42 Remembranza de sueños

Era un grupo derrotado el que Rand condujo escaleras abajo. Ninguno de ellos quería hablarle ya, como tampoco sentían deseos de hablar entre sí. Él mismo tampoco se encontraba de humor conversador. El sol, pronto a ocultarse, dejaba en penumbra las escaleras, donde aún no habían encendido las lámparas, y componía en ellas una combinación de luces y sombras. Perrin tenía un semblante tan circunspecto como los demás, pero no ceñudo como ellos. Rand dedujo que el rostro de Perrin era el reflejo de la resignación. No sabiendo a qué atribuirlo, deseaba preguntárselo, pero, siempre que Perrin atravesaba una zona semioscura, sus ojos parecían absorber la escasa luz de allí y relumbraban como el ámbar pulido.

Rand se estremecía y trataba de concentrarse en los objetos inmediatos, en las paredes cubiertas con paneles de nogal y en el pasamanos de madera de roble. Se enjugó las manos en la chaqueta varias veces, pero en cada ocasión el sudor volvía a reproducirse en sus palmas. «Ahora todo irá bien. Volvemos a estar juntos y… Luz, Mat».

Los llevó a la biblioteca por el corredor trasero que pasaba junto a la cocina, evitando la sala principal. Eran escasos los viajeros que hacían uso de aquella estancia; la mayoría de los que sabían leer se alojaban en las más elegantes posadas del casco antiguo. Maese Gill la mantenía más para su propio solaz que para los pocos clientes que de vez en cuando le solicitaban un libro. Rand prefería no pensar en la razón por la que Moraine deseaba que permanecieran inadvertidos, pero no paraba de evocar la amenaza del oficial Capa Blanca que prometió regresar, ni los ojos de Elaida cuando ésta le había preguntado dónde se hospedaba. Fueran cuales fuesen las intenciones de Moraine, aquellos dos recuerdos constituían para él motivos de sobrado peso.

Avanzó cinco pasos en el interior de la biblioteca antes de advertir que los demás se habían detenido y estaban arracimados bajo el dintel, boquiabiertos y con ojos desorbitados. Un vivo fuego crepitaba en la chimenea y Loial estaba tendido en un diván, leyendo, con un gatito negro de patas blancas enroscado y adormilado sobre su vientre. Al entrar ellos, cerró el libro, marcando la página con uno de sus enormes dedos, depositó con suavidad al animal en el suelo y luego se levantó e hizo una formal reverencia.

Rand estaba tan acostumbrado a la presencia del Ogier que tardó un minuto en caer en la cuenta de que éste era el objeto de las miradas de sus compañeros.

—Éstos son los amigos a quienes esperaba, Loial —le presentó—. Esta es Nynaeve, la Zahorí de mi pueblo. Y Perrin. Y ésta es Egwene.

—Ah, sí —tronó Loial—. Egwene. Rand me ha hablado mucho de ti. Sí. Yo soy Loial.

—Es un Ogier —explicó Rand.

Después observó cómo su asombro variaba de naturaleza. Incluso después de haber padecido la proximidad de los trollocs y Fados, resultaba sorprendente conocer a una leyenda de carne y hueso. Recordando su primera reacción al ver a Loial, sonrió tristemente. Ellos estaban comportándose mejor que él.

Las zancadas del Ogier incrementaron la estupefacción de los recién llegados. Rand supuso que él apenas reparaba en tal actitud, comparándola con una multitud que lo perseguía al grito de «trollocs».

—¿Y la Aes Sedai, Rand? —inquirió Loial.

—Arriba, con Mat.

—Entonces está mal —concluyó el Ogier después de enarcar una ceja en ademán pensativo—. Propongo que nos sentemos. ¿Se reunirá ella con nosotros? Sí. En ese caso, no hay más que aguardar.

El hecho de tomar asiento surtió un efecto apaciguador en los jóvenes de Campo de Emond, como si el estar arrellanados en una mullida silla junto al fuego, en compañía de un gato acurrucado en el hogar, les devolviera la sensación de hallarse en casa. Tan pronto como se hubieron instalado en las sillas, comenzaron excitados a formular preguntas al Ogier. Para sorpresa de Rand, Perrin fue el primero en tomar la palabra.

—Los steddings, Loial, ¿son en verdad refugios, tal como dicen las historias? —Su voz era intensa, como si tuviera un motivo concreto para preguntar aquello.

Loial estuvo encantado de aportar explicaciones sobre los steddings, su recorrido hasta llegar a la Bendición de la Reina y lo que había visto en el transcurso de sus viajes. Rand pronto se inclinó sobre el respaldo y escuchaba sólo en parte. Ya lo había oído con anterioridad y con todo lujo de detalles. A Loial le gustaba hablar, y lo hacía largamente cuando disponía de la más mínima ocasión, aun cuando, por lo general, daba la impresión de que necesitaba exponer lo acaecido dos o tres siglos antes para crear un marco que propiciara la comprensión. Su sentido del tiempo era muy extraño; para él era razonable que una historia o una explicación cubriera un espacio de tiempo de trescientos años. Siempre hablaba de su partida del stedding como si ésta hubiera tenido lugar sólo unos meses antes, cuando, según había averiguado finalmente él, hacía más de tres años que lo había abandonado.

Los pensamientos de Rand derivaron hacia Mat. «Una daga. Un condenado cuchillo, que podría acabar con su vida únicamente por llevarlo. Luz, no quiero vivir más aventuras. Si Moraine es capaz de curarlo, deberíamos irnos todos… no, a casa no. No podemos regresar al hogar. A algún otro sitio. A un lugar donde no hayan oído hablar de Aes Sedai ni del Oscuro. Algún lugar».

Se abrió la puerta y, por un momento, Rand creyó que aún se encontraba en alas de la imaginación. Mat estaba allí de pie, con la chaqueta abotonada hasta arriba y la bufanda enrollada en la frente. Parpadeaba. Entonces vio a Moraine, que tenía la mano sobre el hombro de Mat, y a Lan detrás de ellos. La Aes Sedai observaba atentamente a Mat, como se mira a alguien que acaba de recobrarse de una enfermedad. Como de costumbre, Lan los miraba a todos con aspecto de no centrar la vista en nada.

Mat parecía no haber padecido ninguna clase de dolencia. Su primera, vacilante sonrisa abarcó a todos los presentes, si bien se convirtió en una estupefacta expresión al percibir a Loial, como si jamás hubiera visto al Ogier. Luego se encogió de hombros y volvió a centrar la atención en sus amigos.

—Yo… ah…, es decir… —Hizo acopio de aire—. Por lo visto… eh… parece que he estado actuando… eh… de una manera un poco rara. No recuerdo apenas nada, de veras. —Dirigió una inquieta mirada a Moraine y, al sonreírle ella, continuó— todo lo veo borroso desde que salimos de Puente Blanco. Thom y el… —Se estremeció—. Cuanto más alejados de Puente Blanco, más difusos son los recuerdos. No conservo la más leve conciencia de haber llegado a Caemlyn. —Miró a Loial de soslayo—. De veras. Moraine Sedai dice que yo… arriba, yo… ha… Sonrió y, de pronto, era realmente el mismo Mat de siempre—. No podéis culpar a un hombre de lo que hace en un estado de locura, ¿verdad?

—Siempre has sido un alocado —observó Perrin, recobrando momentáneamente su antigua apariencia.

—No —contestó Nynaeve, con lágrimas en los ojos, pero sonriente—. Nadie te culpa de ello.

Rand y Egwene comenzaron a hablar al unísono entonces. Le dijeron a Mat lo contentos que se sentían por verlo recuperado, alabaron su buen aspecto e intercalaron algunos comentarios jocosos relativos a su esperanza de que se hubieran acabado sus bromas, habida cuenta de que él había padecido una tan pesada en carne propia. Mat respondía a las chanzas con su fanfarronería habitual. Al sentarse, todavía sonriente, se palpó distraído la chaqueta como para cerciorarse de que todavía conservaba algo prendido del cinturón. Rand retuvo el aliento.

—Sí —admitió con tranquilidad Moraine—, aún lleva la daga. —A pesar de las risas y la charla que continuaba intercambiando el resto, la Aes Sedai había advertido su súbita reacción y adivinado su inquietud. Se acercó a su silla, para no tener que elevar la voz—. No puedo desprenderlo de ella sin que ello le cause la muerte. El vínculo ha durado demasiado tiempo y ha adquirido demasiada fuerza. Deben deshacerlo en Tar Valon; ni yo ni ninguna Aes Sedai sola puede hacerlo, ni siquiera con la ayuda de un angreal.

—Pero ya no parece enfermo. —Lo asaltó un pensamiento que le hizo elevar la mirada hacia ella—. Mientras conserve la daga, los Fados sabrán dónde estamos. Y algunos Amigos Siniestros también. Eso es lo que habéis dicho.

—He conseguido controlarlo. Si se acercan lo suficiente como para detectarlo ahora, ya estarán abalanzándose sobre nosotros de todos modos. Le he lavado la infección, Rand, pero volverá a recaer pasado un tiempo, a menos que reciba asistencia en Tar Valon.

—Menos mal que es allí adonde nos dirigimos, ¿no es cierto? —Pensó que tal vez fuera la resignación de su voz y el deseo de adoptar un camino distinto lo que provocó la dura mirada que le asestó la mujer antes de apartarse de él.

—Soy Loial —se presentó el Ogier, ofreciendo una reverencia a Moraine—, hijo de Arent hijo de Halan, Aes Sedai. El stedding ofrece asilo a los Siervos de la Luz.

—Gracias, Loial, hijo de Arent —respondió secamente Moraine—, pero de ser tú no formularía ese ofrecimiento tan a la ligera. Hay quizá veinte Aes Sedai en Caemlyn en este momento y, excepto yo, todas pertenecen al Ajah Rojo. —Loial asintió sabiamente, como si comprendiera lo que aquello representaba. Rand únicamente sacudió la cabeza, confuso; que lo fulminara la Luz si él conocía el significado de aquellas palabras—. Es extraño encontrarte aquí —prosiguió la Aes Sedai—. Muy pocos Ogier han abandonado el stedding en los años recientes.

—Las viejas historias me cautivaron, Aes Sedai. Los antiguos libros me henchieron la cabeza de imágenes. Quiero ver las arboledas, y también las ciudades que construimos. Al parecer, quedan pocas en pie, pero, si bien los edificios son pobres sustitutos de los árboles, aún son merecedores de la contemplación. Los mayores consideran rara mi afición por viajar. Ninguno de ellos cree que haya algo digno de ver fuera del stedding. Tal vez cuando regrese y les cuente lo que he contemplado, cambiarán de opinión. Eso espero.

—Quizá sea así —corroboró Moraine—. Ahora, Loial, debes disculpar mi brusquedad. Bien sé que es ésa una debilidad de los humanos. Mis compañeros y yo debemos planificar con urgencia nuestro viaje. ¿Serás tan amable de excusarnos?

En aquella ocasión fue Loial el que pareció confundido. Rand se apresuró a rescatarlo.

—Va a venir con nosotros. Se lo he prometido.

Moraine permaneció clavada en el suelo mirando al Ogier, como si no lo hubiera escuchado, pero finalmente asintió.

—La Rueda gira según sus designios —murmuró—. Lan, encárgate de que no nos interrumpan por sorpresa. —El Guardián desapareció de la habitación sin hacer el más mínimo ruido, aparte del chasquido de la puerta que cerró a sus espaldas.

La retirada de Lan actuó como una señal, la cual interrumpió todas las conversaciones. Moraine se aproximó a la chimenea y, cuando se volvió hacia la estancia, todas las miradas estaban centradas en ella.

—No podemos quedarnos mucho tiempo en Caemlyn. No estamos a buen recaudo en la Bendición de la Reina. Los ojos del Oscuro se hallan ya en la ciudad. No han encontrado lo que buscaban, pues, de lo contrario, no continuarían su escrutinio, y ello corre en nuestra ventaja. He establecido salvaguardas que mantengan alejadas a las ratas, pero, cuando el Oscuro advierta que hay una parte de la ciudad en que no penetran éstas, nosotros ya habremos partido. No obstante, cualquier salvaguarda destinada a detener a un hombre haría el mismo efecto que un fuego de artificio a los ojos de un Myrddraal, y también hay Hijos de la Luz en Caemlyn, que buscan a Perrin y a Egwene. —Rand exhaló una exclamación y Moraine arqueó una ceja, mirándolo.

—Creía que era a Mat y a mí a quienes buscaban —explicó.

—¿Qué te hizo pensar que los Capas Blancas iban en pos de ti? —inquirió la Aes Sedai, enarcando ambas cejas.

—Oí a uno de ellos decir que buscaban a alguien de Dos Ríos. Amigos Siniestros, según sus palabras. ¿Qué otra cosa iba a pensar? Con todo lo que está ocurriendo, ya es una suerte que sea capaz de pensar.

—Ya sé que ha sido desconcertante, Rand —intervino Loial—, pero eres capaz de razonar de una manera más acertada. Los Hijos odian a las Aes Sedai. Elaida no…

—¿Elaida? —lo interrumpió bruscamente Moraine—. ¿Qué tiene que ver Elaida Sedai con esto? —Miraba con tal intensidad a Rand, que éste deseó poder zafarse de sus ojos.

—Ella quería que me encarcelaran —repuso lentamente—. Yo sólo quería ver a Logain, pero ella no ha creído que me encontrara meramente por azar en los jardines del palacio con Elayne y Gawyn. —Todos, a excepción de Loial, lo observaban como si de improviso le hubiera brotado un tercer ojo—. La reina Morgase me ha dejado en libertad. Ha dicho que no había pruebas de que yo pretendiera causar algún daño y que iba a actuar con justicia, a pesar de lo que sospechara Elaida. —Sacudió la cabeza, olvidando por un minuto a sus compañeros ante la evocación de la radiante imagen de Morgase—. ¿Os imagináis, yo, delante de una reina? Es hermosa, como las soberanas de los cuentos, al igual que Elayne, y Gawyn…, te caería bien Gawyn, Perrin. ¿Perrin? ¿Mat? —Todos continuaban mirándolo fijamente—. Diantre, yo sólo he escalado la pared para poder ver al falso Dragón. No he hecho nada malo.

—Eso es lo que yo digo siempre —admitió Mat llanamente, aun cuando de pronto esbozara una desmesurada sonrisa.

—¿Quién es Elayne? —preguntó Egwene con un tono de voz decididamente neutral.

Moraine murmuró algo, visiblemente malhumorada.

—¡Una reina! —exclamó Perrin, sacudiendo la cabeza—. Tú sí que has vivido aventuras. Nosotros no conocimos más que gitanos y algunos Capas Blancas. —Rand advirtió cómo Perrin rehuía deliberadamente la mirada de Moraine, mientras se tocaba las contusiones de la cara—. Bien mirado, fue más divertido cantar con los gitanos que estar con los Capas Blancas.

—El Pueblo Errante vive para sus canciones —comentó Loial—. Para todas las canciones, a decir verdad. Para buscarlas, al menos. Conocí a algunos Tuatha’an, hará unos años, y quisieron aprender los cantos que dedicamos a los árboles. En verdad, los árboles no escuchan muchos de ellos hoy en día y tampoco son numerosos los Ogier que aprenden las canciones. Como yo poseo algún talento para ese campo, el mayor Arent insistió en que debía aprender. Enseñé a los Tuatha’an lo que eran capaces de asimilar, pero los árboles nunca escuchan a los humanos. Para el Pueblo Errante sólo eran canciones y como tales las recibieron, dado que ninguna de ellas era el cántico que buscan. Ellos denominan al dirigente de cada clan «el Buscador». Son de los pocos humanos que en ocasiones visitan el stedding Shangtai.

—Si eres tan amable, Loial. —Moraine hizo ademán de acallarlo. Él, sin embargo, se aclaró la garganta de improviso y continuó hablando más deprisa, como si temiera que ella fuera a interrumpirlo.

—Acabo de recordar algo, Aes Sedai, algo que siempre he querido preguntar a una Aes Sedai si algún día conocía a una, dado que tenéis tan amplios conocimientos y bibliotecas tan surtidas en Tar Valon, y ahora tengo la oportunidad, claro, y… ¿me permitís?

—Si lo exponéis de modo breve… —condicionó Moraine.

—De modo breve —repitió el Ogier, como si se preguntara el significado de tales palabras—. Sí. Bien, breve. Hubo un hombre que fue al stedding Shangtai hace algún tiempo. Ello no era extraordinario en sí, en aquel entonces, dado que una gran cantidad de refugiados habían acudido a la Columna Vertebral del Mundo huyendo de lo que los humanos llamáis la Guerra de Aiel. —Rand sonrió. «Hace algún tiempo: casi veinte años».— Estaba agonizando, aunque no presentaba ninguna herida ni cicatriz. Los mayores pensaron que posiblemente fueran las Aes Sedai quienes habían querido darle muerte. —Loial dedicó a Moraine una mirada de disculpa—, dado que se recuperó tan pronto como se encontró en el interior del stedding; en pocos meses. Una noche, cuando la luna estaba oculta, se marchó sin decir una palabra a nadie. —Miró a Moraine a la cara y volvió a aclararse la garganta—. Sí, seré breve. Antes de irse, nos contó una curiosa historia que, según él, pretendía transmitir a Tar Valon. Dijo que el Oscuro pretendía cegar el Ojo del Mundo y dar muerte a la Gran Serpiente, destruir el propio tiempo. Los mayores opinaban que se hallaba sano de mente y cuerpo, pero eso fue lo que relató. Lo que yo quería preguntar es, ¿puede el Oscuro realizar tal cosa? ¿Destruir el propio tiempo? ¿Y el Ojo del Mundo? ¿Puede cegar el ojo de la Gran Serpiente? ¿Qué significa eso?

Rand esperaba cualquier reacción en Moraine, menos la que en realidad tuvo. En lugar de dar una respuesta a Loial o decirle que entonces no tenía tiempo para aquello, permaneció allí de pie, mirando al Ogier con el rostro ceñudo en actitud pensativa.

—Eso es lo que nos contaron los gitanos —señaló Perrin.

—Sí —confirmó Egwene—, la historia de las Aiel.

Moraine volvió lentamente la cabeza, sin mover ningún otro miembro de su cuerpo.

—¿Qué historia?

La mirada que les dirigió era inexpresiva y, sin embargo, hizo inspirar profundamente a Perrin, a pesar de que su voz sonó tan firme como siempre.

—Algunos gitanos que cruzaban el Yermo (dijeron que podían hacerlo desarmados) encontraron a unas Aiel moribundas tras un enfrentamiento con los trollocs. Antes de perecer, la última Aiel con vida dijo a los gitanos lo mismo que ha contado Loial. El Oscuro, que ellas llamaban Cegador de la Vista, tiene intención de cegar el Ojo del Mundo. Esto sucedió hace únicamente tres años. ¿Significa algo?

—Tal vez la totalidad de las cosas —respondió Moraine.

Su rostro era apacible, pero Rand tenía la impresión de que su mente no cesaba de cavilar bajo aquellos ojos oscuros.

—Ba’alzemon —dijo de súbito Perrin. Aquel nombre hizo enmudecer el más leve sonido en la estancia. Perrin miró a Rand y luego a Mat, con los ojos extrañamente calmados y más amarillentos que nunca—. Entonces ya me pareció haber escuchado aquel nombre antes…, el Ojo del Mundo. Ahora lo recuerdo. ¿Vosotros no?

—No quiero acordarme de nada —replicó rígido Mat.

—Debemos contárselo —prosiguió Perrin—. Ahora es importante. No podemos continuar guardando el secreto. ¿Lo comprendes, verdad, Rand?

—¿Contarme qué? —La voz de Moraine era áspera y parecía respirar con dificultad. Su mirada taladraba a Rand.

El no quería responder. No quería recordar, al igual que Mat, pero lo recordaba… y sabía que Perrin estaba en lo cierto.

—Tuve… —Miró a sus amigos. Mat asintió, reacio, y Perrin con decisión. No tenía por qué enfrentarse a ella a solas—. Tuvimos… sueños. —Se frotó el punto del dedo donde se le había clavado una espina, trayéndole el recuerdo de la sangre que vio al despertar. Después también le vino a la memoria el sofocante calor que le quemaba el rostro—. Pero en realidad no eran sueños, en el sentido exacto de la palabra. Ba’alzemon aparecía en ellos. —Era consciente del motivo por el que Perrin había utilizado aquella denominación; era más sencillo que revelar que el Oscuro había habitado sus sueños, el interior de su mente—. Dijo…, dijo toda clase de cosas, pero en una ocasión afirmó que el Ojo del Mundo no me serviría nunca. —Por un minuto sintió la boca tan seca como el polvo.

—A mí también —confesó Perrin.

Mat suspiró pesadamente y luego realizó un gesto afirmativo. Rand volvió a recobrar la salivación.

—¿No estáis enfadada con nosotros? —inquirió Perrin, con tono sorprendido.

Rand advirtió entonces que Moraine no parecía enojada. Estaba escrutándolos, pero sus ojos permanecían claros y tranquilos, a pesar de su atención.

—Más conmigo misma que con vosotros. Aunque os pregunté si habíais experimentado sueños extraños, al principio. —Pese a que su tono continuó apacible, un destello de furia cruzó sus ojos, para desaparecer tras un instante—. Si hubiera estado al corriente después de la primera vez que lo padecisteis, habría podido… No ha habido un receptor de tales sueños en Tar Valon desde hace casi mil años, pero habría podido intentarlo. Ahora es demasiado tarde. Cada vez que el Oscuro establece contacto con vosotros, facilita los próximos encuentros. Tal vez mi presencia os proteja en cierta medida, pero aun así… ¿Recordáis las historias en que los Renegados establecían vínculos con los hombres? Hombres fuertes, hombres que habían combatido al Oscuro desde el principio. Dichas historias son ciertas, y ninguno de los Renegados poseía ni la décima parte del poder de su amo, ni Aginor de Lanfear, ni Balthamel, ni Demandred; ni siquiera Ishamael, el propio Traidor de la Esperanza.

Rand advirtió que Nynaeve y Egwene lo miraban, como también a Mat y a Perrin. Los rostros de las mujeres eran una pálida mezcolanza de temor y horror. «¿Temen por nosotros o tienen miedo de nosotros?»

—¿Qué podemos hacer? —preguntó—. Debe de haber algún modo de contrarrestarlo.

—Permanecer cerca de mí —repuso Moraine—contribuirá, en cierta medida, a mantener a raya al Oscuro. Recordad que la protección del contacto con la Fuente Verdadera se hace extensible, en dosis menores, a quienes me rodean. Podéis defenderos vosotros mismos, si disponéis de la fortaleza necesaria, pero tenéis que hallar la fuerza y la voluntad en vuestro interior. No está en mis manos transmitíroslas.

—Creo que yo ya he encontrado mi salvaguarda —anunció Perrin, con voz más resignada que dichosa.

—Sí —admitió Moraine—, supongo que sí. —Lo observó hasta que él bajó la mirada, e incluso entonces continuó reflexionando, sin moverse. Por último se volvió hacia los demás—. Existe una limitación, en el poder que el Oscuro puede ganar en vuestro espíritu. Si os rendís aunque sólo sea durante un instante, os prenderá una atadura al corazón, una atadura que jamás os será dado cortar. Si cedéis, os convertiréis en una de sus pertenencias. Renegad de él, y su voluntad de dominio resultará fallida. No es sencillo cuando él se persona en los sueños, pero es factible. Tiene la capacidad de enviar a Semihombres, trollocs, Draghkar y otros entes en pos de vosotros, pero no de apoderarse de vosotros a menos que se lo permitáis.

—Los Fados ya son un mal bastante considerable —arguyó Perrin.

—No quiero volver a verlo dentro de mi cabeza —gruñó Mat—. ¿No existe ningún modo de mantenerlo alejado?

Moraine hizo un gesto de negación.

—Loial no tiene nada que temer, ni Egwene, ni Nynaeve. De entre la masa de la humanidad, el Oscuro puede establecer contacto con un individuo únicamente por azar, a menos que esa persona lo busque. No obstante, por ahora, al menos, vosotros sois unos elementos en torno a los cuales se centra el Entramado. Está tejiéndose la Trama del Destino y todos los hilos apuntan a vosotros. ¿Qué más os dijo el Oscuro?

—No lo recuerdo del todo bien —respondió Perrin—. Había algo relativo a que uno de nosotros era el elegido, o algo así. Recuerdo cómo se reía —concluyó sombrío—diciendo quién nos había elegido. Aseguró que yo… no tenía más alternativa que servirlo o morir, y que, una vez muerto, lo serviría a él.

—Dijo que la Sede Amyrlin intentaría utilizarnos —añadió Mat, pero apagó la voz al caer en la cuenta de a quién hacía aquella revelación. Tragó saliva antes de continuar— igual que Tar Valon había utilizado a… mencionó algunos nombres. Davian, creo. Tampoco lo recuerdo muy bien.

—Raolin Perdición del Oscuro —agregó Perrin.

—Sí —corroboró Rand, arrugando el entrecejo. Había tratado de olvidar todo lo relacionado con aquellos sueños y no le resultaba agradable traerlo a la memoria—. Yurian Arco Pétreo era otro, y Guaire Amalasan. —Se detuvo súbitamente, confiando en que Moraine no hubiera advertido cuán de improviso—. No reconozco a ninguno de ellos.

Sin embargo, había reconocido a uno, ahora que los recuperaba del fondo de la memoria. El nombre que apenas se había contenido en pronunciar: Logain. El falso Dragón. «¡Luz! Thom dijo que eran nombres peligrosos. ¿Era eso lo que quería dar a entender Ba’alzemon? ¿Moraine quiere utilizarnos a uno de nosotros como un falso Dragón? Las Aes Sedai acorralan a los falsos Dragones, no se sirven de ellos. ¿No es cierto? Luz, asísteme, ¿no es así?»

Moraine lo observaba, pero él era incapaz de escrutar su expresión.

—¿Los conocéis? —le preguntó Rand—. ¿Tienen algún sentido?

—El Padre de las Mentiras es un nombre adecuado para el Oscuro —contestó Moraine—. Siempre es ésta su manera de sembrar la semilla de la duda cuando le es posible. Consume las mentes de los hombres como una gangrena. Cuando uno da crédito a las palabras del Padre de las Mentiras, da el primer paso hacia la rendición. Recordadlo: si os rendís al Oscuro, os convertiréis en posesión suya.

«Una Aes Sedai no miente nunca, pero la verdad que ella expresa no es siempre la que uno cree». Aquello era lo que le había dicho Tam, y ella no le había dado realmente respuesta a su pregunta. Mantuvo el rostro inexpresivo y apretó las manos sobre las rodillas, tratando de no enjugarse el sudor en los pantalones.

Egwene lloraba quedamente. Nynaeve la rodeaba con sus brazos, pero parecía como si ella también sintiera deseos de prorrumpir en llanto. Rand casi anheló poder hacerlo.

—Todos son ta’veren —sentenció de pronto Loial, al parecer, encantado con la perspectiva de observar de cerca cómo el Entramado se tejía a su alrededor.

Rand lo miró con incredulidad y el Ogier se encogió de hombros, avergonzado, si bien aquello no bastó para amortiguar su vehemencia.

—En efecto —asintió Moraine—. Tres de ellos, cuando yo únicamente esperaba uno. Han acaecido muchas cosas que yo no preveía. Esta noticia relativa al Ojo del Mundo modifica de modo sensible la situación. —Abrió una pausa y adoptó una expresión preocupada—. Por un tiempo el Entramado parece moverse en torno a vosotros, tal como ha apuntado Loial, y su presión irá en aumento hasta que comience a menguar. En ocasiones ser ta’veren significa que el Entramado se ve obligado a doblegarse ante uno, y en otras que es el Entramado el que lo fuerza a uno a seguir la senda necesaria. La Trama todavía puede entretejerse de distintas maneras y algunos de los trazados serían desastrosos, tanto para vosotros como para el mundo.

»No podemos quedarnos en Caemlyn, pero, tomemos el camino que tomemos, los Myrddraal y los trollocs se echarán sobre nosotros antes de que hayamos recorrido diez kilómetros. Y precisamente en esta coyuntura escuchamos noticias de una amenaza al Ojo del Mundo, expresadas no por una sola voz, sino por tres, cada una de las cuales procede con toda probabilidad de una fuente distinta. El Entramado está estrechando el cerco de nuestros pasos, pero ¿qué mano controla ahora la urdimbre y cuál el timón de su curso? ¿Se habrán debilitado tanto las ligaduras que aprisionan al Oscuro como para que éste sea capaz de ejercer tamaño poder?

—¡No hay necesidad de hablar de ese modo! —espetó con rudeza Nynaeve—. Sólo conseguiréis asustarlos.

—¿Y a vos no? —preguntó Moraine—. A mí también me atemoriza. Bien, tal vez tengáis razón. No hemos de permitir que el miedo determine nuestras acciones. Tanto si se trata de una trampa como de un aviso anticipado, debemos hacer lo que nos corresponde, es decir, llegar lo más deprisa posible al Ojo del Mundo. El Hombre Verde debe de estar al corriente de esta asechanza.

«¿El Hombre Verde?», inquirió para sí, turbado, Rand. Los demás también estaban consternados, todos a excepción de Loial, cuya amplia faz mostraba un asomo de preocupación.

—Ni siquiera puedo correr el riesgo de detenerme en Tar Valon para solicitar ayuda continuó Moraine—. El tiempo nos cerca. Aun cuando fuera posible salir sin ser advertidos de la ciudad, tardaríamos muchas semanas en arribar a la Llaga, y me temo que ya no disponemos de ese margen de tiempo.

—¡La Llaga! —Rand escuchó el eco de su exclamación, repetida a coro. Moraine, sin embargo, hizo caso omiso de tal reacción.

—El Entramado presenta una crisis, y al mismo tiempo una vía para superarla. Si no supiera que ello es imposible, casi estaría por creer que es el Creador quien interviene personalmente. Existe una vía. —Sonrió como si recordara un chiste que no hubiese compartido con los demás y se volvió hacia Loial—. Había una arboleda plantada por los Ogier aquí en Caemlyn, y una puerta de entrada a los Atajos. El casco antiguo se extiende ahora sobre el lugar que ocupó la arboleda, con lo cual la puerta debe de hallarse en el interior de las murallas. Sé que son pocos los Ogier que actualmente conocen los Atajos, pero uno que posee talento y aprende las viejas canciones de crecimiento ha de ser encaminado de seguro hacia ese tipo de conocimiento, aun si él cree que jamás hará uso de él. ¿Conoces los Atajos, Loial?

El Ogier movió inquieto los pies.

—Sí, Aes Sedai, pero…

—¿Eres capaz de encontrar entre los Atajos la senda que conduce a Fal Dara?

—Nunca he oído hablar de Fal Dara —respondió Loial, con voz que denotaba alivio.

—En los tiempos de las Guerras de los Trollocs, se conocía como Mafal Dadaranell. ¿Conoces ese nombre?

—Sí —admitió Loial con reluctancia—, pero…

—En ese caso podrás servirnos de guía —infirió Moraine—. Un curioso giro, en efecto. Cuando no nos es factible permanecer parados ni partir por medios ordinarios, me entero de que se cierne una amenaza sobre el Ojo del Mundo, y al mismo tiempo dispongo de alguien capaz de conducirnos allí en pocos días. Sea el Creador, el destino o incluso el Oscuro quien esté detrás de todo ello, el Entramado ha escogido nuestra senda.

—¡No! —protestó Loial, con una enfática detonación similar a la de un trueno. Todos se giraron hacia él, que pestañeó al sentirse el centro de atención; pero sus palabras no demostraron la más leve vacilación—. Si entramos en los Atajos, moriremos todos… o seremos engullidos por la Sombra.

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