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Nadie pudo comprender el conflicto mejor que Wili. Paul, aun cuando estaba conectado con Jill, sólo podía tener una visión de segunda mano. Y aparte de Paul, no existía nadie que pudiera tener más que fragmentos del cuadro general. Era Wili el que dirigía la parte de la función de los Quincalleros, y, hasta cierto punto, manipulaba también la de la Paz. Sin las órdenes dadas con la voz de Paul, las miles de operaciones distintas que se efectuaban sobre la Tierra habrían estado tan desperdigadas en el tiempo y en sus efectos que la Autoridad hubiera tenido muy pocos obstáculos, para seguir con su propio sistema de control.

Pero Wili sabía que su tiempo se acabaría muy pronto.

Por medio de la cámara de reconocimiento del blindado vio cómo Allison y Paul se perdían entre las residencias de los potentados. Sus pasos se iban apagando en los micrófonos del exterior. ¿Llegaría a saber si Paul se había salvado?

Más allá del cielo que se veía a través de la corta separación que había entre los lados del callejón, flotaba un satélite de la Paz. Uno de los motivos por el que había escogido tal sitio para detenerse era para tener aquella línea de mira. Noventa segundos después, la radioestrella se ocultaría detrás de los curvados aleros de madera y sin ella perdería el enlace con el satélite de altitud sincrónica y, como última consecuencia, su control mundial. Sería sordo, mudo y ciego. Pero noventa segundos después ya no importaría. Él y los otros Quincalleros iban a ganar o perder en sesenta segundos.

Todo el sistema había sufrido un colapso cuando Paul quedo sin sentido. Jill había cesado de responder. Durante algunos minutos, Wili había luchado con todos los cálculos de alto nivel. Ahora Jill volvía a estar en línea. Casi había terminado con los cálculos de las coordenadas locales. Los condenadores debían quedar cargados a tope pocos segundos después. Wili inspeccionó el mundo por última vez.

Desde la órbita vio que la dorada mañana se extendía a través de California del Norte. El valle de Livermore brillaba a causa de un falso rocío, que en realidad estaba formado por docenas, tal vez centenares de burbujas. Los humanos que no tuvieran ayuda técnica, necesitarían muchas tomas diferentes del mismo cuadro para comprender lo que Wili veía de una sola vez.

Había tropas de infantería a unos dos mil metros al este de él. Se habían ido alejando. Era obvio que no sabían dónde estaba. El complicado itinerario que había dictado a Allison le permitiría estar a salvo, al menos, unos cinco minutos.

Algunos reactores habían sido retirados del lado norte del valle. Vio cómo desfilaban por delante del paisaje a casi cuatrocientos metros por segundo. Constituían el peligro principal. Le podrían ver antes de que los condensadores estuvieran cargados. No había manera de desviarles ni de engañarles. Los pilotos habían recibido instrucciones de usar sus propios ojos para encontrar al blindado, y destruirlo. Suponiendo que pudieran fallar siempre podrían dar su situación para que el generador de Livermore se ocupara de él.

Wili mandó rápidamente un último mensaje a los equipos de Quincalleros que estaban en el valle. La voz de Paul anunció el inmediato objetivo del generador de burbujas y asignó nuevas misiones. Debido a los engaños de Wili habían tenido muy pocas bajas, pero ahora iba a ser diferente. Les explicó lo que había sabido acerca de Renacimiento y cambió sus desplazamientos hacia donde estaban los cohetes que había localizado. Consideraba cuántos se sentirían traicionados al enterarse de lo de Renacimiento, y hubieran deseado que él, Paul en realidad, hubiera anulado el asalto. Pero si Paul hubiese estado realmente allí, y podido pensar tan rápido como Wili, habría actuado de la misma manera.

Debía acabar con la Paz rápidamente para que Renacimiento también muriese.

Wili pasó de uno a otro satélite, hasta que pudo mirar a Beijing, donde era medianoche. A falta de la supervisión próxima de Wili, la lucha había sido mucho más sangrienta. Había burbujas diseminadas entre las ruinas de la antigua ciudad, pero también se veían cuerpos caídos. Cuerpos que ya no volverían a vivir. Los Quincalleros chinos tenían que acercarse mucho, porque no disponían de un generador tan potente como el del procesador Jill/Wili. Pero, a pesar de ello, iban a ganar. Wili habían conducido a aquellos equipos a menos de mil metros del generador de burbujas de Beijing. Les dio un último consejo porque había advertido un hueco de la defensa.

Transmitidos los mensajes, o en proceso de transmisión, sólo le quedaba por terminar su propia misión. La misión de la que dependía todo lo demás.

Desde muy arriba. Wili vio que un avión barría el callejón hacia el sur (su estampido sónico dio contra el blindado, pero los sentidos de Wili estaban cerrados y apenas se enteró). El piloto debía haberle visto. ¿Cuánto tardaría en hacer la siguiente pasada para bombardearle?

El gran generador de burbujas de la Autoridad estaba a cuatro mil metros al norte de él. Entre él y Jill habían utilizado el método del minimax para tomar la crucial elección de aquella distancia. «Miró» a los condensadores. Faltaban todavía diez segundos para que llegaran a tener la sobrecarga que él necesitaba. ¿Diez segundos? La velocidad de carga iba disminuyendo a medida que se iban acercando al nivel necesario. Fallaba la precaria interfase de conexión al generador eléctrico del blindado. Extrapolación de la curva de fallo. Faltaban treinta segundos para alcanzar la carga.

Los otros aviones habían sido avisados. Wili vio cómo algunos cambiaban su trayectoria. Otra extrapolación. El margen sería muy poco amplio. Se podía salvar por medio de una autoburbuja, que era la forma más sencilla de generar una burbuja. Se salvaría, pero perdería la guerra.

Wili lo vigilaba todo desde un aturdimiento omnisciente. Vigilaba, desde arriba, a la muerte que se aproximaba a su vehículo indefenso.

Algo le dolía. Algo reclamaba su atención. Se relajó, dejó que sus potencias se desviaran… y la imagen de Jill flotó delante de él.

—¡Wili, vete! ¡Todavía puedes salvarte!

Jill le arrolló con una última avalancha de datos, demostrándole que todos los procesos seguirían efectuándose automáticamente hasta el final. Después de esto, le desconectó.

Y, así, Wili se quedó solo dentro del blindado. Miró a su alrededor, con la vista borrosa, dándose cuenta entonces del olor de sudor, de gasoil y del ruido de las turbinas. Accionó el dispositivo de liberación de su arnés, y pudo rodar por el suelo. Apenas si se dio cuenta de que el conector de cuero cabelludo se rompía al arrancarlo. Se puso en pie y salió tambaleándose por la puerta de detrás hacia la luz del sol.

No notó la aproximación de los reactores.


Paul se quejaba. Allison no podía saber si intentaba decir algo, o era sólo una involuntaria respuesta al rudo trato que sufría. Con su peso a cuestas, corriendo y tambaleándose, cruzó el callejón en dirección a un patio con paredes de piedra. La reja estaba abierta, no tenía cerradura. Allison apartó de una patada un triciclo de niño y dejó a Paul en el suelo, detrás de la pared que llegaba a la altura de su cintura. Allí estaría a salvo de la metralla, excepto… Miró por encima de su hombro hacia la pared de cristal que estaba al otro lado del patio. Detrás de ella, el suelo estaba alfombrado y había muebles elegantes. Aquel cristal podría caer a trozos, si el edificio era bombardeado. Empezó a arrastrar a Paul hacia detrás de la mesa de mármol que dominaba aquel patio.

—¡No! ¿Wili, lo consiguió? —luchaba débilmente contra las manos de ella.

El cielo, hacia el norte, mostraba nubes de humo, rastros sucios de los escapes de los aviones, una burbuja errante con la que alguien había fallado un blanco. Pero aquello era todo. Wili no había actuado. El blindado estaba allí, inmóvil, con sus motores todavía en marcha. En algún otro sitio sonaban otras cadenas de oruga.

La onda supersónica era como una pared de ruido que se les viniera encima. Los cristales, a ambos lados de la calle, volaron en mil pedazos hacia el interior de los edificios. Allison vislumbró el avión cuando barría la calle. Su atención se volvió hacia el cielo, escudriñándolo. Un mosquito negro estaba colgado allí, rodeado de la sucia aureola de su escape. No llegaba ningún sonido de este segundo aparato de la escuadrilla que iba directamente hacia ellos. Toda la longitud de la calle, así como el blindado, serían perfectamente visibles para él. Lo observó durante un instante, y se tiró en plancha sobre el embaldosado suelo del patio, al lado de Paul.

No tuvo tiempo ni para maldecir. Y pareció que todo les caía encima.

Allison no perdió el conocimiento, pero durante un largo espacio de tiempo no supo dónde estaba. Una muchacha inclinada sobre un anciano, miraba algo rojo que se extendía sobre el hermoso suelo enlosado.

Un millón de cubos de basura cayeron e hicieron ruido a su alrededor.

Allison se tocó la cara, notó el polvo, pero la piel estaba entera. La sangre no era de ella.

¿Estaría Paul malherido?

El anciano la miró. Apartó las manos de ella con un esfuerzo final.

—Allison… ¿Hemos ganado? Por favor… Después de todos estos años de lucha para agarrar a ese bastardo de Avery… —sus palabras se convirtieron en sollozos.

Allison se puso de rodillas y miró por encima de la pared. Toda la calle estaba en ruinas, y todavía seguían cayendo escombros. El blindado había sido alcanzado. Toda su parte delantera estaba destruida. El fuego se iba extendiendo crepitando por lo que había quedado de su combustible. Debajo de las cintas oruga algo verde se quemaba violentamente. Y el cielo, hacia el norte estaba tan vacío como antes. No había ninguna burbuja en el sitio donde ella sabía que estaba el generador de la Autoridad. La batalla podía durar todavía unas horas, pero Allison ya sabía que ellos habían perdido. Miró al anciano, trató de sonreír.

—Está allí, Paul. Has ganado.

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