La celosa luna
Esa noche, Marten mató tres gruesos conejos. Yo desenterré unas raíces y recogí unas cuantas hierbas, y antes de ponerse el sol estábamos los cinco sentados ante una cena estupenda, rematada por dos grandes hogazas de pan recién hecho, mantequilla y un queso de textura quebradiza y tan local que ni siquiera tenía un nombre concreto.
Estábamos de buen humor tras un día de buen tiempo, y mientras cenábamos volvieron a salir las historias.
Hespe nos contó un cuento asombrosamente romántico de una reina que se había enamorado de un criado. Nos la contó con delicado apasionamiento. Y si bien su dicción no revelaba un corazón enternecido, sí lo hacían las miradas que le lanzaba a Dedan mientras hablaba del enamoramiento de la reina.
Sin embargo, Dedan no veía las señales del amor de Hespe. Y con un delirio que raras veces he visto igualar, empezó a contar una historia que había oído en la posada La Buena Blanca. Una historia sobre Felurian.
– El chico que me contó esto debía de tener la edad de aquí Kvothe -dijo Dedan-. Y si le hubierais oído hablar, habríais comprendido que no era de los capaces de inventarse un cuento así. -El mercenario se dio unos golpecitos en la sien-. Pero escuchad y juzgad vosotros mismos si vale la pena creérsela.
Como ya os he contado, Dedan tenía labia, y era de ingenio agudo cuando le daba la gana utilizarlo. Por desgracia, aquella fue una de las ocasiones en que le funcionó la lengua pero no la cabeza.
– Desde tiempos inmemoriales, los hombres han desconfiado de estos bosques. No por miedo a los malhechores, ni a perderse en ellos. -Sacudió la cabeza-. No. Dicen que los seres feéricos habitan aquí.
«Duendes maliciosos de pezuñas hendidas que bailan en las noches de luna llena. Seres de largos dedos que roban recién nacidos de las cunas. Son muchas las mujeres, jóvenes y ancianas, que dejan pan y leche junto a la puerta de su casa por la noche. Y son muchos los hombres que se aseguran de construir su casa con todas las puertas en hilera.
»Hay quien los llama supersticiosos, pero ellos saben la verdad. Lo más sensato es evitar a los Fata, pero cuando eso no es posible, lo mejor es estar en buenas relaciones con ellos.
»Esta es la historia de Felurian. La Dama del Crepúsculo. La Dama del Primer Silencio. Felurian, que significa la muerte para los hombres. Pero una muerte fausta, a la que se dirigen con gusto.
Tempi inspiró hondo. Apenas se movió un poco, pero me llamó la atención, porque seguía con su costumbre de permanecer completamente quieto cuando contábamos historias por la noche. Aquello sí lo entendía yo: que guardara silencio, que prestara atención.
– Felurian -preguntó Tempi-. La muerte para los hombres. ¿Es…? -Hizo una pausa-. ¿Es sentin? -Levantó ambas manos delante del cuerpo e hizo como si agarrara algo. Nos miró, expectante. Entonces, al ver que no lo entendíamos, tocó la espada que tenía a su lado en el suelo.
Lo entendí.
– No -dije-. No es una Adem.
Tempi negó con la cabeza y señaló el arco de Marten.
– No. No es una luchadora. Ella… -No terminé la frase, porque no sabía qué decir para explicarle cómo mataba Felurian a los hombres, sobre todo si no teníamos más remedio que recurrir a la mímica. Desesperado, miré a Dedan en busca de ayuda.
Dedan no vaciló.
– Sexo -dijo con franqueza-. ¿Sabes qué es el sexo?
Tempi parpadeó varias veces; entonces echó la cabeza hacia atrás y rió. Dedan, sorprendido, no supo si debía ofenderse o no. Al cabo de un momento Tempi recobró el aliento.
– Sí -se limitó a decir-. Sí, sé qué es el sexo.
– Pues así es como mata a los hombres -dijo Dedan con una sonrisa.
Al principio Tempi parecía más imperturbable que nunca, pero entonces, poco a poco, el horror fue extendiéndose por su cara. No, no era horror. Eran asco y repulsión, agravados por el hecho de que normalmente su rostro no expresaba nada. Con una mano hizo varios gestos extraños junto al costado.
– ¿Cómo? -preguntó con voz estrangulada.
Dedan fue a decir algo, pero se interrumpió. Entonces empezó a hacer un gesto, pero también paró, y miró con timidez a Hespe.
Hespe rió con su risa gutural y se volvió hacia Tempi. Pensó un momento, y entonces hizo como si abrazara a alguien y lo besara. Luego empezó a golpearse el pecho rítmicamente, representando los latidos del corazón. Aumentó el ritmo cada vez más, y de pronto paró, cerró la mano y abrió mucho los ojos. Tensó todo el cuerpo, y luego se quedó plácida, con la cabeza colgando hacia un lado.
Dedan rió y aplaudió su actuación.
– Eso es. Pero a veces… -se dio unos golpecitos en la sien; luego chasqueó los dedos, se puso bizco y sacó la lengua- loco.
Tempi se relajó.
– Ah -dijo, claramente aliviado-. Bueno. Sí.
Dedan asintió con la cabeza y reanudó su historia.
– Muy bien. Felurian. El deseo más vano de todo hombre. Una belleza sin parangón. -Pensando en Tempi, hizo un gesto como si cepillara una larga cabellera-. Hace veinte años, el padre y el tío de ese chico salieron a cazar a este mismo bosque a la puesta de sol. Se entretuvieron más de lo debido, y luego decidieron volver a casa atravesando la espesura en línea recta en lugar de por el camino como habría hecho cualquier persona sensata.
»No habían andado mucho cuando oyeron un canto a lo lejos. Fueron hacia allí creyendo que estaban cerca del camino, pero de pronto se encontraron al borde de un pequeño claro. Y allí estaba Felurian cantando en voz baja:
Cae-Lanion Luhial
di mari Felanua
Kreata Tu ciar
tu alaran di
Dirella. Amanen.
Loesi an delan
tu nia vor ruhlan
Felurian thae.
Me estremecí al oír aquella canción, pese a que Dedan cantaba muy mal. La melodía era inquietante, cautivadora y extraña. Tampoco reconocí el idioma. Ni una sola palabra.
Dedan asintió con la cabeza al observar mi reacción.
– Esa canción es, por encima de todo lo demás, lo que da credibilidad a la historia del chico. No entiendo ni una sola palabra, pero se me quedó grabada en la memoria a pesar de que él solo la cantó una vez.
»Pues bien, los dos hermanos se acurrucaron al borde del claro.
Y gracias a la luna pudieron ver que era mediodía en lugar de medianoche. Felurian estaba en cueros; aunque el pelo le llegaba casi hasta la cintura, era evidente que estaba desnuda como la luna.
Siempre me han gustado las historias sobre Felurian, pero cuando miré a Hespe, mi interés se enfrió un tanto. Hespe observaba a Dedan con los ojos entornados.
Dedan no se dio cuenta.
– Era alta y tenía las piernas largas y esbeltas, la cintura estrecha y las caderas redondeadas como si suplicaran una caricia. Su vientre era liso y perfecto, como un trozo impecable de corteza de abedul, y el hoyuelo de su ombligo parecía hecho para besarlo.
A esas alturas, los ojos de Hespe se habían reducido a dos peligrosas rendijas. Pero más reveladora aún era su boca, que había formado una línea recta y delgada. Voy a daros un consejo: si alguna vez veis esas señales en el rostro de una mujer, callad de inmediato y sentaos sobre las manos. Quizá con eso no logréis arreglar las cosas, pero al menos impediréis que empeoren.
Dedan continuó, por desgracia, y sus gruesas manos siguieron revoloteando a la luz del fuego.
– Sus pechos eran grandes y redondos, como melocotones que esperan que los arranquen del árbol. Ni siquiera la celosa luna, que roba el color de todas las cosas, podía esconder el sonrosado…
Hespe hizo un ruido de disgusto y se levantó.
– Bueno, pues me voy -dijo. Su voz destilaba una frialdad que ni siquiera a Dedan pudo pasársele por alto.
– ¿Cómo?-La miró; todavía tenía las manos ahuecadas y levantadas frente al cuerpo, paralizadas en el acto de sostener unos senos imaginarios.
Hespe se marchó indignada, murmurando por lo bajo.
Dedan dejó caer bruscamente las manos sobre el regazo. En lo que se tarda en respirar una vez, su expresión pasó de la confusión a la ofensa y de la ofensa al enojo. Al cabo de un segundo, se levantó sacudiéndose bruscamente trocitos de hoja y ramitas de los pantalones y mascullando. Recogió sus mantas y fue hacia el otro extremo de nuestro pequeño claro.
– ¿Acaba con los dos hermanos persiguiendo a Felurian, y con el padre del chico quedándose rezagado? -pregunté.
Dedan giró la cabeza y me miró.
– Ah, ¿ya la habías oído? Pues si no te interesaba, podrías haberme…
– Solo te lo pregunto -me apresuré a decir-. Me fastidia mucho no oír el final de una historia.
– El padre metió el pie en una madriguera de conejos -resumió Dedan-. Se torció un tobillo. Al tío no volvieron a verlo. -Se alejó del círculo de la luz de la hoguera con gesto sombrío.
Miré, suplicante, a Marten, pero él negó con la cabeza.
– No -dijo con voz suave-. No quiero meterme. Por nada del mundo. Intentar ayudar ahora sería como intentar apagar el fuego con las manos: sumamente doloroso, y no serviría de nada.
Tempi empezó a prepararse la cama. Marten hizo un movimiento circular con un dedo y me miró, interrogante, preguntándome si quería la primera guardia. Asentí con la cabeza, y él recogió sus mantas y dijo:
– Por muy atractiva que parezca una cosa, tienes que valorar los riesgos que corres. Cuánto lo deseas, cuánto estás dispuesto a quemarte.
Esparcí los troncos de la hoguera para apagarla y al poco rato la profunda oscuridad de la noche se apoderó del claro. Me tumbé boca arriba, contemplando las estrellas, y me puse a pensar en Denna