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Della se colocó el auricular y ajustó el micrófono a su garganta. La atención de Avery, la de Maitland y la de todos los que estaban cerca se centraba en ella. Nadie, con excepción de Hamilton Avery, había oído hablar de Miguel Rosas, pero sabían perfectamente que no debía estar en un canal de máxima seguridad.

—¿Mike?

Una voz muy conocida llegó hasta el auricular y el altavoz del terminal.

—Hola, Della. Tengo que comunicarte algunas novedades.

—El que me llames por este canal ya es una gran novedad. Esto demuestra que los tuyos han descifrado nuestro sistema de comunicaciones y de reconocimientos.

—Has acertado a la primera.

—¿Desde dónde estás llamando?

—Desde la cresta de la colina que está hacia el suroeste respecto a tu posición. No quiero hablar más porque no me fío de tus amigos. Pero el caso es que aún me fío menos de los míos —esto último lo dijo en voz muy baja, casi ininteligible—. Oye, hay algo más que no sabes. Los Quincalleros conocen con toda exactitud dónde está escondido vuestro generador.

—¿Qué? —Avery se dio la vuelta rápidamente, miró al tablero de situación, e hizo una seña a Maitland de que lo hiciera comprobar.

—¿Cómo pueden saber esto? ¿Tenéis espías? ¿Habéis colocado dispositivos de localización?

La risa forzada de Mike, al salir del altavoz parecía tener ecos.

—Es una historia muy larga. Della. Cuando te lo cuente te vas a sorprender. La antigua Fuerza Aérea de los Estados Unías ya lo había localizado, sólo que no pudo llegar a tiempo ara evitar que os apoderaseis del mundo. Los Quincalleros tropezaron con este secreto hace tan sólo unas semanas. Della miró interrogativamente a Avery, pero éste estaba delirando hacia el terminal, por encima del hombro de Maitland. La gente del general estaba en un estado frenético, escribiendo preguntas y anotando resultados. El general miró al director.

—Es posible, señor. La mayor parte de las infiltraciones son al norte y al oeste del Enclave. Pero las que están más próximas, en el límite de la zona interior, son también las más cercanas al generador. Parece ser que, efectivamente, tienen una referencia por aquel sector.

—Esto puede ser el resultado de nuestra vigilancia más intensiva en aquella área.

—Sí, señor —pero ahora la voz de Maitland no tenía ningún tono de complacencia. Avery asintió a sus propias palabras aunque ni él mismo había creído su propia explicación. —Muy bien. Concentre la aviación táctica en aquel sector feo que ya tiene dos vehículos blindados recorriendo el límite de la zona. Manténgalos allí. Envíe otros más. También quiero que sitúe allí toda la infantería que tengamos.

—Correcto. Cuando los hayamos localizado dejarán de representar cualquier amenaza. Tenemos toda la potencia de fuego.

Della habló nuevamente a Mike.

—¿Dónde está Paul Hoehler, el hombre al que llamáis Naismith?

Avery se quedó rígido cuando oyó la pregunta, y su aten—:ión volvió a dirigirse hacia ella. Era casi un imperativo ineludible para él.

—Mira, en realidad no lo sé. Me tienen colocado aquí como si fuera un retransmisor de información, porque muchos de los nuestros no tienen receptores vía satélite. Della cortó la comunicación y dijo a Avery: —Creo que miente, director. Nuestro único poder sobre Mike Rosas es su odio hacia algunas capacidades de los Quincalleros, particularmente la biociencia. Se resistiría mucho a herir a sus amigos personales.

—¿Conoce a Hoehler? —Avery parecía asombrado de haber encontrado a alguien que estuviese tan próximo a su máximo antagonista—. Si sabe dónde está Hoeler… —su mirada se quedó desenfocada—. Tiene usted que arrancárselo como sea, Della. Desconecte el altavoz y siga hablando con él. Prométale todo lo que quiera, dígale lo que sea, pero encuéntreme a Hoehler.

Con un visible esfuerzo se volvió hacia Maitland.

—Comuníqueme con Tioulang, en Beijing. Lo sé, lo sé. Nada es seguro —su sonrisa tenía una mueca casi macabra—. Pero me importa muy poco que sepan lo que tengo que decirle.

Della volvió a coger el enlace con Mike. Ahora que se había desconectado el altavoz, su voz sólo llegaría a su oído. Y con su laringófono, lo que ella hablara sería inaudible para los que la rodeaban.

—Esto es sólo para ti y para mí, Mike. Los peces gordos creen que ya han obtenido de ti todo lo posible.

—¿Ah, sí? ¿Y tú qué crees?

—Estoy segura de que un elevado, aunque desconocido, porcentaje de lo que dices es mentira.

—Ya lo suponía, pero todavía sigues hablando conmigo.

—Creo que los dos estamos seguros de que si hablamos, cada uno de nosotros podrá enterarse de más cosas que el otro. Además… —su mirada se quedó fija en la caja del disparador de Renacimiento, que estaba en una mesa delante de Hamilton Avery. Con una pequeña parte de su atención iba siguiendo lo que Avery estaba diciendo a su equivalente en Beijing—. Además, no creo que podáis saber contra qué estáis luchando.

—Acláramelo.

—El objetivo de los Quincalleros es encerrar en una burbuja el generador de Livermore. El ataque a Beijing tiene el mismo propósito. Me parece que no te das cuenta de que si llegásemos a considerar que la Paz estuviera realmente en peligro, podríamos encerrarnos en una burbuja nosotros mismos para continuar la lucha unas cuantas décadas después, en el futuro.

—Igual que la jugada que os hicimos en el paso de la Misión.

—Sí. Pero a escala muchísimo mayor. —Bueno. No os iba a servir de mucha ayuda. Los nuestros s estarían esperando, y sabrían dónde estaríais. La potencia de la Autoridad no está sólo en Livermore y Beijing. Necesitáis también vuestra industria pesada.

Della se sonrió para ella misma. Las frases de Mike eran una admisión tácita de que seguía siendo un Quincallero, había sufrido algunas decepciones, que ella podría averiguar si le daban un poco de tiempo, pero ninguno de los dos intentaba demostrar lealtades que no tenían. Había llegado el momento de que ella le diera alguna información, que, por otra parte, no les iba a servir para nada.

—Hay unas cuantas cosas que no sabes. La Paz tiene más le dos generadores de burbujas. Hubo unos momentos de silencio entre ellos. —No creo esto que dices. ¿Cuántos hay? Della rió quedamente. Maitland le lanzó una mirada y lucro volvió a ocuparse de su terminal.

—Esto es un secreto. Hemos trabajado en ello desde que sospechamos que había infiltraciones de espías de los Quincalleros. Sólo muy poca gente está enterada, y nunca hablamos de ello utilizando nuestra red de comunicaciones. Más importante que su número son sus emplazamientos, no os enteraréis de nada al respecto hasta que os ataquen. Un largo silencio. Della se había anotado un punto. —¿Y qué otras cosas hacen que la Paz no pueda ser derrotada?

Había sarcasmo y algo más en sus palabras. En medio de la frase, su voz había parecido que se quebraba. Era como si hubiera levantado algo del suelo. Como era usual en las comunicaciones que se hacían por un canal que tuviera una elevada seguridad de cifrado, no había ruidos de fondo. Pero las transcripciones de las señales habían dejado en su voz lo suficiente para reconocer las entonaciones y algo que no eran palabras, como aquel suspiro repentino. El sonido, casi era un gruñido, no se volvió a repetir. Debía intentar que siguiera hablando un poco más.

Había un secreto que podía conseguir. Renacimiento. Además era algo que le debía a él, que quizá debía a todo el enemigo.

—Debes saber que si nos obligáis a ello, no vamos a permitir que os estéis haciendo más potentes durante nuestra ausencia. La Autoridad (por una vez, se le atragantaba llamar la Paz) ha colocado bombas nucleares en el valle. Y también las tenemos montadas en cohetes. Si nos metemos en una burbuja, entonces vuestra preciosa cultura Quincallera retrocederá, a fuerza de bombas, a la Edad de Piedra, y nosotros volveremos a reconstruirlo todo cuando regresemos.

Otro largo silencio. ¿Estará hablando con alguien? ¿Habrá cortado la conexión?

—¿Mike?

—Della, ¿por qué estás a su lado?

Ya se lo había preguntado en ocasiones anteriores. Della se mordió los labios.

—Yo… Yo no he intervenido en lo de Renacimiento, Mike. Creo que podremos ganar sin llegar a esto. El mundo ha tenido las décadas más pacíficas de toda la historia de la humanidad. Cuando tomamos el mando, la raza estaba al borde del precipicio. Tú ya lo sabes. Los estados nacionales eran ya bastante malos. Si se les hubiera dejado a su aire habrían destrozado la civilización. Pero lo peor era que gracias a lo baratas que habían llegado a ser las armas, algunos grupos pequeños, de los que unos eran razonables pero otros eran monstruosos, podrían haberlos conseguido. Si ya era difícil que el mundo pudiera sobrevivir a una docena de naciones asesinas, ¿cómo hubiera podido sobrevivir frente a miles de individuos psicóticos con bombas de radiación y plagas bélicas? Ya sé que comprendes lo que estoy diciendo. Tú sentías lo mismo en relación con la biociencia. Hay otras cosas igualmente malas, Mike.

Se calló de pronto, preguntándose quién estaba manipulando a quién. Y de repente se dio cuenta de que Mike, el enemigo, era una de las pocas personas que podía comprender las cosas que ella había hecho. Y de que, tal vez, Mike era la única persona, aparte de ella misma, cuya desaprobación podía preocuparle.

—Lo comprendo —dijo la voz de Mike—. Tal vez la historia dirá que la Autoridad dio tiempo a la raza humana para que se salvara mediante el desarrollo de unas instituciones nuevas. Habéis tenido cincuenta años, y no todo ha sido malo. Pero no importa lo que cada uno de nosotros quiera, esto se ha acabado. Este Renacimiento sólo lograría destruir todo lo bueno que habéis hecho —su voz había vuelto a fallar.

—No te preocupes. Vamos a ganar rápida y correctamente, y no habrá Renacimiento.

Della miraba el tablero general. Uno de los blindados se dirigía hacia el interior del perímetro, directamente hacia el Enclave. Della cortó la recepción en audio y recabó la atención del ayudante de Maitland. Hizo una seña interrogativa hacia el símbolo del blindado en el tablero.

El coronel se inclinó hacia adelante, desde su silla, y dijo en voz baja:

—Han visto Quincalleros dentro del perímetro. Les están persiguiendo.

El símbolo se desplazaba a saltos cada vez que se actualizaba su posición mediante el control manual al que habían quedado limitados. De repente, el símbolo del vehículo blindado desapareció del tablero. Avery dio un respingo. Uno de los analistas miró a sus pantallas y dijo casi inmediatamente:

—Hemos perdido la comunicación por láser. Les habrán envuelto en una burbuja o tal vez hayan desaparecido del campo visual.

Era posible. El terreno era accidentado, incluso dentro de los límites del Enclave. Conducir una oruga sobre semejante terreno debía ser muy excitante… ¡Y entonces Della descubrió el misterio de la voz de Mike!

—Señor director —su grito se elevó por encima de todas las otras voces—. Este tanque no busca al enemigo. ¡El es el enemigo!

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