpó la bolsa que contenía la piedra noche, pensando si debía o no sacarla para ver mejor, pero al fin decidió no hacerlo.

—Bienvenido a la Tierra Central —le dijo Kahlan con una sonrisa—. Lo has logrado: hemos pasado al otro lado del Límite. Ahora empieza el trabajo duro. ¿Qué vamos a hacer?

Richard sentía la cabeza a punto de estallar. Se recostó contra la roca al lado de la mujer y respondió:

—Debemos encontrar a alguien que sepa de magia para que nos diga dónde está la última caja o, al menos, por dónde empezar a buscar. No podemos lanzarnos a ciegas en su busca. Necesitamos que alguien nos señale la dirección correcta. ¿Sabes de alguien?

—Estamos muy lejos de nadie que quiera ayudarnos —repuso Kahlan, tras lanzarle una larga mirada de soslayo.

Richard se dio cuenta de que Kahlan evitaba decirle algo y se enfureció.

—Yo no he dicho nada de que quieran ayudarnos, sino, simplemente, que sean capaces de hacerlo. ¡Tú condúceme hasta ellos y yo me ocuparé del resto! —Inmediatamente Richard lamentó su tono de voz. Apoyó la cabeza contra la roca y apartó la cólera de sí—. Kahlan, lo siento. —El joven volvió la cabeza—. He tenido un día muy duro. Aparte de matar a ese hombre, tuve que volver a atravesar a mi padre con la espada. Pero lo peor fue creer que el inframundo se había llevado a mi mejor amiga. Yo solamente quiero detener a Rahl y poner fin a esta pesadilla.

Richard volvió el rostro hacia la mujer, y ésta le dirigió una de sus sonrisas especiales con los labios apretados. Kahlan contempló durante unos minutos sus ojos en la penumbra.

—No es nada fácil ser el Buscador.

—No —convino él, sonriéndole—, no es fácil.

—La gente barro —dijo al fin la mujer—. Es posible que ellos puedan decirnos dónde buscar, pero no hay ninguna garantía de que accedan a ayudarnos. La Tierra Salvaje es una parte muy remota de la Tierra Central y la gente barro no está acostumbrada a tratar con forasteros. Tienen costumbres peculiares y no les importan los problemas de los demás. Su único deseo es que los dejen en paz.

—Si Rahl el Oscuro triunfa no respetará ese deseo —le recordó Richard.

La mujer hizo una profunda inspiración y soltó el aire lentamente.

—Richard, pueden ser peligrosos.

—¿Has tratado con ellos antes?

—Sí, algunas veces. No hablan nuestro idioma, sin embargo, yo conozco el suyo.

—¿Confían en ti?

—Supongo. —Kahlan apartó la mirada y se envolvió mejor en la manta—. Pero —añadió, levantando los ojos hacia él—, a mí me temen y con la gente barro el temor acaso sea más importante que la confianza.

Richard tuvo que morderse la parte interior del labio para no preguntarle por qué la temían.

—¿Viven muy lejos?

—No sé exactamente en qué parte de la Tierra Salvaje nos encontramos, pero estoy segura de que no están a más de una semana en dirección noreste.

—Muy bien. Por la mañana partiremos hacia allí.

—Cuando lleguemos deja que yo lleve la voz cantante y, si te digo algo, hazme caso. Debes convencerlos de que te ayuden o no lo harán, por mucha espada que lleves. —Richard asintió. Kahlan sacó una mano de debajo de la manta y se la puso sobre el brazo—. Richard —susurró—, gracias por volver atrás a buscarme. Siento mucho el precio que tuviste que pagar.

—Tenía que hacerlo. ¿Qué hubiera hecho yo en la Tierra Central sin mi guía?

—Intentaré estar a la altura de tus expectativas —repuso Kahlan con una sonrisa burlona.

Richard le apretó la mano y ambos se tumbaron. Mientras daba las gracias a los dioses por haber protegido a Kahlan, el sueño lo venció.

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