Capítulo 40

El hombre regordete continuó siguiendo a Kyle Graves, que ahora regresaba a Mullin Hall mordisqueando la manzana. El hombre se llamaba Fogarty, y trabajaba para la Asociación de la Banca de Norteamérica. No es que la ABN fuera un gran cliente suyo, pero de vez en cuando Cash lo llamaba para ofrecerle un trabajo.

A Fogarty le agradó que Graves no hubiera ido directamente de su clase al metro. Si lo hubiera hecho, Fogarty no habría tenido oportunidad de ganarse su sueldo hoy. Pero no debería haber problema para encontrar a Graves a solas en su despacho o su laboratorio. La universidad estaba casi desierta en verano, y a primeras horas de la tarde Mullin Hall estaría casi vacío. Fogarty se detuvo en un terminal de noticias callejero y descargó el Globe y el Mail de hoy en un datapad robado. Había recorrido Mullin Hall antes: se sentaría a leer en el vestíbulo del tercer piso un rato, hasta que el edificio se despejara de gente. Entonces se encargaría del problema de Kyle Graves de una vez por todas.


De repente Heather sintió que algo se apoderaba de ella. Su cuerpo invisible, hasta ese momento flotando libremente en el psicoespacio, fue agarrado por una especie de mano gigantesca. Sintió que la apartaban de la pared de hexágonos, cada vez más y más alto. Sin ningún esfuerzo mental por su parte, toda la visión se transformó desde el interior de la esfera hasta la visión exterior de los dos hemisferios, con el remolino de oro y plata y rojo y verde perdiéndose en la distancia.

Dos de las grandes serpientes iridiscentes pasaron volando delante de ella casi simultáneamente, una hacia arriba, la otra hacia abajo. Ella se movía hacia adelante a velocidad de vértigo… o al menos eso pensaba: no había ningún viento discernible a excepción de una sensación casi subliminal del sistema de circulación de aire dentro del aparato.

Los dos globos gigantes quedaron pronto detrás de ella. Durante un instante, se produjo un tercer tipo de transformación Necker que la hizo percibir un trío diferente de dimensiones. Vio el remolino cambiar en una serie de discos planos, de bronce y oro, plata y cobre, como damas de metal o discos de hockey vistos de lado, puestos en fila. El espacio a su alrededor se convirtió en largos y blancos gallardetes.

Pero entonces, casi de inmediato, se transformó de nuevo, de vuelta a la visión interior, dentro de la esfera unida. Surcaba horizontalmente un enorme océano de mercurio. Como un vampiro, no se reflejaba en su brillante superficie, pero de todas formas, instintivamente, alzó las manos para proteger su rostro mientras…

… mientras chocaba con la superficie, que se esparció como mercurio, en un centenar de bolitas…

La transformación Necker de nuevo: ahora veía el exterior, los dos globos tras ella, el remolino delante.

Y siguió avanzando. El impacto, aunque visualmente espléndido, la había dejado completamente ilesa. Pero ahora estaba libre de la esfera.

El remolino ya no era un fondo infinitamente lejano. Ahora se acercaba cada vez más, su superficie rodando y…

… y allí, directamente delante, había una abertura. Un agujero perfectamente pentagonal.

Sí, un pentágono en vez de un hexágono. La única forma poligonal que había visto hasta ahora en todo este reino había sido de seis lados, pero esta abertura sólo tenía cinco.

Mientras se acercaba aún más, vio que no era sólo un agujero. Más bien, se trataba de un túnel, pentagonal de diámetro, que retrocedía, con sus paredes internas resbaladizas y húmedas y azules… un color que hasta ahora no había visto cuando contemplaba el psicoespacio.

Heather supo, de algún modo, que el pentágono era parte de la otra supermente, la extensión que se extendía tentativamente, tratando de contactar con el colectivo humano.

Y de repente se dio cuenta de cuál era su papel, y por qué los centauros se habían tomado tantos problemas para enseñarle a los humanos a construir un aparato para acceder al tetraespacio.

La supermente humano no podía ver dentro de sí misma más de lo que Heather podía hacerlo dentro de su propio cuerpo. Pero ahora que una de sus extensiones triespaciales estaba navegando dentro de ella, podía usar las percepciones de Heather para calibrar exactamente lo que sucedía. Ella era un laparoscopio dentro del inconsciente colectivo, ojos y oídos para toda la humanidad mientras trataba de encontrar sentido a lo que estaba experimentando.

Los centauros se habían equivocado al calibrar la inteligencia humana. Sin duda habían esperado que millones de humanos estuvieran ya explorando el psicoespacio para cuando su supermente tocara por primera vez la nuestra, en vez de sólo a un frágil individuo.

Pero el propósito era claro: necesitaban a la supermente humana para aceptar al recién llegado como un amigo en vez de como una amenaza, para dar la bienvenida a la humanidad en vez de desafiarla. Quizás la supermente de la Tierra no era la primera con la que habían contactado los centauros; quizás un contacto anterior había salido mal, y el sorprendente contacto exterior llenó de pánico a alguna otra supermente alienígena, o la volvió loca.

Heather estaba haciendo algo más que ver simplemente por la supermente. Estaba meditando sus pensamientos; la cola, por un breve instante, agitaba al perro. Observó la presencia alienígena con maravilla y asombro y nerviosismo, y pudo sentir, de una forma extraña, como el equivalente psíquico de la visión periférica, a aquellas mismas emociones propagándose de vuelta a la supermente humana.

Era agradable recibir la bienvenida, era excitante, estimulante, fascinante, y…

… y algo más también.

La ola psíquica cambió, y los pensamientos de la supermente humana cubrieron ahora a Heather, inundándola, sumergiéndola. Era una sensación completamente nueva para la supermente, algo que nunca había experimentado antes. Y sin embargo Heather había tenido una pequeña experiencia personal con este fenómeno, como tenían la mayoría de las extensiones triespaciales. Se encontró meditando de nuevo los pensamientos de la supermente, ayudando a darles forma, ayudando a interpretar.

Y entonces…

Entonces oleadas de nueva sensación, gigantescas y maravillosas olas que chocaban…

Olas abrumadoras.

Toda la supermente humana resonaba con una sola nota, cristalina, una transformación, una trascendencia…

Heather cerró los ojos con fuerza, y el aparato se reformó a su alrededor justo a tiempo, antes de que el tsunami de esta gloriosa sensación nueva pudiera barrerla por completo.


Fogarty desconectó el datapad y se lo metió en el bolsillo de su chaqueta vulgar. Emitió un tañido a plástico contra el aturdidor militar que llevaba allí.

Habían pasado treinta minutos desde que la última persona recorrió el pasillo: el edificio estaba tan muerto como jamás podría estarlo. Cuando Graves entró, Fogarty lo siguió: había advertido que entraba en su despacho, no en el laboratorio.

Fogarty se levantó y deslizó el aturdidor en su gruesa palma. Todo lo que tenía que hacer era tocar el cuerpo de Graves y una descarga bastaría para que el corazón del hombre se detuviese. Con el historial médico de Graves, nadie sospecharía de un atentado. Y aunque lo hicieran, ¿qué? Nadie podría relacionarlo con Fogarty (ni con Cash, para el caso): las descargas de los aturdidores no podían ser rastreadas. Y naturalmente Fogarty tenía todas las manos cubiertas de plastipiel, moldeada con las propias huellas dactilares de Graves; eso no sólo le permitiría engañar a la cerradura de Graves, también le aseguraría que ninguna de sus propias huellas quedaran en la escena.

Fogarty echó una última ojeada al pasillo para asegurarse de que no había nadie, y entonces se encaminó hacia la puerta del despacho de Kyle.

Le importaba un carajo la amenaza a la banca, naturalmente: eso no era asunto suyo. Cash había mencionado que ya habían comprado a un investigador israelí, pero si este tal Graves era tan estúpido como para correr riesgos, bueno, a él no le importaba.

Dio un paso, y…

… y se sintió mareado por un instante, levemente desorientado, aturdido.

Pasó, pero…

Kyle, pensó. Cuarenta y cinco años, según el dossier que Cash le había enviado por correo electrónico.

Padre, marido… Cash había dicho que Graves se había reconciliado hacía poco con su esposa.

Brian Kyle Graves… otro ser humano.

Fogarty acarició el aturdidor.

Sabes, según el dossier, el tipo parecía bastante decente, y…

Y, bueno, desde luego Fogarty no querría que alguien le hiciera algo como esto a él mismo.

Otro paso. Pudo oír el sonido apagado de Graves dictando a su procesador de textos.

Fogarty se detuvo. Cristo, había eliminado a más de dos docenas de problemas el año pasado tan solo, pero…

Pero…

Pero…

No puedo hacer esto, pensó. No puedo.

Se dio la vuelta y se perdió pasillo abajo.


Kyle terminó de dictar su informe y se dirigió a El Abrevadero; había quedado con verse con Stone Bentley allí, cuando éste saliera de una reunión que tenía en el Royal Ontario Museum.

—Pareces de buen humor —dijo Stone cuando Kyle se sentó frente a él.

Kyle sonrió.

—Me siento mejor que en años. Mi hija se ha dado cuenta de que estaba equivocada.

Stone alzó las cejas.

—¡Eso es maravilloso!

—Lo es, ¿verdad? Dentro de unas pocas semanas será mi cumpleaños… no podría pedir un regalo mejor.

Llegó una camarera.

—Un vaso de tinto —dijo Kyle. Stone ya tenía una jarra de cerveza delante.

La camarera se marchó.

—Quiero darte las gracias, Stone. No sé si podría haber superado esto sin ti.

Stone no dijo nada, así que Kyle continuó:

—A veces no es fácil ser hombre. La gente tiende a asumir que somos culpables, supongo. De todas formas, tu apoyo significó mucho para mí. Saber que habías sobrevivido a algo similar me dio… no sé, supongo que «esperanza» es la palabra adecuada.

La camarera llegó y depositó sobre la mesa el vaso de vino de Kyle. Kyle le dio las gracias, y entonces alzó su bebida.

—Por nosotros… un par de supervivientes.

Después de un momento, Stone alzó su cerveza y permitió que Kyle hiciera entrechocar su vaso contra la jarra. Pero Stone no bebió. Depositó de nuevo la jarra en la mesa y su mirada se perdió en la distancia.

—Lo hice —dijo en voz baja.

Kyle no lo entendió.

—¿Perdona?

Stone lo miró.

—Lo hice… esa chica, hace cinco años. La acosé.

Sostuvo la mirada de Kyle durante unos segundos, al parecer buscando una reacción, y entonces miró de nuevo al mantel.

—Pero la estudiante se retractó —dijo Kyle.

Stone asintió de modo casi imperceptible.

—Sabía que había perdido la batalla y estaba recibiendo el desprecio de los otros miembros varones de la facultad. Pensó que le serviría —ahora dio un sorbo a su cerveza—. Fue trasladada a York —se encogió de hombros—. Empezar desde cero.

Kyle no sabía qué decir. Observó el bar durante un rato.

—Yo no… —dijo Stone—. Sé que no es excusa, pero estaba pasando una mala racha. Denise y yo nos estábamos divorciando. Yo… —se detuvo—. Fue una estupidez.

Kyle resopló.

—Te pasaste todo el rato escuchándome hablar sobre mis problemas con Becky.

Stone volvió a encogerse de hombros.

—Creía que eras culpable.

La voz de Kyle se volvió brusca.

—Te dije que no lo era.

—Lo sé, lo sé. Pero si eras culpable, bueno, entonces eras un hijo de puta peor que yo, ¿comprendes? Eres un buen tipo, Kyle… supuse que si un tío como tú podía hacer algo tan malo, bueno, entonces tal vez eso excusara un poco lo que yo hice. Algo que sucede a veces, ya entiendes.

—Por Dios, Stone.

—Lo sé. Pero no volveré a hacerlo.

—Excusas…

—No. No, ahora soy diferente. No sé qué es, pero he cambiado. Algo dentro de mí ha cambiado —Stone se metió la mano en el bolsillo y sacó su tarjeta SmartCash—. Mira, estoy seguro de que no quieres volver a verme. Me alegro de que las cosas se resolvieran con tu hija. Me alegro, de verdad.

Se levantó para marcharse.

—No —dijo Kyle—. Quédate.

Stone vaciló unos instantes.

—¿Estás seguro?

Kyle asintió.

—Estoy seguro.


El martes por la mañana, Heather subía los escalones de Mullin Hall, los brazos llenos de libros que quería tener a mano en el laboratorio de Kyle para la conferencia de prensa de mañana. La humedad era piadosamente baja hoy, y el cielo era un prístino cuenco azul.

Justo delante de ella había un tipo de aspecto familiar con una chaqueta Varsity Bluces con el nombre «Kolmex» bordado… el mismo trozo de carne que había dejado que la puerta de Sid Smith les diera en la cara a Heather y Paul hacía dos semanas.

Pensó en llamarlo, pero para su sorpresa, cuando él llegó a la puerta, se detuvo, miró alrededor como para asegurarse de que venía alguien, divisó a Heather, abrió la puerta y la sujetó.

—Gracias —dijo ella al pasar.

Él le sonrió.

—No hay de qué. Que tenga un buen día.

Lo curioso, pensó Heather, era que parecía decirlo en serio.

Загрузка...