Capítulo 33

Becky se quedó en la casa durante dos dichosas horas más, pero por fin tuvo que marcharse. Vivía en el centro y tenía que levantarse temprano para acudir a la tienda el miércoles por la mañana.

Cuando se marchó, Kyle se sentó en el sofá.

Heather lo miró durante largo rato.

Era un hombre tan complicado… mucho más complicado que nadie que hubiera conocido. Y era básicamente un hombre bueno.

Pero no perfecto, claro. De hecho, Heather se había sentido sorprendida y decepcionada por algunas cosas que había descubierto mientras sondeaba su memoria. Tenía su lado oscuro, sus partes sombrías: podía ser mezquino y egoísta y desagradable.

No, no existía el hombre perfecto… pero claro, eso lo sabía antes de marcharse de Vegreville y venir a Toronto. Kyle era a la vez grandioso y lleno de defectos, picos y valles, más y menos de lo que ella pensaba que era.

Pero, advirtió, sea lo que sea ahora, podía aceptarlo: su relación no era ideal, y probablemente nunca lo sería. Pero sabía en el fondo de su corazón que era mejor de lo que podría ser con nadie más. Y quizás reconocer eso era una definición de lo que es el amor tan buena como cualquier otra.

Heather cruzó la habitación y se acercó a él. Kyle la miró con sus ojos marrones de cachorrillo, como los de Becky.

Ella extendió una mano. Él la tomó. Y entonces Heather lo condujo escaleras arriba, hasta el dormitorio.

Había pasado un año desde la última vez que hicieron el amor.

Pero la espera mereció la pena.

Ella se relajó.

Cuando terminaron, cuando estaban tendidos abrazándose, Heather pronunció las únicas palabras que se dijeron esa noche, después de la marcha de Becky:

—Bienvenido a casa.

Se quedaron dormidos el uno en brazos del otro.


La mañana siguiente: miércoles 16 de agosto.

Cuando alcanzó el pie de las escaleras, Heather contempló a Kyle. Él parecía estar mirando la nada, un punto en blanco de la pared entre un cuadro de Robert Bateman de una oveja bighorn y una lámina de Ansel Adams del desierto de Arizona.

Heather entró en la habitación. En una pared adyacente estaba su foto de bodas, que ahora casi tenía un cuarto de siglo. Pudo ver el precio que todo esto se había tomado en su marido. Hasta hacía poco, su pelo era casi del mismo color marrón oscuro que el día que se casaron, con sólo pequeñas incursiones de gris, y su amplia frente estaba relativamente libre de arrugas. Pero ahora… ahora había surcos permanentes en su entrecejo, y su barba rojiza y su cabello oscuro estaban veteados de plata.

También parecía físicamente reducido. Oh, sin duda todavía medía metro setenta y siete, pero estaba sentado en el sofá, encogido sobre sí mismo. Y estaba la barriguita… había luchado tanto por perderla después del infarto. Cierto, no había recuperado sus antiguas proporciones, pero Heather pudo ver claramente que se había dejado ir. Había esperado que ahora que Kyle había hecho las paces con Becky se hubiera librado de la depresión, pero a pesar de las alegrías de anoche, parecía que no lo había hecho.

Heather se internó en la habitación. Kyle la miró un instante; su rostro mostraba furia.

—Tenemos que detenerla —dijo.

—¿A quién?

—A la psiquiatra.

—Gurdjieff —dijo Heather.

—Sí. Tenemos que detenerla —Kyle miró a Heather—. Podría hacerle lo mismo a cualquier otra persona… destrozar a otra familia.

Heather se sentó junto a él en el sofá.

—¿Qué sugieres?

—Que hagamos que la degraden… o le hagan el equivalente psiquiátrico.

—Quieres decir que le retiren la licencia. Pero no es psiquiatra, ni psicóloga. Ni siquiera dijo que fuera terapeuta, ni lo tenía escrito en ninguna parte cuando la visité. Así es como la llamó Becky. Pero ella se llamaba a sí misma «consejera», y bueno, no hace falta tener licencia para ser consejero de nada en Ontario.

—Entonces deberíamos demandarla. Demandarla por prácticas tendenciosas. Tenemos que asegurarnos de que nunca intente amenazar a nadie más.

Heather no sabía qué decir. Había intentando absorber todas las ramificaciones de su descubrimiento: sin duda, una vez que lo hiciera público, una vez que toda la raza humana tuviera acceso al psicoespacio, no sería posible en modo alguno que un fraude como Gurdjieff pudiera continuar teniendo ninguna influencia: el problema se zanjaría solo.

—Comprendo lo que estás diciendo, ¿pero no podríamos darlo por terminado?

—No se ha terminado —dijo Kyle.

Heather suavizó el tono.

—Pero Becky te ha per…

Se detuvo. Casi había dicho «te ha perdonado», como si hubiera algo que perdonar. Tal vez Kyle tenía razón: tal vez el estigma no desaparece nunca. Más que nadie, Heather tendría que estar convencida más allá de ninguna duda de la inocencia de Kyle, y sin embargo, sin pensar, durante un brevísimo instante, su inconsciente había iniciado una frase que sugería que algo había pasado.

Kyle resopló.

—Quiero decir, que ella comprende ahora que no pasó nada — dijo Heather, tratando de extraer el cuchillo verbal—. Sabe que nunca le hiciste daño.

Kyle guardó silencio durante largo rato. Heather vio sus hombros redondos subir y bajar cada vez que tomaba aliento.

—No es Becky —dijo Kyle por fin.

Heather sintió que el corazón se le hundía. Había hecho más de lo que él podía imaginar por ayudarlo… pero tal vez al final no había sido suficiente. Sabía que muchos matrimonios se desmoronaban después de que terminara una crisis.

Abrió la boca para decir que lo sentía, pero Kyle habló antes de que pudiera hacerlo.

—No es Becky —dijo—. Es Mary.

Heather sintió que sus ojos se desorbitaban.

—¿Mary? —repitió. Pronunciaba tan rara vez el nombre en voz alta, que le sonó casi extraño—. ¿Qué pasa con ella?

—Ella cree que le hice daño —tiempo presente: la incapacidad para aceptar lo que había sucedido.

Heather dijo entonces lo que pretendió decir originalmente.

—Lo siento.

—Nunca sabrá la verdad —dijo Kyle.

Para su sorpresa, Heather se descubrió ofreciendo consuelo religioso.

—Lo sabe.

Kyle gruñó y bajó la mirada hasta el suelo. Los dos guardaron silencio durante medio minuto.

—Yo sé que no hice nada, pero… —se calló. Heather lo miró, expectante—. Pero ella cree que lo hice. Se fue a la tumba —se detuvo, atragantándose con la palabra o reflejando por un momento su relación con el significado en inglés de su apellido—, pensando que su padre era un monstruo.

Alzó la cabeza. Miró a Heather. Sus ojos estaban húmedos.

Heather se echó hacia atrás en el sofá, su mente corriendo. Se suponía que había terminado, maldición. Se suponía que todo había terminado ya.

Miró al techo. Las paredes eran beige, pero el techo era de yeso blanco puro con textura rugosa: puntitos proyectándose.

—Tal vez haya un medio —dijo por fin, cerrando los ojos.

Kyle permaneció en silencio.

—¿Qué? —dijo, como si no hubiera oído bien.

Heather suspiró. Abrió los ojos y lo miró.

—Puede que haya un medio —dijo—. Un medio de que tú… bueno, no hables con Mary, claro. Pero quizás haya un medio de que hagas las paces con ella —hizo una pausa—. Y un medio de que comprendas por qué no tenemos que hacer nada respecto a Gurdjieff.

Kyle entornó los ojos, aturdido.

—¿Qué? —repitió.

Heather apartó la mirada, tratando de pensar cómo explicarlo todo.

—Iba a decírtelo pronto —dijo, necesitando construir su defensa desde el principio—. De verdad que iba a hacerlo.

Pero eso no era verdad… al menos no del todo. Había estado sopesándolo durante días, sin estar segura de cómo actuar, si debía hacerlo. Sí, se lo había dicho a Becky, pero también le había hecho jurar que guardaría el secreto. No estaba orgullosa de la forma en que había estado actuando; sí, había una gran ciencia en juego; sí, había verdades fundamentales que compartir. Pero, bueno, era tanto… ¿cómo se suponía que había que reaccionar? ¿Cómo se trataba con un descubrimiento de esta magnitud?

Heather se volvió hacia Kyle. Todavía la estaba mirando, aturdido.

—Descubrí lo que significan los mensajes alienígenas —dijo en voz baja.

Los ojos de Kyle se agrandaron.

Heather alzó una mano.

—No todo, claro… pero lo suficiente.

—¿Lo suficiente para qué?

—Para construir la máquina.

¿Qué máquina?

Ella abrió un poco la boca, luego resopló, sintiendo que sus mejillas se hinchaban al hacerlo.

—Una máquina para acceder… a la supermente.

Kyle ladeó la cabeza, asombrado.

—Los extraterrestres… eso era lo que intentaban decirnos. La individualidad es una ilusión. Todos somos parte de un todo mayor.

—Teóricamente —ofreció Kyle.

—No. No. En la realidad. Es cierto… todas las teorías de las que hablamos ayer son ciertas. Lo sé… lo sé con certeza. Los mensajes eran una especie de plano para construir un aparato tetradimensional que…

—¿Que qué?

Heather volvió a cerrar los ojos.

—Que permite que un individuo conecte con el inconsciente colectivo humano… con la mente compartida de la humanidad.

Kyle deslizó su labio inferior bajo sus dientes superiores, pero no dijo nada durante unos segundos.

—¿Cómo pudiste construir una cosa así?

—No pude, claro… no yo sola. Pero me ayudó un amigo de Ingeniería Mecánica.

—¿Y funciona?

Heather asintió.

—Funciona.

Kyle permaneció en silencio un instante.

—Y tú… ¿qué? ¿Has conectado con la supermente?

—Más que eso. La he navegado.

—«Navegado» —dijo Kyle, como sí no pudiera comprender la palabra en este contexto.

Heather volvió a asentir.

Kyle continuó sin decir nada unos segundos.

—Ha sido una época difícil para todos nosotros —dijo por fin—. No había… lo siento, cariño. No me había dado cuenta del precio que se había cobrado en ti.

Heather sonrió a su pesar. De tal palo, tal astilla.

—No me crees.

—Yo… bueno…

La sonrisa de Heather se borró. Se reprochó no haber pensado en traer el video con el teseracto plegándose.

—Te lo demostraré. Te lo demostraré hoy mismo. El equipo está en mi despacho, en la universidad.

—¿Quién más sabe todo esto?

—Nadie más que Becky y yo.

Kyle seguía sin parecer convencido.

—Sé que tendría que habértelo dicho antes. Iba a hacerlo: de verdad que iba a hacerlo anoche. Pero… pero no se parece a nada que puedas imaginar. Esta tecnología lo cambiará todo. La intimidad personal deja de existir.

—¿Qué?

—Puedo acceder a quien quiera… encontrar sus recuerdos, su personalidad, los archivos de lo que son. Yo…

—¿Sí?

Ella bajó la mirada.

—Conecté con tu mente, hojeé tus recuerdos.

Kyle se apartó un poco de ella.

—Eso… eso no es posible.

Heather volvió a cerrar los ojos, combatiendo una oleada de vergüenza.

—Compras perritos calientes con aritos de cebolla al vendedor de St. George.

Los ojos de Kyle volvieron a agrandarse.

—Hay una estudiante en tu clase de IA de verano llamada Cassie. Piensas que es un bombón. «Bombón»… esa es la palabra exacta que piensas. Traicionas la edad que tienes, ¿sabes? La palabra que se usa hoy es «nova». Es lo que dicen los jóvenes: «Es una verdadera nova».

—Me has estado espiando.

Heather sacudió la cabeza.

—No es espiar… al menos no desde fuera.

—Pero…

—Piensas que tengo estrías en los muslos… es otra cita directa. Como eres un caballero, nunca se lo has dicho a nadie.

Kyle se quedó boquiabierto.

—La tecnología funciona. Comprendes por qué lo he mantenido en secreto, al menos por el momento, ¿verdad? Tu número personal de identificación… el número de identificación de cualquiera, la combinación de cualquier caja fuerte, tus claves… Con esta tecnología podrían sacártelo todo de la mente, de la mente de cualquiera. Ya no hay secretos.

—¿Y sondeaste mi mente sin decírmelo? ¿Sin mi permiso?

Heather bajó la mirada.

—Lo siento.

—Esto es increíble. Es el colmo.

—No es tan malo —dijo Heather—. Pude demostrar que no habías hecho daño a Becky ni a Mary.

¿Demostrar? —la voz de Kyle se volvió brusca ahora—. ¿No confiabas en mí… no me creías?

—Lo siento, pero… pero son mis hijas. No podía elegir entre ellas y tú. Tenía que saber… saber con certeza, antes de poder empezar a recomponer a mi familia.

—Jesucristo —dijo Kyle—. Jesucristo.

—Lo siento —repitió ella.

—¿Como has podido ocultarme eso? ¿Cómo demonios has podido ocultármelo?

Heather sintió que su propia furia aumentaba. Estaba a punto de replicar: ¿Cómo pudiste ocultarme tus fantasías sexuales?

¿Me dijiste que odiabas a mi madre?

¿Me hiciste saber lo que realmente pensabas porque aún no tengo plaza fija? ¿Porque no contribuyo económicamente tanto como tú?

¿Me revelaste tus sentimientos hacia Dios?

¿Cómo pudiste mantenerme tantas cosas en secreto, año tras año, década tras década, un cuarto de siglo de engaños? Menores, sí, pero el efecto acumulativo… como una muralla entre nosotros, construida ladrillo a ladrillo, mentira a mentira, omisión a omisión.

¿Cómo pudiste mantener todo eso oculto?

Heather tragó saliva, recuperando la compostura. Y entonces una risita sin humor escapó de su garganta, ahora seca. Todo lo que acababa de pensar (su propia furia, sus propios sentimientos contenidos) pronto quedarían al descubierto para él. Era inevitable: no habría forma de impedirlo; él no podría resistir la tentación, una tentación que sin duda consideraría su derecho, su turno, cuando entrara en el aparato alienígena.

Se encogió un poco de hombros.

—Lo siento, de verdad.

Él se rebulló de nuevo en el sofá, como si estuviera a punto de levantarse.

—Pero… ¿no lo ves? —dijo ella—. ¿No lo entiendes? No es sólo tu mente, o mi mente, lo que se puede tocar. Es cualquier mente… incluyendo, tal vez, las que ya no están activas.

Extendió la mano, tocó la suya, los dedos inmóviles.

—No lo he intentado todavía, pero tal vez funcione. Tal vez podrías tocar la mente de Mary… su archivo, la copia de seguridad.

Apretó la mano, sacudiéndola ligeramente, buscando una respuesta.

—Tal vez puedas hacer las paces con ella. En un sentido muy real, tal vez puedas.

Kyle alzó las cejas.

—Sé que todavía no se ha acabado —dijo Heather—. Pero tal vez se acabe pronto. Tal vez podamos hacer que todos los demonios, todos los malos tiempos desaparezcan.

—¿Y qué sucederá después? —preguntó Kyle—. ¿Qué sucederá luego?

Heather abrió la boca para responder, pero la cerró, advirtiendo que no tenía la menor idea.

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