Flashforward

Allison no sabía gran cosa sobre identificación de especies vegetales (a menos de cien kilómetros de distancia, desde luego), pero encontraba algo raro en aquel bosque. En algunos sitios la vegetación había crecido desmesuradamente; en otros lugares había muchos claros. Por todas partes, una densa techumbre de hojas y enredaderas no dejaba ver más que vistas parciales del cielo. Le recordaba en cierta manera los bosques escuálidos, de segundo crecimiento, de la California del Norte, excepto que aquél era un revoltillo de especies distintas: coníferas, eucaliptos, incluso algo que parecía ser una especie de manzanita enferma. El aire era muy tibio y olía a moho. Allison se subió las mangas de su traje de vuelo.

El fuego apenas se podía oír. El bosque estaba tan húmedo que no le permitía que se extendiera. Exceptuando el dolor que sentía en la pierna, Allison podía figurarse que estaba en algún parque, de excursión. En realidad era posible que fuesen rescatados por verdaderos excursionistas antes de que llegasen las Fuerzas Aéreas.

Oyó que Quiller regresaba, mucho antes de que pudiera verle. Cuando por fin le vio, la expresión de Quiller era sombría. Volvió a preguntarle por su herida.

—Creo que está bien. Le puse unos puntos para que se quedara cerrada y volví a pulverizar el protector —se detuvo y le miró devolviéndole una mirada también sombría—. Sólo que…

—¿Sólo qué?

—Sólo… Para ser sincera, Angus, cuando nos estrellamos algo le pasó a mi memoria. No recuerdo nada del intervalo que va desde la reentrada hasta que nos encontramos en el suelo. ¿Qué sucedió? ¿Dónde fuimos a parar?

La cara de Quiller parecía helada. Por fin dijo:

—Allison, creo que a tu memoria no le pasa nada, está bien, tan bien como la mía, desde luego. Verás, yo tampoco puedo recordar nada después de sobrevolar algún lugar de la California Norte hasta que el casco empezó a desgarrarse sobre el suelo. Y la verdad es que no creo que hubiera nada que recordar.

—¿Qué?

—Creo que estábamos a unos cuarenta klicks arriba, y en seguida estuvimos abajo, en una superficie planetaria. Así, tal cual —hizo chasquear los dedos—. Pienso que hemos caído en una condenada fantasía.

Allison no hacía más que mirarle, dándose cuenta de que, muy probablemente, él era el que estaba peor de los dos. Quiller parecía que había interpretado correctamente aquella mirada.

—En realidad, Allison, a menos que aceptemos que los dos tenemos el mismo grado de amnesia, la única explicación es ésta. En un momento determinado estábamos en un vuelo normal de reconocimiento, y al instante siguiente estábamos… estábamos aquí, igual que en muchas películas que vi de pequeño.

—Es más fácil de creer lo de la amnesia paralela, Angus. ¡Si pudiera figurarme, al menos, dónde estamos!

El piloto asintió.

—Sí, pero tú no te has subido a un árbol, como yo, para echar un vistazo alrededor, Allison. Aparte de la clase de plantas, esta área se parece vagamente a la costa de California. Estamos encerrados entre colinas, pero en una dirección pude ver que el bosque llega hasta el mar. Y…

—¿Y qué?

—Hay algo en la costa, Allison. Es una montaña. Una montaña de plata que se eleva en el cielo hasta kilómetros de altura. Nunca ha habido algo igual en la Tierra.

Ahora Allison empezaba a sentir el miedo atávico que iba destrozando a Quiller. Para mucha gente, lo que es inexplicable es peor que la muerte. Allison era de este grupo. El haberse estrellado, incluso la misma muerte de Fred, eran cosas con las que podía bregar. La amnesia había sido una explicación conveniente. Pero ahora ya había transcurrido más de media hora y los aviones, y mucho menos los de rescate, no aparecían por ninguna parte. Allison se dio cuenta de que estaba susurrando, recitando las diferentes y demenciales alternativas.

—¿Estás pensando que nos hallamos en una especie de mundo paralelo, o en un planeta de otra estrella, o en el futuro? ¿Un futuro en que los invasores interplanetarios plantan sus plateados castillos monumentales en la costa de California?

Quiller se encogió de hombros, empezó a hablar, pareció que lo pensaba mejor, y finalmente lo soltó:

—Allison, ¿sabes… aquella cruz que encontré cerca del borde del cráter?

Allison hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—Era muy antigua, la inscripción estaba muy borrada por el tiempo y la intemperie, pero pude ver… llevaba tu nombre y… la fecha de hoy.

Precisamente aquella cruz, y precisamente aquel nombre. Durante mucho rato estuvieron callados los dos.

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