– ¡No ha sido Pracha! ¡Él no tiene nada que ver con esto! -grita Kanya al teléfono de manivela, aunque daría lo mismo que estuviera desgañitándose tras los barrotes de una celda. No parece que Narong esté escuchándola. La línea crepita con voces entremezcladas y un zumbido de maquinaria, y Narong, aparentemente, está hablando con alguien que está a su lado, ininteligibles sus palabras.
La voz de Narong resuena con fuerza de repente, imponiéndose al ruido de fondo.
– Lo siento, tenemos nuestras fuentes.
Con la frente arrugada, Kanya contempla las circulares diseminadas encima de la mesa, las mismas que trajo Pai con una sonrisa torva. Algunas hablan del difunto somdet chaopraya, otras del general Pracha. Todas hablan de la chica mecánica asesina. La ciudad ya empieza a inundarse de ejemplares especiales de ¡Sawatdee Krung Thep! Kanya pasea la mirada sobre las palabras. Está repleta de incendiarias protestas contra los camisas blancas que cerraban muelles y amarraderos pero no pudieron proteger al somdet chaopraya de una sola invasora.
– Entonces, ¿estas circulares son vuestras?
El silencio de Narong es toda la respuesta que necesita.
– ¿Por qué me pediste que investigara? -No logra ocultar la amargura que tiñe su voz-. Ya habíais empezado a actuar.
La voz glacial de Narong crepita en la línea.
– No estás en condiciones de hacer preguntas.
Su tono deja helada a Kanya.
– ¿Ha sido Akkarat? -susurra atemorizada-. ¿Es él el responsable? Pracha asegura que Akkarat estaba implicado de alguna manera. ¿Ha sido él?
Otra pausa. ¿Reflexiva? Es imposible saberlo.
– No -responde Narong, al cabo-. Nosotros no somos los artífices.
– ¿Y por eso deduces que tuvo que ser Pracha? -Baraja las licencias y los permisos que cubren su mesa-. ¡Te digo que no ha sido él! Tengo aquí todos los documentos del neoser. Pracha en persona me pidió que investigara. Que siguiera su pista. Tengo los documentos que fechan su llegada con la gente de Mishimoto. Tengo las órdenes de eliminación. Los visados. Todo.
– ¿Quién firmó las órdenes de eliminación?
Kanya exhala un suspiro cargado de frustración.
– No puedo leer la firma. Necesito más tiempo para contrastar quién estaba de guardia en aquel momento.
– Y cuando termines, estarán inevitablemente muertos.
– Entonces, ¿por qué me encomendó Pracha la tarea de averiguar esta información? ¡No tiene sentido! He hablado con los agentes que aceptaron sobornos del bar. No son más que unos mocosos estúpidos que querían sacarse un dinero extra.
– Eso significa que es listo. Ha borrado sus huellas.
– ¿Por qué odias tanto a Pracha?
– ¿Por qué le quieres tú tanto? ¿No ordenó que incendiaran tu aldea?
– No por malicia.
– ¿No? ¿No vendió los permisos de cría a otro poblado a la siguiente estación? ¿No los vendió y se forró los bolsillos con las ganancias?
Kanya enmudece. Narong modera el tono de su voz.
– Lo siento, Kanya. No podemos hacer nada. Estamos convencidos de su crimen. El palacio nos ha autorizado a resolver esto.
– ¿Con disturbios? -Barre las circulares de encima de la mesa-. ¿Incendiando la ciudad? Por favor. Puede poner fin a todo esto. No es necesario. Puedo encontrar las pruebas que necesitamos. Puedo demostrar que el neoser no es de Pracha. Puedo demostrarlo.
– Estás demasiado implicada. Tus lealtades están divididas.
– Soy leal a la reina. Dame una oportunidad para detener esta locura.
Otra pausa.
– Puedo concederte tres horas. Si no tienes nada al anochecer, se acabó.
– ¿Pero esperarás hasta entonces?
Kanya casi puede oír la sonrisa al otro lado de la línea.
– Lo haré.
Se corta la conexión. Kanya se queda sola en su despacho.
Jaidee se sienta encima de la mesa.
– Me pica la curiosidad. ¿Cómo piensas demostrar la inocencia de Pracha? Es evidente que fue él quien la plantó.
– ¿Por qué no puedes dejarme en paz? -pregunta Kanya.
Jaidee sonríe.
– Porque es sanuk. Me hace gracia ver cómo corres de un lado para otro, intentando complacer a dos amos. -Hace una pausa, estudiándola-. ¿Qué más te da lo que le pase al general Pracha? No es tu verdadero jefe.
Kanya le lanza una mirada cargada de odio. Con un gesto, abarca los papeles diseminados por todo el despacho.
– Es exactamente igual que hace cinco años.
– Con Pracha y el primer ministro Surawong. Con las reuniones del doce de diciembre. -Jaidee contempla las circulares cargadas de rumores-. Solo que esta vez es Akkarat el que actúa contra nosotros. Así que no es exactamente igual.
Un megodonte brama al otro lado de la ventana del despacho. Jaidee sonríe.
– ¿Oyes eso? Nos estamos armando. No podrás evitar de ninguna manera que estos dos toros viejos se embistan. Ni siquiera entiendo por qué querrías impedirlo. Pracha y Akkarat llevan años amenazándose con bufidos y resoplidos. Va siendo hora de que veamos un duelo decente.
– Esto no es muay thai, Jaidee.
– No. En eso llevas toda la razón. -Su sonrisa se tambalea por un momento.
Kanya mira fijamente las circulares, la colección de documentos relacionados con la importación del neoser. Este se encuentra en paradero desconocido. Pero aun así, lo trajeron los japoneses. Kanya estudia las notas: llegó a bordo de un dirigible procedente de Japón. Secretaria de dirección…
– Y asesina -tercia Jaidee.
– Cierra el pico. Estoy pensando.
Un neoser japonés. Un resto abandonado de la nación insular. Kanya se pone en pie de improviso, agarra la pistola de resortes y la hunde en su funda mientras recoge los papeles.
– ¿Adónde vas? -pregunta Jaidee.
Kanya le dirige una sonrisita maliciosa.
– Si te lo dijera, perdería todo el sanuk.
El phii de Jaidee sonríe de oreja a oreja.
– Ahora empiezas a captar el espíritu de las cosas.