Mat se agachó de inmediato. Esa reacción instintiva le salvó la vida; notó algo que le pasaba por encima de la cabeza, sesgando el aire. Rodó sobre sí mismo hacia un lado y al tocar el suelo con la mano notó algo húmedo.
—¡Asesinato! —bramó—. ¡Un asesinato en el campamento! ¡Se ha cometido un jodido asesinato!
Algo se movió hacia él. La tienda se hallaba completamente a oscuras, pero lo oía. Se escabulló con torpeza, pero la suerte le era propicia porque, una vez más, algo le pasó cerca, silbando.
Mat se tiró al suelo de nuevo y giró sobre sí mismo al tiempo que echaba la mano hacia un lado. Se había dejado…
¡Sí, allí estaba! Se detuvo junto al catre y aferró el largo mango que había encima. Se echó hacia atrás y se levantó de un salto blandiendo la ashandarei al tiempo que giraba sobre sí mismo para asestar un tajo con el arma… Pero no contra la figura que se desplazaba por la tienda hacia él, sino contra la pared de lona.
La lona se rasgó con facilidad y Mat saltó al exterior, sin soltar la lanza de larga moharra. Con la otra mano, asió el cordón de cuero que llevaba al cuello; la precipitación hizo que se arañara el pecho con las uñas. Se sacó el medallón con cabeza de zorro de debajo de la camisa y se volvió al llegar a los arbustos, fuera de la tienda.
A la luz tenue procedente de una linterna encendida en un poste cercano, en la intersección de los caminos del campamento, Mat vislumbró la figura que se deslizaba por la raja de la lona. Una figura que había temido ver. El gholam tenía el aspecto de un hombre esbelto, de pelo rubio y rasgos poco notorios. Lo único peculiar en esa cosa era la cicatriz que le surcaba la mejilla.
Lo habían creado para que aparentara ser inofensivo, para que fuera fácil olvidarse de él. La mayoría de la gente que lo viera entre la multitud haría caso omiso de él. Justo hasta un instante antes de que les arrancara la cabeza.
Mat retrocedió. Su tienda estaba cerca de la falda de una loma, y se replegó hacia el declive, a la vez que tiraba hacia arriba del medallón para sacarlo por la cabeza y lo sujetaba a la hoja de la ashandarei enrollando el cordón con fuerza. Distaba de ser un arreglo perfecto, pero ya había practicado ese movimiento. Que él supiera, el medallón era lo único que podía hacer daño al gholam. Realizó todo con rapidez sin dejar de gritar pidiendo ayuda al mismo tiempo. Los soldados no servirían de nada con ese ser, pero el gholam había dicho tiempo atrás que le habían ordenado no llamar mucho la atención. Tal vez eso lo haría escabullirse.
El gholam vaciló y echó ojeadas hacia el campamento. Después se volvió hacia Mat y avanzó. Se movía con la ligereza de una cinta de seda ondeando en el aire.
—Deberías sentirte orgulloso —susurró aquella cosa—. El que ahora me controla te desea por encima de todo. He de hacer caso omiso de cualquiera de los otros hasta que haya saboreado tu sangre.
En la mano izquierda, el ser sostenía una daga larga. La derecha le goteaba sangre. Un escalofrío helador estremeció a Mat. ¿A quién había matado ese monstruo? ¿Quién más había muerto en lugar de Matrim Cauthon? La imagen de Tylin surgió de nuevo en su mente. No había visto el cadáver, así que la composición de la escena quedaba a su imaginación. Por desgracia, imaginación no le faltaba.
Con esa imagen en la mente y oliendo la sangre en el aire, hizo lo más estúpido que cabía esperar: atacó.
Gritando en la oscuridad, Mat arremetió al tiempo que hacía girar la ashandarei. El ser era rapidísimo; dio la impresión de ondear en el aire, apartándose del arma.
El gholam lo rodeó como un lobo al acecho, las pisadas sin apenas hacer ruido en las hierbas secas. Como un borrón en el aire, lo atacó, y sólo gracias a dar un salto hacia atrás, dictado por sus reflejos, Mat se salvó. Luego se revolvió de forma atropellada mientras blandía la lanza. El ser parecía mostrarse precavido con el medallón. ¡Luz, sin él ahora estaría muerto y desangrándose en el suelo!
El gholam se lanzó de nuevo contra él, como una oscuridad líquida.
Mat giró sobre sí mismo con frenesí y, más por suerte que por cualquier otra razón, le hizo un pequeño corte. El medallón soltó un siseo al rozar la mano del ser. El olor a carne quemada se propagó en el aire, y el gholam reculó a trompicones.
—No tenías por qué matarla, maldito —le gritó Mat—. ¡Podrías haberla dejado vivir! ¡No la querías a ella, sino a mí!
El ser se limitó a sonreír; la boca era un espantoso agujero negro con dientes retorcidos.
—Un pájaro debe volar. Un hombre tiene que respirar. Yo he de matar.
De nuevo avanzó con sigilo, al acecho, y Mat supo que estaba en apuros. Ahora, los gritos de alarma resonaban con fuerza. Sólo habían transcurrido unos segundos, pero dentro de unos pocos más tendría ayuda. Sólo unos instantes más…
—Me han dicho que los mate a todos —dijo con suavidad el gholam—. Para hacerte salir y dar la cara. Al hombre con bigote, al viejo que se entrometió la última vez, a la mujercita de piel oscura que es dueña de tu afecto. A todos ellos, a no ser que te mate ahora.
Así la Luz abrasara a ese gholam—, ¿cómo sabía ese ser lo de Tuon? ¿Cómo? ¡Era imposible!
Estaba tan conmocionado que apenas reaccionó a tiempo de levantar la ashandarei cuando el gholam saltó hacia él. Mat barbotó una maldición y giró hacia un lado, pero ya era tarde. El arma del ser centelleó en el aire; entonces, pareció que la daga daba un tirón, y se desprendió de los dedos del gholam. Con un sobresalto, Mat notó que algo se enroscaba a su alrededor y tiraba de él hacia atrás, fuera del alcance del tajo propinado por el gholam.
Tejidos de Aire. ¡Teslyn! La Aes Sedai se encontraba delante de la tienda, el rostro una máscara de concentración.
—¡No podréis tocarlo con los tejidos de forma directa! —gritó Mat, mientras el flujo de Aire lo depositaba a corta distancia del gholam. Si la Roja hubiera sido capaz de alzarlo a bastante altura, habría sido estupendo. Pero nunca había visto que una Aes Sedai levantara a alguien a más de un paso del suelo.
Se escabulló hacia un lado dando trompicones, con el gholam cargando tras él. Entonces, algo grande pasó volando entre ellos y obligó al gholam a hacer un quiebro con gráciles movimientos. El objeto —¡nada menos que una silla!— se estrelló contra la ladera, cerca de los dos. El gholam giró sobre sí mismo cuando un banco grande chocó contra él y lo lanzó hacia atrás.
Mat recuperó el equilibrio y miró a Teslyn, que rebuscaba en el interior de su tienda con hilos invisibles de Aire.
«Qué lista», pensó. Los tejidos no podían tocar a esa cosa, pero algo lanzado por los tejidos sí.
Pero eso no lo detendría. Mat había visto al gholam arrancarse de un tirón un cuchillo clavado en el pecho; el desinterés que había demostrado igualaría al de un hombre que se hubiera quitado un abrojo enganchado en la ropa. Pero ahora llegaban soldados corriendo por los senderos, armados con picas o espadas y escudos. El campamento entero se había iluminado.
El ser lanzó una mirada feroz a Mat y después salió disparado hacia la oscuridad que envolvía el campamento. Mat se dio la vuelta y entonces se quedó paralizado al ver a dos Brazos Rojos apuntar con las picas al gholam que se les aproximaba. Eran Gorderan y Fergin; ambos habían sobrevivido a los días de Ebou Dar.
—¡No! —les gritó—. Dejad que se…
Demasiado tarde. El gholam se deslizó entre las picas con indiferencia, aferró la garganta de cada uno de los hombres con una mano y después apretó los dedos. Con un giro, les desgarró la carne y los dejó caer al suelo. Un instante después se había perdido en la oscuridad.
«¡Maldito seas! —gritó Mat para sus adentros, y echó a correr tras el ser—. ¡Te destriparé y…!»
Se paró en seco. Olor a sangre en el aire. Procedente del interior de la tienda. Casi lo había olvidado.
«¡Olver!»
Mat retrocedió y entró a trompicones en la tienda. Dentro estaba oscuro, aunque la tufarada a sangre lo asaltó de nuevo.
—¡Luz! Teslyn, ¿podéis…?
Una esfera luminosa apareció detrás de él.
La luz era suficiente para alumbrar la terrible escena del interior. Lopin, el sirviente de Mat, yacía muerto y un gran charco negro de su sangre oscurecía el suelo de la tienda. Otros dos hombres —Riddem y Will Reeve, Brazos Rojos que habían montado guardia a la puerta— estaban apilados en el catre. Tendría que haberse dado cuenta de que no se encontraban en su puesto. ¡Necio!
Mat sintió una punzada de pesar por los muertos. Lopin, que parecía haberse recuperado de la muerte de Nalesean hacía tan poco. ¡Maldición, había sido un buen hombre! Ni siquiera era soldado, sólo un criado, satisfecho de tener alguien de quien ocuparse. Mat se sentía fatal ahora por haberse quejado de él. Sin la ayuda de Lopin, no habría podido escapar de Ebou Dar.
Y los cuatro Brazos Rojos, dos de los cuales habían sobrevivido a Ebou Dar y el ataque previo del gholam.
«Tendría que haber mandado aviso. Tendría que haber puesto en alerta a todo el campamento».
¿Y habría servido de algo hacerlo? El gholam había demostrado ser prácticamente imparable. Mat barruntaba que esa cosa habría acabado con toda la Compañía para llegar hasta él, si hubiera sido necesario. Sólo la orden de su amo de que evitara llamar la atención le impedía hacerlo así.
No vio señal alguna de Olver, aunque el chico tendría que haber estado durmiendo en su catre del rincón. La sangre de Lopin se había acumulado cerca de éste, y la manta de Olver había quedado empapada en la parte inferior. Mat respiró hondo y empezó a buscar entre la carnicería, levantando mantas y mirando detrás del mobiliario de viaje, preocupado por lo que podría encontrar.
Llegaron más soldados mascullando juramentos. El campamento estaba en alerta, sonaban los toques de alarma de los cuernos, se encendían faroles, resonaba el repique metálico de las armaduras.
—¿Alguno de vosotros ha visto a Olver? —les preguntó a los soldados que se amontonaban a la puerta, después de buscar por toda la maldita tienda.
—Creo que está con Noal. Ellos… —contestó Slone Maddow, un Brazo Rojo con orejas de soplillo.
Dejándolo con la palabra en la boca, Mat se abrió paso a empujones y corrió por el campamento hacia la tienda de Noal. Llegó justo en el momento en que el hombre de pelo cano se asomaba y miraba en derredor, alarmado.
—¿Y Olver? —preguntó Mat al llegar junto al hombre mayor.
—Está a salvo, Mat —respondió Noal con una mueca—. Lo siento, no era mi intención alarmarte. Jugábamos a serpientes y zorros y el chico se quedó dormido en el suelo. Saqué una manta para taparlo; estas últimas noches se ha quedado despierto hasta tan tarde para esperarte que pensé que lo mejor sería no despertarlo. Debí mandarte un recado.
—¿Que lo sientes, dices? Oh, qué hombre tan puñeteramente maravilloso. ¡Le has salvado la vida!
Mat estrechó a Noal en un fuerte abrazo.
Una hora después, Mat se hallaba con Thom y Noal en la pequeña tienda del juglar. Una docena de Brazos Rojos montaba guardia fuera, y a Olver lo habían llevado a dormir a la tienda de Teslyn. El chico no sabía lo cerca que había estado de que el gholam lo matara. Y, con suerte, no lo sabría nunca.
Mat llevaba puesto el medallón, aunque habría que buscar un cordón de cuero nuevo. La ashandarei había cortado el otro de tal forma que no tenía arreglo. Tendría que encontrar un modo mejor de atarlo a la lanza.
—Thom, ese ser te amenazó, y a ti también, Noal. No mencionó a Olver, pero sí se refirió a Tuon —informó en voz queda.
—¿Y cómo sabía esa cosa lo de Tuon? —preguntó el juglar.
—Los guardias encontraron otro cadáver fuera del campamento. Era Derry —respondió Mat.
Derry era un soldado que había desaparecido hacía unos cuantos días, y Mat había creído que el hombre había desertado. A veces ocurría, aunque la deserción era algo inusitado en la Compañía.
—Llevaba muerto varios días —añadió Mat.
—¿Lo atrapó hace tanto tiempo? —Noal frunció el entrecejo.
El hombre mayor tenía los hombros hundidos y la nariz parecía un pimiento grande y torcido que le hubiera crecido en medio de la cara. A Mat siempre le había dado la impresión de que estaba consumido. Tenía las manos tan nudosas que parecían estar hechas de nudillos.
—Tiene que haberlo interrogado —comentó Mat—. Para enterarse de con quién pasaba tiempo, o dónde estaba mi tienda.
—¿Esa cosa es capaz de actuar así? —se sorprendió Thom—. A mí me parece más un sabueso que te sigue el rastro para darte caza.
—Sabía dónde encontrarme en el palacio de Tylin. Incluso después de haberme ido yo, ese ser entró en sus aposentos. Así que o interrogó a alguien o estaba observando. Nunca sabremos si Derry fue torturado o si se topó con el gholam cuando éste acechaba por el campamento y espiaba. Pero esa cosa es lista.
En realidad no iría por Tuon, ¿verdad? Lo más probable es que amenazar a sus amigos fuera una forma de desquiciarlo a él. Después de todo, esa cosa había demostrado que todavía tenía órdenes de no llamar la atención demasiado. Lo cual no era un gran consuelo para Mat. Si ese monstruo le hacía daño a Tuon…
Sólo había una forma de asegurarse de que eso no ocurriera.
—Bien, pues, ¿qué hacemos? —preguntó Noal.
—Vamos a cazarlo —respondió Mat en voz queda—. Vamos a matar a ese jodido monstruo.
Noal y Thom se quedaron callados.
—No consentiré tener a ese ser pegado a los talones todo el camino hasta la Torre de Ghenjei —manifestó Mat.
—Pero ¿acaso se lo puede matar? —preguntó Thom.
—Se puede matar cualquier cosa. Actuando con ingenio, Teslyn demostró ser capaz de hacerle daño utilizando el Poder Único. Tendremos que inventarnos algo parecido.
—¿Como qué? —preguntó Noal.
—Aún no lo sé. Quiero que vosotros dos sigáis con los preparativos; tenedlo todo preparado para ir a la Torre de Ghenjei tan pronto como mi juramento a Verin nos lo permita. Así me abrase, aún tengo que hablar con Elayne. Quiero que empiece la fabricación de los dragones de Aludra. Tendré que escribirle otra carta. Esta vez, con más contundencia.
De momento, haremos algunos cambios. Voy a empezar a dormir en la ciudad, en una posada diferente cada noche. Se lo haremos saber a la gente de la Compañía para que así se entere el gholam, si está escuchando. Y tampoco habrá necesidad de que ataque a los hombres.
Vosotros dos también tendréis que trasladaros a la ciudad hasta que esto haya acabado, hasta que ese ser haya muerto o haya muerto yo. La cuestión es qué hacer con Olver. Esa cosa no lo mencionó, pero…
En los ojos de Thom y de Noal vio que entendían sus razones. Él había dejado atrás a Tylin, y ahora la mujer estaba muerta. No le haría lo mismo a Olver.
—Tendremos que llevarnos al chico con nosotros —sugirió Thom—. O hacemos eso o lo mandamos a otro sitio.
—Antes oí hablar a las Aes Sedai —intervino Noal mientras se frotaba la mejilla con un nudoso dedo—. Planean marcharse. ¿Qué tal mandarlo con ellas?
Mat torció el gesto. Considerando la lascivia con que Olver miraba a las mujeres, las Aes Sedai lo habrían colgado por los dedos de los pies justo al cabo de un día. A Mat le extrañaba que no hubiera ocurrido ya, de hecho. Si alguna vez descubría cuál de los Brazos Rojos estaba enseñando al chico a actuar así con las mujeres…
—Dudo que fuéramos capaces de conseguir que se marchara —dijo Mat—. Se les escaparía y lo tendríamos aquí de vuelta la primera noche que pasaran fuera.
Thom asintió con la cabeza para indicar que estaba de acuerdo.
—Tendremos que llevarlo con nosotros, pues —concluyó Mat—. Y hacer que se quede en las posadas, dentro de la ciudad. Tal vez eso…
—¡Matrim Cauthon!
La estridente llamada sonó fuera de la tienda de Thom. Mat suspiró; después hizo un gesto de asentimiento a los dos hombres y se puso de pie. Salió de la tienda y se encontró con Joline y sus Guardianes; se había abierto paso a la fuerza entre los Brazos Rojos, además de que casi había arrancado los faldones de la tienda para colarse dentro. La aparición de Mat la hizo pararse en seco.
Varios de los Brazos Rojos se mostraban avergonzados por haberla dejado pasar, pero Mat no podía reprochárselo. Las puñeteras Aes Sedai harían siempre lo que les viniera en gana.
La Verde era todo lo que no era Teslyn. Esbelta y bonita, llevaba un vestido blanco con un escote bastante pronunciado y sonreía a menudo, aunque esa sonrisa se volvía tirante cuando iba dirigida a él. Tenía los ojos grandes y castaños, de esos capaces de tirar de un hombre e intentar arrastrarlo a sus profundidades.
Por muy bonita que fuera, Mat no pensaba en ella como pareja para ninguno de sus amigos. No querría a Joline con alguien que le cayera bien. De hecho, era demasiado caballeroso para deseársela a casi ninguno de sus enemigos. Mejor que siguiera con Fen y Blaeric, sus Guardianes; un par de chiflados, en su opinión.
Los dos eran fronterizos, uno saldaenino y el otro shienariano. Los ojos rasgados de Fen eran duros. Daba la impresión de que siempre estuviera buscando a alguien a quien matar; cada conversación con él era como una entrevista para ver si uno encajaba en sus criterios. El copete de Blaeric iba creciendo, pero aún era muy corto. Mat le habría comentado que parecía como si llevara una cola de tejón pegada a la coronilla; pero, como no le apetecía que lo asesinara ese día, se calló. Ya había tenido una nochecita muy movida.
Joline se cruzó de brazos.
—Por lo visto tu información sobre ese… ser que te persigue era correcta —dijo con aparente escepticismo.
Mat había perdido a cinco buenos hombres, y esa mujer hablaba en tono escéptico. Condenadas Aes Sedai.
—¿Y? —preguntó—. ¿Sabéis algo sobre el gholam?
—Nada en absoluto. Aun así, he de regresar a la Torre Blanca. Partiré mañana. —Titubeó un instante—. Querría pedirte que nos prestaras algunos caballos para el viaje. Da igual cómo sean, de los que puedas prescindir. No te pondré pegas.
—Es decir, que nadie en la ciudad ha querido venderos ninguno, ¿verdad? —respondió él con un gruñido.
El semblante de la mujer se tornó aún más sereno.
—En fin, está bien —accedió Mat—. Al menos, esta vez lo habéis pedido de buenas maneras, aunque me doy cuenta de lo difícil que es para vos. Ya le he prometido varios a Teslyn. Vos podréis tener también algunos. Merecerá la pena con tal de quitarme de encima a unas puñeteras mujeres.
—Gracias —contestó ella, controlada la voz—. Sin embargo, acepta un consejo. Considerando la clase de personas con que tratas a menudo, tal vez querrías aprender a controlar tu lenguaje.
—Considerando la clase de personas con que trato en demasía, es jodidamente sorprendente que no suelte más palabras malsonantes. Idos, Joline. He de escribir una carta a Su jodida y remilgada Majestad, la reina Elayne.
Joline hizo un gesto de desdén encogiendo la nariz.
—¿Y también vas a dirigirte a ella con palabras malsonantes? —dijo.
—Por supuesto —rezongó Mat, que se volvió para entrar en la tienda de Thom—. ¿Cómo, si no, iba a estar segura de que soy yo de verdad quien se la envía?