Capítulo 130

Vino y agua

Las despedidas de Haert me llevaron un día entero. Comí con Vashet y Tempi y dejé que ambos me dieran más consejos de los que necesitaba o deseaba oír. Celean lloró un poco y dijo que iría a visitarme cuando por fin vistiera el rojo. Hicimos un último combate y sospecho que me dejó ganar.

Por último pasé una agradable velada con Penthe que se convirtió en una agradable noche y, finalmente, en una agradable madrugada. Conseguí dormir un poco en las pálidas horas previas al amanecer.

Como me crié entre los Ruh, siempre me sorprende mucho lo rápido que una persona puede echar raíces en un sitio. No llevaba ni dos meses en Haert, y sin embargo me costó marcharme.

Pese a todo, me sentí bien en cuanto pisé el camino, dispuesto a reencontrarme con Alveron y Denna. Ya iba siendo hora de que recibiera mi recompensa por un trabajo bien hecho y ofreciera una disculpa sincera y bastante tardía.

Cinco días más tarde, iba caminando por uno de esos tramos de camino largos y solitarios que solo encuentras en las colinas de la región oriental de Vintas. Como decía mi padre, me hallaba en el borde del mapa.

En todo el día solo me había cruzado con un par de viajeros, y no había encontrado ni una sola posada. La perspectiva de dormir a la intemperie no me preocupaba especialmente, pero ya llevaba un par de días comiendo de lo que llevaba en el macuto, y un plato caliente no me habría venido mal.

Cuando casi había anochecido y había abandonado toda esperanza de llevarme algo decente al estómago divisé un hilo de humo blanco flotando contra el cielo crepuscular. Al principio creí que sería una granja. Entonces oí música a lo lejos y empecé a recuperar la esperanza de una cama y un plato caliente junto a la chimenea de una posada.

Pero al tomar un recodo del camino me llevé una grata sorpresa. Avisté entre los árboles las altas llamas de una hoguera entre dos carromatos, y esa imagen rescató de mi memoria recuerdos dolorosos. Había hombres y mujeres que charlaban repantigados. Uno rasgueaba las cuerdas de un laúd, y otro golpeaba distraídamente un pequeño tamboril que sostenía apoyado contra la pierna. Otros montaban una tienda entre dos árboles mientras una anciana colocaba un trébede sobre el fuego.

Artistas de troupe. Es más, en el costado de uno de los carromatos reconocí unas señales que para mí brillaban más que el fuego. Aquellas señales significaban que se trataba de auténticos artistas de troupe. Mi familia, los Edena Ruh.

Salí de entre los árboles, y uno de los hombres dio un grito; antes de que pudiera tomar aire para hablar había tres espadas apuntándome. El silencio repentino, después de la música y la charla, resultaba inquietante.

Un individuo apuesto con barba negra y un arete de plata dio un paso adelante sin apartar la punta de su espada de mi cara.

– ¡Otto! -gritó mirando por encima de mi hombro, hacia el bosque-. Si te has dormido, te juro por la leche de mi madre que te destripo. ¿Quién demonios eres?

La pregunta iba dirigida a mí. Pero todavía no había contestado cuando se oyó una voz proveniente de los árboles:

– Estoy aquí, Alleg, tal como… ¿Quién es ese? ¿Cómo demonios ha pasado sin que lo viera?

En cuanto habían desenvainado sus espadas, yo había levantado las manos. Es lo más sensato que puedes hacer cuando alguien te apunta con un objeto punzante. Sin embargo, sonreía cuando dije:

– Lamento haberte asustado, Alleg.

– No me vengas con cuentos -dijo él fríamente-. Te quedan diez segundos para explicarme qué hacías merodeando alrededor de nuestro campamento.

No hizo falta que dijera nada: me di la vuelta para que todos los que estaban alrededor del fuego pudieran ver el estuche del laúd que llevaba colgado a la espalda.

Alleg cambió inmediatamente de actitud. Se relajó y envainó su espada. Los otros lo imitaron; Alleg se acercó a mí riendo.

Yo también me reí, y dije:

– Una familia.

– Una familia. -Me estrechó la mano y, volviéndose hacia la hoguera, gritó-: ¡A comportarse todos! ¡Esta noche tenemos un invitado! -Hubo una breve ovación, y todos volvieron a lo que estaban haciendo antes de mi llegada.

Un hombre corpulento armado con una espada salió pisando fuerte de entre los árboles.

– Que me aspen si ha pasado a mi lado, Alleg. Seguro que es de…

– Es de nuestra familia -interpuso Alleg.

– Ah -dijo Otto, claramente sorprendido. Entonces se fijó en mi laúd-. En ese caso, bienvenido.

– La verdad es que no he pasado a tu lado -mentí. En la oscuridad, el shaed me volvía prácticamente invisible. Pero eso no era culpa suya, y yo no quería causarle problemas-. He oído la música y he dado un rodeo. Os he confundido con otra troupe, y quería darles una sorpresa.

Otto miró a Alleg de forma significativa; dio media vuelta y volvió a internarse en el bosque.

Alleg me puso un brazo sobre los hombros.

– ¿Puedo ofrecerte algo de beber?

– Un poco de agua, si te sobra.

– Ningún invitado bebe agua alrededor de nuestro fuego -protestó-. Solo nuestro mejor vino tocará tus labios.

– El agua de los Edena es más dulce que el vino para quienes llevan un tiempo en el camino. -Le sonreí.

– Pues entonces bebe tanta agua y tanto vino como desees. -Me condujo hasta uno de los carromatos, donde había un barril de agua.

Siguiendo una tradición ancestral, me bebí un cucharón de agua y llené un segundo cucharón para lavarme las manos y la cara. Tras secarme la cara con la manga de la camisa, miré a Alleg y sonreí.

– Qué alegría da volver al hogar.

Alleg me dio una palmada en la espalda.

– Ven conmigo. Déjame presentarte al resto de tu familia.

Los primeros fueron dos hombres de unos veinte años, ambos con barba desaliñada.

– Fren y Josh son nuestros mejores cantantes, sin contarme a mí, por supuesto. -Les estreché la mano.

A continuación saludé a los dos hombres que tocaban instrumentos junto al fuego.

– Gaskin toca el laúd. Laren, el caramillo y el tamboril.

Ambos me sonrieron. Laren golpeó el tamboril con el dedo pulgar, y el tambor produjo un tenue «tum».

– Aquel es Tim. -Alleg señaló al otro lado de la hoguera, donde un hombre alto y de rostro adusto aceitaba una espada-. Y a Otto ya lo has conocido. Ellos nos protegen de los peligros del camino.

Tim me saludó con una inclinación de cabeza, apartando la vista solo un momento de su espada.

– Esta es Anne. -Alleg señaló a una mujer mayor, con cara de pocos amigos y el pelo canoso recogido en un moño-. Ella nos alimenta y hace de madre para todos.

Anne siguió cortando zanahorias sin prestarnos atención.

– Y por último, pero no por eso menos importante, está Kete, que guarda la llave de todos nuestros corazones.

Kete tenía una mirada dura, y sus labios dibujaban una línea fina; pero su expresión se suavizó un tanto cuando le besé la mano.

– Y eso es todo -dijo Alleg dedicándome una sonrisa y una pequeña reverencia-. Y tú, ¿cómo te llamas?

– Kvothe.

– Bienvenido, Kvothe. Ponte cómodo y descansa. ¿Necesitas algo?

– ¿Un poco de ese vino que has mencionado antes? -dije sonriendo.

Se tocó la frente con el pulpejo de la mano.

– ¡Claro! ¿O prefieres cerveza?

Asentí con la cabeza y Alleg fue a buscar una jarra.

– Excelente -dije tras probarla, y me senté en un tocón.

Alleg hizo como si se tocara el ala de un sombrero imaginario.

– Gracias. Tuvimos la suerte de afanarla hace un par de días, cuando pasábamos por Levinshir. Y a ti, ¿cómo te ha tratado el camino últimamente?

Estiré la espalda arqueándome hacia atrás y suspiré.

– Para ser un trovador solitario, no demasiado mal. -Encogí los hombros-. Aprovecho todas las oportunidades que se me presentan. Tengo que andarme con cuidado, porque voy solo.

Alleg asintió con la cabeza.

– La única protección con que contamos nosotros es nuestra superioridad numérica -admitió; luego apuntó con la barbilla a mi laúd y añadió-: ¿Podrías cantarnos algo mientras esperamos a que Anne termine de preparar la cena?

– Desde luego -contesté, y dejé la jarra-. ¿Qué os gustaría oír?

– ¿Sabes tocar «Vete de la ciudad, calderero»?

– ¿Que si sé tocarla? A ver qué te parece. -Saqué el laúd del estuche y me puse a tocar. Cuando llegué al estribillo, ya todos habían dejado lo que estaban haciendo para escucharme. Hasta vi a Otto cerca de la linde del bosque; había abandonado su puesto de observación y miraba hacia la hoguera.

Cuando terminé la canción, todos aplaudieron con entusiasmo.

– Sí, sabes tocarla -dijo Alleg riendo. Entonces se puso serio y, golpeándose los labios con la yema de un dedo, me preguntó-: ¿Te gustaría viajar con nosotros un tiempo? No nos vendría mal otro músico.

Me lo pensé unos instantes.

– ¿Hacia dónde vais?

– Hacia el este.

– Yo voy a Severen -dije.

– Podemos pasar por Severen -repuso Alleg encogiendo los hombros-. Siempre que no te importe ir por el camino más largo.

– Llevo mucho tiempo lejos de la familia -admití barriendo con la mirada aquella escena junto al fuego que yo conocía muy bien.

– Un Edena no debe viajar solo -agregó Alleg pausadamente mientras deslizaba un dedo por el borde de su negra barba.

Dejé escapar un suspiro y dije:

– Vuelve a preguntármelo por la mañana.

Alleg sonrió y me dio una palmada en la rodilla.

– ¡Estupendo! Eso significa que tenemos toda la noche para convencerte.

Guardé mi laúd y me disculpé para ir a atender una necesidad. Al regresar, me arrodillé junto a Anne, que estaba sentada cerca del fuego.

– ¿Qué nos está preparando, madre? -le pregunté.

– Estofado -me contestó con tono cortante.

– Y ¿qué lleva? -pregunté con una sonrisa.

Anne me miró con los ojos entornados.

– Cordero -dijo como desafiándome a negarlo.

– Hace mucho tiempo que no como cordero, madre. ¿Me deja probarlo?

– Tendrás que esperar, igual que los demás -me espetó.

– ¿Ni siquiera un poquito? -la camelé dedicándole mi sonrisa más obsequiosa.

La anciana inspiró y, encogiendo los hombros, cedió.

– Está bien. Pero si empieza a dolerte el estómago, no será culpa mía.

Me reí.

– No, madre. No será culpa suya. -Cogí la cuchara de madera, de mango largo, y me la acerqué a los labios. Tras soplar en ella, probé el estofado-. ¡Madre! -exclamé-. Es el guiso más delicioso que he probado en un año.

– Bah -repuso ella mirándome con recelo.

– Se lo digo sinceramente, madre -insistí-. En mi opinión, el que no sepa apreciar este delicioso estofado no es un verdadero Ruh.

Anne se volvió, siguió removiendo el contenido de la olla y me ahuyentó con un ademán, pero su expresión ya no era tan hostil como antes.

Después de pasar por el barril para llenarme otra vez la jarra, volví a mi asiento. Gaskin se inclinó hacia delante.

– Nos has regalado una canción. ¿Te apetece oír algo?

– ¿«El caramillero ingenioso», por ejemplo? -propuse.

– Esa no la conozco -dijo Gaskin arrugando la frente.

– Es sobre un Ruh muy astuto que se burla de un granjero.

– Pues no -dijo Gaskin sacudiendo la cabeza.

Me agaché para coger mi laúd.

– Os la tocaré. Es una canción que todos nosotros deberíamos saber.

– Escoge otra -protestó Laren-. Voy a tocarte algo con el caramillo. Tú ya has cantado para nosotros una vez esta noche.

– Se me había olvidado que tocabas el caramillo -dije sonriéndole-. Esta te gustará -le aseguré-. El caramillero es el héroe. Además, vosotros vais a llenarme la barriga, de modo que es justo que yo os llene los oídos. -Antes de que pudieran presentar más objeciones, me puse a tocar, rápido y ligero.

Rieron durante toda la canción. Desde el principio, cuando el caramillero mata al granjero, hasta el final, cuando seduce a la esposa y a la hija de la víctima. No canté las dos últimas estrofas, donde los aldeanos matan al caramillero.

Cuando terminé, Laren se secó las lágrimas.

– Eh, tienes razón, Kvothe. Me convenía saber esa canción. Además… -le lanzó una mirada a Kete, que estaba sentada al otro lado de la hoguera- es una canción verídica. Las mujeres se pirran por los caramilleros.

Kete dio un resoplido de desdén y puso los ojos en blanco.

Charlamos de cosas sin importancia hasta que Anne anunció que el estofado ya estaba listo. Todos lo atacamos con ganas, y solo se interrumpía el silencio para felicitar a Anne.

– Dime la verdad, Anne -dijo Alleg después del segundo cuenco-. ¿Birlaste pimienta en Levinshir?

– Todos tenemos nuestros secretos, querido -respondió Anne, petulante-. No se debe presionar a una dama.

– ¿Os han ido bien últimamente las cosas a ti y a los tuyos? -pregunté a Alleg.

– Sí, ya lo creo -me contestó entre dos bocados-. En Levinshir, hace un par de días, nos fueron especialmente bien. -Guiñó un ojo-. Ya lo verás más tarde.

– Me alegro de oírlo.

– De hecho -se inclinó hacia delante y adoptó un tono de complicidad- las cosas nos han ido tan bien que me siento generoso. Lo bastante generoso para ofrecerte cualquier cosa que me pidas. Cualquier cosa. Pídeme y será tuyo. -Se inclinó un poco más y añadió con un susurro teatral-: Quiero que sepas que esto es un intento flagrante de sobornarte para que te quedes con nosotros. Con esa hermosa voz tuya podríamos llenar nuestras bolsas.

– Por no mencionar las canciones que podría enseñarnos -terció Gaskin.

– No le ayudes a regatear, chico -dijo Alleg como si gruñera-. Tengo la impresión de que esta negociación ya va a ser bastante difícil.

Lo medité un poco.

– Supongo que podría quedarme… -Dejé la respuesta en el aire, sin definirme.

Alleg compuso una sonrisa cómplice.

– ¿Pero…?

– Pero a cambio te pediré tres cosas.

– Hummm. Tres cosas. -Me miró de arriba abajo-. Como en las historias.

– Me parece justo -me apresuré a decir.

Alleg asintió, vacilante.

– Supongo que sí. Y ¿cuánto tiempo viajarías con nosotros?

– Hasta que nadie ponga objeciones a mi marcha.

– ¿Alguien tiene algún inconveniente? -preguntó Alleg mirando alrededor.

– ¿Y si nos pide un carromato? -preguntó Tim. Su voz me sobresaltó, áspera y bronca como dos ladrillos rozados uno contra otro.

– ¿Qué más da? Viajará con nosotros -argumentó Alleg-. Al fin y al cabo, esos carromatos son de todos. Y como no podrá marcharse a menos que nosotros le dejemos…

Nadie planteó más objeciones. Alleg y yo nos estrechamos la mano y hubo una breve ovación.

– ¡Por Kvothe y sus canciones! -dijo Kete alzando su jarra-. Tengo el presentimiento de que valdrá la pena, nos cueste lo que nos cueste.

Todos bebieron, y yo levanté a mi vez la jarra.

– Juro por la leche de mi madre que ninguno de vosotros hará jamás un trato mejor del que habéis hecho conmigo esta noche. -Eso provocó otra ovación, más entusiasta, y todos volvieron a beber.

Alleg se secó los labios y me miró a los ojos.

– Veamos, ¿qué es lo primero que quieres pedirnos?

Agaché la cabeza.

– En realidad no es gran cosa. No tengo mi propia tienda. Si voy a viajar con mi familia…

– ¡No digas ni una palabra más! -Alleg alzó su jarra de madera, como un rey que concede un favor-. ¡Te cedo mi propia tienda, con un lecho de pieles y mantas de un palmo de grosor! -Les hizo una señal a Fren y a Josh, que estaban sentados al otro lado de la hoguera-. Id a preparársela.

– No hace falta -me apresuré a intervenir-. Puedo hacerlo yo solo.

– Déjalo, es bueno para ellos. Les hace sentirse útiles. Y por cierto… -Le hizo una seña a Tim-. Tráelas, ¿quieres?

Tim se levantó y se llevó una mano al estómago.

– Enseguida. Ahora mismo vuelvo. -Se dio la vuelta y se dirigió hacia el bosque-. No me encuentro muy bien.

– ¡Eso te pasa por comer como un cerdo! -le gritó Otto. Se volvió hacia nosotros y dijo-: Algún día se dará cuenta de que no puede comer más que yo sin ponerse enfermo después.

– Como Tim está ocupado pintando un árbol, iré yo a buscarlas -dijo Laren con un entusiasmo débilmente velado.

– Esta noche estoy yo de guardia -intervino Otto-. Ya voy yo.

– Voy yo -terció Kete con exasperación. Miró a los otros dos, que seguían sentados, y fue detrás del carromato que yo tenía a mi derecha.

Josh y Fren salieron del otro carromato con una tienda, cuerdas y estacas.

– ¿Dónde quieres ponerla? -preguntó Josh.

– Eso no es algo que haya que preguntarle a un hombre, ¿verdad, Josh? -bromeó Fren golpeando a su amigo con un codo.

– Ronco un poco -les advertí-. Será mejor que me pongáis un poco apartado de los demás. -Señalé-. Allí, entre esos dos árboles, estará bien.

– Porque normalmente ya se sabe dónde quiere ponerla un hombre, ¿no, Josh? -continuó Fren mientras ambos se alejaban y empezaban a montar la tienda.

Kete volvió al cabo de un minuto con un par de hermosas jóvenes. Una era delgada y tenía el pelo liso y negro, cortado a lo chico. La otra era más redondeada, con el pelo rubio y rizado. Ambas parecían muy decaídas y no aparentaban más de dieciséis años.

– Te presento a Krin y a Ellie -dijo Kete señalando a las chicas.

– Son una de las cosas que nos salieron bien en Levinshir -explicó Alleg con una sonrisa-. Esta noche, una de ellas te calentará la cama. Es mi regalo al nuevo miembro de nuestra familia. -Las miró de arriba abajo-. ¿A cuál prefieres?

Las miré a las dos.

– Es una elección difícil. Déjame pensarlo un rato.

Kete las sentó cerca del fuego y les puso un cuenco de estofado en las manos a cada una. La chica del pelo rubio, Ellie, comió un poco con expresión ausente; luego se detuvo, como un juguete que se queda sin cuerda. Tenía la mirada perdida, casi ciega, como si observara algo que ninguno de nosotros podía ver. Krin, en cambio, tenía los ojos fieramente clavados en el fuego. Estaba rígida, con el cuenco en el regazo.

– Chicas -las reprendió Alleg-, ¿no sabéis que todo irá mucho mejor cuando empecéis a colaborar?

Ellie dio otro bocado y se paró. Krin seguía mirando fijamente el fuego, con la espalda tiesa y el semblante severo.

Sin levantarse, Anne les hincó la cuchara de madera.

– ¡Comed!

La reacción de las chicas fue la misma que antes: un lento bocado y una tensa rebelión. Frunciendo el ceño, Anne se inclinó más hacia ellas y agarró firmemente a la morena por la barbilla, mientras con la otra mano cogía el cuenco de estofado.

– No lo hagas -le exhorté-. Ya comerán cuando tengan hambre. -Alleg me miró con curiosidad-. Sé lo que me digo. Dadles algo de beber.

Al principio pareció que la anciana continuaría de todos modos, pero entonces encogió los hombros y le soltó la barbilla a Krin.

– Bueno. Estoy harta de alimentar por la fuerza a esta cría. Solo nos ha causado problemas.

Kete se sorbió ruidosamente la nariz para expresar su aprobación.

– Esa zorra me atacó cuando la desaté para que se bañara -dijo, y se apartó el pelo de un lado de la cara para revelar unos arañazos-. Casi me saca un ojo.

– Y quiso escapar -añadió Anne con el ceño fruncido-. Ahora tengo que drogaría por las noches. -Puso cara de indignada y añadió-: Que se muera de hambre si quiere.

Laren volvió junto al fuego con dos jarras y se las puso en las manos a las chicas, que no opusieron resistencia.

– ¿Es agua? -pregunté.

– No, cerveza -me contestó Laren-. Si no comen nada, es mejor que beban cerveza.

Reprimí una protesta. Ellie bebió con la misma expresión ausente con que había comido. Krin apartó los ojos del fuego y miró primero la jarra y luego a mí. Su parecido con Denna me produjo una fuerte conmoción. Sin quitarme la vista de encima, Krin bebió. Su mirada endurecida no delataba nada de lo que estaba pasando dentro de su cabeza.

– Dejad que se sienten a mi lado -dije-. Quizá eso me ayude a decidirme.

Kete las trajo junto a mí. Ellie se dejó llevar; Krin, en cambio, estaba rígida como un palo.

– Ten cuidado con esta -me previno Kete señalando a la morena-. Araña mucho.

Entonces llegó Tim, algo pálido. Se sentó junto al fuego, y Otto le dio un codazo en las costillas.

– ¿Quieres un poco más de estofado? -le preguntó con malicia.

– Vete al cuerno -le espetó Tim.

– Te sentará bien beber un poco de cerveza -le aconsejé.

Tim asintió; se notaba que agradecería cualquier cosa que pudiera ayudarlo. Kete le llevó una jarra llena de cerveza.

Tenía a las dos chicas sentadas una a cada lado, mirando al fuego. Ahora que las tenía más cerca, vi cosas que hasta ese momento se me habían pasado por alto. Krin tenía un cardenal en la parte de atrás del cuello. La rubia tenía las muñecas ligeramente señaladas por haber estado maniatada, mientras que Krin las tenía muy rasguñadas y despellejadas. Por lo demás, olían a limpio. Llevaban el pelo cepillado y les habían lavado la ropa recientemente. Kete se había ocupado de ellas.

Además, de cerca eran aún más hermosas. Estiré un brazo para tocarles los hombros. Krin se encogió y luego se puso rígida. Ellie no reaccionó en absoluto.

La voz de Fren llegó proveniente de los árboles:

– Ya está. ¿Quieres que encendamos una lámpara?

– Sí, por favor -respondí. Miré a las dos chicas y luego a Alleg-. No consigo decidirme -dije con sinceridad-. De modo que me las quedaré a las dos.

Alleg soltó una carcajada de incredulidad. Entonces, al ver que yo permanecía serio, protestó:

– Vamos, hombre. Eso sería una injusticia. Además, no me irás a decir que puedes…

Lo miré con franqueza.

– Bueno, aunque pudieras, no… -continuó, evasivo.

– Es la segunda cosa que te pido -dije con formalidad-. Las quiero a las dos.

Otto dio un grito de protesta del que se hicieron eco los semblantes de Gaskin y Laren.

Sonreí y los tranquilicé diciendo:

– Solo esta noche.

Fren y Josh, que ya habían montado mi tienda, volvieron junto a la hoguera.

– Puedes estar agradecido de que no te haya pedido a ti, Otto -dijo Fren-. Eso habría sido lo que habría pedido Josh, ¿verdad, Josh?

– Cierra el pico, Fren -dijo Otto, exasperado-. Ahora soy yo el que tiene ganas de vomitar.

Me levanté y me colgué el laúd a la espalda. Y guié a las dos chicas, una rubia y otra morena, hacia mi tienda.

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