9

Era abril. Los tres viajeros atravesaban el bosque bajo un cielo sereno y claro. El viento agitaba las ramas de los eucaliptos y las enredaderas que estaban sobre sus cabezas, salpicándoles con el agua contenida en sus hojas. Pero, a nivel del sendero embarrado, el aire era tibio y quieto.

Wili caminaba con dificultad, contento porque las fuerzas habían retornado a sus piernas. Durante las últimas semanas se había encontrado bien. En el pasado, siempre se había sentido bien durante un par de meses después de haber estado realmente enfermo, pero este último invierno lo había pasado tan mal que se preguntaba si llegaría a sentirse mejor. Habían salido de Santa Inés tres horas antes, tan pronto como hubo cesado la lluvia matutina, pero no estaba demasiado cansado y rehusaba las sugerencias de sus acompañantes para que se montara en el carro.

Con relativa frecuencia el camino ascendía permitiendo ver, por encima de los árboles circundantes, alguna zona despejada. Todavía había nieve en las montañas del este. Hacia el oeste no se veía nieve, sino bosque con torrenteras. El lago Lompoc aparecía de un color azul celeste en la base de la Cúpula, y todo el paisaje se veía duplicado, en aquel enorme espejo que parecía elevarse hasta alcanzar una gran altura.

Se le hacía raro abandonar su hogar de las montañas. Si Paul no estuviera con él, todavía le habría resultado más desagradable de lo que Wili estaba dispuesto a admitir.

Desde hacía una semana Wili sabía que Paul le llevaría a la costa y luego viajarían hacia el sur, a La Jolla, en busca de una posible cura. La necesidad de saber le hacía ser más impaciente que nunca por volver a estar en forma. Pero hasta que Jeremy Kaladze no se reunió con ellos en Santa Inés, Wili no advirtió cuan inusual iba a ser aquella primera parte del viaje. Wili observaba al otro muchacho disimuladamente. Como acostumbraba hacer, Jeremy hablaba de todo lo que estaba a la vista. De vez en cuando se adelantaba para enseñarles algún peñasco peculiar o un atajo, otras veces se retrasaba poniéndose detrás del carro de Naismith para estudiar algo que casi se le había escapado. Después de estar con él durante casi un día, Wili no podía decidirse sobre la probable edad del muchacho. Solamente los niños muy pequeños de los Ndelante Ali demostraban una clase de entusiasmo tan abierto. Por otra parte, Jeremy medía casi dos metros de altura y jugaba muy bien al ajedrez.

—Sí, señor, doctor Naismith —dijo Jeremy, la única persona que había llamado doctor a Paul en presencia de Wili—, el coronel Kaladze cayó sobre este camino. Fue un salto nocturno, y perdieron un tercio del batallón Flecha Roja, pero supongo que el gobierno ruso pensó que debía ser muy importante. Si fuésemos un kilómetro hacia abajo por estos torrentes, veríamos el mayor montón de vehículos acorazados que se pueda imaginar. Sus paracaídas no se abrieron bien.

Wili miró en la dirección indicada, pero no pudo ver más que mucha maleza verde y quizás una posible senda. En Los Ángeles, las personas muy mayores hablaban siempre del glorioso pasado, pero parecía extraño que en medio de aquella paz profunda estuviera enterrada una guerra, y que aquel muchacho hablase de la historia antigua como lo haría de cosas que hubiesen ocurrido ayer. Su abuelo, el teniente coronel Nikolai Sergeivich Kaladze, había estado al mando de un desembarco aéreo, realizado antes de que se viera claro que la Autoridad de la Paz (que era entonces una innominada organización de burócratas y científicos) había logrado hacer que la guerra fuera obsoleta.

La misión del batallón Flecha Roja era descubrir el secreto del misterioso campo de fuerzas que según parecía habían inventado los americanos. Desde luego, descubrieron que los americanos estaban tan intrigados como todo el mundo por las extrañas burbujas plateadas que surgían de manera tan repentina como misteriosa, algunas veces para evitar la explosión de las bombas, otras veces para eliminar instalaciones peligrosas.

En aquel caos, en que cada uno estaba perdiendo una guerra que nadie había comenzado, las fuerzas de desembarco aéreo de los rusos y lo que quedaba del ejército de los americanos hicieron su propia guerra con armas que ya no tenían servicio de mantenimiento, ni repuestos de proyectiles. El conflicto se fue prolongando durante meses, hasta que, cuando ya ambos lados sólo podían atacarse con armas pequeñas, fue disminuyendo en violencia. Entonces había aparecido milagrosamente la Autoridad y se había proclamado guardiana de la paz y fabricante de las burbujas.

Lo que quedaba de las fuerzas rusas se retiró a las montañas, y se escondió, mientras la nación que habían invadido empezaba a recuperarse. Entonces llegaron los virus de la guerra, distribuidos (como declaraba la Autoridad de la Paz) por los americanos como último recurso para mantener la soberanía nacional. Las guerrillas rusas se refugiaron en las fronteras del mundo y se mantuvieron pendientes de alguna oportunidad para actuar. No hubo ninguna oportunidad. Durante los años posteriores a la Guerra murieron miles de millones de personas y la fertilidad se redujo casi hasta cero. La especie Homo Sapiens estuvo muy cerca de su extinción. Los rusos que estaban en las montañas se hicieron viejos gobernando unas tribus andrajosas.

Pero el coronel Kaladze había sido capturado pronto (aunque no fue por culpa suya), antes de los virus, cuando todavía funcionaban los hospitales. Allí había una enfermera y más tarde tuvo lugar un matrimonio. Cincuenta años después, la finca de los Kaladze tenía una extensión de centenares de hectáreas próximas al borde sur de la Cúpula de Vandenberg. Aquella tierra era uno de los pocos lugares al norte de América Central donde se podían cultivar las bananas y el cacao. Como muchas de las cosas que le habían sucedido al coronel Kaladze en la última mitad de siglo, eso habría sido imposible si no hubiera sido por las burbujas, especialmente la de Vandenberg. La doble luz del sol era tan intensa como se pudiera encontrar en cualquier latitud, y el gran obstáculo que la Cúpula representaba en la atmósfera, provocaba más de 250 centímetros de lluvia al año en una tierra que siempre había sido muy seca. Nicolai Sergievich Kaladze había acabado por ser un verdadero coronel de Kentucky, aunque fuera originario de Georgia.

Gran parte de aquella historia, Wili la aprendió en los primeros noventa minutos de la inagotable charla de Jeremy.

Por la tarde se detuvieron para comer. Desmintiendo su pacífica apariencia, Jeremy era un entusiasta de la caza, aunque aparentemente no era un experto. El muchacho necesitó varios tiros para hacer caer un solo pájaro. Wili hubiera preferido la comida que llevaban preparada, pero le pareció mucho más cortés probar lo que Jeremy había cazado. Seis meses antes, la cortesía habría sido lo que menos le hubiera importado.

Reemprendieron la caminata, pero lo hicieron con menos entusiasmo. Aquél era el camino más corto a la Granja Flecha Roja, pero era una pesada marcha de diez horas desde Santa Inés. Considerando que habían salido tarde, muy probablemente tendrían que pasar la noche en la orilla de aquel lado del lago Lompoc, en la estación del transbordador. El parloteo de Jeremy se hizo más lento a medida que el Sol fue bajando sobre el mar y producía dobles sombras detrás de ellos. En medio de una larga discusión (digamos mejor monólogo) que trataba de sus varias amigas, Jeremy se volvió hacia Naismith. Hablando muy bajo, le dijo:

—Sabe, señor. Creo que nos están siguiendo.

El anciano parecía dormitar en su asiento, dejando que Berta, su caballo, fuera a su aire sin ser guiado.

—Lo sé —dijo—. Están por lo menos dos kilómetros detrás nuestro. Si dispusiera de otro equipo, lo sabría con más seguridad, pero al parecer son de cinco a diez hombres que van a pie, y que avanzan algo más de prisa que nosotros. Nos alcanzarán cuando sea de noche.

Wili notó un escalofrío que no había provocado precisamente el aire de la tarde. Las historias de Jeremy que trataban de los bandidos rusos, quedaban algo descoloridas si las comparaba con lo que había visto con los Ndelante Ali, pero eran bastante malas de por sí.

—¿Puede usted llamar a los que nos esperan, Paul?

—No quiero transmitir por radio, les tendríamos encima inmediatamente. La gente de Jeremy es la que está más cerca para ayudarnos, pero aunque vinieran con caballos rápidos tardarían por lo menos dos horas. Vamos a tener que valemos por nosotros mismos.

Wili miró a Jeremy, cuyos parientes lejanos, aquellos de los que había estado presumiendo todo el día, al parecer iban a prepararles una emboscada. La ancha cara del muchacho estaba pálida.

—¡Pero si yo lo estaba inventando casi todo! Nadie ha visto en estos tiempos bandas de bandidos en sitios tan alejados como éste en… bien, en muchísimo tiempo.

—Lo sé —dijo Naismith que estaba de acuerdo con él—. Pero sigue siendo un hecho real. Es indudable que alguien viene detrás nuestro.

Miró a Berta, como sopesando si había algún modo de lograr que los tres pudieran correr más rápido que los diez hombres que les seguían.

—¿Es buena esa escopeta que traes, Jeremy?

El muchacho alzó el arma. Excepto por su excelente mira telescópica y su cañón recortado, a Wili le parecía muy corriente. Era un típico rifle automático de Nuevo México, pesado y sencillo. El cargador probablemente era de diez disparos de 8 milímetros. Con el cañón recortado no podía ser más preciso que una pistola. Wili había esquivado disparos parecidos a cien metros de distancia. Jeremy golpeó cariñosamente el rifle. Al parecer ignoraba todo esto.

—La verdad es que es fenomenal. Es maravilloso.

—¿Y la munición?

—También. Tengo otros dos cargadores.

Naismith le dedicó una media sonrisa.

—Hay que reconocer que Kolya os mima mucho, a vosotros los jóvenes, pero me alegro de ello. Muy bien —pareció que llegaba a una conclusión—. Todo va a depender de ti, Jeremy. Yo no tengo nada tan grande. A una hora de aquí hay un camino que va hacia el sur. Deberíamos poder llegar allí entre las dos luces. A media hora y por este camino hay una burbuja. Me consta que desde allí se puede ver en línea recta vuestra granja. Y la burbuja debería confundir a nuestros «amigos», suponiendo que no estén familiarizados con esta tierra que está tan cerca de la costa.

Una nueva expresión de sorpresa apareció en la cara de Jeremy.

—Es verdad. Ya conocemos esta burbuja, pero ¿cómo lo sabía usted? ¡Es formidable!

—No te preocupes. Me gustan las caminatas. Confiemos que nos dejarán llegar hasta allí.

Prosiguieron por el camino. De momento, la lengua de Jeremy permanecía quieta. El Sol estaba directamente delante de ellos. Más tarde se pondría detrás de Vandenberg. Su reflexión en la Cúpula iba subiendo cada vez más alta, como si verdaderamente quisiera tocar al Sol cuando éste se pusiera. El aire era más cálido y el verde de los árboles más intenso que en un ocaso normal. Wili no podía oír ni veía señales de los hombres que sus amigos decían que les estaban siguiendo.

Finalmente, los dos soles se besaron. El disco verdadero se escondió detrás de la Cúpula. Durante algunos minutos, Wili creyó ver una luz fantasmal que bailaba sobre la Cúpula, por encima del punto donde se había ocultado el Sol.

—Yo también lo he visto —contestó Naismith a la silenciosa interrogación de Wili—. Supongo que es la corona, el resplandor alrededor del sol que normalmente es invisible. Por lo menos es la única explicación que se me ocurre.

Lentamente, aquella luz pálida fue desapareciendo y el cielo, pasando del color naranja al verde, se tornó finalmente del más profundo color azul. Naismith hizo que Berta fuera a un paso algo más rápido y los dos muchachos se montaron en la trasera del carro. Jeremy colocó un nuevo cargador en su rifle y se dispuso a cubrir el camino.

Por fin llegaron a la desviación. El paso era tan pequeño como los que Jeremy había ido señalando durante todo el día. Era demasiado estrecho para que el carro pudiera pasar. Naismith, cuidadosamente bajó del carro y desenganchó a Berta. Luego distribuyó varios bultos para que los llevaran los chicos.

—Vámonos. Les dejo bastantes cosas en el carro para que estén satisfechos… supongo.

Se fueron en dirección sur, llevándose a Berta. La senda se iba estrechando hasta el punto que Wili se preguntaba si Naismith andaba perdido. A lo lejos, detrás de ellos, oía alguna vez cómo se rompía una rama y, algo más raramente, el sonido de voces. El y Jeremy se miraron.

—Se oyen bastante alto —susurró el muchacho.

Naismith no decía nada, sólo procuraba que Berta marchara más aprisa. Si los bandidos no quedaban satisfechos con lo del carro, los tres deberían enfrentarse a ellos y, como era lógico, procuraba que aquello ocurriera lo más lejos posible.

Los ruidos que hacían sus perseguidores eran más fuertes que antes, seguramente ya habían dejado el carro atrás. Paul guió a Berto hacia un lado. Por un momento el caballo le miró estúpidamente. Entonces pareció que Naismith le decía algo al oído y el animal entró en seguida en las sombras. Todavía no estaba del todo oscuro, Wili creyó que podía ver aún el verde de las copas de los árboles, y en el cielo se vislumbraban sólo unas pocas estrellas brillantes.

Se dirigieron hacia un barranco profundo y estrecho que, aparentemente, no tenía salida. Wili miró hacia adelante y vio tres figuras que se dirigían hacia ellos y que salían de un túnel brillantemente iluminado. Saltó a un lado, pero Jeremy le cogió por la chaqueta y señaló en silencio hacia las extrañas figuras. Ahora una de ellas sujetaba a otra y estaba señalando con el dedo. Reflexiones. Esto era lo que estaban viendo. Frente a ellos y al fondo del barranco, un gigantesco espejo curvo mostraba las imágenes de Jeremy, de Naismith y de él mismo que aparecían silueteadas frente al cielo del anochecer.

Con el máximo silencio posible, se deslizaron por la maleza hasta llegar a la base del espejo y, desde allí, empezaron a subir las laderas del barranco. Wili no se pudo aguantar. Allí por fin, tenía una burbuja. Era mucho menor que Vandenberg pero, de todas maneras, era una burbuja. Se detuvo, alargó una mano y tocó la superficie plateada, pero se apartó rápidamente muy sorprendido. Incluso en el aire frío de la tarde, la superficie del espejo estaba caliente como si fuera sangre. Se acercó para inspeccionarla más de cerca y vio que la imagen de su cabeza se hinchaba delante de él. No había la menor mella, la menor irregularidad en aquella superficie. Vista de tan cerca era tan perfecta como Vandenberg se veía desde lejos. Era trascendentalmente perfecta, como las mismas matemáticas. Entonces, la mano de Jeremy le volvió a coger por la chaqueta y le empujó hacía arriba, siguiendo la esfera.

El bosque llegó al mismo nivel que la parte alta de la esfera. Un árbol muy alto había crecido al mismo borde del bosque y sus raíces parecían tentáculos que quisieran tocar la cima de la esfera. Wili se escondió entre las raíces y miró hacia el barranco. Naismith observaba una pequeña pantalla, mientras Jeremy se adelantaba un poco y vigilaba los accesos a través del visor de su rifle. Desde su espléndido puesto de observación, Wili vio que el barranco era un cráter alargado, del que la burbuja, que media unos treinta metros de diámetro, formaba el lado sur. La historia parecía evidente. No sabía cómo, pero aquella burbuja había caído del cielo, haciendo una cortadura profunda en las colinas, hasta que por fin se detuvo. Los árboles que estaban encima del corte habían crecido durante las décadas transcurridas desde la Guerra. Cuando hubiera transcurrido un siglo, la esfera estaría enterrada del todo.

Durante un momento se quedaron sentados y sin aliento. El zumbido de una cigarra sonaba tan fuerte que no sabían si podrían oír a sus perseguidores.

—No van a dejarse engañar por esto —Naismith habló casi para sí mismo—. Jeremy, quiero que las repartas, por detrás de nosotros tan lejos como puedas, tienes cinco minutos.

Entregó algo al muchacho, que probablemente eran cámaras diminutas como las que tenía alrededor de su mansión. Jeremy dudó y Naismith le dijo:

—No te preocupes. Durante este tiempo no vamos a necesitar tu rifle. Si intentan venir por detrás, nos conviene saberlo.

La vaga sombra que era Jeremy Kaladze asintió y se metió a rastras en la oscuridad. Naismith se volvió hacia Wili y le puso en las manos un transmisor coherente.

—Procura poner esto lo más lejos que puedas —y le señaló la conífera entre cuyas raíces estaba acurrucado.

Wili se movió más silenciosamente que el otro muchacho. Ésta había sido una de las especialidades de Wili, aunque en la zona de Los Ángeles había más ruinas que bosques. El musgo del suelo del bosque pronto humedeció sus pantalones y sus mangas, pero se mantuvo pegado al suelo. Cuando se acercaba a la base del tronco su rodilla golpeó contra algo duro y artificial. Se detuvo y palpó el obstáculo. Era una antigua cruz de piedra. En realidad era una cruz de un cementerio cristiano. Algo blando y oloroso estaba al lado del brazo mayor. ¿Serían flores?

Después, trepó diestramente por el árbol. Las ramas estaban tan regularmente espaciadas que muy bien se las habría podido considerar como escalones. Pronto se quedó sin aliento. No estaba todavía en perfecta forma. Por lo menos confiaba que ésta fuera la explicación.

El tronco del árbol se iba haciendo más estrecho y empezó a oscilar de acuerdo con sus movimientos. Estaba por encima de los árboles vecinos, que eran unas formas puntiagudas y oscuras a su alrededor. En realidad no estaba a demasiada altura; casi todos los árboles de aquel bosque eran jóvenes.

Júpiter y Venus relucían como linternas, y no se veían las estrellas. Sólo podía distinguirse un débil resplandor amarillo que aparecía hacia el oeste, en el horizonte, sobre Vandenberg. Su vista alcanzaba hasta la base de la Cúpula. O sea que ya estaba lo bastante arriba. Wili aseguró el emisor de manera que tuviera una línea visual directa hacia el oeste. Luego descansó un momento, dejando que la brisa nocturna hiciera pasar el frescor de sus pantalones y mangas hasta su piel. No se veía ninguna luz. La posible ayuda estaba muy lejos.

Tendrían que confiar en los dispositivos de Naismith, y en la escasa experiencia como tirador de Jeremy.

Se deslizó hacia abajo, por el tronco, y llegó junto a Naismith en un momento. El anciano pareció no darse casi cuenta de su regreso, tan interesado estaba por su pantalla.

—¿Y Jeremy? —susurró Wili.

—Está bien. Todavía está colocando cámaras.

Paul miraba alternativamente a cada uno de los dos diminutos aparatos. Las imágenes eran muy débiles, pero se podían reconocer. Wili se preguntaba lo que durarían las baterías.

—Lo cierto es que nuestros amigos se acercan por el mismo camino que nosotros abrimos.

En la pantalla, evidentemente desde alguna cámara de las que Paul había ido dejando caer en el camino, Wili podía ver de vez en cuando un pie calzado con una bota.

—¿Cuánto tardarán?

—Cinco o diez minutos. Jeremy todavía tiene mucho tiempo para regresar antes de que ellos lleguen.

Naismith sacó algo de dentro de su zurrón: el mando del transmisor que Wili había colocado en el árbol. Afinó el orientador de fase y habló quedamente, tratando de ponerse en contacto con la granja Strela. Después de unos segundos, que se les hicieron muy largos, una voz que parecía salir de un insecto, contestó por el aparato y el anciano explicó su situación.

—He de cerrar. Poca batería —terminó.

Detrás de él, Jeremy se deslizó hasta su sitio y descolgó el fusil.

—La gente de tu abuelo viene hacia aquí, pero tardarán horas. Todos estaban en la casa.

Esperaron. Jeremy miró por encima del hombro de Naismith, y por fin preguntó:

—¿Son hijos de los primitivos? No andan como los hombres viejos.

—Ya lo sé —dijo Naismith.

Jeremy se arrastró hasta el borde del cráter. Se puso en posición boca abajo e hizo descansar su rifle sobre una gran raíz. Inspeccionaba todo el terreno a través del visor.

Los minutos pasaban y la curiosidad de Wili se iba incrementando poco a poco. ¿Qué era lo que planeaba el anciano? ¿Qué había en aquella burbuja que pudiera ser una amenaza para alguien? No es que no se sintiera impresionado. Si vivían hasta el día siguiente, podría verlo a la luz del día y éste sería uno de los primeros placeres de la supervivencia. Había algo casi vivo en el calor que había percibido en su superficie, a pesar de que ahora le parecía que no era más que el calor reflejado de su propio cuerpo. Recordó lo que en cierta ocasión le había contado Naismith: las burbujas lo reflejaban todo, nada podía atravesarlas en ninguna dirección. Lo que estaba dentro era como si estuviera en un pequeño universo distinto. En alguna parte, allí dentro, estaban los restos de un accidente de avión o proyectil, envueltos en la burbuja por la Autoridad de la Paz cuando acabó con todos los ejércitos del mundo. Suponiendo que algún miembro de la tripulación de la nave hubiera podido sobrevivir, se habría asfixiado al cabo de poco tiempo. Había peores maneras de morir. Wili había deseado siempre un lugar para esconderse y estar definitivamente a salvo. En lo más hondo de su corazón creía que podía hallarlo dentro de las burbujas.

Voces. No eran muy fuertes, pero no intentaban pasar desapercibidas. Además, se oía ruido de pisadas y de roturas de ramas. En las pantallas, que cada vez estaban más apagadas, Wili pudo ver por lo menos cinco pares de pies. Pasaban cerca de un árbol doblado y retorcido que recordaba haber visto a unos doscientos metros de donde ellos estaban. Wili aguzó sus oídos intentando captar el sentido de sus palabras, pero aquello no era ni inglés ni español, Jeremy murmuró:

—¡Después de todo, por lo menos es ruso!

Finalmente, el enemigo llegó a la cresta que marcaba el principio del barranco, en el extremo más alejado. Sorprendentemente no iban en fila india. Wili contó diez siluetas que se destacaban sobre el fondo estrellado del cielo. Como si se tratara de un solo hombre, el grupo se quedó inmóvil y luego todos saltaron, en busca de refugio, a la vez que disparaban sus armas en posición de tiro automático. El árbol que se apoyaba en la burbuja empezó a desprender broza y polvo, mientras las andanadas se dirigían hacia allí, incrustándose en los troncos. El ruido del rebotar de las balas, al dar sobre la burbuja, se parecía mucho al del granizo grueso cuando cae en un tejado. Wili mantenía su cara metida entre el húmedo lecho de agujas de pino y se preguntaba cuánto tiempo iban a durar los tres.

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