El nuevo mundo de la capitana Allison Parker empezó con el ruido de metal que se desgarraba.
Durante algunos segundos no hizo más que percibir y reaccionar, sin intentar explicarse nada. El casco de la nave se había roto. Quiller intentaba arrastrarse hacia atrás, para acercarse a ella. Tenía sangre en su cara. A través de las rendijas del casco podía ver árboles y el cielo pálido. ¿Árboles?
Su mente apartó la impresión de absurdo, y luchó por librarse de las correas que la sujetaban. Apartó a un lado el equipo de disco, y bajó la visera de su casco ligero que tenía una reserva de aire para respirar durante diez minutos. Sin pensarlo, estaba siguiendo los procedimientos de emergencia en caso de rotura del casco de la nave que tantas veces les habían repetido en su instrucción. Si hubiera razonado sobre ello, se habría quitado su casco —había sonidos de pájaros y el viento hacía ruido en los árboles— y habría muerto.
Allison tiró de Quiller para apartarle de los mandos y vio la causa de que su arnés no le hubiera protegido. La parte delantera de la cabina estaba abombada hacia el piloto, y habían faltado muy pocos centímetros para que hubiese sido aplastado. Un ruido áspero de rotura le llegó atravesando las delgadas paredes de su casco de protección. Cerró el de Quiller y abrió el suministro de oxígeno. Reconoció el olor que todavía impregnaba su casco. Era el hedor que delataba las fugas de su combustible de aterrizaje.
Angus Quiller se soltó de ella. Miró a su alrededor, atontado.
—¿Fred? —gritó.
En el exterior, los árboles empezaban a arder. Sólo Dios podía saber cuánto tiempo resistiría la parte delantera del casco que evitaba que el fuego de los depósitos delanteros alcanzara el habitáculo de la tripulación.
Allison y Quiller se arrastraron más y pudieron ver lo que le había, sucedido a Fred Torres. El ruido terrible con que había empezado aquella pesadilla era debido a que todo el frente de la nave se había incrustado en el puente de mando. El respaldo de la cama de aceleración de Fred estaba intacto, pero Allison pudo ver que ya no se podía hacer nada para ayudar a aquel hombre. Quiller había tenido mucha suerte.
Ambos miraron a través de la rotura que estaba encima de sus cabezas. Era irregular y larga, quizá sería posible salir por allí. Allison miró a través de la cabina hasta la mampara de salida. Estaba tan deformada que nunca podrían abrirla para escapar. A pesar de sus trajes presurizados empezaban a notar el calor. El cielo que podían ver a través de la grieta ya no era azul, ahora sólo veían una masa de humo y llamas que ascendía por los pinos más cercanos.
Quiller formó un estribo con sus manos para elevar a la especialista del NMV y hacerla pasar a través del desgarrón del casco. La cabeza de Allison se asomó fuera. En otras circunstancias menos críticas, Allison hubiera empezado a chillar al ver lo que parecía estar sentado en las llamas. Una inmensa forma oscura que parecía un pulpo, cuyas patas ardían, crujían y se retorcían. Allison consiguió pasar sus hombros por el agujero y se elevó, hasta salir por completo. En seguida se inclinó sobre el agujero para ayudar al piloto. Simultáneamente una parte de su mente reconoció que lo que había visto no era un pulpo sino una masa de raíces de un gigantesco árbol que de alguna manera había caído delante de la nave de exploración. Y esto era lo que había matado a Fred Torres.
Quiller saltó para cogerse a la mano de Allison. Durante unos instantes su cuerpo mucho más ancho que el de ella se quedó enclavado en el agujero, pero gracias a una combinación de tirones y empujones coordinados logró pasar, pero no sin dejar parte de su arnés y equipo en los cortantes bordes de la rotura del casco.
Estaban en el fondo de un amplio cráter, que ahora ya estaba lleno de humo rojo y de calor. Sin su oxígeno no hubieran tenido la menor oportunidad. A pesar de todo, el fuego era muy intenso. Por la parte de delante la situación era muy comprometida, y de allí salían riachuelos de fuego que iban hacia atrás, que era precisamente donde estaba almacenado casi todo el combustible para el descenso. Miraron a su alrededor, ya sin sorprenderse, sólo con la idea fija de buscar una salida.
Quiller señaló el trozo del ala derecha. Si pudieran correr por encima de ella, un breve salto les permitiría llegar hasta la cascada de maleza y árboles pequeños que habían caído en el cráter. Hasta mucho más tarde, Allison no se preguntó cómo era posible que toda aquella maleza hubiera quedado encima del orbitador cuando éste se estrelló.
Unos segundos después estaban trepando, mano sobre mano, por la pared de arbustos y lianas. El fuego estaba prendiendo en la blanda masa que les sostenía y les lanzaba lenguas de fuego que hacían arder las agujas de pino que estaban clavadas en las lianas. Cuando llegaron arriba se detuvieron un instante para mirar hacia abajo. En aquel mismo instante pudieron ver cómo se rompía, por la mitad, la bodega de carga y la nave de reconocimiento cayó dentro. Así desaparecieron los millones de dólares que costaba aquel equipo óptico y de sondeo profundo que había utilizado Allison. Su mano se cerró sobre el disco que todavía llevaba colgado a su costado.
El depósito principal explosionó, y simultáneamente la pierna derecha de Allison se dobló debajo de ella. Cayó al suelo. Y Quiller también cayó un segundo después.
—¡Condenada estupidez! —oyó Allison que decía Quiller mientras los escombros les caían encima—. ¡Quedarnos contemplando una bomba! Salgamos de aquí.
Allison intentó levantarse, vio la mancha roja en el lado de su pierna. El piloto se detuvo y la llevó a través de la maleza húmeda, hasta veinte o treinta metros en dirección contraria al viento. La dejó en el suelo y se agachó para observar la herida. Sacó un cuchillo de su equipo de supervivencia y cortó la dura tela alrededor de la herida.
—Tienes suerte. Lo que fuera ha pasado limpiamente a través del lado de tu pierna. Se podría decir que es una rozadura si fuera menos profunda.
Pulverizó encima de la herida una cola de primeros auxilios, y el dolor se redujo hasta una presión palpitante que seguía el ritmo de su pulso.
El pesado humo rojo seguía brotando, pero se dirigía lejos de ellos. El mismo orbitador quedaba oculto por los bordes del cráter. Las explosiones seguían produciéndose irregularmente, pero con intensidad menor. Allí podían considerarse a salvo. Quiller le ayudó a que se quitara el traje de presión, y luego se quitó el suyo.
Quiller anduvo algunos pasos en dirección al cráter. Se inclinó y cogió un objeto de forma extraña, como tallada.
—Parece como si esto hubiera llegado hasta aquí por efecto de la explosión.
Era una cruz cristiana, y su base estaba todavía cubierta de polvo.
—Nos hemos estrellado en un maldito cementerio—. Allison intentó reír, pero no logró más que aumentar su sensación de vértigo.
Quiller no contestó. Estudió la cruz durante algunos segundos. Finalmente la volvió a dejar en el suelo y regresó para observar la pierna herida de Allison.
—Esto ya no sangra. Y no veo otras heridas. ¿Cómo estás?
Allison miró la mancha roja sobre el color gris de su traje de vuelo. Un color muy hermoso excepto cuando el rojo era la propia sangre.
—Deja que me siente un rato. Apuesto a que seré capaz de ir andando hasta los helicópteros de rescate, cuando lleguen.
—Humm. De acuerdo. Voy a echar un vistazo por ahí. Tal vez haya una carretera que pase cerca.
Se desprendió del equipo de supervivencia y lo dejó al lado de Allison.
—Hasta dentro de unos quince minutos.