Capítulo 28

Sí, era Kyle.

Heather lo supo de inmediato.

Primero, la visión que los ojos de Kyle veían en este momento: su despacho en la Universidad de Toronto. No el laboratorio, sino su despacho en forma de cuña, al fondo del pasillo. Heather había estado allí un millón de veces; no podía confundirla. En una pared se encontraba el poster enmarcado del Festival Internacional de Autores de Harbourfront. Otro poster mostraba a un Allosaurus del Real Museo de Ontario. Su mesa estaba cubierta de papeles, pero sobre un montón destacaba un holo enmarcado en oro de la propia Heather. Kyle veía los colores con un tono un poco más azul que ella. Heather sonrió ante la idea: nadie había acusado nunca a su marido de ver el mundo de color de rosa.

Heather creía conocer a Kyle, pero estaba claro que lo que conocía era tan solo una fracción diminuta, la punta del iceberg, la sombra en la pared. Él era mucho más de lo que había imaginado: tan complejo, tan introspectivo, tan increíble, intrincadamente vivo.

Las imágenes fluctuaban en la periferia de la atención de Kyle. Heather sabía que el problema con Becky lo había estado molestando muchísimo, pero no tenía ni idea de que estuviera constantemente en su mente.

La mirada de Kyle se dirigió a su reloj. Era un hermoso digital suizo; Heather se lo había regalado en su décimo aniversario de boda. Grabado en el dorso, lo sabía, estaban las palabras:


Para Kyle: maravilloso esposo, maravilloso padre.

Amor, Heather


Pero ningún eco de esas palabras pasó por la consciencia de Kyle: simplemente estaba consultando la hora. Eran las 3:45 de la tarde.

¡Dios mío!, pensó Heather. ¿De verdad era tan tarde? Llevaba dentro del aparato un total de cinco horas. Se había olvidado por completo de su reunión de las dos.

Kyle se levantó, decidiendo evidentemente que era hora de marchar a su clase. El impulso visual osciló salvajemente mientras se incorporaba, pero no pareció desconcertante para Kyle, aunque Heather, con acceso solamente a su consciencia y no a las señales de equilibrio inconscientes que su oído interno retransmitía, se sintió bastante mareada.

Cuando Heather entró en el aparato era una mañana soleada, y el parte meteorológico anunció que el sol prevalecería durante el resto del día. Pero aquí, en el exterior, en St. George Street, Kyle no veía el día como algo brillante o hermoso. Le parecía nublado; Heather había oído antes la expresión «vivir bajo una nube», pero nunca había apreciado lo cierta que podría ser.

Él continuó su camino, dejando atrás los cochecitos y camionetas aparcados en la acera que vendían perritos calientes y bocadillos, o comida china… con, como si las recetas pudieran entenderse, los menús escritos solamente en chino.

Kyle se detuvo. Sacó la cartera, cogió su SmartCash y, para sorpresa de Heather, se dirigió al vendedor de perritos.

Kyle había cuidado mucho de su dieta desde que tuvo problemas coronarios hacía cuatro años: había dejado de comer carne roja, comía (aunque realmente no le gustaba) mucho pescado, tomaba aspirina cada día y había sustituido la mayor parte de su cerveza por vino tinto.

—¿Lo de siempre? —preguntó una voz con acento italiano.

Lo de siempre, pensó Heather, helada. Lo de siempre.

Kyle asintió.

Heather vio a través de los ojos de Kyle cómo el hombrecillo retiraba de la parrilla una salchicha roja oscura, tan gruesa que parecía una sección arrancada del mango de un bate de baseball, y la metió en un panecillo con sésamo. Usó entonces las mismas pinzas que había empleado para recoger un puñado de cebollas fritas y acumularlas en lo alto de la salchicha.

Kyle le tendió su tarjeta al hombre, esperó a que se transfiriera el dinero, roció el perrito de mostaza y tomate, y luego continuó calle abajo, comiendo mientras caminaba.

Sin embargo, aquello no le proporcionó ningún placer. Estaba desobedeciendo las indicaciones del médico (y, sí, Heather pudo detectar el retortijón de dolor por lo que ella misma pensaría, si lo supiera), pero no lo hacía más feliz.

Solía comer así, claro. Antes del ataque al corazón. Nunca pensó que podría sucederle a él.

Pero ahora… ahora debería tener cuidado. Debería estar intentando cuidarse.

Lo de siempre.

La idea estaba allí, justo bajo la superficie.

Ya no le importaba.

No le importaba si vivía o moría.

El jugo caliente del perrito le quemó el paladar.

Pero el dolor se perdió contra la constante agonía de fondo de la vida de Kyle Graves.

Heather se sintió enormemente culpable por la forma en que estaba invadiendo la intimidad de su marido. Nunca había soñado con espiarlo, pero ahora estaba haciendo más que eso. En un sentido muy real, se había convertido en él, y experimentaba todo lo que él hacía.

Kyle continuó por St. George abajo hasta llegar a Willcocks, luego cortó camino hasta New College. Tres estudiantes le dijeron «Hola» mientras entraba; Kyle les devolvió el saludo sin reconocerlos. Su sala de conferencias era grande y de forma extraña, más romboide que rectangular.

Kyle se dirigió a la parte delantera. Una estudiante llegó corriendo, obviamente con la esperanza de hablar con él antes de que empezara la clase.

Kyle la miró y…

Qué bombón.

Heather se enfureció por el pensamiento.

Y entonces miró ella también a la chica.

«Bombón» era una buena palabra. Tenía que tener diecinueve o veinte años, pero no parecía mayor de dieciséis. Con todo, era atractiva: pelo rubiasco con un complicado peinado, grandes ojos azules, labios rojo brillante.

—Profesor Graves, sobre el trabajo que nos encargó…

—¿Sí, Cassie?

No conocía los nombres de ninguno de los estudiantes que lo saludaron en el pasillo, pero sí sabía el de la muchacha.

—Me pregunto si tenemos que usar el modelo de Durkan sobre consciencia IA, o si podemos basarnos en cambio en el modelo de Muhammed.

Heather sabía por recientes conversaciones con Kyle que el modelo de Muhammed era muy innovador. Kyle debería estar impresionado por la pregunta.

Bombón, pensó de nuevo.

—Puedes utilizar el de Muhammed, pero tendrás que tener en cuenta la crítica de Segal.

—Gracias, profesor.

Ella le dirigió una sonrisa de megavatios y se dio la vuelta para marcharse. La mirada de Kyle siguió su prieto culito mientras subía los peldaños hasta uno de los asientos de las filas del medio.

Heather estaba asombrada. Nunca había oído a Kyle hacer ningún comentario inadecuado sobre ninguna estudiante. Y ésta, de entre todos, era tan juvenil, como una niña que pretendiera ser adulta…

Kyle empezó a exponer su lección. Lo hizo en piloto automático: nunca había sido un profesor inspirado, y lo sabía. Su fuerte era la investigación. Mientras repasaba el material que había preparado, Heather, ahora orientada en su mente, decidió presionar. Se había acercado al precipicio pero, lo advertía ahora, había vacilado antes de saltar.

Pero era la hora.

Había llegado hasta aquí, había encontrado la mente adecuada entre siete mil millones de posibilidades. No podía renunciar ahora.

Se decidió.

Rebecca.

Se concentró en el nombre, mientras conjuraba una imagen. Rebecca.

Cada vez con más fuerza, gritando en su mente, construyendo una buena y exacta versión de su rostro.

¡Rebecca!

Lo intentó una vez más, rivalizando con el grito «¡Stella!» de Stanley Kowalski.

¡Rebecca!

Nada. Solicitar sin más los recuerdos no los hacía aparecer. Antes había tenido éxito concentrándose en la gente, pero por algún motivo, los recuerdos pasados de Kyle estaban bloqueados.

¿O reprimidos?

Tenía que haber un modo. Cierto, su cerebro no estaba preparado para acceder a memorias externas, pero era un instrumento adaptable y flexible. Era sólo cuestión de encontrar la técnica adecuada, la metáfora adecuada.

Metáfora. Había conectado su mente con la de Kyle. No tenía control sobre su cuerpo: no había conseguido detener al violador francés, y ahora intentaba algo más sutil, que Kyle mirara al suelo durante un instante. Pero no funcionó. Sus ojos simplemente recorrieron a los estudiantes, sin conectar realmente con ninguno de ellos. La metáfora que su mente había adaptado para sus circunstancias actuales era la de un pasajero que viajara tras los ojos de Kyle. Había parecido una forma natural de organizar la experiencia. Pero sin duda no era el único medio. Sin duda había otro método, más activo.

Siguió intentando acceder a aquello que pretendía, pero a excepción de las huidizas y duras imágenes de la acusación de Becky que bailaban siempre en los bordes de su consciencia, Heather no pudo encontrar ningún recuerdo de Kyle hacia su hija menor.

Загрузка...