¿Acaba así? -preguntó Sim tras una pausa educada. Estaba tumbado boca arriba mirando las estrellas.
– Sí.
– Pues no acaba como yo esperaba -dijo.
– Y ¿qué esperabas?
– Esperaba saber quién era en realidad el viejo mendigo. Creía que en cuanto alguien fuera agradable con él, resultaría ser Táborlin el Grande. Entonces les entregaría su bastón y un saco de dinero y… no lo sé. Utilizaría su magia para algo.
– Diría: «Cuando estéis en peligro, golpead el suelo con este bastón y decid "¡Rápido, bastón!"», y entonces el bastón giraría sobre sí mismo y los defendería de quienquiera que los atacase -terció Wilem. El también estaba tumbado boca arriba en la hierba-. Creía que en realidad no era un viejo mendigo.
– Los viejos mendigos de las historias nunca son viejos mendigos -dijo Simmon con un tono ligeramente acusador-. Siempre son una bruja, un príncipe, un ángel o algo.
– En la vida real, los mendigos casi siempre son mendigos -señalé-. Pero ya sé en qué clase de historia estáis pensando. Esas son historias que contamos a otros para distraerlos. Esta historia es diferente. Es una historia que nos contamos entre nosotros.
– ¿Para qué contar una historia si no es para distraer?
– Para ayudarnos a recordar. Para enseñarnos… -hice un ademán impreciso- cosas.
– ¿Como estereotipos exagerados? -preguntó Simmon.
– ¿Qué quieres decir con eso? -pregunté, molesto.
– ¿ «Lo engancharemos al carro y le haremos tirar de él»? -Simmon dejó ir un ruidito de disgusto-. Si no te conociera, me sentiría ofendido.
– Y si yo no te conociera a ti -dije, acalorado-, me sentiría ofendido. ¿Sabes que los atures mataban a la gente que encontraban viviendo en el camino? Uno de tus emperadores declaró que eran perjudiciales para el imperio. La mayoría solo eran mendigos que habían perdido su casa por culpa de las guerras y los impuestos. A la mayoría los obligaron a alistarse en el ejército.
Tiré de la pechera de mi camisa y añadí:
– Pero los Edena eran los más valorados. Nos perseguían como a zorros. Durante cien años, la caza de Ruhs fue el pasatiempo favorito de la flor y nata atur.
Se hizo un profundo silencio. Me dolía la garganta, y me di cuenta de que había gritado.
– Eso no lo sabía -dijo Simmon con voz débil.
Me reprendí a mí mismo y di un suspiro.
– Lo siento, Simmon. Es una… Eso pasó hace mucho tiempo. Y no es culpa tuya. Es una vieja historia.
– Sin duda, puesto que contiene una referencia a los Amyr -terció Wilem, que evidentemente trataba de cambiar de tema-. ¿Cuánto hace que se disolvieron? ¿Trescientos años?
– De todas formas -dije-, todos los estereotipos encierran algo de verdad. Una semilla de la que surgieron.
– Basil es de Vintas -dijo Wil-. Y es muy peculiar respecto a ciertas cosas. Duerme con un penique bajo la almohada, cosas así.
– Cuando vine a la Universidad, viajé con un par de mercenarios adem -aportó Simmon-. No hablaban con nadie, solo entre ellos. Y siempre estaban moviéndose y haciendo gestos con las manos.
– Debo admitir -dijo Wil con vacilación- que conozco a muchos ceáldimos que se preocupan mucho de forrar sus botas con plata.
– Sus bolsas -le corrigió Simmon-. Las botas son lo que te pones en los pies. -Agitó un pie para ilustrar sus palabras.
– Sé muy bien qué es una bota -dijo Wilem con enojo-. Hablo esta lengua vulgar mejor que tú. Quería decir botas, patu. El dinero que llevas en la bolsa es para gastar. El dinero que quieres guardar lo llevas en las botas.
– Ah -dijo Simmon, pensativo-. Ya entiendo. Es una expresión, como venir a decir «guárdalo por si las moscas».
– ¿Qué hacéis con el dinero y las moscas? -preguntó Wilem, desconcertado.
– Y esa historia cuenta más cosas de las que creéis -intervine rápidamente, antes de que la conversación se complicara más-. La historia encierra una pizca de verdad. Si me prometéis no decírselo a nadie, os revelaré un secreto.
Wil y Simmon volvieron a prestarme atención.
– Si alguna vez aceptáis la hospitalidad de una troupe itinerante y os ofrecen vino antes que ninguna otra cosa, son Edena Ruh. Esa parte de la historia es cierta. -Levanté un dedo para advertirles-: Pero no os bebáis el vino.
– Es que a mí me gusta el vino -dijo Simmon con tono lastimero.
– Eso no importa -dije-. Vuestro anfitrión os ofrecerá vino, pero debéis insistir en que solo queréis agua. Es posible que se convierta en una especie de competición: el anfitrión sigue ofreciendo vino con gran magnanimidad, y el invitado sigue rechazándolo muy educadamente. Si hacéis eso, ellos sabrán que sois amigos de los Edena, que conocéis nuestras costumbres. Esa noche os tratarán como si fuerais miembros de su familia, y no simples invitados.
La conversación se interrumpió mientras mis amigos asimilaban esa información. Miré las estrellas y tracé mentalmente las constelaciones. Ewan el cazador, el crisol, la madre rejuvenecida, la zorra con lengua de fuego, la torre en ruinas…
– ¿Adónde iríais si pudierais ir a cualquier sitio? -nos preguntó de pronto Simmon.
– Al otro lado del río -contesté-. A la cama.
– No, no -protestó él-. Me refiero a si pudierais ir a cualquier lugar del mundo.
– Te diría lo mismo -dije-. He viajado mucho y he estado en muchos sitios. Siempre quise venir aquí.
– Pero no para siempre -dijo Wilem-. No quieres quedarte aquí para siempre, ¿verdad?
– A eso me refiero -añadió Simmon-. Todos queremos estar aquí. Pero nadie quiere quedarse aquí para siempre.
– Excepto Manet -le recordó Wil.
– ¿Adónde iríais? -insistió Simmon con obstinación-. Para vivir aventuras.
Reflexioné un momento en silencio y respondí:
– Supongo que iría al bosque de Tahl -dije.
– ¿Con los Tahl? -preguntó Wilem-. Tengo entendido que son un pueblo nómada muy primitivo.
– Técnicamente, los Edena Ruh son un pueblo nómada -dije con aspereza-. Una vez me contaron una historia que decía que los jefes de sus tribus no son grandes guerreros, sino cantantes. Sus canciones sanan a los enfermos y hacen bailar a los árboles. -Encogí los hombros-. Iría allí para ver si es cierto.
– Yo iría a la corte faen -dijo Wilem.
– Eso no vale -dijo Simmon riendo.
– ¿Por qué no? -saltó Wilem, molesto-. Si Kvothe puede ir a oír cantar a los árboles, yo puedo ir a Faen y bailar con las embrula… con las mujeres faen.
– El Tahl es real -objetó Simmon-. Los cuentos de hadas son para borrachos, tontos y niños.
– ¿Adónde irías tú? -pregunté a Simmon para que dejara de pelearse con Wilem.
Hubo una larga pausa.
– No lo sé -contestó con una voz extrañamente desprovista de inflexión-. En realidad no he estado en ningún sitio. Si vine a la Universidad fue porque cuando mis hermanos hereden y mi hermana reciba su dote, no va a quedarme gran cosa aparte del apellido.
– ¿No querías venir a la Universidad? -pregunté, y mi voz reveló mi asombro.
Sim encogió los hombros sin definirse; iba a hacerle otra pregunta cuando me interrumpió Wilem poniéndose ruidosamente en pie.
– ¿Qué os parece si cruzamos el puente? -nos preguntó.
Yo ya estaba muy despejado. Al levantarme, apenas me tambaleé.
– Por mí, bien.
– Un segundo. -Simmon empezó a desabrocharse el pantalón y caminó hacia los árboles.
En cuanto lo perdimos de vista, Wilem se inclinó hacia mí y me dijo en voz baja:
– No le preguntes por su familia. No es un tema fácil para él. Y menos cuando está borracho.
– ¿Qué…?
Wilem hizo un brusco movimiento con la mano y sacudió la cabeza.
– Luego, luego.
Simmon volvió a salir al claro trastabillando, y los tres juntos y en silencio volvimos al camino, atravesamos el Puente de Piedra y llegamos a la Universidad.