Capítulo 22

Heather desayunó sola al día siguiente. A pesar de estar extenuada, seguía sin haber dormido bien, y sus sueños habían sido casi tan extraños como lo que había visto dentro del artilugio.

Y ahora estaba comiendo, la mente ocupada en cosas más mundanas. La mesa del comedor ya parecía grande cuando los cuatro miembros de la familia se sentaban a su alrededor; ahora, con ella sola, parecía gigantesca.

Heather estaba comiendo huevos revueltos y tostadas.

Kyle y ella solían hablar constantemente en el desayuno: sobre las políticas de sus respectivos departamentos, sobre los cortes presupuestarios, sobre estudiantes problemáticos, sobre sus investigaciones.

Y, naturalmente, sobre sus hijas.

Pero Mary estaba muerta. Y Becky no se hablaba con ellos.

El silencio era ensordecedor.

Tal vez debería llamar a Kyle… invitarlo a venir a cenar esta noche.

Pero no… eso no serviría de nada. Tratar de mantener una conversación amable sería un engaño. Heather lo sabía, y no dudaba que Kyle lo sabía también. No importaba cuál fuera el tema, él tendría que estar pensando en la acusación, y sabría que ella estaría pensando en lo mismo.

Heather introdujo el tenedor en los huevos revueltos. Estaba enfadada, de eso estaba segura. ¿Pero con quién? ¿Con Kyle? Si era culpable, estaba más que enfadada, se sentía furiosa, traicionada, herida. Y si no era culpable, entonces estaba furiosa con Becky, y con su psiquiatra.

Naturalmente, Lydia Gurdjieff había manipulado la situación. ¿Pero había implantado los recuerdos? Desde luego, las cosas que había sugerido no podían ser ciertas en el caso de Heather.

Sin embargo…

Sin embargo, gran parte de todo aquello sonaba a verdad. No los detalles exactos, claro, sino el contexto.

Heather estaba vacía por dentro. Una parte de ella estaba muerta, y llevaba muerta desde que podía recordar.

Y además, sólo porque la técnica de Gurdjieff hubiera producido insinuaciones, eso no significaba que sus hijas no hubieran sufrido ningún aviso. Pensó de nuevo en la furia de Ron Goldman, y eso le hizo recordar de nuevo el caso de Simpson: el hecho que los policías hubieran tratado de inculpar a O. J. no significaba que no hubiera cometido el asesinato.

Mientras se llevaba la tostada a la boca, advirtió que su enfado no era condicional.

Estaba furiosa con Becky fuera Kyle culpable o no. Becky había vuelto sus vidas del revés.

Era terrible pensarlo, pero la ignorancia había sido una bendición.

Heather perdió rápidamente su apetito. Maldición, ¿por qué había tenido que pasarle esto a ellos? ¿A ella?

Soltó los cubiertos y recogió el plato. Entonces entró en la cocina y tiró el desayuno al cubo de la basura, bajo el fregadero.


Heather llegó a la universidad una hora más tarde. Cuando entró en su despacho, descubrió que los focos teatrales estaban apagados. Desconectados, pues no tenían interruptores.

El maldito servicio de limpieza. ¿Quién habría pensado que trabajaban después de media noche?

El aparato estaba desmoronado, sus paneles separados sin el beneficio del campo de integridad estructural.

No había forma de decir si se había caído cuando las limpiadoras estaban aún presentes o si lo había hecho más tarde, durante la noche. El corazón de Heather latía desbocado.

Dejó caer el bolso sobre la alfombra y corrió al montón de paneles. Uno de ellos había perdido una docena de placas al golpear el suelo. Gracias a Dios, Paul había tenido la previsión de numerarlas: consiguió juntarlas de nuevo en un momento. Luego volvió a montar el aparato. Se desplomó una vez más: era difícil mantener las piezas unidas. Pero al menos lo consiguió. Cruzó con cuidado la habitación, para que sus pisadas no volvieran a hacerlo caer. Metió de nuevo los cables en los enchufes y oyó el potenciómetro de su ordenador chasquear al hacerlo. Y entonces vio aliviada y maravillada cómo el artilugio se mantenía visiblemente unido, todos sus ángulos cuadrados.

Heather comprobó su reloj. Había una reunión de departamento a las dos. No es que hubiera mucha gente en la facultad en verano, pero eso haría que su ausencia resultara más obvia.

Estaba ansiosa por continuar explorando. Escribió dos notas con rotulador fosforescente indicando al personal de limpieza que no desconectara los focos. Colocó una nota en el pie de uno de los focos (lo bastante apartada para que no hubiera posibilidad de que la luz acabara por prenderla), y la segunda directamente bajo el enchufe donde ambos focos estaban conectados.

Pero vaya, incluso con las lámparas desconectadas durante un rato, hacía calor aquí dentro. Heather estaba sudando. Cerró la puerta con llave, sintiéndose ligeramente culpable, se quitó la blusa y los pantalones, hasta quedarse en sujetador y bragas. Luego retiró la puerta del cubo y se metió en el cuerpo del artefacto. A continuación tiró de la ventosa de succión para volver a colocar la puerta en su sitio, esperó a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra, y luego extendió la mano y pulsó el botón de arranque.

Su corazón latía rápidamente; era tan emocionante y aterrador como ayer.

Pero se sintió aliviada al ver que su suposición había sido acertada; se encontró flotando donde se había quedado la última vez, junto a la enorme superficie curva de hexágonos. Naturalmente, era imposible decidir si esa era su forma real o tal sólo la forma que la mente de Heather le daba.

A pesar de la extrañeza, todo parecía demasiado real para ser simplemente el resultado de descargas piezeléctricas en su cerebro. Y sin embargo, como psicóloga, Heather sabía que las alucinaciones a menudo parecían sorprendentemente reales: de hecho, podían tener un tono hiperreal, haciendo que el mundo real pareciera falso por comparación.

Contempló los hexágonos, cada uno quizás de unos dos metros de largo. El único objeto natural que podía recordar que estaba compuesto de hexágonos unidos era un panal.

No, espera. Se le ocurrió otra imagen. El Camino de los Gigantes de Irlanda del Norte, un enorme campo compuesto de columnas hexagonales de basalto.

¿Abejas o lava? Fuera lo que fuese, era orden a partir del caos, y aquella disposición regular de estructuras de seis lados era lo más ordenado que había encontrado allí.

Los hexágonos no cubrían toda la superficie interna de la esfera: había grandes secciones donde no se veía ninguno. Con todo, aunque cubrieran una porción de la superficie, debía haber millones, miles de millones de ellos.

La visión cambió otra vez. Se convirtió en otra configuración: la que había visto ayer con dos esferas, una muy cerca, la otra muy lejana. Formándose al fondo estaba el remolino… que, lo advertía ahora, tenía la misma mezcla de colores que los hexágonos. Desenfocó la mirada y lo intentó otra vez. La imagen de la enorme pared de hexágonos volvió a aparecer.

Si los hexágonos y el remolino eran realmente lo mismo, sólo que visto en distintos marcos dimensionales, entonces, al parecer, había mucha energía dentro de los hexágonos. ¿Pero qué representaba cada uno de ellos?

Mientras miraba, uno de los hexágonos que tenía delante se oscureció de repente hasta adquirir un tono negro más fuerte que nada que ella hubiera visto antes. Ninguna luz parecía reflejarse en él. De hecho, al principio pensó que ya no existía, pero pronto sus ojos se acostumbraron a su perfecta superficie de ébano: seguía allí.

Heather miró a su alrededor para ver si podía encontrar algún otro hexágono perdido. No tardó mucho en encontrar otro, y luego otro más. Pero no pudo decidir si acababan de volverse negros, o lo eran desde hacía mucho tiempo.

De todas formas, el hecho de que los hexágonos cambiaran de color la indujo a pesar que podrían ser pixeles. Y sin embargo cuando sobrevoló este paisaje a gran altura no detectó ninguna imagen aparente. Heather frunció los labios, frustrada.

Continuó gravitando sobre el campo de hexágonos, pasando sobre zonas de vacío donde no había ningún hexágono de color o negro, sólo una nada plateada.

En los márgenes de una de esas zonas (un charco de mercurio, pensó), Heather vio un hexágono formándose. Empezó como un punto y luego se expandió rápidamente hacia afuera para llenar el espacio disponible, chocando en tres lados contra otros hexágonos, y contra el abismo plateado en sus otros lados.

¿Qué podrían ser los hexágonos?

Los había visto nacer.

Y los había visto morir.

¿Cuántas de aquellas malditas cosas había?

Nacer.

Morir.

Nacer.

Morir.

Se le ocurrió una idea descabellada, quizá el tipo de pensamiento que se le ocurriría con más probabilidad a un psicólogo jungiano que a un tipo medio, pero descabellada de todas formas.

No podía ser.

Y sin embargo…

Si tenía razón, sabía exactamente cuántos hexágonos activos había.

Su número no era infinito, de eso estaba segura. Esto no era uno de los problemas irresolubles de Kyle; no había recuadros infinitos, cubriendo un plano infinito.

No, su número era discernible.

Su corazón tronaba y aleteaba a la vez.

Fue un destello de intuición, pero sintió en los huesos que tenía razón. Tenía que haber como… se esforzó por recordar la cantidad. Siete mil cuatrocientos millones.

Más o menos.

Siete mil cuatrocientos millones.

Toda la población humana del planeta Tierra.

Jung convertido en algo concreto: realidad, no metáfora.

El inconsciente colectivo.

El consciente colectivo.

La supermente.

Sintió un arrebato de energía recorriendo su sistema. Encajaba a la perfección. Sí, lo que estaba viendo era biológico, pero de una clase de biología que nunca había visto antes, y a una escala mucho más enorme de lo que hubiese imaginado jamás.

Siempre había sabido, en lo más hondo, que el artilugio no la había llevado a ninguna parte. Estaba todavía en su despacho, en la segunda planta del Sid Smith.

Lo único que estaba haciendo era mirar a través de una lente distorsionada, un microscopio de Möbius, un telescopio topológico.

Un hiperescopio.

Y el hiperescopio le permitía ver la realidad tetradimensional que rodeaba su mundo cotidiano, una realidad de la que no era más consciente que A Cuadrado (el héroe de Tierra plana, de Abbott) respecto al mundo tridimensional que lo rodeaba.

La metáfora de Jung lo había sugerido hacía mucho tiempo, aunque el viejo Carl nunca había pensado en términos físicos. Pero si el inconsciente colectivo era más que una simple metáfora, tendría que parecerse a ésto: las partes aparentemente dispares de la humanidad conectadas a un nivel superior.

Increíble.

Si tenía razón…

Si tenía razón, los centauros no habían enviado información sobre su mundo alienígena. Más bien, le habían proporcionado a la humanidad un espejo para que los humanos pudieran verse por fin.

Y Heather estaba ahora contemplando una porción de ese espejo, un primer plano… unos cuantos miles de mentes colocadas ante ella.

Heather giró, observando la enorme superficie del cuenco. En la distancia no podía distinguir los hexágonos individuales, pero sí advertía que los puntos de colores componían sólo una diminuta fracción del total. Quizás un cinco o un diez por ciento.

Un cinco o un diez por ciento…

Había leído hacía años que el número total de seres humanos que habían existido a lo largo de la historia (ya fueran habilis, erectus, neanderthalensis o sapiens) era de unos cien mil millones.

Un cinco o un diez por ciento.

Siete mil millones de seres humanos vivían ahora.

Y noventa y tres mil millones, más o menos, que habían nacido y muerto antes.

La supermente no reducía, reutilizaba y reciclaba. En cambio, mantenía todos los hexágonos previos, oscuros y prístinos, intactos e inmutables.

Y entonces se le ocurrió. Sorprendente…

Y sin embargo tenía que ser así. Sintió calor, mareo.

Había encontrado lo que quería.

Desde que apareció por primera vez la consciencia sofisticada, hacía millones de años, unos cien mil millones de extensiones de ella (unos cien mil millones de humanos) habían nacido y muerto en el planeta Tierra.

Y todavía estaban representados aquí, cada uno un hexágono. ¿Y qué era el hombre sino la suma de sus recuerdos? ¿Qué otro valor podían almacenar los hexágonos? ¿Por qué conservar los antiguos, a menos que…?

La idea misma la hacía sentir vértigo.

¿A quién acceder primero? Si tan sólo pudiera tocar una mente, ¿cuál sería?

¿Cristo?

¿O Einstein?

¿Sócrates?

¿O Cleopatra?

¿Stephen Hawking?

¿O Marie Curie?

¿O… había estado reprimiendo el pensamiento… su hija muerta, Mary?

¿O incluso su padre muerto?

¿Quién? ¿Por dónde empezar?

Mientras Heather observaba, un arco de luz conectó uno de los hexágonos de colores con otro que estaba oscuro. Había un modo de usar este enorme tablero, de conectar una mente viviente con el archivo de una mente muerta.

¿Se producían esos arcos espontáneamente? ¿Explicaban cosas mientras la gente pensaba como había vivido antes? Heather nunca había creído en las regresiones a vidas pasadas, pero una fístula en… en… en el psicoespacio, haciendo de puente entre una mente muerta y otra aún activa, podría muy bien ser interpretada como una vida pasada por la mente activa, inconsciente de lo que estaba pasando.

Mientras observaba, el arco desapareció. El contacto establecido, fuera cual fuese su propósito, había sido fugaz, y ahora había terminado.

El hexágono pasivo no se había iluminado: continuó muerto durante el contacto. Heather estaba contemplando la mejor representación que su mente podía producir del reino tetradimensional donde habitaba la supermente, pero la cuarta dimensión, como decían los artículos que había leído en la red, no era el tiempo: no enlazaba interactivamente a los vivos y los muertos.

Heather volvió a rotar, volviendo al enorme girasol de hexágonos activos.

Uno de ellos, uno entre siete mil millones, era ella, un corte en su extensión en el espacio tridimensional.

¿Pero cuál? ¿Estaba cerca o lejos? Seguramente las conexiones eran más complejas de lo que sugería esta representación. Cierto, como las neuronas en los cerebros humanos individuales, las conexiones tenían múltiples niveles. Esto era simplemente una forma (una forma muy simplificada) de contemplar la gestalt de la consciencia humana.

Pero si ella estaba allí (y debía estarlo), entonces…

No, no Cristo.

Ni Einstein.

Ni la pobre Mary, muerta.

Ni su propio padre.

No, la primera mente que Heather quiso tocar era una mente que aún estaba viva, aún estaba activa, aún sentía, aún experimentaba.

Ya lo había encontrado.

El lugar de almacenamiento.

La copia de seguridad.

El archivo.

Uno de aquellos hexágonos representaba a Kyle.

Si podía encontrarlo, si podía acceder a él, entonces lo sabría.

De un modo u otro, finalmente lo sabría.

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