12 La Sede Amyrlin

Siuan Sanche se paseaba por su estudio y de tanto en tanto se detenía para dedicar una ojeada, con la misma mirada de ojos azules que había hecho tartamudear a más de un soberano, a una caja de madera negra labrada situada en la larga mesa que ocupaba el centro de la habitación. Confiaba en que no habría de usar ninguno de los documentos tan cuidadosamente redactados que guardaba en su interior. Los había preparado y sellado en secreto, de su propia mano, para cubrir una decena de eventualidades. Había dispuesto salvaguardas en la caja de madera a fin de que, si cualquier mano que no fuera la suya la abría, su contenido se convirtiera en cenizas en un instante; probablemente la propia caja ardería también.

—Y quemaría al pájaro pescador, quienquiera que sea, de modo que nunca olvide la lección, así lo espero —murmuró.

Por centésima vez desde que le habían comunicado el regreso de Verin, se volvió a arreglar la estola sobre los hombros sin tener conciencia de ello. La ancha tira de tela rayada en la que estaban representados los colores de los siete Ajahs le coleaba hasta más abajo de la cintura. La Sede Amyrlin pertenecía a todos los Ajahs y a ninguno, y el hecho de que antes de ascender al cargo hubiera elegido uno en concreto carecía de importancia.

Ocupada antes de ella por varias generaciones de mujeres que habían vestido la estola, aquélla era una estancia lujosa. La alta chimenea y el ancho y frío hogar eran de dorado mármol esculpido de Kandor, y las baldosas del suelo talladas en forma de diamante, de piedra roja pulida procedente de las Montañas de la Niebla. Las paredes estaban revestidas con paneles de una pálida madera veteada, dura como el hierro y modelada con representaciones de fantásticas bestias y pájaros de increíble plumaje, traída por los Marinos de las tierras situadas más allá del Yermo de Aiel con anterioridad al nacimiento de Artur Hawkwing. Unos elevados ventanales en forma de arco, ahora abiertos para dejar entrar los olores de las tempranas plantas, daban a un balcón desde el que se dominaba su pequeño jardín privado, en el cual raras veces disponía de tiempo para pasear.

Toda aquella ostentación formaba un marcado contraste con el mobiliario que Siuan Sanche había instalado en la habitación. La mesa y la recia silla situada detrás de ella, si bien pulidas por el tiempo y la cera de abeja, carecían de todo ornamento, al igual que la única otra silla que había allí, la cual se hallaba algo apartada del centro, pero lo bastante cerca como para poder correrla si deseaba que un visitante tomara asiento en ella. Una pequeña alfombra teariana, tejida con sencillos motivos en azul, marrón y dorado, reposaba delante de la mesa. Encima de la chimenea colgaba el único cuadro presente en toda la habitación, un dibujo que representaba pequeños botes pesqueros navegando entre juncos. Media docena de atriles sostenían libros abiertos. Y eso era todo. Incluso las lámparas no habrían desentonado en la casa de un campesino.

Siuan Sanche había nacido pobre, en Tear, y habría trabajado en el bote de pesca de su padre, una embarcación idéntica a las plasmadas en el dibujo, en el delta llamado los Dedos del Dragón, antes de que llegara siquiera a soñar en ir a Tar Valon. Ni los casi diez años transcurridos desde su ascensión a la Sede habían conseguido que se encontrara cómoda entre un lujo excesivo. Su dormitorio era aún más austero.

«Diez años con la estola —pensó—. Casi veinte desde que decidí surcar estas peligrosas aguas. Y, si ahora naufrago, añoraré el tiempo en que me dedicaba a lanzar redes al mar».

Se giró al percibir un sonido. Otra Aes Sedai había entrado en la estancia, una mujer de piel cobriza y pelo oscuro corto. La Amyrlin recobró a tiempo la compostura para imprimir un tono impasible a la voz y decir únicamente lo que esperaba de ella.

—¿Sí, Leane?

La Guardiana de las Crónicas realizó una reverencia, tan profunda como si se hubieran hallado en presencia de testigos. La alta Aes Sedai, de estatura equiparable a la mayoría de los varones, ocupaba una posición en la Torre Blanca sólo inferior a la de la Amyrlin, y, aun cuando Siuan la conocía desde el tiempo en que ambas eran novicias, a veces la insistencia de Leane en comportarse con toda la ceremonia que exigía la dignidad de la Sede Amyrlin ponía a ésta al borde de un ataque de nervios.

—Verin está aquí, madre, y solicita hablar con vos. Ya le he dicho que estabais ocupada, pero pide…

—No tanto como para no atenderla —manifestó Siuan. Sabía que había respondido con demasiada celeridad, pero no le importó—. Hacedla pasar. No es preciso que os quedéis, Leane. Hablaré con ella a solas.

Un ligero arqueamiento de cejas fue la única muestra de sorpresa ofrecida por la Guardiana. La Amyrlin raras veces se entrevistaba con alguien, ni siquiera con una reina, sin que la Guardiana estuviera presente. Pero la Amyrlin era la Amyrlin. Leane se marchó dedicándole una nueva reverencia y en cuestión de momentos Verin retomó su lugar, arrodillándose para besar el anillo con la Gran Serpiente que lucía Siuan en un dedo. La hermana Marrón llevaba una abultada bolsa de cuero bajo el brazo.

—Gracias por concederme el favor de veros —dijo Verin al erguirse—. Traigo urgentes noticias que comunicaros acerca de lo sucedido en Falme. Y otras no menos importantes. Apenas sé por dónde empezar.

—Comenzad por donde queráis —indicó Siuan—. Estas habitaciones están salvaguardadas, en previsión de que a alguien se le ocurra utilizar trucos de la infancia para escuchar. —Verin puso cara de sorpresa, y la Amyrlin añadió—: Son muchas las cosas que han cambiado desde vuestra marcha. Hablad.

—La más destacable es que Rand al’Thor se ha proclamado como el Dragón Renacido.

—Confiaba en que fuera él —comentó quedamente Siuan, sintiendo un alivio en la presión de su pecho—. Recibí informes de mujeres que sólo podían contar lo que habían oído, y se me han comunicado los múltiples rumores que llegan con cada barco mercante y con cada carromato de mercader, pero no tenía ninguna garantía. —Aspiró profundamente—. Sin embargo, creo poder precisar el día en que ello ocurrió. ¿Sabíais que los dos falsos Dragones ya no causan agitación en el mundo?

—No estaba enterada, madre. Es una buena noticia.

—Sí. Mazrim Taim se encuentra en manos de nuestras hermanas en Saldaea, y el pobre desgraciado de Haddon Mirk, la Luz se apiade de su alma, fue apresado por los tearianos y ejecutado en el acto. Por lo visto nadie sabe cómo se llamaba. Los dos fueron capturados el mismo día y, según los rumores, en las mismas circunstancias. Estaban peleando en una batalla en la que llevaban las de ganar, cuando de improviso en el cielo se produjo un intenso fogonazo de luz y, por un instante, apareció una visión en él. Circula una decena de versiones diferentes acerca de lo que era, pero en ambos casos el resultado fue exactamente el mismo: el caballo del falso Dragón se encabritó y lo desarzonó. Quedó inconsciente al caer, sus seguidores lo dieron por muerto y huyeron del campo, y a él lo hicieron preso. Algunos de mis informes hablan de que en el cielo de Falme también se vieron prodigios. Apostaría un marco de oro contra una perca de tan sólo una semana a que fue en el instante en que Rand al’Thor se autoproclamó.

—El verdadero Dragón ha renacido —dijo Verin casi para sí—, de manera que en el Entramado ya no cabe ningún falso Dragón. Hemos dejado suelto al Dragón Renacido en el mundo. La Luz tenga conmiseración por nosotras.

—Hemos hecho lo que debíamos —aseguró la Amyrlin, sacudiendo la cabeza con irritación. «Y, si se entera de ello incluso la más nueva de las novicias, me neutralizarán antes de que vuelva a salir el sol, si no me han despedazado antes. A mí, a Moraine y a Verin, y posiblemente a cualquiera que consideren amiga nuestra, también». No era fácil llevar a término una conspiración de tal envergadura de la que sólo tenían conocimiento tres mujeres, cuando incluso una amiga podía traicionarlas y creer que había cumplido con su deber. «Luz, ojalá estuviera segura de que no obrarían correctamente haciéndolo»—. Al menos se encuentra a salvo en compañía de Moraine. Ella lo guiará y hará lo que es preciso hacer. ¿Qué más tenéis que comunicarme, hija?

Por toda respuesta, Verin depositó el saco de cuero en la mesa y extrajo de él un curvado cuerno dorado con una inscripción incrustada en plata en torno a la embocadura. Después miró a la Amyrlin con plácida expectación.

Siuan no tenía necesidad de hallarse lo bastante cerca para leer la leyenda a fin de saber lo que decía: Tia mi aven Moridin isainde vadin. «La tumba no constituye una frontera a mi llamada».

—¿El Cuerno de Valere? —musitó—. ¿Lo habéis traído cruzando cientos de leguas hasta aquí, cuando los cazadores están buscándolo por todas partes? Luz, mujer, deberías haberlo dejado junto a Rand al’Thor.

—Lo sé, madre —contestó tranquilamente Verin—, pero los cazadores esperan encontrar el Cuerno en algo que incluya una gran aventura, y no en un saco que llevan cuatro mujeres que escoltan a un joven enfermo. Además, a Rand no le serviría de nada tenerlo.

—¿Qué queréis decir? Él ha de librar el Tarmon Gai’don. El Cuerno debe despertar a los héroes muertos en sus tumbas para luchar en la Última Batalla. ¿Acaso Moraine ha vuelto a trazar planes sin consultarme?

—Esto no tiene nada que ver con Moraine, madre. Nosotros planeamos, pero la Rueda teje el Entramado según sus designios. Rand no fue el primero en hacer sonar el Cuerno. Fue Matrim Cauthon. Y ahora Mat se encuentra postrado abajo, agonizando a causa del contacto con la daga de Shadar Logoth, y morirá a menos que consigamos curarlo aquí.

Siuan se estremeció al oír mencionar Shadar Logoth, la ciudad muerta tan contaminada que hasta los trollocs temían entrar en ella, y con razón. Por azar, una daga proveniente de ese lugar había llegado a las manos del joven Mat y lo había infectado con la malignidad que había asolado la ciudad tanto tiempo atrás. Y ahora estaba a las puertas de la muerte. «¿Ha sido un azar? ¿O ha sido obra del Entramado? En fin de cuentas, él también es ta’veren. Pero… fue Mat quien hizo sonar el Cuerno. De lo que se desprende…»

—Mientras siga con vida —prosiguió Verin—, el Cuerno es un mero cuerno para cualquier otra persona. Si perece, otro hombre podría soplar en él, por supuesto, y forjar un nuevo vínculo con el Cuerno. —Su mirada no reflejó la más mínima alteración o turbación por lo que parecía estar sugiriendo.

—Serán muchos los que mueran antes de que todo concluya, hija. —«¿Y qué otro me iría bien para hacerlo sonar de nuevo? Ahora no voy a asumir el riesgo de devolvérselo a Moraine. Uno de los Gaidin, tal vez. Tal vez»—. El Entramado aún debe mostrar claramente su destino.

—Sí, madre. ¿Y el Cuerno?

—Por el momento —respondió al cabo la Amyrlin—, buscaremos un sitio donde esconderlo del que nadie salvo nosotras dos tenga conocimiento. Después reflexionaré acerca de lo que vamos a hacer.

—Como vos digáis, madre —asintió Verin—. Seguramente el paso de unas horas favorecerá vuestra decisión.

—¿Es esto todo cuanto habíais de comunicarme? —espetó Siuan—. Si es así, ahora debo ocuparme de esas tres fugitivas.

—Está la cuestión de los seanchan, madre.

—¿Qué pasa con los seanchan? Todos mis informes aseguran que han huido atravesando el océano hacia donde quiera que fuera su lugar de procedencia.

—Eso parece, madre. Pero me temo que tengamos que volver a habérnoslas con ellos. —Verin sacó un librito encuadernado con cuero de debajo del cinturón y comenzó a hojearlo—. Se autodenominaban los Precursores o Los que Llegan Antes y hablaban del Retorno y de reclamar esta tierra como suya. He tomado notas sobre todo cuanto he oído decir de ellos. Sólo de labios de quienes los habían visto realmente, desde luego, o que habían tenido trato con ellos.

—Verin, estáis preocupándoos por una escorpina salida del Mar de las Tormentas, cuando aquí y ahora los cazones están destrozándonos a dentelladas las redes.

—Una acertada metáfora, madre, la del cazón —aprobó la hermana Marrón, sin dejar de pasar las páginas de su libro—. En una ocasión vi un gran tiburón que un cazón había perseguido hasta los bajíos, donde murió. —Dio un golpecito a una página con el dedo—. Sí, esto es lo peor. Madre, los seanchan utilizan el Poder Único en las batallas. Lo usan como arma.

Siuan entrelazó con fuerza las manos a la altura de la cintura. Los informes que habían traído las palomas también mencionaban ese detalle. En su mayoría no procedían de testigos presenciales, pero algunas mujeres habían afirmado haberlo visto con sus propios ojos. El Poder utilizado como arma. Incluso en la seca tinta impresa en el papel habían dejado patente un asomo de crisis nerviosa al escribir sobre ello.

—Este asunto ya nos está causando problemas, Verin, y nos acarreará más cuando se divulguen las habladurías y se magnifiquen al correr de boca en boca. Pero yo no puedo hacer nada al respecto. Me han dicho que esa gente se ha ido, hija. ¿Tenéis pruebas de que ello no sea cierto?

—Bien, no, madre, pero…

—Hasta que las tengáis, nos concentraremos en sacar los cazones de nuestras redes antes de que comiencen a morder también el bote.

Verin cerró con desgana el libro de notas y volvió a guardarlo bajo el cinturón.

—Como queráis, madre. Si me permitís preguntarlo, ¿qué os proponéis hacerles a Nynaeve y las otras dos muchachas?

La Amyrlin titubeó, reflexionando.

—Antes de que acabe con ellas, desearán tener la posibilidad de llegar hasta el río y venderse a sí mismas como carnaza para pescadores. —Era la pura verdad, pero podía interpretarse de múltiples maneras—. Ahora sentaos y contadme todo lo que han dicho y hecho esas tres jóvenes durante el tiempo que han pasado con vos. Todo.

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