Allison ya llevaba en el nuevo mundo más de diez semanas.
Algunas veces, las cosas pequeñas eran las que más le costaba asimilar. Es posible olvidarse durante muchas horas seguidas de que han muerto casi todos aquellos a los que se conocía, y que prácticamente todas estas muertes han sido asesinatos. Pero cuando se hacía de noche y el interior de la casa se oscurecía casi igual que el exterior, surgía una impresión de irrealidad que no podía ignorar. Paul tenía mucho equipo electrónico, en gran panel más sofisticado que el del siglo veinte, pero su suministro de potencia se medía en watios, y no en kilowatios. Por este motivo permanecían sentados a oscuras, sin otra iluminación que la de las pantallas planas y unos pequeños holos que eran los ojos con que podían ver el mundo del exterior. Allí estaban ellos, unos conspiradores dispuestos a derrocar una dictadura mundial, una dictadura que poseía misiles y cabezas nucleares, y permanecían tímidamente sentados en la oscuridad.
Su quijotesca conspiración no llevaba las de ganar, pero ¡por Dios! el enemigo sabía que estaba metido en una lucha. Así lo demostraba la TV. Durante las dos primeras semanas, se habría podido pensar que apenas si había alguna emisora y, entre las pocas que había, casi todas estaban manejadas por familias. Los Morales pasaban su tiempo libre viendo antiguas grabaciones. Pero, después del rescate de Los Ángeles, la Autoridad había iniciado emisiones que duraban las veinticuatro horas del día, parecidas a las emisiones soviéticas del siglo veinte y que tenían tan poca audiencia como aquéllas. Todo su contenido se reducía a noticias e informaciones relacionadas con los malévolos Quincalleros y con las valerosas medidas tomadas por «nuestra Autoridad de la Paz» para salvar el mundo de la amenaza que éstos representaban.
Paul llamaba a estas «medidas» el Progrom Plateado. Cada día emitían más imágenes de Quincalleros convictos y de simpatizantes suyos que desaparecían dentro de la granja de burbujas que la Autoridad había establecido en Chico. Al cabo de diez años, decían los comentaristas, aquellas burbujas reventarían y los culpables tendrían una revisión de su proceso. Durante este tiempo, sus propiedades también quedarían bloqueadas. Jamás, en el transcurso de toda la historia (se explicaba a la audiencia), los criminales y monstruos habían sido tratados con más firmeza y con más equidad. Allison sabía reconocer los embustes cuando los oía. Si ella hubiera sido la encerrada dentro de una burbuja, no le quedaría la menor duda de que aquello era una tapadera para el exterminio.
Era un sentimiento extraño el de haber estado presente durante el nacimiento del nuevo orden y seguir viva entonces, cincuenta años después.
Esta gran Autoridad que mandaba en el mundo entero (exceptuando ahora Europa y África) tenía su origen en aquella compañía de tercer orden para la que trabajaba Paul en Livermore. ¿Qué habría pasado si ella, junto con Angus y Fred, hubiesen efectuado su vuelo un par de días antes, a tiempo de regresar a salvo con la evidencia?
Durante el crepúsculo Allison miraba al exterior de la mansión a través de los amplios ventanales. Las lágrimas ya no afluían a sus ojos cuando pensaba en aquellas cosas, pero todavía la atormentaban. Si hubiesen regresado a tiempo, el Centro de Operaciones habría escuchado a Hoehler. No hubiera tenido que hacer más que atacar a los laboratorios de Livermore antes de que desencadenaran lo que se llamaría «la Guerra», y no fue más que un expolio general. Y, al parecer, la Guerra había sido solamente el principio de décadas y décadas de luchas y plagas que ahora se atribuían a los perdedores. Una diferencia de un par de días habría sido suficiente para que el mundo no hubiera llegado a ser una tumba casi sin vida, y los Estados Unidos una memoria que se iba borrando. ¡Pensar que unos piojosos empresarios habían podido hacer claudicar a la nación más poderosa de la historia!
Se dio la vuelta y miró hacia la habitación, intentando ver entre las tinieblas a los otros tres conspiradores. Un anciano, un chico escuálido, y Miguel Rosas. ¿Era éste el corazón de la conspiración? Aquella noche, al menos, Rosas parecía ser tan pesimista como ella misma.
—Seguro, Paul. Su invento puede llegar a hacerles caer, pero le digo que los Quincalleros van a estar dentro de burbujas o muertos antes de que esto suceda. Los de la Paz se mueven aprisa.
El anciano no se inmutó.
—Mike, creo que siempre buscas algo para estar asustado. Unas semanas atrás era la operación de reconocimiento de los de la Paz. Wili lo solucionó; diría que incluso hizo mucho más que esto. Y ahora tiene que preocuparse por otra cosa.
Allison estaba de acuerdo con Mike, pero había algo de verdad en lo que decía Paul al quejarse. Parecía que a Mike le estuvieran persiguiendo y le hubieran ya atrapado, todo al mismo tiempo. Le perseguía el recuerdo de lo que había hecho en el pasado, y se sentía atrapado al no poder hacer algo por redimirse de aquel mismo pasado.
—Los Quincalleros solamente estarán escondidos el tiempo suficiente para construir más generadores y para mejorarlos. Luego lucharemos y devolveremos los golpes —la voz de Paul mostraba cierto mal humor, como si pensara que él ya había hecho el verdadero trabajo y que los Quincalleros eran incapaces de terminar lo que faltaba. Muchas veces le parecía que Paul era tal como le recordaba. Pero, en ocasiones, como la de aquella noche, le parecía simplemente viejo y ligeramente aturdido.
—Lo siento, Paul. Pero creo que Mike tiene razón —intervino el muchacho negro, con su acento español algo incongruente, pero agradable. El muchacho tenía una lengua aguda y un temperamento en consonancia, pero cuando hablaba con Paul, aunque fuera para contradecirle, se mostraba respetuoso y tímido—. La Autoridad no nos dará el tiempo suficiente para que podamos ganar. Han metido en una burbuja hasta al mismo alcalde de El Norte. La granja Flecha Roja ha desaparecido. Si el coronel Kaladze estaba escondido allí, también debe haberse ido.
Si el día era claro, podían verse muchas pequeñas burbujas que estaban muy próximas a la Cúpula de Vandenberg.
—Pero tenemos el control de los reconocimientos de la Paz, deberíamos ser capaces de proteger a gran número de… —vio que Wili movía su cabeza.—. ¿Qué? ¿No vas a poder programarlos? Creía que tú…
—Éste no es el problema principal, Paul. Jill y yo hemos intentado proteger a muchos de los Quincalleros que han sobrevivido a los primeros encierros en burbujas. Pero vea: la primera vez que los de la Paz atrapen a alguno de estos grupos, van a descubrir que allí hay una contradicción. Verán que los satélites les están diciendo algo diferente de lo que hay en el terreno. Entonces, nuestra artimaña ya no servirá. Ya hemos quitado la protección a un par de grupos con los que nos pusimos de acuerdo y que habrían sido capturados igualmente —las últimas palabras las pronunció muy de prisa cuando vio que el anciano se enderezaba en su silla.
Allison intervino:
—Estoy de acuerdo con Wili. Nosotros tres podremos ser capaces de resistir indefinidamente, pero los Quincalleros de California se habrán acabado dentro de otro par de semanas. El poder controlar las comunicaciones y los reconocimientos del enemigo es una enorme ventaja, pero es algo que averiguarán más pronto o más tarde. Sólo sirve a corto plazo.
Paul permaneció en silencio durante un largo tiempo. Cuando volvió a hablar recordaba al hombre que ella había conocido tanto tiempo atrás, el que nunca consentía que un problema le venciese.
—De acuerdo. La victoria ha de ser nuestro objetivo a corto plazo… Atacaremos Livermore y encerraremos su generador en una burbuja.
—Paul, ¿en verdad puedes hacerlo? ¿Puedes generar una burbuja a centenares de kilómetros de distancia, tal como hacen los de la Paz? —por el rabillo del ojo, Allison vio que Wili hacía señas negativas.
—No, pero puedo hacerlo mejor que en Los Ángeles. Si logramos que Wili y el equipo necesario puedan llegar a menos de cuatro mil metros del objetivo, podrá hacerlo.
—¿Cuatro mil metros? —Rosas anduvo hasta las ventanas abiertas. Miró hacia el bosque y pareció que disfrutaba con la brisa que empezaba a entrar en la habitación—. Paul, Paul. Ya sé que su especialidad es lo imposible, pero en Los Ángeles tuvimos necesidad de todo un equipo de porteadores sólo para llevar las baterías de almacenamiento. Hace unas semanas, usted no quería oír hablar de internarnos con un carro en los bosques del este. Ahora quiere llevarse un cargamento de instrumentos a través de los parajes más despejados y poblados de la Tierra. Luego, cuando haya llegado allí, todo lo que tiene que hacer es acercar algunas toneladas de carga a menos de cuatro mil metros del generador de la Paz. Paul, he estado en el Enclave de Livermore. Hace unos tres años. Se trataba de un trabajo de enlace de la policía con los de la Paz. Tenían allí suficiente capacidad de fuego para derrotar a un ejército de los tiempos pasados, tenían aviones suficientes como para no necesitar los satélites espías. Uno no se podía acercar a cuarenta kilómetros de allí si no llevaba una invitación impresa y sellada. Una zona de cuatro mil metros cae dentro de su recinto central, con toda probabilidad.
—Hay otro problema, Paul —dijo Wili, tímidamente—. He estado pensando también en su generador. Sé que algún día lo destruiremos, al igual que el de Beijing. Pero, Paul, no puedo localizarlo, quiero decir que la propaganda de la Autoridad muestra unas fotografías del edificio del generador de Livermore, pero son un engaño. Lo sé. Desde que me cuido de su sistema de comunicaciones, sé todo lo que se dicen a través de los satélites. El generador de Beijing está muy próximo a su emplazamiento oficial, pero el de Livermore está muy escondido. Nunca hablan de su emplazamiento, ni en sus transmisiones más secretas.
Paul se dejó caer en su silla, obviamente derrotado.
—Tienes razón, desde luego. Estos bastardos lo edificaron en secreto. Y mantuvieron el secreto en tanto que los gobiernos aún tenían poder.
Allison los iba mirando, uno tras otro, y notaba que una risa incontrolable se iba acumulando en su garganta. ¡No lo sabían! Después de todos aquellos años, aún no lo sabían. Y hacía muy pocos minutos que ella se había estado mortificando pensando en lo que habría podido pasar. La risa se le escapó y no intentó detenerla. Todos la miraron con creciente sorpresa. Su última misión, quizá la última salida de reconocimiento que había hecho la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, todavía podía alcanzar su objetivo.
Por fin, contuvo la risa y les explicó lo que la había provocado.
—…O sea que si tenéis un lector, creo que podré encontrarlo.
A continuación vinieron los gritos perentorios llamando a Irma, luego una búsqueda muy apresurada, entre todos los cacharros viejos del ático, de un antiguo lector de discos. Una hora más tarde, el lector estaba sobre una mesa del cuarto de estar. Era voluminoso, gris, y el escudo de Motorola casi había desaparecido por completo. Irma lo conectó y lo obligó a volver a la vida.
—Funcionaba muy bien, hace algunos años. Lo utilizábamos para copiar nuestros discos antiguos sobre un soporte sólido. Aunque consume mucho. Ésta es una de las razones por la que lo descartamos.
La pantalla del lector volvió a la vida con un resplandor brillante que iluminó toda la habitación. Ésta era la iluminación decente que Allison recordaba. Había llevado allí su equipo de disco, y abierto su cerradura de combinación. El disco era material hecho con normas militares, pero era del formato comercial y podría verse en la pantalla. Lo colocó en el lector. Sus dedos se movieron sobre el teclado adaptando las características del disco al aparato. Aquello resultaba algo tan habitual, que era como un regreso al pasado.
La pantalla se volvió blanca. Tres discos grises salpicados de colores aparecieron en el centro del campo. Apretó una tecla y a la imagen se sobrepusieron retículas y rótulos.
Allison miró la imagen y poco le faltó para echarse a reír de nuevo. Iba a revelar lo que tal vez fuera la técnica de observación más adelantada y más secreta de todo el arsenal americano. Doce semanas «antes» aquello hubiera sido una acción inconcebible. Pero ahora era una oportunidad maravillosa, una oportunidad para que el pasado pudiera tomarse una pequeña venganza.
—No parece que sea gran cosa, ¿verdad? —ella rompió el silencio—. Lo que estamos contemplando es Livermore o, mejor dicho, su subsuelo. La fecha es el primero de julio del 97.
Ella miró a Paul.
—Esto es lo que me pediste que buscara, Paul. ¿Te acuerdas? No creo que jamás hubieras podido saber lo bueno que era nuestro equipo.
—¿Quieres decir que estas cosas grises son proyecciones de los antiguos ensayos de Avery?
Ella asintió.
—Desde luego. Entonces no hubiera sabido qué hacer con esto. Están enterrados a unos quinientos metros de profundidad. Tus antiguos jefes eran muy precavidos.
Wili miraba a Allison y luego a Paul, y viceversa, con creciente asombro.
—Pero, ¿qué es esto que estamos viendo?
—Estamos mirando directamente dentro de la Tierra. Hay un tipo de luz que brilla en alguna parte del cielo. Puede atravesar casi cualquier cosa.
—¿Como los rayos X? —preguntó Mike, dudoso.
—Algo parecido a los rayos X —no era el momento de hablar de neutrinos y detectores de absorción. De todas formas para ella esto no eran más que palabras. Era capaz de usar el equipo y de entender los mandos, pero esto era todo—. El blanco del fondo es una región «brillante» del cielo, vista directamente a través de la Tierra. Estas tres cosas grises son las siluetas de tres burbujas profundamente enterradas.
—Es decir, que son las únicas cosas opacas a esta luz mágica —dijo Mike—. Esto me parece que podría ser un gran buscador de burbujas, Allison, pero, ¿puede servir para alguna cosa más? Creo que si puedes ver a través de todas las cosas, no debes poder ver nada.
—¡Oh! Hay una atenuación, aunque sea muy pequeña. Esta imagen es de una sola «exposición», sin ningún proceso anterior. Me sorprendí mucho cuando vi que había algo. Normalmente habríamos tomado una serie continua de exposiciones a través de varios sitios de la corteza terrestre, y luego habríamos informatizado el dibujo del área del objetivo. El cálculo matemático es muy parecido a la tomografía médica. —Tecleó otra serie de instrucciones—. Aquí tenemos un mapa de sesenta metros que tracé de acuerdo con todas nuestras observaciones.
Ahora la pantalla mostraba unos detalles muy complicados: un mapa superficial, en rojo, del año 1997. Livermore estaba colocado sobre una representación de las densidades de debajo de la superficie, en verde, azul y rojo. Los túneles y otras instalaciones subterráneas se veían claramente como líneas y rectángulos del dibujo.
Wili hizo un ruido involuntario parecido a su suspiro.
—O sea, que si pudiéramos saber cuál de todas estas cosas es el generador subterráneo… —dijo Mike.
—Creo que podré eliminar algunas —Paul miraba intensamente el dibujo, tratando de identificar la misión de cada una de aquellas formas.
—No hace falta —dijo Allison—. Hacíamos muchos análisis en la misma nave de observación. En el disco tengo una base de datos. Puedo eliminar todo aquello que la Fuerza Aérea ya sabía lo que era.
Tecleó las instrucciones.
—Y ahora llega el momento que todos esperábamos —bromeó con un cierto toque triunfal. Los rectángulos se fueron apagando, pero quedó uno sólo, aislado en el lado suroeste del valle de Livermore.
—¡Lo has conseguido, Allison! —Paul se apartó de delante de la pantalla y cogió sus manos. Por unos instantes dio la sensación de que iba a bailar con ella alrededor de la habitación. Pero, después de un momento de indecisión, se limitó a estrecharle las manos.
Cuando Paul hubo regresado cerca de la pantalla, ella preguntó:
—Peto, ¿podemos estar seguros de que todavía está allí? Si ellos conocen esta técnica de observación…
—No la conocen. Estoy seguro —dijo Wili.
Paul rió:
—¡Podemos hacerlo, Mike! Lo lograremos. ¡Señor! Me alegro que tuvierais el buen sentido de azuzarme. Me habría quedado sentado aquí dejando que todo se perdiera.
De pronto, los otros tres hablaron a un tiempo.
—Mirad, creo que tengo respuestas a vuestras objeciones, y tengo el presentimiento de que si empezamos a tomarlo en serio, todavía encontraremos algo mejor. En primer lugar, no es imposible que podamos salir de aquí con algo de equipo.
Seguramente bastará con un carro tirado por un caballo. Usando caminos secundarios y nuestra «invisibilidad» deberíamos poder llegar, por lo menos, hasta Fremont.
—¿Y luego? —preguntó Allison.
—Hay algunos Quincalleros supervivientes en el Área de la Bahía. Atacaremos todos juntos, poniendo en juego todo lo que tengamos disponible. Si actuamos correctamente no van a sospechar que controlamos sus comunicaciones y reconocimientos hasta que les hayamos metido la burbuja por sombrero.
Mike, ahora ya sonreía, hablaba, a su vez con Wili.
Allison elevó su voz sobre la de los demás:
—Paul, esto tiene más agujeros que…
—Claro que sí. Pero es un comienzo.
El anciano agitaba sus manos satisfecho, como si no quedaran más que minucias por resolver. Era un gesto muy propio de Paul y algo que ella recordaba desde el primer día que le había conocido. Por lo general los «detalles» no eran nada trivial, pero era sorprendente la frecuencia con que sus quiméricos proyectos tenían un feliz remate.