Capítulo 18

Al principio pareció que no ocurría nada. Pero luego Heather notó una sensación de caída en el estómago, como si se hallara en un ascensor que se desplomara rápidamente por su hueco. Un momento después, le zumbaron los oídos.

Golpeó con el puño el botón de parada…

… y todo regresó a la normalidad.

Heather esperó a que su respiración se calmara. Probó la puerta, la abrió un poco.

Muy bien: podía detener el proceso en cualquier momento, y podía salir cuando quisiera.

Así que decidió probarlo de nuevo. Cerró los ojos, acumulando fuerzas, y luego tiró de la ventosa para volver a cerrar la puerta, y extendiendo el dedo índice, tocó el centro de la zona del panel que tenía delante, circunscrita por el círculo cerrado.

Heather sintió que el estómago volvía a darle un vuelco, y sus oídos, aún no recuperados del anterior embotamiento, le dolieron un poco.

Y delante de ella, las constelaciones de cuadrados fosforescentes empezaron a moverse, a regruparse, mientras…

Mientras el hipercubo desplegado que ella había construido empezaba a plegarse sobre sí mismo, moviéndose en ana o kata, hasta formar un teseracto, con Heather en su centro.

Ella se sintió doblarse, y aunque el paisaje a su alrededor no era más que pautas aparentemente aleatorias de pintura piezoeléctrica, parecía que el diseño visible en su visión periférica izquierda era el mismo que podía detectar a la derecha. Los bordes rectos de los paneles cuadrados se curvaban hacia dentro y hacia afuera, ahora convexos, ahora cóncavos. A la tenue luz, Heather miró su cuerpo y lo vio estirado y aplastado, como si alguien hubiera pintado una imagen suya sobre papel y luego hubiera pegado el papel en el interior de un cuenco.

Sin embargo, a excepción de la innegable sensación de movimiento rápido en su estómago y los cambios de presión en los oídos, y las estrellas apareciendo una y otra vez ante sus ojos (un fenómeno, lo sabía, asociado también con los cambios de presión), no había ninguna incomodidad real. Podía ver cuanto la rodeaba plegándose y doblándose, y podía verse a sí misma haciendo las mismas cosas, pero sus huesos se retorcían sin romperse.

El plegamiento continuó. Todo el proceso no duró más de unos pocos segundos, a juzgar por el metrónomo desbocado de su corazón latiéndole en los oídos, pero mientras sucedía, parecía que el tiempo se atenuaba.

Y entonces, de repente, todo dejó de moverse. La transformación se había completado: estaba atrapada dentro de un teseracto.

No.

Luchó por calmarse. No, no estaba atrapada. A cada paso, había podido detener el proceso, escapar. Los alienígenas, fueran quienes fuesen, no se habrían tomado tantísimas molestias sólo para hacerle daño. Todavía estaba al mando, se recordó a sí misma. Era una visitante voluntaria, no una prisionera.

Pero sentía que debía haber algo más que la simple sensación de espacio plegándose sobre sí mismo. Estaba claro que los centauros no se habrían pasado diez años enseñándole a la humanidad cómo construir una pintoresca atracción de feria. Tenía que haber más…

Y lo había.

De repente, el teseracto se abrió de golpe, los paneles separándose por los bordes. Fue igual que una película acelerada de una flor cuando se abre, llena de gracia y silencio absoluto.

Los paneles parecieron perderse en el infinito, cada uno corriendo en una dirección distinta. Heather sintió que flotaba libremente.

Pero no en el espacio.

Al menos, no en el espacio abierto.

Heather se estiró, extendiendo sus brazos y piernas. Había aire que respirar, y veía una luz multicolor.

Miró su cuerpo…

… y no pudo verlo.

Podía sentirlo: su autopercepción funcionaba correctamente. Pero había perdido la forma material.

Eso le hizo pensar que todo era una alucinación.

El aire no parecía más denso que el aire normal, pero podía nadar en él, chapoteando con las manos o pataleando con los pies.

Entonces se le ocurrió de repente: si los paneles se habían dispersado, lo mismo habría hecho el botón de parada.

La adrenalina la inundó. Maldición, ¿cómo podía haber sido tan estúpida?

No. No. No existían las experiencias extracorpóreas. Tenía que ser algún tipo de alucinación… lo que significaba que todavía estaba en el aparato desplegado, encogida aún en aquel reducido espacio.

Y el botón de parada tenía que estar todavía delante de ella, muy cerquita, a la derecha del centro.

Extendió un brazo.

Nada.

Otra oleada de pánico la recorrió. Tenía que estar allí.

Cerró los ojos.

Y medio segundo después una imagen mental del interior del artilugio se formó a su alrededor, con el mismo aspecto, en su mente, que tenía al principio.

Abrió los ojos, y el aparato desapareció; los cerró, y apareció de nuevo. Había un leve retraso, más que suficiente para que la persistencia de la visión desapareciera, antes de que se produjera cada cambio.

Así que era una ilusión. Cerró los ojos, dejó que el aparato reapareciera en su mente, extendió la mano, pulsó el botón de parada, abrió los ojos, vio que los paneles regresaban velozmente, y entonces sintió que el hipercubo se desplegaba a su alrededor, torciéndose y doblándose, lo contrario que la danza anterior.

Un minuto después, la imagen que veía con los ojos abiertos y cerrados era la misma: el aparato se había reintegrado. Estaba de vuelta en su despacho, en la universidad, lo sentía en los huesos. De todas formas, para demostrarlo de forma absoluta, manipuló la puerta del cubo (empezaba a aprender a desmontarla) y salió. La luz de los focos teatrales le lastimó los ojos.

Muy bien: podía regresar a casa cuando quisiera. Ahora era el momento de explorar.

Volvió a entrar, colocó la puerta en su sitio, inspiró profundamente, y pulsó el botón de arranque.

Y el hipercubo se plegó a su alrededor una vez más.

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