—Aquí. Éste es un buen lugar. —Chase frenó el caballo y condujo a los otros tres fuera del camino, hacia campo abierto, donde se alzaban los esqueletos de unos pinos plateados. Apenas les quedaban ramas, y sólo tenían alguna ocasional brizna de musgo de un apagado color verde. El blando suelo estaba completamente cubierto por los restos corrompidos de los antiguos monarcas. Hierbas de ciénaga, con sus hojas anchas y lisas de color marrón a las que las tormentas habían dispuesto caprichosamente, formaban algo semejante a un enmarañado mar de serpientes bajo sus pies.
Los caballos avanzaban cuidadosamente entre aquella maraña. El aire, cálido y húmedo, estaba cargado con el fétido olor de la descomposición. Una nube de mosquitos los seguía. A Richard le parecía que ellos eran los únicos seres vivos que había hasta donde le alcanzaba la vista. Pese a encontrarse en campo abierto el cielo ofrecía muy poca claridad, pues una capa de nubes gruesa y uniforme pendía opresivamente cerca del suelo. Hilachas de bruma se arrastraban entre las picas plateadas de los árboles que seguían en pie.
Chase iba en cabeza, seguido por Zedd, Kahlan y Richard en la retaguardia. El joven no los perdía de vista. La visibilidad era muy limitada y, aunque Chase no se mostraba preocupado, Richard se mantenía ojo avizor; cualquier ser podría deslizarse sigilosamente hacia ellos sin ser visto. Los cuatro daban manotazos a los mosquitos y, a excepción de Zedd, se protegían con las capas. El mago, que se negaba a llevar capa, mordisqueaba restos del almuerzo y miraba a su alrededor como si fuese un turista de excursión. Richard poseía un excelente sentido de la orientación, pero se alegraba de tener a Chase para que los guiara. En la ciénaga todo se confundía, y sabía por experiencia lo fácil que era perderse.
Desde que había estado de pie en la roca la noche anterior el peso de sus responsabilidades era menos una carga y más una oportunidad de formar parte de una empresa justa. La sensación de peligro seguía siendo igual de intensa pero ahora la necesidad de ayudar a detener a Rahl era más acuciante. Percibía el papel que él desempeñaría como una oportunidad para ayudar a quienes no podían oponerse a Rahl el Oscuro. Sabía que ya no podía dar marcha atrás, pues eso sería su fin y el de muchas otras personas.
Richard contemplaba el balanceo del cuerpo de Kahlan sobre el caballo. Los hombros de la mujer se movían al ritmo del caballo. El joven sintió el deseo de llevársela a bellos y apacibles parajes del bosque del Corzo que sólo él conocía, allá en las montañas; le enseñaría la cascada que había descubierto y la cueva que se ocultaba tras ella; comerían junto a un plácido estanque del bosque; la llevaría a la ciudad; le compraría algo bonito; se la llevaría a un lugar donde estuviera segura, fuera donde fuese. Quería que Kahlan pudiera sonreír sin tener que preocuparse a cada minuto de si sus enemigos la rondaban. Pero, después de la noche pasada, el joven sentía que la primera parte —la fantasía de estar con ella— era un deseo irrealizable.
—Aquí es. —Chase levantó una mano para indicar que se detuvieran.
Richard miró en torno. Seguían en medio de una inmensa ciénaga, muerta y reseca. No veía ningún Límite. Mirara donde mirase todo era lo mismo. Después de atar los caballos a un tronco caído siguieron a Chase un trecho a pie.
—El Límite —anunció el guardián, extendiendo el brazo para señalar.
—Yo no veo nada —protestó Richard.
—Espera —repuso Chase con una sonrisa. El guardián echó a andar lentamente y con paso seguro. A medida que avanzaba se fue formando a su alrededor un resplandor verde. Al principio era apenas perceptible, pero se fue haciendo más intenso y brillante, hasta que una veintena de pasos más adelante se convirtió en una cortina de luz verde que lo oprimía al avanzar. Cerca del hombre era más intensa, mientras que a unos tres metros a los lados y por arriba se desvanecía. A cada paso que daba Chase se hacía más fuerte. Era algo semejante a un cristal verde, ondulado y distorsionado, aunque a través de él Richard podía ver los árboles de más allá. Chase se detuvo y regresó. La cortina verde primero y luego el resplandor perdieron intensidad y se esfumaron. Richard siempre había creído que el Límite sería algún tipo de muro, algo que se pudiera ver.
—¿Eso es todo? —preguntó, un tanto defraudado.
—¿Qué más quieres? Mira, fíjate en esto. —Chase examinó el suelo, recogió algunas ramas y probó su fortaleza. La mayoría estaban podridas y se quebraron a la primera. Finalmente halló una, de casi cuatro metros de longitud, lo suficientemente fuerte para servir a sus propósitos. Con ella en mano, se internó nuevamente en el resplandor verde hasta llegar a la cortina de luz. Entonces, agarrando la rama por el extremo más grueso, introdujo el resto a través de la cortina. Metro y medio más adelante la punta de la rama desapareció. El guardián siguió empujando hasta que lo que sostenía parecía un palo de apenas metro y medio. Richard se quedó perplejo; podía ver más allá del muro, pero no el extremo de la rama. ¿Cómo era posible?
Cuando Chase empujó la rama tan lejos como se atrevió, ésta saltó violentamente. No hubo ningún sonido. Entonces la recuperó, volvió junto a los demás y les mostró el extremo astillado de lo que ahora era una rama de unos dos metros y medio. La punta estaba cubierta de baba.
—Canes corazón —explicó con una amplia sonrisa.
Zedd pareció aburrido, Kahlan no le vio la gracia y Richard se quedó atónito. Puesto que el único que parecía interesado era el joven, Chase lo cogió por la camisa y tiró de él, diciendo:
—Ven conmigo, te mostraré cómo es. —El guardián entrelazó su brazo derecho con el izquierdo de Richard y mientras avanzaban lo advirtió—: Ve despacio. Yo te diré cuándo debemos parar, y no te sueltes de mi brazo. —Ambos avanzaron lentamente.
La luz verde se materializó. A cada paso se hacía más intensa, pero era distinta de cuando había contemplado a Chase internarse en ella. Entonces la luz sólo rodeaba a Chase por los lados y por arriba, pero ahora estaba en todas partes. Asimismo se oía un zumbido, como de miles de abejorros. Con cada paso que daban el zumbido se hacía más grave, pero no más fuerte. La luz verde también se hacía más intensa, y el bosque de alrededor más oscuro, como si cayera la noche. Entonces, por delante de ellos apareció de pronto la cortina verde, mientras que el resplandor llenaba todo lo demás. Ahora Richard apenas distinguía el bosque; miró atrás y comprobó que no veía ni a Zedd ni a Kahlan.
—Despacio ahora —lo avisó Chase. Ambos avanzaron lentamente empujando la cortina verde. Richard pudo sentir la presión que ésta ejercía contra su cuerpo.
Entonces todo lo demás se oscureció, como si se encontraran en una cueva de noche, con un resplandor verde alrededor de Chase y de él mismo. El joven se aferró con fuerza al brazo de su amigo. El zumbido parecía ahora que vibrara en su pecho. Un paso más y la cortina verde del muro cambió súbitamente.
—Ya basta —dijo Chase, y su voz reverberó. El muro era ahora oscuro y transparente. A Richard le parecía estar contemplando las profundidades de un estanque en un sombrío bosque. Chase, inmóvil, lo vigilaba.
Al otro lado aparecieron unas figuras.
Eran formas negras como la noche que temblaban en la penumbra del otro lado del muro; espectros que flotaban en la profundidad. La muerte en su cubil. Algo se aproximó velozmente a los hombres.
—Los canes —dijo Chase.
Richard se sentía embargado por una extraña sensación de añoranza; añoraba la negrura. Se dio cuenta de que lo que había tomado por un zumbido en realidad eran voces.
Voces que murmuraban su nombre.
Miles de voces lejanas lo llamaban. Aquellas formas negras se reunían, le tendían los brazos, lo reclamaban.
Al joven lo acometió una repentina y dolorosa sensación de soledad; sintió la soledad de su vida, de todas las vidas. ¿Por qué sufrir cuando lo estaban esperando, esperando para acogerlo? Nunca más estaría solo. Las formas negras se acercaron al borde de la penumbra, llamándolo. Richard pudo entonces distinguir sus semblantes, aunque era como si los viera a través de agua turbia. Las figuras se acercaron. El joven anheló ir hacia ellas, reunirse con ellas al otro lado.
Y entonces vio a su padre.
El corazón le palpitó. Su padre lo llamaba con un prolongado grito que era un lamento. Tendió los brazos hacia él, tratando desesperadamente de abrazar a su hijo. Estaba justo al otro lado del muro. Richard sintió tal anhelo en su corazón que creyó que se le iba a romper. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que viera a su padre... Gemía su nombre, ansiaba tocarlo. Ya no tendría que tener miedo nunca más. Sólo tenía que llegar hasta su padre y entonces estaría a salvo.
A salvo. Para siempre.
Richard alargó una mano hacia su padre, trató de ir hacia él, trató de cruzar el muro. Pero algo lo agarraba del brazo. Irritado, empujó con más fuerza. Algo le impedía llegar a su padre. El joven chilló a quienquiera que fuera que lo soltara. Su voz sonó hueca, vacía.
Y entonces ese alguien tiró de él para alejarlo.
Su cólera se inflamó. Alguien trataba de arrastrarlo hacia atrás tirando de su brazo. En un arrebato de furia agarró la espada. Una manaza le sujetó la mano con férrea firmeza. El joven dio rienda suelta a su cólera, gritando y debatiéndose salvajemente para sacar la espada, pero aquellas grandes manos lo sujetaban con fuerza y lo alejaban de su padre a trompicones. Por mucho que se resistió, el joven fue arrastrado lejos.
Al retroceder un poco más, la cortina verde reemplazó súbitamente a la oscuridad. Chase lo arrastraba de vuelta a través de la luz verde. El joven recuperó la conciencia del mundo con una sacudida que le produjo náuseas. La ciénaga, seca y muerta, lo rodeaba otra vez.
De pronto Richard fue consciente de lo sucedido y se sintió horrorizado por lo que había estado a punto de hacer. Temblando, puso una mano sobre el hombro del fornido guardián, buscando apoyo, al tiempo que pugnaba por recuperar el aliento. Ambos salieron de la luz verde. El alivio embargó al joven en oleadas.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Chase, inclinándose un poco y buscando su mirada.
Richard asintió, demasiado abrumado para poder pronunciar palabra. Ver a su padre había vuelto a despertar en él un dolor devastador. Sólo conseguía mantenerse en pie y respirar a fuerza de concentrarse. La garganta le dolía. Entonces se dio cuenta de que se había estado ahogando, aunque sólo ahora lo veía.
Al pensar en lo poco que había faltado para cruzar el muro, para lanzarse en brazos de la muerte, el terror se apoderó de él. Lo ocurrido le había cogido por sorpresa. Si Chase no lo hubiera sujetado ahora estaría muerto. Él, Richard, había cedido ante el inframundo, y se sentía como si ya no supiera quién era. ¿Cómo era posible que hubiera deseado entregarse al mundo de la muerte? ¿Tan débil era? ¿Tan frágil?
La cabeza le daba vueltas por el dolor. No podía borrar de su mente la imagen de la cara de su padre, del anhelo y la desesperación con los que lo había llamado. Richard deseaba tanto estar con él. Hubiera sido tan fácil... La imagen lo torturaba y se aferraba a él. Tampoco Richard quería perderla; quería regresar. Aún sentía su fuerza de atracción, aunque trataba de resistirse.
Kahlan los aguardaba al borde de la luz verde cuando salieron. Inmediatamente ciñó la cintura de Richard con un brazo en gesto protector y tiró del joven para apartarlo de Chase. Con la otra mano, le cogió la mandíbula y lo obligó a volver la cabeza y mirarla.
—Richard, escúchame. Piensa en otra cosa. Concéntrate. Tienes que pensar en otra cosa. Quiero que recuerdes todos y cada uno de los cruces que hay en cada senda del bosque del Corzo. ¿Podrás hacerme ese favor? Por favor. Hazlo ahora. Recuerda, por mí.
El joven asintió y empezó a recordar las sendas.
Kahlan se volvió hacia Chase, furiosa, y le propinó un soberano bofetón.
—¡Malnacido! —gritó—. ¡¿Por qué le has hecho eso?! —Volvió a golpearlo con tanta fuerza que el cabello le cayó sobre la cara. Chase no intentó defenderse—. ¡Lo has hecho expresamente! ¡¿Cómo has podido?! —Kahlan hizo ademán de abofetearlo por tercera vez, pero el guardián le agarró la muñeca antes de que lograra golpearlo.
—¿Vas a dejar que me explique o quieres seguir pegándome?
Kahlan retiró la mano. Respiraba entrecortadamente y miraba con expresión iracunda al guardián. Algunos mechones de pelo se le habían quedado pegados a las mejillas.
—El Puerto Rey es un paso peligroso. Está sembrado de vueltas y recodos. En algunos lugares se hace tan estrecho que los dos muros del Límite casi se tocan. Un paso en falso en cualquiera de las dos direcciones y estás perdido. Tú has cruzado el Límite, y Zedd también. Ambos lo entendéis; no puedes verlo hasta que empiezas a entrar en él, de otro modo no sabes dónde empieza. Yo lo sé porque me he pasado la vida aquí. Ahora es más peligroso si cabe, porque se está difuminando, y es aún más fácil meterse en él. Cuando estéis en el paso, si algo empieza a perseguiros, Richard podría adentrarse en el inframundo sin darse cuenta.
—¡Eso no es excusa! ¡Le podrías haber advertido!
—Ninguno de mis hijos ha aprendido a respetar el fuego hasta que ha acercado una mano a las llamas. Muchas palabras no reemplazan la experiencia de vivirlo. Si Richard no entendiera qué es antes de internarse en el Puerto Rey, nunca conseguiría salir con vida. Sí, lo he hecho expresamente, para enseñarle, para mantenerlo con vida.
—¡Se lo podrías haber dicho!
—No. —Chase negó con la cabeza—. Tenía que verlo con sus propios ojos.
—¡Ya basta! —Todos los ojos se volvieron hacia Richard. Por fin el joven había logrado despejar su mente—. Aún tiene que pasar un día sin que alguno de vosotros tres me dé un susto de muerte. Pero sé que sólo buscáis mi bien. Ahora mismo tenemos que ocuparnos de cosas más importantes. ¿Chase, cómo sabes que el Límite se está difuminando? ¿Qué ha cambiado?
—El muro se está desmoronando. Antes no se podía ver la oscuridad a través de la luz verde. No se podía ver nada al otro lado.
—Chase tiene razón —intervino Zedd—. Desde aquí podía ver.
—¿Cuánto tardará en caer del todo? —preguntó Richard al mago.
—Es difícil decirlo —contestó éste con un encogimiento de hombros.
—¡Pues adivínalo! —saltó Richard—. Dame alguna idea.
—Durará al menos dos semanas, pero no más de seis o siete.
—¿Puedes usar tu magia para reforzarlo? —preguntó el joven después de unos momentos de reflexión.
—No poseo ese tipo de poder.
—¿Chase, crees que Rahl conoce la existencia del Puerto Rey?
—¿Cómo quieres que lo sepa?
—Bueno, ¿ha cruzado alguien por él procedente de la Tierra Central?
—No que yo sepa —repuso el guardián tras una breve reflexión.
—Dudo que Rahl lo conozca —añadió Zedd—. Él es capaz de viajar por el inframundo; no necesita el paso. Es él quien está derrumbando el Límite. No creo que se preocupe por un pequeño paso.
—Una cosa es preocuparse y otra conocer su existencia —puntualizó Richard—. Creo que no deberíamos quedarnos aquí plantados. Temo que Rahl pueda averiguar adónde nos dirigimos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Kahlan, al tiempo que se apartaba el pelo de la cara.
Richard la miró comprensivamente y preguntó a su vez:
—¿Crees que eran tu madre y tu hermana a quienes viste allí afuera?
—Creí que lo eran. ¿Tú crees que no?
—Yo no creo que fuese mi padre. ¿Tú qué piensas? —preguntó al mago.
—Es imposible de decir. En realidad, nadie sabe demasiado del inframundo.
—Pero Rahl el Oscuro sí —apostilló Richard amargamente—. No creo que mi padre quisiera verme muerto. Pero sé que Rahl sí, por lo que, pese a lo que me dicen mis ojos, es más probable que lo que vi fuesen sicarios de Rahl tratando de cazarme. Tú mismo dijiste que no podemos cruzar el Límite porque nos están esperando, esperando para atraparnos. Creo que fue eso lo que vi: sus sicarios del inframundo. Y saben exactamente dónde he tocado el muro. Si tengo razón, esto quiere decir que Rahl pronto sabrá dónde estamos. Pero no pienso quedarme aquí para comprobarlo.
—Richard tiene razón —dijo Chase—. Además, tenemos que llegar al pantano Sierpe antes de que anochezca y los canes corazón salgan. Es el único lugar seguro entre aquí y Refugio Sur. Llegaremos allí antes de mañana por la noche y estaremos a salvo de los canes. Al día siguiente iremos a ver a una amiga mía, Adie, la mujer de los huesos. Vive cerca del paso. Necesitamos que nos ayude a cruzarlo. Pero esta noche nuestra única opción es el pantano.
Richard iba a preguntar qué era una mujer de los huesos y por qué necesitaban su ayuda para cruzar el paso, cuando, de pronto, algo oscuro y borroso restalló en el aire y golpeó a Chase con tanta fuerza que lo lanzó entre varios árboles caídos. Con increíble velocidad, la cosa negra se enroscó alrededor de las piernas de Kahlan, como si fuera un látigo, y la hizo caer. La mujer gritó el nombre de Richard, al tiempo que éste trataba de agarrarla. Ambos se cogieron por las muñecas, y ambos fueron arrastrados por el suelo hacia el Límite.
De los dedos de Zedd brotaron llamas. El fuego pasó por encima de sus cabezas con un sonido agudo y se desvaneció. Otro apéndice negro golpeó al mago con la rapidez del rayo, lanzando al anciano por los aires. Richard enganchó un pie alrededor de la rama de un tronco, pero estaba podrida y se desprendió. Entonces retorció el cuerpo para tratar de clavar los talones en la tierra, pero las botas resbalaron sobre las húmedas hierbas de la ciénaga. Finalmente lo consiguió, pero ni siquiera así podía impedir que la cosa los siguiera arrastrando a los dos por el suelo. Necesitaba las manos libres.
—¡Rodéame la cintura con las manos! —gritó.
Kahlan se lanzó hacia él, le enlazó la cintura con los brazos y apretó con fuerza. La sinuosa cosa negra y ondulada se enroscó en las piernas de la mujer, agarrándola con más firmeza. Kahlan chilló cuando la cosa empezó a estrujarla. Richard tiró de la espada, y ésta salió de su vaina con un sonido vibrante.
La luz verde empezó a relucir a su alrededor a medida que se acercaban al Límite.
La cólera inundó a Richard. Estaba ocurriendo justo lo que más temía: algo trataba de llevarse a Kahlan. La luz verde era ahora más intensa. Al joven le era imposible alcanzar lo que tiraba de ellos. Kahlan se cogía a él con fuerza por la cintura, pero sus piernas estaban demasiado lejos, y aquello la sujetaba aún más.
—¡Kahlan, suéltate!
Pero la mujer estaba demasiado aterrorizada para hacerlo. Seguía aferrándose a él desesperadamente y jadeando de dolor. La cortina verde ya estaba allí. El zumbido resonaba en sus oídos.
—¡Suéltate! —gritó Richard de nuevo.
El joven trató de soltar las manos de Kahlan. Los árboles de la ciénaga empezaban a desdibujarse en la oscuridad. Richard podía sentir ya la presión del muro. Kahlan se aferraba a él con una fuerza increíble. Deslizándose por el suelo de espaldas, trató de desasirse llevando hacia atrás los brazos, pero no pudo. Tenía que levantarse si quería salvarse él y a ella.
—¡Kahlan! ¡Suéltame o moriremos! ¡No dejaré que te cojan! ¡Confía en mí! ¡Suéltame! —Richard no sabía si estaba diciéndole la verdad, pero estaba seguro de que era su única oportunidad.
La cabeza de Kahlan le oprimía el estómago. Entonces lo miró. El rostro de la mujer se veía crispado por el dolor que le causaba la cosa negra al estrujarla. Lanzó un grito y se soltó.
En un abrir y cerrar de ojos Richard se puso en pie. Justo entonces el muro negro se materializó delante de él. Su padre le tendió los brazos. En un arrebato de furia blandió la espada con toda la violencia de la que era capaz. La hoja trazó un arco que atravesó la barrera y el ser que el joven sabía que no era su padre. La figura negra lanzó un lamento, tras lo cual explotó y se desintegró.
Los pies de Kahlan se encontraban junto al muro. La cosa negra envolvía las piernas de la mujer, apretando y tirando de ella con fuerza. El joven alzó la espada, y un impulso asesino se apoderó de él.
—¡Richard, no! ¡Es mi hermana!
Pero él sabía que no lo era, como tampoco el otro ser era su padre. Se entregó por completo al irresistible impulso y asestó un terrible mandoble. Nuevamente el acero atravesó el muro y a la repulsiva criatura que sujetaba a Kahlan. Hubo una confusión de destellos así como gemidos y lamentos sobrenaturales. Las piernas de Kahlan quedaron libres. La mujer yacía tendida sobre el estómago.
Sin pararse a mirar qué más sucedía, Richard pasó un brazo bajo la cintura de Kahlan y la levantó en un único movimiento. Entonces se alejó del Límite sosteniéndola firmemente y con la espada hacia el muro. Así fue reculando con paso lento y seguro, alerta a cualquier movimiento, a cualquier ataque. Lentamente se alejaron de la luz verde.
Siguieron caminando hasta estar a una buena distancia del Límite, detrás de los caballos. Cuando finalmente el joven se detuvo y la soltó, Kahlan le echó los brazos al cuello. La mujer temblaba. Richard tuvo que reprimir la cólera que sentía y que lo incitaba a regresar y atacar. Sabía que tenía que guardar la espada para sofocar la furia, el impulso de atacar, pero no se atrevió.
—¿Y los otros? ¿Dónde están? —preguntó Kahlan, presa del pánico—. Tenemos que encontrarlos.
La mujer se apartó de Richard y empezó a correr en dirección a donde se levantaba el Límite. Richard la cogió bruscamente por la muñeca y tiró de ella con tanta fuerza que casi la derribó.
—¡Quédate aquí! —le gritó con voz mucho más violenta de lo que la situación requería, al tiempo que la empujaba hacia el suelo.
Richard encontró a Zedd en el suelo, inconsciente. Al inclinarse sobre el anciano algo barrió el aire por encima de su cabeza. El arrebato de furia del joven no se hizo esperar. Trazó un arco con la espada y cercenó parte de la forma oscura. El muñón retrocedió precipitadamente hacia el Límite con un estridente alarido, mientras que la parte cercenada se desintegraba en el aire. Richard se echó a Zedd al hombro, como un saco de patatas, y lo llevó hacia donde estaba Kahlan. Después de depositarlo con suavidad en el suelo, la mujer sostuvo la cabeza del mago en su regazo y lo examinó en busca de heridas. Richard regresó corriendo, con la cabeza gacha, pero, para su decepción, el esperado ataque no se produjo; el joven ansiaba entrar en combate y batirse. Encontró a Chase atrapado en parte bajo un tronco. Richard tiró de él por la cota de malla. El guardián presentaba un corte profundo en un lado de la cabeza del que manaba sangre. En la herida se había adherido broza.
El joven pensó rápidamente tratando de decidir qué hacer. No podía levantar a Chase con un brazo y tampoco se atrevía a guardar la espada. Tampoco podía llamar a Kahlan para que lo ayudara, pues no quería ponerla otra vez en peligro. Agarró con fuerza la túnica de piel de Chase y empezó a arrastrarlo. Aunque el resbaladizo suelo cubierto de vegetación le facilitaba la tarea no era nada fácil, pues tenía que sortear los árboles caídos. Sorprendentemente, nada lo atacó. Tal vez había herido o matado a aquel ser. Richard se preguntó si era posible matar algo que ya estaba muerto. Pese a tratarse de una espada mágica, él lo dudaba. Además, ¿quién decía que los seres del Límite estaban muertos? Finalmente, llegó donde estaban Kahlan y Zedd. El mago continuaba inconsciente.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Kahlan atribulada. Su rostro mostraba un tono ceniciento.
—No podemos quedarnos aquí —contestó Richard, mirando a su alrededor—, y tampoco podemos dejarlos. Tendremos que subirlos a los caballos y marcharnos. Cuando nos encontremos a una distancia segura, trataremos de curarles las heridas.
Las nubes eran más densas que antes, y la bruma lo cubría todo con una mortaja húmeda. Después de escrutar en todas direcciones, Richard guardó la espada y subió a Zedd al caballo sin ningún esfuerzo. Con Chase no fue tan fácil; el guardián era muy grande y sus armas pesaban mucho. La sangre seguía manando de la herida en la cabeza, empapándole el cabello, y sangró aún más al colocarlo de través en el caballo. Richard decidió que tenían que ocuparse inmediatamente de la herida. Rápidamente cogió una hoja de aum y una tira de tela de una bolsa. A continuación estrujó la hoja para que soltara todo el fluido curativo y la presionó contra la herida. Kahlan vendó la cabeza de Chase con la tela. Ésta quedó empapada de sangre casi al instante, pero Richard sabía que la hoja de aum detendría la hemorragia.
El joven ayudó a Kahlan a montar. Se daba cuenta de que las piernas le dolían más de lo que estaba dispuesta a admitir. Después de entregarle las riendas de la montura de Zedd, él también montó, asió las riendas del caballo de Chase y trató de orientarse. Sabía que no lo tendrían nada fácil para hallar el camino; la bruma era cada vez más densa y limitaba la visibilidad. Richard tenía la sensación de que había fantasmas que acechaban en las sombras en todas direcciones. No sabía si debía ir él en cabeza o dejarse guiar por Kahlan; tampoco sabía cuál era la mejor manera de protegerla, por lo que acabó cabalgando a su lado. Zedd y Chase no estaban atados a las respectivas sillas y podían resbalar y caerse fácilmente, razón por la cual tendrían que ir lentamente. Miraran donde mirasen sólo se veían pinos muertos, indiferenciados, y no podían avanzar en línea recta debido a los árboles caídos. Richard escupió los mosquitos que no dejaban de metérsele en la boca.
No había manera de vislumbrar el sol y orientarse; el cielo tenía el mismo color gris oscuro en todas las direcciones. Transcurrido un rato Richard no estaba nada seguro de si iban en la dirección correcta; le parecía que ya deberían haber vuelto a la senda. Se guiaban por los árboles; se fijaba en la posición de uno concreto y, al llegar a él, fijaba la vista en otro más adelante, confiando en avanzar así en línea recta. Para hacerlo como es debido, para asegurarse de que no se desviaban, sabía que tenía que alinear al menos tres árboles, pero la bruma le impedía ver tan lejos. No podía estar seguro de que no estuvieran avanzando en círculos. Y, aunque fuesen en línea recta, no tenía modo de saber que la senda se encontrara en esa dirección.
—¿Estás seguro de que vamos por buen camino? —preguntó Kahlan—. A mí me parece todo lo mismo.
—No. Pero, al menos, no nos hemos topado con el Límite.
—¿Crees que deberíamos parar y atenderlos?
—Es demasiado arriesgado. Por lo que sabemos podríamos estar a tres metros del inframundo.
Kahlan miró alrededor, inquieta. Richard se planteó la posibilidad de decirle que esperara con los heridos mientras él se adelantaba y trataba de localizar la senda, pero la rechazó, pues temía no ser capaz de encontrarla de nuevo. Tenían que permanecer juntos. El joven empezó a preguntarse qué iban a hacer si no lograban encontrar el camino antes de que anocheciera. ¿Cómo se protegerían de los canes corazón? Ni siquiera la espada podría detenerlos si eran demasiados. Chase había dicho que debían llegar al pantano antes de que cayera la noche, aunque no había dicho por qué ni cómo los protegería éste. La hierba marrón formaba un interminable mar a su alrededor con innumerables restos de árboles encallados en él.
A cierta distancia, a su izquierda, apareció un roble y después más. Sus hojas húmedas de color verde oscuro brillaban en la neblina. No habían venido por allí. Richard se desvió un poco a la derecha. Hasta donde alcanzaba la vista, siguiendo el borde de la hierba muerta, con la esperanza de que los condujera a la senda.
Las sombras de los matorrales que crecían entre los robles los vigilaban. El joven se dijo que era su imaginación la que ponía ojos a las sombras. No soplaba viento, no se veía ningún movimiento y no se oía ningún sonido. Richard estaba enojado consigo mismo por haberse perdido, aunque hacerlo en un lugar como ése era muy sencillo. Pero él era un guía y, para un guía, perderse era algo imperdonable.
Al fin vio la senda y soltó un suspiro de alivio. Rápidamente desmontaron y comprobaron el estado de sus amigos. Zedd seguía igual, pero al menos el corte de Chase en la cabeza ya no sangraba. Richard no tenía ni idea de qué hacer con ellos. No sabía si estaban inconscientes por un golpe o debido a algún tipo de magia del Límite. Tampoco Kahlan lo sabía.
—¿Qué crees que deberíamos hacer? —inquirió ésta.
—Chase dijo que teníamos que llegar al pantano o los canes nos atacarían —repuso Richard, tratando de disimular la preocupación—. No creo que sea una buena idea tenderlos aquí en el suelo y esperar a que despierten, con la amenaza de los canes cerniéndose sobre nosotros. Yo sólo veo dos posibilidades: dejarlos aquí o llevarlos con nosotros. Y yo no pienso dejarlos. Los ataremos a los caballos para que no caigan y nos dirigiremos al pantano.
Kahlan se mostró de acuerdo. Aseguraron a sus amigos a las monturas. Richard cambió el vendaje a Chase y le limpió un poco el corte. La bruma se estaba convirtiendo en llovizna. El joven hurgó en las bolsas, encontró las mantas y retiró el hule que las envolvía. Entonces taparon a los heridos con sendas mantas, los cubrieron con el hule para impedir que se mojaran y lo ataron todo con cuerda para que no cayera.
Al acabar, Kahlan rodeó al joven con los brazos en un gesto espontáneo y mantuvo un momento el estrecho abrazo. Pero se separó antes de que Richard pudiera reaccionar.
—Gracias por salvarme —dijo con voz suave—. El Límite me aterra. No se te ocurra recordarme lo que te dije sobre no volver a buscarme o te daré un puntapié —añadió con una tímida mirada. Entonces sonrió y levantó la vista hacia él.
—Ni una sola palabra. Lo prometo.
Richard le sonrió, le subió la capucha de la capa y le metió en ella el cabello, para que no se mojara con la lluvia. Seguidamente hizo lo propio con su capucha, y emprendieron la marcha.
El bosque estaba desierto. La lluvia goteaba de la fronda entretejida sobre sus cabezas. Algunas ramas colgaban hasta la senda como garras dispuestas a aprisionar tanto a personas como a caballos. Las monturas trotaban cuidadosamente por el centro del sendero sin que sus jinetes tuvieran que guiarlos y levantaban las orejas ora a un lado ora al otro, como si escucharan las sombras. Los matorrales a ambos lados del camino eran tan espesos que sería imposible ocultarse entre los árboles en caso de necesidad. Kahlan se arrebujó en la capa. Tenían que seguir adelante o volver atrás, y esto último era imposible. Continuaron cabalgando el resto de la tarde.
Todavía no habían llegado al pantano cuando la suave luz grisácea del día empezó a desvanecerse. No tenían forma de saber cuánto faltaba aún. En la distancia oyeron aullidos y entonces se quedaron sin respiración.
Los canes corazón iban tras ellos.