Heather Davis tomó un sorbo de café y miró el reloj de bronce que tenía sobre la repisa de la chimenea. Rebeca, su hija de diecinueve años, había dicho que estaría allí a las ocho de la tarde, y ya casi eran las ocho y veinte.
Sin duda, Becky sabía lo embarazoso que era aquello. Había dicho que quería reunirse con sus padres… con los dos al mismo tiempo. El hecho de que Heather Davis y Kyle Graves llevaran casi un año separados no entraba en la ecuación. Podían haberse reunido en un restaurante cualquiera, pero no, Heather había ofrecido la casa… la misma casa en la que ella y Kyle habían criado a Becky y a Mary, su hermana mayor, la casa de la que Kyle se había marchado el pasado agosto. Ahora, sin embargo, cuando el silencio entre ella y Kyle se extendió durante otro minuto más, lamentaba su espontánea oferta.
Aunque Heather no veía a Becky desde hacía casi cuatro meses, creía tener una ligera idea de lo que Becky quería decir. Cuando hablaban por teléfono, Becky a menudo mencionaba a Zack, su novio. Sin duda estaba a punto de anunciar el compromiso.
Naturalmente, Heather deseaba que su hija esperase unos cuantos años más. Pero claro, no era lo mismo que ir a la universidad. Becky trabajaba en una tienda de ropas en Spadina. Heather y Kyle impartían clases en la Universidad de Toronto; ella de psicología, él de informática. Resultaba doloroso que Becky no tuviera una educación superior. De hecho, según el convenio de la Facultad, sus hijos tenían derecho a matricularse gratis en la Universidad de Toronto. Al menos Mary se había aprovechado de eso durante un año antes de…
No.
No, éste era un momento de celebración. ¡Becky iba a casarse! Eso era lo que importaba hoy.
Se preguntó cómo se habría declarado Zack… o si había sido Becky quien habría abordado el tema. Heather recordaba claramente lo que le había dicho Kyle al declararse hacía veintiún años, en 1966. Le cogió la mano, la agarró con fuerza y dijo:
—Te quiero, y quiero pasarme el resto de la vida conociéndote.
Heather estaba sentada en un sillón tapizado; Kyle lo hacía en el sofá a juego. Había traído consigo su datapad y leía algo. Conociendo a Kyle, probablemente era una novela de espías; para él, lo bueno que había tenido que Irán se alzara a la categoría de superpotencia fue la revitalización de las novelas de espionaje.
Sobre la pared beige tras Kyle había una fotoimpresión enmarcada que pertenecía a Heather. Estaba compuesta por una estructura aparentemente caótica de cuadrados blancos y negros: la representación de uno de los mensajes de radio extraterrestres.
Becky se había marchado de casa nueve meses atrás, poco después de terminar el instituto. Heather esperaba que se quedara algún tiempo: la única persona en la enorme y vacía casa en las afueras, ahora que Kyle y Mary ya no estaban.
Al principio, Becky venía con frecuencia de visita. Según Kyle, también había visto a menudo a su padre. Pero pronto los intervalos entre visitas se hicieron cada vez mayores… y entonces dejó de venir.
Al parecer, Kyle había advertido que Heather lo estaba mirando. Apartó la mirada del datapad y le ofreció una débil sonrisa.
—No te preocupes, cariño. Seguro que vendrá.
Cariño. Llevaban once meses sin vivir como marido y mujer, pero los tratamientos automáticos de dos décadas tardan en desaparecer.
Finalmente, poco después de las ocho y media, sonó el timbre. Heather y Kyle intercambiaron una mirada. Por supuesto, la huella del pulgar de Becky seguía operando la cerradura y, por cierto, también la de Kyle. Nadie más vendría de visita tan tarde; tenía que ser Becky. Heather suspiró. El hecho de que Becky no entrara por su cuenta aumentó sus temores: su hija ya no consideraba que esta casa fuera su hogar.
Heather se levantó y cruzó el salón. Llevaba puesto un vestido, algo que normalmente no utilizaba en casa, pero quería demostrarle a Becky que su visita era una ocasión especial. Y al pasar ante el espejo del vestíbulo advirtió el diseño azul de flores del vestido, y se dio cuenta de que también ella estaba actuando como lo hacía Becky, tratando la llegada de su hija como una visita de alguien a quien había que impresionar.
Heather completó el viaje hasta la puerta, se llevó las manos al pelo oscuro para asegurarse de que todo estaba en orden, y entonces giró el pomo.
Becky se encontraba en el umbral. Tenía una cara delgada, pómulos altos, ojos marrones y pelo castaño que le llegaba hasta los hombros. Junto a ella se encontraba su novio, Zack, todo miembros lacios y pelo rubio revuelvo.
—Hola, querida —le dijo Heather a su hija, y luego le sonrió al joven, a quien apenas conocía—. Hola, Zack.
Becky entró. Heather pensó que su hija tal vez se detendría lo suficiente para besarla, pero no lo hizo. Zack siguió a Becky al recibidor, y los tres llegaron hasta el salón, donde Kyle seguía sentado en el sofá.
—Hola, Calabacita —dijo Kyle, alzando la vista—. Hola, Zack.
Su hija ni siquiera lo miró. Su mano encontró la de Zack, y entrelazaron los dedos.
Heather se sentó en el sillón e indicó a Becky y Zack que se sentaran también. No había suficiente espacio en el sofá junto a Kyle para ambos. Becky encontró otra silla, y Zack se quedó de pie tras ella, con la mano sobre su hombro izquierdo.
—Me alegro de verte, querida —dijo Heather. Volvió a abrir la boca, advirtió que lo que estaba a punto de decir era un comentario sobre cuánto tiempo había pasado, y la cerró antes de que las palabras quedaran libres.
Becky se volvió hacia Zack. El labio inferior le temblaba.
—¿Qué ocurre, cielo? —preguntó Heather, sorprendida. Si no se trataba del anuncio de su compromiso, ¿entonces qué? ¿Podría estar enferma? ¿Tendría problemas con la policía? Vio que Kyle se inclinaba ligeramente hacia adelante; también él detectaba la ansiedad de su hija.
—Adelante —le dijo Zack a Becky; fue un susurro, pero la habitación estaba tan silenciosa que Heather pudo entenderlo.
Becky permaneció en silencio durante unos instantes más. Cerró los ojos y luego los volvió a abrir.
—¿Por qué? —dijo, con voz temblorosa.
—¿Por qué qué, cielo? —dijo Heather.
—Tú no —dijo Becky. Su mirada se posó momentáneamente en su padre, luego se centró en el suelo—. Él.
—¿Por qué qué? —preguntó Kyle, tan confundido como Heather.
—¿Por qué… —dijo Becky, alzando de nuevo los ojos para mirar a su padre—, tú…?
—Dílo —susurró Zack, con fuerza.
Becky tragó saliva, y luego lo soltó todo.
—¿Por qué abusaste de mí?
Kyle se desmoronó sobre el sofá. El datapad, que estaba sobre el brazo del sofá, cayó al suelo de parqué con gran estrépito. Boquiabierto, Kyle miró a su mujer.
El corazón de Heather latía con fuerza. Sentía náuseas.
Kyle cerró la boca, luego volvió a abrirla.
—Calabacita, yo nunca…
—No lo niegues —dijo Becky. La voz le temblaba de furia; ahora que había hecho su acusación, parecía como si una presa hubiera reventado—. No te atrevas a negarlo.
—Pero, Calabacita…
—Y no me llames así. Mi nombre es Rebecca.
Kyle extendió los brazos.
—Lo siento, Rebecca. No sabía que te molestara que te llamase así.
—Maldito seas —dijo ella—. ¿Cómo pudiste hacerme eso?
—Yo nunca…
—¡No mientas! Por el amor de Dios, al menos ten agallas para admitirlo.
Heather se puso en pie.
—Becky…
—¡Y tú! —gritó Becky—. Sabía lo que nos estaba haciendo y no hiciste nada por impedírselo.
—No le grites a tu madre —dijo Kyle, con tono brusco—. Becky, nunca os he tocado a Mary ni a ti… lo sabes.
Zack habló con tono de voz normal por primera vez.
—Sabía que lo negaría.
Kyle se volvió hacia el joven.
—Maldita sea… mantente apartado de esto.
—No le levantes la voz —le dijo Becky a Kyle.
Kyle luchó por mantener la calma.
—Esto es un asunto de familia —dijo—. No lo necesitamos aquí.
Heather miró a su esposo, luego a su hija.
—Becky —dijo, luchando por mantener la voz bajo control—. Te juro que…
—No lo niegues tú también.
Heather inspiró profundamente, luego resopló despacio.
—Dime —dijo—. Dime qué crees que sucedió.
Hubo un largo rato de silencio mientras Becky ponía en orden sus pensamientos.
—Sabes lo que sucedió —dijo por fin, el tono acusador todavía en la voz—. Él salía de vuestra habitación después de medianoche y venía a la mía o a la de Mary.
—Becky —dijo Kyle—, yo nunca…
Becky miró a su madre, pero luego cerró los ojos.
—Venía a mi habitación, me hacía quitarme la camisa… to-tocaba mis pechos, y luego… —se interrumpió, abrió los ojos y miró de nuevo a Heather—. Tenías que saberlo —dijo—. Tuviste que verlo salir de la habitación, y volver —hizo una pausa mientras se estremecía—. Tuviste que oler el sudor… tuviste que olerme a mí en él.
Heather negaba con la cabeza.
—Becky, por favor.
—Nada de eso ha sucedido jamás —dijo Kyle.
—No tiene sentido quedarse si va a negarlo —dijo Zack.
Becky asintió y buscó en su bolso. Sacó un pañuelo y se secó los ojos, y luego se puso en pie y empezó a marcharse. Zack la siguió, y también Heather. Kyle se puso en pie también, pero en apenas unos segundos Becky y Zack bajaron las escaleras y llegaron a la puerta.
—Calaba… Becky, por favor —dijo Kyle, alcanzándolos—. Yo nunca os he hecho daño.
Becky se dio la vuelta. Tenía los ojos enrojecidos, el rostro arrebolado.
—Te odio —dijo, y entonces Zack y ella salieron por la puerta para perderse en la noche.
Kyle miró a Heather.
—Heather, te juro que nunca la he tocado.
Heather no supo qué decir. Regresó al salón, agarrándose al pasamanos para no perder el equilibrio. Kyle la siguió. Heather se sentó, pero Kyle se acercó al mueble-bar y se sirvió un whisky. Lo apuró de un solo trago y se quedó de pie, apoyado contra la pared.
—Es ese novio suyo —dijo—. Le ha metido eso en la cabeza. Te apuesto a que presentarán una demanda… no pueden esperar a la herencia.
—Kyle, por favor —dijo Heather—. Estás hablando de tu hija.
—Y ella está hablando de su padre. Yo nunca haría nada de eso. Heather, lo sabes.
Heather se lo quedó mirando.
—Heather —dijo Kyle, con una nota de súplica en la voz—, sabes que no es cierto.
Algo había mantenido a Rebecca lejos de casa durante casi un año. Y algo anterior había…
Odiaba pensarlo, pero le venía a la cabeza cada día.
Cada hora…
Algo había impulsado a Mary hacia el suicidio.
—¡Heather!
—Lo siento —ella tragó saliva, y luego, un instante después, asintió—. Lo siento. Sé que no podrías hacer nada así —pero la voz le sonó átona, incluso a ella.
—Por supuesto que no.
—Es sólo que…
—¿Qué? —exclamó Kyle.
—Es… no, nada.
—¿Qué?
—Bueno, tenías la costumbre de levantarte y salir de la habitación en mitad de la noche.
—No puedo creer que estés diciendo eso —dijo Kyle—. Joder, no puedo creerlo.
—Es cierto. Dos o tres noches por semana, a veces.
—Tengo problemas para dormir… lo sabes. Me levanto y me pongo a ver la tele, o tal vez trabajo con el ordenador. Cristo, sigo haciéndolo, y ahora vivo solo. Lo hice anoche mismo.
Heather no dijo nada.
—No podía dormir. Si sigo despierto una hora después de irme a la cama, me levanto… lo sabes. No tiene sentido quedarse acostado. Anoche me levanté y estuve viendo… Cristo, ¿qué fue? Vi El hombre de los seis millones de dólares en el Canal 3. Ese episodio donde William Shatner hace del tipo que puede comunicarse con los delfines. Llama a la emisora… te dirán que fue ese episodio. Y luego envié unos e-mails a Jake Montgomery. Podemos ir a mi apartamento ahora mismo, ahora mismo, y mirarlo en la bandeja de salida, verás la hora que marca. Luego volví a meterme en la cama a eso de la una y media, más o menos.
—Nadie te ha acusado de hacer nada malo anoche.
—Pero es el tipo de cosa que hago todas las noches cuando me levanto. A veces veo El hombre de los seis millones de dólares, a veces El Show de John Pellat. Y veo el canal meteorológico, para ver qué tiempo va a hacer mañana. Dijeron que iba a llover hoy, pero no ha sido así.
Oh, sí que ha llovido, pensó Heather. Ha llovido a cántaros.