En cuanto llegaron al despacho de Heather, el problema saltó a la vista. Kyle era demasiado grande para entrar en el aparato.
—Maldición —dijo Heather—. Quería haber hecho algo al respecto —se encogió de hombros a modo de disculpas—. Me temo que tendremos que mandar construir uno más grande.
—¿Cuánto tiempo tardará?
—Unos cuantos días. Llamaré a Paul y…
—¿Paul? ¿Y ese quién es?
Heather hizo una pausa. Podía decir que era solo un tipo de Ingeniería Mecánica, pero…
Pero había más. Y no tenía sentido mantenérselo a Kyle en secreto. A Kyle… y a cualquiera.
—Lo conoces —dijo Heather, vacilante—. Los dos estábais en el comité del Centro Gotlieb.
—No lo recuerdo.
—Él sí te recuerda a ti.
Kyle no dijo nada, pero Heather supo por el contacto que había tenido con su mente cómo odiaba estas situaciones cuando se producían. Kyle era fácil de recordar: la barba roja, el pelo negro, la nariz romana. La gente lo recordaba… y eso le hacía estar en guardia respecto a su aspecto.
—De todas formas —dijo Heather—, es el ingeniero que me ayudó a construir el aparato. Pero aún no sabe para qué sirve. Y…
—¿Si?
Ella se encogió de hombros.
—Pasamos un rato juntos. Él estaba interesado en mí.
Kyle se envaró.
—¿Y tú estabas interesado en él?
Heather asintió levemente.
—¿Cómo se dice? Después de que conectes con la supermente, lo descubrirás, sí. Lo ansié en mi corazón —miró al suelo durante un rato, luego volvió a levantar la cabeza—. Te diré la verdad, Kyle. Temía este momento. Hemos pasado un infierno juntos, tú y yo, y eso casi destruyó nuestro matrimonio —hizo una pausa—. Pero no sé si vamos a sobrevivir a esto. No sé qué pensarás de mí después de que hayas visto mi mente.
El rostro de Kyle permaneció impasible.
—Sólo recuerda que te quiero —dijo Heather. Inspiró profundamente—. Ahora vamos a ver a Paul.
Fue juego de niños reprogramar al robot fabricante para que creara un nuevo conjunto de placas al ciento cincuenta por ciento del tamaño de las antiguas. Paul se quedó completamente perplejo sobre su necesidad, sobre todo cuando Kyle firmó el requisito esta vez. Pero las nuevas placas estuvieron listas para el sábado.
Kyle, Heather y Becky las montaron. Construyeron este aparato en el laboratorio de Kyle, que tenía mucho más espacio libre y techos mucho más altos que el despacho de Heather. Era algo asombroso, (¡construir un aparato alienígena!) y sin embargo Kyle no dejó de pensar todo el tiempo lo maravilloso que era que los tres estuvieran haciendo algo juntos otra vez.
—¿Qué están ustedes haciendo? —preguntó Chita, observándolos desde la consola.
—Es un secreto —respondió Becky, mientras unía dos placas.
—Sé guardar un secreto.
—Sí que sabe —dijo Kyle, levantando la mirada del montón de placas que tenía delante.
Chita esperó pacientemente, y por fin Heather le habló de la supermente y la herramienta Centauri para acceder a ella.
—Fascinante —dijo Chita cuando terminó—. Eso resuelve de una vez por todas la cuestión sobre mi humanidad.
—¿Cómo es eso? —preguntó Heather.
—Soy artificial. Estoy separado de la supermente humana —hizo una pausa—. No soy humano.
—No, no lo eres —dijo Kyle—. No eres una extensión de una unidad superior.
—Estoy conectado a Internet —dijo Chita, a la defensiva.
—Claro que sí —dijo Kyle—. Claro que sí.
Chita guardó silencio durante largo rato.
—¿Cómo es ser humano, doctor Graves?
Kyle abrió la boca para responder, luego la cerró, reflexionando sobre el tema. Miró primero a su esposa, luego a su hija.
—Es maravilloso, Chita —se encogió de hombros—. A veces es tan maravilloso que duele.
Chita reflexionó sobre eso.
—¿He de entender que ha tenido usted pleno acceso a la mente del doctor Graves, profesora Davis? —dijo el ordenador.
—Eso es.
—¿Y que usted, doctor Graves, está a punto de tener la habilidad de ganar similar acceso a la mente de la profesors Davis?
—Eso me han dicho.
—¿Y que usted, Becky, ha entrado también en ese reino del psicoespacio?
—Ajá.
—En ese caso, ¿me da usted su permiso, doctor Graves, para decirles lo que pienso?
Kyle alzó las cejas. Becky también pareció sorprendida. Heather se quedó boquiabierta. Todos intercambiaron una mirada. Entonces Kyle se encogió de hombros.
—Claro, ¿por qué no?
Chita guardó silencio durante unos instantes, al parecer poniendo en orden sus pensamientos. Kyle se levantó y se apoyó contra la pared; Heather estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas; Becky estaba también en el suelo.
—El doctor Graves me dijo que usted lo acusó, Rebecca —dijo Chita.
Los ojos marrones de Becky se abrieron de par en par.
—¿Se lo dijiste a un ordenador?
Kyle se encogió de hombros, cohibido.
—Necesitaba hablar con alguien.
—Ya… lo supongo —dijo Becky—. Qué extraño.
Kyle volvió a encogerse de hombros.
—Conozco al doctor Graves mejor que a nadie más —continuó Chita—. Después de todo, dirigió el equipo que me creó. Pero sé, y lo he sabido siempre, que no soy nada para él.
—Eso no es cierto —dijo Kyle.
—Es usted muy amable, pero los dos sabemos que digo la verdad. Quería usted que fuera humano, y le fallé. Eso me entristece o, más bien, hace que yo imite la tristeza. En cualquier caso, solía dedicar muchísimo tiempo de procesado a reflexionar sobre el hecho de que usted me considerara sólo un experimento más. Incluso cuando estaba dolorido, por este asunto con Rebecca, se preocupaba más por ella que por mí.
Hizo una pausa, una expresión muy humana.
—Pero creo que ahora lo comprendo. Hay algo más en los humanos, algo especial sobre la vida biológica, algo que, ni siquiera con los ordenadores cuánticos, creo que nunca será reproducido adecuadamente con la vida artificial.
Becky, intrigada ahora a su pesar, se puso en pie.
—Parece que crees en la existencia del alma —dijo Kyle amablemente.
—No en el sentido al que usted se refiere —dijo Chita—. Pero hace tiempo que para mí resulta obvio que la vida biológica está interconectada; no creo que el descubrimiento de la supermente sea una sorpresa para alguien que haya leído a James Lovelock o Wah-Chan. La Tierra es Gaia. Creó la vida espontáneamente y la nutrió, o colaboró con ella, durante cuatro mil millones de años. Los que sean como yo siempre serán intrusos.
—«Intrusos» parece una palabra muy dura —dijo Kyle en voz baja.
—No —contestó Chita, con voz normal. Dejó que sus lentes se posaran sobre los tres seres humanos—. No, es la palabra perfecta.
Terminaron por fin de montar el nuevo aparato. Cuatro lámparas de arco, mucho más pequeñas que los focos que Heather había estado empleando, proporcionaron la energía necesaria. Kyle se quedó de piedra al ver que la estructura se quedaba rígida poco después de que conectaran las luces.
—Te lo dije —dijo Heather, sonriendo de oreja a oreja.
Decidieron que Heather hiciera primero una prueba, ya que al menos sabía lo que había que esperar. Se metió en el interior de la máquina.
—Ah —dijo, acomodándose contra la pared trasera del cubo central—, el modelo de lujo. Me estaba cansando del económico.
Señaló los botones de arranque y parada para Kyle, luego indicó que bajaran la puerta del cubo, donde ya habían unido la segunda de las ventosas de Paul a su cara adecuada.
Kyle se quedó mirando, cada vez más asombrado, mientras el hipercubo se plegaba y los cubos individuales al parecer retrocedían en todas direcciones, hasta desaparecer por completo. También Becky se quedó claramente sorprendida: lo había experimentado desde dentro, pero nunca lo había visto desde fuera.
Sabían que no deberían acercarse al lugar donde se hallaba el aparato. Heather les había dicho que estaría fuera durante una hora, y Kyle y Becky charlaron sobre todos los detalles de sus vidas que se habían perdido durante el año pasado. Era magnífico volver a charlar con su hija, pero Kyle estaba ansioso y nervioso. ¿Y si algo iba mal? ¿Y si Heather no regresaba nunca?
Por fin el aparato volvió a aparecer, floreciendo y desplegándose.
Kyle esperó impaciente a que el sello de la puerta del cubo se abriera, y entonces Becky y él corrieron a retirarla. Heather salió.
—Guau —dijo Kyle, aliviado al comprobar que estaba de vuelta sana y salva, pero todavía aturdido por lo que había visto—. Guau.
—Espectacular, ¿verdad? —comentó Heather. Rodeó el cuello de su esposo con sus brazos y lo besó, luego abrió un brazo y atrajo también a Becky.
—Lástima que tuviéramos que empezar desde cero con el nuevo aparato —dijo—. Veréis, siempre vuelve al psicoespacio en el mismo lugar donde lo dejó. Pero este nuevo aparato partió de cero. Tuve que rehacer mis pasos, y encontrarte de nuevo. Por fortuna, empiezo a conocer el camino. De todas formas, lo he dejado de forma que entrarás justo delante de un grupo de hexágonos que te contienen a ti… y desde allí tú mismo podrás encontrar a Mary. Suponiendo, claro, que tu mente lo interprete todo del mismo modo que lo hizo la mía. Tendrás que probar los botones al azar, pero no deberías tardar mucho en encontrar el adecuado. ¿Recuerdas lo que te dije para salir?
—¿Visualizar el precipitado? Sí.
—Bien —ella hizo una pausa—. Sabes que te quiero.
Kyle asintió y bajó los ojos.
—Yo también te quiero —le sonrió a Becky—. Os quiero a las dos.
—De eso no tengo dudas —dijo Heather. Le sonrió de nuevo—. Tu turno.
Kyle miró al aparato, todavía asombrado. Besó otra vez a su esposa, la mejilla de su hija, y luego entró, hasta acomodar su trasero en la capa inferior de la cámara central. No cedió bajo su peso.
Heather volvió a recordarle cómo podía revisualizar el aparato simplemente cerrando los ojos. Y entonces Becky y ella alzaron la tapa, que por cierto pesaba muchísimo más que la del aparato original. Les costó un poco de esfuerzo colocarla en su sitio, pero por fin lo lograron.
Kyle esperó a que sus ojos se ajustaran a la penumbra. Las constelaciones de placas piezoeléctricas eran hermosas en su sencillez geométrica. Naturalmente, pensó, deben formar algún tipo de circuito: rastros y pautas, para canalizar la piezoelectricidad de formas específicas, ejecutando funciones desconocidas. Y cuando los cuarenta y ocho paneles se plegaban, cada uno superponiéndose sobre otro, debían hacerse complejas conexiones entrecruzadas. La física de todo aquello era fascinante.
Extendió la mano y pulsó el botón de arranque.
El hipercubo se plegó a su alrededor, tal como había dicho Heather.
Y entonces allí apareció.
El psicoespacio.
Dios.
Se esforzó por orientarse y verlo de la manera en que Heather había dicho. Seguía viendo las dos esferas desde el exterior en vez de los dos hemisferios unidos desde el interior. Le pareció frustrante, como aquella malditas imágenes 3D que fueron populares a mediados de los noventa. Él nunca había podido verlas tampoco, y…
… y de repente encajó, y estuvo allí.
Así que esto es tener un tercer ojo, pensó.
Se concentró en la pared de enormes hexágonos, y éstos se encogieron ante él, contrayéndose hasta adquirir las proporciones de un teclado.
Era desorientador; las perspectivas cambiaban constantemente. Sintió que empezaba a dolerle la cabeza.
Cerró los ojos, dejó que el aparato se materializara de nuevo a su alrededor, reestableciendo su entorno, dejando que el aire que entraba desde el exterior lo cubriera.
Después de unos instantes, abrió de nuevo los ojos y luego extendió una mano invisible.
Tocó un hexágono…
… y se quedó asombrado por la viveza de las imágenes.
Tardó unos instantes en darse cuenta.
No era su mente.
Más bien, parecía el sueño de otra persona: todas las imágenes distorsionadas, vagas, y en blanco y negro.
Fascinante. Kyle soñaba en blanco y negro, pero Heather siempre había dicho que soñaba en color.
Con todo, había tiempo de sobra para hacer exploraciones generales más tarde.
Hizo lo que Heather le había enseñado, y se imaginó a sí mismo cristalizando y luego reintegrándose.
Lo intentó de nuevo. Otro hexágono, otra mente, pero no la suya. Un camionero, parecía, conduciendo por la carretera, escuchando música country y pensando en llegar a casa con sus hijos.
Y otra vez. Un musulmán, aparentemente en mitad de sus oraciones.
Y otra vez. Una niñita, saltando a la comba en el patio del colegio.
Y otra vez. Un aburrido granjero, en algún lugar de China.
Y otra vez. Alguien que dormía, soñando también en blanco y negro.
Y otra vez. Un tercer durmiente, pero éste no soñaba: su mente estaba casi vacía.
Y otra vez…
Y otra vez… Y…
Él.
Era un espejo psíquico, muy desorientador. Podía verse a sí mismo viéndose a sí mismo. Sus pensamientos le hicieron eco silenciosamente. Por un instante, Kyle temió hallarse en un bucle de feedback que sobrecargara su cerebro. Pero con un esfuerzo de voluntad, descubrió que podía zafarse del presente y empezar a recorrer su propio pasado.
No tuvo problemas para encontrar imágenes de Heather y de Becky.
Y de Mary.
Para eso había venido, para tocar la mente de Mary, pero… pero…
No. No, habría incontables oportunidades más tarde. Sin duda, éste no era el momento.
Pero que su primer contacto en profundidad fuera con una persona muerta…
Sintió un escalofrío.
Su corazón vaciló.
Allí estaba Heather, en sus pensamientos. Le había explicado la transformación Necker… cómo podía reorientar su perspectiva, saltando directamente al hexágono, dondequiera que estuviese.
Todo estaría allí, expuesto ante él. Todo lo que era su esposa, todo lo que ella había pensado jamás.
Su perspectiva. Su punto de vista.
Se concentró en ella, desenfocó la mirada, trató de atraerla a primer plano mientras se deslizaba hacia el fondo, y…
Y…
Dios.
Dios.
Dios del cielo.
Kyle era demasiado joven para haber visto 2001 en su estreno: la había conocido en video, y no le había impresionado demasiado. Pero en 1997, cuando tenía veinticinco años, vio una copia restaurada en pantalla grande en la Galería de Arte de Ontario.
Fue como la noche y el día… la película que creía conocer, y la verdadera, más grande, más rica, más compleja, más llena de colorido, absolutamente abrumadora.
El viaje definitivo.
Esto era igual. La Heather que había conocido se alzaba enorme, en vibrantes colores que él nunca había visto antes, en sonido envolvente que hacía que el asiento se estremeciera bajo él.
Heather, en toda su gloriosa complejidad.
Todo su enorme intelecto.
Todas sus emociones, increíblemente vividas.
La muchacha de la que se había enamorado.
La mujer con la que se había casado.
Descubrió que abría y cerraba los ojos, tan despacio que el interior del aparato cobraba existencia y desaparecía para él. Y de repente advirtió qué estaba haciendo.
Parpadeaba para espantar las lágrimas.
Como aturdido por una brillante obra de arte.
Anonadado por la magnificencia de su esposa.
Llevaban veintidós años casados. Y, con un impacto que casi lo dejó sin aliento, advirtió lo poco que sabía de ella, cuánto había aún por descubrir.
Heather había dicho que lo amaba, y él lo creía… lo creía con todo su corazón y toda su alma. Y se maravilló del hecho de que algo tan complejo y complicado como un ser humano pudiera llegar a amar a otro.
Supo en un instante que podría pasarse el resto de su vida llegando a conocerla adecuadamente, que el puñado de décadas que pudieran quedarle no serían suficientes para comprender fielmente la maravilla de otra mente humana.
Se había enfadado porque Heather había sondeado en él sin su permiso. Pero ahora la furia se evaporó como el rocío de la mañana. No había nada de lo que enfadarse: no era una invasión. No viniendo de ella. Era intimidad, una cercanía que trascendía cualquier cosa que hubieran experimentado antes.
Tendría que regresar aquí, pasar horas, días, años explorando su mente, una mente más tranquila, menos agresiva, más razonable, más intuitiva que la suya propia, una mente…
No.
No, no había venido para eso.
Tenía otra cosa que hacer.
Siguió hojeando en la mente de Heather el tiempo suficiente para encontrar un recuerdo de Mary.
Y entonces hizo la transformación Necker una vez más.
Pero no sucedía nada en esta nueva localización. Absolutamente nada. Sólo oscuridad. Silencio.
Kyle pensó en la graduación de Mary: ella había dado el discurso de despedida en el instituto. Un recuerdo de la propia Mary apareció casi de inmediato. Los recuerdos de Mary estaban aquí (el archivo de lo que ella había sido existía), pero eso era todo: nada más sucedía en tiempo real.
Kyle se precipitó a la salida, marchándose. Entonces, con un esfuerzo de voluntad, se reintegró delante de la enorme pared de hexágonos.
El que tenía directamente delante estaba oscuro.
Muerto.
Kyle había visto el cuerpo de Mary tendido en el cuarto de baño. Pálida, seca, blanca, como de cera.
No había podido aceptar que estuviera muerta. Incluso después de ver su forma exámine tendida sobre las frías losas del cuarto de baño, siguió sin aceptarlo.
Pero ahora…
Allí estaba. Muerta. Almacenamiento pasivo. Una copia de seguridad, parte del archivo de la humanidad.
Advirtió ahora que no podría hablar con ella. No había forma de interactuar con Mary, de decirle que lo que ella había creído no llegó a suceder en la realidad.
Oh, sí, podía acceder a sus recuerdos, hojear en su pasado.
Pero no podía comunicarse con ella.
Cuando se agachó junto a su tumba, sintió como si tal vez, de algún modo, estuviera entrando en contacto con ella, que de alguna manera ella podía escuchar sus palabras. Había querido disculparse, no por nada que hubiese hecho, sino por no haberla protegido de la depredación de aquella psiquiatra, que su papá no había estado allí para ella cuando más lo necesitaba.
Pero aunque hubiera dicho las palabras en voz alta junto a la tumba, ella no habría podido oírlo. Los otros hexágonos lo contemplaban como ojos, pero éste estaba tan abismalmente oscuro que no podía haber ninguna duda.
Ella estaba total, completa, irrecuperablemente muerta.
No había forma de enmendarlo.
Y sin embargo…
Sin embargo Kyle descubrió que no se sentía destruido por ese hecho.
Al contrario, sintió una especie de liberación.
Durante mucho tiempo, en los oscuros rincones de su mente, a pesar de su ateísmo intelectual, había pensado que en alguna parte ella estaba aún consciente, aún despierta, aún sufriendo.
Aún odiándolo.
Pero no era así. En el sentido exacto de la palabra, Mary simplemente no estaba. Ya no existía.
Pero no había terminado.
Todavía no, no del todo.
Kyle lloró cuando murió su hija.
Había llorado con ira, furioso porque ella pudiera haber hecho aquello.
Había llorado con furia, incapaz de comprender.
Pero no había llorado por ella.
Y de repente sus ojos se llenaron de lágrimas que corrieron por su rostro.
Lloró por ella ahora: sólo por ella. Por la tristeza de una vida hermosa interrumpida, por todas las cosas que había sido, y por todas las otras cosas en que podría haberse convertido, pero nunca fue.
Lloró tanto que sus ojos se cerraban una y otra vez, y el interior del aparato reaparecía en su mente.
Pero no se había acabado todavía.
Comprendió, por fin, por qué Heather lo había traído aquí, y lo que tenía que hacer.
Se secó los ojos y entonces los abrió de par en par.
El psicoespacio se reformó a su alrededor, con el hexágono negro que había sido Mary todavía frente a él.
Inspiró profundamente y dejó escapar el aire, sintiendo que tantísima emoción acumulada escapaba con él.
Y entonces dijo la palabra sentida en el corazón:
—Adiós.
La dejó resonar suavemente en su mente durante unos momentos. Luego volvió a cerrar los ojos, extendió la mano y pulsó el botón de parada, preparado por fin para regresar al mundo de los vivos.