21 La voz del viento

Los primeros rayos de sol que se deslizaban sobre el río Arinelle se abrieron camino en la hondonada cercana a la orilla donde Nynaeve se hallaba recostada contra el tronco de un joven roble, sumida en las profundidades del sueño. Su caballo también dormía, con la cabeza gacha y las patas extendidas. Las riendas estaban atadas en la muñeca de la joven. Al rozar la luz del sol los párpados del animal, éste abrió los ojos, irguió la cabeza y tiró de las riendas. Nynaeve se despertó sobresaltada.

Por un momento fijó la vista; ignoraba dónde se hallaba; después miró con más vehemencia a su alrededor al recordarlo. No obstante, allí sólo había árboles, el caballo y un tapiz de hojas secas en el fondo de la depresión. En la parte más umbría, algunas setas componían anillos en el tronco de un árbol abatido.

—Que la Luz te proteja, mujer —murmuró, sobrecogida—, si no eres capaz de permanecer en vela ni una noche. —Desató las riendas y se frotó la muñeca mientras se incorporaba—. Podrías haberte despertado en una guarida de trollocs.

Las hojas muertas crujían bajo sus pies cuando trepó hacia la boca de la hondonada. Unos cuantos fresnos se alzaban entre ella y el río, con una corteza resquebrajada y un ramaje desnudo que les daba un aspecto de ser muerto. Tras ellos discurrían las aguas verdosas. Allí no había nadie, nadie. En la otra ribera crecían algunos sauces y abetos, pero la arboleda aparecía más clara que en el margen donde se encontraba. Si Moraine o alguno de los muchachos estaban allí, se habrían ocultado cuidadosamente. No había ningún motivo específico, por supuesto, para que hubieran debido cruzar, o intentado hacerlo, en un lugar que pudiera distinguirse desde donde se hallaba ella. Podían estar a diez kilómetros de distancia, río arriba o abajo. «Suponiendo que estén vivos, después de lo de anoche».

Furiosa consigo misma por admitir aquella posibilidad, volvió a bajar al hondón. Ni la Noche de Invierno ni la batalla anterior a la llegada a Shadar Logoth la habían preparado para lo vivido la noche pasada, para aquel ser, Mashadar; aquel frenético galope, en la ignorancia de si era la única superviviente y la incertidumbre de si habría de topar frente a frente con un Fado, o con los trollocs. Había oído los gruñidos y los gritos de los trollocs en la lejanía y el estremecedor graznido de sus cuernos, que la habían helado con más furia de la que era capaz el viento, pero, aparte de aquel primer encuentro en las ruinas, únicamente los había visto en una ocasión, y sólo por espacio de unos minutos. Más de una decena de ellos habían aparecido como escupidos por la tierra a veinte palmos y se habían abalanzado de inmediato hacia ella, entre gritos y aullidos, blandiendo sus barras rematadas de ganchos. No obstante, cuando volvía grupas, guardaron silencio, enderezando los hocicos para husmear el aire. Contempló, demasiado perpleja para echar a correr, cómo se volvían y se desvanecían en la noche. Y aquello había sido lo que le había infundido más pavor.

—Reconocen el olor de la persona a quien buscan —dijo para así, de pie en la depresión—y yo no soy esa persona. La Aes Sedai está en lo cierto, al parecer, tenga a bien el Pastor de la Noche engullirla en sus fauces.

Tras haber tomado una decisión, se dirigió al río, llevando al caballo del ronzal. Caminaba lentamente, escudriñando con cautela el bosque que la rodeaba; el hecho de que los trollocs no hubieran querido atraparla anoche no representaba que fueran a dejarla marchar si topaba de nuevo con ellos. Igual atención que al ramaje dedicaba al suelo que se extendía ante sus ojos, ya que, si los otros habían pasado cerca de ella de noche, podría advertir sus huellas, las cuales no distinguiría a caballo. Cabía la posibilidad, incluso, de que los encontrara dormidos. Y, si no lograba averiguar nada, el río la llevaría al cabo hasta Puente Blanco, de donde partía un camino hacia Caemlyn, y también podía proseguir hasta Tar Valon si fuera necesario.

Aquella perspectiva no estaba lejos de desalentarla. Anteriormente no había viajado a más distancia de Campo de Emond que los chicos. El Embarcadero de Taren le había parecido un lugar extraño; Baerlon la habría inducido a contemplarla extasiada si no hubiera estado tan decidida a encontrar a Egwene y a los demás. Sin embargo, no permitió que nada de ello le debilitara el ánimo. Tarde o temprano se reuniría con Egwene y los muchachos, o hallaría la manera de obligar a la Aes Sedai a dar cuenta de lo que les había ocurrido. Una de dos, se juró a sí misma.

A intervalos percibía huellas, cantidad de ellas, pero, por lo general, a pesar de sus esfuerzos, no conseguía descubrir si eran de exploradores, perseguidores o perseguidos. Algunas eran marcas de botas que tanto habrían podido ser de humanos como de trollocs. Otras eran de pezuñas, similares a las de las cabras y bueyes, las cuales eran, sin duda, el rastro dejado por los trollocs. Pero no halló ningún indicio del que pudiera extraer la conclusión de que allí habían estado las personas que buscaba.

Habría andado unos cuatro kilómetros cuando el viento acarreó hasta ella el olor de leña quemada. Éste procedía de un punto no muy alejado, en la misma dirección que el curso de la corriente, a su juicio. Titubeó sólo un momento antes de atar el caballo a un abeto de un bosquecillo de árboles de hoja perenne, a cierta distancia del río, que escondería la presencia del animal. El humo podía indicar la proximidad de trollocs, pero no había modo de averiguarlo desde allí. Procuró no pensar en la utilización que podían dar los trollocs a una fogata.

Encorvada, se deslizó entre los árboles; maldijo las faldas que debía arremangarse para no tropezar. Los vestidos no estaban hechos para moverse con eficacia. El sonido de los cascos de un caballo la hizo detenerse y, cuando se asomó cautelosa tras el tronco de un fresno, el Guardián desmontaba de su semental negro en un pequeño claro de la ribera. La Aes Sedai estaba sentada en un tronco junto a una pequeña hoguera donde comenzaba a hervir el agua en un cazo. Su yegua blanca pacía a sus espaldas la escasa hierba. Nynaeve se quedó quieta.

—Han desaparecido todos —anunció sombríamente Lan—. Cuatro Semihombres partieron rumbo sur antes del alba, por lo que he podido distinguir del borroso rastro que dejan, pero los trollocs se han esfumado. Incluso los muertos, aunque los trollocs no tienen precisamente fama de llevarse los cadáveres de sus compañeros. A menos que estén hambrientos.

Moraine arrojó un puñado de hierbas al agua.

—Siempre cabe pensar que han regresado en masa a Shadar Logoth y que sus ruinas se los han tragado, pero eso sería desear demasiado.

El delicioso olor del té llegó hasta Nynaeve. «Luz, no permitas que me ruja el estómago».

—No había ningún rastro claro de los muchachos ni de los demás. Las huellas están demasiado confusas para sacar conclusión alguna. —Nynaeve sonrió en su escondrijo; tomaba como una justificación propia el fracaso del Guardián—. Pero esto es importante —continuó Lan, frunciendo el entrecejo. Después rehusó con un gesto el té que le ofrecía la Aes Sedai y empezó a caminar de arriba abajo con una mano en el puño de la espada; producía un viraje de colores en su capa cada vez que daba la vuelta—. Puedo comprender que los trollocs fueran a Dos Ríos, incluso que hubiera un centenar. ¿Pero esto? Ayer debían de ser un millar en pos de nosotros.

—Fuimos afortunados de que no se quedaran todos para registrar Shadar Logoth. Los Myrddraal no debían de creer que nos hubiéramos refugiado allí, pero temían regresar a Shayol Ghul sin haber agotado hasta las más mínimas posibilidades. El Oscuro no ha sido nunca un amo condescendiente.

—No intentes esquivar la cuestión. Sabes muy bien a qué me refiero. Si querían mandar a ese millar de trollocs a Dos Ríos, ¿por qué no lo hicieron? Sólo existe una respuesta, los enviaron después de que atravesásemos el Taren, cuando resultó evidente que un Myrddraal y cien trollocs no eran suficientes. ¿Cómo? ¿Cómo lograron hacerlos llegar hasta aquí? Si es posible trasladar a una centena de trollocs a tanta distancia de la Llaga y con tanta rapidez, inadvertidos, por no mencionar el viaje de regreso, ¿es factible hacer que un millar de ellos llegue al corazón de Saldaea, Arafel o Shienar? Las tierras fronterizas podrían verse desbordadas en espacio de un año.

—La totalidad del mundo se verá desbordada en un lustro si no encontramos a esos chicos —respondió simplemente Moraine—. La misma pregunta me inquieta a mí, pero no dispongo de respuesta a ella. Los Atajos están cerrados y no ha habido ninguna Aes Sedai tan poderosa para aventurarse en ellos desde la Época de Locura. A menos que alguno de los Renegados ande suelto, lo cual no quiera que suceda jamás la Luz, no existe nadie que pueda viajar a través de ellos. Sea como sea, no creo que ni todos los Renegados juntos fueran capaces de transportar a un millar de trollocs. Ahora debemos ocuparnos del problema inmediato; lo demás deberá aguardar.

—Los muchachos —fue la constatación del Guardián.

—No he perdido el tiempo mientras estabas ausente. Uno está al otro lado del río, vivo. Respecto a los otros, había un leve rastro río abajo, pero se desvaneció nada más hallarlo. El vínculo se había quebrado horas antes de que yo iniciara la búsqueda.

Agazapada tras el árbol, Nynaeve estaba desconcertada.

—¿Opinas que los Semihombres que iban hacia el sur los han apresado? —inquirió Lan.

—Tal vez. —Moraine se sirvió una taza de té antes de proseguir—. Pero no admitiré la posibilidad de que estén muertos. No quiero ni oso hacerlo. Sabes bien lo que está en juego. Debo encontrarlos. Estoy segura de que los moradores de Shayol Ghul irán tras ellos. Es posible que haya de sufrir contratiempos con la Torre Blanca, incluso con la Sede Amyrlin. Siempre hay Aes Sedai que sólo aceptan una solución, pero… —Súbitamente, depositó la taza en el suelo y se enderezó con una mueca—. Si concentras demasiado tu atención en el lobo murmuró—, el ratón te morderá el tobillo. —Entonces dirigió directamente la mirada al árbol tras el que se escondía Nynaeve—. Señora al’Meara, podéis salir de ahí, si lo deseáis.

Nynaeve se incorporó y sacudió deprisa las hojas secas que se habían adherido al vestido. Lan se había girado hacia el árbol tan pronto como Moraine hubo movido los ojos y antes de que hubiera terminado de pronunciar el apellido de Nynaeve, ya tenía la espada en la mano. Ahora la envainó con más fuerza de la que era estrictamente necesaria. Su rostro estaba tan inexpresivo como siempre, pero Nynaeve creyó advertir un asomo de pesar en la línea de sus labios. Sintió un acceso de satisfacción; al menos el Guardián no había detectado su presencia.

Su satisfacción fue breve, no obstante. Clavó los ojos en Moraine y caminó hacia ella. Quería guardar la calma, pero su voz tembló de rabia.

—¿En qué embrollo habéis metido a Egwene y a los chicos? ¿Qué detestable urdimbre de Aes Sedai estáis planeando para utilizarlos?

La Aes Sedai asió la taza y tomó tranquilamente un sorbo de té. Sin embargo, cuando Nynaeve se halló bastante cerca, Lan alargó un brazo para contenerla. La joven trató de apartar el obstáculo y quedó sorprendida al advertir que el brazo del Guardián permanecía igual de inflexible que la rama de un roble.

Ella no era frágil, pero los músculos del hombre poseían la misma dureza del hierro.

—¿Té? —ofreció Moraine.

—No, no quiero té. No bebería vuestro té aunque estuviera muriéndome de sed. No vais a utilizar a ningún lugareño de Campo de Emond en vuestras sucias artimañas.

—No estáis en buenas condiciones de hablar, Zahorí. —Moraine prestaba más interés por el té que por lo que decía—. Vos misma podréis esgrimir el Poder Único, después de alguna práctica.

Nynaeve empujó de nuevo el brazo de Lan. Comoquiera que éste no se movió ni un ápice, prefirió no hacer caso de él.

—¿Y por qué no intentáis hacerme creer que soy un trolloc?

Moraine esbozó una sonrisa tan apacible que Nynaeve sintió deseos de golpearla.

—¿Pensáis que puedo permanecer ante una mujer capaz de entrar en contacto con la Fuente Verdadera y canalizar el Poder, aun cuando sólo sea de forma fortuita, sin saber qué es? De la misma manera que vos intuisteis el potencial de Egwene. ¿Cómo creéis que he sabido que estabais detrás del árbol? Si no hubiera estado distraída, lo habría captado el mismo instante en que os habéis aproximado. Por cierto no sois un trolloc, para que haya detectado en vos la maldad del Oscuro. ¿Qué es entonces lo que he percibido, Nynaeve al’Meara, Zahorí de Campo de Emond y receptora inconsciente del Poder Único?

Lan observaba a Nynaeve de un modo que a ella no le resultaba grato; sorprendido y especulativo, a su juicio, aunque en su semblante no se habían alterado más que los ojos. Egwene era especial, siempre lo había sabido. Egwene sería una buena Zahorí. «Están confabulados», pensó, «para hacerme perder el aplomo».

—No estoy dispuesta a escuchar estas patrañas. Vos…

—Debéis escuchar —la instó con firmeza Moraine—. Ya tenía sospechas al respecto en el Campo de Emond incluso antes de conoceros. La gente me explicaba lo disgustada que estaba la Zahorí por no haber previsto el crudo invierno y el retraso de la primavera, al tiempo que alababan su buen tino para predecir el tiempo y la cuantía de las cosechas. También me hablaron de su pericia para realizar las curas, de la manera como sanaba heridas que de otro modo se habrían gangrenado, con tanta eficacia que apenas quedaba de ellas una cicatriz. El único comentario peyorativo que oí expresar acerca de vuestra persona fue de aquellos que os consideraban demasiado joven para cargar con tanta responsabilidad y ello únicamente sirvió para avivar mis sospechas. Tanta eficacia en alguien tan joven…

—La señora Barran me enseñó muy bien. —Intentó desviar la mirada hacia Lan, pero sus ojos incrementaban la incomodidad que experimentaba, de modo que dirigió la vista hacia el cauce por encima de la Aes Sedai. «¡Cómo se atreven los del pueblo a contarle habladurías a un extraño!»

—¿Quién ha dicho que era demasiado joven? —preguntó.

Moraine sonrió, negándose a abandonar el hilo de su discurso.

—Al contrario de la mayoría de las mujeres que pretenden escuchar el viento, vos lo hacéis de veras en ocasiones. Oh, no es que ello guarde ninguna relación con el viento, por supuesto. Tiene que ver con el aire y el agua. No es ello algo para lo que precisarais de enseñanza, sino que nació con vos, de la misma manera que es un don innato en Egwene. Pero vos habéis aprendido a controlarlo, lo cual ella no es capaz de hacer todavía. Dos minutos después de haberos conocido, ya tenía la certeza. ¿Recordáis cuán imprevistamente os pregunté si erais la Zahorí? ¿Por qué creéis que lo hice? No había nada en vos que os diferenciase de cualquier bonita joven que se preparaba para los festejos. Aun sabiendo que la Zahorí era joven, esperaba encontrarme con alguien que os doblase la edad.

Nynaeve recordaba demasiado bien aquel encuentro; aquella mujer, con más dominio de sí misma que cualquiera de las integrantes del Círculo, ataviada con un vestido cuya hermosura no era equiparable a ninguno de los que había visto antes, que se había dirigido a ella llamándola niña. Después Moraine había pestañeado súbitamente como si algo la hubiera sorprendido y le había formulado la pregunta…


Se lamió los labios repentinamente secos. Los dos la miraban, el Guardián con rostro tan impenetrable como una piedra y la Aes Sedai con expresión comprensiva, pero atenta a la vez. Nynaeve sacudió la cabeza.

—¡No! No, no es posible. Lo habría notado yo misma. Intentáis engañarme y no lo conseguiréis.

—Desde luego que no lo habéis notado —respondió con voz tranquilizadora Moraine—. ¿Por qué deberíais haberlo sospechado? Durante toda vuestra vida habéis oído decir que eso era escuchar el viento. En todo caso, antes os avendríais a anunciar a todo el Campo de Emond que erais un Amigo Siniestro que a admitir, aun en lo más recóndito de vuestra mente, que tenéis algo que ver con el Poder Único o con las temidas Aes Sedai. —Una mirada divertida flotó en los ojos de Moraine—. Sin embargo, yo puedo indicaros cómo se produjo el comienzo.

—No quiero oír más embustes —replicó, sin lograr efecto en la Aes Sedai.

—Tal vez hace ocho o diez años (la edad varía, pero siempre se da en época temprana) deseasteis algo con mayor fervor que nunca, algo que implicaba una necesidad. Y lo conseguisteis. Una rama que cayera de improviso para poder agarraros a ella en lugar de ahogaros, un amigo, o un animal doméstico, que se recobrara de una dolencia de la que todos creían que no iba a sanar.

»En ese momento no notasteis nada, pero una semana o diez días después sufristeis la primera reacción como consecuencia de haber estado en contacto con la Fuente Verdadera. Quizás una fiebre y escalofríos experimentados de improviso que os postraron en la cama para desaparecer a las pocas horas. Ninguna de las reacciones, que pueden adoptar diversas formas, dura más de unas horas. Dolor de cabeza, entumecimiento y alegría entremezclados y un afán de buscar el peligro o una actitud atolondrada. Un acceso de vértigo que os hiciera tropezar o tambalearos al intentar moveros, o una inexplicable torpeza en la lengua que os impidiera pronunciar una frase entera. Existen otros síntomas. ¿Reconocéis alguno?

Nynaeve se sentó en el suelo; sus piernas no la sostenían. Recordaba algo, pero aun así su cabeza respondió con una negativa. Tenía que ser una coincidencia, o Moraine había hecho más preguntas en el Campo de Emond de las que ella creía. La Aes Sedai había preguntado muchas cosas. Tenía que ser eso. Lan le ofreció la mano, pero ella no lo advirtió siquiera.

—Os diré más —continuó Moraine, ante el silencio de Nynaeve—. Utilizasteis en algún momento el Poder Único para curar a Perrin o a Egwene. Como consecuencia de ello se desarrolla una afinidad, gracias a la cual puede detectarse la presencia de alguien a quien se ha devuelto la salud. En Baerlon fuisteis directamente al Ciervo y el León, a pesar de que aquélla no era la posada más próxima a la puerta por la que habíais entrado. Egwene y Perrin eran los únicos de Campo de Emond que se encontraban allí cuando llegasteis. ¿Era Perrin o Egwene? ¿O ambos?

—Egwene —murmuró Nynaeve.

Siempre le había parecido normal el hecho de que en ocasiones pudiera augurar quién se aproximaba sin haberlo visto; hasta entonces no había reparado en que siempre se trataba de alguien en quien sus curas habían surtido un efecto casi milagroso.—Además, siempre había sabido cuándo sus remedios actuarían de un modo espectacular, al igual que siempre experimentó una certeza absoluta al predecir una cosecha o que las lluvias serían tempranas o tardías.

Siempre consideró aquello como algo natural. No todas las Zahoríes podían escuchar el viento, pero las mejores sí tenían esa capacidad. Eso era lo que decía siempre la señora Barran, quien pronosticaba que Nynaeve sería una de las mejores.

—Tenía fiebre reumática. —Mantenía la cabeza abatida, hablando en dirección al suelo—. Yo todavía era aprendiza de la señora Barran y ella me había enviado a atender a Egwene. Yo era muy joven y no sabía que la Zahorí tenía completamente bajo control la enfermedad. Es terrible presenciar los accesos de fiebre. La pequeña estaba empapada en sudor y gemía y se revolvía de tal manera que llegué a preguntarme por qué no oía crujir sus huesos. La señora Barran me había dicho que la fiebre remitiría al cabo de un día, de dos a lo sumo, pero yo pensé que lo decía para tranquilizarme. Creí que Egwene estaba agonizando. Solía cuidar de ella cuando era una niñita que comenzaba a dar sus primeros pasos, cuando su madre estaba ocupada, y me eché a llorar porque iba a ver cómo moría delante de mí. Cuando la señora Barran regresó al cabo de una hora, la fiebre había cedido. Aquello la sorprendió, pero me dedicó más atenciones a mí que a Egwene. Siempre creí que ella había pensado que le había dado algo a Egwene y temía confesarlo. Tuve la sensación de que trataba de consolarme, de asegurarse de que yo tuviera la convicción de que no le había causado ningún daño a Egwene. Una semana más tarde me desplomé en el piso de la sala de su casa, con convulsiones y fiebres. Me llevó a la cama, pero a la hora de la cena ya estaba recuperada.

Al terminar de hablar, hundió la cabeza entre las manos. «La Aes Sedai ha escogido un buen ejemplo», pensó. «¡Así la fulmine la Luz! ¡Usar el Poder Único como una Aes Sedai, una repugnante Aes Sedai!»

—Tuvisteis mucha suerte —sentenció Moraine.

Nynaeve se irguió al oír aquello. Lan retrocedió unos pasos, como si el tema de conversación no fuera asunto que le concerniera, y se concentró en arreglar la silla de Mandarb sin dirigirle siquiera una mirada.

—¡Suerte!

—Habéis logrado ejercer un rudimentario control sobre el Poder, aun cuando el acceso a la Fuente Verdadera se produjese de un modo fortuito. De no ser así, su fuerza habría acabado con vos. Como lo hará seguramente con Egwene si conseguís impedir que vaya a Tar Valon.

—Si yo aprendí a controlarlo… —Nynaeve tragó saliva. Aquello era como admitir una vez más que sus actos se ajustaban a las previsiones de la Aes Sedai—. Si yo aprendí a controlarlo, también puede hacerlo ella. No tiene ninguna necesidad de ir a Tar Valon y verse involucrada en vuestras intrigas.

Moraine sacudió lentamente la cabeza.

—Las Aes Sedai buscan muchachas capaces de entrar espontáneamente en contacto con la Fuente Verdadera con tanta asiduidad como lo hacen con los hombres que poseen dicha facultad. Lo que nos mueve a hacerlo no es el deseo de incrementar nuestro número, o al menos no de manera exclusiva, sino el temor de que esas mujeres hagan un uso equivocado del Poder. El rudimentario manejo del Poder que alcanzan a adquirir, si la Luz está con ellas, llega en contadas ocasiones a provocar grandes daños, dado que el contacto real con la Fuente sin disponer de enseñanzas no se produce en respuesta a un acto voluntario y por lo tanto su frecuencia es escasa. Y, por supuesto, ellas no se ven aquejadas de la enajenación que induce a los hombres a acciones malignas o tortuosas. Queremos salvarles la vida, la vida de aquellas que no llegan a adquirir ninguna clase de control.

—La fiebre y los escalofríos que yo tuve no hubieran matado a nadie —insistió Nynaeve—. No en tres o cuatro horas. También experimenté los otros síntomas, los cuales no ocasionarían tampoco la muerte a ninguna persona. Y luego cesaron al cabo de pocos meses. ¿Qué me decís de ello?

—Eso eran sólo reacciones —aclaró paciente Moraine—. Cada vez, la reacción se aproxima más al contacto real con la Fuente, hasta que ambas se producen casi de manera simultánea. Después de eso, ya no se observan reacciones perceptibles, pero es como si se hubiera puesto en marcha un reloj. Un año, dos años. Conozco a una mujer que duró cinco años. De cada cuatro poseedoras de la capacidad innata que poseéis vos y Egwene, tres mueren si no las localizamos nosotras y les aportamos nuestra guía. No es una muerte tan horrible como la que padecen los hombres, pero tampoco agradable, suponiendo que algún tipo de muerte pueda describirse como tal. Convulsiones, gritos… El proceso dura varios días y una vez que se ha iniciado no hay nada que pueda atajarlo, ni los esfuerzos conjuntos de todas las Aes Sedai de Tar Valon.

—Estáis mintiendo. Todas estas preguntas que formulasteis en el Campo de Emond os dieron información sobre el receso de la fiebre de Egwene y sobre la fiebre y los escalofríos que tuve yo. Todo esto es una invención basada en esas averiguaciones.

—Sabéis bien que no es cierto —replicó con suavidad Moraine.

Con más reluctancia de la que había experimentado en todo el transcurso de su vida para hacer algo, Nynaeve asintió con la cabeza. Había realizado un último y obstinado esfuerzo para negar lo que era evidente, y aquello no conducía a nada, por más enojoso que fuera reconocerlo. La primera aprendiza de la señora Barran había fallecido de la manera descrita por la Aes Sedai cuando Nynaeve todavía jugaba a las muñecas y lo mismo le había ocurrido a una mujer de Deven Ride hacía pocos años. Ella también había sido una aprendiza de Zahorí, una de las elegidas que podían interpretar la voz del viento.

—Vos disponéis de un gran potencial, en mi opinión —prosiguió Moraine—. Con una formación adecuada podríais llegar a poseer mayor poder que Egwene, y creo que ella puede convertirse en una de las Aes Sedai más poderosas que han existido en los últimos siglos.

Nynaeve se apartó de la Aes Sedai como lo hubiera hecho de una serpiente.

—¡No! Yo no tengo nada que ver con… —«¿Con qué? ¿Conmigo misma?». Su ánimo decayó de pronto y su voz se tomó vacilante—. Quisiera pediros que no habléis con nadie de esto, por favor. —Aquella palabra casi se le atragantó. Habría preferido ver aparecer a los trollocs a verse en la necesidad de rogar a aquella mujer. Sin embargo, Moraine se limitó a asentir con aire ausente, lo cual le devolvió parte de su arrojo. —Esto no explica, en todo caso, qué es lo que queréis de Rand, Mat y Perrin.

—El Oscuro quiere hacerse con ellos —respondió Moraine—. Yo opongo resistencia a cualquier designio del Oscuro. ¿Existe acaso una razón más simple, o mejor? —Terminó el té, mirando a Nynaeve por encima de la taza—. Lan, debemos partir. Hacia el sur, creo. Me temo que la Zahorí no nos acompañará.

Nynaeve frunció los labios al advertir la manera como pronunció la Aes Sedai la palabra «Zahorí», una manera que daba a entender que estaba dando la espalda a grandes obras por algo mezquino. «No quiere que vaya con ellos. Procura acorralarme para que regrese a casa y no interfiera en su manipulación de los muchachos».

—Oh, sí, iré con vosotros. No podéis impedírmelo.

—Nadie intentará hacerlo —replicó Lan al reunirse con ellas. Después vació el cazo sobre el fuego y removió las cenizas con un palo—. ¿Una parte del Entramado? —preguntó a Moraine.

—Tal vez sí —repuso ésta, pensativa—. Debí haber hablado de nuevo con Min.

—Como podéis ver, Nynaeve, vuestra compañía es bien recibida.

Hubo un leve titubeo en el modo como Lan expresó su nombre, un indicio del aditamento «Sedai» que no llegó a franquear sus labios.

Nynaeve se enfureció, tomándolo como una burla, e igual enojo le produjo la forma en que los dos hablaban delante de ella —de cosas de las que no comprendía nada— sin tener la cortesía de brindarle la más mínima explicación. No obstante, no estaba dispuesta a darles la satisfacción de preguntar. El Guardián continuó con los preparativos de la partida, con movimientos tan concretos, seguros y rápidos que al poco las albardas, las mantas y todo el equipaje se hallaban ya detrás de las sillas de Mandarb y Aldieb.

—Iré a buscar vuestro caballo —dijo a Nynaeve, una vez que hubo terminado.

Se encaminó hacia la ribera, mientras Nynaeve esbozaba una tenue sonrisa. Después de que ella hubiera estado observándolo sin haberlo advertido, quería encontrar su caballo sin que ella le diera ninguna referencia. Ya se daría cuenta del poco rastro que dejaba ella cuando caminaba furtivamente. Sería un placer verlo aparecer con las manos vacías.

—¿Por qué en dirección sur? —preguntó a Moraine—. He oído que decíais que uno de los chicos está al otro lado del río. ¿Cómo lo sabéis?

—Les di un objeto simbólico a cada uno de ellos, el cual crea una especie de vínculo entre ellos y yo. Mientras permanezcan con vida o conserven esas monedas en su poder, estaré en condiciones de localizarlos. —Nynaeve volvió la vista hacia el lugar por donde se había alejado el Guardián—. No es lo mismo. Eso sólo me permite descubrir si están vivos y encontrarlos en caso de separación. Una muestra de prudencia, bajo las presentes circunstancias, ¿no os parece?

—Desapruebo cualquier cosa que os conecte con la gente de Campo de Emond —contestó Nynaeve—. Pero, si va a servir para buscarlos…

—Servirá. Iría primero en busca del joven que está al otro lado del río, si pudiera. —Por un momento, la frustración se hizo patente en la voz de la Aes Sedai—. Se encuentra a pocos kilómetros de distancia. Él encontrará a buen seguro la manera de llegar a Puente Blanco, ahora que se han marchado los trollocs. Los otros dos que se fueron río abajo necesitan con más urgencia mi ayuda. Han perdido las monedas, y puede que los Myrddraal estén persiguiéndolos si no han decidido interceptarnos el paso en Puente Blanco. —Exhaló un suspiro—. Primero debo atender a quien más lo necesita.

—Los Myrddraal podrían…, podrían haberlos matado —apuntó Nynaeve.

Moraine sacudió levemente la cabeza, rechazando la sugerencia como si fuera algo demasiado trivial para tenerla en cuenta. Nynaeve apretó los labios con fuerza.

—¿Y dónde está Egwene? Aún no la habéis mencionado.

—No lo sé —admitió Moraine—, pero confío en que esté a buen recaudo.

—¿Que no lo sabéis? ¿Que simplemente confiáis? ¡Tanto hablar de que la llevabais a Tar Valon para salvarle la vida y ahora mismo podría estar muerta!

—Si la buscara a ella ahora, no haría más que regalar un tiempo preciso a los Myrddraal antes de prestar mi asistencia a los dos muchachos que han ido hacia el sur. Es a ellos a quienes quiere el Oscuro, no a Egwene. No se preocuparán de atrapar a Egwene mientras su verdadera presa conserve la libertad.

Nynaeve recordó su encuentro con los trollocs, pero se negó, no obstante, a otorgar la razón a la Aes Sedai.

—De modo que lo más halagüeño que podéis afirmar es que, con suerte, tal vez esté viva, y quizá sola, asustada, incluso herida, a días de camino desde el pueblo más cercano y sin nadie que pueda socorrerla aparte de nosotros. Y tenéis la desfachatez de abandonarla a su suerte.

—Cabe la posibilidad de que esté con el chico que se halla en la otra orilla, o dirigiéndose a Puente Blanco en compañía de los otros dos. De todas maneras, ahora ya no hay trollocs aquí y ella es fuerte, inteligente y está perfectamente capacitada para viajar hasta Puente Blanco a solas, en caso necesario. ¿Preferís que nos quedemos basándonos en la posibilidad de que ella necesite ayuda, o que vayamos a atender a los que sabemos con certeza enfrentados a un peligro? ¿Querríais que fuera en su busca, dejando que se alejen los muchachos, y los Myrddraal que sin duda los acosan? A pesar de mis fervientes deseos de que Egwene se encuentre a salvo, Nynaeve, yo libro un combate con el Oscuro, y por el momento eso es lo que dicta mis actos.

Moraine no abandonó en ningún momento la calma mientras iba desgranando aquellas horribles alternativas. Nynaeve sentía ganas de gritar. Parpadeaba para contener las lágrimas, y volvió la cabeza para ocultar su turbación. «Oh, Luz, una Zahorí debe cuidar de toda la gente que depende de ella. ¿Por qué tengo yo que elegir de esta manera?»

—Ahí viene Lan —anunció Moraine, y se puso en pie.

Para Nynaeve sólo fue una imagen borrosa la del Guardián cuando salía de la arboleda conduciendo a su caballo. Sus mandíbulas se contrajeron cuando éste le tendió las riendas. Habría representado un estímulo para ella percibir aunque sólo fuera la más leve traza de triunfo en su semblante en lugar de aquella pétrea e insufrible impavidez. El Guardián abrió los ojos al mirarla a la cara y ella se volvió para enjugar las lágrimas que le corrían por las mejillas. «¡Cómo se atreve a mofarse de mi llanto!»

—¿Vais a venir, Zahorí? —inquirió con frialdad Moraine.

Después de hacer un lento recorrido con la mirada por el bosque, preguntándose si Egwene estaría todavía allí, montó con tristeza. Lan y Moraine ya hacían girar grupas a sus caballos. La Aes Sedai demostraba gran confianza en su poder y en sus planes, caviló, pero, si no encontraban a Egwene y a los muchachos, a todos, vivos e ilesos, ni su propio poder bastaría para protegerla. Ni todo el Poder. «¡Yo puedo utilizarlo, mujer! Tú misma lo has dicho. ¡Puedo utilizarlo contra ti!»

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