Es imposible que crean que voy a firmar esto —dijo Elayne, que tiró el puñado de papeles al suelo, junto a la silla.
—No es probable —contestó Dyelin.
El cabello dorado de la noble estaba perfecto; el rostro de gesto firme, controlado; y el delgado cuerpo, con elegante porte. ¡Esa mujer era perfecta! A Elayne no le parecía justo que tuviera un aspecto tan prístino mientras que ella se sentía como una cerda cebada y lista para la matanza.
En la chimenea de la salita de estar el fuego chisporroteaba de forma acogedora. Había vino en una jarra, encima de uno de los aparadores pegados a la pared; pero, por supuesto, a ella no le estaba permitido nada de eso. Como se le ocurriera a alguien más ofrecerle esa puñetera leche de cabra…
Birgitte se había quedado cerca de la pared del fondo; la dorada trenza le caía sobre el hombro derecho, en contraste con la chaqueta roja de cuello blanco y el pantalón azul cielo. Se sirvió una taza de té y sonrió, divertida por la irritación de Elayne. ¡Y ella lo percibía a través del vínculo!
Las tres eran las únicas que se encontraban en el cuarto. Elayne se había retirado a la salita después de aceptar la propuesta del mensajero de Ellorien respecto a que quizá le gustaría considerar la oferta en privado. ¡Bien, pues, ya la había considerado! ¡La consideraba basura, porque no era más que eso, basura!
—Esto es un insulto —dijo, señalando las páginas.
—¿Es que te propones tenerlas encarceladas para siempre, Elayne? —Dyelin enarcó una ceja—. No pueden permitirse pagar un rescate, sobre todo después de lo que gastaron en financiar sus aspiraciones a la Sucesión. Lo cual te deja una decisión pendiente de tomar.
—Por mí, que se pudran —dijo Elayne, que se cruzó de brazos—. ¡Levantaron ejércitos contra mí y sitiaron Caemlyn!
—Sí, creo recordar que yo estaba allí —contestó Dyelin en tono inexpresivo.
Elayne maldijo para sus adentros; después se levantó y empezó a pasear. Birgitte la miró; las dos sabían que Melfane había sugerido que Elayne evitara fatigarse. Sostuvo la mirada de su Guardiana con aire obstinado y después siguió paseando de un lado a otro de la sala. ¡Rayos y centellas, así se abrasara esa puñetera comadrona! Caminar no era fatigoso.
Ellorien era una de las últimas voces disidentes, minoritarias pero ruidosas, contra la soberanía de Elayne; a excepción, quizá, de Jarid Sarand. Estos meses marcaban el inicio de un largo período de prueba para Elayne. ¿Qué postura tomaría respecto a ciertos asuntos? ¿Sería sencillo ejercer presión sobre ella? ¿Hasta qué punto seguiría el ejemplo de su madre?
Deberían saber que no era tan fácil intimidarla. Pero la infausta verdad era que se encontraba encaramada a una alcándara muy precaria, construida con tazas de té apiladas a gran altura. Cada una de esas tazas era una casa noble andoreña; algunas la habían apoyado de forma voluntaria, y otras, a regañadientes. Muy pocas de ellas eran tan sólidas como a Elayne le habría gustado que fueran.
—Las nobles cautivas son un recurso —dijo—. Se las debería ver como tal.
Dyelin asintió con la cabeza. La noble sabía cómo aguijonearla para obligarla a llegar a las respuestas que ambas sabían que necesitaba encontrar.
—Un recurso carece de utilidad a menos que al final se haga uso de él —apuntó Dyelin, que se estaba tomando un vaso de vino. Condenada mujer.
—Sí, pero vender un recurso a bajo precio sería tanto como establecer una reputación de negligencia.
—A no ser que uno venda algo justo antes de que su valor caiga en picado —argumentó Dyelin—. A muchos comerciantes los han tildado de necios por vender cerecillas con descuento, pero después los han considerado inteligentes cuando los precios se desplomaron más aún.
—¿Y estas cautivas? ¿Consideras que su valor va a caer pronto?
—Sus casas están en apuros —respondió Dyelin—. Cuanto más fuerte se hace tu posición, Elayne, más bajo es el valor de esas presas políticas.
No debes malbaratar tu ventaja, pero tampoco deberías guardarlas bajo llave hasta que a nadie le importe ni poco ni mucho.
—Podrías ejecutarlas —sugirió Birgitte.
Las dos miraron de hito en hito a la Guardiana.
—¿Qué pasa? —preguntó Birgitte—. Es lo que se merecen, y eso establecería una reputación de mano dura.
—No sería lícito —respondió Elayne—. No se las puede ejecutar porque apoyaran a otra candidata para ocupar el trono. No existe traición mientras no hubiera reina.
—¿De modo que nuestros soldados mueren, pero los jodidos nobles se van de rositas? —preguntó Birgitte, que alzó una mano antes de que Elayne tuviera tiempo de protestar—. Ahórrate el sermón, Elayne. Lo entiendo. No estoy de acuerdo, pero lo entiendo. Siempre ha sido así.
Elayne se puso a pasear otra vez. No obstante, dejó de hacerlo para pisotear la propuesta de Ellorien al pasar junto a los papeles. Al verla, Birgitte puso los ojos en blanco, pero a ella le sentó muy bien hacerlo. La propuesta era una lista de promesas vacías que concluía con la exigencia de que Elayne soltara a las cautivas por «el bien de Andor». Ellorien afirmaba que, puesto que las cautivas no tenían fondos, la corona debería perdonarlas y liberarlas para que colaborasen en la reintegración.
A decir verdad, Elayne se había planteado hacer justo eso. ¡Pero si ahora las liberaba, las tres considerarían a Ellorien su salvadora! La deuda de gratitud derivada de tal acción la tendrían con su rival, en lugar de con ella. ¡Rayos y centellas!
—Las Detectoras de Vientos empiezan a preguntar por la tierra que les prometiste —apuntó Dyelin.
—¿Ya?
La mujer de más edad asintió con la cabeza.
—Esa petición todavía me preocupa —comentó luego—. ¿Por qué quieren una pequeña franja de tierra?
—Se lo han ganado —respondió Elayne.
—Quizás. Aunque eso significa que eres la primera reina en cinco generaciones que cede una parte de Andor, por pequeña que sea, a una organización extranjera.
Elayne respiró hondo y, cosa curiosa, se sintió más sosegada. ¡Malditos cambios de humor! ¿No había prometido Melfane que se irían haciendo menos marcados a medida que avanzara el embarazo? Sin embargo, a veces todavía se sentía como si sus emociones botaran de aquí para allá como una pelota en un juego de niños. Elayne recobró la compostura y se sentó.
—No puedo permitir esto. Las casas fuerzan las cosas para aprovechar cualquier oportunidad que les dé más poder.
—Tú harías lo mismo de estar en su lugar, te lo aseguro —contestó Dyelin.
—No si supiera que la Última Batalla se aproxima —barbotó Elayne—. Hemos de hacer algo para orientar a los nobles hacia asuntos más importantes. Algo que los aúne dándome respaldo o, al menos, que los convenza de que no voy a permitir que jueguen conmigo.
—¿Y cuentas con medios para lograrlo?
—Sí. Ha llegado el momento de tomar posesión de Cairhien —contestó, mirando hacia el este.
Birgitte se atragantó con el té y Dyelin se limitó a enarcar una ceja.
—Un movimiento audaz —dijo la noble.
—¿Audaz? —repitió Birgitte al tiempo que se limpiaba la mejilla—. Es una puñetera locura. Elayne, apenas tienes control sobre Andor.
—Razón de más para intervenir en este momento. Aún conservamos suficiente empuje para volver a entrar en acción. Además, si vamos por Cairhien ahora, demostraré que mi intención es ser algo más que una reina grávida y pretenciosa.
—Dudo que haya alguien que crea eso de ti —comentó Birgitte—. Y, si lo hay, es que durante la batalla recibió un golpe de más en la cabeza.
—Tiene razón, por ramplona que sea su exposición —se mostró de acuerdo Dyelin.
La noble miró a Birgitte, y Elayne percibió una punzada de desagrado a través del vínculo con su Guardiana. ¡Luz! ¿Qué haría falta para lograr que esas dos se llevaran bien?
—Nadie duda de tu firmeza como reina, Elayne —añadió Dyelin—. Pero eso no impedirá que las otras procuren hacerse con todo el poder que puedan; saben que no es probable que estén en condiciones de conseguirlo más adelante.
—No dispongo de quince años para estabilizar mi soberanía, como hizo mi madre. Mirad, todos sabemos lo que Rand no deja de repetir respecto a que yo ocupe el Trono del Sol. Allí gobierna ahora un administrador nombrado por él, esperando que yo tome posesión, y después de lo que le ocurrió a Colavaere nadie se atreve a desobedecer los edictos de Rand.
—Al ocupar ese trono, te arriesgas a dar la imagen de que has permitido que al’Thor te lo conceda.
—¿Y qué? Tenía que tomar Andor por mí misma, pero no hay nada malo en aceptar su regalo de Cairhien. Fueron sus Aiel los que lo pacificaron. Le estamos haciendo un favor a Cairhien al evitar una Sucesión turbulenta. Mi aspiración al trono es sólida, al menos tanto como la de cualquier otro, y los leales a Rand me apoyarán.
—¿Y no te estarás arriesgando a expandirte en demasía?
—Es posible —admitió Elayne—. Pero creo que merece la pena el riesgo. De una tacada podría convertirme en uno de los monarcas más poderosos desde Artur Hawkwing.
Una discreta llamada a la puerta impidió que se prolongara la discusión. Elayne miró a Dyelin y la expresión pensativa de la mujer la hizo comprender que la noble estaba rumiando lo que les había expuesto. Bien, pues, iría por el Trono del Sol, con su ayuda o sin ella. Dyelin se estaba haciendo cada vez más útil como su consejera —¡gracias a la Luz que la noble no había querido el trono para sí!—, pero una reina no podía permitirse el lujo de caer en la trampa de depender demasiado de una única persona, fuera quien fuese.
Birgitte acudió a la puerta y dejó pasar a maese Norry, el jefe amanuense con aspecto de cigüeña. Vestía de rojo y blanco y en la cara alargada mostraba su habitual expresión taciturna. Al reparar en que el hombre llevaba su portafolio de cuero debajo del brazo, Elayne ahogó un gemido.
—Creía que habíamos acabado por hoy —dijo.
—También lo creía yo, majestad, pero han surgido varios asuntos nuevos. Pensé que quizá os parecerían… hummm… interesantes.
—¿A qué os referís?
—Bueno, majestad, ya sabéis que no… simpatizo mucho con cierto tipo de trabajos. Pero en vista de las recientes incorporaciones a mi personal, me pareció lógica la idea de ampliar mis funciones.
—Habláis de Hark, ¿no es así? —intervino Birgitte—. ¿Cómo está ese despreciable saco de mierda?
Norry se volvió a mirarla.
—Está… eh… mugriento, diría yo.
De nuevo volvió la vista hacia Elayne.
—Pero es bastante competente, una vez que alguien le da las motivaciones adecuadas. Por favor, perdonad si me he tomado ciertas libertades, pero tras las recientes confrontaciones, así como el alojamiento de las invitadas en vuestras mazmorras como consecuencia de ellas, me pareció una medida prudente.
—¿De qué estáis hablando, maese Norry? —preguntó Elayne.
—De la señora Basaheen, majestad. La primera orden que di a nuestro buen maese Hark fue vigilar el lugar de residencia de la Aes Sedai, cierta posada conocida como El Recibidor.
Asaltada por un repentino interés, Elayne se sentó erguida. Duhara Basaheen había intentado de forma repetida conseguir audiencia con ella mediante intimidaciones a varios miembros del servicio de palacio. Sin embargo, todos sabían ahora que no debían admitirla. Ni que fuera Aes Sedai ni que no, actuaba como representante de Elaida, y Elayne estaba decidida a no tener nada que ver con ella.
—Hicisteis que la vigilaran —dedujo, anhelante—. Por favor, decidme si habéis descubierto algo que pueda usar en contra de esa mujer insufrible para quitármela de encima.
—¿Queréis decir que no soy merecedor de vuestra condena? —preguntó maese Norry con precaución, tan inmóvil, seco e imperturbable como siempre. Todavía era inexperto en lo tocante al espionaje.
—Luz, claro que no. Debería haber dado la orden yo misma. Me habéis ayudado al remediar ese descuido, maese Norry. Si lo que habéis descubierto son noticias buenas, incluso es probable que quisiera besaros.
Eso sí que tuvo eco en el jefe amanuense; los ojos del hombre se desorbitaron, aterrados. La reacción de Norry bastó para que Elayne prorrumpiera en carcajadas, coreada por Birgitte, si bien a Dyelin no pareció hacerle gracia. En fin, por lo que a Elayne concernía, la noble podía irse a chuparle la pezuña a una cabra.
—Eh… Bien, eso no será necesario, majestad —empezó Norry—. Había pensado que, si había Amigas Siniestras fingiendo ser Aes Sedai en la ciudad… —El, como los demás, había aprendido a no referirse a Falion y a las otras como Aes Sedai en presencia de Elayne—, a lo mejor nos interesaría tener bien vigiladas a quienes pretenden pertenecer a la Torre Blanca.
Elayne asintió con la cabeza, expectante. ¡Luz, qué forma de andarse por las ramas, este Norry!
—Me temo que voy a decepcionaros, majestad, si lo que esperáis es tener pruebas de que esa mujer es una Amiga Siniestra —aclaró el jefe amanuense al percatarse del entusiasmo de Elayne. —Oh.
—No obstante, hay razones para creer que Duhara Sedai podría haber intervenido en la redacción del documento que, al parecer, tratáis con un miramiento… hummm… desacostumbrado.
Echó una ojeada a las páginas que Elayne había tirado al suelo. Una de ellas tenía marcada con claridad la suela del zapato.
—¿Que Duhara se ha estado reuniendo con Ellorien? —preguntó Elayne, haciendo hincapié en el nombre de la noble.
—Desde luego que sí. Y las visitas se han vuelto más frecuentes. También han dejado un tanto de lado la cautela para mantenerlo en secreto.
—¿Por qué quiere Duhara liberar a mis rivales? —inquirió Elayne, mirando a Dyelin.
La expresión de la noble era preocupada.
—No puede ser tan necia para dar por hecho que es capaz de organizar un levantamiento contra ti, sobre todo a través de un grupo de lores y damas arruinados.
—Majestad, si se me permite hacer un comentario… —intervino el jefe amanuense.
—Por supuesto, maese Norry.
—Quizá la Aes Sedai intenta congraciarse con lady Ellorien. No sabemos con certeza si conspiran; sólo parece probable, a juzgar por la frecuencia y la oportunidad de las visitas de la Aes Sedai. Pero también es posible que no tenga tantos motivos para apoyar a vuestros enemigos como los que tiene para congraciarse con algunos miembros de la nobleza de la ciudad.
Era posible, sí. Y no parecía probable que Duhara volviera a la Torre Blanca, por mucho que Elayne le hubiera sugerido que lo hiciera. A ninguna Aes Sedai se la disuadía con tanta facilidad. Regresar ahora sería presentarse ante Elaida con las manos vacías y un Andor hostil. Sin embargo, si al volver contaba con la lealtad de parte de la nobleza andoreña, eso sería un punto a su favor.
—Cuando Duhara salió de la posada para visitar a Ellorien en su casa, ¿cómo iba vestida? —preguntó Elayne.
Aunque Ellorien había hablado por encima de regresar a sus posesiones, no lo había hecho, quizá por ser consciente de que todavía no era políticamente útil hacerlo. Así que, de momento, residía en su mansión de Caemlyn.
—Con capa, majestad. Echada la capucha —contestó Norry.
—¿Una prenda buena o pobre?
—No lo sé —contestó Norry con aire azorado—. Podría mandar a buscar a maese Hark…
—No hace falta. Pero, decidme, ¿iba ella sola?
—No. Creo que siempre la acompaña un gran contingente de ayudantes.
Elayne asintió con la cabeza. Apostaría a que, aun cuando Duhara llevara la capa con la capucha echada, se dejaría puesto el anillo de la Gran Serpiente y elegiría una capa de calidad notoria, así como la compañía de los ayudantes, por mor del subterfugio.
—Maese Norry, me temo que os la han jugado —dijo Elayne.
—¿Perdón, majestad?
—Deseaba que la vieran visitar a Ellorien —convino Dyelin al tiempo que asentía con la cabeza—. No le convenía que fueran visitas oficiales, para no oponerse a tu soberanía de forma tan evidente. Pero quería que supieras lo que está haciendo.
—Alterna de forma descarada con mis enemigos. Es una advertencia. Ya me amenazó con anterioridad al decir que no me gustaría estar en oposición a Elaida y a ella.
—Oh, así que mi iniciativa no ha sido tan sutil, después de todo —se lamentó Norry.
—Ah, pero es que sigue siendo información valiosa —le dijo Elayne—. Si no la hubieseis mandado vigilar, esto se nos habría pasado por alto, lo cual habría resultado… embarazoso. Si alguien es capaz de tomarse tantas molestias para insultarme, entonces al menos quiero estar enterada de ello. Aunque sólo sea para saber a quién he de mandar decapitar después.
El jefe amanuense palideció.
—Es una forma de hablar metafórica, maese Norry —lo tranquilizó Elayne.
A pesar de que le encantaría hacerlo. ¡También a Elaida! ¿Cómo se atrevía a enviar a un perro guardián para aconsejarla? Elayne movió la cabeza en un gesto de negación o de fastidio.
«Apresúrate, Egwene. Te necesitamos en la Torre. El mundo te necesita allí».
Suspiró y se volvió hacia Norry.
—¿Dijisteis que había varios asuntos nuevos que requerían mi atención? —le preguntó al jefe amanuense.
—Desde luego, majestad.
El hombre abrió el horrible cartapacio de cuero y sacó un papel, un documento al que dedicó una mirada que distaba mucho de expresar tanta reverencia como la dedicada a la mayoría de los papelotes que acumulaba. De hecho, lo sujetó sólo con las puntas de dos dedos y lo sostuvo en alto, como si fuera un bicho muerto que se hubiera encontrado en un desagüe.
—Supongo que recordaréis las órdenes que disteis respecto a los grupos mercenarios —empezó Norry.
—Sí —respondió Elayne con un rictus de fastidio.
Empezaba a tener sed y lanzó una mirada taciturna a la taza de leche de cabra caliente que había en la mesita que tenía junto al sillón. Las noticias de batallas atraían bandas de mercenarios, ansiosos de ofrecer sus servicios.
Por desgracia para la mayoría de esos soldados a sueldo, el asedio había sido corto. Las noticias se propagaban con rapidez, pero los soldados cansados y hambrientos viajaban despacio. Esas bandas seguían llegando a la ciudad en un flujo constante, y los hombres que las componían se llevaban una desilusión al constatar que sus armas ya no eran necesarias.
Al principio, Elayne les ordenaba que se marcharan, pero enseguida se dio cuenta de que hacer eso era una necedad. Todos los hombres harían falta para el Tarmon Gai’don, y si Andor tenía a su alcance participar con cinco o diez mil soldados más en el conflicto, quería hacerlo.
No tenía dinero para pagarles ahora, pero tampoco quería perderlos. En consecuencia, había ordenado a maese Norry y al capitán Guybon que dieran a todos los mercenarios las mismas instrucciones; de hecho, sólo extenderían permisos para que fueran a Caemlyn al mismo tiempo un número máximo de hombres, y tenían que acampar a una legua como mínimo de la ciudad.
Eso les daría la idea de que, al final, Elayne acabaría recibiéndolos para ofrecerles trabajo. Cabía la posibilidad de que lo hiciera así, ahora que había decidido ocupar el Trono del Sol. Por supuesto, de las últimas bandas de mercenarios que había contratado, la mayoría era pura canalla.
A sabiendas de que cometía un error, asió la taza de leche y dio un sorbo. Birgitte asintió con satisfacción, pero Elayne puso cara de asco. ¡Mejor pasar sed!
—Bien —continuó Norry, mirando el papel que tenía entre los dos dedos—, pues, uno de los capitanes mercenarios se ha tomado la libertad de enviaros una carta en exceso… confianzuda. No os la habría traído, pero tras leerla por segunda vez me pareció que había algo que deberíais ver. Los asertos de este rufián son grotescos, pero no quería ser yo quien no los tomara en cuenta y que al final resultaran ser… hummm… ciertos.
Elayne alargó la mano hacia la hoja con curiosidad. ¿Asertos grotescos? No conocía a ningún capitán mercenario. La letra de la misiva era desigual, había muchas palabras tachadas y la ortografía de otras era… creativa. Fuera quien fuese ese hombre, no…
Parpadeó con sorpresa al llegar al pie de la carta y, acto seguido, volvió a leerla:
A Su Real Majestad y molesta roncha en el trasero:
Estamos aquí esperando para hablar con Vos y nos estamos cabreando poniendo nerviosos. (Eso significa cabreándonos, puñetas). Thom dice que ahora sois reina, pero creo que eso no cambia nada, ya que, de todos modos, habéis actuado como una reina todo el tiempo. No olvidéis que saqué a rastras vuestro pequeño y bonito trasero por un agujero en Tear, y pues que entonces ya actuabais como una reina, no sé por qué me pasma que ahora actuéis como una, que sois reina de verdad.
Así que estaba pensando que debería trataros como una jodida reina y enviaros una jodida misiva y todo eso, usando un lenguaje de altos vuelos y así llamar vuestra atención. Incluso he utilizado mi anillo como sello, como sería impertinente pertinente. He aquí mi salutación formal.
Así que DEJA DE DARME LARGAS para que podamos hablar. Necesito a tus campaneros. Es muy importante, ¡joder!
P.D. Salutación quiere decir saludos.
P.P.D. No hagas caso de las palabras tachadas ni de las faltas de ortografía. Iba a pasar la carta a limpio, pero Thom se está partiendo el cu… meándose de risa a mi costa y quiero acabar de una vez.
P.P.D. No te tomes a mal que haya dicho que tienes un bonito trasero. Casi ni lo miré, pues sabía que me arrancarías los ojos si me hubieras pillado. Además, ahora soy un hombre casado, así que todo eso ha quedado en agua de borrajas.
Elayne no sabía si sentirse indignada o eufórica. ¡Mat se encontraba en Andor y Thom estaba vivo! Habían huido de Ebou Dar. ¿Habrían encontrado a Olver? ¿Cómo habían escapado de los seanchan?
Tantas emociones e interrogantes la colmaron. Birgitte se puso de pie, ceñuda, al percibir lo que sentía.
—¿Elayne? ¿Qué pasa? ¿Ese hombre te ha insultado?
Elayne se sorprendió al asentir con la cabeza mientras le brotaban lágrimas de los ojos.
Birgitte soltó una maldición y se acercó a ella en dos zancadas. Maese Norry se había quedado atónito, y parecía lamentar haberle llevado la carta.
Elayne prorrumpió en carcajadas.
—¡Elayne! —dijo Birgitte, sin salir de su sorpresa.
—Estoy bien —la tranquilizó mientras se enjugaba las lágrimas y tomaba una profunda respiración—. Oh, Luz, cómo necesitaba esto. Toma, lee.
Birgitte tomó la misiva con brusquedad y, a medida que leía, el semblante le cambió. También rompió a reír al final.
—¿Que tienes un bonito trasero? Mira quién habla. Mat tiene uno de los mejores culos que he visto en un hombre.
—¡Birgitte! —exclamó Elayne.
—Bueno, es cierto —contestó la Guardiana, que le tendió la carta—. Para mi gusto es demasiado guapo, pero eso no significa que no sepa apreciar un buen trasero cuando lo veo. ¡Luz, qué fantástico tenerlo de vuelta! Por fin habrá alguien con quien podré ir a beber sin que me vea como su puñetero jefe militar.
—Contente, Birgitte. —Elayne dobló la carta.
Norry parecía escandalizado por el intercambio entre ellas. Dyelin no dijo nada. Esa mujer no se azoraba así como así; además, había oído a Birgitte decir cosas peores.
—Habéis hecho bien, maese Norry —dijo Elayne—. Gracias por informarme sobre esto.
Entonces, ¿es verdad que conocéis a estos mercenarios? —preguntó el jefe amanuense con un dejo de sorpresa en la voz.
No son mercenarios. De hecho, no sé bien qué son. Amigos. Y aliados, espero.
¿Por qué habría conducido Mat a la Compañía de la Mano Roja a Andor? ¿Serían leales a Rand? ¿Podría sacar partido de ellos? Mat era un bribón, pero, cosa curiosa, tenía muy buen ojo para tácticas militares. Un soldado que estuviera a su mando valdría por diez mercenarios de la chusma que se había visto obligada a contratar en los últimos tiempos.
—Os pido perdón por mi equivocación, majestad —se disculpó Norry—. Debería habérosla traído antes. Mis informadores me dijeron que ese grupo estuvo contratado hace poco al servicio de la corona de Murandy, así que descarté la insistencia de su cabecilla afirmando que no era un mercenario.
—Habéis hecho lo correcto, maese Norry. —Elayne todavía se sentía regocijada y molesta al mismo tiempo. Era curioso con qué frecuencia una se movía entre esas dos emociones cuando Matrim Cauthon estaba involucrado—. La Luz sabe que he estado muy ocupada. Pero, por favor, si alguien afirma que me conoce personalmente, al menos transmitídselo a Birgitte.
—Sí, majestad.
—Concertad un encuentro con maese Cauthon —ordenó, deseando haber tenido tiempo para responderle con otra carta tan insultante como la que él le había enviado—. Decidle que Thom ha de acompañarlo para… que lo mantenga a raya.
—Como ordenéis, majestad. —Norry hizo su estirada reverencia de costumbre—. Si dais vuestro permiso para retirarme…
Ella inclinó la cabeza en aquiescencia, y el jefe amanuense se marchó y cerró la puerta tras de sí. Elayne recogió la carta de Mat con dos dedos, absorta. ¿Podría valerse de Mat de algún modo para que la ayudara con los problemas que Ellorien estaba ocasionando, igual que se había valido de los fronterizos? ¿O sería demasiado obvio?
—¿Por qué crees que menciona a los campaneros? —preguntó Birgitte.
—Podría ser por algo tan nimio como que necesita una campana nueva con la que dar las horas en su campamento.
—Pero no crees que sea por eso.
—Mat está metido en algo —contestó Elayne—. Tiene inclinación a complicar las cosas, y la forma en que ha redactado esa línea me huele a uno de sus planes.
—Cierto. Y si sólo quisiera una campana, se procuraría el dinero suficiente para comprarla con una hora de juego.
—Vamos, no tiene tanta suerte —comentó Elayne.
Birgitte resopló en la taza de té.
—Tendrías que prestar más atención, Elayne —aconsejó la Guardiana—. Ese hombre podría jugar a los dados con el Oscuro y ganarle.
Elayne meneó la cabeza. Los soldados, incluida Birgitte, eran una pandilla de supersticiosos.
—Asegúrate de reforzar el número de Guardias femeninas en servicio cuando venga Mat. A veces puede mostrarse exaltado y no querría que montara una escena.
—¿Quién es ese hombre? —preguntó Dyelin, que parecía desconcertada.
—Uno de los otros dos ta’veren que crecieron con Rand al’Thor —repuso Birgitte.
La Guardiana se tomó el té de golpe. Había dejado de beber alcohol desde que Elayne se había quedado embarazada. Por lo menos, alguien más sufría las consecuencias, aparte de ella.
—Mat es… un tipo particularmente vital y activo —añadió Elayne—. Puede ser muy útil si se sabe aprovechar como es debido su energía y sus recursos. Cuando no es así, cosa que ocurre la mayoría de las veces, puede resultar un completo desastre. Pero aparte de todo lo que se pueda decir sobre ese hombre, lo indiscutible es que su Compañía y él saben combatir.
—Vas a utilizarlos, ¿verdad? —dijo Birgitte, que la miró con admiración.
—Por supuesto. Y, por lo que recuerdo que dijo Mat, tiene un montón de cairhieninos en la Compañía. Son oriundos de allí. Si llego con ese sector de la Compañía como parte de mi ejército, quizá la transición sea más fácil.
—¿Así que tienes intención de llevar a término esa idea? —preguntó Dyelin—. ¿Ocupar el Trono del Sol? ¿Ahora?
—Hace falta unidad en el mundo. —Elayne se puso de pie—. Con Cairhien, empiezo a unirnos a todos. Rand ya controla Illian y Tear, y tiene a los Aiel vinculados a él. Estaremos conectados todos. Miró hacia el oeste, donde percibía el núcleo de emociones que era Rand. Lo único que había notado en él últimamente era una fría cólera enterrada en lo más profundo de su ser. ¿Estaría en Arad Doman?
Lo amaba, pero no estaba dispuesta a permitir que Andor se convirtiera en una parte más del imperio del Dragón. Asimismo, si Rand iba a morir en Shayol Ghul, ¿quién gobernaría ese imperio? Podría fragmentarse, pero le preocupaba que alguien, quizá Darlin, fuera lo bastante fuerte para mantenerlo unido. En tal caso, Andor se encontraría solo, con el agresivo imperio seanchan al sudoeste, el sucesor de Rand al noroeste y al sudeste, y los fronterizos unidos al norte y el noreste.
No podía dejar que ocurriera tal cosa. La mujer que había en ella se encogió al pensar que hacía planes para cuando ocurriera la muerte de Rand, pero la reina no debía ser tan escrupulosa.
—Me doy cuenta de que será difícil administrar dos reinos, pero he de controlar Cairhien. Por el bien de ambos tronos.
Se volvió y sostuvo la mirada de Dyelin; la noble asintió con la cabeza, despacio.
—Parece que estás entregada a la causa —dijo.
—Lo estoy, aunque creo que necesitaré tener asegurado el uso del Viaje si quiero conseguirlo. Concertemos una cita de Sumeko y Alise conmigo. Hemos de discutir el futuro de las Allegadas.