El fuego de los rifles de los bandidos iluminó los árboles. Una andanada seguía a otra. Wili oyó que Jeremy se movía, como si se estuviera preparando para devolver el fuego. Se dio cuenta de que los rusos estaban tirando contra ellos mismos. La reflexión que antes le había engañado a él, también lo hacía con ellos. ¿Qué pasaría cuando se dieran cuenta de que aquello que tenían delante era solamente una burbuja? Una burbuja y un rifle en las manos de un tirador muy malo.
El tiroteo se fue apagando poco a poco.
—¡Ahora, Jeremy! —dijo Naismith.
El muchacho más grande saltó a campo abierto e hizo oscilar su arma de uno a otro lado del barranco. Disparó todo el cargador. El rifle tartamudeó de un modo irregular, como si estuviera a punto de encasquillarse. El resplandor de su boca recortada iluminó el barranco. El enemigo era visible, a excepción de un individuo que se podía distinguir vagamente delante de las piedras de color claro que estaban a un lado de la cortadura. Este tuvo mala suerte. Casi saltó sobre sus pies cuando un impacto de bala le dio en el pecho y le lanzó sobre la roca.
Unos gritos de dolor salieron de todo el barranco. ¿Cómo lo había podido hacer Jeremy? Para él, un solo impacto logrado habría sido una suerte fantástica, porque Jeremy Kaladze era de los pocos que a plena luz del día podían errar el tiro contra la tapia más grande de un corral.
Jeremy dio un salto para ponerse a su lado.
—¿Les di… a todos?
Había algo de horror en su voz, pero metió otro cargador en su arma recortada.
Nadie había contestado a sus disparos. El bandido que había quedado tendido en el suelo… ¡se había levantado y corría alejándose de ellos! El impacto debería haberle dejado muerto, o por lo menos gravemente herido. A través de la maleza, pudieron oír que los otros se juntaban y echaban a correr hacia el lado mas lejano del barranco. Vieron sus siluetas, una a una, cuando corrían.
Jeremy se puso de rodillas, pero Naismith tiró de él hacia abajo.
—Hijo, tienes razón. Hay algo raro en todo esto. No queramos forzar nuestra buena suerte.
Estuvieron tendidos en silencio durante mucho tiempo, hasta que se volvieron a oír los ruidos de los animales y hasta que la luz de las estrellas les pareció más brillante. No había ni señal de otros humanos dentro de un radio de quinientos metros, por lo menos.
¿Proyecciones? Jeremy iba pensando en voz alta. ¿Zombies? Wili se preguntaba en silencio a sí mismo. Pero no podía ser ninguna de las dos cosas. Habían sido heridos, los habían tumbado; y luego se habían levantado y echado a correr empavorecidos. Y esto no se parecía en lo más mínimo a las leyendas de zombies de Ndelante. Naismith no tenía dudas que quisiera compartir con nadie. Cuando llegaron los que iban a rescatarles, había empezado a llover otra vez.
No eran más que las nueve de la mañana de un día de abril y ya el aire estaba caliente y húmedo, con treinta grados de temperatura. Sobre el arco de la Cúpula había nubes tormentosas. Por la tarde seguramente llovería. Wili Wáchendon y Jeremy Sergeivich Kaladze andaban por el ancho camino de grava que iba desde la granja hasta algunos edificios aislados que estaban cerca de la Cúpula. No hacían buena pareja. Uno de los muchachos medía dos metros de altura, era blanco y larguirucho; el otro era bajito, delgado, negro y además parecía que aún no había alcanzado la adolescencia. Pero Wili empezaba a darse cuenta de que también había algunas similitudes entre ellos. Resultó que ambos tenían la misma edad: quince años. Y el otro muchacho era agudo, aunque no de la misma forma que Wili. Nunca había intentado imponerse por su corpulencia, más bien parecía temer un poco a Wili (si esto era posible en alguien tan movido y hablador como Jeremy Sergeivich).
—El coronel dice… —Jeremy y los demás nunca llamaban «abuelo» al viejo Kaladze aunque no parecía que hubiera temor en su actitud, sino un gran afecto—. El coronel dice que alguien está vigilando la granja desde que llegamos nosotros tres.
—¡Oh! ¿Los bandidos?
—No lo sabemos. No podemos tener los aparatos que el doctor Naismith puede comprar: esas microcámaras y cosas por el estilo. Pero tenemos un visor telescópico y una cámara, que funciona durante las veinticuatro horas del día, instalada en el tejado. El ordenador que va con el equipo descubrió algunos destellos entre los árboles —señaló con la mano hacia donde el borde del bosque casi llegaba hasta la plantación de bananas de la finca—, probablemente eran reflejos que venían de aparatos ópticos anticuados.
Wili notó un escalofrío, a pesar de estar al sol y de que hacía calor. Por allí había mucha gente, en comparación con la mansión de Naismith, pero no era un sitio debidamente fortificado. No tenían muros, torres de vigía ni globos de observación. Había varios niños de muy corta edad, y la mayor parte de los adultos ya había cumplido los cincuenta años. Existía la típica distribución por edades, pero era muy poco adecuada para la defensa. Wili se preguntó cuáles podrían ser los recursos secretos que los Kalazdes podían tener.
—Entonces, ¿qué vais a hacer?
—Muy poca cosa. No deben de ser muchos, porque son demasiado tímidos. Les hubiéramos perseguido si tuviésemos más gente. La verdad es que no tenemos más de cuatro buenos rifles y el mismo número de hombres que puedan utilizarlos. El sheriff Wentz ya conoce cómo están las cosas… Vamos, no te preocupes.
No había advertido la piel de gallina que se le había puesto a Wili. El muchacho más pequeño la había disimulado bastante bien. Empezaba a darse cuenta de que Jeremy no tenía la menor malicia.
—Quiero enseñarte lo que producimos por aquí.
Salió del camino de grava y se dirigió a un gran edificio de una planta. Estaba claro que no era un almacén. Toda su cubierta estaba llena de baterías solares.
—Si no fuera por la Cúpula de Vandenberg, creo que la California Central sería sólo famosa por los productos Flecha Roja, que es nuestra marca comercial. No somos tan sofisticados como los Green de Norcross, o tan grandes como los Quen de Beijing, pero lo que nosotros hacemos es lo mejor.
Wili aparentó indiferencia.
—A mí me parece que esto no es más que una granja grande.
—Seguro, tan seguro como que el doctor Naismith es un ermitaño. Ésta es una finca muy grande y muy buena. Pero, ¿de dónde crees que mi familia sacó el dinero para comprarla? La verdad es que hemos tenido mucha suerte. Mi abuela y el coronel tuvieron cuatro hijos después de la guerra, y cada uno de éstos ha tenido por lo menos dos. Prácticamente, formamos un clan y además hemos adoptado a otra gente que puede resolver cosas que nosotros no podemos. El coronel cree en la diversificación. Entre la granja y nuestro software nadie puede con nosotros, somos indestructibles.
Jeremy golpeó la pesada puerta blanca. Nadie contestó, pero giró lentamente hacia adentro y los muchachos pudieron entrar. A lo largo de las paredes del edificio había ventanas que dejaban pasar la luz matutina y la brisa suficiente para estar relativamente confortable. Daba la impresión de un desorden elegante. Unas plantas ornamentales rodeaban las dispersas mesas de oficina. Había más de un acuario. La mayoría de las mesas estaban desocupadas, pero en la parte más alejada de la habitación una especie de conferencia tenía lugar. Los hombres saludaron a Jeremy con la mano, pero siguieron con lo que parecía sonar como una discusión.
—Aquí hay mucha más gente que de costumbre. Muchos tipos prefieren trabajar en casa. Mira.
Señaló a uno de los pocos trabajadores que estaban sentados. El hombre parecía no darse cuenta de su presencia. En el holo que estaba encima de su mesa flotaban formas coloreadas que cambiaban y giraban. El hombre las examinaba detenidamente. Movió su cabeza hacia abajo, como si hiciera una seña afirmativa y, de repente, el dibujo se hizo triple y cortado a trozos. De algún modo, controlaba aquella pantalla. Wili reconoció la composición de transformaciones lineales y no lineales. Dentro de su cabeza, Wili había jugado con aquellas cosas durante gran parte del invierno.
—¿Qué está haciendo?
El vozarrón normal de Jeremy se había convertido en algo casi inaudible.
—¿Quién crees que utiliza los algoritmos que inventáis el doctor Naismith y tú? —con su mano pareció señalar toda la sala—. Hemos logrado hacer con ellos las más complicadas aplicaciones del mundo.
Wili no hacía otra cosa que mirarle.
—Mira, Wili. Ya sé que tenéis toda clase de máquinas maravillosas, allí arriba en la montaña. ¿De dónde crees que han salido?
Wili lo estaba meditando. ¡Nunca había pensado en ello! Su educación había recorrido raudamente los caminos que Naismith le había señalado. El precio que había pagado por sus progresos era que, en muchos aspectos, las opiniones de Wili sobre lo que hacía que las cosas trabajaran eran una combinación de abstracciones matemáticas y del mito de Naismith.
—Creo que daba por seguro que Paul las había hecho casi todas.
—El doctor Naismith es un hombre asombroso, pero necesitamos centenares de hombres, por todo el mundo, para poder hacer todas las cosas que necesita. Mike Rosas dijo que esto era como una pirámide. En la cúspide hay muy pocos hombres, digamos Naismith en algoritmos y Masaryk en física de superficies, hombres que realmente pueden inventar cosas. Con las prohibiciones de la Autoridad de la Paz sobre las grandes organizaciones, estas personas tienen que trabajar solas, y probablemente en todo el mundo no hay más que cinco o seis. Un poco más abajo de la pirámide hay casas de software, como la nuestra. Cogemos los algoritmos y los implementamos para que las máquinas puedan trabajar con ellos.
Wili miró a aquellos fantasmas programados que giraban y se cambiaban en la pantalla situada encima de la mesa. Aquellos fantasmas eran a la vez familiares y extraños. Era como si sus propias ideas se hubieran transformado en una especie de Celeste.
—Pero estas personas no hacen nada. ¿De dónde salen las máquinas?
—Tienes razón. Sin hardware donde trabajen nuestros programas, no seríamos más que soñadores despiertos. Este es el nivel siguiente de la pirámide. Los procesadores estándar son muy baratos. Antes de las plagas, muchas familias del Valle del Sol se instalaron en Santa María. Trajeron un camión cargado con maquinaria para grabar con rayos gamma. Desde entonces se ha mejorado mucho. Importamos de Oregón los materiales purificados de base. Y si se necesita algo muy especial, incluso lo importamos de mucho más lejos. Por ejemplo, los Green hacen las mejores piezas ópticas sintéticas.
Jeremy se dirigió hacia la puerta.
—Te habría enseñado muchas más cosas, pero hoy parece que tienen mucho trabajo. Es muy probable que vosotros tengáis la culpa. Parece que el coronel está muy excitado por lo que vosotros dos habéis inventado durante el invierno.
Se detuvo y miró a Wili, como si esperara que éste le pudiera facilitar alguna información adicional. Y Wili se decía a sí mismo, «¿Cómo voy a explicárselo?». Le habría resultado muy difícil explicar el algoritmo en pocas palabras. Era un asunto muy delicado, lleno de esquemas de codificación destinados a yuxtaponer y separar ciertos objetos muy sabia y muy rápidamente. Entonces comprendió que su compañero estaba interesado por sus efectos, en la posibilidad que podía dar a los Quincalleros de escuchar los satélites de la Autoridad.
Su vacilación fue mal interpretada, porque el muchacho más alto se rió:
—No importa. No quiero sonsacarte. Es muy probable que no pudiera entenderlo. Vamos. Hay otra cosa que quiero que veas, aunque es posible que también sea otro secreto. El coronel cree que si la Autoridad de la Paz lo supiese hubiera hecho pública su Prohibición.
Siguieron unos mil metros por el camino principal de la finca, que llegaba hasta la Cúpula de Vandenberg. Wili sentía mareos cuando miraba en aquella dirección. Al estar tan cerca, no se percibía la grandiosidad de la Cúpula, en cierto sentido resultaba invisible porque sólo se veía un gran espejo vertical. En este espejo veía las colinas del final de la finca, y el paisaje que se extendía detrás de ellos. Había un par de veleros pequeños que navegaban hacia la orilla norte del lago Lompoc, y se podía ver el transbordador amarrado a su muelle en la orilla más próxima, en el fiordo Salsipuedes.
A medida que caminaban, acercándose a la burbuja, el terreno que estaba al mismo borde de ella aparecía erosionado, torturado. La lluvia que caía desde la Cúpula había excavado un profundo río alrededor de la base, que iba a desembocar al lago Lompoc. El terreno temblaba débil, pero constantemente, a causa de pequeños terremotos. Wili trató de imaginarse la otra mitad de la Cúpula, extendiéndose kilómetros hacia el interior de la tierra. No era extraño que el mundo temblara a causa de aquella obstrucción. Miró hacia lo alto y se encogió de hombros.
—Te impone, ¿no es verdad?
Jeremy le cogió por el brazo, para detenerle.
—Yo he nacido cerca de aquí, pero todavía me caigo de espaldas cuando vengo y me imagino que intento escalar esta cosa.
Chapotearon en el barro y miraron hacia el río. A pesar de que ya no llovía desde hacía algunas horas, las aguas fangosas se movían de prisa, mordiendo el terreno. Desde la otra parte del río, los fantasmas de Jeremy y de Wili les devolvían sus miradas.
—Es peligroso acercarse más. Los canales de agua van también por debajo del suelo. Hemos tenido algún que otro corrimiento de tierras importante. Pero, desde luego, no es para esto por lo que te he traído hasta aquí.
Condujo a Wili hasta un pequeño edificio.
—Hay otro nivel en la pirámide de Mike. La gente que hace cosas como carros, casas y arados. Los reparadores todavía tratan con muchas de estas cosas, pero están agotando las ruinas, por lo menos por nuestra región. Las cosas nuevas se hacen tal como se hacían hace cientos de años. Es muy caro y requiere mucho trabajo. Es el tipo de trabajo en el cual destacan la República de Nuevo México y Aztlán. Pues bien, podemos programar procesadores para controlar las partes móviles de las máquinas. No veo por qué no podemos hacer una máquina que tenga partes móviles para hacer todas estas cosas. Este es mi proyecto especial.
—Si pero esto está Prohibido. ¿Vas a decirme que…?
—Las máquinas de partes móviles no están Prohibidas. Por lo menos, no directamente. La Autoridad la ha tomado con todo aquello que signifique alta energía y alta velocidad. No quieren que alguien pueda empezar a hacer bombas o burbujas y comience otra Guerra.
El edificio se parecía al que habían visto antes, pero con menos ventanas.
Un antiguo poste de metal emergía del suelo, cerca de la entrada.
Wili lo miró con curiosidad, y Jeremy le dijo:
—Esto no tiene nada que ver con mi proyecto. Cuando yo era pequeño, todavía se podían leer unos números que tenía pintados. Se sacó de una de las alas de un aeroplano de la época anterior a la Autoridad. El coronel opina que debía estar despegado de la Base Vandenberg de la Fuerza Aérea, en el preciso momento en que fue envuelto por una burbuja. La mitad del él cayó aquí, y la otra mitad quedó dentro de la Cúpula.
Siguió a Jeremy hasta dentro del edificio. Estaba mucho más oscuro que dentro de la casa del software. Algo se movió. Algo hizo un ruido de tono muy elevado, semejante a un zumbido. A Wili le costó algunos segundos cerciorarse de que él y Jeremy eran los únicos seres vivos que estaban allí. Jeremy le condujo por una pasarela hasta donde estaba el foco del zumbido. Una pequeña cinta transportadora se perdía entre las sombras. Cinco pequeños brazos que acababan en unas manos mecánicas hacían un… ¿qué?
Aquello tenía unos dos metros de largo y uno de alto. Tenía ruedas, pero eran mucho menores que las de un carro. No había espacio para los pasajeros o para la carga. Detrás de la máquina que se estaba montando, Wili vio al menos cuatro copias acabadas.
—Éste es mi fabricador.
Jeremy tocó uno de los brazos mecánicos. La máquina cesó inmediatamente sus precisos movimientos, como si quisiera expresar su respeto a su dueño.
—No puede hacer el trabajo completo. Sólo el bobinado del motor y el cableado. Pero voy a mejorarla.
Wili estaba más interesado en saber qué era lo que se fabricaba allí.
—¿Qué son estas cosas? —y señaló a los vehículos.
—Tractores de granja, ¡desde luego! No son grandes. No pueden llevar pasajeros. Has de ir andando detrás de ellos. Pero pueden tirar de un arado y pueden sembrar. Pueden tomar energía de las baterías del tejado. Es un primer proyecto peligroso, ya lo sé. Pero quería hacer algo bonito. Los tractores no son en realidad vehículos. No creo que la Autoridad llegue a enterarse, y si se entera, haremos cualquier otra cosa. Mis fabricadores son flexibles.
También van a Prohibir tus fabricadores. No era sorprendente que Wili hubiera asimilado la opinión de Paul sobre la Autoridad de la Paz.
Habían prohibido la investigación que hubiera curado sus propios problemas. Era como todas las demás tiranías, sólo que más poderosa.
Pero Wili no dijo nada de esto en voz alta. Se acercó al más próximo «tractor» ya terminado y puso su mano sobre el motor, esperando que tal vez notaría alguna energía eléctrica. Esta era, después de todo, una máquina que podía moverse por efecto de su propia potencia. Cuántas veces había soñado en que podía conducir un automóvil. Sabía que el más íntimo y ardiente deseo de algunos pequeños aristócratas Jonque era que sus hijos pudieran ser aceptados como conductores de los camiones de la Autoridad.
—¿Sabes, Jeremy? Creo que esto puede llevar un pasajero. Apuesto a que puedo sentarme en la parte trasera y alcanzar los mandos.
Una sonrisa apareció lentamente en la cara de Jeremy.
—¡Caramba! Veo lo que quieres decir. Si yo no abultara tanto, también podría hacerlo. Anda, ¡si vas a ser un automovilista! Ven. Vamos a sacarlo fuera. Hay un terreno llano delante del edificio donde podremos…
Un débil «biiip» llegó desde el teléfono que Jeremy llevaba al cinto.
Se lo puso en el oído.
—De acuerdo, está bien. Lo siento.
—Wili, el coronel y el doctor Naismith quieren vernos. Y quieren que sea ahora mismo. Se suponía que debíamos estar cerca de la casa principal y a su disposición en cualquier momento.
Fue la única vez que Wili oyó que Jeremy decía algo poco respetuoso referido a sus superiores. Se fueron hacia la puerta.
—Volveremos antes de que llueva por la tarde, y probaremos si podemos conducirlo.
Pero había amargura en su voz, y Wili miró otra vez a aquella habitación en penumbra. No sabía por qué, pero no esperaba poder volver pronto por allí.