La herida de Allison no presentaba señales de que fuera a abrirse otra vez, y le parecía que no debía tener mucha hemorragia interna. Le dolía, pero podía andar. Ella y Quiller establecieron su campamento (en realidad era más un escondite que un campamento) a unos veinte minutos del lugar del accidente.
El fuego había formado en el cielo un largo penacho de humo rojizo. Si todo aquello tenía una explicación coherente, era muy lógico esperar que aquella señal debería atraer a los aparatos de rescate de la Fuerza Aérea. Y si lo que atraía era algo o alguien no amistoso, estaban suficientemente lejos de la zona de impacto para poder escapar, o por lo menos en ello confiaba.
Pasaron los días, cálidos y hermosos, sin el menor signo de vida humana. Allison se había vuelto impaciente y habladora. Tenía sus propias teorías. La existencia de una fuga en la cabina durante la última órbita podía explicar casi todas las cosas. La hipoxia puede afectarte antes de que te enteres. ¿No era esto lo que había matado a tres pilotos soviéticos en los primeros tiempos de los vuelos espaciales tripulados? ¡Caramba!, también podría haber sido la explicación de todos los fallos de memoria. De algún modo su secuencia de reentrada se había retrasado. Así pues, habían caído en las junglas de Australia. No, esto no era posible si el problema había surgido en la última órbita. Tal vez Madagascar fuera una posibilidad. Su República del Pueblo no iba precisamente a darles la bienvenida. Deberían estar ocultos hasta que la Fuerza Aérea pudiera seguir y localizar el lugar del accidente. Una incursión de rescate llegaría en cualquier momento, digamos que tal vez la Fuerza Aérea daría cobertura al aterrizaje de un avión de despegue vertical de la Marina.
Angus no lo aceptaba.
—Está la cúpula, Allison. Ninguna nación de la Tierra puede construir una cosa así, sin que nosotros nos enterásemos. Juro que tiene kilómetros de altura.
Señaló con un gesto al segundo sol que estaba en el oeste. Los dos soles eran difíciles de ver a través de la espesura del bosque, pero durante su desplazamiento, desde donde habían caído hasta allí, habían tenido una mayor visualidad. Cuando Allison había mirado al falso sol con los párpados entrecerrados, había podido ver que el disco era un óvalo distorsionado, era claro que se trataba de la reflexión en alguna superficie curvada muy extensa.
—Ya sé que es muy grande, Angus. Pero no es necesario que sea una estructura física. Tal vez sea un efecto óptico de inversión.
—Piensa que sólo estás viendo la parte que está muy alejada del suelo, donde no hay más que el cielo que pueda ser reflejado. Si trepas a uno de los árboles más altos, podrás ver la línea de la costa reflejada en la base de la cúpula.
—Humm.
No le hacía falta subirse a ningún árbol para poder creerle. Lo que ella no podía creer era la explicación que Quiller daba al fenómeno.
—Acéptalo, Allison. No estamos en ninguna parte del mundo que conozcamos. Pero las lápidas de las tumbas demuestran que todavía estamos en la Tierra.
La lápida. Muchísimo menor que la cúpula y muchísimo más difícil de explicar.
—¿Todavía crees que esto es el futuro?
—Es lo único que cuadra. No sé el tiempo que tardan las lápidas de cementerios en deteriorarse. No creo que estemos más de mil años adelante —sonrió—. No más que un intervalo corto, igual al de Buck Rogers.
Ella le devolvió la sonrisa.
—Prefiero que sea Buck Rogers y no El planeta de los simios.
—Yo también. Nunca me ha gustado aquello de que maten a los viajeros del tiempo que les sobran.
Allison seguía mirando al segundo sol a través del follaje. A la fuerza debía existir otra explicación.
Estuvieron discutiendo durante mucho tiempo, y al final se pusieron de acuerdo en dar veinticuatro horas más de crédito a la teoría de «Rescate en Madagascar». Después de este plazo, andarían hasta la costa y la irían siguiendo, hasta encontrar alguna forma de civilización.
Era ya casi de noche cuando lo oyeron. Era un chillido agudo que se convirtió en un bramido.
—¡Aviones! —exclamó Allison y se puso en pie.
Angus se sobresaltó y miró hacia arriba. Y también se puso en pie, saltando y bailando.
Algo oscuro y en forma de flecha se cernió sobre ellos.
—Es un A-5-11. ¡Gracias a Dios! —Angus saltaba de alegría y luego la abrazó—. Tenías razón, Allison.
Por lo menos, había tres reactores. El aire estaba lleno de su sonido. Y se trataba de una operación conjunta. Vieron cómo el tercer aparato se quedaba en suspenso en el aire, a unos trescientos metros de distancia de ellos. Era uno de los nuevos transportes de tropas Sikorski. Sólo los marines volaban en ellos.
Se dirigieron por el estrecho sendero hacia la nave más cercana. Allison andaba a la pata coja. De pronto la mano de Angus se apretó sobre su brazo. Giró en redondo al perder el equilibrio. El piloto le estaba señalando un claro por donde se veía al Sikorski quieto en el aire.
—¿Quiénes son? —fue lo único que dijo.
—¿Qué?
Y entonces ella lo vio. La parte más exterior de las alas estaba cubierta por un extravagante dibujo. En su centro estaba colocado un emblema verde que parecía una letra phi o una theta. No se parecía en lo más mínimo a ninguna insignia militar que hubiera visto antes.