42

Wili deambulaba por el césped, con las manos profundamente metidas en sus bolsillos y la cara baja. Dio unas patadas al polvo allí donde la hierba era de color más oscuro. Los nuevos propietarios no eran muy aficionados a regar, o tal vez las tuberías estaban reventadas.

Aquella parte de Livermore no había sido alcanzada por la lucha. Los que habían perdido se habían retirado pacíficamente después de ver cómo las burbujas se elevaban sobre sus recursos más importantes. Dejando aparte la hierba que se moría, aquello era hermoso, los edificios eran mucho más lujosos de lo que Wili se podía imaginar. A su lado los palacios de los Jonques de Los Ángeles parecían barracas cuando se iluminaban con todas sus luces. Y todavía había más. Todo lo que había allí: aviones, automóviles, mansiones… todo podía ser suyo.

Así es mi mala suerte. Tengo todo lo que siempre deseé, pero he perdido a aquellos que eran más importantes para mí. Paul había decidido retirarse. Era lógico y Wili no estaba enfadado por ello. Pero, de todas formas, le dolía. Wili volvió a pensar en la reunión que acababan de tener hacía media hora. En cuanto había visto la cara de Paul, lo había adivinado. Wili intentó no hacer caso de ello y se apresuró a abordar el tema que supuso iban a tratar.

—Acabo de hablar con los médicos que han llegado en vuelo desde Francia, Paul. Dicen que todas mis vísceras funcionan bien. Me han sometido a todas las pruebas posibles —había tenido que aguantar docenas de pruebas dolorosas e indignantes más graves que las que le habían hecho en Scripps, aunque menos potentes. Los médicos franceses no eran biocientíficos, pero formaban el mejor equipo médicos que el director de Europa había podido tolerar—, y dicen que aprovecho bien mis alimentos y que estoy creciendo aprisa —sonrió—. Apuesto a que llegaré a medir más de un metro setenta.

Paul se había reclinado en su silla y le había devuelto la sonrisa. El mismo anciano parecía que estaba bien. Había sufrido una grave conmoción cerebral durante la batalla y durante algún tiempo los doctores no habían estado seguros de que pudiera sobrevivir.

—Yo también voy a apostar por ello. Es precisamente lo que estaba deseando. Vas a vivir mucho tiempo y gracias a ello el mundo será mucho mejor. Y…

Su voz se debilitó y no pudo sostener la mirada del muchacho. Wili contuvo la respiración, rogando a Dio que sus sospechas no se confirmaran. Permanecieron en silencio durante un momento interminable. Wili miró a su alrededor intentando aparentar que nada importante iba a decirse. Naismith se había apropiado del despacho de algún pez gordo de la Paz. Gozaba de una preciosa vista de las colinas del sur. Aunque estaba al nivel del suelo, parecía hecho especialmente para el anciano. Las paredes estaban desnudas, aunque se notaba un rectángulo más oscuro en la pared que quedaba enfrente de la mesa de Paul. Allí había habido un cuadro colgado. Wili intentaba pensar en ello.

Por fin, Naismith habló:

—Es curioso. Creo que ya he cumplido mi penitencia por haberles dado ciegamente la burbuja al principio de todo esto. He logrado todo lo que había soñado desde los años en que la Autoridad destruyó el mundo. Pero, a pesar de todo, Wili, voy a retirarme, por lo menos durante unos cincuenta años.

—¡Paul! ¿Por qué? —ahora ya estaba dicho y Wili no pudo evitar que su voz revelara su dolor.

—Por muchas razones. Tengo muy buenas razones —Naismith se inclinó hacia delante, a propósito—. Ya soy muy viejo. Creo que vas a ver cómo muchos de mi generación te abandonan. Sabemos que los biocientíficos de Scripps tienen maneras de ayudarnos.

—Pero debe haber otros. Ellos no pueden ser los únicos que guarden este secreto.

—Tal vez. Los biocientíficos salen a la superficie muy lentamente. No están muy seguros de que la humanidad los acepte, a pesar de que ya hace décadas que terminaron las plagas.

—Entonces, ¡quédate! Espera a ver lo que pasa —Wili no sabía qué podía añadir, pero dio con un motivo que podría ser lo bastante poderoso—. Paul, si te vas, no podrás volver a ver a Allison, y siempre he creído que…

—Has creído que yo amaba a Allison. Que odiaba tanto a la Autoridad por causa de ella, aunque tuviera otros motivos —su voz se atenuó—. Tienes razón, Wili, ¡pero no se lo digas nunca! El hecho de que esté viva, tal como yo la recordaba, es un milagro que supera a todos mis sueños. Pero ella es otra de las razones por las que debo irme, e irme pronto. Es muy doloroso verla cada día; me aprecia, pero casi como a un extraño. El hombre que ella conoció ya murió, y lo que veo en ella es ante todo piedad. Debo huir de esto.

Se interrumpió, y luego prosiguió:

—Hay algo más, Wili. Me pregunto que pasó con Jill. ¿Es que tal vez perdí a la que me pertenecía en realidad? Tengo las pesadillas más locas desde que perdí el sentido. Estaba esforzándose terriblemente para hacer que volviese en mí. Parecía más real que cualquier otra persona y se preocupaba más. Pero no es posible que un programa tenga sentimientos, estamos muy lejos de tener sistemas tan poderosos. Nadie se sacrificó por nosotros.

Pero la expresión de su mirada convertía aquella frase en una pregunta.

Esta misma pregunta se la había hecho Wili muchas veces desde que Jill le había sacado del blindado. Recordó. Había conocido a Jill… usado el programa Jill… durante casi nueve meses. Su proyección había estado con él cuando estuvo enfermo; ella le había ayudado para que aprendiera la programación simbiótica. Algo en lo más recóndito de su mente la había considerado siempre como a una de sus mejores amigas. No intentó suponer cuánto más intensos eran los sentimientos de Paul. Wili recordó la reacción histérica de Jill cuando Paul resultó herido. Había desaparecido de la red de enlace durante unos minutos, y sólo volvió a ella durante el último segundo para intentar salvar a Wili. Jill era muy compleja, tan compleja que fracasaría cualquier intento de hacer una copia de ella. Parte de su «identidad» se derivaba del exacto sistema de interconexión de procesos que se había desarrollado durante los primeros años que había estado con Paul.

Pero Wili había estado dentro de aquel programa; había visto sus limitaciones, sus faltas de flexibilidad. Movió la cabeza.

—Sí, Paul. El programa Jill no era una persona. Quizás algún día tengamos sistemas lo bastante potentes, pero… Jill no era más… que un simulador.

Wili creía lo que estaba diciendo. Entonces, ¿por qué estaban sentados allí, con los ojos anegados de lágrimas?

El silencio duró un minuto, mientras ambos recordaban un amor y un sacrificio que, en realidad, no había podido existir. Al fin, Wili apartó lo sobrenatural y miró al anciano. Si antes Paul había estado solo, ¿cómo iba a estar ahora?

—Puedo ir contigo, Paul —y Wili no sabía si estaba pidiendo y ofreciendo.

Naismith también se movió y pareció regresar al presente.

—No puedo impedírtelo, pero confío en que no lo harás —sonrió—. No te preocupes por mí. No habría vivido tanto si hubiera sido un loco sentimental. Ahora es tu ocasión. Wili. Has de hacer muchas cosas.

—Sí. Supongo que sí. También está Mike, que necesita… —Wili se interrumpió al ver la expresión de Paul—. ¡No! ¿Mike también quiere irse?

—Sí, pero tardará algunos meses. Ahora Mike no es demasiado popular. ¡Oh, sí! Al final se portó bien. No creo que hubiésemos podido ganar sin él, pero los Quincalleros están enterados de lo que hizo en La Jolla. Y él lo sabe y le resulta difícil vivir así.

—Es decir, que él también se irá.

—No. Por lo menos, ésta no es toda la historia. Mike tiene que hacer algunas cosas. La primera se refiere a Jeremy. Según los registros de Livermore, puedo calcular con pocos días de error la fecha en que el muchacho saldrá de la burbuja. Han de pasar unos cincuenta años. Mike va a salir un año más o menos antes de ello. Acuérdate de que Jeremy está muy cerca de la entrada por el lado del mar, sería muy fácil que cuando la burbuja reviente, alguna roca pudiera desprenderse y le matara. Mike estará allí para asegurarse de que no suceda algo así. Un par de años después, la burbuja que está englobando el generador de Livermore reventará. Mike quiere estar allí cuando esto ocurra. Entre otras cosas, va a estar allí para intentar salvar a Della Lu. Ya sabes que sin ella hubiéramos perdido. Los de la Paz habían ganado, pero sin embargo iban a seguir con su loco proyecto de destruir el mundo. Tanto Mike como yo estamos de acuerdo en que ella debió cubrir con una burbuja su generador. La situación va a resultar muy peligrosa para Della durante los primeros cinco minutos después de su regreso a la vida.

Wili asintió sin levantar la cabeza. Todavía no lograba entender a Della Lu. Por una parte, ella era la más dura y malvada de todas las personas que había conocido en Los Ángeles pero, por otra, comprendía lo que Mike sentía por ella a pesar de todo lo que había hecho. Confiaba en que Mike pudiera salvarla.

—Y, entonces, también habrá llegado el momento de mi regreso, Wili. Muchos no se dan cuenta de ello, pero la guerra no ha terminado. El enemigo ha perdido una batalla muy importante, pero se nos ha escapado hacia el futuro. Hemos identificado muchos de sus refugios que están envueltos en burbujas, pero Mike cree que hay algunos que eran secretos. Tal vez resurjan al mismo tiempo que el generador de Livermore. Tal vez lo hagan mucho después. Esto es un riesgo que hay que tomar en consideración al pronosticar el futuro. Alguien ha de estar presente para luchar en aquellas batallas, aunque sólo sea por si los que estén entonces allí no creen en esta amenaza.

—¿Y usted se cuidará de esto?

—Estaré allí. Por lo menos durante el segundo asalto.

Y así estaban las cosas. Paul tenía razón y Wili lo sabía. Pero seguía pensando en lo que había perdido en el pasado: su Tío Sly, el viaje hasta La Jolla sin Paul.

—Wili, tú puedes hacerlo. No me necesitas. Cuando se hayan olvidado de mí, te seguirán recordando, tanto por lo que ya has hecho como por lo que vas a hacer — Naismith miró fijamente al muchacho.

Wili se esforzó para sonreír y se puso en pie. —Estará orgulloso de mí, cuando regrese. Debía irse después de aquellas palabras. Paul le detuvo, sonriendo.

—No va a ser ahora mismo, Wili. Estaré todavía aquí dos tres semanas, por lo menos.

Y Wili dio la vuelta, corrió alrededor de la mesa y se abra—ó a Paul Naismith tan fuerte como se atrevió a hacerlo.


Chirriaron los neumáticos y se oyó: —¡Eh! ¿Quieres que te maten?

Wili levantó la vista con un sobresalto cuando el camión de media tonelada le esquivó y aceleró calle abajo. No era la primera vez, en los últimos diez días, que Wili iba tan distraído que estaba a punto de sufrir un percance. Aquellos automóviles eran tan veloces que los tenía encima antes de enterarse. Jill llegó corriendo hasta la acera y miró a su alrededor. Se labia alejado distraídamente unos mil metros del despacho de Paul. Reconoció aquella zona. Aquella parte del Enclave contenía los archivos de la Autoridad y los aparatos de archivo automáticos. Los Quincalleros estaban desmantelando aquel sido. Por lo que fuera, había sido olvidado en la generación apresurada de las últimas burbujas y Allison estaba decidida a conocer todos los secretos que hubieran podido quedar fuera de las burbujas. Wili, tímidamente, se dio cuenta del lugar al que se encaminaba. Iba a visitar a todos sus amigos, para encontrar a alguien que creyera que valía la pena quedarse. —¿Está usted bien, señor Wáchendon? Dos trabajadores habían acudido corriendo atraídos por los ruidos del conato de accidente. Wili ya había superado el hecho de ser reconocido en todas partes (después de todo, su aspecto era poco frecuente), pero le costaba más aceptar el evidente respeto que le tenían.

—Malditos conductores de la Paz —dijo uno de ellos—. A veces me pregunto si muchos de ellos se han enterado de que han perdido la guerra.

—Sí. Estoy bien —contestó Wili, deseando no haberse comportado como un loco—. ¿Está aquí Allison Parker? Le acompañaron hasta un edificio cercano. El aire acondicionado estaba puesto al máximo. Hacía un frío helado, según la opinión de Wili, pero Allison estaba allí, vestida con una camisa, que parecía ser de uniforme, y unos pantalones. Estaba dirigiendo alguna operación de embalaje. Sus hombres estaban llenando unas grandes cajas de cartón con unos discos de plástico que debían ser aparatos de memoria del viejo mundo, según suponía Wili. Allison se concentraba en su trabajo y estaba sonriente y animosa. Durante unos momentos Wili tuvo la doble visión que había tenido tiempo atrás. Estaba viendo a su otra amiga con aquel mismo cuerpo, aquella que nunca había existido. La encarnación mortal había sobrevivido a la fantasmal.

Entonces el obrero que estaba a su lado, dijo respetuosamente:

—¿Capitán Parker? —y se rompió el hechizo.

Allison levantó la vista y le obsequió con una amplia sonrisa.

—Hola, Wili —se acercó a él y le rodeó los hombros con su brazo—. He estado tan ocupada durante esta semana que no he tenido tiempo de ver a ninguno de mis amigos. ¿Qué sucede?

Le condujo hasta una puerta interior, se detuvo allí y dijo a los suyos:

—Terminad las series E. Regresaré dentro de pocos minutos.

Wili sonreía para sus adentros. Allison había manifestado muy claramente que no iba a tolerar que se le adjudicara una ciudadanía de segunda clase. Tomando en consideración el hecho de que era la única persona experta en la investigación militar del siglo veinte, los Quincalleros no tenían otra opción en vistas a su actitud.

Mientras iban por un estrecho pasillo, ninguno de ellos habló. La oficina de Allison estaba algo más caliente que la otra habitación, y allí no había ruido de ventiladores. La mesa de despacho estaba llena de planos. Un cuadro de mandos de la Paz aparecía en su centro. Le indicó que se sentara y acarició aquel tablero.

—Ya sé que todo lo que hay aquí es un juego de niños si se juzga a nivel de los Quincalleros. Pero funciona, y al menos puedo entenderlo.

—Allison, ¿tú te vas a marchar, también? —tartamudeó Wili.

—¿Marcharme? ¿Quieres decir cubrirme con una burbuja? No lo verán tus ojos, muchacho. Acabo de regresar. ¿Lo recuerdas? Tengo mucho trabajo que hacer.

Luego vio lo importante que era aquella pregunta.

—¡Oh! Wili, lo siento. Ya sabes lo de Paul y Mike, ¿verdad?

Se detuvo, y frunció el ceño a causa de algo que se le ocurría.

—Creo que es lógico que ellos se marchen, Wili. De veras. Pero no lo es para mí. —El entusiasmo había retornado a su voz—. Paul habla de esta batalla como si sólo fuera el primer asalto de alguna guerra «a través del tiempo». Pues bien, se equivoca en una cosa. El primer asalto tuvo lugar hace cincuenta años. Yo no sé si estos bastardos de la Paz son los responsables de las plagas, pero me consta que destruyeron el mundo que teníamos. Destruyeron los Estados Unidos de América —sus labios se apretaron formando una estrecha línea.

«Voy a ocuparme de sus archivos. Voy a identificar cada una de las burbujas que generaron cuando se apoderaron de todo. Estoy segura de que hay más de cien mil de los míos que están allí. Van a regresar a la vida normal, durante los próximos años. Paul tiene un programa que utiliza los registros de la Paz para saber exactamente cuándo será esto. Al parecer todas las burbujas fueron proyectadas para cincuenta o sesenta años, contando con que las de menor tamaño van a reventar antes. Quedan todavía Vandenberg y Langley, y docenas más. Será una fracción muy pequeña de los millones que éramos antes, pero quiero estar allí para intentar salvar a todos los que pueda.

—¿Para salvar?

Allison se estremeció.

—El entorno de las burbujas puede ser peligroso durante los primeros segundos después de su rotura. Casi resulté muerta cuando salí. Estarán completamente desorientados. Poseen armas nucleares. No quiero que las disparen en una crisis de pánico. Y no sé si vuestras plagas están definitivamente acabadas. Tal vez yo tuve mucha suerte. Voy a tener que encontrar a algunos biocientíficos.

—Sí —dijo Wili, y le contó lo de los restos del accidente que Jeremy le había mostrado cuando estuvo en la granja de los Kaladze. En alguna parte, dentro de la burbuja de Vanderberg, estaba parte de un reactor. Pudiera ser que el piloto siguiera vivo, pero ¿cómo iba a sobrevivir a los primeros instantes de tiempo normal?

Allison hacía señales afirmativas y tomaba algunas notas, mientras Wili se lo contaba.

—Sí, te hablaba de cosas como ésta. Nos va a costar un gran esfuerzo el salvar a este amigo, pero lo vamos a intentar.

Se inclinó hacia adelante, en su silla.

—Esto no es ni la mitad de lo que tengo que hacer, Wili, los Quincalleros son brillantes en algunos aspectos, pero en otros… «Infantiles» es el único calificativo que se me ocurre. No es culpa de ellos, ya lo sé. Durante generaciones no han podido tener opinión sobre lo que ocurría fuera de sus pequeñas poblaciones. La Autoridad no consentía que hubiera gobiernos, por lo menos en el sentido que en el siglo veinte tenía esta palabra. En algunos sitios permitían la existencia de pequeñas repúblicas, en otros estaban muy contentos por tener una institución feudal, como en Aztlán.

»Una vez que ha desaparecido la Autoridad, la mayor parte de América, con excepción del Sudoeste, no tiene gobierno de ninguna clase. Están cayendo en la anarquía. El poder está en manos de fuerzas policiales como aquella en donde trabajaba Mike. Por ahora hay tranquilidad únicamente porque la gente que está en estos negocios de protección no se da cuenta del vacío que ha creado la partida de la Autoridad. Pero cuando lo adviertan, va a haber un caos sangriento.

Se sonrió.

—No. No me voy. No puedo reprocharte nada, porque no tienes punto de referencia. La sociedad de los Quincalleros ha sido de un tipo muy pacífico. Pero éste es el problema. Son como borregos, y van a hacer una matanza con ellos si no cambian a tiempo. No tienes más que ver lo que pasa aquí.

«Durante algunas pocas semanas hemos tenido algo que se parecía a un ejército. Pero ahora los borregos han formado ya grupos de intereses, sus familias, sus negocios. Se han repartido el territorio. Y ¡válgame Dios! Algunos ya lo están vendiendo, a la vez que venden las armas y los vehículos a cualquiera que disponga de oro. ¡Esto es un suicidio!

Y Wili se dio cuenta de que Allison podía tener razón. Al principio de aquella semana se había encontrado con Roberto Richardson, el bastardo Jonque que le había ganado en La Jolla. Richardson había sido uno de los rehenes, pero había logrado escapar antes de la liberación de Los Ángeles. Aquel tipo gordo era de los que siempre caen de pie y salen por piernas. Estaba allí en Livermore, rebosante de vales oro. Y compraba todo aquello que podía desplazarse: autos, tanques, orugas blindadas, aviones.

Aquel hombre era raro. Había hecho mucho teatro para parecer amistoso, y Wili era lo bastante listo como para no intentar sacar ventaja de ello. Wili le había preguntado qué era lo que iba a hacer con todo aquel botín. Richardson había contestado con vaguedades, pero había afirmado que no volvería a Aztlán.

—Me gusta la libertad que hay aquí, Wáchendon. No hay reglas. Creo que me voy a ir hacia el norte. Puede resultar muy provechoso para mí.

Y además tenía algunos consejos que darle a Wili, consejos que de momento parecían ser desinteresados:

—No regreses a Los Ángeles, Wáchendon. El alcalde te quiere, por lo menos de momento. Pero los Ndelante han deducido quién eres, y al viejo Ebenezer no le importa que seas un gran héroe en Livermore.

Wili miró a Allison:

—¿Qué puedo hacer para impedirlo?

—Lo que ya te he dicho al empezar. Unas cien mil personas más, muchas de ellas con opiniones parecidas a la mía, podrían ser de gran ayuda en el proceso de educación. Y cuando todo el polvo se haya posado, confío en que podremos tener algo que se parezca a un gobierno decente. No podremos hacerlo en Aztlán, porque los de allí son como si los hubieran sacado del siglo dieciséis. No me sorprendería mucho si ellos fueran los mayores ladrones de terrenos.

»Esto no puede ser el conjunto de tierras sin gobierno en que se ha convertido la mayor parte de los Estados Unidos. En toda América del Norte creo que la única representación que queda de la democracia es la República de Nuevo México. Geográficamente es una insignificancia. Solamente controla el Nuevo México de otros tiempos. Pero parece que allí tienen los ideales que necesitamos. Y creo que muchos de mis antiguos amigos pensarán lo mismo.

»Y esto es sólo el principio, Wili. Esto no es más que el arreglo de nuestra casa. Los últimos cincuenta años han sido, en cierta manera, como una Edad Tenebrosa. Pero la tecnología ha hecho progresos. Vuestra electrónica está mucho más avanzada de lo que yo hubiera podido imaginar.

»Wili, la raza humana está el borde de algo grande. Dentro de unos cuantos años habremos colonizado los planetas interiores del sistema solar. Este sueño está todavía muy presente en la conciencia de la gente. He visto lo popular que es el juego de Celeste. Podemos convertir en realidad estos sueños, y de manera mucho más fácil que en el siglo veinte. Estoy segura de que, escondidas en la teoría de las burbujas, hay ideas que van a convertir esta hazaña en un hecho trivial.

Estuvieron hablando mucho tiempo; probablemente mucho más tiempo del que la atareada Allison había supuesto que iba a estar. Cuando Wili se fue, estaba más aturdido que cuando había llegado, pero sólo porque su mente estaba en las nubes. Iba a estudiar algo de física. Las matemáticas son el alma de todo, pero hay que tener algo a qué aplicarlas. Con su propia mente y con las herramientas que había aprendido a usar, podría hacer aquellas cosas en las que Allison soñaba. Y si los temores de Allison relacionados con los años siguientes se cumplían, también estaría allí para echar una mano.


FIN
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