Sonó el timbre de la puerta del laboratorio. Dos estudiantes de postgraduado trabajaban con Kyle. Uno de ellos se acercó a la puerta, que se abrió para él.
—Me gustaría ver al profesor Graves —dijo el hombre que apareció al otro lado.
Kyle alzó la mirada.
—El señor Cash, ¿verdad? —dijo, cruzando la habitación con la mano extendida.
—Eso es. Espero que no le importe que venga sin una cita, pero…
—No, no. En absoluto.
—¿Hay algún sitio donde podamos hablar?
—En mi despacho —se volvió hacia uno de los estudiantes—. Pietro, mira a ver si puedes hacer algún progreso con el piojo de indeterminación, ¿quieres? Volveré en unos minutos.
El estudiante asintió, y Kyle y Cash se dirigieron hasta la cuña que Kyle tenía por despacho al fondo del pasillo curvo. Cuando entraron, Kyle le quitó el polvo a la segunda silla, mientras que Cash admiraba el poster del Allosaurus.
—Disculpe el desorden —dijo Kyle. Cash ocupó con esfuerzo la silla.
—Ha tenido usted un fin de semana, profesor Graves. Espero que haya tenido oportunidad de considerar la oferta de la banca.
Kyle asintió.
—Lo he considerado, sí.
Cash esperó pacientemente.
—Lo siento, señor Cash. La verdad es que no quiero dejar la universidad. Este lugar ha sido muy bueno conmigo siempre.
Cash asintió.
—Sé que conoció aquí a su esposa, y sacó aquí sus tres licenciaturas.
—Exactamente —se encogió de hombros—. Es mi hogar.
—Creo que la oferta que le hice era generosa.
—Lo era.
—Pero si es necesario, puedo ofrecer más.
—No es una cuestión de dinero: se lo decía a otra persona esta mañana. Me gusta estar aquí, y me gusta realizar investigaciones que vayan a ser publicadas.
—Pero el impacto sobre la banca…
—Comprendo que haya problemas potenciales. ¿Cree que quiero causar el caos? Todavía nos encontramos a años de suponer una amenaza real a la seguridad de las tarjetas inteligentes. Mírelo de esta forma: ya saben de antemano que los ordenadores cuánticos van a existir; ahora pueden ponerse a trabajar en una nueva forma de codificación. Sobrevivieron ustedes al año 2000, y sobrevivirán a esto.
—Esperaba tratar con esta situación de la forma más eficaz posible —dijo Cash—, con el menor coste.
—Comprándome —dijo Kyle.
Cash guardó silencio.
—Hay mucho en juego, profesor. Dígame cuál es su precio.
—Para enorme satisfacción propia, señor Cash, he descubierto que no lo tengo.
Cash se puso en pie.
—Todo el mundo tiene un precio, profesor. Todo el mundo —se encaminó hacia la puerta del despacho—. Si cambia de opinión, hágamelo saber.
Y con eso, se marchó.
Heather tenía que convencer de la verdad a la única hija que le quedaba. Si la familia iba a reconciliarse alguna vez, tenía que empezar por Becky.
Pero eso planteaba una cuestión mayor.
¿Cuándo iba Heather a hacer público su descubrimiento del psicoespacio?
Al principio lo había mantenido en secreto porque quería desarrollar una teoría suficiente para publicarla.
Pero ahora la tenía… de sobra.
Y sin embargo no la había hecho pública. Todo lo que haría falta para establecer su prioridad sería un anuncio preventivo en el grupo de noticias de la Señal Alienígena. Las revistas académicas vendrían luego, pero podría anunciar el descubrimiento en este mismo momento, si quisiera.
Platón había dicho que una vida sin análisis no merece la pena ser vivida.
Pero se refería a los auto-análisis.
¿Quién podía vivir con el conocimiento de que cualquiera y a la vez todo el mundo podría estar examinando sus pensamientos? ¿Qué sucedería con la intimidad? ¿Con los secretos comerciales? ¿Con la justicia? ¿Con las relaciones internacionales?
Lo cambiaría todo… y Heather no estaba segura de que fuera a ser para mejor.
Pero no… no era por eso por lo que lo mantenía en secreto. No se trataba de ninguna elevada preocupación por la intimidad de la gente, aunque le gustaba pensar que al menos estaba teniéndolo en cuenta; a excepción de Kyle, se había abstenido de ceder a la tentación y había permanecido alejada de las mentes de las demás personas que conocía personalmente.
No, el verdadero motivo era mucho más sencillo: le gustaba, al menos por el momento, ser la única persona que tenía este poder. Tenía algo de lo que no disponía nadie más… y no quería compartirlo.
No estaba orgullosa del hecho, pero allí estaba. ¿Pasaba Supermán aunque fuera un segundo tratando de pensar una forma de ceder superpoderes al resto de la humanidad? Por supuesto que no; se los quedaba para sí. ¿Entonces por qué tendría que ser su primera prioridad compartir el suyo?
Todavía tenía que encontrar algo en el psicoespacio que se correspondiera directamente con los arquetipos jungianos. No podía señalar una parte cualquiera del remolino y decir que representaba el pozo de los símbolos humanos, no podía señalar a un grupo de hexágonos y decir que albergaba al arquetipo del guerrero-héroe. Y sin embargo reflexionar solamente sobre qué hacer respecto a su descubrimiento le daba sabiduría sobre su propia mente.
Primero y principal, ¿qué era ella? ¿Madre? ¿Esposa? ¿Científico?
Había arquetipos de padres, y había arquetipos de esposas… pero el concepto occidental de la científico no tenía una definición jungiana.
Había tomado la misma decisión una vez antes. Su carrera podía esperar; la ciencia podía esperar. La familia era más importante.
Y con este descubrimiento, podría demostrarle a Becky que su padre no había abusado de ella… igual que Heather se lo había demostrado a sí misma. Eso era lo que importaba ahora mismo.
Una forma de demostrarlo sería enseñarle a Becky los archivos de su propia mente. Pero seguía quedando el problema de cómo distinguir recuerdos reales de recuerdos falsos. Después de todo, los recuerdos falsos parecían claramente genuinos, o Becky nunca los habría creído en primer lugar: podían parecer tan reales como cualquier otro recuerdo, incluso cuando los viera desde dentro, pero…
¡Pero no se podría hacer el salto Necker a otra persona!
¡Naturalmente!
Sin duda que el salto Necker, entrar en la mente de alguien que también recordara la misma escena, no podría funcionar si los recuerdos eran falsos. No habría ningún recuerdo correspondiente en otra persona, ningún puente entre las dos mentes.
Heather, si aún tuviera alguna duda sobre la culpa de Kyle, podría violar la intimidad de Becky, encontrar los recuerdos falsos, y demostrarse a sí misma la incapacidad de pasar desde el punto de vista de Becky al de Kyle.
Pero…
Pero no. No tenía ninguna duda ya.
Y además…
Además, una cosa era buscar recuerdos que esperaba por Dios que no estuvieran allí. Otra sería ver, aunque fuera falsa, la escena en cuestión. Que la propia Becky, que ya tenía aquellas repugnantes imágenes grabadas a fuego, experimentara la incapacidad de hacer el salto Necker. Para Heather, incluso una representación falsa de su marido haciendo daño a su hija era algo de lo que no quería ser testigo.
Con todo, Becky podría querer más pruebas. Y podía hacerlo, naturalmente, rehaciendo los pasos de Heather, mirando directamente en la mente de Kyle.
Kyle quedaría completamente exonerado… ¿pero mejorarían las cosas entre padre e hija si, aunque ese demonio se despejara, Becky descubriera que su padre realmente quería más a su otra hija, que fue realmente un accidente que forzó sus finanzas cuando los dos eran todavía estudiantes, que su padre tenía pensamientos básicos, pensamientos innobles?
¿Era ese realmente el camino de la cura?
No, no… esa no era la respuesta.
Y, de todas formas, había un camino mejor.
Que Becky mirara en la mente de su psiquiatra, que viese la manipulación, las mentiras.
Por sí solo, eso tal vez no eliminara por completo las dudas de Becky. Como la propia Heather había pensado, aunque los métodos de la psiquiatra fueran inadecuados y tendenciosos, eso no demostraba necesariamente que no había habido ningún abuso. Pero unido a la demostración de que los recuerdos de Becky eran falsos, compartidos por nadie más, quedaría convencida por completo.
Era hora de empezar a sanar.
Heather cogió el teléfono y llamó a Becky.
El Distrito de la Moda, donde Becky vivía y trabajaba, estaba sólo a unas cuantas manzanas de la universidad, así que Heather le pidió a Becky que se reuniese con ella en El Abrevadero para almorzar. Durante los días que había pasado sondeando la mente de Kyle, había descubierto muchas cosas hasta entonces desconocidas sobre su marido, entre ellas la afición que había desarrollado hacia este lugar ante el que la propia Heather había pasado de largo un millón de veces.
Heather sabía que Kyle estaba dando clases ahora mismo: no podía producirse un encuentro accidental.
Había visto el interior de El Abrevadero a través de la mente de Kyle; al buscar los recuerdos que Kyle tenía de Becky, había encontrado la ocasión en que Kyle se confesó aquí ante Stone Bailey.
Sin embargo, fue sorprendente ver el verdadero restaurante. Primero, naturalmente, los colores le parecieron diferentes a Heather que dentro de la mente de Kyle.
Pero había mucho más que eso. Kyle había almacenado solamente algunos de los detalles. Gran parte de lo que componía su memoria era interpretación o extrapolación. Oh, sí, recordaba el holoposter de Molson con la apabullante conejita esquiadora rubia… pero no recordaba los otros posters enmarcados en las paredes. Y recordaba los manteles como un rojo uniforme, cuando de hecho estaban cubiertos de diminutos cuadros rojos y blancos.
Era el lunes 14 de agosto; Becky trabajaba en la tienda de ropas el sábado completo y el domingo de esta semana, pero tenía libres el lunes y el martes. Con todo, llegó tarde, y cuando finalmente entró, no parecía feliz.
—Gracias por venir —dijo Heather mientras Becky se sentaba frente a ella, al otro lado de la mesita redonda.
El rostro de Becky era sombrío.
—Sólo he accedido a venir porque dijiste que él no estaría presente.
No había ninguna duda de a quién se refería.
Heather había esperado algún cumplido, alguna noticia de la vida de su hija. Pero al parecer no había nada de eso. Asintió con seriedad y dijo:
—Tenemos que resolver este asunto con tu padre.
—Si vas a proponerme un acuerdo extra-judicial, quiero que esté presente mi abogado.
Heather sintió como si le hubieran dado un golpe en la cara. Tragó aire y luego por fin consiguió decir:
—No habrá ningún pleito.
—Yo tampoco quiero que lo haya —dijo Becky, ablandándose un poco. Nunca había sido buena poniendo caras serias—. Pero él arruinó mi vida.
—No, no lo hizo.
—No he venido a escuchar cómo lo defiendes. Excusarlo es tan malo como…
—¡Cállate! —Heather se sorprendió por lo agudo de su tono de voz.
Becky abrió mucho los ojos.
—Simplemente cállate —repitió Heather—. Te estás poniendo en ridículo. Cállate antes de que digas algo que lamentarás.
—No tengo que soportar eso —dijo Becky. Empezó a ponerse en pie.
—Siéntate —ordenó Heather.
Los pocos clientes empezaron a mirarlas. Heather miró a los ojos al que tenía más cerca. El hombre volvió a su sopa.
—Puedo demostrar que tu padre no abusó de ti —dijo Heather—. Puedo demostrarlo absolutamente, más allá de la sombra de la duda, hasta el grado de certeza que quieras.
Becky se quedó boquiabierta. Contemplaba a su madre con una expresión de sorpresa en el rostro.
El camarero eligió ese momento para llegar.
—Hola, señoras. ¿Puedo…?
—Ahora no —respondió Heather. El camarero pareció molesto, pero desapareció rápidamente.
Becky parpadeó.
—Nunca te había oído hablar así.
—Es porque estoy harta de toda esta puñetera historia —Becky parecía aún más sorprendida: nunca había escuchado a su madre decir «puñetero»—. Ninguna familia tendría que pasar por lo que ha pasado la nuestra.
Hizo una pausa, respiró hondo.
—Mira, lo siento. Pero esto tiene que terminar… de una vez. No puedo soportarlo más, ni tu padre tampoco. Tienes que venir conmigo a mi despacho.
—¿Qué vas a hacer? ¿Hipnotizarme para que no crea lo que sé que es verdad?
—Nada de eso.
Hizo señas al camarero, y mientras éste se acercaba, con timidez, Heather le dijo a su hija:
—No pidas mucho de beber: no vas a tener oportunidad de orinar fácilmente durante unas cuantas horas.
—En nombre de Dios, ¿qué es eso?
La expresión de Becky era de sorpresa absoluta. Heather no pudo dejar de sonreírle.
—Eso, querida, es lo que los centauros intentaban enseñarnos a hacer. ¿Ves las pequeñas placas que componen los paneles mayores? Cada una de ellas es una representación pictórica de uno de los mensajes alienígenas.
Becky se acercó al aparato para mirarlo mejor.
—Vaya que sí —dijo. Se enderezó y miró a Heather—. Mamá, sé que todo esto ha sido muy duro para ti…
Heather no pudo evitar echarse a reír.
—¿Crees que la presión ha sido demasiada para mí? ¿Que no pude resolver los mensajes y que me he pasado el tiempo dándoles vueltas y construyendo cachivaches?
—Bueno… —dijo Becky, y señaló al aparato, como si su propia existencia lo dejara bien claro.
—No es nada de eso, cariño. Esto es lo que los centauros querían que hiciéramos con sus mensajes. La forma… es un hipercubo desplegado.
—¿Un qué?
—La contrapartida tetra dimensional de un cubo. Los brazos se pliegan y los extremos se tocan, y todo se convierte en un sólido geométrico regular en cuatro dimensiones.
—¿Y con eso qué se consigue exactamente? —preguntó Becky, parecía muy dudosa.
—Te transporta a un reino tetradimensional. Te permite ver la realidad tetradimensional que nos rodea.
Becky guardó silencio.
—Mira —dijo Heather—, lo único que tienes que hacer es meterte dentro.
—¿Meterme ahí dentro?
Heather frunció el ceño.
—Sé que tendría que haberlo hecho más grande.
—Así que estás diciendo… ¿estás diciendo que esto es una especie de máquina del tiempo, y… y que me hará viajar hacia atrás para ver lo que hizo papá?
—El tiempo no es la cuarta dimensión —dijo Heather—. La cuarta dimensión es una dirección espacial, exactamente perpendicular a las otras tres.
—Ah.
—Y aunque todos parezcamos ser individuales cuando nos vemos en tres dimensiones, en realidad somos parte de un todo mayor cuando se nos ve en cuatro.
—¿De qué estás hablando?
—Estoy hablando de lo que sé… lo sé con certeza moral: tu padre no abusó de ti. Y tú también podrás saberlo.
Becky guardó silencio.
—Mira, todo lo que estoy diciendo es verdad —dijo Heather—. Lo haré público muy pronto… probablemente. Pero quería que tú lo supieras primero, antes que nadie más. Quiero que mires dentro de otra mente humana.
—¿Dentro de la de papá, quieres decir?
—No. No, eso no estaría bien. Quiero que veas a tu psiquiatra. Te diré cómo encontrar su mente. Creo que no deberías entrar en la mente de tu padre, no sin su permiso. Pero esa maldita psiquiatra… no le debemos nada a esa zorra.
—Ni siquiera la conoces, mamá.
—Oh, claro que la conozco. Fui a verla.
—¿Qué? ¿Cómo? Si ni siquiera sabes su nombre.
—Lydia Gurdjieff. Su consulta está en Lawrence West.
Becky se quedó visiblemente sorprendida.
—¿Sabes qué intentó hacerme? —preguntó Heather—. Trató de hacer que explorara en los abusos que sufría manos de mi propio padre.
—Pero… pero tu padre… tu padre…
—Murió antes de que yo naciera. Aunque era categóricamente imposible que mi padre hubiera abusado de mí, dijo que yo mostraba todos los signos clásicos. Es una buena charlatana, créeme. Casi me hizo creer que alguien había abusado también de mí. No mi padre, claro, pero sí algún otro pariente.
—No… no lo creo. Te lo estás inventando —Becky señaló al aparato—. Te lo estás inventando todo.
—No. Puedes demostrártelo a ti misma. Verás a Gurdjieff implantando los recuerdos en ti desde su punto de vista, y te demostraré cómo puedes demostrar a tu vez que los recuerdos que tienes son falsos. Vamos, entra dentro del aparato y…
Becky sonaba medio alerta, medio desesperada.
—¿El aparato? ¿Así es como lo llamas? ¿No el «centaurimóvil»?
Heather consiguió hablar con tono neutral.
—Tendría que presentarte a Chita… un amigo de tu padre. Tenéis un sentido del humor parecido —inspiró profundamente—. Mira, soy tu madre y nunca te haría daño. Confía en mí: intenta lo que digo. No podremos comunicarnos cuando tengas los ojos abiertos ahí dentro, pero cuando los cierres, después de unos segundos el interior del aparato reaparecerá en tu mente. Si necesitas más ayuda, pulsa el botón de parada.
Lo señaló.
—El hipercubo se desplegará, podrás abrir la puerta, y yo podré decirte qué hacer a continuación. No te preocupes: cuando pulses el botón de arranque, aparecerás exactamente donde lo dejaste —hizo una pausa—. Ahora, por favor, entra. Hace bastante calor ahí dentro, por cierto. No te pediré que entres sólo con el sujetador y las bragas como yo, pero…
—¿Con el sujetador y las bragas? —dijo Becky, aturdida.
Heather volvió a sonreír.
—Confía en mí, querida. Ahora entra.
Cuatro horas más tarde, Heather ayudó a Becky a quitar la puerta del cubo, y Becky salió del aparato, aceptando una mano de su madre.
Becky permaneció en silencio durante un instante, las lágrimas corriéndole por las mejillas, claramente sin palabras. Entonces se derrumbó en brazos de su madre.
Heather acarició el pelo de su hija.
—No pasa nada, querida. Ya no pasa nada.
Todo el cuerpo de Heather temblaba.
—Fue increíble —dijo—. No se parecía a nada que haya experimentado jamás.
Heather sonrió.
—¿Verdad que no?
La voz de Becky se volvía más firme.
—Ella me utilizó —dijo—. Me manipuló.
Heather no dijo nada, y aunque le dolía ver a su hija tan dolorida, su corazón se alegró.
—Ella me utilizó —repitió Becky—. ¿Cómo pude ser tan estúpida? ¿Cómo pude equivocarme tanto?
—No importa —dijo Heather—. Ya se acabó.
—No. No se acabó —dijo Becky. Todavía estaba temblando, y el hombro de Heather estaba mojado por sus lágrimas—. Todavía queda papá. ¿Qué voy a decirle a papá?
—Lo único que puedes decirle. Lo único que hay que decir. Que lo sientes.
La voz de Becky sonó increíblemente débil.
—Pero nunca volverá a quererme.
Heather alzó suavemente la cabeza de Becky colocándole una mano bajo la mejilla.
—Sé con seguridad, cariño, que nunca ha dejado de hacerlo.