Capítulo 131

Oscuro a la luz de la luna

Fred y Josh habían hecho un buen trabajo con la tienda. Era lo bastante alta para estar de pie en el centro, aunque con las dos chicas y yo allí dentro estábamos un poco apretados. Empujé suavemente a la rubia, Ellie, hacia la yacija de gruesas mantas.

– Siéntate -le dije con dulzura.

Como no reaccionaba, la cogí por los hombros y la ayudé a sentarse. Ella no opuso resistencia, pero tenía los azules ojos muy abiertos y la mirada perdida. Le examiné la cabeza para ver si tenía alguna herida. Como no encontré ninguna, deduje que estaba en estado de shock.

Tras rebuscar un momento en mi macuto, metí un poco de hoja molida en mi taza de viaje y añadí un poco de agua de mi odre. Le puse la taza en las manos a Ellie, y ella la sujetó, abstraída.

– Bébetelo -la exhorté tratando de imitar el tono de voz que Felurian utilizaba conmigo para conseguir mi conformidad.

No sé si funcionó o si sencillamente la chica tenía sed. Por una razón u otra, Ellie se bebió hasta la última gota de agua de la taza. Sus ojos seguían teniendo aquella mirada extraviada.

Puse otra medida de hoja molida en la taza, volví a llenarla de agua y se la ofrecí a la chica morena para que bebiera.

Nos quedamos varios minutos así, yo con un brazo estirado y ella con ambos brazos inmóviles, pegados a los costados. Al final parpadeó y me miró fijamente.

– ¿Qué le has dado? -me preguntó.

– Velia en polvo -contesté con dulzura-. Es un antídoto. Había veneno en el estofado.

Sus ojos me revelaron que no me creía.

– Yo no he comido estofado -dijo.

– En la cerveza también había. Te he visto bebería.

– Mejor -repuso ella-. Porque quiero morirme.

Di un hondo suspiro.

– No te matará. Solo hará que te encuentres fatal. Vomitarás y te sentirás débil, y tendrás calambres musculares durante un par de días. -Levanté la taza, ofreciéndosela.

– Y a ti, ¿qué más te da si me matan? -me preguntó con voz monótona-. Si no me matan ahora, lo harán más tarde. Prefiero morir… -Apretó los dientes antes de terminar la frase.

– Ellos no te han envenenado. Los he envenenado yo a ellos, y tú has ingerido un poco de veneno accidentalmente. Lo siento, pero esto te ayudará a paliar sus efectos.

La mirada de Krin vaciló un instante, y luego recuperó su férrea dureza. Miró la taza y luego clavó los ojos de nuevo en mí.

– Si es inofensivo, bébetelo tú.

– No puedo -expliqué-. Me produciría sueño, y esta noche tengo cosas que hacer.

Krin desvió la mirada hacia el lecho de pieles preparado en el suelo de la tienda.

Esbocé mi sonrisa más tierna y más triste.

– No, no me refiero a esa clase de cosas.

Krin seguía sin moverse. Nos quedamos mucho rato allí de pie. Del bosque llegó el ruido apagado de unas arcadas. Suspiré y bajé la taza. Al bajar la vista descubrí que Ellie ya se había aovillado y se había quedado dormida. Su rostro casi reflejaba placidez.

Inspiré hondo y me volví hacia Krin.

– No tienes ningún motivo para confiar en mí -dije mirándola a los ojos-. No después de lo que te ha pasado. Pero espero que lo hagas. -Volví a tenderle la taza.

Ella me sostuvo la mirada sin parpadear y cogió la taza. Se bebió su contenido de un solo trago, se atragantó un poco y se sentó. Fijó los ojos, duros como el mármol, en la pared de la tienda. Me senté a cierta distancia de ella.

Al cabo de quince minutos, Krin ya dormía. Las tapé a las dos con una manta y me quedé observando sus rostros. Dormidas, eran incluso más hermosas que despiertas. Estiré un brazo para apartarle un mechón de pelo de la cara a Krin, y me llevé una sorpresa cuando la chica abrió los ojos y se quedó mirándome. No era la mirada de mármol que me había dirigido unos momentos atrás, y en aquellos ojos oscuros vi a una joven Denna.

Me quedé paralizado, con una mano sobre su mejilla. Nos miramos el uno al otro durante un segundo. Entonces Krin volvió a cerrar los ojos. No sé si la droga la había vencido, o si la chica se entregó al sueño voluntariamente.

Me senté en la entrada de la tienda, con Cesura sobre las rodillas. Notaba arder dentro de mí una rabia abrasadora como el fuego, y la visión de las dos chicas dormidas era como un viento que avivaba las brasas. Apreté los dientes y me obligué a pensar en lo que había pasado allí, dejando que el fuego ardiera violentamente, dejando que me llenara su calor. Inspiraba hondo, templándome para lo que estaba a punto de suceder.

Durante tres horas me limité a escuchar los sonidos que provenían del campamento. Me llegaban fragmentos de conversaciones, moldes de frases cuyas palabras no alcanzaba a distinguir; palabrotas y ruidos de gente vomitando. Inspiraba muy despacio, como me había enseñado Vashet; relajaba el cuerpo y contaba las lentas exhalaciones.

Entonces abrí los ojos, miré las estrellas y calculé que había llegado el momento. Poco a poco me levanté e hice un largo y lento estiramiento. Había una gruesa medialuna colgada en el cielo, y todo tenía un resplandor intenso.

Me acerqué despacio a la hoguera. Había quedado reducida a unas brasas tristes que apenas conseguían alumbrar el espacio entre los dos carromatos. Distinguí el voluminoso cuerpo de Otto, apoyado en una de las ruedas. Olí a vómito.

– ¿Eres tú, Kvothe? -me preguntó con voz pastosa.

– Sí. -Seguí andando lentamente hacia él.

– Esa zorra de Anne ha dejado el cordero medio crudo -se quejó-. Te juro por Dios que jamás me había encontrado tan mal. -Levantó la cabeza y me miró-. ¿Tú estás bien?

Cesura hizo un floreo, atrapó brevemente la luz de la luna en su hoja y le cortó el cuello a Otto. Otto se tambaleó, cayó sobre una rodilla y luego se derrumbó hacia un lado, agarrándose el cuello con ambas manos, manchadas de negro. Lo dejé sangrando oscuramente a la luz de la luna, sin poder gritar, muriendo pero aún vivo.

Lancé un trozo de hierro quebradizo a las brasas de la hoguera y me dirigí hacia las otras tiendas.

Rodeé uno de los carromatos y tropecé con Laren. El dio un grito ahogado de asombro al verme salir de detrás del carromato con la espada desenvainada, y apenas tuvo tiempo de levantar las manos antes de que Cesura se clavara en su pecho. Se atragantó con un grito, cayó hacia atrás y se quedó retorciéndose en el suelo.

No había nadie que durmiera profundamente debido al veneno, de modo que el grito de Laren los hizo salir a todos de los carromatos y las tiendas, tambaleándose y mirando alrededor con desespero. Dos siluetas que debían de ser Josh y Fren saltaron por la abertura de la parte trasera del carromato. Le di a uno en un ojo antes de que llegara al suelo, y al otro le hice un tajo en el vientre.

Los demás lo vieron, y todos se pusieron a gritar. La mayoría echaron a correr hacia los árboles, tambaleándose como borrachos, y algunos cayeron por el camino. Pero la alta figura de Tim se abalanzó sobre mí; la pesada espada que había estado afilando toda la noche emitió destellos plateados a la luz de la luna.

Pero yo estaba preparado. Cogí otro trozo alargado de hierro de espada quebradizo y murmuré un vínculo. Entonces, en el preciso instante en que Tim se acercaba a mí lo suficiente para golpearme, partí el trozo de hierro con los dedos. Su espada se rompió produciendo un ruido de campana rota, y los pedazos cayeron al suelo y rodaron perdiéndose por la oscura hierba.

Tim tenía más experiencia que yo, era más fuerte y llegaba más lejos. Incluso bajo los efectos del veneno y con solo media espada, hizo un buen papel. Tardé casi medio minuto en burlar su guardia con Amante Asomado a la Ventana, y le amputé la mano por la muñeca.

Cayó de rodillas, soltó un áspero aullido y se agarró el muñón. Le clavé la espada en el tercio superior del pecho y me dirigí hacia los árboles. La pelea no había durado mucho, pero cada segundo era vital, pues los otros ya se estaban dispersando por el bosque.

Corrí hacia el sitio donde había visto tambalearse a una de aquellas siluetas oscuras. No tuve suficiente cuidado, y cuando Alleg se abalanzó sobre mí desde detrás de un árbol, me pilló desprevenido. No llevaba espada, sino solo un pequeño puñal que destelló a la luz de la luna al buscar el contacto con mi cuerpo. Pero un puñal es suficiente para matar a un hombre. Alleg me lo clavó en el abdomen cuando rodamos por el suelo. Me golpeé en la cabeza contra una raíz y noté sabor a sangre.

Conseguí levantarme antes que él y le corté el ligamento de la corva de una pierna. Entonces le clavé la espada en el vientre y lo dejé maldiciendo en el suelo mientras iba a perseguir a los otros. Me apreté la herida del vientre con una mano. Sabía que el dolor no tardaría en golpearme, y después de eso quizá no viviera mucho.

Fue una noche larga, y no os abrumaré con más detalles. Alcancé a todos los demás mientras corrían por el bosque. Anne se había roto una pierna en la precipitada huida, y Tim consiguió recorrer casi un kilómetro pese a haber perdido una mano y tener una herida en el pecho. Gritaron y maldijeron y suplicaron piedad mientras yo los perseguía por el bosque, pero nada que hubieran dicho habría podido aplacarme.

Fue una noche terrible, pero los encontré a todos. No hubo honor ni gloria en lo que hice. Pero sí hubo cierta justicia, y sangre, y al final reuní todos los cadáveres.

Volví a mi tienda cuando el cielo empezaba a teñirse de un azul familiar. Una afilada y abrasadora línea de dolor ardía unos centímetros por debajo de mi ombligo, y los desagradables tirones que notaba cuando me movía me indicaban que la sangre seca había adherido mi camisa a la herida. Procuré ignorar esa sensación, pues sabía que no podía hacer nada por mí mismo con las manos temblorosas y sin luz suficiente. Tendría que esperar al amanecer para evaluar la gravedad de la herida.

Traté de no pensar en algo que había aprendido en la Clínica: cualquier herida profunda que afecte al intestino promete un largo y doloroso viaje a la tumba. Un fisiólogo experto con el material adecuado habría podido hacer algo, pero me encontraba lejísimos de la civilización. Era como desear un pedazo de luna.

Limpié mi espada, me senté en la hierba húmeda enfrente de la tienda y me puse a pensar.

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