Decidimos fiarnos del mapa que habíamos encontrado y atajar en línea recta hacia el oeste atravesando el bosque en dirección a Crosson. Aunque no diéramos con el pueblo, de una manera o de otra saldríamos al camino y nos ahorraríamos muchos kilómetros.
La pierna herida de Hespe nos obligaba a avanzar despacio, y el primer día solo recorrimos diez o doce kilómetros. Durante uno de los numerosos descansos que nos tomamos, Tempi empezó a enseñarme el Ketan en serio.
Yo, insensato de mí, creía que Tempi ya había iniciado la instrucción, cuando en realidad lo único que había hecho hasta ese momento había sido corregir mis errores más espantosos porque le fastidiaban. De la misma manera que a mí me habrían dado ganas de afinarle el laúd a alguien que lo estuviera tocando desafinado.
Aquella instrucción era completamente diferente. Empezábamos por el principio del Ketan y Tempi corregía mis errores. Todos mis errores. Solo en el primer movimiento ya detectó dieciocho, y el Ketan lo componen más de cien movimientos. Enseguida empecé a tener dudas sobre aquel aprendizaje.
Por mi parte, yo empecé a enseñar a Tempi a tocar el laúd. Tocaba notas sueltas mientras caminábamos, y le enseñaba sus nombres; luego le mostraba algunos acordes. El camino parecía un lugar tan bueno como cualquier otro para empezar.
Esperábamos llegar a Crooson el día siguiente a mediodía. Pero a media mañana encontramos un tramo pantanoso, lóbrego y hediondo, que no estaba marcado en el mapa.
Y allí empezó una jornada de lo más deprimente. Teníamos que comprobar cada paso que dábamos, y avanzábamos muy lentamente. Dedan se sobresaltó y se resbaló, cayéndose y salpicándonos a los demás de agua apestosa. Dijo que había visto un mosquito más grande que su pulgar con una ventosa del tamaño de una horquilla. Le sugerí que quizá fuera un sorbicuelo. Él me sugirió varias cosas desagradables y antihigiénicas que podía hacer yo cuando quisiera.
A medida que avanzaba la tarde, abandonamos la idea de llegar al camino y nos concentramos en cosas más urgentes, como hallar un palmo de terreno seco donde pudiéramos sentarnos sin hundirnos. Pero solo encontramos más ciénagas, hoyas y nubes de mosquitos entusiastas y moscas hambrientas.
El sol empezó a ponerse antes de que hubiéramos salido del pantano, y el tiempo pasó de ser caluroso y bochornoso a frío y húmedo. Continuamos avanzando hasta que por fin el terreno empezó a ascender. Y aunque estábamos todos cansados y empapados, decidimos por unanimidad seguir andando y poner un poco de distancia entre nosotros y los insectos y el olor a plantas podridas.
Había luna llena, de modo que teníamos luz de sobra para encontrar el camino entre los árboles. Aunque había sido un día penoso, todos empezamos a animarnos. Hespe había acabado lo bastante cansada para apoyarse en Dedan, y cuando el mercenario, cubierto de barro, la rodeó con un brazo, ella le dijo que hacía meses que no olía tan bien. Dedan replicó que tendría que rendirse ante el criterio de una mujer tan elegante.
Me puse en tensión, convencido de que sus bromas no tardarían en volverse amargas y sarcásticas. Pero mientras avanzaba detrás de ellos vi el cuidado con que Dedan abrazaba a Hespe. Hespe se apoyaba en él casi con dulzura, lo cual no ayudaba mucho a su pierna herida. Miré a Marten, y el viejo rastreador sonrió mostrando unos dientes muy blancos a la luz de la luna.
Al poco rato encontramos un riachuelo de agua clara y pudimos librarnos del hedor y del barro. Lavamos la ropa y nos pusimos mudas secas. Yo saqué mi capa gastada y raída del macuto y me la ceñí con la vana esperanza de protegerme un poco del frío nocturno.
Estábamos terminando cuando oí cantar a alguien corriente arriba. Todos aguzamos el oído, pero el murmullo del agua nos impedía oír con claridad.
Pero una canción significaba gente, y gente significaba que estábamos llegando a Crosson, o quizá incluso a la posada La Buena Blanca, si el pantano nos había desviado demasiado hacia el sur. Hasta una granja sería preferible a otra noche a la intemperie.
Así que, pese a lo cansados y doloridos que estábamos, la promesa de una cama blanda, una comida caliente y una bebida fría nos dio energías para recoger nuestros fardos y seguir caminando.
Seguimos el curso del riachuelo. Dedan y Hespe todavía caminaban juntos. Oíamos la canción y la perdíamos. Con la lluvia de los días anteriores, el riachuelo iba muy cargado, de modo que el ruido del agua al fluir sobre rocas y raíces bastaba a veces para ahogar incluso el sonido de nuestros propios pasos.
Al final, el riachuelo empezó a ensancharse y se remansó; al mismo tiempo, la maleza se hizo menos espesa y dio paso a un amplio claro.
Ya no se oía cantar. Tampoco veíamos el camino, ni una posada, ni el resplandor de una hoguera. Solo un amplio claro iluminado por la luz de la luna. El riachuelo se ensanchaba hasta formar una reluciente laguna. Y sentada en una roca lisa a orillas de esa laguna…
– Señor Tehlu, protégeme de los demonios de la noche -dijo Marten con voz monótona. Pero su voz sonó más reverente que asustada. Y no desvió la mirada.
– Es… -dijo Dedan-. Es…
– Yo no creo en hadas -intenté decir en voz alta, pero apenas me salió un débil susurro.
Era Felurian.