La Amyrlin no tomó la palabra de inmediato; se encaminó a los altos ventanales y dejó vagar la mirada por los jardines, manteniendo las manos firmemente entrelazadas a la espalda. Pasaron varios minutos hasta que comenzó a hablar, todavía dándoles la espalda.
—He impedido que se divulgara la peor parte de lo ocurrido, ¿pero hasta cuándo durará? Los criados no saben nada acerca del robo de los ter’angreal e ignoran que Liandrin y las otras que se fueron tuvieran conexión con las muertes. No fue fácil conseguirlo, teniendo en cuenta la rápida propagación de las habladurías. Creen que los responsables de los asesinatos fueron Amigos Siniestros. Y, ciertamente, lo eran. Los rumores de que los Amigos Siniestros entraron en la Torre y cometieron asesinatos se están extendiendo también por la ciudad. Pese a que ello en nada beneficia nuestra reputación, es preferible a la verdad. Al menos nadie de afuera de la Torre, y muy pocas personas de las que viven en ella, sabe que esa noche murieron Aes Sedai. Amigos Siniestros, en la Torre Blanca. ¡Bah! Me he pasado la vida negándolo. No les permitiré seguir aquí. Los pescaré, les quitaré las tripas y los colgaré a secar al sol.
Nynaeve dirigió una mirada de incertidumbre a Egwene, en la que se reflejaba la mitad de la inseguridad que Egwene sentía, y luego inspiró profundamente.
—Madre, ¿vais a infligirnos más castigos?, ¿más de los que ya nos habéis sentenciado a sufrir?
La Amyrlin las miró por encima del hombro, con los ojos indistinguibles en la sombra.
—¿Castigaros más? Según se mire. Algunas dirán que os he hecho un regalo al ascenderos. Ahora sentiréis el verdadero pinchazo de las espinas de esa rosa. —Regresó con paso vivo hasta la silla, se sentó y entonces pareció perder de nuevo toda sensación de apremio. O cobrar incertidumbre.
A Egwene se le puso el corazón en un puño al ver vacilar a la Amyrlin. La Sede Amyrlin siempre estaba segura, siempre estaba serenamente centrada en su camino. La Amyrlin era la fuerza personificada. El hecho de verla dudar de improviso —como una muchacha que sabía que había de zambullirse de cabeza en un estanque sin tener idea de su profundidad ni de si había rocas o fango en el fondo—, de percibir su oscilación, heló los huesos a Egwene. «¿A qué se refiere con el verdadero pinchazo de las espinas? Luz, ¿qué pretende hacernos?»
Señalando con el dedo una negra caja de madera labrada situada frente a ella en la mesa, la Amyrlin posó los ojos en ella como si mirara algo emplazado más allá.
—Se trata de en quién puedo depositar mi confianza —dijo quedamente—. Debería, cuando menos, poder confiar en Leane y Sheriam. ¿Pero me atrevo a hacerlo? ¿En Verin? —Sus hombros se agitaron, sacudidos por una breve y silenciosa carcajada—. En Verin he depositado secretos de los que dependen cuestiones más graves que mi vida. ¿Pero hasta dónde puedo llegar? —Guardó silencio un momento—. Siempre he creído que podía fiarme de Moraine.
Egwene se movió con inquietud. ¿Cuánto sabía la Amyrlin? Aquél no era el tipo de pregunta que la prudencia aconsejaba formular, y menos a la Sede Amyrlin. «¿Sabéis que un joven de mi pueblo, un hombre con el que pensaba casarme algún día, es el Dragón Renacido? ¿Sabéis que dos de vuestras Aes Sedai están ayudándolo?» Como mínimo, estaba segura de que la Amyrlin no sabía que había soñado con él esa noche, huyendo de Moraine. Creía tener la certeza. Consideró mejor no decir nada.
—¿De qué estáis hablando? —preguntó Nynaeve. La Amyrlin alzó la mirada hacia ella y entonces moderó el tono al agregar—: Perdonadme, madre, pero ¿vais a castigarnos más? No entiendo todo eso de en quién poder confiar, pero, si os interesa mi opinión, Moraine no es de fiar.
—Eso opinas, ¿eh? —replicó la Amyrlin—. ¿Llevas sólo un año fuera de tu pueblo, y piensas que conoces lo bastante el mundo como para decidir qué Aes Sedai es de fiar y cuál no? ¡Un marinero de primera que apenas si ha aprendido a izar una vela!
—No lo decía en serio, madre —la disculpó Egwene, consciente, sin embargo, de que Nynaeve estaba absolutamente convencida de la veracidad de su afirmación.
Dirigió una mirada de advertencia a Nynaeve. Ésta dio un violento tirón a la trenza, pero se mantuvo callada.
—Bien, ¿quién puede estar seguro? —musitó la Amyrlin—. La confianza es a veces tan escurridiza como un cesto de angulas. La cuestión es que, aun siendo finos juncos, vosotras dos sois los elementos con quienes puedo contar.
—¿Finos juncos, madre? —inquirió Nynaeve, comprimiendo la mandíbula, pero controlando la voz.
—Liandrin trató de meteros de cabeza en una encañizada —continuó, sin prestarle atención, la Amyrlin—, y no me extrañaría que se hubiera marchado porque se enteró de vuestro regreso y temiera que la desenmascararais, de modo que debo creer que vosotras no sois… del Ajah Negro. Preferiría comer escamas y entrañas —murmuró—, pero supongo que habré de acostumbrarme a pronunciar en voz alta ese nombre.
Egwene se quedó boquiabierta de estupor —«¿Del Ajah Negro? ¿Nosotras? ¡Luz!»—, pero Nynaeve no perdió tiempo para replicar:
—¡Por supuesto que no lo somos! ¿Cómo osáis decir algo así? ¿Cómo osáis insinuarlo siquiera?
—¡Adelante, hija, si dudas de mí! —la retó con dureza la Amyrlin—. Puede que en ocasiones dispongas del poder de una Aes Sedai, pero todavía no lo eres, ni de lejos. ¿Y bien? Habla, si tienes algo más que decir. ¡Te prometo que después habrás de suplicarme perdón! ¿«Fino junco»? ¡Te partiré como a una caña! Se me ha acabado la paciencia.
Nynaeve movió los labios, pero al fin se estremeció y aspiró a pleno pulmón para calmarse. Cuando tomó de nuevo la palabra su voz conservaba cierta mordacidad, pero ésta era casi imperceptible.
—Perdonadme, madre. Pero no habéis debido… Nosotras no somos… Nunca haríamos una cosa así.
Con una apretada sonrisa, la Amyrlin volvió a apoyar la espalda en la silla.
—De modo que eres capaz de controlar tu genio cuando quieres. Debía cerciorarme de ello. —Egwene se preguntó hasta qué punto aquello había sido una prueba; en los ojos de la Amyrlin había una tensión que no contradecía su advertencia de que estaba a punto de perder la paciencia—. Ojalá hubiera encontrado la manera de elevarte a la condición de portadora de chal, hija. Verin dice que ya eres tan fuerte como cualquier mujer de la Torre.
—¡El chal! —exclamó Nynaeve—. ¿Aes Sedai? ¿Yo?
La Amyrlin hizo un gesto como si arrojara algo, algo que, no obstante, lamentaba perder.
—De nada sirve desear lo que no puede ser. Difícilmente podría ascenderte a hermana de pleno derecho y al mismo tiempo mandarte a limpiar cacharros. Y Verin también me ha informado de que sigues sin poder encauzar conscientemente a menos que estés furiosa. Estaba dispuesta a cortar de cuajo tu conexión con la Fuente Verdadera si hubieras hecho tan sólo ademán de abrazar el saidar. Los exámenes finales para acceder al chal requieren que se encauce manteniendo la calma más absoluta en circunstancias de extrema presión. Ni siquiera yo podría, ni querría, eliminar tal requisito.
Nynaeve miraba, estupefacta y boquiabierta, a la Amyrlin.
—No lo comprendo, madre —confesó Egwene al cabo de un momento.
—Sí, supongo que no. Vosotras dos sois las únicas mujeres de la Torre de las que estoy absolutamente segura de que no pertenecen al Ajah Negro. —La Amyrlin volvió a torcer el gesto al pronunciar aquellas palabras—. Liandrin y las otras doce se fueron, ¿Pero se marcharon todas? ¿O dejaron a algunas de las suyas aquí, como un escollo en un bajío que uno no ve hasta que le ha agujereado la barca? Es posible que no lo averigüe hasta que ya sea demasiado tarde, pero no voy a consentir que Liandrin y las demás queden impunes. Del robo y, sobre todo, de los asesinatos. Nadie mata a mi gente y se marcha sin más. ¡Pienso encontrarlas y neutralizarlas!
—No veo qué tiene que ver eso con nosotras —observó Nynaeve, que no parecía satisfecha con lo que estaba pensando.
—Sólo esto, hija. Vosotras dos vais a ser mis sabuesos que saldrán a la caza del Ajah Negro. Nadie sospechará de vosotras, de un par de Aceptadas a medio formar a las que he humillado públicamente.
—¡Es una locura! —A Nynaeve se le habían desorbitado los ojos cuando la Amyrlin había pronunciado las palabras «Ajah Negro» y tenía los nudillos blancos de tanto apretarse la trenza. Rumió lo que iba a decir antes de expresarlo—. Ellas son Aes Sedai experimentadas. Egwene ni siquiera es una Aceptada todavía, y vos sabéis que yo no puedo encauzar ni la energía suficiente para encender una vela a menos que esté enfadada, y en ello no interviene mi voluntad. ¿Qué posibilidades tendríamos contra ellas?
Con la lengua pegada al paladar, Egwene asintió con la cabeza para mostrar su conformidad. «¿Cazar al Ajah Negro? ¡Antes preferiría ir a cazar un oso con un palo! Sólo trata de asustarnos, de castigarnos más. ¡No puede ser de otra manera!» Si eso era lo que intentaba la Amyrlin, estaba consiguiéndolo plenamente.
—Todo cuanto has dicho es cierto —convino la Amyrlin—. Pero cada una de vosotras supera, en bruto, el poder de Liandrin, y ella es la más fuerte de todas. Ellas están, no obstante, entrenadas, y vosotras no, y tú, Nynaeve, todavía tienes limitaciones. Pero cuando no se tienen remos, hija, cualquier tabla sirve para llevar el bote hasta la orilla.
—Pero yo no serviría para eso —dijo bruscamente Egwene, con voz chillona de la que el miedo le impidió avergonzarse. «¡Habla en serio! ¡Oh, Luz, lo dice en serio! Liandrin me entregó a los seanchan, ¿y ahora quiere que vaya a perseguir a trece como ella?»—. Mis estudios, mis clases, trabajar en la cocina… Anaiya Sedai querrá sin duda continuar haciéndome pruebas para ver si soy una Soñadora. Apenas si me quedará tiempo para dormir y comer. ¿Cómo puedo dedicarme a dar caza a alguien?
—Habréis de encontrar tiempo para ello —respondió la Amyrlin, con frialdad y serenidad recobradas, como si perseguir al Ajah Negro fuera coser y cantar—. Como Aceptada, elegirás tus propios temas de estudio, con ciertos límites, y las horas en que te consagrarás a ellos. Y las normas son algo menos rigurosas para las Aceptadas. Algo menos. Así debe ser en principio, hija.
Egwene miró a Nynaeve, pero ésta tomó otro derrotero en la conversación.
—¿Por qué no colabora Elayne con nosotras? No puede ser porque penséis que es del Ajah Negro. ¿Se debe a que ella es la heredera de Andor?
—Has llenado la red a la primera, hija. Si pudiera, la incorporaría a vuestro grupo, pero por el momento Morgase ya me da suficientes problemas. Cuando la haya peinado, almohazado y esté de nuevo apaciguada, tal vez Elayne se sume a vosotras. Tal vez.
—Entonces dejad también a Egwene al margen —propuso Nynaeve—. Aún no hace dos días que es una mujer hecha y derecha. Yo me haré cargo de vuestra cacería. —Egwene emitió un sonido de protesta, «Soy una mujer», pero la Amyrlin se le adelantó.
—No voy a haceros servir de cebo, hija. Si contara con cien como vosotras, no me daría por satisfecha, pero como no sois más que dos, dos habrán de ser suficientes.
—Nynaeve —dijo Egwene—, no te entiendo. ¿De veras quieres hacer esto?
—No es que quiera —repuso cansinamente Nynaeve—, pero prefiero ir tras ellas a quedarme sentada preguntándome si la Aes Sedai que me imparte lecciones es en realidad un Amigo Siniestro. Y, sea lo que sea lo que están tramando, no tengo deseos de esperar hasta que averigüen qué es.
La decisión que tomó Egwene le produjo un nudo en el estómago.
—Entonces yo también lo haré. Tampoco me apetece quedarme sentada a esperar consumida por interrogantes. —Nynaeve abrió la boca, y Egwene sintió un acceso de rabia; una oleada de alivio después del miedo experimentado—. Y no te atrevas a volver a decir que soy demasiado joven. Yo al menos puedo encauzar cuando quiero… casi todas las veces. Ya no soy una chiquilla, Nynaeve.
Nynaeve permaneció quieta, tirándose de la trenza y sin decir palabra. Finalmente, superó aquel estado de rigidez.
—No lo eres, ¿verdad? Yo misma he dicho que eras una mujer, pero supongo que, en el fondo, no acababa de creerlo. Muchacha… No, mujer. Mujer, espero que te des cuenta de que acabas de saltar dentro de un caldero conmigo y que de un momento a otro pueden encender el fuego.
—Lo sé. —Egwene se sintió orgullosa de que apenas le temblara la voz.
La Amyrlin sonrió, complacida, pero en sus azules ojos había algo que hizo sospechar a Egwene que ella ya sabía antes qué decisión tomarían. Por un instante, volvió a notar en los brazos y en las piernas los hilos de marioneta.
—Verin… —La Amyrlin titubeó y luego murmuró medio para sí—: Si he de confiar en alguien, tanto da que sea ella. A estas alturas sabe tanto como yo, si no más. —Su voz cobró vigor—. Verin os dirá todo cuanto se conoce acerca de Liandrin y las otras, y también os dará una lista de los ter’angreal que se llevaron y de sus aplicaciones. De los que tenemos identificados. En cuanto a la posibilidad de que todavía haya alguien del Ajah Negro en la Torre… Escuchad, observad y sed muy cuidadosas en vuestras preguntas. Sed como los ratones. Si tenéis la más mínima sospecha, informadme de ella. Yo misma vendré a veros de vez en cuando. Nadie lo considerará extraño, teniendo en cuenta los motivos por los que recibís castigo. Podréis ponerme al corriente en tales ocasiones. Recordad que no se han arredrado ante la idea de asesinar a alguien. Podrían volver a hacerlo.
—Eso está muy bien —objetó Nynaeve—, pero nosotras todavía seremos Aceptadas, y las mujeres a las que vamos a seguir la pista son Aes Sedai. Cualquier hermana puede mandarnos a ocuparnos de nuestros asuntos o hacer su propia colada, y nosotras no tendremos más remedio que obedecer. Hay sitios donde se supone que no debe ir una Aceptada y cosas que no se espera que haga. Luz, si tuviéramos la certeza de que una hermana es del Ajah Negro, podría ordenar a los guardias que nos encerraran en nuestras habitaciones, y ellos así lo harían. En ningún caso prevalecería nuestra palabra sobre la de una Aes Sedai.
—Globalmente —reconoció la Amyrlin—, debéis trabajar dentro de las limitaciones propias de las Aceptadas, con objeto de que nadie sospeche de vosotras, pero… —Abrió la caja negra que había en la mesa, vaciló y miró a las otras dos mujeres como si no acabara de decidirse y luego sacó varios rígidos papeles doblados. Los observó, volvió a dudar y al fin eligió dos. Devolvió los demás a la caja y tendió aquellos dos a Egwene y Nynaeve—. Mantenedlos bien ocultos. Son sólo para casos de emergencia.
Egwene desplegó el grueso papel. Había algo escrito con nítida letra redondeada y estaba sellado con la Llama Blanca de Tar Valon:
«Lo que hace el portador de este documento lo hace bajo mis órdenes y mi autoridad. Obedeced y guardad silencio, siguiendo mi mandato».
—Podría hacer cualquier cosa con esto —comentó con asombro Nynaeve—. Mandar que los guardias se pongan en formación. Dar órdenes a los Guardianes. —Lanzó una risita—. Con esto, podría hacer que un Guardián se pusiera a bailar.
—Hasta que yo me enterara de ello —convino secamente la Amyrlin—. A menos que tuvieras una razón muy convincente, me encargaría de que desearas que Liandrin te hubiera atrapado en mi lugar.
—No tenía intención de hacer nada de eso —se apresuró a aclarar Nynaeve—. Me refería sólo a que otorga más autoridad de la que hubiera imaginado.
—Es posible que necesitéis cada gramo de su peso. Pero recordad bien esto: un Amigo Siniestro no acatará en nada mis órdenes, ni tampoco un Capa Blanca. Es probable que tanto uno como otro os mataran por el simple hecho de tener ese documento. En caso de que ese papel sea un escudo… Bien, los escudos de papel son frágiles, y éste puede tener una diana pintada en él.
—Sí, madre —acordaron al unísono Egwene y Nynaeve.
Egwene dobló el suyo y lo guardó en la bolsa del cinturón, decidida a no sacarlo de allí salvo en caso de absoluta necesidad. «¿Y cómo sabré cuándo será el momento?»
—¿Y Mat? —preguntó Nynaeve—. Está muy enfermo, madre, y apenas le queda tiempo.
—Mandaré avisaros —respondió concisamente la Amyrlin.
—Pero, madre…
—¡Mandaré avisaros! Ahora marchaos, hijas. La esperanza de la Torre reposa en vuestras manos. Id a vuestras habitaciones y descansad un poco. Recordad que tenéis citas pendientes con Sheriam, y con las ollas.