28

El pasillo estaba más iluminado que antes. A medida que el Sol se iba poniendo, su luz llegaba cada vez más horizontal y entraba por las grietas que estaban cerca del techo, iluminándoles con una luz rojiza. Las patrullas aéreas vigilaban un área mucho más extensa y los tanques más próximos estaban a algunos miles de metros de ellos. El hombre de Ebenezer había organizado unas hábiles operaciones de distracción, táctica que Wili ya había visto emplear algunas veces contra los Jonques.

—¡Del Nico Dial —era casi un alarido. El vigía que estaba al fondo del vestíbulo saltó al suelo desde su observatorio—. Está ocurriendo. Tal como ha dicho. ¡Vuela!

El sabio de Ebenezer hizo enérgicos gestos para ordenar que no hicieran ruido, pero el grupo se acercó apresuradamente a la abertura. Incluso el sabio y el jefe Jonque se abrieron paso hasta la parte delantera. Wili se arrastró entre ellos y miró por uno de los pequeños resquicios.

La neblina de la tarde era roja. El Sol, de un rojo más intenso, se ocultaba detrás de las torres del Enclave. Colgando en el mismo borde de la línea del horizonte había otra luna muy grande, una esfera oscura teñida en parte de rojo. La burbuja se había despegado de la parte superior de la Torre de Contrataciones y era arrastrada lentamente hacia el oeste por la brisa de la tarde.

«¡Madre de Dios!», se dijo el hombre del alcalde para sí.

Incluso entendiéndolo, aquello era algo difícil de aceptar. La burbuja, con su cargamento de aire cálido de la tarde, resultaba mucho más ligera que el aire del anochecer que la rodeaba y se había convertido en el mayor globo de aire caliente de toda la historia. Navegando hacia la puesta de sol, dentro del globo, iban los Quincalleros rehenes. El ruido de las naves aéreas se hizo más intenso. Las avispas, que ya regresaban a su nido, volvían a zumbar alarmadas por aquel nuevo suceso. Uno de los insectos se acercó demasiado al gran arco pulido. Su rotor se rompió y el helicóptero cayó, dando vueltas y más vueltas.

El sabio miró a Wili.

—¿Está usted seguro de que vendrá tierra adentro?

—Sí. Naismith ha estudiado la distribución de los vientos con mucho cuidado. Ahora sólo es cuestión de tiempo, unas semanas como máximo, y acabará bajando al suelo en las montañas. La Autoridad se va a enterar muy pronto, junto con el resto del mundo, del secreto de las burbujas, pero no podrán saber cuándo se abrirá ésta. Si la burbuja llega bastante lejos, los otros problemas que vamos a plantearles serán tan grandes que no podrán dejar una fuerza permanente alrededor de la burbuja. Y cuando por fin reviente…

—Lo sé. Lo sé. Cuando al fin reviente estaremos allí para rescatarles. Pero diez años es mucho tiempo para estar dormido.

En realidad iba a ser sólo un año. Ésta había sido una de las pequeñas mentiras de Wili. Si Lu y la Autoridad no conocían la posibilidad de que existieran burbujas de vida corta, entonces…

De pronto, se dio cuenta de que Della Lu no estaba al alcance de su vista. Se apartó de la pared y miró por el pasillo. Pero ella y Rosas estaban todavía allí, sentados junto a dos gorilas Jonque que no se habían movido para ver lo que ocurría.

—Mire, creo que deberíamos intentar llegar al túnel. Ahora los de la Paz tienen otros muchos problemas, y la calle ya está muy oscura.

El hombre de Ebenezer sonrió.

—Pero ¿qué sabe usted sobre fugas de hombres armados en la Cuenca?

Ahora, más que nunca, Wili estaba seguro de que el sabio le había reconocido, aunque parecía que no iba a utilizar este conocimiento. Se volvió hacia el jefe Jonque.

—El muchacho probablemente está en lo cierto.

Wili recuperó el generador y, uno a uno, descendieron hasta el garaje por medio del cabestrante. El último en bajar desenganchó la cuerda y, luego, los negros emplearon algunos minutos en hacer desaparecer todas las señales de su paso por la planta baja. Los Ndelante eran cuidadosos y hábiles. Había formas de cubrir las huellas en las ruinas, incluso de devolver la pátina de polvo a las antiguas habitaciones. Durante cuarenta años, las entrañas de la Cuenca de Los Ángeles habían sido los últimos reductos de los Ndelante. Conocían muy bien aquel terreno.

En el exterior, el fresco de la tarde había empezado a notarse. Dos de los hombres del sabio iban delante y dos o tres más cubrían la retaguardia. Algunos llevaban visores de noche aunque todavía había luz suficiente como para poder leer; el cielo, en lo alto, aparecía de un rojo pálido con algún retazo azul pastel. Pero estaba oscureciendo rápidamente, y las figuras casi eran sólo sombras. Wili notaba que los Jonques no estaban tranquilos. Si les cogían después de anochecer en medio de las ruinas, podían resultar muertos. Las connivencias a alto nivel entre los Ndelante y los amos de Aztlán no alcanzaban hasta aquellas calles.

El hombre que iba en cabeza les guió a través de montones de ruinas de hormigón, evitando su paso por la calle despejada. Wili se echó su carga a la espalda y se retrasó ligeramente, para que Rosas y Lu fueran delante de él. Detrás de él podía oír al jefe Jonque y, mucho más silencioso, al sabio de Ebenezer.

De entre los zumbidos de las naves aéreas, se destacó el ruido de un helicóptero aislado que se hizo cada vez más intenso. Wili y los otros se quedaron inmóviles y, después, silenciosamente, se agacharon. La nave se acercaba cada vez más. El batir de sus rotores era tan cercano que casi podían notar las ráfagas de aire que provocaba. Iba a pasar directamente por encima de ellos. Esto había ocurrido más o menos cada veinte minutos durante la tarde, y no debería preocuparles demasiado. Wili suponía que incluso si había observadores en los tejados éstos no les habrían podido ver. Pero esta vez fue diferente.

Cuando el helicóptero pasó por encima de la línea de tejados, un destello de un blanco brillante surgió delante de Wili. ¡Lu! Había estado preocupado por si ella llevaba escondido algún sofisticado dispositivo de localización, ¡y les había traicionado con una simple linterna de mano!

El helicóptero pasó rápido por encima de la calle. Pero, antes de que cambiara su ruido, ya había iniciado un círculo para regresar. Wili y la mayor parte de los Ndelante se dirigían ya hacia escondites más ocultos. Unos segundos después, cuando el helicóptero volvió a pasar por encima de la calle, ésta estaba completamente vacía. Wili no podía ver a ninguno de los otros pero, por el ruido, parecía que los Jonques estaban todavía escabullándose como locos tratando de encontrar la manera de salir de aquella intrincada jungla de cemento. Una potente luz blanca barrió la calle hacia arriba y hacia abajo, convirtiéndolo todo en una mezcla de intensos blancos y negros.

Tal como Wili había supuesto, el reflector fue seguido unos segundos después por fuego de cohetes. El terreno se levantaba y caía debajo de él. Desde un punto situado detrás de las explosiones, Wili podía oír cómo los trozos de hierro y de piedra rebotaban entre los montones de hormigón. Oyó chillar a alguien.

De las ruinas se elevaba un polvo pesado. Ésta era su mejor oportunidad. Wili se escabulló por un callejón lateral, sin preocuparse del polvo ni de las piedras que caían. Dentro de un minuto el enemigo volvería a ver claramente, pero para entonces Wili, y probablemente el resto de los Ndelante, ya se habrían alejado unos cien metros de allí y podrían tener una protección mucho mejor que aquélla.

Un observador hubiera podido creer que corría inconscientemente a causa del pánico, pero en realidad Wili era muy cuidadoso. Iba buscando los indicios de una ruta Ndelante. Durante más de cuarenta años, los Ndelante habían sido, de hecho, los que mandaban en aquellas ruinas. Apenas las usaban como vivienda, pero habían hecho túneles en muchos sitios de la amplia Cuenca, y por doquiera que iban dejaban sutiles mejoras (escotillas de escape, túneles, depósitos de comida), inapreciables si no se conocía el código de marcas. A menos de veinte metros, Wili había encontrado una vía de escape marcada y ahora estaba corriendo a su máxima velocidad por un terreno que habría parecido impracticable para alguien situado a sólo unos metros de distancia. Alguien más estaba utilizando el mismo camino. Wili podía oír por lo menos dos pares de pies que corrían a alguna distancia detrás de él. Unos eran pies pesados de Jonque, y los otros apenas si podían oírse. No se detuvo para esperarles, sería mejor que fueran ellos quienes le alcanzaran.

El piloto del helicóptero se había elevado por encima de la zanja que formaba la calle y ya no disparaba. No había la menor duda de que, en su primer ataque, no había tenido intención de matar, sino que había disparado para hacerles salir a terreno descubierto. Era una estrategia correcta para ser utilizada con los que no fueran Ndelante.

El piloto volaba ahora arriba y abajo dejando caer bombas adormecedoras. Caían tan lejos que Wili apenas si se daba cuenta de ellas. Oyó que, a lo lejos, se aproximaban más aparatos voladores. Algunos, por el ruido, parecían ser muy grandes. Transportes de tropas. Wili siguió corriendo. Hasta que el enemigo hubiera aterrizado, era preferible correr que buscar un buen escondite. Tal vez incluso podría salir del área de lanzamientos.

Cinco minutos después, Wili se había alejado casi un kilómetro. Se desplazaba por una zona comercial que había sido destruida completamente por el fuego. Pasaba de un sótano a otro ya que cada uno estaba conectado con el vecino mediante sutiles agujeros en las paredes. Se le había aflojado el paquete de su equipo, y le golpeaba dolorosamente cuando intentaba ir aprisa. Se detuvo un momento para apretar las correas, pero entonces se le clavaban todavía más en los hombros.

En cierto sentido, se había extraviado. No tenía idea de dónde estaba, ni mucho menos de cómo llegar al punto de recogida que los Ndelante y los Jonques habían establecido. Pero en cambio sabía perfectamente de dónde debía escapar y, si las veía, podía reconocer las claves que podían conducirle hasta un agujero verdaderamente seguro, donde irían a mirar los Ndelante cuando se hubiera terminado toda aquella conmoción.

Otra carrera de dos kilómetros. Wili se detuvo para ajustar de nuevo las correas. Tal vez sería mejor esperar a que los otros le alcanzaran. Si por allí había algún agujero de seguridad, tal vez sabrían dónde estaba. Y entonces lo vio, casi delante de él. Era un conjunto de raspados y roturas, aparentemente inocente, en la piedra de la esquina del edificio de un banco. En alguna parte del sótano de aquel banco, sin duda:n la antigua cámara acorazada, debía haber provisiones, igual y probablemente un comunicador manual. Ahora se explicaba por qué los Ndelante que le seguían se habían mantenido tan cerca de él en todo el trayecto. Wili abandonó la oscuridad del callejón y cruzó la calle en una sucesión de saltos, de un escondite hasta otro cercano. Era como en los antiguos tiempos, después de Tío Sly pero antes de Paul, las matemáticas y Jeremy, pero con una importante diferencia: en aquellos tiempos, la mayoría de las veces debía ser llevado por sus compañeros ladrones, puesto que estaba demasiado débil para aguantar una carrera prolongada. Ahora era tan duro como el que más.

Bajó por las oscuras escaleras con las manos por delante y con movimientos casi rituales para localizar las posibles trampas explosivas que los Ndelante eran muy aficionados a dejar cuando se marchaban de un sitio. Los sonidos del exterior llegaban muy amortiguados, pero creyó oír a los otros, al Jonque superviviente y los Ndelante que pudieran ir con él. Le faltaban muy pocos escalones para llegar a…

Después de tanta oscuridad, la luz que surgió detrás de él le cegó. Durante un instante Wili miró estúpidamente su propia sombra. Después se tiró al suelo y se arrastró, pero no tenía dónde ir y el haz de la linterna le seguía con toda facilidad. Miró hacia la oscuridad que había detrás de la luz. No tuvo que hacer suposiciones sobre quién había allí.

—Mantén tus manos de forma que las vea, Wili —la voz de ella era suave y juiciosa—. te aseguro que tengo una pistola.

—¿Está haciendo su sucio trabajo, otra vez?

—Me figuré que si te cogía antes de enterarme de todo, podías meterte en una burbuja —su voz cambió de dirección—. Sal a la calle y haz señales al helicóptero para que baje.

—Muy bien —la voz de Rosas tenía aquella mezcla de resentimiento y cobardía que Wili recordaba desde el barco de pesca.

Sus pisadas se alejaron por las escaleras.

—Ahora quítate la mochila, poco a poco, y déjala en los escalones.

Wili se quitó las correas y subió uno o dos escalones. Se detuvo cuando ella hizo un ruido de aviso y dejó el generador en el escalón entre trozos de yeso y excrementos de rata. Luego se sentó fingiendo que daba un descanso a sus piernas. Si ella estuviera un par de metros más cerca…

—¿Cómo me ha podido seguir? Ningún Jonque hubiera podido porque no conocen las claves.

Su curiosidad era sólo una excusa a medias. Si no hubiese estado tan asustado y enfadado, se habría sentido humillado. Le había costado años aprender las señales de los Ndelante, y aquella mujer, que ni siquiera lo era, había llegado por primera vez a la Cuenca y ya sabía tanto como él.

Lu se adelantó haciéndole señales para que se apartara. Dejó la linterna en los escalones y empezó a soltar las ataduras de la mochila con su mano derecha. Tenía una pistola, un Hacha de 15 milímetros, que probablemente había cogido a alguno de los Jonques. Le apuntaba sin desviarse lo más mínimo.

—¿Claves? —en su voz había una sorpresa real—. No, Wili. Yo tengo buenos oídos y buenas piernas. Estaba demasiado oscuro para seguir las pistas.

Miró dentro de la mochila, se pasó las correas por encima de un hombro, recuperó su linterna y se levantó. Ahora lo tenía todo. «Y, por mi mediación, incluso tiene a Paul, advirtió Wili de repente. Pensaba también en los agujeros que el Hacha podía abrir y en lo que él debía hacer.

Rosas regresó.

—Moví mi linterna en todas direcciones, pero allí hay tanta luz y tanto ruido que no creo que nadie se haya enterado.

Lu lanzó un gruñido de enfado.

—Estos atontados. Lo que ellos saben de la vigilancia de…

Muchas cosas ocurrieron al mismo tiempo. Wili se precipitó sobre ella. La linterna se movió y las sombras se abalanzaron como si fueran monstruos. Se oyó un ruido de desgarro, de rotura. Un instante después, Lu se estrelló contra la pared y cayó por los escalones. Rosas estaba de pie detrás de la forma inerte de ella, con una barra de metal atenazada en sus manos. Algo oscuro y líquido brillaba en aquella barra. Wili subió un escalón, vaciló y subió otro. Lu estaba en el suelo con la cara hacia abajo. Era tan menuda y poco más alta que él. Y ahora estaba tan quieta.

—¿La ha… matado? —él mismo se sorprendió de la nota de horror, casi de acusación que descubría en su propia voz.

Los ojos de Rosas permanecían abiertos y fijos.

—No lo sé; lo intenté. Más pronto o más tarde tenía que hacerlo. No soy un traidor, Wili, pero en la bodega de Scripps… —se detuvo como si se diera cuenta de que aquélla no era la ocasión para hacer confesiones tan largas—. ¡Demonios! Quitémosle esto.

Recogió la pistola que había quedado debajo de la mano ahora inmóvil de Lu. Esta acción probablemente les salvó.

Mientras la movía haciéndola rodar, Lu explotó. Sus piernas golpearon la parte central del cuerpo de Mike, haciéndole caer sobre Wili. El hombre mayor era un peso muerto encima de Wili. Cuando Wili se pudo liberar, Della Lu ya iba corriendo escaleras arriba. Corría tambaleándose y uno de sus brazos le colgaba formando un ángulo raro. Todavía llevaba la linterna.

—¡La pistola, Mike, rápido!

Pero Rosas estaba doblado en un paroxismo de dolor y casi de parálisis, y de sus labios no salían más que unos gemidos de dolor. Wili se apoderó de la barra de metal, voló escaleras arriba y se arrojó lateralmente al suelo cuando llegó a la calle.

La precaución era innecesaria. Ella no le estaba esperando. Entre el estrépito de las lejanas sirenas, Wili pudo oír el ruido de sus pasos que se alejaban. Wili miró en vano hacia la calle, en la dirección hacia donde le había parecido oír sus pasos. Se había perdido de vista, pero podría seguir su pista ya que conocía el terreno.

Oyó un ruido desde la puerta de entrada del banco.

—Espera —era Rosas, encorvado, apretándose el vientre con las manos y que hablaba con palabras entrecortadas, casi inaudibles—. Ella ha ganado, Wili, ha ganado.

La interrupción bastó para hacer que Wili se detuviera y se diera cuenta de que, efectivamente, Lu había ganado. Estaba herida y desarmada, era cierto, y con algo de suerte podría seguir su pista y dar con ella en pocos minutos; pero ya habría tenido tiempo para hacer señales y atraer a las tropas y a sus armas, que estaban mucho más cerca de lo que Mike había asegurado. Ella había ganado para la Autoridad su generador portátil de burbujas.

Y si Wili no podía alejarse mucho en los siguientes minutos, la Autoridad podría ganar mucho más. Durante un largo segundo miró al Jonque. El ayudante de sheriff se sostenía en pie algo menos encorvado y respiraba con dolorosos jadeos. Podía dejar a Rosas allí. Esto entretendría a las tropas durante unos minutos muy valiosos, que tal vez podrían asegurar su propia fuga.

Mike le miró y pareció como si se diera cuenta de lo que estaba pasando por la cabeza de Wili. Finalmente, éste dio un paso hacia él.

—Vámonos. Todavía tenemos que salir de aquí.

En diez segundos, la calle quedó tan vacía como había estado durante los años anteriores.

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