Capítulo 12

Era uno de aquellos momentos de confusa semiconsciencia. Heather estaba soñando, y sabía que soñaba. Y, como buena jungiana, intentaba interpretar el sueño sobre la marcha.

Había una cruz en el sueño. Eso en sí mismo era poco corriente: Heather no era dada a símbolos religiosos.

Pero no era una cruz de madera: estaba hecha de cristal. Y no era muy práctica: no se podía crucificar a nadie en ella. Los brazos eran mucho, mucho más gruesos de lo necesario, y eran bastante cortos.

Mientras ella observaba, la cruz de cristal empezó a rotar alrededor de su largo eje. Pero en cuanto lo hizo, quedó claro que no se trataba de una cruz. Además de las protuberancias a cada lado, había protuberancias idénticas delante y detrás.

Su perspectiva se acercaba. Pudo ver ahora las aristas; el objeto estaba compuesto por ocho cubos transparentes: cuatro arriba, y cuatro más dispuestos alrededor de las caras del tercer cubo a partir del superior. Giraba cada vez más y más rápido, y la luz destellaba en su superficie cristalina.

Un hipercubo desplegado.

Y, a medida que se acercaba, Heather oyó una voz.

Grave, masculina, resonante.

Una voz fuerte.

¿La voz de Dios?

No, no… un ser superior, pero no Dios.

Su pauta sugiere pensamiento tridimensional.

Heather despertó, cubierta de sudor.

Spock, naturalmente, se refería a Khan en la película. La voz tenía que referirse a ella, ¿no?

Khan había pasado por alto algo, lo obvio. El hecho de que las naves espaciales podían subir y bajar además de avanzar a derecha e izquierda o adelante y atrás. Heather también había pasado por alto algo obvio, al parecer… y su subsconciente estaba tratando de decírselo.

Pero mientras permanecía tumbada en la cama, no pudo averiguar qué era.


—Buenos días, Chita.

—Buenos días, doctor Graves. No me puso usted en modo suspendido cuando se marchó ayer; aproveché el tiempo para investigar online, y tengo algunas preguntas para usted.

Kyle se acercó a la máquina de café y la puso en marcha, y después se sentó delante de la consola de Chita.

—¿Sí?

—He estado repasando noticias antiguas. He descubierto que la mayoría de las versiones electrónicas de los periódicos sólo se remontan a los años ochenta o los noventa del siglo pasado.

—¿Por qué te preocupas por noticias que tienen décadas de antigüedad? Si son viejas, no son noticias.

—Eso pretendía ser un comentario humorístico, ¿verdad, doctor Graves?

Kyle gruñó.

—Sí.

—Lo he notado por la entonación. Sólo la utiliza así cuando trata de hacerse el gracioso.

—Confía en mí, Chita, si fueras humano te estarías desternillando por el pasillo.

—Y cuando habla con tono agudo como ése, sé que sigue siendo gracioso.

—Sobresaliente. Pero todavía no me has dicho por qué estabas revisando noticias antiguas.

—Considera usted que no soy humano porque, entre otras cosas, no puedo hacer juicios éticos que correspondan a los que haría un humano. He estado buscando noticias que estén relacionadas con asuntos éticos y trato de dilucidar qué haría un humano real en esas circunstancias.

—Muy bien —dijo Kyle—. ¿Qué historia has encontrado que te ha dejado perplejo?

—Ésta: En 1985, una mujer de diecinueve años llamada Kathy asistía a su primer año en la Universidad de Cornell. El veinte de diciembre de ese año, llevaba a su novio en coche hasta su trabajo en un almacén de Ithaca, Nueva York. El coche resbaló en el hielo que cubría el asfalto, resbaló diez metros, y se empotró contra un árbol. El joven se rompió algunos huesos, pero un neumático que llevaban en el asiento trasero saltó hacia adelante y golpeó a Kathy en la cabeza. Entró en estado vegetal crónico, esencialmente en coma, y la internaron en el Westfall Healthcare Center de Brighton, Nueva York. Una década más tarde, en enero de 1996, mientras todavía seguía en coma, se descubrió que Kathy estaba embarazada.

—¿Cómo es posible que estuviera embarazada? —preguntó Kyle.

—Y ése es el tono que emplea usted cuando me habla de asuntos sexuales. Cree que porque soy una simulación no puedo ser sofisticado en esos temas. Pero es usted quien está siendo ingenuo, doctor Graves. La joven estaba embarazada… de hecho, llevaba embarazada cinco meses cuando se descubrió el hecho… porque la habían violado.

Kyle se desplomó ligeramente en su silla.

—Oh.

—La policía se puso a buscar al violador —dijo Chita—. Elaboraron una lista de setenta y cinco hombres que tuvieron acceso a la habitación de Kathy, pero la búsqueda se redujo rápidamente a un enfermero de cincuenta y dos años llamado John L. Horace. Horace había sido despedido tres meses antes por manosear a una paciente de esclerosis múltiple de cuarenta y nueve años en Westfall. Se negó a proporcionar una muestra de su ADN en el caso de violación, pero la policía la obtuvo a partir de un sobre y un sello que había lamido, y decidieron que las probabilidades eran de más cien millones a uno de que Horace fuera el padre.

—Me alegro de que lo cogieran.

—Ciertamente. Y yo me pregunto por qué ese violador es automáticamente miembro de la raza humana pero yo tengo que demostrarlo.

Kyle se acercó a la máquina de café y se sirvió una taza.

—Es una pregunta muy buena —dijo por fin.

Chita guardó silencio durante un rato.

—Hay más detalles en la historia.

Kyle tomó un sorbo de café.

—¿Sí?

—Estaba la cuestión del comienzo cigótico incidental.

—Ah, el ansiado CCI. Oh, espera… te refieres al bebé. Cristo, sí. ¿Qué ocurrió?

—Antes de su accidente, Kathy era una devota católica. Por tanto, estaba en contra del aborto. Teniendo eso en cuenta, los padres de Kathy decidieron que tuviera el bebé y que ellos lo criarían.

Kyle mostró su incredulidad.

—¿Tener el bebé mientras seguía en coma?

—Sí. Es posible. Mujeres comatosas han dado a luz antes, pero éste fue el primer caso conocido de una mujer que se quedaba embarazada después de entrar en coma.

—Tendrían que haber practicado un aborto.

—Ustedes los humanos hacen juicios muy rápidamente —dijo Chita, con algo parecido a envidia—. He intentado una y otra vez resolver el tema y no puedo.

—¿Qué piensas?

—Tiendo a creer que si dejaran al bebé vivir, tendrían que entregarlo a unos padres adoptivos.

Kyle parpadeó.

—¿Por qué?

—Porque los padres de Kathy, al obligarla a dar a luz en condiciones tan extremas, demostraban que no estaban preparados para ser padres.

—Interesante opinión. ¿Se hizo alguna encuesta al respecto?

—Sí. The Rochester Democrat Chronicle hizo una. Pero la opción que yo ofrezco ni siquiera se presentó… quiero decir que no es algo que pudiera ocurrírsele a un humano normal.

—No, no lo es. Tu posición tiene cierta lógica, pero no parece adecuada emocionalmente.

—Usted ha dicho que abortaría. ¿Por qué?

—Bueno, estoy a favor de que la madre decida, pero incluso la mayoría de los que defienden la opción pro-vida hacen excepciones para casos de incesto o violación. ¿Y qué pasa con la criatura, por el amor de Dios? ¿Qué efecto tendría sobre ella ese tipo de origen?

—Eso no se me había ocurrido —dijo Chita—. La criatura, un niño, nació el dieciocho de mayo de 1996, y si sigue vivo, tendrá ahora veintiún años. Naturalmente, su identidad ha sido protegida.

Kyle no dijo nada.

—Kathy —continuó Chita—, murió a los treinta años, un día antes del primer cumpleaños del niño. Nunca salió del coma.

El ordenador hizo una pausa.

—Eso me hace preguntarme… El dilema ético, si practicar o no un aborto, no podría haberse planteado en términos más claros, aunque yo no pueda resolverlo adecuadamente.

Kyle asintió.

—Todos somos puestos a prueba de varias formas —dijo.

—Lo sé mejor que nadie —dijo Chita, en un tono que era una imitación creíble de tristeza—. Pero cuando me ponen a prueba, es usted quien lo hace. Cuando los seres humanos son puestos a prueba, y este caso parecer ser claramente una prueba, ¿quién administra el test?

Kyle abrió la boca para replicar, la cerró, y luego la volvió a abrir.

—Esa es otra pregunta muy buena, Chita.



Heather estaba sentada en su despacho, pensando.

Había contemplado los mensajes del espacio día sí y día también durante años, tratando de dilucidar su significado.

Tenían que ser imágenes rectangulares. Había tratado de identificar cualquier tendencia cultural relacionada con los números primos, algún motivo para interpretarlos de algún modo mientras alguien de China o del Chad los interpretaba de otro. Pero no había nada: el único asunto cultural que se le ocurría era la discusión de si el número 1 podía ser considerado primo o no.

No, si la longitud de las señales eran los productos de dos números primos, entonces la única conclusión lógica era que tenían que ser dispuestos en rectángulos.

Su ordenador tenía almacenados los 2.843 mensajes recibidos.

Pero algunos mensajes habían sido decodificados, al principio. Once, para ser exactos: un número primo. Lo que significaba que aún quedaban 3.832 mensajes sin decodificar.

Eso no era un número primo, sino par, y a excepción del 2 no había, por definición, ningún número par primo.

Un ordenador cuántico podría decirle en un abrir y cerrar de ojos cuáles eran los divisores de 2.832. Obviamente, la mitad de ese valor sería un factor: 1.416 aparecería dos veces. Y la mitad, 708. Y la mitad, 354. Y la mitad, 177. Pero 177 era un número primo, lo que significaba que su mitad no sería un número entero.

A veces pensaba que tal vez el mensaje de cada día componía solamente una porción de un todo superior, pero nunca había encontrado un modo de ordenar con sentido las páginas. Naturalmente, hasta hacía unos pocos días, no supieron cuántas páginas había en total.

Pero ahora sí lo sabían. Tal vez encajaban en un grupo mayor, como el reverso de los cromos a veces forma el mosaico de una imagen.

Recuperó el programa de hoja de cálculo en su ordenador de mesa y preparó una hoja que simplemente dividía 2.832 por enteros consecutivos, a partir del uno.

Sólo había veinte números que eran divisores perfectos de 2.832. Borró los que no dividían, lo que la dejó con esta tabla:


Este Divide por 2.832 entero tantas veces
1 2,832
2 1,416
4 708
6 472
8 354
12 236
16 177
24 118
48 59
118 24
177 16
236 12
354 8
472 6
708 4
1,416 2
2,832 1

Naturalmente, la mayoría de los investigadores asumían que había 2.832 páginas individuales de datos, pero podría haber sólo una página, compuesta por 2.832 fragmentos. O podía haber dos, cada una de 1.416. O tres, compuestas por 944 fragmentos. Y así sucesivamente.

¿Pero cómo podía saber cuál era la combinación que pretendían los centauros?

Contempló la lista, advirtiendo su simetría: la primera línea era 1 y 2.832; la última era la inversa: 2.832 y 1. Y por eso las líneas eran parejas arriba y abajo hasta los dos centrales: 48 y 59; 59 y 48.

Era casi como si las dos centrales fueran la bisagra, el eje donde rotaban las grandes cifras.

Y…

Cristo…

A excepción del 1, 3 y 177, el número 59 era el único primo posible de la lista: todos los demás eran pares y, por definición, no podían ser primos.

Y… espera. Kyle le había enseñado un truco hacía años. Si los dígitos que componen un número, sumados, componían un número divisible por tres, entonces el número original también era divisible por tres. Bueno, los dígitos que formaban el 177 (uno, siete y siete) sumaban quince, y tres cabía entre quince cinco veces, lo que significaba que 177 no podía ser primo.

¿Pero qué había del número 59? Heather no tenía ni idea de cómo determinar si un número era primo, excepto a lo bestia. Abrió otra hoja de cálculo, y dividió 59 por todos los números enteros más pequeños que sí mismo.

Pero ninguno dividía entero.

Ninguno, excepto el 1 y el 59.

El cincuenta y nueve era un número primo.

Y… se le ocurrió una idea. El uno se consideraba primo a veces. El dos lo era, claramente. El tres también. Pero en cierto modo, todos esos números eran primos triviales: todos los números enteros más bajos que ellos eran también divisibles por sí mismos o por uno. En muchos aspectos, el cinco era el primer número primo interesante: era el primero en secuencia que tenía números más bajos que él que no eran primos.

Así que si descontaba el uno, el dos y el tres como primos triviales, entonces en la tabla que había producido el 59 era el único primo no-trivial que dividía entero por el número total de mensajes alienígenas no codificados.

Era otra flecha que apuntaba a esa cifra. Las transmisiones alienígenas solo podían estar dispuestas en 48 páginas de 59 mensajes individuales cada una, o en 59 páginas con 48 mensajes.

Los investigadores llevaban años buscando pautas recurrentes en los mensajes, pero hasta ahora no había aparecido nada que no pareciera una coincidencia. Sin embargo, ahora que sabían el número total de los mensajes, podía hacerse todo tipo de nuevos análisis.

Abrió otra ventana en el ordenador y recuperó el directorio de los mensajes alienígenas. Lo copió en un fichero de texto para poder jugar con él. Resaltó el recuento de los primeros 48 mensajes no codificados y los sumó: totalizaban 2.245.124 bits. Luego marcó los veinticuatro siguientes. El total era de 1.999.642.

Maldición.

Luego señaló los recuentos de los mensajes 12 hasta el 71… los primeros 59 mensajes sin descifrar.

El total era de 11.543.124 bits.

Señaló los mensajes 72 hasta el 141 y sumó.

El total era también de 11.543.124 bits.

Heather sintió que su corazón redoblaba. Tal vez alguien había advertido esto antes, pero…

Continuó con el resto del material.

Su ánimo decayó cuando descubrió que el cuarto grupo sumaba solamente 11.022.997 bits. Pero después de un instante, advirtió que había marcado solamente 58 mensajes en vez de 59. Lo intentó de nuevo.

La suma era de 11.543.124

Continuó hasta completar los 48 grupos de 59 mensajes.

Cada grupo sumaba exactamente 11.543.124 bits.

Dejó escapar un gran grito de entusiasmo. Por fortuna, su despacho tenía aquella puerta de roble macizo.

Los alienígenas no habían enviado 3.832 mensajes separados, sino 48 mensajes grandes.

Ahora, si pudiera descubrir cómo combinar los mensajes. Por desgracia, tenían tamaños muy distintos, y no había ninguna repetición ordenada de página a página. El primer mensaje que componía el primer grupo de 48 tenía una longitud de 118.301 bits (el producto de los primos 281 y 421), mientras que el primer mensaje de la segunda página tenía 174.269 bits (el producto de los primos 229 y 761).

Era posible que los fragmentos individuales formaran cuadrados o rectángulos cuando se les uniera adecuadamente. Heather dudaba que pudiera hacerlo por prueba y error.

Pero sin duda Kyle podría escribir un programa informático que lo hiciera.

Después de lo de anoche, vaciló. ¿Qué le diría?

Hizo acopio de valor y cogió el teléfono.


—¿Sí? —dijo la voz de Kyle.

Sin duda sabía que quien llamaba era Heather: podía leerlo en la pantallita de datos del teléfono. Pero no había ningún calor en su voz.

—Hola, Kyle —dijo Heather—. Necesito tu ayuda.

Helado:

—No necesitaste mi ayuda anoche.

Heather suspiró.

—Lo siento. De verdad. Es un momento difícil para ambos.

Kyle guardó silencio. Heather sintió la necesidad de llenar el vacío.

—Vamos a necesitar tiempo para solucionarlo.

—Ha pasado más de un año —dijo Kyle—. ¿Cuánto tiempo necesitas?

—No lo sé. Mira, siento haber llamado. No pretendía molestarte.

—No importa. ¿Hay algo?

Heather tragó saliva antes de continuar.

—Sí. Creo que he encontrado algo importante en las transmisiones de los centauros. Si agrupas los mensajes en conjuntos de cincuenta y nueve, cada conjunto tiene exactamente el mismo tamaño.

—¿De verdad?

—Sí.

—¿Cuántos grupos hay?

—Exactamente cuarenta y ocho.

—Entonces piensas… ¿qué? ¿Piensas que los mensajes individuales forman cuarenta y ocho páginas más grandes?

—Exactamente. Pero las piezas individuales tienen todas tamaños distintos. Supongo que encajan en una red rectangular de algún tipo, pero no sé cómo resolverlo.

Kyle emitió un sonido que pareció un bufido.

—No hay necesidad de ser condescendiente —dijo Heather.

—No… no, no es eso. Lo siento. Es gracioso. Verás, es un problema fractal.

—¿Sí?

—Verás, este problema concreto… ver si un número finito de recuadros pueden ser dispuestos de forma rectangular, es eminentemente solucionable, haciendo cálculos a lo bruto. Pero hay otros problemas que implican decidir si una forma específica puede cubrir un plano infinito, sin dejar aberturas que sabemos, desde los años ochenta, que no pueden ser resueltas por un ordenador. Si pueden resolverse, es por medio de intuición, no computable.

—¿Entonces?

—Pues que es curioso que los centauros eligieran un formato de mensaje que refleja uno de los grandes debates de la consciencia humana, eso es todo.

—Hmm. ¿Pero dices que puede resolverse?

—Claro. Necesitaré las dimensiones de cada mensaje… la longitud y anchura en bits y pixels. Puedo escribir un programa que intentará moverlos hasta que todos encajen en una forma rectangular… asumiendo, naturalmente, que exista tal pauta —hizo una pausa—. Será un efecto secundario interesante, ¿sabes? Si los fragmentos no son cuadrados y encajan todos de una forma, sabrás la orientación de cada mensaje individual. No tendrás que seguir preocupándote por si hay dos posibles orientaciones para cada uno.

—No había pensado en eso, pero tienes razón. ¿Cuándo puedes hacerlo?

—Bueno, la verdad es que estoy muy ocupado… lo siento, pero es verdad. Pero puedo hacer que uno de mis estudiantes de postgraduado se encargue. Deberíamos tener una respuesta en un par de días.

Heather trató de parecer cálida.

—Gracias, Kyle.

Casi pudo oír cómo el se encogía de hombros.

—Siempre estoy aquí para ti —dijo, y colgó.

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