Cuando todavía trasponía el umbral, Rand posó la mirada en su padre…, su padre, por mucho que dijese alguien. Tam no se había movido en absoluto; tenía los ojos cerrados y respiraba con jadeos entrecortados. El juglar de pelo blanco interrumpió su conversación con el alcalde, quien estaba de nuevo inclinado sobre el lecho, atendiendo a Tam, y dirigió una mirada inquieta a Moraine. Ésta no reparó en él, como tampoco pareció advertir la presencia de nadie, excepto Tam, a quien examinó con el rostro preocupado. Thom se colocó la pipa apagada entre los dientes; después la sacó de nuevo y concentró la vista en ella.
—Uno no puede ni fumar en paz —murmuró—. Será mejor que vigile que algún campesino no me robe la capa para abrigar a una de sus vacas. Al menos podré fumarme una pipa allá afuera.
Dicho esto, salió deprisa de la habitación.
Lan lo siguió con la mirada, con su angulosa cara inexpresiva como una roca.
—No me gusta nada ese hombre. Hay algo en él que no me inspira confianza. Ayer por la noche no se le vio el pelo.
—Estaba allí —dijo Bran, mirando indeciso a Moraine—. Sin duda, porque no es probable que se haya tiznado la capa si permaneció junto a la chimenea. A Rand le tenía sin cuidado si el juglar había pasado la noche escondido en el establo.
—¿Mi padre? —dijo implorante a Moraine. Bran abrió la boca, pero Moraine se le adelantó.
—Dejadme a solas con él, maese al’Vere. Aquí únicamente seríais un estorbo.
Por un instante Bran titubeó, reticente a recibir órdenes en su propia posada y reacio al mismo tiempo a desobedecer a una Aes Sedai. Luego se levantó y dio una palmada en el hombro a Rand.
—Vamos, hijo. Dejemos que Moraine Sedai se concentre en su… eh…, su… Hay muchas cosas que hacer abajo y puedes echarme una mano, antes de saber si Tam nos llamará para pedirnos la pipa y una jarra de cerveza.
—¿Puedo quedarme? —preguntó Rand a Moraine, si bien ésta no parecía advertir más presencia que la de Tam—. Por favor, no molestaré. Ni siquiera notaréis que estoy aquí. Es mi padre —añadió con una violencia que lo asombró a él mismo e hizo abrir desmesuradamente los ojos al alcalde.
Rand confió en que los demás atribuyeran su brusquedad al agotamiento o a la tensión producida por hablar con una Aes Sedai.
—Sí, sí —respondió Moraine con impaciencia.
Había dejado distraídamente la capa y el bastón sobre la única silla de la estancia y se estaba arremangando el vestido. Incluso cuando hablaba, no apartaba ni por un momento la vista de Tam.
—Siéntate por ahí, y tú también, Lan.
Hizo un gesto vago en dirección a un banco apoyado en la pared. Sus ojos recorrieron meticulosamente a Tam de los pies a la cabeza; sin embargo, Rand tenía la sensación de que, de algún modo, su mirada penetraba más allá de él.
—Podéis hablar si queréis —prosiguió con aire ausente—, pero en voz baja. Ahora, retiraos, maese al’Vere. Esta es la habitación de un enfermo, no una sala de reuniones. Ocupaos de que nadie me moleste.
El alcalde gruñó entre dientes, si bien no lo bastante alto como para llamar la atención; luego volvió a estrechar el hombro de Rand y, aunque con desgana, cerró obedientemente la puerta tras él.
La Aes Sedai se arrodilló junto a la cama murmurando para sí y posó las manos con suavidad sobre el pecho de Tam. Después cerró los ojos y permaneció inmóvil durante un rato.
En los relatos de las hazañas de las Aes Sedai, éstas siempre iban acompañadas de relámpagos y truenos u otros fenómenos que reflejaban grandes gestas e inconmesurables poderes. El poder, el Poder Único rescatado de la Fuente Verdadera que gobernaba la Rueda del Tiempo. No era aquello algo en lo que Rand deseara pensar, que Tam tuviera que estar en contacto con el Poder y él en la misma estancia donde éste fuera utilizado. No obstante, por lo que él alcanzaba a distingir, Moraine habría podido estar incluso dormida. Aún así, creyó advertir cómo la respiración de Tam se volvía menos trabajosa. Seguramente ella estaba haciendo algo. Se encontraba tan absorto que dio un respingo al oír la voz queda de Lan.
—Llevas una magnifica espada. ¿No tendrá también por azar una garza en la hoja?
Por un momento Rand miró embobado al Guardián, sin comprender de qué le hablaba. Había olvidado por completo la espada de Tam ante el hecho de tener que tratar con una Aes Sedai.
—Sí, sí la tiene. ¿Qué está haciendo?
—No había imaginado encontrar una espada con la marca de una garza en un lugar como éste —dijo Lan.
—Es de mi padre.
Miró de reojo la espada de Lan, cuya empuñadura asomaba bajo el borde de su capa; las dos armas presentaban un aspecto similar, con la excepción de que en la del Guardián no había ninguna garza. Volvió a centrar los ojos en el lecho. Tam parecía respirar con mayor facilidad, estaba seguro de ello.
—La compró hace mucho tiempo.
—Es muy extraño que un pastor comprara una cosa así.
Rand miró de soslayo a Lan. Era halagador que un forastero apreciara aquella espada, y que lo hiciera un Guardián… Con todo, se sintió en la obligación de añadir algo más.
—Nunca la había utilizado, que yo sepa. Dijo que no servía para nada, al menos hasta ayer noche, en todo caso. Yo ni siquiera sabía que la tenía hasta entonces.
—Dijo que era un objeto inútil, ¿eh? Acaso no siempre pensó así. —Lan tocó brevemente con un dedo la vaina situada a la altura del pecho de Rand—. Hay sitios en que la garza simboliza la maestría en la espada. Esta arma habrá recorrido insólitos caminos para caer en manos de un pastor de Dos Ríos.
Rand hizo caso omiso de aquella pregunta inexpresada. Moraine continuaba parada. ¿Estaría haciendo realmente algo la Aes Sedai? Se estremeció, friccionándose los brazos, inseguro respecto a su deseo de desentrañar la actuación de la mujer. Una Aes Sedai.
Entonces afloró a su boca una pregunta propia, que no quería formular, pero cuya respuesta necesitaba conocer.
—El alcalde… —Se aclaró la garganta y respiró profundamente—. El alcalde ha dicho que no hubiera quedado nada en el pueblo a no ser por vos y por ella. —Superó el apuro que le daba mirar de frente al Guardián—. Si os hubieran dicho que había un hombre en el bosque…, un hombre que atemorizaba a la gente sólo con la mirada…, ¿os habría puesto ello sobre aviso? Un hombre cuyo caballo no hace el menor ruido y cuya capa no se agita con el viento. ¿Habríais previsto lo que iba a ocurrir? ¿Habríais podido, vos y Moraine, impedir la destrucción si hubierais tenido conocimiento de su presencia?
—No sin la ayuda de media docena de mis hermanas —repuso Moraine, lo que provocó un sobresalto en Rand.
Todavía estaba arrodillada al lado de la cama, pero ya no tenía las manos encima de Tam y se había vuelto hacia ellos. Pese a su voz calmada, sus ojos taladraron a Rand.
—Si hubiera sabido que encontraría trollocs y a un Myrddraal aquí, habría traído conmigo media docena, una docena, aunque hubiera tenido que arrastrarlas. Estando yo sola, un mes de anticipación apenas habría modificado algo, tal vez nada. Una persona tiene serias limitaciones, aunque invoque el Poder Único, y quizás había un centenar largo de trollocs diseminados por la comarca anoche, un escuadrón completo.
—De todas maneras hubiera venido bien saberlo —dijo Lan, con dureza dirigida exclusivamente a Rand—. ¿Cuándo y dónde lo viste exactamente?
—Eso no sirve de nada ahora —atajó Moraine—. No consentiré que des a entender al muchacho que ha tenido una conducta censurable cuando ello no es así. Yo misma soy en parte culpable. La manera como se comportó aquel maldito cuervo de ayer debiera haberme hecho sospechar algo. Y a ti también, mi viejo amigo. —Frunció la boca con enfado—. Mi confianza ha sido rayana en la arrogancia al abrigar la certeza de que las garras del Oscuro no podrían haber llegado a un sitio tan remoto, no con esta potencia. Estaba tan segura…
—¿El cuervo? —preguntó perplejo Rand—. No comprendo.
—Devoradores de carroña. —Los labios de Lan dibujaron un rictus de repugnancia—. Los secuaces del Oscuro suelen utilizar como espías a las criaturas que se alimentan con despojos. Cuervos y grajos principalmente, y a veces ratas en las ciudades.
Un brusco estremecimiento recorrió el cuerpo de Rand. ¿Cuervos y grajos que actuaban como espías del Oscuro? ¡Si había cuervos y grajos por todas partes…! Las garras del Oscuro, había dicho Moraine. El Oscuro siempre se encontraba presente, pero si uno intentaba seguir la senda de la Luz, llevaba una vida correcta y no mencionaba su nombre, no podía sufrir ningún daño. Aquélla era una creencia común a todas las personas, algo que se aprendía en la más tierna niñez. Sin embargo, lo que se desprendía de las palabras de Moraine…
Su mirada cayó sobre Tam, apartando de su cabeza cualquier pensamiento ajeno a él. El semblante de su padre estaba perceptiblemente menos congestionado y su respiración parecía más reposada. Rand se habría puesto en pie de un salto si Lan no lo hubiera cogido del brazo.
—Lo habéis conseguido.
—Todavía no —contestó Moraine, sacudiendo la cabeza al tiempo que exhalaba un suspiro—. Espero que pueda llegar a buen fin. Las armas de los trollocs se fabrican en las forjas de un valle llamado Thakan’dar, en las mismas laderas del propio Shayol Ghul. Algunas de ellas están impregnadas de una capa infecciosa, un halo maligno en el metal. Dichas hojas infectadas producen heridas que no sanan normalmente, o provocan fiebres mortíferas, extrañas enfermedades contra las que no sirven los medicamentos. Yo he aliviado el dolor a tu padre, pero la marca, la contaminación aún no lo ha abandonado. Si la dejáramos proseguir su curso, volvería a ganar terreno para acabar por consumirlo.
—Pero vos no lo dejaréis así.
Sus palabras eran mitad imploración y mitad mandato. Se sintió estupefacto al darse cuenta de que había hablado de aquel modo a una Aes Sedai, pero ella no pareció advertir el tono de su voz.
—No lo haré —replicó simplemente—. Estoy muy cansada, Rand, y no he podido disponer de un instante de reposo desde anoche. Normalmente, ello carecería de importancia, pero con una herida de este tipo… —Extrajo del bolsillo un pequeño fardo de seda blanca—. Esto es un angreal. Veo que ya sabes qué es un angreal —agregó al percibir la expresión de Rand—. Bien.
Rand se inclinó hacia atrás de forma inconsciente, apartándose de ella y de aquel objeto. Pocas historias hacían mención de los angreal, aquellas reliquias de la Era de Leyenda que las Aes Sedai utilizaban para ejecutar sus mayores prodigios. Observó con estupor cómo desenvolvía una grácil figurilla de marfil que el tiempo había ido oscureciendo. Tenía una longitud no superior a la de su mano. Representaba una mujer ataviada con vaporosos vestidos, con una larga cabellera que le cubría la espalda.
—Hemos perdido la capacidad de producir tales sustancias —comentó—, al igual que otras tantas cosas que tal vez no logremos recuperar. Quedan tan pocas que la Sede Amyrlin estuvo a punto de prohibirme que me llevara ésta. No obstante, aun con ella, apenas puedo hacer más de lo que habría hecho sin ella ayer, y la infección es considerable. Ha tenido tiempo de extender su ponzoña.
—Vos podéis ayudarlo —afirmó con fervor Rand—. Sé que podéis.
Moraine esbozó una sonrisa, una mera curvatura en los labios.
—Veremos.
Después volvió a fijar su atención en Tam, dejando reposar una mano en su frente mientras retenía en el cuenco de la otra la figura de marfil. Con los ojos cerrados, su rostro adoptó un aire concentrado. Se hubiera dicho que apenas respiraba.
—Ese jinete del que hablabas —Lan retomó tranquilamente el hilo de la conversación—, aquel que te inspiró temor… era sin duda un Myrddraal.
—¡Un Myrddraal! —exclamó Rand—. Pero si los Fados tienen una estatura de más de cinco metros… —Sus palabras se interrumpieron ante la triste sonrisa del Guardián.
—En ocasiones, pastor, las historias magnifican las cosas, alejándolas de la realidad. Pero, puedes creerme, la realidad es lo suficientemente dura en lo que respecta a un Semihombre. Semihombre, Acechante, Fado, Hombre de las Sombras; el nombre depende de la región, pero todos hacen referencia a un Myrddraal.
»Los Fados son un derivado de los trollocs, casi un retroceso en la semejanza a la especie humana utilizada por los Señores del Espanto al crear a los trollocs. Casi, puesto que, si bien la apariencia humana ha adquirido mayor peso, lo mismo puede decirse de la degradación que impregna a los trollocs. Los Semihombres ostentan cierto tipo de poderes, que emanan del Oscuro.
»Únicamente la más débil de las Aes Sedai no alcanzaría a superar a un Semihombre en un enfrentamiento cara a cara, pero muchos y aguerridos hombres han sucumbido a ellos. Desde las guerras que pusieron fin a la Era de Leyenda, desde que los Renegados fueron recluidos, ellos han sido el cerebro que indica a los batallones de trollocs dónde deben atacar. En tiempos de las Guerras de los Trollocs, los Semihombres conducían a los trollocs a la batalla, bajo el mando de los Señores del Espanto.
—Me dio miedo —dijo quedamente Rand—. Sólo de mirarme y… Se estremeció.
—No es preciso avergonzarse, pastor. También me producen miedo a mí. He visto a hombres que han sido soldados durante toda su vida paralizarse como un pájaro a merced de una serpiente al encontrarse cara a cara con un Semihombre. En el norte, en las tierras fronterizas que lindan con la Gran Llaga, existe un dicho: «La mirada del Ser de Cuencas Vacías es la personificación del miedo».
—¿El Ser de Cuencas Vacías? —inquirió Rand. Lan asintió con la cabeza.
—El Myrddraal ve como un águila, tanto de día como de noche, pero no tiene ojos. Pocas cosas conozco que sean más peligrosas que un Myrddraal. En vano Moraine Sedai y yo intentamos varias veces acabar con el que estuvo aquí anoche, pero los Semihombres son partícipes de la propia buena suerte del Oscuro.
Rand tragó saliva.
—Un trolloc dijo que el Myrddraal quería hablar conmigo. No sabía qué significado darle.
Lan levantó bruscamente la cabeza, con una dureza en sus ojos azules similar a la de una piedra.
—¿Hablaste con un trolloc?
—No exactamente —balbució Rand, aprisionado por la mirada del Guardián—. Él me habló a mí. Dijo que no me haría ningún daño y que el Myrddraal quería hablar conmigo. Después intentó matarme. —Se mojó los labios, apretando con las manos el cuero de la empuñadura de la espada. Con frases breves y entrecortadas refirió su regreso a la granja—. …pero yo le di muerte —concluyó—. Fue en verdad algo accidental. Él saltó sobre mí y yo tenía la espada en la mano.
La expresión de Lan se suavizó levemente, si acaso puede decirse que las piedras pierden dureza.
—Aun así, es algo fuera de lo común, pastor. Hasta anoche pocos eran los hombres que viven al sur de las tierras fronterizas que pudieran decir que habían visto a un trolloc, y mucho menos que hubieran matado a uno.
—Y muchos menos aún que hubieran dado cuenta de un trolloc solos y sin ningún tipo de auxilio —añadió con fatiga Moraine—. He acabado, Rand. Lan, ayúdame a levantarme.
El Guardián se acercó diligentemente, pero Rand se le adelantó, precipitándose junto al lecho. Tam tenía la piel fresca y, sin embargo, su rostro se hallaba pálido y macilento, como si no hubiera estado en contacto con el sol durante largo tiempo. Los ojos permanecían cerrados, pero su respiración era regular.
—¿Se pondrá bien ahora? —preguntó ansioso Rand.
—Con reposo, sí —repuso Moraine—. Con unas cuantas semanas en la cama recobrará toda su fortaleza.
La Aes Sedai caminaba con paso inseguro, pese a apoyarse en el brazo de Lan. Éste apartó la capa y el bastón de la silla y la mujer se desplomó en ella con un suspiro. Entonces volvió a envolver con sumo cuidado el angreal y se lo llevó al bolsillo.
A Rand le temblaban los hombros y hubo de morderse los labios para contener la risa, mientras se enjugaba los ojos anegados de lágrimas.
—Gracias.
—En la Era de Leyenda —explicó Moraine—, algunas Aes Sedai podían despertar la llama de la vida con tal de que quedara el más mínimo rescoldo. No obstante, aquellos días pertenecen al pasado… Y tal vez no regresen nunca. Se perdieron tantas cosas; no solamente la elaboración de los angreal. Entonces eran capaces de realizar tantos prodigios que nosotros no osamos ni imaginar, y tantos otros de los que no hemos conservado la memoria. Ahora somos menos numerosas. Cierta clase de talento está extinguiéndose y lo que resta parece afectado de debilidad. En la actualidad es preciso que la voluntad y la fuerza confluyan para conseguir algo; de lo contrario, ni la más poderosa de nosotras logra efectuar una curación. Por fortuna tu padre es un hombre animoso, tanto en el aspecto físico como en el espiritual. Con todo, su lucha por la vida ha agotado buena parte de su vigor, aunque se repondrá con el que ha quedado en él. Eso llevará tiempo, pero la infección ha desaparecido.
—Nunca podré pagaros esto —le dijo sin apartar la vista de Tam—, pero haré por vos cuanto esté en mis manos. Cualquier cosa. —Recordó entonces haber hablado de precios y la promesa formulada. Arrodillado al lado de Tam, su disposición era más firme que nunca, pero todavía le resultaba difícil mirarla a los ojos—. Cualquier cosa. Siempre que no tenga malas consecuencias para el pueblo o para mis amigos.
Moraine levantó la mano, rechazando su oferta.
—Si lo crees necesario. De todos modos, quiero hablar contigo. Sin duda partirás al mismo tiempo que nosotros y tendremos ocasión de conversar largamente.
—¡Partir! —exclamó, poniéndose en pie— ¿Tan mala es la situación? Me pareció que todo el mundo estaba dispuesto a iniciar la reconstrucción. La gente de Dos Ríos estamos muy apegados a estas tierras y nadie se va de aquí.
—Rand…
—¿Y adónde iríamos? Padan Fain dijo que hacía mal tiempo en todas partes. Es…, era… el buhonero. Los trollocs… —Rand tragó saliva, deseando no haber oído el comentario de Thom Merrilin respecto a lo que comían los trollocs—. A mi entender, lo mejor que podemos hacer es quedarnos aquí, en nuestra tierra, en Dos Ríos, y reponer lo destruido. Tenemos cosechas sembradas y pronto hará bastante calor para esquilar las ovejas. No sé quién ha empezado a decir que deberíamos irnos…, uno de los Coplin, supongo…, pero sea quien sea…
—Pastor —lo interrumpió Lan—, estás hablando cuando deberías escuchar. Observó con sorpresa a ambos. Se había lanzado a hablar, advirtió, y había continuado farfullando mientras ella trataba de decirle algo, mientras una Aes Sedai trataba de hablar. No sabía qué decir ni cómo disculparse, pero Moraine sonrió mientras buscaba las palabras.
—Comprendo cómo te sientes, Rand —le aseguró, y él tuvo la incómoda sensación de que realmente era así—. No pienses más en ello. —Frunció los labios y meneó la cabeza—. Me temo que he sido algo ruda. Debiera haber descansado antes de emprender la cuestión. Eres tú quien va a irse, Rand, tú el que debe partir, por el bien del pueblo.
—¿Yo? —Se aclaró la garganta y realizó un nuevo intento—. ¿Yo? —El sonido surgió más preciso aquella vez—. ¿Por qué tengo que irme? No comprendo nada de todo esto. No quiero ir a ninguna parte.
Moraine miró a Lan y éste separó los brazos. Después observó a Rand y le volvió a crear la sensación de ser estudiado y sopesado con minucia.
—¿Sabías —preguntó de pronto el Guardián—que algunas de las casas no fueron atacadas?
—La mitad del pueblo está arrasada —protestó. Lan lo acalló con un gesto.
—Algunos edificios fueron quemados sólo para crear confusión. Sin embargo, los trollocs no los miraron dos veces, ni tampoco a la gente que salió corriendo de ellos, a menos que interfirieran en su camino. La mayoría de la gente que ha venido de las granjas cercanas no vio ni rastro de trollocs y sólo tuvo noticias de su presencia al llegar al Campo de Emond.
—Me han contado lo de Dag Coplin —dijo lentamente Rand—. Supongo que no acababan de creerlo.
—Dos granjas fueron allanadas —continuó Lan—, la vuestra y otra más. Debido a la celebración de Bel Tine, mucha gente que vive afuera se encontraba ya en el pueblo. Mucha gente salvó su vida debido a que el Myrddraal ignoraba las costumbres de Dos Ríos. La festividad y la Noche de Invierno obstaculizaban sus propósitos, pero él no lo sabía.
Rand miró a Moraine, recostada sobre el respaldo de la silla, pero ella guardó silencio, devolviéndole simplemente la mirada mientras se llevaba un dedo a los labios.
—Nuestra granja, ¿y cuál más? —preguntó finalmente.
—La de Aybara —respondió el Guardián—. Aquí en el Campo de Emond, irrumpieron primero en la forja, en la casa del herrero y en la de maese Cauthon.
A Rand se le secó la boca de improviso.
—No tiene ningún sentido —logró articular, antes de dar un respingo al incorporarse Moraine.
—Sí lo tiene, Rand —aseveró—. Obraron con un objetivo. Los trollocs no vinieron al Campo de Emond por azar y no actuaron por el mero placer de quemar o matar, por más que disfrutaran haciéndolo. Sabían muy bien qué, o a quién, buscaban. Los trollocs vinieron a matar o a capturar a jóvenes de una determinada edad que viven cerca de este pueblo.
—¿De mi edad? —Le temblaba la voz, pero aquello lo tenía sin cuidado entonces—. ¡Oh, Luz! Mat. ¿Y qué ha sido de Perrin?
—Está perfectamente —le aseguró Moraine—, aunque un poco tiznado.
—¿Bran Crawe y Lem Thane?
—No corrieron ningún peligro —dijo Lan—. En cualquier caso, no más que cualquier otra persona.
—Pero ellos también vieron al jinete, al Fado, y tienen los mismos años que yo.
—La morada de maese Crawe permaneció intacta —explicó Moraine—y el molinero y su familia siguieron durmiendo hasta media noche, hasta que el ruido los despertó. Bran tiene tres meses más que tú y Len ocho menos. —Sonrió secamente, para su sorpresa—. Te he dicho que había formulado preguntas y he especificado jóvenes de una determinada edad. Tú y tus amigos os lleváis sólo semanas. El Myrddraal iba en busca de vosotros, no de los otros.
Rand se agitó embarazado, deseando que no lo mirase de aquel modo, como si sus ojos pudieran penetrar su cerebro y leer todos sus pensamientos. —¿Para qué iban a querer algo de nosotros? No somos más que campesinos, pastores.
—Esa es una pregunta que no tiene respuesta en Dos Ríos —contestó tranquilamente Moraine—, pero que es imprescindible resolver. La visita de los trollocs a un lugar donde no se había visto ninguno durante casi dos siglos da idea de la importancia que puede entrañar.
—Muchas historias relatan correrías de trollocs —insistió con obstinación Rand—. Lo único que sucede es que nunca habíamos sufrido su ataque aquí. Los Guardianes luchan continuamente con ellos.
Lan soltó un bufido.
—Muchacho, yo sé que toparé con trollocs junto a la Gran Llaga, pero no aquí, a tres mil kilómetros en dirección sur. La violencia de la expedición de anoche sólo era previsible en Shienar, o en las tierras fronterizas.
—Uno de vosotros —apuntó Moraine—, o los tres, posee algo en su interior que despierta temor en el Oscuro.
—Eso…, eso es imposible. —Rand se acercó tambaleante a la ventana y contempló a la gente que trabajaba entre las ruinas—. No me importa lo que haya ocurrido: eso es del todo imposible. —Su mirada percibió algo extraño en el Prado y, al fijar la vista, advirtió que era la Viga de Primavera. Esperaban un Bel Tine sin igual, con un buhonero, un juglar y forasteros.
Tembloroso, agitó con violencia la cabeza.
—No, no. Yo soy un pastor. El Oscuro no puede estar interesado en mi persona.
—Representó un gran esfuerzo —dijo sombrío Lan— desplazar a tantos trollocs hasta un lugar tan alejado sin levantar sospechas ni protestas desde las tierras fronterizas hasta más allá de Caemlyn. Me gustaría saber cómo lo consiguieron. ¿De veras crees que se tomaron tantas molestias únicamente para prender fuego a unas cuantas casas?
—Volverán —añadió Moraine.
Rand había abierto la boca para responder a Lan, pero el augurio de Moraine lo retuvo. Se volvió hacia ella.
—¿Que van a volver? ¿No podéis detenerlos? Lo hicisteis anoche, tomados por sorpresa entonces. Ahora sabéis que están aquí.
—Tal vez —repuso Moraine—. Podría hacer que vinieran de Tar Valon algunas de mis hermanas; puede que les diera tiempo a llegar antes de que precisásemos su ayuda. El Myrddraal sabe que yo estoy aquí y probablemente no atacará, al menos no de forma abierta sin disponer de refuerzos, más Myrddraal y más trollocs. Con suficientes Aes Sedai y suficientes Guardianes es factible derrotar a los trollocs, pero no puedo predecir cuántas batallas habría que librar.
Una macabra visión ocupó su mente: la imagen de un Campo de Emond convertido en cenizas. Todas las granjas quemadas. Y la Colina del Vigía, Deven Ride y el Embarcadero de Taren. Todo reducido a cenizas y sangre.
—No —dijo, al tiempo que sentía un terrible desgarramiento interior. Ése es el motivo que me obliga a partir, ¿no es cierto? Los trollocs no regresarán si no estoy aquí. —Un último vestigio de obstinación le hizo añadir— suponiendo que realmente sea yo a quien buscan.
Moraine enarcó las cejas sorprendida al no verlo del todo convencido. —¿Quieres involucrar a tu pueblo en ello, pastor? ¿A toda la región de Dos Ríos? —dijo Lan.
—No —respondió Rand; sentía de nuevo el vacío, que venía a sustituir su renuncia—. Perrin y Mat también tienen que irse, ¿no? —Abandonar Dos Ríos, su casa y su padre. Al menos Tam se recuperaría y, como mínimo, tendría ocasión de oír de sus labios que lo murmurado en el Camino de la Cantera no era más que un desatino.
»Podríamos ir a Baerlon, supongo, o incluso a Caemlyn. He oído decir que hay más gente en esta ciudad que en toda la zona de Dos Ríos. Allí estaríamos a salvo.—Lanzó una carcajada que sonó hueca—. Solía soñar con ir a Caemlyn, pero nunca se me ocurrió que la iba a visitar de este modo.
—Yo no confiaría mucho en la seguridad que ofrece Caemlyn —objetó Lan después de un largo silencio—. Si los Myrddraal están de veras interesados en vosotros, hallarán la manera de entrar en la población. Las murallas son una barrera franqueable para un Semihombre. Y seríais unos insensatos si negarais la evidencia del tremendo interés que suscitáis en ellos.
Rand pensaba que su ánimo no podía caer más bajo, pero aquellas palabras lo sumieron en una desmoralización aún mayor.
—Existe un lugar donde estaréis a buen recaudo —dijo suavemente Moraine—. En Tar Valon os encontraríais entre Aes Sedai y Guardianes. Aun durante las Guerras de los Trollocs, las fuerzas del Oscuro temían atacar las Murallas Resplandecientes. El único intento realizado fue su más espectacular derrota hasta el final. Y en Tar Valon se guardan todos los conocimientos reunidos por las Aes Sedai desde la Época de Locura. Algunos fragmentos datan incluso de la Era de Leyenda. Tar Valon es el sitio más indicado para averiguar por qué os persigue el Myrddraal, por qué va en pos de vosotros el Padre de las Mentiras. Eso te lo garantizo.
Viajar hasta Tar Valon era casi un despropósito. Viajar a un lugar donde estaría inexorablemente rodeado de Aes Sedai. Desde luego, Moraine había curado a Tam, o al menos eso parecía, pero además había todos aquellos relatos. Ya era bastante embarazoso hallarse en una misma habitación con una Aes Sedai, pero estar en una ciudad habitada exclusivamente por ellas… Y ella todavía no le había pedido una compensación. Siempre había que pagar un precio; en las historias siempre había que hacerlo.
—¿Durante cuánto tiempo va a estar dormido mi padre? —preguntó por fin—. Tengo…, tengo que comunicárselo. No estaría bien que despertara y yo me hubiera marchado sin más.
Creyó percibir un suspiro de alivio exhalado por Lan. Miró al Guardián con curiosidad, pero su semblante permanecía tan inalterable como siempre.
—No es probable que despierte antes de nuestra marcha —respondió Moraine—. Tengo intención de partir poco después de la caída de la noche. Incluso un solo día de demora podría traer fatales consecuencias. Será mejor que le dejes una nota.
—¿Por la noche? —inquirió dubitativo Rand.
—El Semihombre no tardará en descubrir nuestra partida —explicó Lan—. No hay necesidad de facilitarle las cosas si podemos evitarlo.
Rand acarició las mantas de Tam. Tar Valon se hallaba muy lejos.
—En ese caso… En ese caso, iré a buscar a Mat y a Perrin.
—Yo me ocuparé de ello.
Moraine se puso en pie y se ató la capa con vigor de pronto renovado. Al sentir la mano de la Aes Sedai sobre el hombro, Rand intentó con todas sus fuerzas no encogerse. Apenas notaba su presión, pero se le antojó una garra acerada que lo retenía como una horca paraliza a una serpiente clavada en ella.
—Será preferible que mantengamos todo esto entre nosotros. ¿Comprendes? Las mismas personas que marcaron el Colmillo del Dragón en la puerta de la posada podrían provocar alboroto si llegara a sus oídos.
—Comprendo —contestó, liberando el aire de los pulmones al tiempo que la mujer apartaba la mano.
—Diré a la señora al’Vere que te traiga algo de comer —prosiguió, como si no hubiera advertido su reacción—. Después debes dormir. Te aguarda un duro viaje esta noche.
La puerta se cerró tras ellos y Rand permaneció inmóvil mirando a Tam…, mirando a Tam, pero sin ver nada. Hasta aquel preciso instante no había reparado hasta qué punto el Campo de Emond formaba parte de sí, al igual que él pertenecía a ese lugar. Se dio cuenta entonces, al reconocer el desgarramiento que había sentido. Lo habían arrancado del pueblo. El Pastor de la Noche quería atraparlo en sus garras. Aquello era imposible —él era solamente un campesino—pero los trollocs habían dejado sentir su mano, y Lan estaba en lo cierto en una cuestión: no podía poner en peligro al pueblo, aceptando la posibilidad de que Moraine se equivocase. Ni siquiera podía decírselo a nadie; los Coplin sin duda provocarían algún desorden si se enteraran de una cosa así. Debía depositar su confianza en una Aes Sedai.
—No lo despiertes ahora —indicó la señora al’ Vere, al entrar acompañada de su esposo.
La bandeja cubierta con un trapo que llevaba en las manos desprendía un delicioso olor tibio. Después de depositarla sobre la cómoda situada al lado de la pared, alejó con firmeza a Rand de la cama.
—La señora Moraine me ha informado de lo que necesita —dijo— y en ello no está incluido que te derrumbes encima de él a causa del agotamiento. Te he traído algo de comer. No dejes que se enfríe.
—No me gusta que la llaméis así —objetó, malhumorado, Rand—Moraine Sedai es el apelativo adecuado. Podría enfurecerse.
La posadera le dio una palmadita en la mejilla.
—Deja que sea yo quien me preocupe de eso. Acabo de tener una larga conversación con ella. Y no hables en voz alta porque, si despiertas a Tam, tendrás que habértelas conmigo y con Moraine Sedai. —El énfasis puesto en el título de Moraine ridiculizaba la insistencia de Rand—. Apartaos de aquí los dos.
Tras dedicar una cálida sonrisa a su marido, se volvió hacia el lecho. Maese al’Vere dirigió una mirada de impotencia a Rand.
—Es una Aes Sedai. La mitad de las mujeres del pueblo actúan como si fuera un simple miembro del Círculo de mujeres, y la otra como si fuese un trolloc. Ninguna de ellas parece percatarse de que hay que ir con cuidado con una Aes Sedai. Por más que los hombres continúen mirándola con recelo, al menos no están haciendo nada que pueda provocarla.
Con cuidado, pensó Rand. No era demasiado tarde para comenzar a obrar con cautela.
—Maese al’Vere —dijo lentamente—, ¿sabéis cuántas granjas fueron atacadas?
—Sólo dos, que yo sepa, con la vuestra inclusive. —El alcalde hizo una pausa, pensativo, y luego se encogió de hombros—. No parece gran cosa, si lo comparamos con lo ocurrido aquí. Debería alegrarme de ello, pero… Bueno, sin duda tendremos noticia de más atrocidades antes de que acabe el día.
Rand exhaló un suspiro. No era necesario preguntar cuáles habían sido. —Aquí en el pueblo, ¿dieron…, quiero decir, dejaron entrever de algún modo lo que buscaban?
—¿Lo que buscaban, hijo? No sé qué podían buscar, excepto darnos muerte. Todo sucedió de la manera como te he contado. Los perros ladraban, Moraine Sedai y Lan corrían por las calles, luego se oyó gritar a alguien que la casa de maese Luhhan y la herrería estaban ardiendo. Después comenzó a llamear la vivienda de los Cauthon… Es curioso, porque está en medio del poblado. El caso es que, a continuación, los trollocs se abalanzaron sobre todo el pueblo. No, no creo que buscaran nada. —Soltó una abrupta carcajada, que atajó muy pronto ante la mirada de su esposa exigiéndole sigilo—. A decir verdad —prosiguió en voz más baja—, parecían casi tan confundidos como nosotros. Dudo mucho que hubieran previsto encontrarse con una Aes Sedai o con un Guardián aquí.
—Lo supongo —comentó sonriente Rand.
Si Moraine había dicho la verdad respecto a ese punto, probablemente no había mentido en lo demás. Por un momento consideró la conveniencia de pedir consejo al alcalde, pero era obvio que éste sabía poco más sobre Aes Sedai que cualquier otra persona del pueblo. Además, era reacio a explicarle a maese al’Vere lo que había detrás de todo aquello…, lo que Moraine decía que había detrás. No estaba seguro de temer más la perspectiva de que se echara a reír o la de que tomase en serio sus palabras. Frotó con el pulgar el puño de la espada de Tam. Su padre había viajado por otras tierras; él conocería más detalles acerca de las Aes Sedai que el alcalde. Pero, si realmente Tam había salido de Dos Ríos, quizá lo que había dicho en el Bosque del Oeste… Se pasó las manos por el pelo, como si quisiera ahuyentar aquellas cavilaciones de la cabeza.
—Necesitas dormir —dijo el alcalde.
—Sí, es cierto —añadió la señora al’Vere—. Casi no te tienes de pie. Rand parpadeó sorprendido. Ni siquiera se había dado cuenta de que ella ya no estaba junto a su padre. Necesitaba dormir; aquella sola idea lo hizo bostezar.
—Puedes ocupar la cama de la habitación de al lado —dijo el posadero—. Ya está el fuego encendido.
Rand miró a su padre, que continuaba dormido.
—Preferiría quedarme aquí, si no os importa. Por si despierta.
Lo relativo al alojamiento de los enfermos quedaba dentro de la circunscripción de la señora al’Vere, por lo que el alcalde dejó que respondiera ella. Tras un instante de vacilación, la posadera hizo un gesto afirmativo.
—Pero deja que despierte por sí solo. Si le interrumpes el sueño…
Trató de responder que cumpliría sus órdenes; sin embargo, las palabras se entremezclaron con un bostezo. La mujer sacudió la cabeza y sonrió.
—Tú también vas a caer dormido de un momento a otro. Si te quedas aquí, túmbate junto a la chimenea, y bebe un poco de caldo de buey antes.
—Lo haré —prometió Rand. Habría dado su asentimiento a cualquier condición que le hubieran puesto para permanecer en aquella habitación—. Y no voy a despertarlo.
—No lo hagas —le advirtió severa, aunque con tono cariñoso, la señora al’Vere—. Te subiré una almohada y mantas.
Cuando se cerró por fin la puerta, Rand corrió la única silla de la estancia hasta ponerla junto a la cama y se sentó para poder observar a Tam. La señora al’Vere le aconsejaba que durmiera y las mandíbulas le crujían cada vez que exhalaba un bostezo, pero todavía no podía abandonarse al sueño. Tam podría despertar en cualquier momento y permanecer consciente sólo un rato, quizá. Rand debía estar alerta cuando ello sucediera.
Se arrellanó en la silla con una mueca en el semblante y apartó distraído la empuñadura de la espada de sus costillas. Aún sentía reluctancia a contar a alguien lo que había dicho Moraine, pero aquella persona era Tam, después de todo. Era… Sin advertirlo, apretó la mandíbula con determinación. «Mi padre, y a mi padre puedo contárselo todo».
Se revolvió unos instantes en la silla y dejó reposar la cabeza en el respaldo. Tam era su padre y nadie podía indicarle qué podía o no explicar a su padre. Sólo debía evitar caer dormido hasta que Tam se despertara. Había de evitar…