21

Nikolai Sergeivich y Sergei Nikolayevich, que iban sentados en el asiento delantero, delante de Wili, tenían un color malva pálido. Era muy entrada la noche y la lluvia provocaba un siseo continuado a su alrededor. Durante los últimos cuatro kilómetros el «túnel secreto» del anciano ruso iba a nivel del suelo. Cuando el carro se acercaba mucho a las paredes, Wili notaba que unas hojas mojadas y una áspera red le rozaban. A través de sus gafas de noche, la madera se veía más caliente que las hojas o la red, que debía ser una especie de enmascaramiento. Las paredes estaban tejidas de forma muy tupida y, probablemente, desde fuera debían parecer un bosque espeso. Debido a que el techo del pasaje estaba empapado de agua, una especie de lluvia caía sobre ellos cuatro. Wili puso la capucha de su impermeable en forma que le protegiera del persistente goteo.

Sin las gafas de noche, todo estaba oscuro. Pero sus otros sentidos podían darle razón de aquel camino disimulado que les llevaba hacia las tierras del interior, más allá de los vigilantes que la Autoridad había distribuido alrededor de la granja. Su olfato le indicó que ya habían rebasado las hileras de plataneros que marcaban el lindero este de la finca. Además del olor de la madera mojada, creyó percibir el olor de las lilas, lo que significaba que ya estaban a la mitad del camino hacia la carretera 101. Le hubiera gustado saber si Kaladze tenía intención de acompañarle tan lejos.

Por encima de los crujidos de las ruedas del carro, podía oír a Miguel Rosas que iba delante, conduciendo los caballos.

Los labios de Wili se retorcieron en una especie de gruñido silencioso. Nadie le había creído. Estaba allí como un prisionero virtual de la gente que debía ser su aliada, ¡y todos ellos iban guiados a través de la oscuridad por el Jonque traidor! Wili se volvió a poner las pesadas gafas y observó el borrón de color malva que era la cabeza de Rosas. Era divertido ver que, en el fantástico mundo de las gafas de noche, el color de la piel Jonque era el mismo que el de la suya.

¿Cuándo se iba a acabar aquel pequeño viaje? Sabía que Kaladze y su hijo pensaban que sólo les iban a acompañar hasta el final del túnel, para dejar que Wili se reuniera con Naismith en las montañas. Y aquellos locos creían que Rosas les iba a dejar regresar. Durante veinte minutos había estado a punto de saltar, esperando ver un foco de luz real delante de ellos, oír una voces enérgicas dando órdenes y, detrás de todo aquello, los hombres vestidos de verde de la Autoridad con rifles y aturdidores. Una repetición de la traición de La Jolla. Pero los minutos iban pasando sin otra cosa que el ruido de la lluvia y el de las altas ruedas del carro. El túnel serpenteaba por las colinas. De vez en cuando era subterráneo, otras veces pasaba sobre maderos dispuestos por encima de los arroyos. Considerando lo mucho que llovía cerca de Vandenberg, debía representar un considerable esfuerzo mantener en funcionamiento aquel camino y guardar al mismo tiempo el secreto. Era una verdadera pena que el anciano lo hubiera echado todo a rodar, pensaba Wili.

—Parece ser que ya nos acercamos al final, señor —el susurro de Rosas le llegó muy quedo, ¿ominoso?, por encima del ruido leve de la lluvia.

Wili se puso de rodillas para poder mirar por encima de los hombros de los Kaladze. El Jonque estaba empujando una puerta, una puerta construida con ramaje y hojas y que no obstante se abrió suavemente y en silencio. Una luz brillante le deslumbró a través de la abertura. Wili casi se tiró del carro antes de que sus gafas se ajustasen y pudiera asegurarse de que todavía no les habían descubierto.

Wili se sacó las gafas un momento y vio que la noche seguía siendo tan negra como el dorso de su mano. Casi sonrió. Sin las gafas las sombras eran de un negro absoluto. En el túnel, las gafas no podían ver otra cosa que no fuera el calor de sus cuerpos. En el exterior, aunque hubiera unas nubes muy espesas, aunque fuera en una noche lluviosa, siempre había suficiente luz natural para ver con las gafas. Aquellas gafas eran algo mucho mejor que la mira nocturna del rifle de Jeremy.

Rosas guió el caballo hasta la luz.

—Adelante —dijo.

Sergei Nikolayevich accionó las riendas y el carro pasó muy apretada y lentamente a través de la abertura.

Rosas estaba de pie delante de un paisaje extraño, sin sombras, pero ahora los colores de su capucha y de su cara no resplandecían, y Wili pudo distinguir claramente sus facciones. Las abultadas gafas impedían leer en su cara. Wili se apeó y fue andando hasta el centro del espacio abierto. A su alrededor, por todos lados, los árboles quedaban muy cerca. Las nubes se podían ver de vez en cuando a través de los claros que dejaban las ramas. Pudo percibir que detrás de Rosas había un camino ordinario. Miró hacia atrás y comprobó que allí donde estaba la puerta crecían arbustos vivos para disimularla.

El carro avanzó hasta llegar a la altura del muchacho. Rosas fue a ayudar al anciano para que se bajara, pero el ruso meneó la cabeza.

—Sólo estaremos unos minutos —murmuró.

Su hijo miró un instrumento que llevaba en su regazo.

—Por esta zona, somos los únicos animales del tamaño de un hombre, coronel.

—Está muy bien. Pero esta noche todavía tenemos que hacer muchas cosas en casa —durante un instante su voz parecía indicar que estaba cansado—. Wili, ¿sabes por qué nosotros tres hemos venido acompañándoos hasta aquí?

—No, señor.

El «señor» le salía espontáneamente cuando hablaba con el coronel. Después del mismo Naismith, Wili había encontrado en este hombre más cosas que merecieran su respeto que en nadie más. Los jefes Jonque, y los amos Ndelante Ali, exigían siempre unas maneras respetuosas de sus dependientes, pero el anciano Kaladze siempre daba algo a cambio.

—Pues bien, hijo. Quería convencerte de que eres importante, y que lo que haces es todavía más importante. No queríamos ofenderte anoche en la reunión; sólo se trataba de que sabíamos que estabas equivocado en lo de Mike —levantó un par de centímetros su mano y Wili sofocó el nuevo ruego que afloraba a sus labios—. No voy a tratar de convencerte de que estabas equivocado, sé que crees todo lo que dices. Pero, a pesar de este desacuerdo, todavía te necesitamos desesperadamente. Sabes que Paul Naismith es la clave de todo esto. Puede ser capaz de descubrir el secreto de las burbujas. Puede ser capaz de liberarnos a todos los que estamos bajo la Autoridad.

Wili hizo una señal afirmativa.

—Paul nos ha dicho que te necesita y que sin tu ayuda su éxito se retrasaría. Le están buscando, Wili. Si le cogen antes de que pueda ayudarnos creo que no nos quedaría ninguna posibilidad. Nos tratarían como a los Quincalleros de La Jolla. Así es. Hemos traído a Elmir —hizo un gesto en dirección a la yegua que conducía Rosas—. Mike dice que aprendiste a montar en Los Ángeles.

Wili asintió nuevamente. Aquello era una exageración. Sólo sabía mantenerse en la silla. Con los Ndelante Ali, las escapadas solían ser, a veces, a caballo.

—Queremos que vuelvas con Paul. Creemos que lo lograrás desde aquí. Este camino que se ve ahí delante cruza bajo la Old 101. No deberás encontrarte con nadie a no ser que te desvíes mucho hacia el sur. Hay un campamento de camioneros siguiendo este camino.

Por primera vez, Rosas habló:

—Paul necesita de verdad tu ayuda, Wili. Lo único que le protege es su escondite. Si te capturaran y te obligaran a hablar…

—No hablaría.

Wili dijo esto y trató de no pensar en lo que había visto que les pasaba en Pasadena a los prisioneros que no cooperaban.

—Con la Autoridad no podrías elegir.

—¿Sí? ¿Es esto lo que le pasó a usted, señor Jonque? No creo que hubiera planeado desde el principio hacernos traición. ¿Qué pasó? Ya sé que la perra china le ha conquistado. ¿Es esto lo que ha pasado? —Wili oyó cómo su propia voz iba subiendo de tono—. ¿Es tan bajo su precio?

—¡Ya basta! —La voz de Kaladze no era alta, pero su brusquedad hizo callar de golpe a Wili. El coronel luchó por bajar desde la banqueta al suelo, y luego se inclinó, llevando todavía las gafas de noche, hasta que su cara estuvo al nivel de la de Wili. De algún modo, Wili pudo sentir aquellos ojos que se clavaban en los suyos, a través de las oscuras lentes de plástico.

—Si alguien ha de estar amargado, debemos ser Sergei Nicolayevich y yo. ¿No es cierto? Soy yo, y no tú, el que ha perdido a un nieto en la burbuja de la Autoridad. Si alguien ha de tener sospechas soy yo, y no tú. Mike Rosas te salvó la vida. Y no me refiero sólo a que regresó aquí, contigo y vivo. Consiguió meterte y sacarte de aquellos laboratorios secretos. Unos pocos segundos de diferencia y todos habrían quedado atrapados en la burbuja. Y lo que tú lograste allí, fue la propia vida. Te vi antes de que fueras a La Jolla. Si ahora estuvieses tan enfermo como entonces, estarías tan débil que no podrías permitirte el lujo de la ira.

Esto detuvo a Wili. Kaladze tenía razón, pero no acerca de la inocencia de Rosas. Los últimos ocho días habían sido de tanto trajín, tan llenos de furia y frustración, que no se había dado cuenta del todo. En veranos anteriores su estado siempre había mejorado. Pero desde que empezó a tomar aquello, el dolor le había ido abandonando, mucho más aprisa que las otras veces. Desde que había regresado a la granja había comido con más placer que en los cinco años anteriores.

—Conforme. Le ayudaré, pero con una condición.

Nikolai Sergeivich se puso tenso, pero no dijo nada. Wili prosiguió:

—El juego se habrá perdido si la Autoridad encuentra a Naismith. Mike Rosas y Lu tal vez conozcan dónde está. Si usted me promete, por su honor, mantenerles apartados durante diez días de todos los medios de comunicación exterior, entonces valdrá la pena que yo haga lo que usted dice.

Kaladze no contestó en seguida. Era una promesa muy fácil de hacer para seguirle la corriente en sus «fantasías», pero Wili sabía que si el ruso daba su palabra, la iba a mantener. Finalmente dijo:

—Lo que pides es muy difícil y muy inoportuno. Prácticamente me pides que les tenga encerrados —miró a Rosas.

—Por mí, no tengo inconveniente —el traidor habló aprisa, casi con impaciencia.

Wili se preguntó qué era lo que no alcanzaba a entender.

—Muy bien. Tienes mi palabra —Kaladze extendió su pequeña pero fuerte mano para estrechar la de Wili—. Ahora marchémonos, antes de que la aurora medie en nuestras agradables discusiones.

Sergei y Rosas dieron la vuelta a los caballos y al carro y cuidadosamente borraron las huellas de su presencia. El traidor evitó mirar a Wili cuando cerró la puerta secreta.

Y Wili se quedó solo con una pequeña yegua en la más negra de las noches. A su alrededor la lluvia caía inaudiblemente. A pesar del impermeable, su espalda empezaba a mojarse.


Wili no había previsto lo difícil que iba a resultarle guiar la yegua en aquella oscuridad absoluta pese a que Rosas había hecho suponer que le resultaría fácil. Desde luego, Rosas no tenía que luchar con ramas mal colocadas que, si no se apartaban cuidadosamente, golpearían la cabeza del animal. La primera vez que aquello sucedió, casi perdió el control de la pobre Elmir. El camino iba dando vueltas y revueltas alrededor de las colinas y desaparecía en algunos lugares donde las lluvias constantes habían hecho mayores las torrenteras de la estación anterior. Sólo los mapas de Kaladze podían sacarle entonces del apuro.

Ya sólo le faltaban quince kilómetros para llegar a la Oíd 101, y era un largo paseo, largo y húmedo. Pero todavía no estaba muy cansado, y el calor que sentía en sus músculos era la saludable sensación del ejercicio. Nunca, ni en sus mejores momentos, se había sentido tan activo. Acarició la pequeña bolsa que llevaba junto a su piel, y elevó una corta plegaria al Único Dios Verdadero para que siguiera concediéndole suerte.

Tenía mucho tiempo para pensar. Una y otra vez, Wili volvía a recordar la aparente facilidad con que Rosas había aceptado el arresto domiciliario para él y para Lu. Debían tener algo ya planeado. ¡Lu era tan lista y tan hermosa! No sabía qué era lo que había maleado a Mike, pero se inclinaba a creer que lo había hecho sólo por causa de ella. ¿Serían todas las chicas chinas como ella? Nunca había visto una dama, negra, Anglo o Jonque, como Della Lu. Wili iba distraído, imaginando varias confrontaciones finales y victoriosas, hasta que, pese a llevar las gafas de noche, cayó por el borde de un torrente lleno a medias de agua, que bajaba con fuerza. Tardaron, él y su caballo, quince minutos en poder salir de allí. Tuvieron que trepar por los resbaladizos márgenes embarrados, y casi perdió las gafas en la aventura.

Esto le volvió a la realidad. Lu era hermosa como las adelfas, o mejor, como un gato de Glendora. Ella y Rosas habían tramado algo, y si él no podía adivinar de qué se trataba, podría resultar fatal.


Horas después, todavía no lo había descubierto. Poco debía faltar para la aurora, y la lluvia había cesado. Wili se detuvo en un lugar donde un claro del bosque le permitía ver lo que había hacia el este. Algunas partes del cielo se habían aclarado. Estaban tomando un aspecto rojizo, como si hubiera un fuego. Los árboles tenían muchas sombras, cada una de un color diferente. Un largo tramo de la 101 era visible entre las colinas. No había tránsito, pero hacia el sur vio unos destellos de luces cambiantes que debían ser camiones de carga de la Autoridad. Pudo contemplar también un resplandor constante que debía ser el campamento de los camioneros del que le había hablado Kaladze.

Directamente debajo de su mirador, un pantano con árboles se extendía hasta la Oíd 101. La carretera había sido arrasada por las aguas y vuelta a construir muchas veces, hasta que se había reducido a ser sólo un puente de madera sobre los pantanos. Podía elegir, entre cien, el sitio por dónde iba a cruzar por debajo de la 101.

Quedaba más lejos de lo que parecía. Cuando llegaron a la mitad de la distancia, el cielo estaba ya muy iluminado por el este, y Elmir parecía que ya tenía más fe en lo que estaban haciendo.

Escogió un paso que parecía haber sido algo transitado, y se dispuso a pasar por debajo de la carretera. Todavía iba pensando en lo que Rosas y Lu habrían podido tramar. Si ellos no podían mandar un mensaje, entonces ¿quién era el que podría hacerlo? ¿Quién sabía dónde estaba Naismith y al mismo tiempo se hallaba fuera de la granja Flecha Roja? La súbita comprensión le hizo detener, inmovilizándole en mitad del camino. El blando morro de Elmir le golpeó y le hizo caer de rodillas, pero apenas si se dio cuenta de ello. ¡Desde luego! Pobre y estúpido Wili, siempre dispuesto a ayudar a sus enemigos.

Wili se levantó del suelo y volvió al lado de Elmir y empezó a buscar cuidadosamente por si había equipaje no deseado. Pasó la mano por el lado interior del cincho de la yegua y allí encontró lo que buscaba. El transmisor era grande, medía unos dos centímetros en diagonal. Sin lugar a dudas debería llevar un temporizador, porque en caso contrario los Kaladze podrían haberse enterado si emitía. Sopesó el aparato en su mano. Era enormemente grande, sin duda era un transmisor de la Autoridad. Pero Rosas habría podido utilizar muy fácilmente algo mejor y menos visible. Volvió a examinar el animal y todos sus arreos, extremando el cuidado. Luego se sacó sus ropas e hizo lo mismo con ellas. El fresco aire matutino y el musgo rezumaba entre los dedos de sus pies. Se sentía bien.

Miró cuidadosamente, pero no pudo encontrar nada más, lo que le dejó con tremendas dudas. Si únicamente se hubiera tratado de Lu, lo podría entender. Quedaba por resolver el problema del transmisor que había encontrado. Se vistió y volvió a conducir a Elmir por el camino que pasaba por debajo de la carretera. En la distancia, el ruido de motores se hizo cada vez más intenso. Los maderos empezaron a vibrar, proporcionándoles una lucha de salpicaduras de barro. Por fin el camión de carga pasó directamente por encima de sus cabezas, mientras Wili se preguntaba cómo aquella estructura de caballetes de madera podía resistir.

Esto le dio una idea. Hacia el sur quedaba el campamento de camioneros, tal vez sólo a unos dos kilómetros. Si dejaba a Elmir atada, probablemente podía llegar hasta allí en menos de una hora. En aquel lugar no sólo paraban los transportes de la Autoridad. Los transportistas ordinarios, con sus grandes carros con tiros de caballos, también estarían allí. Habría de resultarle fácil acercarse sin que le vieran aprovechando la poca luz del amanecer, y poner en alguno de los carros un polizón que sólo pesaba unos quince gramos.

Wili se rió a carcajadas. Un saludo a la Lu y a Rosas. ¡Con un poco de suerte, conseguiría que la Autoridad creyese que Paul se escondía en Seattle!

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