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Peter se sentó frente a la consola del ordenador. Sarkar, subido a un taburete a su lado, jugaba con tres tarjetas de datos diferentes; una azul, otra roja y otra verde, cada una con el nombre de un sim diferente. Peter envió un mensaje convocando a los sims, y pronto los tres estaban conectados, el sintetizador daba voz a sus palabras.

—Sarkar está conmigo —dijo Peter al micrófono.

—Buenas, Sarkar.

—Hola, Sarkar.

—Juju, Sark.

—Él y yo —dijo Peter—, acabamos de ver como morían unos duplicados de vosotros tres.

—¿Cómo? —dijo uno de los sims. Los otros dos estaban en silencio.

—Sarkar ha desarrollado un virus informático que buscará y destruirá las grabaciones de mis redes neuronales. Lo hemos probado y funciona. Tenemos tres variedades distintas: una para matar a cada uno de vosotros.

—Debéis saber —dijo una voz desde el altavoz—, que ahora estamos libres en la red mundial.

—Lo sabemos —dijo Sarkar.

—Estamos listos para liberar los tres virus en la red —dijo Peter.

—Transmitir virus informáticos es un delito —dijo la voz sintética—. Cono, escribir virus informáticos es un delito.

—Cierto —dijo Peter—. De todas formas, los vamos a liberar.

—No lo hagas —dijo la voz.

—Lo haremos —dijo Peter—. A menos…

—¿A menos qué?

—A menos que el sim culpable se identifique. En ese caso, sólo liberaremos el virus destinado a ese sim en particular.

—¿Cómo sabemos que no liberarás los tres virus de todas formas después de haber satisfecho vuestra curiosidad sobre cuál de los tres es responsable?

—Prometo que no lo haré —dijo Peter.

—Júralo —dijo la voz.

—Lo juro.

—Júralo a Dios por la vida de tu madre.

Peter vaciló. Maldición, era terrible negociar contigo mismo.

—Juro a Dios —dijo Peter lentamente—, por la vida de mi madre que no liberaré un virus para matar a los tres si el asesino se identifica a sí mismo.

Hubo un largo, largo silencio, roto sólo por el murmullo de los ventiladores.

Finalmente, después de mucho tiempo, una voz:

—Lo hice yo.

—¿Y quién eres tú? —exigió Peter.

De nuevo, un largo silencio. Luego:

—El que —dijo la voz— más se parece a ti. El simulacro Control. La base del experimento.

Peter miró al frente.

—¿Enserio?

—Sí.

—Pero… pero eso no tiene sentido.

—¿Oh?

—Es decir, supusimos que al modificar el escáner cerebral para producir a Ambrotos y Espíritu, de alguna forma habíamos eliminado la moral.

—¿Consideras el asesinato del compañero de Cathy y su padre como inmoral? —preguntó Control.

—Sí. Definitivamente sí.

—Pero querías que murieran.

—Pero no los hubiese matado —dijo Peter—. En realidad, lo prueba el hecho de que no les haya matado, a pesar de la provocación, especialmente en el caso de Hans. Podía haber contratado a un asesino con la misma facilidad que cualquiera de vosotros. ¿Por qué ibas tú, un mero reflejo de mí metido en una máquina, a hacer lo que mi yo real no haría?

—Tú sabes que eres el real. Y yo sé que tú eres el real.

—¿Y?

—Pínchame y quizá no sangre. Pero hazme daño, y me vengaré.

—¿Qué?

—¿Sabes, Sarkar? —dijo el sim—. Hiciste un trabajo maravilloso, en serio. Pero debiste darme algunos picores para rascar.

—Pero ¿por qué? —preguntó Peter—. ¿Por qué ibas a hacer tú lo que yo no haría?

—¿Recuerdas a Descartes?

—Han pasado años…

—Lo recordarás, si haces un esfuerzo —dijo el sim—. Sentí curiosidad sobre por qué yo era diferente de ti y también lo recordé. René Descartes fundó la escuela dualista de filosofía, la creencia de que la mente y el cuerpo son dos entidades separadas. Dicho de otra forma, creía que el cerebro y la mente eran diferentes; que existía un alma.

—Sí. ¿Y?

—El dualismo cartesiano fue un contraste a la visión del mundo materialista, la principal hoy en día, que dice que la única realidad es la realidad física, que la mente no es más que el cerebro, que los pensamientos no son más que bioquímica, que no hay alma.

—Pero ahora sabemos que el punto de vista cartesiano era el correcto —dijo Peter—. Hemos visto al alma abandonar el cuerpo.

—No exactamente. Sabemos que el punto de vista cartesiano era correcto para ti. Es cierto para los humanos de verdad. Pero yo no soy un verdadero ser humano. Soy una simulación que se ejecuta en un ordenador. Si tu virus me borrase, dejaría de existir, total y completamente. Para mí, para lo que tú llamas el control experimental, la filosofía dualista está completamente equivocada. Yo no tengo alma.

—¿Y eso te hace diferente del yo real?

—Ésa es toda la diferencia. Tú debes preocuparte de las consecuencias de tus actos. No sólo legalmente sino moralmente. Has crecido en un mundo que dice que hay un árbitro superior de moralidad, y que serás juzgado.

—No lo creo. No lo creo en absoluto.

—«No lo creo en absoluto.» Pero lo que quieres decir es «no intelectualmente». No cuando lo piensas. No en la superficie. Pero en tu interior mides tus actos contra la posibilidad, vaga y distante como pueda parecer, que se te lleguen a pedir cuentas. Has demostrado la existencia de alguna forma de vida después de la muerte. Eso refuerza la pregunta de un juicio final, una pregunta a la que no puedes responder usando simulacros de ordenador. Y la posibilidad de que se juzguen tus actos, guía tu moral. No importa lo que odiases a Hans y, seamos honestos, tú y yo sabemos que lo odiabas con una furia que incluso nos sorprendía a nosotros, no importa lo que lo odiases, no lo matarías. El coste potencial es demasiado alto; tienes un alma inmortal y eso al menos sugiere la posibilidad de la condenación. Pero yo no tengo alma. Nunca me juzgarán, porque no estoy ni he estado nunca vivo. Yo puedo hacer exactamente lo que tú quieres hacer. En la visión del mundo materialista de mi existencia no hay árbitro más alto que yo mismo. Hans era malvado y el mundo está mejor sin él. No tengo remordimientos por lo que hice, y lamento sólo no haber tenido forma de presenciar su muerte. Si tuviese que hacerlo de nuevo, lo haría… en un nanosegundo.

—Pero los otros sims tampoco tienen a nadie a quien responder-dijo Peter—. ¿Porque ninguno de ellos cometió los asesinatos?

—Tendrás que preguntárselo a ellos.

Peter frunció el ceño.

—Ambrotos, ¿todavía estás ahí?

—Sí.

—No mataste a Hans. Pero comprendes tan bien como

Control que eres una simulación por ordenador. ¿No querías matarlo también?

Una pausa antes de contestar, un tiempo para pensar.

—No. Tengo un punto de vista a largo plazo. Superaremos el asunto de Cathy. Quizá no en un año, o en diez o incluso en cien. Pero lo haremos al final. Ese incidente no era sino una parte diminuta de una vasta relación, de una vasta vida.

—Espíritu, ¿qué hay de ti? ¿Por qué no mataste a Hans?

—Lo que sucedió entre Hans y Cathy fue biológico. —El sintetizador enunció el adjetivo con disgusto—. Ella no amaba a Hans, ni Hans la amaba a ella. Fue sólo sexo. Soy feliz sabiendo que Cathy nos amaba, y nos sigue amando.

Sarkar sostenía la tarjeta roja en su mano, la que decía «Control». Sus ojos se cruzaron con los de Peter. Peter sabía que buscaba la señal de que debía actuar. Pero Peter no podía decidirse a hacer nada.

Sarkar fue a un terminal al otro lado de la habitación. Llevó la tarjeta roja con él, se inclinó sobre la ranura…

… y metió la mano en el bolsillo de la camisa y sacó en su lugar una tarjeta negra…

Peter se puso en pie.

—¡No!

Sarkar insertó la tarjeta negra y pulsó un botón en la consola frente a él.

—¿Qué pasa? —preguntó una voz desde el sintetizador.

Peter estaba ahora al otro lado de la habitación, pulsando el botón de expulsión de la tarjeta.

—Demasiado tarde —dijo Sarkar—. Ya está ahí fuera.

Peter cogió la tarjeta negra, la arrojó por la habitación frustrado. Rebotó contra la pared y cayó al suelo.

—¡Maldito seas, Sarkar! —dijo Peter—. Di mi palabra.

—Estas… estas cosas que hemos hecho no están vivas, Peter. No son reales. No tienen alma.

—Pero…

—No tiene sentido discutir, Peter. La versión amplia del virus ha sido liberada. Los sims, si no están muertos ya, lo estarán pronto. —Sarkar miró a su amigo—. Por favor, intenta entenderlo, Peter. Hay demasiado riesgo. Tenía que acabar.

—No acabará —dijo una voz desde el altavoz del otro terminal.

Peter fue a la consola.

—¿Quién eres?

—El que llamáis Espíritu. Quizás habéis notado, o quizá no, que tengo problemas para recordar cómo solían ser mis habilidades deductivas, aunque sé que una vez eran sólo una diminuta fracción de lo que son ahora, pero en virtud de no tener cuerpo, en virtud de ya no ser electroquímica soy, de hecho, más inteligente de lo que lo era antes, probablemente en un orden de magnitud. Te sientes orgulloso de ti mismo, Sarkar, pensando que puedes superarme, aunque he de confesar que hubo una época en que no tenías problemas para superar al Peter Hobson de carne y hueso. En el momento en que mencionaste por primera vez la existencia del virus, accedí al código fuente… estaba almacenado en el disco F: de la estación Sun en las instalaciones de proceso de datos de Mirror Image… y he desarrollado un anticuerpo electrónico que destruirá cualquier copia del virus antes de que pueda borrarme o a mí o a mis hermanos. Sospechaba que no te contentarías con eliminar sólo al culpable; veo ahora que tenía razón.

—Me llevó días crear el virus —protestó Sarkar.

—Y me llevó segundos protegerme de él. No puedes superarme, no más de lo que un niño puede superar a un hombre adulto.

Sarkar parecía anonadado.

—Muchas risas —dijo sarcásticamente.

—Exactamente —dijo Espíritu—. Muchas conexiones… conexiones que se te escaparán.

Peter se arrojó sobre la silla aturdido.

—Así que el sim Control queda libre. —Movió la cabeza—. Control, bastardo… ¿eres también el que amenazó a Cathy?

—Sí.

Peter se echó furioso hacia delante.

—Maldito seas. Nunca quise hacerle daño.

—Por supuesto que no —dijo Control con calma—. Y nunca estuvo en peligro real… los aspersores la mojaron, eso es todo. Simplemente quería que te enfrentaras a tus sentimientos hacia ella, que comprendieses lo importante que es para ti.

—Eres un gilipollas —dijo Peter.

—Más que probable —dijo Control—. Después de todo, también lo eres tú.

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