Epílogo

Dos años más tarde: 12 de septiembre de 2019

La nave espacial había sido detectada cuatro meses antes. Hasta entonces, su escape de fusión se había perdido en el resplandor de Alfa Centauri, que ahora estaba a unos 4,3 años luz. El escape apuntaba directamente a la Tierra: la nave frenaba, de cola. Al parecer había acelerado para salir de Alfa Centauri durante seis años y ahora deceleraba otros seis.

Y hoy, por fin, llegaría a su destino.

Era triste, en cierto modo. Habían pasado cincuenta años desde que Neil Armstrong puso por primera vez el pie en la luna, pero la Tierra no tenía ninguna nave tripulada que pudiera ir mucho más lejos: ni siquiera el conocimiento de que había vida en otra parte había revitalizado el programa espacial. Aunque la sonda Ptolomeo en el sistema solar exterior había conseguido enviar unas cuantas fotos granulosas de la nave espacial, la primera visión clara que la humanidad tendría se produciría cuando llegara a la Tierra.

Nadie estaba seguro de lo que iría a pasar a continuación. ¿Orbitarían los alienígenas el planeta? ¿O aterrizarían en alguna parte? Y si era así, ¿dónde? ¿Había alienígenas a bordo, o era la nave tan sólo un explorador automático?

Por fin la nave entró en órbita alrededor de la Tierra. Era de aspecto frágil, de casi un kilómetro de largo… estaba claro que su única función era el viaje espacial. Las seis lanzaderas espaciales de Estados Unidos habían despegado antes de la llegada, una cada día, durante los seis últimos días. Y dos lanzaderas japonesas, más tres europeas y una de Irán habían subido también: ahora había en órbita alrededor de la Tierra más humanos que nunca antes.

La nave espacial entró en órbita baja: una buena cosa, también; la mayoría de las lanzaderas no podían conseguir mucho más. Todos esperaban que la gran nave desplegara algún tipo de plataforma de aterrizaje, pero no lo hizo. Se intercambiaron mensajes de radio: por primera vez, los seres humanos enviaron una respuesta a los centauros. La triste verdad era que la Tierra tenía una gravedad superficial que era el doble que el mundo natal centauro. Aunque los seres a bordo de la nave (había 217 individuos) habían recorrido trillones de kilómetros, los doscientos últimos representaban un abismo que nunca podrían cruzar.

La estación espacial internacional terrestre se había desarrollado a lo largo de los años, pero era imposible que la nave alienígena atracara en ella: los extraterrestres iban a tener que acercarse caminando. Acercaron su nave hasta que la separación fue de unos quinientos metros.

Todas las cámaras de la estación espacial y de la flotilla de lanzaderas estaban enfocadas en la nave alienígena, y todos los televisores del planeta contemplaban la escena: por una vez, toda la humanidad había sintonizado el mismo programa.

Los trajes espaciales alienígenas no ofrecían ninguna indicación de qué aspecto pudieran tener las criaturas: eran burbujas blancas perfectamente esféricas, con brazos robóticos y un visor de espejo que corría en horizontal sobre el ecuador de la esfera. Cinco de los alienígenas dejaron la nave madre y se impulsaron con jets de gas comprimido para cruzar la distancia hasta una bodega de carga abierta en la estación espacial.

Existía la posibilidad de que los alienígenas no se quitaran los trajes ni siquiera después de llegar a la estación; la gravedad podría no ser lo único que difería entre los dos mundos. De hecho, era posible que los extraterrestres tuvieran un tabú respecto a mostrar su forma física a los demás, una idea que se había sugerido más de una vez, cuando se comprobó que sus mensajes de radio originales no contenían ninguna representación aparente de su aspecto.

La primera de las esferas entró en la bodega de carga. Su ocupante utilizó los propulsores para suavizar el movimiento hacia adelante, pero tuvo que extender un brazo mecánico multiarticulado para detenerse. Pronto las otras cuatro esferas estuvieron también dentro. Flotaban silenciosamente, esperando. La puerta de la bodega empezó a cerrarse tras ellos, muy despacio: ninguna amenaza, ninguna trampa. Si los alienígenas querían marcharse, podrían salir fácilmente antes de que la puerta terminara de cerrarse.

Pero las esferas no se movieron, aunque una de ellas rotó para ver cómo la puerta se cerraba.

Una vez que la bodega quedó sellada, se introdujo aire. Los alienígenas habían hecho estudios espectroscópicos de la atmósfera de la Tierra mientras se acercaban; debían de saber que los gases que ahora entraban en la cámara eran los mismos que componían el aire del planeta, en vez de un intento de envenenarlos con humos letales.

Los científicos a bordo de la estación habían razonado que si el mundo alienígena tenía una gravedad inferior, probablemente tendría también una presión atmosférica menor. Dejaron de insuflar aire aproximadamente a los setenta kilopascales.

Los alienígenas parecieron encontrarlo adecuado. Los brazos robóticos de una de las esferas se plegaron sobre sí mismos, de forma que tocaron la superficie de la esfera. Ésta se dividió en dos por su ecuador, y las manos, que estaban situadas en la mitad inferior, alzaron la parte superior.

Dentro había un centauro.

No se parecía en nada a su homónimo de la mitología humana. Era de color negro, de constitución insectil, con gigantescos ojos verdes y grandes alas iridiscentes que se desplegaron en cuanto el ser terminó de salir del traje espacial.

Era absolutamente maravilloso.

Pronto los otros cuatro trajes parecidos a huevos se abrieron, descargando a sus ocupantes. El color de los exoesqueletos variaba del negro profundo al plateado, y el color de sus ojos oscilaba desde el verde al púrpura y el azul. El desplegar de alas era al parecer el equivalente centauro a desperezarse… en cuanto las desplegaron, los seres volvieron a plegarlas.

Una puerta se abrió en la bodega de carga, y la persona designada para el primer contacto entró flotando en la sala. ¿Y quién mejor para eso que la persona que había descubierto lo que significaban las señales de radio de Centauri? ¿Quién mejor que la persona que había detectado por primera vez la presencia no sólo de la supermente de la humanidad, sino también de la supermente centaura? ¿Quién mejor que la persona que había mediado en el primer contacto entre las supermentes, impidiendo que la humana se dejara llevar por el pánico?

Los cinco alienígenas se volvieron para mirar a Heather Davis. Ella extendió las manos, las palmas hacia arriba, y le sonrió a los extraterrestres. El centauro que había abierto el primero su traje espacial volvió a desplegar sus alas, y con un par de suaves aleteos, se dirigió hacia ella. Un movimiento de retroceso de las alas hizo que se detuviera a un metro de Heather. Ella extendió un brazo hacia el alienígena, y éste desplegó un miembro largo y fino. Parecía frágil; Heather no hizo más que dejar que golpeara suavemente contra la palma de su mano.

Una docena de años antes, los centauros habían lanzado sus mensajes de radio.

Hacía dos años, su supermente había entrado en contacto con la supermente humana. Quizás eso había sido el acontecimiento más importante, pero de todas formas, había algo maravilloso y significativo y real en el hecho de que las manos se tocaran.

—Bienvenidos a la Tierra —dijo Heather—. Creo que vais a descubrir que es un lugar muy agradable.

El alienígena, que todavía no podía entender el inglés, sin embargo ladeó su cabeza angulosa, como asintiendo.

Había incontables humanos más conectados a la mente de Heather, disfrutándolo todo desde su perspectiva. Y, sin duda, todo lo que los alienígenas veían se propagaba hacia su supermente, a través de los años-luz hasta Alfa Centauri, donde sería experimentado por todos sus habitantes.

Sin duda los humanos intentarían pronto hacer la transformación Necker hacia una mente centaura… de hecho, algunos de los que viajaban ahora dentro de Heather tal vez lo estuvieran intentando ahora mismo.

Ella se preguntó si funcionaría.

Pero, una vez más, no importaba.

Incluso sin esa capacidad, Heather estaba segura de que su especie, que por fin merecía ahora el nombre de humanidad, no iba a tener ningún problema para ver el punto de vista de la otra persona.

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