Vashet y yo peleábamos por los montes de Ademre.
Después de tanto tiempo, ya apenas notaba el viento. Era tan parte del paisaje como aquel terreno escabroso bajo mis pies. Algunos días soplaba muy suave, una brisa que solo trazaba dibujos en la hierba o me metía el pelo en los ojos. Otros días era lo bastante fuerte para hacer que la tela suelta de mi ropa me restallara contra la piel. Podía venir de direcciones insospechadas sin previo aviso y empujarte como si una mano te presionara firmemente entre los omoplatos.
– ¿Por qué dedicamos tanto tiempo a la pelea con las manos? -pregunté a Vashet mientras hacía Arrancar Tréboles.
– Porque lo haces mal -respondió Vashet bloqueándome con Agua en Abanico-. Porque me haces sentir vergüenza cada vez que peleamos. Y porque tres de cada cuatro veces pierdes con una niña que mide la mitad que tú.
– Pues todavía lo hago peor con la espada -dije mientras caminaba en círculo buscando un hueco.
– Sí, lo haces peor -admitió Vashet-. Por eso no te dejo pelear con nadie, salvo conmigo. Eres demasiado alocado. Podrías lastimar a alguien.
Sonreí.
– Creía que de eso se trataba.
Vashet arrugó el ceño; entonces estiró un brazo, como si nada, y me sujetó por la muñeca y el hombro, retorciéndome con el Oso Dormido. Con la mano derecha me sujetaba la muñeca contra la cabeza, estirándome el brazo en un ángulo antinatural, mientras con la izquierda me apretaba fuertemente el hombro. Impotente, me vi obligado a doblarme por la cintura, mirando al suelo.
– Veb -dije, rindiéndome.
Pero Vashet no me soltó. Me retorció el brazo y aumentó la presión que ejercía sobre mi hombro. Empezaron a dolerme los huesecillos de la muñeca.
– Veh -dije un poco más alto, creyendo que no me había oído. Pero Vashet siguió sujetándome y retorciéndome más y más la muñeca-. Vashet. -Intenté girar la cabeza para mirarla, pero lo único que veía desde ese ángulo era su pierna.
– Si se tratara de lesionar a alguien -dijo-, ¿por qué iba a soltarte?
– No he querido decir eso… -Vashet me apretó más fuerte, y me callé.
– ¿Cuál es el propósito del Oso Dormido? -me preguntó con calma.
– Incapacitar a tu oponente -contesté.
– Muy bien. -Vashet empezó a aplastarme con la fuerza lenta y constante de un glaciar. El dolor sordo empezó a aumentar en mi hombro y en mi muñeca-. Dentro de poco, tu brazo se saldrá de la articulación del hombro. Tus tendones se estirarán y se separarán del hueso. Tus músculos se desgarrarán y tu brazo quedará colgando como un trapo húmedo. ¿Habrá conseguido el Oso Dormido cumplir su propósito?
Me retorcí un poco, por puro instinto animal. Pero solo logré convertir aquella quemazón en un dolor todavía más agudo, así que paré. No era la primera vez que, durante el entrenamiento, Vashet me inmovilizaba con una posición ineludible. En esos casos, siempre me quedaba sin recursos, pero nunca me había sentido como aquella vez.
– El propósito del Oso Dormido es el control -dijo Vashet con calma-. Ahora mismo podría hacer contigo lo que quisiera. Puedo moverte, o romperte, o soltarte.
– Prefiero que me sueltes -dije tratando de sonar más esperanzado que desesperado.
Hubo una pausa. Entonces Vashet me preguntó con la misma serenidad:
– ¿Cuál es el propósito del Oso Dormido?
– El control.
Noté que sus manos me soltaban, y me levanté haciendo rodar el hombro despacio para aliviar el dolor.
Vashet se quedó allí plantada mirándome con el ceño fruncido.
– La finalidad de todo esto es el control. Primero debes controlarte a ti mismo. Luego puedes controlar tu entorno. Luego consigues controlar a quien quiera que se te ponga delante. Eso es el Lethani.
Llevaba casi un mes en Haert, y tenía la impresión de que todo marchaba bien. Vashet reconocía que mi conocimiento del idioma estaba mejorando, y me felicitaba diciéndome que ya no hablaba como un imbécil sino como un crío.
Seguía encontrándome con Celean en el prado junto al árbol espada. Yo anhelaba esos encuentros pese a que Celean me daba unas palizas tremendas. Tardé tres días en vencerla.
Es una estrofa interesante para añadir a la larga historia de mi vida, ¿no os parece?
Venid todos, acercaos
si queréis oír el relato
de cómo Kvothe el Sin Sangre,
con audacia y osadía,
peleó contra una chiquilla
de no más de diez años.
Sabréis de su valentía
y del gozo que sintió
cuando su certero golpe derribó
a aquella cría.
Por feo que pueda sonar, me sentí orgulloso, y con razón. Hasta Celean me felicitó; parecía muy sorprendida de que lo hubiera conseguido. Allí, a la sombra alargada del árbol, me enseñó su variante a dos manos de Romper León como recompensa, y me obsequió con el halago de una sonrisa picara.
Ese mismo día terminamos pronto el número de combates que nos habían prescrito. Fui a sentarme en una piedra cercana, que había sido labrada para convertirla en un cómodo asiento. Me froté la docena de puntos doloridos con que había salido del combate y me dispuse a observar el árbol espada hasta que Vashet viniera a buscarme.
Pero Celean no era de las que se sientan a esperar. Fue hacia el árbol espada y se quedó de pie a solo unos palmos de él, donde las ramas más largas oscilaban y danzaban agitadas por el viento, haciendo girar las hojas, redondas y afiladas, en círculos vertiginosos.
De pronto agachó los hombros y se metió corriendo bajo la copa, en medio del millar de hojas que giraban frenéticamente.
Me quedé tan asustado que no pude gritar, pero hice ademán de levantarme hasta que oí reír a Celean. La vi correr, brincar y girar; su menudo cuerpo esquivaba las hojas que el viento desprendía como si jugara al corre que te pillo. Ya estaba a medio camino del tronco y se detuvo. Agachó la cabeza, estiró un brazo y apartó de un manotazo una hoja que de otra forma le habría cortado.
No. No fue un manotazo sin más. Hizo Nieve que Cae. Entonces la vi acercarse aún más al tronco, zigzagueando y protegiéndose. Primero hizo Doncella que se Peina y luego Bailar hacia Atrás.
Entonces saltó hacia un lado, abandonando el Ketan. Se agachó y corrió por un hueco entre las hojas hasta llegar al tronco del árbol, y una vez allí le dio una palmada.
Y de nuevo se metió bajo las hojas. Hizo Prensar Sidra, se agachó, giró sobre sí misma y corrió hasta que salió de debajo de la copa del árbol. No gritó, triunfante, como habría hecho cualquier niño de la Mancomunidad, sino que saltó hacia arriba con las manos en alto en señal de victoria. Entonces, sin parar de reír, hizo una voltereta lateral.
Conteniendo la respiración, vi a Celean practicar ese juego una y otra vez, entrando y saliendo de debajo de las hojas danzantes del árbol. No siempre llegaba hasta el tronco. En dos ocasiones salió corriendo, escapando de las hojas, antes de haberlo tocado, e incluso estando sentado lejos pude ver que eso la enfurecía. Una vez resbaló y tuvo que salir de debajo de las hojas a gatas.
Pero consiguió llegar hasta el tronco y volver cuatro veces, y cada vez celebró su huida levantando las manos, riendo y haciendo una sola voltereta lateral perfecta.
No paró hasta que regresó Vashet. Observé desde la distancia que Vashet se dirigía furiosa hacia ella y la regañaba severamente. No oí lo que decían, pero su lenguaje corporal era fácil de interpretar. Celean tenía la cabeza agachada y dibujaba en el suelo con los pies. Vashet la apuntaba con el dedo índice y le dio un coscorrón en un lado de la cabeza. Era la regañina que habría recibido cualquier niño. No entres en el jardín de los vecinos. No molestes a las ovejas de los Benton. No juegues al corre que te pillo entre el millar de cuchillos giratorios del árbol sagrado de tu pueblo.