Capítulo 38

El lunes por la mañana, Heather telefoneó a los periodistas que había conocido cuando las señales extraterrestres dejaron de llegar. Los invitó a pasarse por el laboratorio de Kyle dentro de dos días: el miércoles 23 de agosto de 2017; Kyle y ella habían decidido que para asegurarse la atención que querían, tendrían que darle a los periodistas al menos cuarenta y ocho horas de preparación. Heather les dijo simplemente que había hecho un descubrimiento en la decodificación de las señales de radio alienígenas: no les dieron ninguna indicación de qué tipo de demostración iban a experimentar.

Naturalmente, varias personas habían visto ya ambos aparatos; era inevitable con los estudiantes de postgraduado y el personal de limpieza constantemente alrededor. Y aunque los estudiantes de verano de Kyle reconocieron un hipercubo desplegado cuando lo vieron (al menos los que iban a aprobar lo hicieron) nadie había advertido todavía que las marcas en su superficie eran los mensajes de radio de Centauri.

Después de las llamadas telefónicas, Heather tuvo dos días más para disfrutar del psicoespacio sabiendo que sólo ella y su marido podían acceder a él.

Entró en el aparato de su despacho. El de Kyle era más cómodo, pero se había aficionado a lo que, en honor de Becky, llamaba ahora el Alfa Centaurimóvil (el de Kyle, naturalmente, era el Beta Centaurimóvil). Además, Kyle se pasaba también gran parte del tiempo navegando por el psicoespacio, y dejaba su aparato aparcado en los lugares más terribles. ¿Cómo podía hojear nadie la mente de Gene Roddenberry antes de visitar la de Charles Dickens? No lo comprendía.

Heather se quedó en ropa interior y entró en el cubo central. Puso la puerta en su sitio, y luego tocó el botón de arranque y dejó que el teseracto se plegara a su alrededor.

Exploró.

Cada vez era mejor haciendo las conexiones, excavando memorias. Concentrarse en una cita famosa era a menudo suficiente para traer a primer plano los recuerdos de una persona famosa.

Pronto encontró el hexágono oscuro de Sir John A. MacDonald, el primer primer ministro de Canadá. Se sorprendió al descubrir que no bebía tanto como decía la historia. A partir de allí hizo la transformación Necker hasta Rutherford B. Hayes, el decimonoveno presidente americano, y se abrió paso a través de familias influyentes hasta Abraham Lincoln. Fue fácil encontrar la referencia «Hace unos ochenta y siete años». Saltó a un granjero de Gettysburg que asistía al discurso. Al granjero no le atraía gran cosa la oratoria, pero Heather disfrutó del asunto, aunque se sorprendió al ver que el Honesto Abe se perdía en «Poco advertirá el mundo ni recordará…» y tenía que repetir la frase dos veces.

Otros viajes le permitieron ver a Thomas Henry Huxley («el bulldog de Darwin») destrozar al obispo «Soapy Sam» Wilberforce en el gran debate de la evolución… cosa que avivó su apetito para ver el juicio del mono de Scopes, desde el punto de vista de John Scopes en el estrado de la defensa de Clarence Darrow.

¡Qué drama! ¡Qué teatro!

Y eso la hizo querer ver más. En honor a Kyle, vio parte de las representaciones del Julio César del Festival de Shakespeare de Stratford, Ontario, en 1961, saltando entre la perspectiva de Lome Green como Bruto y William Shatner como Marco Antonio.

Y aunque tardó más tiempo en encontrarlo, acabó por ver a Richard Burbage interpretando por primerísima vez a Hamlet y Macbeth en el teatro de El Globo, viéndolo desde los ojos del propio Shakespeare en los laterales. El acento de Burbage era casi incomprensible, pero Heather conocía las obras de memoria y disfrutó de cada segundo de las exageradas representaciones.

Escoger hexágonos al azar la llevó a todo tipo de tiempos y lugares en el pasado, pero los idiomas eran casi todos un galimatías, y sólo de vez en cuando podía deducir dónde o cuándo estaba. Vio lo que probablemente era Inglaterra durante la Edad Media, posiblemente Tierra Santa durante las Cruzadas, China (si su curso de historia del arte le servía de guía) en la Dinastía Liao. Y la antigua Roma… un día, tendría que regresar y seguir a alguien que hubiera estado en Pompeya el 24 de agosto del año 79, cuando el Vesubio entró en erupción.

Una muchachita azteca.

Un viejo aborigen australiano, antes de la llegada de los hombres blancos.

Un cazador inuit en el lejano y congelado norte.

Un mendigo en la India colonial.

Una mujer que veía una película porno.

Un hombre en el funeral de su hermano gemelo.

Un chico sudamericano jugando al fútbol.

Una mujer prehistórica, tallando cuidadosamente una punta de flecha de piedra.

Una joven atlética trabajando en un kibbutz.

Un soldado aterrado tras una trinchera en la Primera Guerra Mundial.

Un niño trabajando en Singapur.

Una mujer de las praderas americanas o canadienses, quizás hacía un siglo, dando a luz… y muriendo en el proceso.

Un centenar de otras vidas, brevemente entrevistas.

Continuó viajando, probando aquí, mirando allí, disfrutando del mantel de la experiencia humana. Jóvenes, viejos; varones, hembras; blancos, negros; heterosexuales, gays; inteligentes, tontos; ricos, pobres; sanos, enfermos… una panoplia de posibilidades, cien mil millones de vidas donde elegir.

Cada vez que creía encontrar una pista hacia personajes de importancia histórica, seguía la cadena.

Vio a Marilyn Monroe cantarle «Cumpleaños Feliz» a JFK… a través de los ojos de Jackie.

A través de los ojos de John Lennon, vio a Mark Chapman apretar el gatillo. El corazón de Heather casi se paró cuando la bala lo alcanzó. Esperó a ver si algo escapaba del cuerpo de Lennon en el momento de su muerte; si lo hizo, no pudo detectarlo.

Vio la primera pisada del hombre en la luna a través del casco curvado de Neil Amstrong. Había ensayado tantas veces la frase «un pequeño paso para el hombre» que casi no se dio cuenta cuando la farfulló.

Aunque no hablaba ni una palabra de alemán, encontró a Jung y a Freud. Por fortuna, conocía las transcripciones de las clases de Freud en la Universidad Clark en 1909 y pudo acceder a los recuerdos de ese viaje, durante el cual habló inglés casi todo el tiempo.

Heather advirtió que las universidades iban a disfrutar de un enorme boom cuando el descubrimiento de la supermente se hiciera público. Ella misma iba a apuntarse para aprender alemán…

… y, advirtió de pronto, también arameo. ¿Por qué detenerse en el Discurso de Gettysburg cuando también podía oír el Sermón de la Montaña?

Era embriagador.

Pero al satisfacer su curiosidad, sabía que estaba evitando a la persona con la que realmente quería conectar, temerosa de lo que pudiera hallar.

Quería acceder a su padre, que había muerto dos meses antes de que ella naciera.

Necesitaba un descanso antes de hacerlo. Salió del aparato y se fue a buscar un vaso de vino para ganar fuerzas.

Загрузка...