10

La pícara sonrisa de Zedd se hizo más amplia y tendió a Richard el tahalí. La piel estaba exquisitamente trabajada y era antigua y suave. La hebilla de oro y plata hacía juego con la vaina. Le iba un poco justo, pues la última persona que lo había llevado era más baja que Richard, por lo que Zedd lo ayudó a ajustárselo, para que el joven se lo pusiera sobre el hombro derecho y envainara laEspada de la Verdad.

El mago los condujo entonces hasta el borde de la hierba, entre las largas sombras que proyectaban los árboles más próximos, hacia un lugar donde crecían dos pequeños arces de azúcar. El tronco de uno de ellos era tan grueso como la muñeca de Richard y el otro tan delgado como la de Kahlan.

—Desenvaina la espada —ordenó al joven. La espada salió de su vaina con aquel sonido metálico único, que vibró en el aire del atardecer. Zedd se acercó un poco más—. Ahora te enseñaré lo más importante acerca de la espada, pero para ello tienes que abdicar temporalmente de tu puesto como Buscador y permitir que nombre a Kahlan en tu lugar.

—Yo no quiero ser el Buscador —protestó la mujer, lanzando al mago una mirada recelosa.

—Es sólo para hacer una demostración, querida. —Entonces indicó con un ademán a Richard que entregara la espada a la mujer. Ésta dudó antes de cogerla con ambas manos. El peso del arma le resultaba incómodo, y fue bajando la punta hasta que quedó apoyada en la hierba. Zedd ejecutó un elegante movimiento con las manos sobre la cabeza y anunció—: Kahlan Amnell, te nombro Buscadora. —La mujer seguía mirándolo con recelo. El mago le puso un dedo bajo el mentón y la obligó a levantar la cabeza. Los ojos de Zedd reflejaban una temible fuerza. Entonces acercó su rostro al de ella y dijo en tono muy bajo:

—Cuando me marché de la Tierra Central con esta espada, Rahl el Oscuro usó su magia para colocar aquí el mayor de estos dos árboles, para marcarme y poder venir a por mí cuando deseara. Y entonces matarme. El mismo Rahl el Oscuro responsable de la muerte de Dennee. —El semblante de Kahlan se ensombreció—. El mismo Rahl el Oscuro que te persigue para matarte como mató a tu hermana. —En los ojos de la mujer llameó el odio. Apretaba los dientes, de modo que los músculos de su poderosa mandíbula sobresalieron. LaEspada de la Verdadse elevó del suelo. Zedd se colocó a su espalda—. Este árbol es él. Debes detenerlo.

La espada centelleó en el aire otoñal con una velocidad y un poder que Richard apenas pudo creer. El arco que trazó atravesó el árbol de mayor tamaño con un fuerte chasquido, como si se rompieran un millar de ramas al mismo tiempo. Las astillas volaron en todas direcciones. El arce pareció quedarse suspendido en el aire un momento y cayó junto al irregular tocón antes de desplomarse ruidosamente. Richard sabía que le habría costado al menos diez buenos hachazos derribar ese árbol.

Zedd recogió la espada de manos de Kahlan mientras ésta caía de rodillas y se balanceaba sobre los talones, tras lo cual se cubrió la cara con las manos y soltó un gemido. Instantáneamente Richard se agachó a su lado y la sujetó.

—¿Kahlan, qué te ocurre?

—Estoy bien. —La mujer apoyó una mano en el hombro del joven y éste la ayudó a ponerse de pie. Su rostro estaba pálido, pero forzó una leve sonrisa—. Dimito como Buscadora.

—¿Zedd, qué ha sido esta farsa? —espetó Richard al mago, volviéndose bruscamente hacia él—. Rahl el Oscuro no puso ese árbol ahí. He visto cómo los regabas y cuidabas. Si me pusieras un cuchillo en la garganta diría que los plantaste tú mismo en recuerdo de tu esposa y tu hija.

—Muy bien, Richard —repuso Zedd con una ligera sonrisa—. Aquí tienes tu espada. Vuelves a ser el Buscador. Y ahora, hijo mío, corta el otro árbol y te lo explicaré.

Enojado, el joven asió el arma con ambas manos y sintió que la cólera lo invadía. Acto seguido la descargó con toda su fuerza contra el árbol aún en pie. La punta de la hoja silbó al hendir el aire. Pero justo antes de tocar el tronco se detuvo, como si el aire que la rodeaba se hubiera vuelto demasiado denso y no la dejara pasar.

Richard retrocedió, sorprendido, miró la espada y volvió a probarlo. Lo mismo. La espada no llegaba al árbol. Entonces clavó una iracunda mirada en Zedd, el cual permanecía con los brazos cruzados y una sonrisa de suficiencia en la cara.

—Muy bien, ¿qué está pasando aquí? —inquirió Richard, deslizando de nuevo la espada dentro de su funda.

Zedd enarcó las cejas fingiendo inocencia.

—¿No viste con qué facilidad Kahlan cortó el árbol grande? —Richard frunció el entrecejo. Zedd sonrió—. Hubiera podido ser hierro, y la espada lo habría atravesado. Pero tú eres más fuerte que ella y, sin embargo, no has podido causar ni un arañazo al árbol pequeño.

—Sí, Zedd, me he dado cuenta.

La frente del mago se frunció con falsa perplejidad.

—¿Y por qué crees que es?

La irritación de Richard se desvaneció. Éste era el modo en el que Zedd solía enseñarle; incitándolo a que él mismo encontrara las respuestas.

—Yo diría que tiene algo que ver con la intención. Ella creía que el árbol era algo maligno, y yo no.

—¡Excelente, Richard, excelente! —lo alabó Zedd, levantando un huesudo dedo.

—Zedd —intervino Kahlan, que se retorcía los dedos—, no lo entiende. Yo destruí el árbol, pero no era nada maligno. Era inocente.

—Eso, querida, es justamente lo que quería demostrar. La realidad no es relevante, y la percepción lo es todo. Si crees que el árbol es el enemigo puedes destruirlo, sea o no verdad. La magia únicamente interpreta tu percepción. No permitiría que hicieras daño a alguien a quien creyeras inocente, pero destruye a quienquiera que tomes por tu enemigo, dentro de unos límites. El factor determinante es lo que crees y no si es verdad o mentira.

Richard estaba abrumado.

—Pero eso no deja lugar al error. ¿Y qué pasa si no estás seguro?

—Será mejor que lo estés, hijo —repuso Zedd alzando una ceja—, o te meterás en muchos líos. La magia puede leer pensamientos de los que ni siquiera eres consciente. Podría suceder tanto una cosa como otra: que mataras a un amigo o que no pudieras matar a un enemigo.

Richard tamborileó con los dedos en la empuñadura de la espada, pensativo. Hacia el oeste contempló los pequeños destellos dorados del sol poniente que atravesaban los árboles. Sobre su cabeza la nube con forma de serpiente había adquirido un tono rojizo en un lado, mientras que en el otro mostraba un púrpura oscuro. En realidad, no importaba, decidió. Sabía a quién perseguía y en su mente no había duda que era el enemigo. Ninguna duda.

—Hay una cosa más; lo más importante —añadió el mago—. Cuando uses la espada contra un enemigo debes pagar un precio. ¿No es cierto, querida? —preguntó a la mujer. Kahlan asintió y clavó los ojos en el suelo—. Cuanto más poderoso es el enemigo, mayor es el precio que se paga. Siento haberte tenido que hacer eso, Kahlan, pero es la lección más importante que Richard debe aprender. —La mujer le sonrió levemente para decirle que lo entendía. Entonces el mago se volvió hacia Richard.

»Ambos sabemos que a veces no hay más remedio que matar y que en esos casos es lo correcto. No obstante, no es necesario que te diga que matar a alguien es siempre una experiencia terrible. Tienes que vivir siempre con eso y, una vez hecho, ya no se puede enmendar. En tu interior debes pagar un precio: tú mismo te rebajas por haber causado una muerte.

El joven asintió; aún le turbaba haber matado a aquel hombre en el Despeñadero Mocho. No es que lamentara haberlo hecho, porque no había tenido otra elección ni tiempo para pensar, pero en su mente seguía viendo el rostro del hombre cuando cayó al vacío.

—Cuando matas con laEspada de la Verdades diferente, porque es mágica. —La mirada de Zedd era penetrante—. La magia hace lo que le pides, pero te cobra un precio. La bondad y la maldad absolutas no existen, al menos no en la mayoría de las personas. Incluso las personas más bondadosas albergan pensamientos malignos o cometen acciones viles, e incluso las más perversas poseen alguna virtud. Un adversario no es alguien que realiza actos odiosos porque sí; siempre tiene una razón para justificarse. Mi gato come ratones. ¿Es malvado por eso? Yo no lo creo, y el gato tampoco, pero supongo que los ratones no opinarían lo mismo. Todos los asesinos piensan que era necesario que mataran a su víctima.

»Sé que no quieres creerlo, Richard, pero debes escucharme. Rahl el Oscuro hace las cosas que hace porque le parecen justas, del mismo modo que tú haces lo que haces porque crees que es lo justo. Ambos os parecéis más de lo que crees. Tú quieres vengarte de él porque mató a tu padre, y él quiere vengarse de mí porque yo maté al suyo. A tus ojos él es malvado, pero a los suyos lo soy yo. Todo es una cuestión de percepción. Quien gana cree que llevaba la razón, y el perdedor siempre está convencido de que se ha cometido una injusticia con él. Es lo mismo con la magia del Destino: el poder simplemente está ahí, un uso gana sobre el otro.

—¿Que nos parecemos? ¿Has perdido la cabeza? ¡¿Cómo puedes pensar que nos parecemos en algo?! ¡Él ansía el poder y se arriesgaría a destruir el mundo por conseguirlo! ¡Yo no busco poder, sólo que me dejen en paz! ¡Él asesinó a mi padre! ¡Le arrancó las entrañas! ¡Y trata de matarnos a todos! ¿Cómo puedes decir que somos iguales? ¡Al oírte casi parece que ni siquiera fuese un tipo peligroso!

—¿No has prestado atención a lo que acabo de enseñarte? He dicho que os parecéis en que ambos creéis que tenéis razón. Y esto lo hace más peligroso de lo que puedas imaginarte, porque en todo lo demás sois distintos. Rahl el Oscuro disfruta asesinando cruelmente a otras personas. Ansía causar dolor. Tu sentido de lo que es justo tiene límites; el suyo no. A él lo devora un incontenible deseo de acabar con toda oposición por medio de la tortura y considera que cualquiera que no corre a postrarse a sus pies se le opone. No tuvo remordimientos de conciencia después de usar sus manos desnudas para extraer las entrañas de tu padre, mientras éste aún respiraba. Le gustó, porque su distorsionado sentido de lo que es justo le da carta blanca. En esto no tiene nada que ver contigo, y es justamente lo que lo hace tan peligroso. ¿Acaso no prestabas atención? ¿No viste lo que Kahlan fue capaz de hacer con la espada? —preguntó, señalando a la mujer—. Y en cambio tú no pudiste. ¿Verdad?

—Percepción —repuso Richard con voz mucho más calmada—. Kahlan pudo hacerlo porque creyó que tenía razón.

—¡Ajá! —Zedd alzó un dedo en el aire—. La percepción es lo que hace la amenaza incluso más peligrosa. —El mago bajó la mano y reforzó cada palabra golpeándole el pecho con un dedo—. Justo... como... la... espada.

Richard metió un pulgar bajo el tahalí y suspiró profundamente. Se sentía como si estuviera sobre arenas movedizas, pero conocía demasiado a Zedd para desechar lo que le decía sólo porque era difícil de comprender. Sin embargo, deseó que todo fuera más sencillo.

—¿Quieres decir que es peligroso no sólo por lo que hace sino porque cree que tiene una justificación?

Zedd se encogió de hombros.

—Deja que lo diga de otro modo. ¿De quién tendrías más miedo: de un hombre de más de cien kilos que tratara de robarte una barra de pan, y que tú sabes que está haciendo algo malo, o de una mujer de apenas cincuenta kilos que está convencida de que le has robado a su bebé, aunque no sea cierto?

—De la mujer, desde luego —repuso Richard con los brazos cruzados en el pecho—. Ella no se rendiría y no atendería a razones. Sería capaz de todo.

—Pues así es Rahl el Oscuro. —La mirada de Zedd era feroz—. Es especialmente peligroso porque cree que tiene la razón.

—Soy yo quien la tiene —afirmó Richard, también con expresión feroz.

El mago dulcificó el gesto.

—Los ratones también piensan que la razón está de su parte, pero incluso así mi gato se los come. Estoy tratando de enseñarte algo, Richard. No quiero que te atrape entre sus garras.

—No me gusta lo que dices, pero lo entiendo —dijo Richard, descruzando los brazos y suspirando—. Como sueles decir, no hay nada sencillo. Todo esto es muy interesante, pero no va a asustarme e impedirme hacer lo que debo, lo que creo que está bien. ¿Qué es eso del precio que hay que pagar por usar laEspada de la Verdad?

—El precio es que sufres el dolor de contemplar tu lado oscuro —contestó Zedd, llevando un dedo al pecho del joven—, todos tus defectos, todas esas cosas que no nos gusta ver en nosotros mismos ni admitir que están ahí. Y asimismo ves el lado bueno de quien has matado y sufres la culpa de haberlo hecho. —Zedd sacudió la cabeza tristemente—. Por favor, créeme, Richard, el dolor no proviene únicamente de ti mismo sino, en primer lugar, de la magia. Es una magia muy poderosa que causa un dolor muy intenso. No lo subestimes. Es real y castiga el cuerpo tanto como el alma. Ya viste qué le hizo a Kahlan, y eso que sólo mató un árbol. De haberse tratado de una persona, hubiera sido realmente intenso. Por eso la cólera es tan importante. La única armadura que tendrás contra el dolor, y que podrá protegerte hasta cierto punto, será la cólera. Cuando más fuerte sea el enemigo, más intenso será el dolor. Pero cuanto más intensa sea la cólera, más fuerte será el escudo. Hace que no te importe tanto la verdad de lo que has hecho. En algunos casos basta para no sentir el dolor. Por eso le dije esas cosas tan terribles a Kahlan, cosas que le dolieron y que despertaron su cólera. Era para protegerla cuando usara la espada. ¿Ves ahora por qué no hubiera permitido que aceptaras la espada si no fueras capaz de encolerizarte? Estarías desnudo ante la magia, y ésta te haría pedazos.

A Richard le asustaba un poco esto, como le había asustado la mirada de Kahlan después de usar la espada, pero no se dejó amilanar. Entonces alzó la vista hacia las montañas del Límite que destacaban por su pálido color rosa a la luz del ocaso. Detrás de ellas, la oscuridad se aproximaba por el este. La oscuridad caía sobre ellos. La espada ayudaría y eso es todo lo que importaba. Había demasiado en juego. En la vida todo tenía su precio, y él pagaría el de la espada.

Su viejo amigo le puso las manos sobre los hombros y lo miró fijamente a los ojos. La expresión de Zedd era de severa advertencia.

—Y ahora tengo que decirte algo que no te va a gustar. —Richard sintió la intensa y casi dolorosa presión de los dedos de Zedd—. No puedes usar laEspada de la Verdadcontra Rahl el Oscuro.

—¡Qué!

—Es demasiado poderoso. —El mago lo zarandeó—. La magia del Destino lo protege durante el año de búsqueda. Si tratas de usar la espada, morirás antes de alcanzarlo.

—¡Esto es una locura! ¡Primero quieres que sea el Buscador y acepte la espada y ahora me dices que no puedo utilizarla! —Richard estaba furioso. Se sentía estafado.

—¡Sólo contra Rahl, contra él no funcionará! Richard, yo no he hecho la magia; yo sólo sé cómo funciona. Y Rahl el Oscuro también lo sabe. Es posible que trate de incitarte a que levantes la espada contra él, porque sabe que eso te matará. Si te entregas a la cólera y usas la espada contra él, Rahl ganará. Tú estarás muerto y él tendrá las cajas.

—Zedd —intervino Kahlan, con el entrecejo fruncido por la frustración—, estoy de acuerdo con Richard. Así es imposible. Si no puede usar su principal arma...

—¡No! —la interrumpió el mago—. Ésta... —Zedd golpeó la cabeza de Richard con los nudillos—, ésta es el arma más importante de un Buscador. Y ésta —añadió el mago, clavando un largo dedo en el pecho del joven.

Todos guardaron silencio unos momentos.

—El Buscador es el arma —afirmó Zedd con énfasis—. La espada no es más que una herramienta. Puedes y tienes que hallar otro modo.

Richard pensó que debería sentirse preocupado, enfadado, frustrado, abrumado, pero no era así. Ahora veía más allá y se sentía extrañamente calmado y decidido.

—Lo siento, hijo. Ojalá pudiera cambiar la magia, pero...

Richard lo interrumpió poniéndole una mano sobre el hombro.

—Está bien, amigo mío. Tienes razón. Debemos detener a Rahl y esto es lo único que importa. Si quiero lograrlo debo conocer la verdad, y tú me la has contado. Ahora es cosa mía utilizarla. Si conseguimos una de las cajas se hará justicia con Rahl. Yo no necesito verlo, me bastará con saber que ha ocurrido. Ya he dicho que no pensaba convertirme en un asesino y no lo seré. Estoy seguro de que la espada será una ayuda inestimable, pero, tal como tú mismo dijiste, no es más que una herramienta y así pienso usarla. La magia de la espada no es un fin en sí mismo. No puedo permitirme cometer ese error, o seré un falso Buscador.

En la oscuridad cada vez más profunda Zedd le dio unos cariñosos golpecitos en el hombro.

—Lo has entendido perfectamente, hijo. Todo. —Y con una amplia sonrisa agregó—: He elegido bien al Buscador. Me siento orgulloso de mí mismo. —Richard y Kahlan rieron por los elogios que Zedd se dirigía a él mismo.

—Zedd, he cortado el árbol que plantaste en memoria de tu mujer —dijo Kahlan, súbitamente seria—. Lo siento muchísimo.

—No lo sientas, querida, su memoria nos ha ayudado mucho. Nos ha ayudado a mostrar la verdad al Buscador; no podría tener mejor homenaje.

Richard no escuchó lo que decían. Estaba mirando hacia el este, observando el sólido muro que formaban las montañas, tratando de encontrar una solución. ¿Cómo pasar al otro lado del Límite sin cruzarlo? ¿Cómo? ¿Y si era imposible? ¿Y si no había forma de hacerlo? ¿Se quedarían allí bloqueados mientras Rahl el Oscuro buscaba las cajas? ¿Morirían sin tener ninguna oportunidad de salvarse? El joven deseó tener más tiempo y menos limitaciones, pero enseguida se reprendió por perder el tiempo deseando imposibles.

Si al menos supiera qué podía hacerse, averiguaría cómo. Algo en un rincón de su cerebro no paraba de decirle que era posible, que sabía la verdad. Había un modo; tenía que haberlo. Si al menos supiera que era posible.

A su alrededor la noche cobraba vida con el croar de las ranas en estanques y arroyos, el canto de las aves nocturnas en los árboles, y el sonido de los insectos en la hierba. De las lejanas colinas llegaban los aullidos de los lobos, lastimeros y quejumbrosos contra el oscuro muro de las montañas. Tenían que salvar esas montañas como fuera, salvar lo desconocido.

«Las montañas son como el Límite —pensó—. No puedes atravesarlas, pero puedes pasar al otro lado. Sólo hay que encontrar un paso. Un paso. ¿Será posible? ¿Existe un paso?»

La respuesta lo alcanzó como un rayo: el libro.

Inmediatamente giró sobre sus talones, muy excitado. Para su sorpresa Zedd y Kahlan lo miraban de pie y en silencio como si esperaran una declaración.

—¿Zedd, has ayudado alguna vez a alguien a cruzar el Límite?

—¿Como quién?

—¡A cualquiera! ¿Sí o no?

—No. A nadie.

—¿Puede alguien que no sea un mago hacer cruzar el Límite a otra persona?

Zedd negó enérgicamente con la cabeza.

—No, sólo un mago. Y Rahl el Oscuro, por supuesto.

—Nuestras vidas dependen de esto, Zedd. Júralo —le apremió Richard con ceño—. Nunca has ayudado a otra persona a cruzar el Límite, ¿cierto?

—Tan cierto como una ciénaga hirviendo de ranas que crían pelo. ¿Por qué? ¿En qué estás pensando? ¿Se te ha ocurrido algo?

Richard hizo caso omiso de las preguntas; estaba totalmente sumido en el flujo de sus pensamientos y no podía pensar en una respuesta. En vez de eso se volvió hacia las montañas. Era cierto: ¡existía un paso que cruzaba el Límite! ¡Su padre lo había descubierto y lo había usado! Sólo así podía haber llegado a la Tierra Occidental elLibro de las Sombras Contadas.No podía llevarlo consigo cuando se trasladó allí, antes del Límite, y no podía haberlo hallado en la Tierra Occidental. Era un libro mágico, y el Límite no habría funcionado si hubiese habido magia en la Tierra Occidental. Sólo podía traerse una vez levantado el Límite.

Su padre había descubierto un paso, había ido a la Tierra Central y había traído el libro. Richard estaba impresionado y excitado al mismo tiempo. ¡Su padre lo había hecho! Había cruzado el Límite. El joven se sentía eufórico. Ahora sabía que había un modo y que podía hacerse. Aún tenía que encontrar el paso, pero ahora eso no importaba. Lo realmente importante es que existía.

—Vamos a cenar —dijo Richard, volviéndose hacia sus dos amigos.

—Puse un estofado al fuego justo antes de que despertaras y hay pan recién hecho —sugirió Kahlan.

—¡Diantre! —Zedd levantó sus brazos de espantapájaros—. ¡Ya era hora de que alguien se acordara de la cena!

Richard sonrió para sí en la oscuridad.

—Al acabar de comer haremos preparativos: decidiremos qué debemos llevar, lo que podemos cargar, reuniremos provisiones y prepararemos las mochilas. Esta noche tenemos que descansar. Mañana partiremos al amanecer. —Dio media vuelta y se encaminó hacia la casa. El débil resplandor del fuego que se filtraba por las ventanas ofrecía calor y luz.

—¿Adónde iremos, hijo? —preguntó Zedd, levantando un brazo.

—A la Tierra Central. —El joven respondió sin volverse.

El mago iba ya por el segundo cuenco de estofado cuando pudo dejar de comer el tiempo suficiente para hablar.

—¿Qué se te ha ocurrido? ¿Existe realmente un modo de pasar al otro lado del Límite?

— Sí.

—¿Estás seguro? ¿Cómo es posible? ¿Cómo podremos pasar al otro lado sin atravesarlo?

—Bueno —contestó Richard, y sonrió mientras removía su porción de estofado—, no tienes que mojarte para cruzar un río.

La luz de la lámpara parpadeó en los estupefactos semblantes de Kahlan y Zedd. La mujer se volvió y arrojó un pedazo de carne de su estofado al gato, que esperaba sentado sobre las patas traseras que alguien le diera algo. Zedd devoró otro trozo de pan antes de hacer la siguiente pregunta.

—¿Y cómo sabes que hay un modo de pasar?

—Lo hay. Es lo único que importa.

—Richard —dijo el mago con aire inocente, y comió dos cucharadas de estofado antes de continuar—. Somos tus amigos. Entre nosotros no hay secretos; puedes decírnoslo.

Richard contempló un par de grandes ojos, después otro, y no pudo contener la risa.

—He conocido a extraños que me han dicho más de ellos mismos que vosotros.

Tanto Zedd como Kahlan se quedaron un poco parados por el desaire y se miraron uno a otro, pero ninguno se atrevió a repetir la pregunta.

Mientras seguían comiendo hablaron de lo que podían contar para el viaje, de lo que podrían hacer para prepararse con tan poco tiempo y de cuáles debían ser sus prioridades. Asimismo hicieron una lista mental de todo lo que se les ocurrió que podían llevarse. Había mucho que hacer y, sin embargo, muy poco tiempo. Richard preguntó a Kahlan si viajaba por la Tierra Central a menudo, y ella respondió que casi no hacía otra cosa.

—¿Y llevas ese vestido cuando viajas?

—Sí. —La mujer vaciló—. La gente me reconoce por él. Además, no me quedo en el bosque. Vaya donde vaya la gente me ofrece comida, un lugar donde dormir y todo lo que pueda necesitar.

Richard se preguntó por qué. No insistió, pero sabía que ese vestido era algo más que una prenda.

—Bueno, dado que nos persiguen, no creo que sea una buena idea que la gente te reconozca. Tendremos que mantenernos alejados de la gente lo más posible y dormir en el bosque siempre que podamos. —Kahlan y Zedd asintieron—. Tendremos que buscarte ropa más adecuada para andar por el bosque, pero aquí no hay nada que pueda irte bien. Ya buscaremos algo por el camino. Lo que sí tengo es una capa con capucha; de momento te ayudará a no coger frío.

—Perfecto —dijo Kahlan risueña—. Estoy harta de pasar frío, y puedes estar seguro de que este vestido no está hecho para pasearse por el bosque.

Kahlan acabó antes que los hombres y puso su cuenco, aún medio lleno, en el suelo, para el gato. Éste parecía tener el mismo apetito que Zedd, pues empezó a devorar el guiso antes incluso de que el cuenco tocara el suelo.

Los tres discutieron qué llevaría cada uno y planearon cómo se las arreglarían sin las cosas que no podían llevar. Era imposible saber cuánto tiempo estarían fuera, la Tierra Occidental era vasta y la Tierra Central más aún. Richard deseó poder regresar a su casa, pues a menudo emprendía largas caminatas y allí guardaba justo lo que se necesitaba para ello, pero sería un riesgo demasiado grande. Prefería buscar en otro sitio las cosas que necesitaran, o pasarse sin ellas, antes que volver y enfrentarse a lo que lo esperaba. Todavía no sabía cómo iban a pasar al otro lado del Límite pero tampoco le preocupaba, pues sabía que había un modo y, además, tenía hasta la mañana siguiente para pensar en ello.

El gato alzó la cabeza, recorrió medio camino hasta la puerta y se detuvo. Tenía el lomo enarcado y el pelaje de punta. Los tres lo notaron y callaron. En la ventana delantera había luz de fuego, pero no provenía de la chimenea. Venía de fuera.

—Huelo a brea quemada —dijo Kahlan.

Los tres se levantaron de un salto. Richard agarró la espada, que colgaba de la silla, y ya la empuñaba casi antes de acabar de ponerse en pie. Entonces fue a la ventana a mirar, pero Zedd no perdió el tiempo y atravesó la puerta precipitadamente con Kahlan a la zaga. Richard apenas tuvo tiempo de vislumbrar una antorcha antes de correr tras sus dos amigos.

Delante de la casa había una turba de unos cincuenta hombres, desplegados en la alta hierba. Algunos llevaban antorchas, pero la mayoría empuñaba armas rudimentarias: hachas, horquetas, guadañas o hachas de mano. Todos llevaban ropas de trabajo. Richard reconoció muchas de las caras. Eran buenos hombres, honrados y trabajadores padres de familia. Pero esa noche era distinto; parecían estar muy enfadados y sus rostros mostraban una expresión sombría y severa. Zedd se quedó quieto en medio del porche, con las manos sobre sus estrechas caderas y sonriendo. A la luz de las antorchas su pelo blanco parecía rosa.

—¿Qué os trae por aquí, muchachos? —preguntó.

Los hombres cuchichearon entre sí y varios de los que estaban al frente avanzaron uno o dos pasos. Richard conocía al que habló por todos, un hombre llamado John.

—Hemos tenido problemas. ¡Problemas causados por la magia! ¡Y tú estás detrás de todo esto, anciano! ¡Eres una bruja!

—¿Una bruja? —repitió Zedd perplejo—. ¿Una bruja?

—Esto es lo que he dicho. ¡Una bruja! —Los oscuros ojos de John se posaron en Richard y Kahlan—. Esto no va con vosotros. Sólo queremos al anciano. Marchaos u os daremos la misma medicina que a él.

Richard no podía creer que aquellos hombres a los que conocía dijeran algo así.

Kahlan se adelantó y se colocó delante de Zedd. Los pliegues de su vestido se arremolinaron alrededor de sus piernas cuando se detuvo. Apretaba los puños a los lados.

—Marchaos antes de que lamentéis haber venido —les advirtió con voz amenazadora.

Los hombres se miraron. Algunos sonrieron con aire de suficiencia, y otros hacían comentarios groseros en voz baja, algunos riendo. Kahlan no se achicó y los obligó a bajar los ojos. Entonces las risas enmudecieron.

—Vaya, vaya —dijo John con sorna—, parece que nos las tenemos que ver con dos brujas. —Los hombres lo vitorearon y bramaron, al tiempo que enarbolaban las armas. En el rostro redondo y corpulento de John apareció una sonrisa desafiante.

Lenta y deliberadamente Richard se colocó delante de Kahlan, colocando una mano detrás y obligando así a Zedd a retirarse un paso. Su voz era serena y amistosa.

—John. ¿Cómo está Sara? Hace mucho que no os veo a ninguno de los dos. —John no contestó. Richard estudió las demás caras—. Os conozco a muchos de vosotros y sé que sois buenas personas. No creo que queráis hacer esto—. Volvió la vista hacia John y añadió—: Por favor, John, coge a todos tus hombres y regresad a casa con vuestras familias.

—¡El anciano es una bruja! —afirmó John, señalando a Zedd con un hacha—. Vamos a acabar con él. ¡Y también con ella! —exclamó señalando ahora a Kahlan—. ¡Aparta, Richard, a menos que quieras correr su misma suerte! —La turba expresó su conformidad a gritos. Las antorchas encendidas crepitaban, y el aire olía a brea quemada y a sudor. Al darse cuenta de que Richard no tenía intención de apartarse, la chusma empezó a empujar hacia adelante.

En un abrir y cerrar de ojos la espada estuvo fuera de su vaina. Los hombres dieron un paso atrás cuando el sonido metálico vibró en el aire de la noche. Al apagarse sólo se oyó el sonido de las antorchas. Brotaron murmullos de descontento que decían que Richard estaba aliado con las brujas.

John atacó al joven blandiendo el hacha. La espada brilló en el aire e hizo astillas el hacha de John con un fuerte crujido. El hombre se quedó sosteniendo unos pocos centímetros de mango con el borde desigual. La pieza de madera cortada salió despedida hacia la oscuridad y aterrizó con un ruido sordo y apagado.

John se quedó paralizado, con un pie en el suelo y el otro en el porche, y la punta de laEspada de la Verdadoprimiéndole la sotabarba. La hoja bruñida resplandecía a la luz de las antorchas. Richard se inclinó lentamente hacia adelante y con el extremo de la espada obligó a John a que alzara el rostro hacia él. El joven tenía que hacer verdaderos esfuerzos para reprimir la necesidad de usar la espada. Con una voz que era apenas un susurro, pero tan gélida que a John le cortó la respiración, dijo:

—Un paso más y tu cabeza seguirá al mango. —John no se movió, ni respiró—. Atrás —siseó.

El hombre hizo lo que le ordenaba, pero al reunirse con sus compañeros recuperó el coraje.

—No puedes detenernos, Richard, estamos aquí para salvar a nuestras familias.

—¿Salvarlas de qué? —gritó Richard. Con la espada señaló a otros de los hombres—. ¡Frank! ¿Cuando tu esposa estuvo enferma, no fue Zedd quien le llevó una poción que la curó? ¿Y tú Bill —Richard apuntó a otro hombre—, no viniste a preguntar a Zedd cuándo llegarían las lluvias, para poder cosechar vuestros campos? —En un rápido movimiento desplazó de nuevo la punta de la espada hacia quien lo había atacado—. ¿Y, John, cuando tu pequeña se perdió en el bosque, no fue Zedd quien leyó las nubes toda la noche y después salió a buscarla, la encontró y os la devolvió sana y salva a ti y a Sara? —John y otros pocos bajaron la cabeza. Enfadado, Richard introdujo de nuevo la espada en su funda—. Zedd ha ayudado a la mayoría de los que estáis aquí. Os ha ayudado a curar vuestras fiebres, a encontrar a vuestros seres queridos y ha compartido voluntariamente con vosotros todo lo que tenía.

—¡Sólo una bruja podría hacer todo eso! —chilló alguien desde atrás.

—¡Zedd no os ha hecho ningún daño, a ninguno de vosotros! —Richard se paseó de un lado al otro del porche, mirando a los hombres de abajo—. ¡Nunca os ha hecho daño! ¡A muchos os ha ayudado! ¿Por qué queréis hacer daño a un amigo?

Durante unos minutos se oyeron unos gruñidos confusos antes de que recuperaran la convicción.

—¡La mayor parte de las cosas que ha hecho son magia! —gritó John—. ¡La magia de una bruja! ¡Ninguna de nuestras familias está a salvo con él por aquí!

Antes de que Richard pudiera responder, Zedd tiró de él hacia atrás por el brazo. El joven se volvió hacia la sonriente faz del anciano. Zedd no se veía nada inquieto sino más bien divertido.

—Muy impresionante —susurró—, los dos os habéis comportado de manera muy impresionante. Sin embargo, ¿os importaría que yo me ocupara de esto a partir de ahora? —Enarcó una ceja y luego se dirigió a los hombres, diciéndoles—: Buenas noches, caballeros. Qué placer veros a todos. —Algunos le devolvieron el saludo y otros levantaron el sombrero tímidamente—. Si sois tan amables, antes de libraros de mí me gustaría hablar con unos amigos que veo por aquí. —Hubo un asentimiento general. Zedd apartó a Kahlan y a Richard hacia la casa, alejándolos de la multitud y se inclinó hacia ellos.

»Una lección de poder, amigos. —El mago tocó la nariz de Kahlan con un dedo delgado como un palo y comentó—: Demasiado pequeña. —A continuación hizo lo propio con la nariz de Richard y dijo—: Demasiado grande. —Finalmente se llevó el dedo a su propia nariz y, con un guiño, afirmó—: Perfecta. Si permitiera que hicieras esto, querida —dijo, tomando la cara de la mujer entre las palmas de sus manos—, esta noche se cavarían algunas tumbas. Y las nuestras estarían entre ellas. Pero ha sido un gesto muy noble. Gracias por preocuparte por mí. —Entonces posó una mano sobre el hombro de Richard—. Si permitiera que hicieras esto, aún se cavarían más tumbas, y sólo quedaríamos nosotros tres para hacer el trabajo. Yo soy demasiado viejo para dedicarme a cavar y, además, tenemos cosas más importantes que hacer. Pero también has sido muy noble; te has comportado honorablemente. —Le dio unos golpecitos cariñosos en el hombro y después les puso un dedo a ambos bajo el mentón.

»Ahora quiero que me dejéis a mí solucionar esto. Da igual lo que digáis a esos hombres, porque ellos no escuchan. Tenéis que atraer su atención para que escuchen. —El anciano enarcó una ceja y los miró alternativamente.

»Observad y aprended lo que podáis. Escuchad mis palabras, pero a vosotros no os afectarán. —Dicho esto retiró los dedos, pasó junto a ellos y se dirigió a los hombres, sonriendo y saludando a algunos con la mano.

»Caballeros... ¿Oh, John, cómo está tu pequeña?

—Bien —gruñó el hombre—, pero una de mis vacas ha parido un ternero con dos cabezas.

—¿De veras? ¿Y por qué crees que ha pasado?

—¡Creo que ha pasado porque tú eres una bruja!

—Vaya, lo has vuelto a decir. —Zedd sacudió la cabeza, confundido—. No lo entiendo. ¿Queréis libraros de mí porque creéis que tengo poderes mágicos o simplemente tenéis la intención de degradarme llamándome mujer?

Estas palabras despertaron una cierta confusión.

—No sabemos de qué hablas —dijo alguien.

—Bueno, es simple. Las brujas son mujeres, pero los hombres son brujos. ¿Veis qué quiero decir? Si me llamáis bruja parece que me tratéis de mujer. Pero si decís que soy un brujo, bueno, es un insulto totalmente distinto. Así que... ¿qué soy? Mujer o brujo.

Tras más deliberaciones confusas, John tomó la palabra, airado.

—Queremos decir que eres un brujo. ¡Y te arrancaremos el pellejo por ello!

—Vaya, vaya, vaya —dijo Zedd, dándose ligeros toques en el labio inferior con la yema del dedo con aire pensativo—. No tenía ni idea de que fuerais tan valientes. Tan increíblemente valientes.

—¿Por qué? —quiso saber John.

—Bueno —Zedd se encogió de hombros— ¿qué creéis que es capaz de hacer un brujo?

Los hombres hablaron entre ellos y empezaron a gritar sugerencias: un brujo era capaz de hacer nacer un ternero con dos cabezas, hacer que lloviera, encontrar a gente extraviada, que los bebes nacieran muertos, debilitar a hombres fuertes y hacer que sus esposas los abandonaran. Por si todo esto no fuera suficiente, se propusieron más ideas a gritos: hacer que el agua ardiera, convertir a la gente en inválidos, convertir a un hombre en una rana, matar con la mirada, convocar demonios y, en general, cualquier cosa.

Zedd esperó hasta que acabaron y entonces extendió los brazos hacia ellos.

—Ahí lo tenéis. ¡Repito que sois los hombres más valientes que he visto nunca! Y pensar que habéis venido armados sólo con horquetas y hachas de mano para luchar contra un brujo que tiene todos esos poderes. ¡Qué valor! —La voz se fue apagando, y él sacudió la cabeza asombrado. Entre la multitud empezó a cundir la inquietud.

El mago continuó sugiriendo en tono monótono todas y cada una de las cosas de las que era capaz un brujo, describiendo meticulosamente de lo más frívolo a lo más aterrador. Los hombres, paralizados, escuchaban absortos. El mago habló y habló durante una media hora larga. Richard y Kahlan escuchaban, cada vez más aburridos y cansados, y se apoyaban alternativamente en una y en la otra pierna. Los hombres tenían los ojos muy abiertos y no parpadeaban; permanecían quietos como estatuas, y lo único que se movía eran las llamas de las antorchas que portaban.

Los ánimos eran muy distintos. Ahora ya no estaban enfadados, sino asustados. La voz del mago también había cambiado; ya no era suave y amable, ni siquiera apagada, sino áspera y amenazadora.

—Decidme, caballeros, ¿qué creéis que debemos hacer?

—Creemos que deberías dejar que volviéramos a casa sin hacernos ningún daño —contestó alguien débilmente. Los demás asintieron.

—Pues yo no estoy de acuerdo —replicó el mago, agitando un largo dedo en el aire ante la turba—. Veréis, vosotros habéis venido a matarme. Mi vida es lo más valioso que tengo, y vosotros me la queríais quitar. No puedo dejar algo así sin castigo. —Temblores y miedo invadieron la multitud. Zedd avanzó hasta el borde del porche, y los hombres retrocedieron un paso—. ¡Como castigo por haber intentado arrebatarme la vida, yo os arrebato no la vida sino lo más valioso, lo que más queréis! —Dicho esto agitó las manos sobre la cabeza en un gesto dramático y complejo. Los hombres ahogaron una exclamación—. Ya está. Hecho —declaró. Richard y Kahlan, que hasta entonces se apoyaban contra la casa, se enderezaron.

Durante un segundo nadie se movió. Entonces, alguien en medio de la turba se metió una mano en el bolsillo y rebuscó.

—Mi oro. Ha desaparecido.

—No, no, no. —Zedd puso los ojos como platos—. He dicho lo más valioso, lo que más queréis. Vuestro mayor orgullo.

Todos se quedaron quietos, confundidos. Entonces unas cuantas cejas se enarcaron alarmadas. De pronto, otro hombre metió la mano en el bolsillo y palpó; el susto estuvo a punto de hacerle saltar los ojos de las órbitas. Acto seguido gimió y se desmayó. Los que lo rodeaban se apartaron de él. Pero otros ya introducían sus manos en los bolsillos y tentaban cautelosamente. Se oyeron más gemidos y lamentos, y a los pocos segundos todos los hombres se agarraban la entrepierna en un ataque de pánico. Zedd sonrió satisfecho. El pandemonio que se organizó entre la multitud fue de órdago: los hombres saltaban de un lado al otro, gritaban, se palpaban, corrían en pequeños círculos, pedían ayuda, caían al suelo y sollozaban.

—¡Ahora marchaos todos de aquí! ¡Fuera! —vociferó Zedd. Entonces se volvió hacia Richard y Kahlan; una pícara sonrisa le arrugaba la nariz. Les guiñó un ojo a ambos.

—¡Por favor, Zedd! —gritaron algunos hombres—. ¡Por favor, no nos dejes así! ¡Ayúdanos! —Las súplicas llegaban de todos lados. Zedd esperó un momento antes de dar media vuelta.

—¿Qué pasa? ¿Creéis que he sido demasiado duro? —preguntó fingiendo asombro y sinceridad. Los hombres se apresuraron a replicar que sí—. ¿Y por qué lo creéis? ¿Habéis aprendido algo?

—¡Sí! —chilló John—. Ahora nos damos cuenta de que Richard tenía razón. Tú has sido nuestro amigo; nunca nos has hecho ningún daño. —Todos se mostraron conformes a gritos—. Tú sólo nos has ayudado, y nosotros hemos sido unos estúpidos. Te pedimos perdón. Ahora sabemos que, como ha dicho Richard, nos equivocamos, que no eres malo porque uses magia. Por favor, Zedd, continúa siendo nuestro amigo. Por favor, no nos dejes así. —Se oyeron más ruegos.

—Bueno... —Zedd tamborileó el labio inferior con un dedo y alzó la vista con aire pensativo—, supongo que podría dejarlo todo como estaba antes. —Los hombres se acercaron—. Pero solamente si todos aceptáis mis condiciones. Creo que son muy razonables. —Todos se mostraron dispuestos a acceder a lo que fuera—. Muy bien, debéis prometer que de ahora en adelante diréis a cualquiera que ataque a la magia que ésta no convierte a nadie en una mala persona, que lo que cuentan son sus acciones y que esta noche habéis estado a punto de cometer un terrible error, y por qué. Sólo así os devolveré vuestra condición. ¿Os parece justo?

El asentimiento fue general.

—Más que justo —dijo John—. Gracias, Zedd. —Los hombres dieron media vuelta y empezaron a marcharse rápidamente. Zedd los miraba.

—Oh, caballeros, una última cosa. —Se quedaron paralizados—. Os ruego que recojáis vuestras herramientas del suelo. Soy un anciano y podría tropezar y caerme fácilmente. —Los hombres no lo perdieron de vista mientras recogían las armas a toda prisa. Luego se volvieron y echaron a correr.

Zedd, con Richard a un lado y Kahlan al otro, ambos esperando, observaba con las manos en sus huesudas caderas cómo los hombres se marchaban.

—Idiotas —masculló en voz baja. Era noche cerrada, y la única luz procedía de la ventana delantera de la casa, a sus espaldas. Richard apenas distinguía el rostro de su viejo amigo pero veía que no sonreía—. Amigos míos, aquí ha habido una mano en la sombra que movía los hilos.

—¿Zedd, realmente los..., bueno, ya sabes,... los castraste? —preguntó Kahlan, eludiendo mirar la faz del mago.

Zedd soltó una risita.

—¡Ya me gustaría poseer una magia tan poderosa! No, querida, fue un truco. Simplemente les hice creer que era cierto y deje que sus propias mentes hicieran el trabajo.

—¿Un truco? ¿Fue sólo un truco? Creí que habías hecho verdadera magia. —Richard parecía decepcionado.

Zedd se encogió de hombros.

—A veces, un truco, si se ejecuta como es debido, puede ser más efectivo que la magia. De hecho, me atrevería a decir que un buen truco es verdadera magia.

—No obstante, sólo fue un truco.

—Resultados, Richard —replicó el mago, alzando un dedo—. Lo que importa son los resultados. Si lo hubiéramos solucionado a tu modo, todos esos hombres podrían haber perdido la cabeza.

—Apuesto a que muchos hubieran preferido perder la cabeza a lo otro —comentó el joven con una sonrisa burlona. Zedd se rió entre dientes—. ¿Eso es lo que teníamos que mirar y aprender? ¿Que un truco puede ser tan efectivo como la magia?

—Sí, pero también otra cosa más importante. Tal como he dicho, alguien movía los hilos desde la sombra: Rahl el Oscuro. Pero esta noche ha cometido un error, porque es un error no usar la fuerza suficiente para acabar un trabajo. Cuando esto ocurre, el enemigo tiene una segunda oportunidad. Ésta es la lección que quiero que aprendáis. Aprendedla bien; es posible que no tengáis una segunda oportunidad cuando llegue el momento.

—Me pregunto por qué lo hizo —dijo Richard ceñudo.

Zedd se encogió de hombros.

—No lo sé. Tal vez no cuenta aún con poder suficiente en la Tierra Occidental pero en ese caso cometió otro error, pues nos ha puesto sobre aviso.

Los tres se dirigieron hacia la puerta. Quedaba mucho por hacer antes de poder echarse a dormir. Richard empezó a repasar mentalmente la lista, pero una extraña intuición lo distrajo.

De repente cayó en la cuenta y se quedó helado. Con los ojos muy abiertos lanzó un grito entrecortado, giró sobre sus talones y agarró a Zedd por la ropa.

—¡Tenemos que marcharnos! ¡Ahora mismo!

—¿Qué?

—¡Zedd! ¡Rahl el Oscuro no es estúpido! ¡Quiere que nos sintamos seguros, confiados! Sabía que somos lo suficientemente listos para quitarnos de encima a esos hombres, fuere como fuere. De hecho, esto es lo que quería, para que nos quedáramos sin hacer nada, felicitándonos, mientras él viene a por nosotros. Él no te teme, tú mismo has dicho que es más fuerte que un mago, no teme la espada y tampoco teme a Kahlan. ¡Ahora mismo viene hacia aquí! ¡Su plan es cazarnos a los tres juntos, ahora mismo, esta misma noche! No ha cometido ningún error; era parte de su plan. Tú mismo has dicho que a veces un truco es mejor que la magia. Esto es lo que Rahl ha hecho: ¡era un truco para distraernos!

Kahlan palideció.

—Zedd, Richard tiene razón. Así es como piensa Rahl, así actúa. Le gusta hacer las cosas de manera inesperada. Tenemos que marcharnos inmediatamente.

—¡Diantre! ¡He sido un viejo idiota! Tenéis razón; tenemos que irnos, pero no me marcharé sin mi roca. —Dicho esto se dirigió presuroso a la parte trasera de la casa.

—¡Zedd, no hay tiempo!

Pero el anciano ya subía corriendo el cerro en la oscuridad, con la túnica y el cabello ondeando. Kahlan siguió a Richard al interior de la casa. Rahl había conseguido que se confiaran y se quedaran de brazos cruzados. No podía creer que hubiesen sido tan estúpidos como para subestimar a Rahl. Richard recogió rápidamente su mochila del lado de la chimenea y corrió hacia su alcoba, donde comprobó que aún llevaba el colmillo bajo la camisa. Después de asegurarse, regresó junto a la mujer llevando su capa para el bosque. La colocó sobre los hombros de Kahlan y echó una rápida ojeada a su alrededor para ver si podía coger cualquier otra cosa, pero no había tiempo para pensar, nada que mereciera poner en riesgo sus vidas, por lo que, con Kahlan del brazo, se encaminó a la puerta. Zedd ya había regresado y jadeaba de pie en la hierba, frente a la casa.

—¿Y la roca? —le preguntó Richard. Era imposible que el anciano mago lograra levantarla y mucho menos cargar con ella.

—En el bolsillo —repuso éste con una sonrisa. Richard no tenía tiempo para asombrarse. De pronto apareció el gato, que de algún modo percibía su apremio y se frotaba contra sus piernas. Zedd lo cogió en brazos—. No puedo dejarte aquí, Gato. Vienen problemas. —El mago abrió la mochila de Richard y metió dentro al animal.

El joven tenía una extraña sensación. Miró a su alrededor, escrutando la oscuridad, buscando algo fuera de lugar, algo oculto. No vio nada pero sentía unos ojos vigilantes.

—¿Qué pasa? —inquirió Kahlan al darse cuenta de que buscaba algo.

Aunque no podía ver nada, Richard notaba una mirada. Pero decidió que debía de ser fruto del miedo, por lo que respondió:

—Nada. Vámonos de aquí.

Richard guió a los otros dos por una zona escasamente poblada de árboles que conocía tan bien que podría orientarse por ella con los ojos vendados, hasta dar con la senda que conducía al sur. Avanzaban rápidamente en silencio, excepto Zedd, que de vez en cuando se reprochaba entre dientes lo estúpido que había sido. Al cabo de un rato, Kahlan le dijo que era demasiado duro con él mismo. Rahl los había engañado a todos, y también ella y Richard sentían el aguijón de la culpa; sin embargo habían logrado escapar, y eso era lo único que importaba.

La trocha era fácil, casi un camino, y permitía que los tres anduvieran uno al lado del otro. Richard iba en el centro, Zedd a la izquierda y Kahlan a la derecha. El gato asomó la cabeza por la mochila de Richard y se dedicó a mirar alrededor. Desde que era un cachorro había viajado de ese modo y le encantaba. La luz de la luna iluminaba el camino. Richard distinguió varios pinos huecos que se alzaban hacia lo alto, pero sabía que no podían parar. Tenían que alejarse. La noche era fresca, pero él no sentía frío porque avanzaban a buen paso. Kahlan se arrebujó en la capa.

Transcurrida una media hora Zedd les indicó que se detuvieran. Entonces buscó algo entre sus ropas y sacó un puñado de polvo, que arrojó a la senda hacia atrás, por donde habían venido. De la mano del mago brotaron destellos plateados que se desperdigaron por la senda y se perdieron en la oscuridad de sus espaldas. Al doblar un recodo, los destellos tintinearon y después desaparecieron de la vista.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Richard, poniéndose de nuevo en marcha.

—Sólo un poco de polvo mágico. Cubrirá nuestro rastro y Rahl no podrá seguirnos.

—Todavía le queda la nube.

—Sí, pero eso sólo le indica un área general. Si seguimos andando no le servirá de mucho. Únicamente podrá localizarte si nos detenemos, como en mi casa.

La senda que conducía al sur atravesaba una zona que ascendía hacia las colinas, con pinos que desprendían un aroma dulzón. En lo alto de una elevación todos se volvieron sobresaltados al percibir un estruendo. Allí en la distancia, más allá del oscuro bosque, vieron una inmensa columna de fuego. Las llamas amarillas y rojas salían disparadas hacia el cielo.

—Mi casa. Rahl el Oscuro está allí. —Zedd sonrió—. Y parece que está enojado.

—Lo siento, Zedd. —Kahlan intentó consolarlo poniéndole una mano en el hombro.

—No pasa nada, querida. No era más que una vieja casa. Podríamos haber sido nosotros.

—¿Sabes adónde nos dirigimos? —preguntó Kahlan a Richard al reemprender la marcha.

Súbitamente el joven se dio cuenta de que sí lo sabía. Y así lo hizo saber, sonriendo para sí mismo y satisfecho de decir la verdad.

Las tres figuras se internaron en las oscuras sombras de la senda, avanzando a través de la noche.

Sobre ellos dos enormes bestias aladas los vigilaban con ojos verdes hambrientos y brillantes. Luego se lanzaron desde gran altura en un picado silencioso. Con las alas pegadas a la espalda para adquirir más velocidad se precipitaron sobre sus presas.

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