16 La zahorí

Perrin los condujo hacia las profundidades de la posada. Rand estaba tan concentrado en lo que iba a decirle a Nynaeve que no vio a Min hasta que ésta lo tomó del brazo y lo hizo a un lado. Los demás avanzaron unos pasos por el corredor antes de advertir que se había detenido; entonces se pararon a su vez, medio impacientes por proseguir y a la vez reacios a hacerlo.

—No tenemos tiempo para esas cosas, chico —indicó con voz ronca Thom. Min asestó una aguda mirada al juglar de pelo blanco.

—Id a hacer malabarismos a otra parte —contestó, apartando aún más a Rand de los otros.

—De veras no tengo tiempo —protestó Rand—. A buen seguro no para hablar de huidas y cosas por el estilo. —Intentó zafarse de su mano, pero cada vez que tiraba, ella lo aferraba de nuevo.

—Y yo tampoco dispongo de tiempo para aguantar tus tonterías. ¡Estate quieto de una vez! —Miró brevemente a sus amigos; después se acercó más y bajó la voz—. Ha llegado una mujer hace un rato, más baja que yo, joven, con ojos oscuros y cabello negro recogido en una trenza que le llega a la cintura. Ella está incluida en lo mismo que el resto de vosotros.

Por espacio de un minuto. Rand se limitó a mirarla. «¿Nynaeve? ¿Cómo puede estar involucrada en ello? Luz, ¿cómo puede estar involucrada?»

—Es… imposible.

—¿La conoces? —susurró Min.

—Sí, y no puede estar relacionada con…, sea lo que sea que tú…

—Las chispas, Rand. Cuando se ha encontrado con la señora Alys al entrar, han brotado chispas alrededor de las dos. Ayer sólo pude percibir el centelleo estando reunidos tres o cuatro de vosotros, pero hoy es más intenso, y más violento. —Dirigió la mirada a los amigos de Rand, que aguardaban impacientes, y se estremeció antes de volver la cabeza hacia él—. Casi resulta extraño cómo no prendéis fuego en la posada. Corréis todos más peligro hoy que ayer. Desde que ha llegado ella.

Rand miró furtivamente a sus amigos. Thom, con las enmarañadas cejas fruncidas, estaba inclinado hacia adelante, como si estuviera a punto de intervenir para obligarlo a avanzar.

—Ella no nos hará ningún daño —dijo a Min—. Ahora debo irme.

Aquella vez logró zafarse de su mano.

Haciendo caso omiso del chillido de la joven, se reunió con los demás, y juntos reemprendieron la marcha por el pasillo. Min lo amenazó con el puño, golpeando el suelo con los pies.

—¿Qué tenía que decirte? —preguntó Mat.

—Nynaeve forma parte de ello —respondió irreflexivamente Rand, antes de dirigir una penetrante mirada a Mat, el cual la acusó con la boca abierta.

Después el rostro de su amigo reflejó un indicio de comprensión.

—¿Parte de qué? —inquirió lentamente Thom—. ¿Acaso sabe algo esa muchacha?

Mientras Rand todavía trataba de poner en orden las ideas, Mat se adelantó a responder.

—Claro que forma parte de ello —aseveró malhumorado—. Es un elemento más de la misma mala suerte que hemos tenido desde la Noche de Invierno. Quizá para vos no represente gran cosa que aparezca la Zahorí de improviso, pero yo, personalmente, preferiría que se presentaran aquí los Capas Blancas.

—Min ha visto a Nynaeve cuando ha llegado —refirió Rand—. Al verla hablar con la señora Alys ha pensado que tenía alguna relación con nosotros.

Thom lo miró de soslayo y se rizó los bigotes, soltando un resoplido, pero los otros parecieron aceptar la explicación de Rand. Aunque no le gustaba ocultar secretos a sus amigos, lo expresado por Min podía entrañar tanto riesgo para ella como cualquiera de los detalles que ellos no debían ni mencionar en público.

Perrin se detuvo de pronto ante una puerta, con un aire extrañamente vacilante, a pesar de su recia constitución. Inspiró profundamente, miró a sus compañeros, volvió a respirar y luego abrió despacio la puerta y entró. Los otros lo siguieron uno a uno. Rand pasó el último y cerró la puerta tras de sí con la mayor de las desganas.

Aquélla era la estancia donde habían cenado la noche anterior. Una hoguera crepitaba en el hogar, y en el centro de la mesa había una bandeja de plata con un juego de copas del mismo material. Moraine y Nynaeve estaban sentadas cada una en un extremo de la mesa, sin apartar la mirada una de la otra. Las sillas restantes se hallaban vacías. Las manos de Moraine descansaban sobre la mesa, tan sosegadas como su propio rostro. Nynaeve llevaba la trenza a un lado, rematada con un nudo, y no cesaba de inferirle pequeños tirones al igual que solía hacer cuando se mostraba más obcecada de lo habitual con el Consejo del Pueblo. «Perrin estaba en lo cierto». A pesar del fuego, la atmósfera era gélida, y ello se debía a las dos mujeres confrontadas allí.

Lan estaba acodado en la repisa de la chimenea; contemplaba las llamas y de tanto en tanto se frotaba las manos para calentarlas. Egwene, de espaldas a la pared, llevaba la capa con la capucha bajada. Thom, Mat y Perrin se pararon indecisos junto a la entrada.

Rand caminó hacia la mesa, estremeciéndose. «A veces es mejor coger el toro por los cuernos», se recordó a sí mismo. Sin embargo, acudió también a su memoria otro viejo dicho: «Cuando has agarrado un toro por los cuernos, es tan difícil soltarlo como retenerlo». Sintió la mirada de Moraine clavada en él y también la de Nynaeve, pero aun así tomó asiento entre las dos.

Por espacio de un minuto, la habitación compartió la misma inactividad de un grabado; después Egwene y Perrin y por último Mat se acercaron reacios a la mesa y se sentaron a ella…, hacia el centro, junto a Rand. Egwene se bajó más la capucha, casi hasta taparse media cara, y todos evitaron centrar la vista en alguien.

—Bien —resopló Thom, todavía próximo a la puerta—. Al menos, hemos llegado hasta este punto.

—Ya que todos estamos aquí —dijo Lan, abandonando la chimenea para llenar de vino una de las copas de plata—, tal vez tomaréis ahora un trago. —Alargó el recipiente a Nynaeve, quien lo miró con suspicacia—. Vuestros temores son infundados —añadió paciente—. Habéis visto al posadero traer el vino y ninguno de nosotros ha tenido ocasión de añadirle nada. Podéis beberlo con confianza.

La Zahorí frunció con enfado los labios al oír la palabra temores. No obstante, tomó la copa y dio las gracias con un susurro.

—Lo que me interesa saber —continuó el Guardián— es cómo habéis dado con nosotros.

—Y a mí también —agregó Moraine, inclinándose atentamente—. No iréis a decirme que Egwene y los muchachos acudieron solos hasta vos…

Nynaeve sorbió el vino antes de contestar.

—No teníais más alternativa que ir a Baerlon. Pero, para asegurarme, seguí vuestro rastro. Sin duda os desviasteis con frecuencia, aunque supongo que era para no arriesgaros a encontrar a gente decente.

—¿Vos…, vos nos seguisteis el rastro? —inquirió Lan, reflejando por vez primera una genuina sorpresa desde que Rand lo conocía—. Debo de estar perdiendo facultades.

—Dejasteis muy pocas huellas, pero soy capaz de rastrear tan eficientemente como cualquier hombre de Dos Ríos, con excepción quizá de Tam al’Thor. —Vaciló un instante y luego prosiguió—. Hasta su muerte, mi padre me llevó a cazar con él y me enseñó lo que no pudo enseñar a los hijos varones que no le concedió el cielo. —Miró desafiante a Lan, pero éste se limitó a asentir con aprobación.

—Si sois capaz de seguir un rastro que yo he tratado de borrar, os enseñó muy bien. Muy poca gente puede hacerlo, incluso en las tierras fronterizas.

Nynaeve hundió de repente el rostro en la copa. Rand advirtió, lleno de azoramiento, que la Zahorí se había ruborizado. Nynaeve nunca mostraba el más leve asomo de desconcierto; sí de enfado, de agravio, a menudo, pero jamás de turbación. Ahora sus mejillas, que intentaba ocultar en el vino, se habían arrebolado claramente.

—Quizás ahora —dijo, apacible Moraine— os avengáis a responder a mis preguntas. Yo he contestado abiertamente las vuestras.

—Con una retahíla de cuentos de juglar —replicó Nynaeve—. Los únicos hechos que saltan a la vista son que una Aes Sedai, sólo la Luz sabe por qué motivos, se ha llevado a cuatro jóvenes del pueblo.

—Os hemos advertido de que aquí nadie lo sabe —atajó con sequedad Lan—. Debéis aprender a controlar vuestra lengua.

—¿Por qué habría de hacerlo? —inquirió Nynaeve—. ¿Por qué tendría que contribuir a encubriros o encubrir vuestra identidad? He venido a llevarme a Egwene y a los muchachos de regreso al Campo de Emond, no a ayudaros a que os los llevéis con mayor facilidad.

Thom intervino, con voz desdeñosa:

—Si queréis que los chicos vuelvan a ver su pueblo, o vos misma incluso, será mejor que extreméis las precauciones. Hay ciertos elementos en Baerlon que la matarían —señaló con la cabeza a Moraine—solamente por lo que es. Y a él también. —Indicó a Lan y luego se adelantó de pronto y golpeó con los puños la mesa. Se inclinó hacia Nynaeve, confiriendo de repente un aire amenazador a sus espesas cejas y bigotes.

La joven abrió desmesuradamente los ojos e inició un movimiento de retroceso; después enderezó la espalda con desafío. Thom, que no pareció advertirlo, prosiguió con un ominoso tono de voz suave.

—Se concentrarían en esta posada como hormigas asesinas atraídas por un rumor, un susurro. Su odio es tan acusado, tan acuciante su deseo de matar a alguien que profese una actividad como la de ellos… ¿Y la muchacha? ¿Y los chicos? ¿Y vos? Todos estáis asociados a ellos, suficientemente para los Capas Blancas, en todo caso. No os complacería su modo de formular preguntas, especialmente en lo que concierne a la Torre Blanca. Los inquisidores de Capa Blanca asumen la culpabilidad del reo de antemano y únicamente dictan una sentencia para tales cargos. Todo cuanto pretenden conseguir con sus hierros candentes y sus tenazas es una confesión. Es preferible que recordéis que algunos secretos son demasiado peligrosos para pronunciarlos en voz alta, aun cuando creáis estar segura de quien os escucha. —Se enderezó, murmurando— últimamente, debo repetir esto con demasiada frecuencia.

—Bien decís, juglar —aprobó Lan, con la misma mirada apreciativa de antes—. Me sorprende descubrir vuestra preocupación.

—Es de todos conocido que llegué en vuestra compañía —repuso Thom encogiéndose de hombros—. No me agrada la idea de un verdugo con un hierro candente en la mano que me conmine a arrepentirme de mis pecados y seguir la senda de la Luz.

—Ésa —afirmó tajantemente Nynaeve—es razón de más para que vuelvan conmigo a casa mañana por la mañana. O esta tarde mismo. Cuanto antes nos alejemos de vosotros, mejor.

—No podemos —contestó Rand, contento al ver que sus amigos tomaban la palabra a un tiempo.

De aquel modo, Nynaeve hubo de asestar sus miradas por turnos, aun cuando no olvidó a ninguno de ellos. Sin embargo, él había sido el primero en hablar y todos guardaron silencio, clavando los ojos en él, incluso Moraine, que se reclinó en la silla. Le costó gran esfuerzo sostener la mirada de la Zahorí.

—Si regresamos al Campo de Emond, los trollocs también volverán. Están… persiguiéndonos. No sé por qué, pero es cierto. Tal vez averigüemos la causa en Tar Valon. Tal vez entonces sepamos cómo poner fin a la persecución. Es la única manera de saberlo.

Nynaeve levantó las manos.

—Hablas igual que Tam. Se hizo trasladar al lugar de reunión del pueblo y procuró convencer a todos. Ya lo había intentado antes con el Consejo del Pueblo. La Luz sabrá cómo vuestra…, la señora Alys logró persuadirlo. Por lo general es una persona de buen juicio, por encima de la media de los hombres. Sea como sea, el Consejo es un atajo de idiotas la mayor parte del tiempo, pero no tanto como para esto, y nadie se dejó engañar esta vez. Todos convinieron en que había que salir en vuestra búsqueda. Entonces Tam quiso ser el que iría detrás de vosotros, y ni siquiera puede mantenerse en pie. La insensatez debe de ser un rasgo propio de vuestra familia.

—¿Y cómo reaccionó mi padre? —murmuró Mat, después de aclararse la garganta—. ¿Qué dijo?

—Tiene miedo de que pruebes tus trastadas con forasteros y salgas malparado. Parecía más preocupado por eso que de… la señora Alys, aquí presente. Pero, claro, él nunca mostró mucha más inteligencia que tú.

Mat pareció dubitativo acerca de cómo había de encajar la respuesta, o cómo había de contestar a ella o de si había de dar réplica alguna.

—Confío… —dijo, titubeante, Perrin—, quiero decir que supongo que a maese Luhhan tampoco debió de hacerle ninguna gracia que me fuera.

—¿Acaso esperabas lo contrario? —Nynaeve sacudió la cabeza con enojo y miró a Egwene—. Tal vez no debería sorprenderme la idiotez de cerebro de conejo de vosotros tres, pero creía que algunos eran más sensatos.

Egwene se reclinó, de manera que su cara quedara escudada por Perrin.

—Dejé una nota —adujo quedamente, tirando de la capucha como si temiera dejar al descubierto su melena sin trenzar—. Allí lo expliqué todo.

El rostro de Nynaeve se ensombreció. Rand exhaló un suspiro. La Zahorí estaba a punto de emprender una de sus flagelaciones verbales y todo indicaba que ésta sería una de primera magnitud. Si tomaba una posición en pleno acceso de furia, si decía que tenía intención de devolverlos al Campo de Emond por más que dijeran los demás, por ejemplo, sería casi imposible hacerle cambiar de parecer.

—Todo eso está muy bien —arguyó Rand—, pero no modifica la situación. No podemos regresar. Debemos proseguir viaje.

Habló más lentamente hacia el final, reduciendo la voz a un murmullo al sentir fija sobre él las miradas de la Zahorí y la Aes Sedai. Era el tipo de escrutinio al que se arriesgaba si irrumpía en el Círculo de mujeres cuando éstas debatían asuntos propios, el mismo que indicaba que se había entrometido en campo ajeno. Se hundió en la silla, deseoso de hallarse en cualquier otro lugar.

—Zahorí —dijo Moraine—, debéis creer que están más seguros conmigo de lo que estarían de regresar a Dos Ríos.

—¡Más seguros! —Nynaeve irguió la cabeza con desdén—. Vos sois quien los trajo aquí, al sitio donde se encuentran los Capas Blancas. Los mismos Capas Blancas que, si el juglar está en lo cierto, les harían daño por vuestra causa. Explicadme de qué manera incrementáis su seguridad.

—Existen muchos peligros de los que yo no puedo protegerlos —concedió Moraine—, de igual manera que vos no podríais protegerlos contra un relámpago que se descargara sobre ellos de camino al pueblo. Sin embargo, no son los rayos lo que deben temer, ni siquiera a los Capas Blancas. Es al Oscuro y a los secuaces del Oscuro. Contra dichas cosas yo puedo protegerlos. El contacto con la Fuente Verdadera, con el saidar, me otorga esa clase de salvaguarda, al igual que a cualquier Aes Sedai. —Nynaeve frunció los labios, escéptica. Moraine tensó la expresión, pero prosiguió, con un tono de voz que indicaba que se hallaba en el límite de su paciencia—. Incluso esos pobres hombres que se encuentran dueños del uso del Poder durante un corto tiempo también adquieren dicha prerrogativa, a pesar de que el contacto del saidin los preserva en ocasiones y en otras su infección los torna más vulnerables. Pero yo, o cualquier Aes Sedai, puedo ampliar mi protección a quienes están cerca de mí. Ningún Fado puede atacarlos si se encuentran tan próximos a mí como lo están ahora. Ningún trolloc puede acercarse a más de veinticinco metros sin que Lan lo descubra, sintiendo el halo diabólico que emana. ¿Podéis ofrecerles algo comparable a esto si regresan al Campo de Emond en vuestra compañía?

—Estáis actuando de testaferro —respondió Nynaeve—. En Dos Ríos tenemos un dicho: «Tanto si el oso ataca al lobo como si el lobo ataca al oso, el conejo sale siempre mal parado». Llevad vuestras contiendas a otra parte y dejad a la gente de Campo de Emond al margen de ellas.

—Egwene —dijo Moraine tras un momento—, llévate a los otros y dejadme un rato a solas con la Zahorí.

Su rostro era impasible; Nynaeve acodó los brazos sobre la mesa, como si se preparara para efectuar un pulso.

Egwene se puso en pie, claramente dividida entre el deseo de dignificar su posición y el de evitar una confrontación con la Zahorí acerca del tema de sus cabellos por trenzar. No obstante, no tuvo ninguna dificultad en reunirlos a todos sólo con la mirada. Mat y Perrin hicieron retroceder apresuradamente las sillas, murmurando excusas al tiempo que procuraban no echar a correr hacia la puerta. Incluso Lan se dirigió hacia ella a una señal de Moraine, llevándose a Thom tras él.

Rand salió el último y luego el Guardián cerró la puerta, apostándose en el umbral para vigilar. Conminados por los ojos de Lan, los demás caminaron unos pasos por el corredor; no les era permitida la más mínima posibilidad de escuchar a escondidas. Cuando habían avanzado lo bastante a su juicio, Lan se apoyó contra la pared. Aun sin su capa camaleónica permanecía tan impertérrito que habría sido fácil no reparar en su presencia hasta topar de bruces con él.

El juglar murmuró algo referente a mejores dedicaciones de su tiempo y se alejó, diciéndoles severamente:

—Recordad mis consejos.

—¿A qué se refería? —inquirió, distraída, Egwene, con la vista fija en la puerta tras la que hablaban Moraine y Nynaeve.

No paraba de manosearse los cabellos, como si dudara entre seguir ocultando el hecho de que no los llevaba trenzados o bajarse la capucha de la capa.

—Nos dio algunos consejos —respondió Mat.

Perrin lo miró con dureza.

—Nos dijo que no abriéramos la boca hasta estar seguros de lo que íbamos a decir.

—Parece un buen consejo —comentó Egwene, con evidente desinterés.

Rand estaba sumido en sus propios pensamientos. ¿Cómo podía Nynaeve formar parte de aquello? ¿Cómo era posible que ellos tuvieran algo que ver con trollocs y Fados, y que Ba’alzemon apareciera en sus sueños? Se preguntó si Min habría hablado con Moraine respecto a Nynaeve. «¿Qué estarán diciendo allá adentro?»

No tenía noción de cuánto tiempo había permanecido allí de pie cuando la puerta se abrió por fin. Nynaeve dio un paso afuera y se sobresaltó al ver a Lan. El Guardián musitó algo que le hizo envarar la cabeza violentamente y luego se deslizó por la puerta.

Cuando ella se volvió hacia Rand, éste advirtió por primera vez que los demás se habían ido. No quería enfrentarse a solas con la Zahorí, pero no podía alejarse ahora que sus ojos habían topado con los de ella. «Una mirada particularmente escrutadora», pensó, desconcertado. Se irguió al sentir su proximidad.

—Parece que te viene a la talla esto —dijo, señalando la espada de Tam—, aunque preferiría que no fuera así. Has crecido, Rand.

—¿En una semana? —replicó, con una risa forzada. Nynaeve sacudió la cabeza, como si él no comprendiera—. ¿Te ha convencido? —preguntó—. Realmente es la única alternativa que tenemos. —Se detuvo, pensando en las centellas de que había hablado Min—. ¿Vas a venir con nosotros?

La Zahorí abrió desmesuradamente los ojos.

—¡Ir con vosotros! ¿Para qué debería ir? Mavra Mallen acudió desde Deven Ride para ocuparse de mi trabajo durante mi ausencia, pero estará deseosa de irse tan pronto como llegue yo. Todavía confío en que reconsideréis las cosas y regreséis conmigo a casa.

—No podemos. —Creyó ver algo que se movía en la puerta, pero no había nadie más en el corredor.

—Ya me lo has dicho antes y ella también me ha dicho lo mismo. —Nynaeve arrugó el entrecejo—. Si ella no tuviera que ver con la cuestión… Las Aes Sedai no son de fiar, Rand.

—Hablas como si realmente nos concedieras crédito —dijo lentamente—. ¿Qué ocurrió en la reunión del pueblo?

Nynaeve dio una ojeada en dirección a la puerta antes de responder; no había ningún movimiento en el umbral.

—Fue una total confusión, pero no hay ninguna necesidad de que ella sepa que no somos capaces de resolver nuestros propios asuntos como la Luz manda. Y sólo creo firmemente en una cosa: correréis peligro mientras estéis junto a ella.

—Sucedió algo —insistió Rand—. ¿Por qué quieres que regresemos si crees que existe una mínima posibilidad de que tengamos razón nosotros? ¿Y por qué tenías que ser tú? Era más apropiado enviar al alcalde en persona que a la Zahorí.

—En verdad has crecido. —La joven sonrió y, por un instante, su regocijo incomodó a Rand—. Recuerdo un tiempo en que no me habrías preguntado adónde quería ir ni lo que iba a hacer, se tratara de lo que se tratase. Ese tiempo data de una semana atrás.

Rand se aclaró la garganta y retomó obstinadamente el tema.

—No tiene ningún sentido. ¿Por qué has venido, en realidad?

Nynaeve miró fugazmente al aún solitario umbral y lo tomó del brazo.

—Caminemos mientras hablamos. —Cuando se hallaban a suficiente distancia de la puerta, continuó— como te he dicho, la reunión fue un desconcierto. Todo el mundo estaba de acuerdo en que había que enviar a alguien a buscaros, pero la gente se dividió en dos facciones. Unos querían que os rescataran, aunque hubo grandes discusiones respecto al modo como había que hacerlo, considerando que estabais con una… como ella.

Rand se alegró al comprobar que la Zahorí iba adquiriendo medidas de cautela.

—¿Los otros adoptaron el parecer de Tam?

—No exactamente, pero también pensaban que no debíais estar entre forasteros, y menos con alguien como ella. El caso es que todos los hombres querían formar parte del grupo que saldría en vuestra búsqueda. Tam, Bran al’Vere con las balanzas de su cargo prendidas al cuello, y Haral Luhhan, hasta que Alsbet lo obligó a sentarse. Incluso Cenn Buie. Que la Luz me preserve de esos hombres que piensan con los pelos del pecho, aunque no conozca ninguno que sea diferente. —Inspiró, despreciativa, levantando una mirada acusadora hacia él—. Sea como sea, vi muy claro que iba a transcurrir como mínimo un día más antes de que adoptaran alguna decisión y de algún modo…, de algún modo tenía la certeza de que no podíamos permitirnos perder tanto tiempo. De modo que reuní al Círculo de mujeres y les dije lo que había que hacer. No puedo decir que estuvieran encantadas con la idea, pero aceptaron su eficacia. Y por ese motivo estoy aquí; porque los hombres de Campo de Emond son un atajo de obstinados cretinos. Es probable que todavía estén discutiendo acerca de a quién enviar, pese a que les dejé dicho que yo me ocuparía de ello.

Lo referido por Nynaeve explicaba su presencia, pero no sirvió para tranquilizarlo. Todavía estaba decidida a hacerlos retornar con ella.

—¿Qué te ha dicho allá adentro? —preguntó.

Moraine debía de haber recurrido sin duda a todos los argumentos posibles, pero, si había omitido alguno, él se ocuparía de explicárselo.

—Lo mismo de antes —repuso Nynaeve—. Y quería información acerca de vosotros, los chicos. Para ver si existía algún motivo para que… hayáis atraído el tipo de atención que… pretende ella. —Calló un instante, observándolo con el rabillo del ojo—. Ha intentado disimularlo, pero lo que quería saber realmente era si alguno de vosotros había nacido fuera de Dos Ríos.

Su rostro se tornó de pronto tan tenso como el cuero de un tambor. Logró reír entre dientes.

—Se le ocurren algunas ideas extrañas. Supongo que le has asegurado que todos habíamos nacido en Dos Ríos.

—Desde luego —replicó la joven.

Sólo había habido una leve pausa antes de la respuesta, tan breve que él no habría reparado en ella si no hubiera estado acechándola. Trató de atraer a la mente algo que decir, pero sentía la lengua pastosa. Ella lo sabe. Después de todo era la Zahorí y se suponía que las Zahoríes sabían todo lo concerniente a sus lugareños. «Si ella lo sabe, no fue producto de la fiebre. ¡Oh, Luz, ayúdame, padre!»

—¿Te encuentras bien? —preguntó Nynaeve.

—El dijo…, dijo que yo… no era su hijo. Cuando estaba delirando… con fiebre. Dijo que me había encontrado. Pensé que sólo era… —La garganta comenzó a arderle y hubo de detenerse.

—Oh, Rand. —Nynaeve dejó de andar y le tomó la cara entre las dos manos, para lo cual debió levantar los brazos—. La gente dice cosas extrañas con la fiebre. Cosas tergiversadas, que no son ciertas ni reales. Escúchame. Tam al’Thor fue a correr mundo en busca de aventuras cuando tenía tu misma edad. Todavía recuerdo el día en que regresó al Campo de Emond, hecho todo un hombre, con una esposa forastera de pelo rojizo y un bebé en pañales. Recuerdo cómo Kari al’Thor mecía a aquel niño en sus brazos con tanto amor y ternura como nunca los he visto comparables en una mujer con su hijo. Era su hijo, Rand. Eras tú. Ahora, levanta la cabeza y deja de pensar en despropósitos.

—Por supuesto —dijo—. Nací fuera de Dos Ríos. Por supuesto. Tal vez Tam sólo estaba delirando, tal vez había encontrado a un recién nacido después de la batalla. ¿Por qué no se lo has dicho?

—No es un asunto de la incumbencia de extraños.

—¿Nació alguno de los demás fuera de Dos Ríos? —Tan pronto como, había expresado la pregunta, sacudió la cabeza—. No, no contestes. Tampoco es asunto de mi incumbencia.

Sin embargo, sería agradable averiguar si Moraine tenía un interés especial en él, por encima del que demostraba por todos ellos. «¿De veras lo sería?»

—No, no lo es —convino Nynaeve—. Quizá no significaría nada. Es posible que esté investigando a ciegas, buscando una razón cualquiera por la que esos seres os persiguen. A todos vosotros.

Rand esbozó una sonrisa.

—¿Crees que van tras nosotros?

Nynaeve agitó la cabeza.

—Ciertamente has aprendido a tergiversar las palabras desde que estás con ella.

—¿Qué vas a hacer? —inquirió él.

La joven lo examinó y él sostuvo su mirada con firmeza.

—Por hoy, voy a tomar un baño. Mañana ya veremos, ¿no te parece?

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