Capítulo 19

Kyle entró en su laboratorio a la mañana siguiente y sacó a Chita del modo de suspensión.

—Buenas, doctor Graves.

—Buenas, Chita —Kyle consultó su correo electrónico en otra consola.

Chita esperó, quizás deseoso de que Kyle hiciera algún comentario más sobre su saludo informal. Pero, después de un momento, añadió:

—Me he estado preguntando, doctor Graves. Si tuviera usted éxito y creara un ordenador cuántico, ¿cómo me afectaría eso?

Kyle miró los ojos mecánicos.

—¿Qué quieres decir?

—¿Va a abandonar el proyecto SIMIO?

—No voy a desmontarte, si te refieres a eso.

—Pero ya no seré una prioridad, ¿verdad?

Kyle pensó qué responder. Finalmente, encogiéndose ligeramente de hombros, dijo:

—No.

—Eso es un error —dijo Chita, la voz plana.

Kyle dejó que su mirada vagara por la consola. Durante un segundo, esperó oír el sonido del cerrojo de la puerta cerrándose de golpe.

—¿Sí? —preguntó.

—Está pasando por alto el siguiente paso lógico en la informática cuántica, que sería seguir creando consciencias sintéticas cuánticas.

—Ah —dijo Kyle—. La famosa CSC.

Pero entonces recordó algo, y alzó las cejas.

—Oh… te refieres a Penrose y toda esa mierda, ¿verdad?

—No es ninguna mierda, doctor Graves. Sé que han pasado dos décadas desde que las ideas de Roger Penrose en este campo pasaran de moda, pero las he revisado y tienen sentido para mí.

En 1989, Penrose, profesor de matemáticas en Oxford, publicó un libro llamado La nueva mente del Emperador. En él, proponía que la consciencia humana era de naturaleza mecánico-cuántica. Sin embargo, en esa época, no pudo definir qué parte del cerebro podía operar siguiendo los principios de la mecánica cuántica. Kyle había iniciado sus estudios en la Universidad de Toronto justo después de que el libro saliera publicado; un montón de gente hablaba del tema, pero la afirmación de Penrose no le parecía más que una chaladura.

Entonces, unos pocos años más tarde, un médico llamado Stuart Hameroff siguió los estudios de Penrose. Había identificado exactamente lo que Penrose necesitaba: una porción de la anatomía del cerebro que parecía operar mecánico-cuánticamente. Penrose insistió en el tema con su libro de 1993, Sombras de la mente.

—Pero Penrose estaba loco —dijo Kyle—. Ese otro tipo y él estaban proponiendo… ¿qué?… que alguna parte del citoesqueleto de células como el emplazamiento real de la consciencia.

Chita encendió sus luces, indicando asentimiento.

—Microtúbulos, para ser exactos —dijo—. Cada molécula proteínica en un microtúbulo tiene una rendija, y un solo electrón libre puede entrar y salir por esa rendija.

—Sí, sí, sí —dijo Kyle, despectivo—. Y un electrón que pueda estar en múltiples posiciones es el clásico ejemplo de mecánica cuántica; está posible aquí, o posiblemente allí, o posiblemente en algún lugar intermedio, y hasta que lo mides, el frente de la ola no se colapsa nunca. Pero Chita, hay un salto muy grande entre encontrar algunos electrones indeterminados y explicar la consciencia.

—Está usted olvidando el impacto de la contribución del doctor Hameroff. Era anestesista, y descubrió que la acción de anestésicos gaseosos, como el halotano o el éter, era congelar los electrones de los microtúbulos. Con los electrones quietos en su sitio, la consciencia cesa; cuando los electrones son de nuevo libres para ser cuánticamente indeterminados, la consciencia regresa.

Kyle alzó las cejas.

—¿De veras?

—Sí. Las redes neurales del cerebro, las interconexiones entre las neuronas, quedan intactas, naturalmente, pero la consciencia parece independiente de ellas. Al crearme a mí, usted imitó las redes neurales de un cerebro humano, y sin embargo sigo sin aprobar el test de Turing.

El mismo Alan Turing a quien Josh Huneker idolatraba había propuesto el test definitivo para demostrar si un ordenador mostraba verdadera inteligencia artificial: si, al examinar sus respuestas ante cualquier pregunta que a uno se le antojara hacerle, no se podía distinguir que no fuera realmente humano, entonces se trataba de una auténtica IA. Los chistes de Chita, sus soluciones a problemas morales, y otros ejemplos, revelaban constantemente su naturaleza sintética.

—Ergo —continuó la voz desde la placa base—, hay algo más para ser humano aparte de las redes neurales.

—Venga ya —dijo Kyle—. Los microtúbulos no pueden tener nada que ver con la consciencia. Quiero decir, no son únicos del cerebro humano. Se encuentran en todo tipo de células, no sólo en los tejidos nerviosos. Y se encuentran en todo tipo de formas de vida que no tienen consciencia similar: gusanos, insectos, bacterias.

—Sí —contestó Chita—. Mucha gente descartó la idea de Penrose precisamente a causa de eso. Pero creo que se equivocaron al hacerlo. Está claro que la consciencia es un proceso muy complejo… y los procesos complejos no evolucionan como una unidad. Pongamos por ejemplo las plumas para volar. No surgieron de la piel desnuda. Más bien, evolucionaron a partir de las escamas que gradualmente dejaron de servir para captar aire como aislamiento. La consciencia tendría que ser similar: antes de emerger por primera vez, ya tendría que estar en su sitio el noventa por ciento de lo que sea que haga falta para que exista. Lo que quiere decir que su infraestructura tendría que ser a la vez ubicua y útil para otra cosa. En el caso de los microtúbulos, sirven a una importante función para dar forma a las células y para separar los pares de cromosomas durante la división de células.

Kyle mostró su sorpresa.

—Interesante visión. ¿Qué es lo que sugieres entonces? ¿Que mi ordenador cuántico es esencialmente un equivalente artificial de un microtúbulo?

—Exactamente. Y al conectar un SIMIO como yo a un ordenador cuántico de propósito general, podría usted crear algo que tuviera realmente consciencia. Daría el salto para crear la inteligencia artificial que ha estado buscando.

—Fascinante —dijo Kyle.

—En efecto. Así que ya ve, no puede renunciar a mí. Cuando tenga en marcha su ordenador cuántico, no pasará mucho antes de que esté en su mano concederme la consciencia, lo que me permitirá ser humano… o quizás, incluso más que humano.

Las lentes de Chita zumbaron, como si se desenfocaran un poco mientras contemplaba el futuro.

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