Sentada en su estudio, Egwene leía una carta.
No estoy en contra de cuestionar al lord Dragón. De hecho, cuanto más poder tiene un hombre, más necesario se hace su cuestionamiento. No obstante, debéis saber que no soy un hombre que dé su lealtad con facilidad y yo se la he entregado a él. Y no es por el trono que me proporcionó, sino por lo que ha hecho por Tear.
Sí, es cierto que su comportamiento se vuelve cada vez más impredecible. ¿Qué otra cosa cabía esperar del Dragón Renacido? Desmembrará el mundo. Eso lo sabíamos cuando aceptamos el compromiso de serle leales, al igual que un marinero a veces ha de serle leal al capitán que timonea su barco directo hacia los arrecifes de la costa. Cuando en mar abierto se prepara una tempestad innavegable, la costa es la única opción.
Con todo, vuestras palabras me han preocupado. La destrucción de los sellos no es algo que debamos acometer sin una previa y concienzuda consideración. El lord Dragón me encomendó la tarea de organizar un ejército, y lo he hecho. Si nos proporcionáis esos accesos que habéis prometido, llevaré algunas tropas a ese lugar de reunión, junto con los Grandes Señores y Señoras que nos son leales. Os aviso, sin embargo, que la presencia seanchan al oeste de mi reino sigue teniendo mucho peso en mis decisiones. Por ende, el grueso de mi ejército se quedará en Tear.
Gran Señor DARLIN SISNERA, Rey de Tear a las órdenes del Dragón Renacido, RAND AL’THOR
Egwene dio unos golpecitos con el dedo en la hoja de papel. Estaba impresionada; Darlin se había comprometido al plasmar sus palabras en papel, en vez de enviar a un mensajero con el texto memorizado. Si el mensajero caía en poder de las personas equivocadas, uno siempre tenía la opción de negar esas palabras. Culpar a un hombre de traición basándose en el testimonio de un mensajero no era fácil.
Las palabras en papel, sin embargo… Audaz. Al escribirlas, Darlin decía: «No me importa si el lord Dragón descubre lo que he escrito. Me atengo a ello».
Aunque ¿dejar atrás el grueso de su ejército? No serviría. Egwene mojó la pluma en el tintero.
Rey Darlin, vuestra preocupación por vuestro reino es muy razonable, como lo es vuestra lealtad al hombre a quien seguís.
Sé que los seanchan representan un peligro para Tear, pero no olvidemos que el Oscuro —no los seanchan— es nuestra mayor preocupación en estos tiempos terribles. Quizás es fácil creerse a salvo de los trollocs cuando uno se encuentra tan lejos de los frentes de batalla, pero ¿cómo os sentiréis una vez que las barreras de Andor y Cairhien hayan caído? Cientos de millas os separan de los seanchan.
Egwene hizo una pausa. También eran cientos de millas las que separaban a los seanchan de Tar Valon y habían estado a punto de destruirla. Darlin no se equivocaba al temerlos y era un buen rey por considerar que representaban un peligro. Pero ella necesitaba su ejército en Campo de Merrilor. A lo mejor podía proponerle un modo de conciliar el temor por la seguridad de su reino y el servir de ayuda con Rand. Reanudó la redacción de la misiva.
Illian resiste de momento y os da un respiro al ser una barrera entre los seanchan y vos. Os proporcionaré accesos y os haré una promesa: si atacaran Tear, os facilitaré accesos para que podáis regresar de inmediato y defendáis vuestro reino.
Dudó un momento. Era más que posible que los seanchan tuvieran el tejido de Viajar a esas alturas. Nadie estaba a salvo de ellos, tanto si la distancia que los separaba era mucha como si era poca. Si decidían atacar Tear, incluso proporcionando accesos a Darlin para volver quizá no fuera suficiente para ayudarlos.
Sintió un escalofrío al recordar el tiempo pasado en poder de los seanchan, cautiva como una damane. Los detestaba, los odiaba con una intensidad que a veces la preocupaba. Pero el apoyo de Darlin era esencial para sus planes. Apretó los dientes y siguió escribiendo:
El Dragón Renacido ha de ver todas nuestras fuerzas reunidas y formadas contra sus intenciones temerarias. Si lo ve como un intento carente de entusiasmo, jamás lo disuadiremos de que no lleve a cabo su propósito. Por favor, venid con todas vuestras tropas.
Echó arena en la hoja y a continuación la dobló y la selló. Darlin y Elayne eran monarcas de dos de los reinos más poderosos. Ambos eran importantes para sus planes.
A continuación respondería a la carta de Gregorin Panar den Lushenos, de Illian. Todavía no le había dicho de forma directa que tenía a Mattin Stepaneos en la Torre Blanca, pero se lo había insinuado. También había hablado con el propio Mattin para decirle que era libre de marcharse si lo deseaba. No adoptaría la costumbre de retener monarcas contra su voluntad.
Por desgracia, ahora Mattin temía por su vida si regresaba a Illian. Había estado ausente demasiado tiempo y consideraba que volver a Illian era como estar en manos del Dragón Renacido. Lo que probablemente era cierto. Qué tremendo embrollo.
Cada cosa a su tiempo. Gregorin, administrador de Illian, se mostraba muy indeciso en cuanto a apoyar su causa; daba la impresión de que Rand lo intimidaba más que a Darlin, y en su caso, los seanchan no eran un peligro lejano; se encontraban, como quien dice, llamando a las puertas de la capital.
Escribió una carta más firme a Gregorin y le hizo la misma promesa que a Darlin. A lo mejor conseguía pactar con él y dejar a Mattin fuera del asunto —algo que quizá deseaban los dos hombres, aunque mantendría a Gregorin en la ignorancia respecto al sentir de Mattin— a cambio de que llevara sus ejércitos hacia el norte.
Subjetivamente, comprendía lo que estaba haciendo: utilizar la proclamación de Rand como una almenara para reunir a los monarcas y ligarlos a la Torre Blanca. Acudirían para apoyar sus argumentos contra la ruptura de los sellos. Pero, al final, servirían a la humanidad en la Última Batalla.
Sonó un toque de nudillos en la puerta. Alzó la vista al tiempo que Silviana se asomaba y le mostraba una carta que llevaba en la mano. Estaba muy enrollada por haberla transportado una paloma.
—Tienes una expresión sombría —comentó Egwene.
—La invasión ha empezado —informó la Roja—. Torres de vigilancia a lo largo de la Frontera de la Llaga han enmudecido una tras una. Oleadas de trollocs avanzan bajo negros nubarrones que bullen. Kandor, Arafel y Saldaea están en guerra.
—¿Aguantan? —preguntó Egwene con una punzada de miedo.
—Sí, pero las noticias son inciertas y llegan con cuentagotas. Esta misiva, enviada por un informador en quien confío, asegura que no se ha visto un ataque tan masivo desde la Guerra de los Trollocs.
Egwene hizo una profunda inhalación antes de hablar.
—¿Y qué pasa en el desfiladero de Tarwin?
—No lo sé.
—Pues entérate. Di a Siuan que venga. Es posible que ella tenga más información. La red informativa del Azul es más extensa.
Siuan no lo sabría todo, desde luego, pero seguro que ya estaba metida en harina. Silviana asintió con un brusco cabeceo. Calló lo que era obvio: la información obtenida a través de la red del Azul era para uso de ese Ajah, no para que la Amyrlin se apropiara de ella. En fin, la Última Batalla estaba en puertas. Habría que hacer algunas concesiones.
Silviana cerró la puerta con suavidad, y Egwene tomó de nuevo la pluma para terminar esa pesadez que era la larga carta a Gregorin. La interrumpió otra llamada a la puerta, esta vez mucho más apremiante. Silviana abría de golpe un segundo después.
—Madre, están reunidas. ¡Como dijisteis vos!
Egwene tuvo un acceso de irritación, pero soltó la pluma con aire sosegado y se puso de pie.
—En tal caso, vayamos allí —resolvió.
Salió del estudio a buen paso. En la antesala de la Guardiana pasó por delante de un par de Aceptadas: Nicola, que acababa de ascender, y Nissa. A Egwene le gustaría que las dos alcanzaran el chal antes de la Última Batalla. Eran jóvenes, pero fuertes en el Poder, e iban a hacer falta tantas hermanas como fuera posible; incluso alguien que, como Nicola, había demostrado tener tan mal criterio en el pasado.
Esas dos habían llevado la noticia sobre la Antecámara; novicias y Aceptadas se contaban entre las mujeres que le eran más fieles, pero a menudo las hermanas no las tomaban en cuenta. De momento se quedaron atrás, y Silviana y ella se dirigieron a toda prisa hacia la Antecámara.
—No me cabe en la cabeza que hayan sido capaces de intentar algo así —comentó en voz baja Silviana mientras caminaban.
—No es lo que piensas —supuso Egwene—. No intentan deponerme. Todavía está muy presente en su memoria la división.
—En ese caso, ¿por qué se reúnen sin vos?
Hay formas de actuar contra la Amyrlin sin necesidad de deponerla.
Llevaba cierto tiempo esperando que ocurriera, pero eso no quitaba que se sintiera frustrada. Las Aes Sedai siempre serían Aes Sedai y eso no tenía remedio, por desgracia. Sólo era cuestión de tiempo que alguna decidiera hacer un intento para arrebatarle poder.
Llegaron a la Antecámara, y Egwene empujó las puertas para abrirlas y entró. Su aparición fue recibida con frías miradas Aes Sedai. No todos los bancos estaban ocupados, pero sí había dos tercios. Le sorprendió ver a tres Asentadas Rojas. ¿Qué pasaba con Pevara y Javindhra? Por lo visto, su larga ausencia en los últimos tiempos había impulsado a las Rojas a tomar medidas. Las ausentes habían sido reemplazadas por Raechin y Viria Connoral. Las gemelas eran las únicas hermanas carnales en la Torre, ahora que Vandene y Adeleas habían muerto. Una elección extraña, aunque no inesperada.
Tanto Romanda como Lelaine asistían a la asamblea y sostuvieron la mirada de Egwene sin alterarse. Qué raro verlas allí con tantas hermanas con quienes habían estado enfrentadas. Tener un enemigo común —ella— salvaba obstáculos y desavenencias. Tal vez tendría que haberle complacido constatar ese cambio.
Lelaine era la única Azul; asimismo, sólo había una Marrón: Takima, que parecía sentirse mal. La Marrón de tez marfileña hurtaba la mirada a Egwene. Había dos Blancas, dos Amarillas —incluida Romanda—, dos Grises y tres Verdes. Al ver esto, Egwene apretó los dientes. El Verde era el Ajah que habría elegido, ¡pero era el que le causaba más sinsabores!
Egwene no les llamó la atención por reunirse sin estar ella; se limitó a pasar entre las presentes una vez que Silviana la anunció. Al llegar a la Sede Amyrlin, se volvió y se sentó en el solio, de espaldas al gran rosetón de la pared. Y permaneció en silencio.
—¿Y bien? —acabó por preguntar Romanda.
Con el canoso cabello recogido en un moño parecía una loba madre que estuviera encaramada en el saledizo de la pared de su cubil.
—¿No vais a decir nada, madre? —insistió la Amarilla.
Como no me habéis informado de esta reunión, he de suponer que no queréis que hable, así que sólo he venido a escuchar —respondió Egwene.
Al parecer, sus palabras tuvieron como resultado hacer que se sintieran más incómodas. Silviana se acercó a Egwene para situarse junto a ella al tiempo que esgrimía una inequívoca expresión de desagrado.
Bien, pues —dijo Rubinde—, creo que la siguiente en el orden de intervención es Saroiya.
La corpulenta Blanca era una de las Asentadas que habían abandonado la Torre cuando Elaida había sido elegida, pero también había causado muchos quebraderos de cabeza en Salidar. A Egwene no le sorprendía verla allí. La mujer se puso de pie sin mirar a Egwene de forma intencionada.
—Expondré mi testimonio. Durante los días de… incertidumbre en la Torre —con aquel término se refería a la división; a pocas hermanas les agradaba llamar por su nombre a ese suceso—, la Amyrlin hizo justo lo que Romanda ha indicado. Nos pilló por sorpresa cuando pidió una declaración de guerra.
En la ley se contemplan disposiciones que otorgan a la Amyrlin un poder casi total cuando se declara la guerra de forma oficial. Al empujarnos a la guerra con Elaida, le dimos a la Amyrlin los medios para someter a la Antecámara a su arbitrio. —Miró en derredor a la asamblea, pero sin volverse hacia Egwene—. Mi opinión es que va a haber un nuevo intento de conseguir algo similar. Y eso ha de impedirse. La finalidad de la Antecámara es actuar como un contrapeso del poder de la Amyrlin.
La Blanca se sentó.
A decir verdad, oír las palabras de la Blanca fue un alivio para Egwene. Una nunca sabía a ciencia cierta qué intrigas se conocían en la Torre Blanca. Esa asamblea significaba que sus planes marchaban como había esperado y que sus enemigas —o, mejor, sus aliadas reacias— no se habían percatado de lo que estaba haciendo en realidad. Se hallaban atareadas en reaccionar a cosas que había realizado hacía meses.
Lo cual no quería decir que no fueran peligrosas. Pero cuando una persona se adelantaba a los problemas y los veía venir, se encontraba en condiciones de manejar la situación.
—¿Y qué podemos hacer? —preguntó Magia, que miró de soslayo a Egwene—. Para ser prudentes, me refiero. Para asegurarnos de que la Antecámara de la Torre no tiene ningún tipo de limitación.
—No podemos declarar la guerra —intervino Lelaine con firmeza.
—¿Significa eso que hay que evitarlo? —inquirió Varilin—. ¿Se declara la guerra entre dos bandos de la Torre Blanca, pero no contra la Sombra?
—La guerra contra la Sombra ya se ha declarado —apuntó Takima, vacilante—. ¿Es necesaria una declaración oficial? ¿Nuestra existencia no es suficiente? Es más, ¿los Juramentos no dejan clara nuestra postura?
—Pero hemos de hacer una declaración —manifestó Romanda. Era la mayor entre las presentes, por lo que debía ser la encargada de dirigir la asamblea—. Algo que dé a conocer la posición de la Antecámara en cuanto a disuadir a la Amyrlin de hacer una imprudente llamada a la guerra.
Romanda no se mostraba azorada en absoluto por lo que estaba haciendo y la miró sin rebozo. No, ni Lelaine ni ella perdonarían con facilidad que hubiera elegido a una Roja como su Guardiana.
—Pero ¿cómo se da a conocer un mensaje así? —preguntó Andaya. Quiero decir que cómo se hace. ¿Con un pronunciamiento de la Antecámara de que no habrá una declaración de guerra? ¿No sonaría ridículo?
Las mujeres se quedaron calladas. Egwene se sorprendió asintiendo con la cabeza, aunque no de forma específica a lo que se estaba diciendo. A ella la habían ascendido en circunstancias poco convencionales. Si se lo permitía, la Antecámara intentaría implantar la equiparación de su poder con el de la Sede Amyrlin. Las decisiones en la reunión de este día podrían significar un paso hacia tal fin. La fuerza de la Sede Amyrlin no había sido constante a lo largo de los siglos; una podía tener una libertad casi total para gobernar, mientras que otra se hallaba bajo el control de las Asentadas.
—Creo que la Antecámara actúa con sabiduría —dijo, eligiendo con mucho cuidado las palabras.
Las Asentadas se volvieron hacia ella. Algunas parecían aliviadas. Otras que la conocían mejor, sin embargo, la observaron con desconfianza. Eso le parecía bien. Mejor que la consideraran una amenaza que una chiquilla a la que podían intimidar. Esperaba que al final la respetaran como a su cabecilla; pero, habida cuenta del tiempo de que disponía, había un límite en lo que estaba en su mano hacer.
—La guerra entre dos bandos de la Torre era una clase de batalla diferente —prosiguió Egwene—. Era profunda e individualmente mi batalla, como Amyrlin, porque esa división se originó a causa de la Sede Amyrlin.
Pero la guerra contra la Sombra es más importante que cualquier persona —prosiguió—. Prevalece sobre vosotras, sobre mí y sobre la Torre Blanca. Es la guerra de toda vida y creación, desde el mendigo más desamparado hasta la reina más encumbrada.
Las Asentadas consideraron sus palabras en silencio. La primera en romperlo fue Romanda.
—¿Y en consecuencia no os opondríais a que la Antecámara se encargara del seguimiento de la guerra, dirigiendo los ejércitos del general Bryne y la Guardia de la Torre?
—Eso depende de cómo estuviera redactada la disposición —repuso Egwene.
Fuera, se oyó movimiento en el pasillo y Saerin entró en la Antecámara con premura, acompañada por Janya Frende. Lanzaron miradas fulminantes a Takima, que se encogió como un pájaro amenazado. Saerin y otras partidarias de Egwene habrían sido informadas de esta reunión justo después de que la propia Egwene recibiera la noticia. Romanda se aclaró la voz con un carraspeo antes de añadir:
Tal vez deberíamos comprobar si hay algo en la Normativa de Guerra que pueda sernos de ayuda.
—Estoy convencida de que ya lo has estudiado a fondo Romanda, dijo Egwene—. ¿Cuál es tu propuesta?
—Existe una disposición para que la Antecámara tome el control del seguimiento de un conflicto bélico —anunció Romanda.
—Eso requiere la aprobación de la Amyrlin —apuntó Egwene, un poco abstraída.
Si ésa era la baza de Romanda, entonces ¿cómo se proponía conseguir su beneplácito tras haberse reunido sin estar ella presente? Tal vez el plan de la Amarilla era otro.
—Sí, requeriría la aprobación de la Amyrlin —intervino Raechin. La Roja era una mujer alta, de cabello oscuro, a quien le gustaba peinarse con trencillas enroscadas en lo alto de la cabeza—. Pero dijisteis que os parecía sensato que tomáramos esta medida.
—Bueno, estar de acuerdo con la Antecámara es muy distinto de permitir una disposición que me aparte del funcionamiento cotidiano del ejército. ¿Qué mejor tarea para la Sede Amyrlin que ocuparse de la guerra?
—Por informes recibidos, os habéis estado dedicando a debatir con reyes y reinas —apuntó Lelaine—. Ésa es una excelente tarea para la Amyrlin.
—Entonces, ¿apoyarías esa disposición? —inquirió Egwene—. ¿Que la Antecámara se encargue del ejército mientras que a mí se me da autoridad para tratar con los monarcas del mundo?
—Yo… Sí, la apoyaría —aceptó Lelaine.
—Entonces, supongo que daría mi aprobación —dijo Egwene.
—¿Lo sometemos a votación? —se apresuró a proponer Romanda, como si estuviera a la que salta para aprovechar la oportunidad.
—Muy bien, ¿quién apoya la propuesta? —planteó Egwene.
Rubinde se puso de pie y la siguieron de inmediato Faiselle y Farnah, las otras Verdes. Raechin y su hermana se levantaron con rapidez, aunque Barasine observaba a Egwene con los ojos entrecerrados. Magia fue la siguiente en incorporarse, y Romanda se levantó con reticencia. Ferane se puso de pie despacio. Lelaine fue la siguiente, y Romanda y ella se fulminaron con la mirada.
Eso hacía un total de nueve. A Egwene el corazón le latía desbocado cuando miró a Takima. La mujer parecía muy alterada, como si intentara analizar el plan de Egwene. Otro tanto ocurría con Saroiya. La calculadora Blanca la examinaba mientras se daba tironcitos de la oreja. De repente, se le desorbitaron los ojos y abrió la boca para hablar.
En ese momento, Doesine y Yukiri llegaron y se internaron en la sala. Saerin se puso de pie de inmediato. La delgada Doesine miró a las mujeres que había a su alrededor.
—¿Qué propuesta estamos votando?
—Una importante —repuso Saerin.
—Ah, bien, entonces supongo que la apoyo.
Y yo también —dijo Yukiri.
—Hay consenso simple, al parecer —anunció Saerin—. La Antecámara tiene autoridad sobre el ejército de la Torre Blanca, mientras que a la Amyrlin se le da autoridad para tratar con los monarcas del mundo y es la única responsable de dichos tratos.
¡No! —gritó Saroiya, que se levantó de un brinco—. ¿Es que no os dais cuenta? ¡Él es rey! Tiene la Corona de Laurel. ¡Acabáis de entregar a la Amyrlin la responsabilidad de tratar en exclusiva con el Dragón Renacido!
Se hizo el silencio en la Antecámara.
—Bueno, seguro que ella… —empezó Romanda, que no terminó la frase cuando se volvió y se fijó en el sereno semblante de Egwene.
—Imagino que alguien debería pedir el consenso plenario —indicó Saerin con aspereza—. Pero ya os las habéis arreglado para ahorcaros de forma muy eficaz con la cuerda del simple.
Egwene se puso de pie.
—Dije en serio que las elecciones de la Antecámara eran sensatas, y nadie se ha ahorcado aquí. Es una decisión juiciosa por parte de la Antecámara ponerme a cargo de tratar con el Dragón Renacido. Necesitará una mano firme y conocida a la par. También habéis obrado con sensatez al ver que los detalles de dirigir el ejército me ocupaban demasiado tiempo. Tendréis que elegir a alguien entre vosotras para que se ocupe de atender y aprobar todas las peticiones de suministros y todos los planes de reclutamiento del general Bryne. Os aseguro que hay multitud de ellos.
Me complace que hayáis visto la necesidad de ayudar a la Amyrlin, si bien estoy muy disgustada por el hermetismo en la organización de esta asamblea. No intentes negar que la habéis organizado en secreto, Romanda. Te veo dispuesta a hacer objeciones. Si quieres hablar, ten presente que recurriré a los Tres Juramentos para exigirte una respuesta directa.
La Amarilla se tragó lo que iba a decir.
—¿Cómo es posible que no hayáis aprendido la necedad de actos como este? —continuó Egwene—. ¿Tan poca memoria tenéis?
Miró a las mujeres de una en una y tuvo la satisfacción de comprobar que a muchas de ellas se les agriaba el gesto.
Ha llegado el momento de que se hagan algunos cambios. Propongo que no se celebren más reuniones de este tipo. Propongo que se incluya en las leyes escritas de la Torre que, si una Asentada abandona la Torre blanca, su Ajah debe designar una sustituta para que vote por ella en su ausencia. Propongo que se incluya en las leyes escritas de la Torre que no se puede convocar asambleas de la Antecámara a menos que todas las asentadas o sus sustitutas estén presentes o hayan avisado directamente que no pueden asistir a ella. Propongo que se deba informar a la Amyrlin de todas las asambleas de la Antecámara y darle un plazo de tiempo razonable para asistir si lo desea, salvo cuando no se la pueda localizar o se encuentre indispuesta por alguna razón.
—Unos cambios atrevidos, madre —manifestó Saerin—. Proponéis que se alteren tradiciones que llevan siglos establecidas.
—Tradiciones que, hasta el momento, sólo se han utilizado para maquinaciones, para calumniar y desprestigiar a alguien que no está presente y para fomentar la división —replicó Egwene—. Es hora de que se cierre esa laguna, Saerin. La última vez que se utilizó con éxito, el Ajah Negro nos manipuló para derribar a una Amyrlin, ascender a una necia en su lugar y dividir la Torre. ¿Sois conscientes de que Kandor, Saldaea y Arafel están siendo atacadas por incalculables hordas de Engendros de la Sombra?
Varias de las hermanas dejaron escapar una exclamación ahogada. Otras asintieron con la cabeza, incluida Lelaine. Así que la red de información del Azul seguía funcionando bien. Estupendo.
—Tenemos encima la Última Batalla —prosiguió Egwene—. No retiraré mi propuesta. O la apoyáis ahora o seréis recordadas por siempre jamás como aquellas que rehusaron. En el ocaso de una era, ¿no sois capaces de apoyar la apertura y la Luz? Por lo que más queráis, ¿no vais a colaborar para impedir que se celebre una asamblea de la Antecámara sin que estéis presentes? ¿A cerrar toda posibilidad de que alguien os deje fuera a cualquiera de vosotras?
Las mujeres guardaron silencio. Una tras otra, las que estaban de pie se sentaron de nuevo a fin de estar preparadas para una nueva votación.
—¿Quién apoya mi propuesta? —preguntó Egwene.
Se pusieron de pie. Gracias a la Luz, se pusieron de pie, de una en una, despacio, de mala gana. Pero lo hicieron. Todas ellas.
Egwene soltó un profundo suspiro. Discutirían y maquinarían, pero sabían reconocer lo que era correcto cuando lo tenían delante. Compartían los mismos objetivos. Si disentían, era porque tenían distintos puntos de vista sobre cómo lograr la consecución de dichos fines. A veces era muy difícil recordarlo.
Con aspecto de estar conmocionadas por lo que habían hecho, las Asentadas convinieron en levantar la asamblea. Fuera, las hermanas habían empezado a congregarse, sorprendidas al saber que había asamblea de la Antecámara. Egwene saludó con un gesto de cabeza a Saerin y a sus otras partidarias y abandonó la cámara, acompañada por Silviana.
—Esa sí que ha sido una victoria —dijo la Guardiana una vez que se hallaron a solas. Parecía satisfecha—. Pero aun así habéis renunciado al control de vuestros ejércitos.
—Tenía que hacerlo. Podrían haberme quitado el mando en cualquier momento. De este modo, he conseguido algo a cambio.
—¿Autoridad sobre el Dragón Renacido?
—Sí, pero me refería más a cerrar esa laguna en la ley de la Torre. Mientras fuera posible que la Antecámara se reuniera en relativo secreto, mi autoridad, la autoridad de cualquier Amyrlin, podía soslayarse. Ahora, si quieren maquinar, tendrán que hacerlo en mi cara.
Silviana esbozó una extraña sonrisa.
—Sospecho que, si algo como lo de hoy es el resultado de esas maquinaciones, madre, serán más cautas en el futuro.
—Ésa es la idea. Aunque dudo que las Aes Sedai dejen de maquinar jamás. Pero de ningún modo puede permitírseles que pongan en riesgo la Última Batalla o al Dragón Renacido como si estuvieran jugando una partida de dados.
De vuelta en el estudio, encontraron a Nicola y Nissa esperando todavía.
—Bien hecho —les dijo Egwene—. Muy bien hecho. A decir verdad, estoy decidida a daros más responsabilidades. Id a la zona de Viaje y trasladaos a Caemlyn. La reina os estará esperando. Volved con los objetos que os entregue.
—Sí, madre —dijo Nicola sonriendo—. ¿Qué tiene que darnos?
—Ter’angreal—contestó Egwene—. Se utilizan para visitar el Mundo de los Sueños. Voy a empezar a entrenaros en su uso, a vosotras y a otras cuantas más. Sin embargo, no los utilicéis sin mi expreso consentimiento. Haré que os acompañen unos soldados.
Con eso bastaría para mantenerlas a raya. Las dos Aceptadas hicieron una reverencia y se alejaron a toda prisa, excitadas. Silviana miró a Egwene.
—No les hicisteis jurar que no hablaran de esto. Son Aceptadas y se jactarán de que se las está entrenando con los ter’angreal.
—Confío en que sea así.
Silviana la miró con una ceja enarcada.
—No es mi intención dejar que las chicas sufran un percance —explicó Egwene—. De hecho, harán mucho menos en el Tel’aran’rhiod de lo que ellas creen por lo que acabo de decir. Rosil ha sido muy tolerante conmigo hasta ahora, pero nunca me permitirá que ponga en peligro a las Aceptadas. Esto sólo es para dar pie a ciertos rumores.
—¿Qué rumores?
Gawyn espantó al asesino —contestó Egwene—. Hace días que no ha habido ataques y supongo que debería darle las gracias por ello. Pero el asesino sigue suelto, escondido, y he visto hermanas Negras vigilándome en el Tel’aran’rhiod. Si no puedo capturarlas aquí, entonces lo haré allí.
Pero antes necesito un modo de engañarlas para que crean que saben dónde encontrarnos.
Siempre y cuando vuestro propósito sea que os encuentren a vos, y no a esas muchachas —dijo Silviana con voz serena aunque dura como el acero. Había sido Maestra de las Novicias.
Egwene se sorprendió torciendo el gesto al pensar en las cosas que habían esperado de ella como Aceptada. Sí, Silviana tenía razón. Tendría que llevar cuidado para no someter a Nicola y a Nissa a peligros similares. Ella había sobrevivido y ahora era más fuerte por eso, pero a las Aceptadas no había que hacerles pasar semejantes experiencias a menos que no quedara más remedio.
—Tendré cuidado —dijo—. Sólo las necesito para que se extienda el rumor de que tengo una reunión muy importante dentro de poco. Si preparo el trabajo preliminar como es debido, nuestro fantasma no podrá resistir la tentación de acercarse a escuchar.
—Un plan osado.
—Y esencial. —Egwene vaciló, con la mano en el picaporte—. Hablando de Gawyn, ¿has descubierto a qué lugar de la ciudad ha ido?
—De hecho, madre, hoy a primera hora he recibido una nota sobre este asunto. Parece ser que… En fin, él no está en la ciudad. Una de las hermanas que fue a entregar vuestros mensajes a la reina de Andor regresó con la noticia de que lo había visto allí.
Egwene gimió y cerró los ojos. «Este hombre va a acabar conmigo».
—Decidle que regrese. Por irritante que pueda ser, voy a necesitarlo en los próximos días.
Egwene entró en el estudio para seguir con las cartas. Quedaba poco tiempo. Muy, muy poco tiempo.