38

Cathy estaba tendida de espaldas sobre la cama, mirando al techo, cuando Peter entró.

Éste podía ver en el Monitor Hobson que ella estaba completamente despierta, por lo que no hizo ningún esfuerzo por no hacer ruido.

—¿Peter? —dijo Cathy.

—¿Mm?

—¿Qué pasó esta tarde?

—Tenía que ver a Sarkar.

La voz de Cathy estaba muy serena.

—¿Sabes quién mató a mi padre? ¿Quién mató a Hans?

Peter empezó a decir algo, luego se quedó en silencio.

—La confianza —dijo ella, rodando ligeramente hacia él—, debe ser una calle de dos sentidos. —Esperó un momento—. ¿Sabes quién los mató?

—No —dijo Peter de nuevo, quitándose los calcetines. Y luego, un momento más tarde—, no con seguridad.

—¿Pero tienes sospechas?

Peter no confiaba en su voz. Asintió en la oscuridad.

—¿Quién?

—Es sólo una suposición —dijo—. Además, ni siquiera sabemos con seguridad si tu padre fue asesinado.

—¿Quién? —preguntó Cathy con firmeza.

Él dejó escapar un largo suspiro.

—Esto va a necesitar muchas explicaciones. —Se había quitado la camisa—. Sarkar y yo hemos estado haciendo algunas… investigaciones en inteligencia artificial.

El rostro de Cathy, azul y gris en la habitación oscura, estaba impasible.

—Sarkar creó tres duplicados de mi mente dentro de un ordenador.

La voz de Cathy estaba marcada por la sorpresa.

—¿Quieres decir sistemas expertos?

—Más que eso. Mucho más. Copió cada neurona, cada red neuronal. Son, para toda intención y propósito, duplicados completos de mi personalidad.

—No sabía que ese tipo de cosa fuese posible.

—Todavía es experimental pero, sí, es posible. Sarkar inventó la técnica.

—Dios. ¿Y crees que uno de esos… esos duplicados fue responsable de los asesinatos?

—Tal vez. —La voz de Peter era débil.

Los ojos de Cathy estaban abiertos completamente por el horror.

—Pero… pero ¿por qué haría un duplicado de tu mente algo que tú mismo no harías?

Peter había terminado de ponerse el pijama.

—Porque dos de las simulaciones no son duplicados. Se eliminaron partes de lo que yo soy. Es posible que, accidentalmente, borrásemos lo que sea responsable de la moral humana. —Se sentó en el borde de la cama—. Te lo digo, nunca mataría a nadie. Ni siquiera a Hans. Pero parte de mí lo quería muerto.

La voz de Cathy sonaba amarga.

—¿Y mi padre? ¿También había una parte de ti que lo quería muerto?

Peter se encogió de hombros.

—¿Bien?

—Yo… ah, nunca he apreciado realmente a tu padre. Pero no, hasta hace poco, no tenía razones para odiarle. Pero… pero cuando me contaste lo de la sesión con la consejera. Te hizo daño cuando eras joven. Te quitó la confianza en ti misma.

—¿Y uno de los duplicados lo mató por eso?

Un encogimiento en la oscuridad.

—Desconectad esas putas cosas —dijo Cathy.

—No podemos —dijo Peter—. Lo intentamos. Han escapado a la red.

—Dios —dijo Cathy, poniendo todo su terror y su furia en esa única palabra.

Permanecieron en silencio durante un momento. Ella se había apartado ligeramente de él en la cama.

Peter la miró, intentando descifrar la mezcla de emociones en su cara. Al final, con la voz temblándole ligeramente, Cathy dijo:

—¿Hay alguien más a quien quieras ver muerto?

—Sarkar me preguntó lo mismo —dijo él, molesto—. Pero no puedo pensar en nadie.

—¿Qué hay… qué hay de mí? —dijo Cathy.

—¿Tú? Por supuesto que no.

—Pero te he hecho daño.

—Sí. Pero no deseo tu muerte.

Las palabras de Peter parecieron no calmarla.

—Cristo, Peter, ¿cómo habéis podido hacer algo tan estúpido?

—Yo… yo, no lo sé. No era nuestra intención.

—¿Qué hay de la detective?

—¿Qué pasa con ella?

—¿Qué pasará cuando se acerque demasiado a la verdad? —preguntó Cathy—. ¿También querrás que muera?

Sarkar llegó a la casa de Peter y Cathy a las 10.15 del día siguiente.

Se sentaron, los tres, mascando bagels pasados.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —dijo Cathy, con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Ir a la policía —dijo Sarkar.

—¿Qué? —Peter estaba sorprendido.

—La policía —dijo Sarkar una vez más—. Esto está completamente fuera de control. Necesitamos su ayuda.

—Pero…

—Llamar a la policía. Decirles la verdad. Éste es un fenómeno nuevo. No esperábamos este resultado. Decírselo.

—Si lo haces —dijo Cathy lentamente—, habrá repercusiones.

—Claro —dijo Peter—. Se presentarán cargos.

—¿Qué cargos? —dijo Sarkar—. No hemos hecho nada malo.

—¿Estás bromeando? —dijo Peter—. A mí quizá podrían acusarme de asesinato. O cómplice de asesinato. Y a ti podrían acusarte de negligencia criminal.

Los ojos de Sarkar se abrieron.

—Neg…

—Sin mencionar posibles acusaciones por piratería informática —le dijo Cathy—. Si lo entiendo bien, has creado un programa que está ahí fuera violando los ordenadores de otras personas y robando recursos. Eso es un delito.

—Pero no pretendíamos hacer daño —dijo Sarkar.

—El fiscal nos tendría en sus manos —dijo Peter—. Un hombre y su mejor amigo crean un software que mata a la gente que el hombre odiaba. Es muy fácil desestimar cualquier afirmación de que no teníamos eso en la cabeza desde el principio. ¿Y recuerdas el caso contra Consolidated Edison? Estatutos Frankenstein. Aquellos que buscan los beneficios de una tecnología deben soportar los costes de las consecuencias no previstas.

—Ésas son leyes americanas —dijo Sarkar.

—Sospecho que un tribunal canadiense adoptaría un principio similar —dijo Cathy.

—No importa —dijo Sarkar—, los sims tienen que ser detenidos.

—Sí —dijo Cathy.

Sarkar miró a Peter.

—Coge el teléfono. Marca nueve-uno-uno.

—Pero ¿qué podría hacer la policía? —preguntó Peter, extendiendo los brazos—. Estaría a favor de contárselo, quizá, si hubiese algo que pudiesen hacer.

—Podrían ordenar apagar la red —dijo Sarkar.

—¿Estás bromeando? Sólo el CSIS o la RCMP podrían hacerlo… y apuesto a que tendrían que invocar la Ley de Medidas de Guerra para poder suspender el acceso a la información a gran escala. Mientras tanto, ¿qué pasa si los sims se han ido a EE.UU.? ¿O han cruzado el Atlántico? —Peter negó con la cabeza—. No hay forma en que podamos limpiar toda la red.

Sarkar asintió lentamente.

—Quizá tengas razón.

Se quedaron en silencio durante un tiempo. Finalmente, Cathy dijo:

—¿No hay alguna forma en que vosotros pudierais limpiar la red?

La miraron expectantes.

—Ya sabéis —dijo—, crear un virus que los busque y los destruya. Recuerdo el worm de Internet de cuando estaba en la universidad… estaba por todo el mundo en cuestión de días.

Sarkar parecía apasionado.

—Quizá —dijo—. Quizá.

Peter lo miró. Intentó mantener la calma en la voz.

—Después de todo, los sims son enormes. No deben ser difíciles de encontrar.

Sarkar estaba asintiendo.

—Un virus que verificase todos los ficheros mayores de, digamos, diez gigabytes… Podría buscar dos o tres estructuras básicas de tus redes neuronales. Si las encuentra, borra el fichero. Sí… sí, creo que podría crear algo así. —Se volvió a Cathy—. ¡Brillante, Catherine!

—¿Cuánto tiempo llevaría crearlo?

—No lo sé con seguridad —contestó Sarkar—. No he escrito nunca un virus. Un par de días.

Peter asintió.

—Recemos para que funcione.

Sarkar lo miró.

—Miro hacia la Meca cinco veces al día y rezo. Quizá tendríamos mejor suerte si vosotros dos también rezáis. —Se puso en pie—. Mejor me voy. Tengo mucho trabajo que hacer.

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